Para Kalycho Escoffié, en el fragor de la batalla
Durante el tiempo de pascua vamos leyendo, en las misas cotidianas, el libro de los Hechos de los Apóstoles hasta completar su lectura. El libro retrata cómo fue organizándose el movimiento de seguidores y seguidoras de Jesús después de que Él muriera y resucitara. Muestra también muchos de los conflictos que los cristianos/as de la primera generación tuvieron que enfrentar y la manera cómo los resolvieron.
Traigo esto a colación porque me parece que en las iglesias de hoy, la católica y las otras denominaciones cristianas, estamos enfrentando un debate interno a propósito del matrimonio entre personas del mismo sexo. Quisiera traer a la memoria uno de los conflictos enfrentados por la primera generación cristiana y narrado en el libro de los Hechos, para sacar de allí algunas comparaciones que nos resulten útiles y hacer un vigoroso llamado a la tolerancia al pensamiento distinto dentro de la iglesia. Podría hacerse un estudio detallado de los dos conflictos y sus relaciones, pero me ajustaré al formato de esta columna semanal para no rebasar en mucho su acostumbrada dimensión.
El conflicto del libro de los Hechos
Ya desde el capítulo 11 del libro de los Hechos de los Apóstoles se comienza a perfilar cuáles serán las aristas de este problema, que estuvo a punto de dividir radicalmente a la iglesia del primer siglo en dos partes. Se trata de la admisión de los no judíos al movimiento cristiano. Pedro es acusado de haber entrado “en casa de algunos que no eran circuncisos” y haber comido con ellos (11,3). Los acusadores son cristianos provenientes del judaísmo que viven y se reúnen en Jerusalén, como la mayoría de los creyentes de la primera generación. Pero no es solamente Pedro el que se atreve a predicarle a los no judíos. También en la iglesia de Antioquía hubo discípulos que “predicaron también a los griegos y les anunciaron la Buena Nueva del Señor Jesús” (11,20). Pero, sin duda, el asunto terminó por estallar después de que Pablo y Bernabé concluyeron su primer viaje misionero y a su llegada a Antioquía “reunieron a la iglesia y se pusieron a contar… cómo Dios había abierto la puerta de la fe a los pueblos paganos” (14,27).
Del otro lado, había muchos creyentes judíos que sostenían que los no judíos que querían creen en Jesús “si no se circuncidan de acuerdo a la Ley de Moisés, no podrán salvarse” (15,1). Debido a esta posición se les conoce como judaizantes. Parece que quienes así pensaban no eran pocos. Las cartas de Pablo muestran que, aun después de sacar algunos acuerdos en la asamblea de Jerusalén, muchos grupos de cristianos provenientes del judaísmo llegaban a las comunidades fundadas por Pablo para convencer y/u obligar a los paganos bautizados a circuncidarse. La Carta a los Gálatas es testimonio de esto y de la airada respuesta de Pablo a tales “falsos hermanos”.
Así que la comunidad se dividió en dos bandos: quienes pensaban que el anuncio de Jesús debía dirigirse a todos sin excepción (sus representantes más destacados son Pablo y Bernabé), y quienes pensaban que, para ser fieles a la revelación escrita de Dios, los no judíos que quisieran convertirse deberían hacerse judíos antes de poder ser aceptados como cristianos (su representante mayor es Santiago, el hermano del Señor y obispo de Jerusalén). A nosotros puede parecernos ahora una discusión sin sentido, dado que hemos ya alcanzado un consenso de que para ser cristiano no necesita uno hacerse antes judío, pero la primera generación cristiana sufrió esta discusión y tuvo que ir construyendo consensos lentamente.
Los textos del NT son claros: a pesar de algunas diatribas feroces de Pablo en contra del bando contrario, no se ponía en duda la buena voluntad de quienes se encontraban en bandos divididos. Los partidarios de la apertura indiscriminada sostienen que es el mismo Espíritu Santo el que va marcando este audaz camino y las pruebas son el crecimiento de las iglesias mixtas, es decir, compuestas por cristianos provenientes del judaísmo y cristianos que proceden de otras culturas. Los partidarios del sometimiento a la Ley de Moisés, en cambio, tienen por testigo a la Biblia y a la Tradición.
La resolución del conflicto queda plasmada en Hech 15. La asamblea decide abrir la pertenencia a la comunidad cristiana a todas las personas, independientemente de su origen étnico. Aunque la imagen que nos da el libro de los Hechos es muy positiva, con la firma, incluso, de una carta compromiso, parece que las cosas no fueron tan sencillas. Pablo parece no conocer ninguna carta compromiso como la mencionada en Hechos y se queja constantemente de los judaizantes que, aun después de la Asamblea de Jerusalén, siguieron su labor proselitista para hacer que los paganos que se convertían al cristianismo se circuncidasen.
El conflicto actual
Las principales aristas del conflicto actual son las siguientes: hay un cambio en la percepción social acerca de la homosexualidad. Comprobaciones científicas han echado abajo la clasificación de la homosexualidad como una enfermedad y se va avanzando en la integración plena de las personas homosexuales a la sociedad, con todos los derechos y las obligaciones del resto de los ciudadanos. Estos cambios legales van avanzando en muchos países, no sin oposiciones, como pudo verse en la reciente legalización del matrimonio universal en Francia.
Ante este panorama las iglesias cristianas han entrado en un profundo debate. Hay quienes piensan que la condena de la homosexualidad, dado que está escrita en la Biblia, es incambiable y no debería ser aprobada ninguna conducta homoerótica. Otro grupo dentro de las iglesias, en cambio, abogan por una nueva lectura de los textos condenatorios, piensan que el testimonio de Jesús es claro en cuanto a que él no discriminó a nadie en la sociedad de su tiempo y consideran que es hora de que las iglesias reciban como participantes de derecho pleno a las personas homosexuales.
Como en el caso del libro de los Hechos, ambas posturas esgrimen sus argumentos. El propósito de este escrito es llamar a la tolerancia y a la escucha mutua. La comunidad cristiana primitiva enfrentó el problema sin desconfiar de la buena voluntad de las personas pertenecientes a los dos bandos. Poco a poco fueron madurando su juicio y finalmente descubrieron la voluntad de Dios en la apertura total a los paganos. Hubo, sí, cristianos que no quedaron conformes con esa decisión. Y tenían muchos argumentos de la Biblia y la Tradición a su favor. Pero el Espíritu fue suscitando el consenso aunque dicho consenso apuntara en contra de lo que muchos judeocristanos devotos creían que debían sostener como verdades no sujetas a discusión.
Digo que tenemos que aprender de esta tolerancia porque he leído recientemente algunas descalificaciones que, en nombre de la fe, se dirigen en contra de quienes, siendo católicos o cristianos de otras denominaciones, están a favor de que las personas del mismo sexo puedan casarse y tener una familia. Se piensa que la posición actual de la iglesia respecto a la homosexualidad y, por tanto, respecto al matrimonio universal, es un asunto intocable, casi dogmático.
Creo que es hora de que enfrentemos el debate con argumentos y no con descalificaciones. Conozco católicos/as convencidos de que el matrimonio universal, más que una discusión intraeclesial, es un asunto de justicia y derechos humanos. Y han llegado a esta manera de pensar después de un discernimiento. Otros, en cambio, sostienen su oposición con textos bíblicos y alusiones a la Tradición y la ley natural. Y tienen derecho de hacerlo. Es más, estoy convencido de que, en la mayoría de los casos, ambos grupos sostienen sus argumentos de buena fe. Acusar a uno u otro grupo de querer destruir a la iglesia, no favorece en nada a la discusión.
Tenemos que ejercitarnos en el diálogo. Y para esto, es necesario que escuchemos con atención y buena voluntad las argumentaciones de uno y otro lado. Ponerse en los zapatos del otro, sería una muy buena medida inicial. En la búsqueda de consensos, tanto más difíciles en cuanto que aspiran a suplir posiciones mantenidas como intocables durante muchos siglos, hace falta un grado superior de tolerancia.
JR Marchand Aguilar Mariana VG
No recuerdo en que programa habré visto que muchas veces la homosexualidad se presentaba en especies animales que comenzaban a reproducirse en una taza mayor a la que su entorno les podía soportar.
El ser humano hoy por hoy está demandando más a la tierra de lo que la tierra puede dar, creo sinceramente que hoy por hoy el "don" de reproducirse se nos está quitando, precisamente por darle un mal uso.
Nos preocupa de ¿Dónde vendrán los demás humanos? a mí me preocupa más ¿Dónde van a vivir los humanos que vendrán? Ese es en realidad lo que nos debería de Ocupar.
Porque si para algo es bueno el humano, es para hacer mal uso de los "dones" que se le han "dado".
http://es.wikipedia.org/wiki/Homosexualidad_en_animales
Mariana VG
Agradezco tu comentario y lo valoro.
Sólo quiero hacer unas pequeñas aclaraciones a mis comentarios y tus comentarios.
Cuando hablo de virtud, me refiero a un don. Un don es un regalo de Dios, una aptitud dada por Dios tanto de manera natural como sobrenatural. Por lo tanto, es claro que toda persona tiene el don o capacidad de amar. Eso no lo he puesto en duda. La capacidad de amar es de todos es inherente al humano, la forma en que se dirija ese amor es amplia y diferente.
Es una realidad que el don de la reproducción no es poseída por las parejas homosexuales, no la tienen. No lo digo por desprecio ni nada, sino que es una realidad que no podemos ignorar. Es un hecho. Algo real.
El que un violador o un drogadicto utilicen dichas capacidades de manera negativa no hace que el don sea malo en sí, sino que ha sido mal empleado. Eso no hace que la gente no deba reproducirse, dice que hay que reconsiderar la manera en que se está usando ese don.
Tener una familia no es un derecho. Uno no puede exigir a nadie tener una familia. En todo caso se tendrá el derecho a que no se le impida vivir en comunidad, en familia, pero no a TENER una familia, eso es absurdo. Al igual que los "derechos reproductivos". NADIE puede tener derecho a tener hijos, o a reproducirse, mejor dicho, a nadie se le debe prohibir la oportunidad sana y consentida de reproducirse o de engendrar hijos… en el entendido que PUEDA engendrar hijos.
La función de la adopción viene a ser un auxiliar en la tarea natural.
Una pareja homosexual nunca podrá tener el peso y la importancia del matrimonio heterosexual. Nunca. No por cuestiones de capricho sino de realidad y naturaleza.
Aunque, evidentemente, una pareja homosexual no tiene la "virtud" de reproducción, sí tiene la virtud del amor y poder tener una familia con hijos. Me parece un poco exagerado pensar que adquieren un derecho de obtener un hijo como si obtuvieran un mascota.
Los procesos de adopción de niños son bastante rigurosos, y homo o heterosexuales, pueden calificar o no dentro de ese proceso, no es nada más así por que sí, hay una evaluación económica, psicológica y ambiental, no cualquier persona califica para una adopción. Y tampoco creo que las parejas homosexuales, ni nadie en éste mundo tenga que aplaudir la "virtud" de la reproducción, y lo pongo entre comillas porque no tiene nada de virtuoso que un hombre adulto viole a una niña y quede embarazada, ni que un par de drogadictos sin cuidado tengan un niño al que luego abandonen, y mil ejemplos de ese tipo. Hoy por hoy ser padre debe ser una decisión a conciencia y responsable, y desgraciadamente el mundo no lo ve así y como ejemplo vemos a miles de niños abandonados, esperando una adopción ¿por qué negarles el derecho a una familia? Homo o heterosexual.
Cualquier persona que haya puesto un pie en un orfanatorio (yo lo he hecho) sabe cuáles son las condiciones de vida de esos niños, abandonados a su suerte, vistos como plaga, donde el gobierno espera a que cumplan los 18 años para devolverlos a la calle donde caen en un círculo vicioso y nunca logran nada en su vida, pocos son los que sí. Me parece muy exagerado pensar que vamos a tener que crea humanos artificiales, teniendo en cuenta la cantidad de personas sin cerebro que se reproducen como conejos y abandonan a los niños a su suerte. Los humanos no se van a acabar en el mundo simplemente porque no todos somos homosexuales.
Entonces repito, ¿por qué negarle a una pareja que consciente y responsablemente ha decidido adoptar a un niño? Ellos no tienen la "virtud" de reproducción y tienen que pasar el mismo proceso que cualquier tipo de pareja para poder adoptar a una persona que evidentemente necesita un hogar, necesita amor, necesita que alguien vea por el o ella.
Nadie los va a querer más que aquellas personas que hicieron todo lo posible para poder tener una familia, no como aquellos que hacen bebés y los tiran a la basura por que tienen ese "derecho y virtud".
Creo que entiendo que es necesario escuchar, eso siempre va ser algo valioso. creo que tambien su interpretación del conflicto de la circunsición y la incircunsión en la iglesia del primer siglo, no es tan aplicable al aspecto de la homosexualidad. tambien quiero decir que estoy totalmente de acuerdo que la homosexualidad no es una enfermedad, sería absurdo, y por otra parte sin responsabilidad moral, creo que la iglesia del primer siglo y la calidad moral de su lideres era un poco mejor que ahora, negarlo sería negar que la influencia de la presencia fisica Jesucristo Dios-Hombre tuvo impacto en la vida de los apostoles eso es absurdo afirmalo, pues no estariamos en ese debate si eso fuese cierto. por lo tanto afirmando que la calidad moral de los lideres es decir de los apostoles, es mejor que las de los lideres actuales, es decir papas, sacerdores y pastores. Me hace pensar, como es que en el primer siglo ambos bandos los judaizantes y los gentiles, estaban totalmente en condenar a la homosexualidad y todas las practicas sexuales fuera del matrimonio como pecado (separación espiritual con Dios), y hoy los lideres moralmente degradados, si tienen duda de aquello, algunos diran es que estamos avanzando en la sociedad, ja ja, tecnologicamente sin duda pero moralmente en absoluto.
Me gusto mucho su escrito Padre Raúl, y me hace pensar con gran fuerza nuestro deber de pensar en la manera de cumplir con el llamado del Espíritu y del Señor.
Yo creo que la discusión ha de partir, con razón de argumentos claramente elaborados. Primero desde la realidad del ser humano desde su ser. La ciencia puede aportarnos bastantes elementos.
Yo creo ante todo en la libertad humana en el amor y la necesidad de buscar nuestro camino con la mayor sinceridad que pueda existir. Ningún humano debe ser impedido a buscar en lo más profundo de su ser los movimientos que el espíritu le vaya presentando. Aunque ciertamente tienen que tener las limitaciones de su ser humano… aunque incluso pueda ser que al buscar termine yendo por caminos no tan humanos.
Ciertamente la homosexualidad es una realidad en cuanto a fenómeno, pero en cuanto a ciencia va demostrando que no es inherente, no es una cuestión de nacimiento… aunque también no podemos decir que es totalmente una elección.
¿Qué se les debe permitir el ser parte de la Iglesia y vivir en pareja? Si hay una busqueda en el amor, no veo por que no. Sin embargo, no creo que pudiera ser equiparable a la relación de matrimonio y, si quitamos el nombre, a la relación hombre y mujer. La atención que la familia nuclear necesita es delicadísima para el futuro de cualquier nación, país o incluso de la misma Iglesia. No hablo concretamente de la crianza, el amor o cuestiones comunes que un humano o grupo de humanos pueden dar desde su singular realidad. Sino que hablo del don de la procreación. Dejar descuidada a la familia como ha pasado en tantos países desarrollados, significa terminar por destruir el futuro. Los homosexuales, en todas sus grandes virtudes no pueden darnos algo que los heterosexuales dan y eso es reproducción. Este es un detalle que hasta los mismos homosexuales deberían poder valorar en las parejas heterosexuales y aplaudir.
¿Por que sino, de donde provendrá el futuro? ¿En la creación artificial de humanos? ¿En otorgar a alguien un hijo como si fuera el derecho a tener una mascota?
Los discernimientos siempre son tejidos finos, pero son tejidos que no pueden sacrificar unos a otros sino culminar en un amalgamiento sano, que nutra las relaciones.