En los últimos años se ha desarrollado una polémica acerca del calentamiento global. El detonante de la discusión ha sido el reconocimiento de que la temperatura media del planeta ha venido aumentando desde la mitad del siglo pasado y se ha acelerado de manera brusca en los últimos 25 años del siglo XX. Ante las señales de alerta provenientes de la medición de las variaciones en la temperatura, de la evidencia de derretimiento generalizado de las nieves y los glaciares y de la elevación del nivel de los océanos, la ONU determinó en 1988 crear un organismo llamado “Panel internacional sobre cambio climático” (IPCC, por sus siglas en inglés) para favorecer evaluaciones científicas sobre estas variaciones.
Ya para 2005, después de varios informes del IPPC, prácticamente todos los científicos han terminado por sumarse a este acuerdo fundamental: efectivamente, la temperatura del planeta está aumentando. La polémica, en cambio, continúa cuando de averiguar las causas del calentamiento se trata. Una parte minoritaria de la comunidad científica sostiene que el calentamiento se debe a fenómenos de origen natural que se han dado en períodos geológicos pasados. Según este grupo, lo que pasa es que el planeta está en la fase final de un ciclo de elevación de la temperatura, pero que pronto llegará una fase de enfriamiento.
Otro grupo de científicos, mucho más numeroso, considera que hay causas de origen humano en el calentamiento global y que no es casual que el registro de la elevación de la temperatura haya sido cada vez más evidente a partir del surgimiento de la revolución industrial. Estos científicos sostienen que el aumento de gases de efecto invernadero (CO, metano y oxido nitroso), el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural), la destrucción de los bosques, la extensión de la ganadería y los agronegocios están a la base del problema.
En 2007, el IPPC publicó un informe en el que sostiene que la tasa de aumento de la temperatura durante la era industrial no ha tenido precedente en más de 10,000 años y atribuye a la concentración de gases de efecto invernadero la causa mayor. Por eso es que en sucesivas ocasiones ha habido la solicitud de la ONU, en diversas reuniones internacionales, que se reduzca este tipo de emisiones. El protocolo de Kyoto, logrado en medio de muchas tensiones, trataba de garantizar una reducción pero ha fracasado estruendosamente debido a la falta de voluntad de los países desarrollados. La última Conferencia de las Partes firmantes (Durbán, Sudáfrica 2007) prolongó este fracaso al encontrar la negativa de los países desarrollados, principalmente EE UU, para asumir responsabilidades en esta materia. Junto a estas tentativas fallidas de llegar a acuerdos internacionales, el consumo de petróleo ha seguido aumentando en el mundo, se ha comprobado la permanencia de los gases de invernadero en la atmósfera hasta por más de cien años y los últimos informes prevén en los próximos decenios un aumento entre el 2.4 y 6.4 grados, muy por encima de los 2º, límite que podría haber evitado los efectos más desastrosos de este fenómeno climático.
Delmar Mattes, especialista brasileño, nos advierte en la Agenda Latinoamericana (pp. 166-167) que la determinación de las causas del calentamiento no son poca cosa, ya que definen las acciones a tomar. Si las causas son naturales, de nada sirve las medidas correctivas que tomemos ni hay razón para que los países desarrollados se sientan en la obligación de reducir sus contaminantes. Por eso muchas de las investigaciones que señalan causas naturales al origen del calentamiento suelen estar financiadas por estos países. Quienes, en cambio, piensan que son las concentraciones de dióxido de carbono las que están a la base del calentamiento señalan que de no haber una reducción de gases se dará una mayor acidificación de los océanos, disminuirá el hielo marino en los polos y habrá un recrudecimiento mayor de calores y fríos, tifones, huracanes y otros fenómenos semejantes.
Para quienes trabajamos de cerca en la producción agropecuaria orgánica, resulta más que evidente que la degradación medioambiental tiene mucho que ver con estos asuntos. Sea que las causas del calentamiento fueran naturales o antropogénicas, es innegable que la deforestación, la contaminación de las aguas, la falta de reciclaje de los desechos humanos, la inyección indiscriminada de agrotóxicos y fertilizantes químicos en nuestras tierras, la acumulación de basura industrial contaminante y la destrucción de la biodiversidad juegan un papel relevante en el desastre ecológico en el que estamos metidos.
Cuando una parte, aunque sea minoritaria, de la población del planeta comienza a tomar conciencia de esto, las corporaciones internacionales de producción de petróleo insisten en decirnos que no hay que preocuparnos, que ya habrá innovaciones tecnológicas que nos saquen de este hoyo, que el funcionamiento del mercado sabrá cómo afrontar el problema. La más reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, mejor conocida como Río+20, que tuvo lugar en Río de Janeiro del 20 al 22 de junio de 2012, ha asumido en cierta forma esta visión, dado que persigue como propósito inmediato sustituir las emisiones de gases de tipo invernadero por las energías renovables (eólica y solar) que serían solamente paliativos si no hay una decisión firme de buscar un modo de producción y de consumo que cree verdaderas condiciones de equilibrio entre la comunidad humana y la naturaleza.
Y sí, aunque parezca yo disco rayado, no puedo dejar de señalar que el principal motivo de los fracasos de todas las propuestas de enfrentamiento del calentamiento global y de la degradación del medio ambiente, se encuentra en el actual modo de producción capitalista que, por principio, necesita de continua expansión y crecimiento. Este paradigma de lucro y acumulación de capitales nos ha llevado a poner al planeta al borde del colapso. Si se cortasen las emisiones de gases, se reduciría ese crecimiento económico incontrolado. Y eso, el sistema no puede permitirlo. El capital financiero y especulador se está llevando entre las patas a toda la humanidad y a la supervivencia misma del planeta. El objetivo próximo son los recursos naturales: agua, aire, tierra, sol… De ahí las mecánicas de despojo que se han ido estableciendo como acciones sin ninguna regulación de parte de los Estados nacionales.
Esta visión, que puede antojarse apocalíptica, se va corroborando cada día más. No habrá solución de fondo sin una transformación radical del modo de producción y de consumo. El paradigma del crecimiento nos ha llevado a la debacle. Hay que comenzar a decrecer. Y frente a este modelo se alza solamente el modelo de supervivencia practicado durante siglos por los pueblos originarios. Curiosamente, son ellos, los más atacados y despreciados, quienes tienen el potencial de guiarnos a puerto seguro en esta tempestad de deterioro medioambiental, porque conciben la vida como oportunidad compartida y no como simple mercancía.
Cuando me invitaron a ver la película “Elysium” me resistí: no ha logrado conquistarme el cine de ciencia ficción. Salí de la película, atónito: es una parábola de hacia dónde quisieran los grandes de este mundo dirigir nuestro futuro. No se las cuento, no soy tan gacho. Pero verán que, también en ese relato de tintes mitológicos, hay lugar para la esperanza. La recomiendo.
La transformación radical en el modelo de consumo será lo único que nos salve de la debacle.