Iglesia y Sociedad

Julio: el centenario

27 Ago , 2014  

Permanencias
Hay permanencias que se salen de los controles. Seguramente así lo pensaría Julio ahora que se cumple el centenario de su nacimiento. Permanencias que no tienen explicaciones racionales: se le ha declarado literariamente muerto, se ha hecho mofa de quienes seguimos cultivando su memoria literaria, se ha anunciado cada determinado tiempo la aparición de la novela que sustituye a Rayuela, se ha decretado la extinción de los escritores del boom, con Julio a la cabeza… pero Cortázar se niega a morir. Como los verdaderamente grandes, el autor de Queremos tanto a Glenda resucita una y otra vez: que si el no sé qué número de aniversario de Rayuela, que si el capítulo 7 leído en voz del mismo Julio se puede encontrar ya en Youtube, que si el cronopio escribía “alrevesado”, que si la aparición de algunos escritos que Julio no alcanzó (y a la mejor ni quiso) publicar… una y otra vez el perpetuo renacedor. Y después de cincuenta años Rayuela sigue estudiándose en las universidades y, lo que es mejor, sigue siendo leída por innumerables jóvenes de todo el mundo. A cien años de su nacimiento, Julio Cortázar, el escritor perpetuamente niño, el constructor de fantasías, sigue, a pesar de sus admiradores y detractores, más vivo que nunca.

El cuarto de un fan
La entrada a la oficina muestra un espectáculo inusual. Uno no se asombra de ver las fotografías de Monseñor Romero, del Ché o de Samuel Ruiz. Es una iconografía de esperarse. Pero voltea uno a la otra pared y descubre una gran fotografía en cuatro tiempos: foto uno, Cortázar joven e imberbe, con un cigarrillo en la boca; foto dos, Julio flaco y languirucho, de traje y corbata (probablemente en la misma fecha de la primera fotografía), apoyado en una descascarada pared mientras era, todavía, maestro de escuela en alguna provincia rural de Argentina; foto tres, Julio de nuevo, con el cigarro en la boca, pero esta vez con la barba abundante y la mirada perdida en el infinito, como emergiendo de una planta silvestre que dibuja sus ramas al fondo de la fotografía; foto cuatro, Cortázar, otra vez, de nuevo, pero en una de sus últimas fotografías, cuando ya cargaba la tristeza de la muerte de Carol Dunlop y, probablemente, el conocimiento de su propia enfermedad.
A pocos metros de la cuádruple fotografía se encuentra otra imagen: es un póster publicado bajo el patrocinio de Alfaguara a los 30 años de la aparición de Rayuela, con la caricatura de Cortázar dibujada sobre el capítulo 7 de Rayuela pergeñado en letra manuscrita. Está firmado por Arroyo y está fechado en el año de 1993. Con trazos cuadrados y angulares, el rostro del eterno cronopio tiene los ojos bien abiertos y el borde superior del suéter destaca al inicio de su largo cuello. Detrás de la imagen alcanza a leerse: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…” y así hasta terminar el célebre capítulo que muchos, a fuerza de leerlo, nos aprendimos de memoria en nuestros tiempos de estudiante.
Todo no sería más que pantalla esnob si el fan, al mismo tiempo, no tuviera en los anaqueles de su biblioteca toda la obra de Julio, desde Los Premios y sus cuentos completos, hasta Rayuela y sus trepidantes Último Round y La Vuelta al Día en Ochenta Mundos. Y lo más inusual: el fan los relee religiosamente, con la misma pasión y contumacia con las que escucha los discos de Silvio (también la colección completísima) o visita con regularidad los libros de la Biblia.

La isla perdida
Es la premiación del Concurso Nacional de Cuento Beatriz Espejo en su versión 2007 en una de las sedes del Ayuntamiento de la Mérida de Yucatán. El que habla desde el estrado es el concursante que no pudo alcanzar el premio y hubo de conformarse con una mención honorífica. En su discurso pondera las razones por las cuales escribe. Antes de terminar menciona la sobada pregunta dirigida a todo lector: ¿qué libros escogerías para llevarte si tuvieras que irte a vivir a una isla desierta? El aspirante a narrador dice que se llevaría los cuentos completos de Julio Cortázar, en la versión de Alfaguara, de ser posible. Termina el discurso que, acaso, ha pecado de solemnidad. Interviene la escritora cuyo nombre lleva el concurso para decirle: yo voy a regalarte esa edición. El aprendiz de cuentista la escucha complacido y esperanzado. El regalo no llega nunca. Pero no importa, el narrador diletante ha encontrado otra edición de los cuentos completos de Cortázar que le gusta más: aquella ordenada por el mismo Julio y dividida en tres tomos que agrupan todos sus relatos cortos. Y más barata. Ya puede irse a su isla desierta.

 


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