Desde Nicaragua me ha llegado una interesante reflexión de los investigadores Peter Marchetti y René Mendoza. Refiere que la segunda Cumbre de la Tierra en Johannesburgo 2002 acabó con los acuerdos de Desarrollo Sostenible que se habían suscrito en la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro 1992. El Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC) presentó en 2013 las evidencias de ese fracaso en contener el cambio climático:
1) las emisiones entre 1992 y 2012 aumentaron en 1 grado+, superior a la edad preindustrial;
2) aún con acciones radicales de mitigación el planeta en 2025 llegará a 1.6+, luego, esos niveles de gases y calentamiento climático, sin importar las acciones que se tomen, no desaparecerán en 100 años;
3) sin acciones radicales de mitigación entre el presente y 2025, el aumento del dióxido de carbono (CO2) producirá un calentamiento climático de 2.0+ desde 2050 en adelante, y ese calentamiento no cambiará en por lo menos otros 100 años.
El capital encima de la ciencia y la ecología
La verdad es que el mal se agudizó con las decisiones tomadas en Johannesburgo 2002. Allí el capital venció a la ciencia haciendo incumplir la Convención Internacional sobre Cambio Climático y la Convención Internacional de Diversidad Biológica, suscritos por 178 países en 1992. En Johannesburgo, Estados Unidos y la Unión Europea condicionaron su participación en la Cumbre a su declaración bilateral de no renegociar los acuerdos alcanzados en Monterrey (México) sobre la Ayuda al Desarrollo, y en Doha (Catar) sobre libre comercio. En 10 años, el sueño de Río 1992 fue supeditado a las relaciones desiguales norte-sur y al comercio; en Johannesburgo, detrás de las cortinas de los ODM, se violentó el primer principio de la Cumbre del Río:«Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible.” Los mercados des-regulados gobernarían lo social, lo político y lo ambiental, sustituyendo así el corazón del cuarto principio de la Cumbre del Río:«Para alcanzar el desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente debe ser parte del proceso de desarrollo y no puede ser considerado por separado.»
Por eso sostienen Marchetti y Mendoza que en Johannesburgo emergió un nuevo paradigma para atender las crisis climáticas y ambientales: la alianza privada-pública supeditada a las transnacionales. La esencia de la desfiguración grotesca del cuarto principio yace en que sin cambiar las dinámicas de las empresas transnacionales de energía y de alimentos, esas empresas pueden proteger el ambiente bajo mecanismos de Pago por Servicios Ambientales (PSA); o sea, los mercados y los intereses individuales, y no las instituciones públicas, protegerían al ambiente. Más tarde, ese PSA evolucionó a programas de Reducción de Emisiones de Deforestación y Degradación de Bosques (REDD y REDD+) que usa incentivos mercantiles, fiscales y financieros para preservar la cobertura forestal. En consecuencia, aparecen empresas latifundistas verdes que acceden a los 30 billones de dólares comprometidos en Copenhague 2009 para 2010-2012; mientras iniciativas de bosque comunal en algunas reservas de Centroamérica, como la de Petén en Guatemala, se hallan empantanados en negociaciones interminables. Es decir, en el nuevo paradigma, el medioambiente es eso, “medio” del “desarrollo” gobernado por los mercados, donde se negocia el deterioro del ambiente para un capitalismo verde.
Los campesinos/as indígenas, una esperanza
Ante el cambio climático, que la IPCC confirmó como una amenaza para la misma sobrevivencia humana, una de las pocas señales de esperanza son las prácticas de las economías campesinas e indígenas, mientras EEUU, Unión Europea, Japón y China lidian con el cambio climático desde el capitalismo verde, y las empresas transnacionales dirigen ciertas reglas de control mundial.
Dicen Marchetti y Mendoza que hay cuatro rasgos fundamentales de las comunidades campesinas (integralidad, asociatividad, prácticas de mitigación, e institucionalidad con capacidad de resolver problemas ambientales) que constituyen una perspectiva alentadora y alternativa para enfrentar la crisis climática global.
Primero, los pueblos indígenas desarrollan una visión integradora que combina economía, ecología y lo social para enfrentar a una ciencia al servicio de una ideología ambientalista del capitalismo verde; esa ciencia que ve a las familias campesinas como “deforestadoras;” mientras en América Latina donde hay más árboles es en los pueblos indios mientras que donde no hay árboles es en haciendas ganaderas o plantaciones de monocultivo (caña, soya, girasol, maní, arroz, palma africana).
Segundo, el campesinado evita el individualismo porque se organiza en redes y cooperativas, semillas de la economía solidaria, que se contraponen a la ideología del ‘descarte’ de organizaciones cooptadas por el mercado que ven a las familias campesinas como “individuales”, a sus fincas como “rubros” y a sus miembros como “mozos.”
Tercero, en lucha contra el deterioro ambiental, los pueblos indios diversifican sus cultivos, trabajan agricultura orgánica, protegen ojos de agua, asocian y rotan cultivos, combinan actividades agropecuarias y no agropecuarias, y organizan turismo comunitario; con estas prácticas aseguran la alimentación familiar y escalonan ingresos; y con todo esto resisten al sistema que mercantiliza la tierra y lo que hay en ella, maniobra las leyes ambientales y les despoja de sus tierras, organizaciones y de sus identidades.
Cuarto, la institucionalidad tradicional (fajina, mano vuelta, esquilmo, tequio) de relaciones de colaboración entre las familias resiste a la institucionalidad del mercado que las mercantiliza.
Donde hay bosque en América Latina hay pueblos indígenas, y en sus fronteras hay, y ha habido, violencia transnacional para acabar con esos bosques. Urge acercarnos a la gestión colectiva de los pueblos sobre sus recursos (árboles, bosques, agua…), entender los enfoques que los tienen los pueblos y estudiarlos para aprender de ellos. No resolveremos la crisis ambiental y climática con el mismo pensamiento (liberalismo y neoliberalismo) que la creó, sino con nuevas ideas partiendo de la vía campesina e indígena y recuperando la centralidad del ser humano. Y eso sólo lo podemos aprender de los pueblos indígenas. En la Escuela U Yits Ka’an lo sabemos… y en ese camino andamos.
* Peter Marchetti es asesor de la Universidad Rafael Landívar, y René Mendoza V. (rmvidaurre@gmail.com) es colaborador de Fundación Vientos de Paz (www.peacewinds.org)
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