El 8 de julio de 2013, a pocas semanas de haber sido nombrado Papa, Francisco realizó su primer viaje. Puesto al frente de una iglesia que a duras penas iba saliendo de una de las más grandes crisis de su historia, motivada en gran parte por el escándalo de Marcial Maciel, el pederasta fundador de los Legionarios de Cristo, Francisco era consciente del simbolismo que la historia atribuye a los primeros gestos públicos del papado. Decidió que su primera salida sería para ir… ¡a Lampedusa!
Lampedusa (wikipedia dixit) es la mayor de las islas del archipiélago de las Pelagias en el mar Mediterráneo. Se encuentra a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de Túnez siendo el territorio italiano ubicado más al sur. Política y administrativamente pertenece a Italia, pero geográficamente pertenece a África puesto que el lecho marino entre ambos no excede los 120 metros de profundidad… ¿qué iba a hacer el Papa en esta desconocida isla italiana? se preguntaron muchos… Lampedusa empezó a ser noticia internacional en años recientes, gracias a un sinnúmero de tragedias ocurridas en sus costas. Es uno de los principales puntos de entrada para inmigrantes que, procedentes de África, Medio Oriente y Asia, pretenden llegar a costas europeas. Así que el gesto papal adquiría un hondo significado simbólico: Francisco quería comenzar su ministerio, más allá de las fronteras vaticanas, enfrentando uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo: la migración.
No resisto compartirles algunos de los conceptos vertidos por el Papa en esta visita: “Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor… “¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios!… “¿Dónde está tu hermano?”. ¿Quién es el responsable de esta sangre? En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha matado al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna, Señor”. ¡Todos y ninguno! También hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?”. Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!…”
Hasta aquí la cita del Papa. Pues bien, la tragedia que viven las personas migrantes no es un asunto solo de esos rumbos. Entre nosotros, tal tragedia ha sido denominada holocausto por quienes viven y trabajan para auxiliar a los migrantes. El paso de miles de migrantes centroamericanos que cruzan México para llegar a las fronteras del país del norte se ha convertido en un infierno en el que, a la indiferencia señalada por el Papa, se ha unido el secuestro, la extorsión, la trata de personas, la desaparición, el asesinato…
En ocasión de la conmemoración de los cuatro años de la masacre de san Fernando, Tamaulipas, en la que perdieran la vida 72 personas migrantes en un asesinato colectivo perpetrado por el cartel de Los Zetas en agosto de 2010, la Casa Hogar para Migrantes “La 72” –denominada así justamente para que la espantosa masacre nunca se olvide– situada en Tenosique, Tabasco, organizó la celebración de la Eucaristía en el borde fronterizo entre México y Guatemala. Ya la prensa ha dado noticia de la oposición de las autoridades del tristemente célebre Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano que obligaron a Fray Tomás González, director de “La 72” y al Obispo de Tabasco, Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López, a tener que solicitar permiso del lado guatemalteco (que, inmediatamente lo concedió) para poder celebrar la Eucaristía. Una vergüenza pública más para ese instituto, uno de los principales obstáculos para una migración digna, que bien haría en reformarse radicalmente o desaparecer.
Lo que, en cambio, no muchos saben, es que tal acción del INM provocó una comunicación solidaria… ¡de Roma! Por eso les comparto con entusiasmo la carta enviada al Obispo de Tabasco por el Cardenal Antonio María Veglió, presidente del Pontificio Colegio para los Migrantes e Itinerantes, en la que deplora lo ocurrido y manifiesta la solidaridad de este organismo pontificio hacia las personas que en la iglesia trabajan por la vida y el bienestar de los migrantes. Les comparto la carta íntegra:
Ciudad del Vaticano, 28 de agosto de 2014
Prot. N. 7867/2014
A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Gerardo De Jesús Rojas López
Obispo de Tabasco, México
Excelencia Reverendísima,
He sabido que ayer, cuando se disponía a celebrar una Misa dedicada a los emigrantes, en la frontera entre su diócesis, Tabasco, y el Vicariato apostólico guatemalteco de El Petén, los agentes del Servicio de Aduanas y del Instituto Nacional de Migración de México le han impedido realizarla. La Providencia ha querido que la celebración pudiese con todo desarrollarse en el territorio fronterizo de Guatemala.
La iniciativa tenía un carácter profundamente pastoral y, por lo tanto, deseo expresarle la cercanía espiritual de este Consejo, que es la voz de la Santa Sede para extender a todas las áreas del mundo afectadas por los flujos migratorios el llamamiento del Santo Padre Francisco a no resignarse a la “globalización de la indiferencia”.
De hecho, usted quería recordar en la celebración de la Eucaristía la masacre de 72 emigrantes centro y sudamericanos, perpetrada en agosto de 2010 en San Fernando por el cártel narcotraficante de los Zetas. Junto a aquella matanza, además, no podemos olvidar que desde 2009 hasta 2011 más de 20.000 emigrantes han sido secuestrados en el área de su diócesis fronteriza, por no hablar de todos aquellos que han caído en la red de los traficantes y de los miles de hombres, mujeres y los niños que han perdido la vida.
Tampoco podemos ignorar que se están intensificando las operaciones para impedir que los emigrantes suban en el tren de carga conocido como “La Bestia”, obligándoles de hecho a elegir rutas alternativas y de mayor riesgo para alcanzar los Estados Unidos de América.
¿Cómo no pensar también en todos aquellos que, en diversas partes del mundo, se ven obligados, por la miseria o por la persecución, a cruzar las fronteras de su patria en busca de una vida humanamente digna? ¿Cómo no recordar los más de 20.000 emigrantes que han muerto tratando de cruzar el mar Mediterráneo para llegar a la Unión Europea? ¿Y a todos los que huyen de países africanos y asiáticos, donde enfurecen guerras y persecuciones, para llamar a las puertas de Australia? Y justamente en estas últimas semanas, ¿cómo cerrar los ojos ante hechos violentos y trágicos, que golpean a las minorías en las regiones de Oriente Medio, donde los cristianos que están huyendo son crucificados o decapitados y sus cabezas son levantadas como trofeos?
El listado de características que acompañan hoy a las migraciones es impresionante: abusos de autoridad y de toda clase, violaciones de las personas y de sus derechos fundamentales, explotación, extorsión, hambre, atracos, robos, mutilaciones, dolor, muerte. Los éxodos que actualmente sacuden diversas zonas del mundo son una denuncia abierta de la decadencia de las instituciones y, peor aún, de la pérdida del sentido auténtico de la humanidad, donde la inicua distribución de los recursos y el acaparamiento egoísta de los bienes se han convertido en objetivos prioritarios con respecto a la respuesta a las emergencias humanitarias.
En este escenario, la tarea de la Iglesia es cada vez más difícil, pero no se detiene y no se asusta. También nosotros nos unimos a la voz del Santo Padre para lanzar un apremiante llamamiento a las instituciones nacionales, a las internacionales y todos los creyentes para que se intensifiquen las iniciativas de oración para encontrar los caminos justos que conduzcan a la convivencia pacífica de los pueblos; invitamos al diálogo y a la negociación para detener a los violentos y a los agresores; solicitamos la apertura de canales humanitarios para facilitar la ayuda a los refugiados y, en definitiva, recomendamos la adopción de normativas adecuadas, locales y supranacionales, que regulen los flujos migratorios en el respeto y en la promoción de la dignidad humana de los individuos y de los miembros de sus familias.
Por lo tanto, manifiesto todo mi apoyo a los esfuerzos de Su Excelencia, de sus colaboradores y de todas las personas de buena voluntad que no están dispuestos a permanecer ciegas y mudas ante las tragedias que lamentablemente afectan a nuestro tiempo. Le aseguro mi cercanía espiritual y la total comunión de sentimientos e intenciones.
Antonio Maria Card. Vegliò
Presidente
+ Joseph Kalathiparambil
Secretario
(Escucho, al golpear la última tecla, la pregunta de mis cinco lectores y lectoras: ¿Qué no hay en el Episcopado Mexicano una comisión que atiende los asuntos de los migrantes? ¿Dijeron algo los obispos mexicanos?… Respondo: Hay un organismo llamado “Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana”, perteneciente a la Comisión Episcopal de Pastoral Social y tiene al frente a Mons. Guillermo Ortiz Mondragón. Tendrán el XV Encuentro de Pastoral de Migrantes del 16 al 19 de septiembre de 2014, justamente aquí en Mérida, Yucatán. Espero de esta reunión pronunciamientos tan claros y contundentes como los del Papa y sus auxiliares en este campo)
P. Raúl gracias por su excelente artículo y efectivamente esperamos mucho del próximo Encuentro Nacional de Movilidad Humana… Sobre todo acciones reales en favor de nuestros hermanos migrantes… Saludos