Iglesia y Sociedad

Tercera cuita: El encajuelado

28 Jun , 2024  

Aurora se sacude la orla de su vestido azul oscuro. Siente que la misma silla de madera la mancha de sólo tocarla. Nunca había estado tan descontenta como ahora, a punto de salir de la sala del Juzgado. A su lado tiene a Margot, su cuñada. Aurora desea que todo termine pronto. Se dispone a firmar los papeles que le ofrece el empleado de rostro pálido que tiene el traje desaliñado y los puños de la camisa sucios. Como todos los empleados del gobierno, piensa Aurora, éste es sólo un triste personaje de una obra que no entiende.

Margot hurga en su bolso hasta encontrar una pluma que sí escriba. El rostro de Aurora dibuja una mueca ante el compungido gesto del empleado de rostro pálido. ‘Siempre me roban las plumas, señito. Y aquí, el jefe prefiere que escribas con el dedo antes de soltar un quinto para las cosas de la oficina’. Aurora pone la mirada perdida como si no quisiera escuchar. Toma la pluma que le ofrece Margot y escribe su nombre las dos últimas veces, en original y copia.

Marcelino salió aquella noche sin decir nada. No era nada extraño. Las relaciones entre Aurora y él se habían deteriorado a los pocos años de matrimonio. La causa parecía ser la incapacidad de la pareja de tener hijos. Como si quisiera encontrar algo en qué distraer sus ganas de paternidad, Marcelino se había aficionado a las cosas más raras del mundo: organizaba carreras de perros entre los vecinos, coleccionaba colillas de cigarros raros y se compraba cuanta alpargata veía en los aparadores. En los últimos meses se le metió en la cabeza el asunto de la casa en la playa y, aunque la economía familiar no era boyante, el hecho de no tener hijos ni estar atado a los vicios le permitió a Marcelino conseguir una casa sencilla y a bajo precio en el puerto de Chuburná, a sólo una esquina de la playa de arenas blancas.

Ya sabes que a mí no me gusta el puerto, le reclamaba Aurora cada vez que lo veía salir hacia Chuburná en la desvencijada camioneta que Marcelino se había empeñado en comprar, además del automóvil que tenían. Marcelino hacía más de una hora de camino, a pesar de que el puerto distaba solamente unos 30 kilómetros, porque siempre llevaba un cargamento de bloques y cemento y porque la camioneta estaba tan vieja que no levantaba más de los 60 kilómetros por hora.

En esta ocasión, la locura de Marcelino sobrepasaba todas las obsesiones anteriores. No solamente había comprado la casa de la playa en contra de la voluntad de Aurora, sino que había decidido remodelarla él solito. Solamente requirió de un maestro de obras que le hiciera los planos y visitara la obra una vez a la semana: era el mismo Marcelino quien llevaba el material, él quien trabajaba pegando los bloques y los ladrillos, él quien regresaba del puerto a la casa de la ciudad con una sonrisa cubriendo su cansancio, haciéndolo detestable para Aurora.

La casa de la playa fue motivo de muchos pleitos conyugales. Aurora le reclamaba a Marcelino que estuviera malgastando en esa casa lo que podrían mejor estar ahorrando para la vejez de los dos. Marcelino replicaba que la casa iba a ser para ella, que el terreno sería puesto a su nombre cuando se hicieran las escrituras, pero Aurora no cesaba en sus ataques: ¡para qué carajos quiero yo una casa en el puerto, si sabes que no me gusta el mar!

Un día Marcelino acalló sus protestas. Eran las cuatro de la tarde cuando, a la vuelta de su trabajo, Marcelino encontró a Aurora leyendo un cuadernillo de Fuller. Silenciosamente se acercó a ella por la espalda y deslizó sobre la mesa un sobre. Aurora lo miró extrañada mientras él le decía meloso: es una sorpresa para la mujer más linda del mundo. Aurora hizo una mueca de orgulloso fastidio y abrió el sobre. Dentro venía una póliza de seguro. Marcelino había comprado un seguro de vida por 20 millones de pesos. Lo iré pagando poco a poco, le dijo con voz segura Marcelino, así ya no te quejarás de que dedique tiempo y dinero a la casa de la playa. Cuando Aurora levantó el rostro y se quitó los lentes, Marcelino alcanzó a notar una sonrisa de satisfacción. Ella le dio un beso en la mejilla.

Margot pasaba largas temporadas en casa de su cuñada Aurora y de su hermano Marcelino. Cuando alguien mencionaba su estado civil, Margot siempre acotaba: ‘soltera, así es, no solterona, porque las solteronas son las que quisieron casarse y no pudieron. A mí, en cambio, me sobraron novios dispuestos a casarse conmigo. Soy soltera y no solterona porque yo decidí no casarme. Y cuando veo a mis amigas cuidando borrachos siento que tomé la decisión correcta. No me arrepiento: con el cariño de mi hermano y de mi cuñada me basta’. Tal era la presentación de Margot que dejaba sin habla a quien se le hubiera acercado con buenas intenciones.

Margot vivía sola en su departamento desde que sus padres murieron, pero Aurora le había insistido a Marcelino que hiciera construir un cuarto más en la casa, para que Margot pudiera venir cuando quisiera. Y es que entre Aurora y Margot se había desarrollado una relación muy estrecha. Ambas detestaban la mediocridad de Marcelino y eran aliadas en las batallas en su contra. La idea del seguro de vida había sido de Margot; y el hecho de que Aurora no lo supiera hacía crecer en la hermana de Marcelino un sentimiento de escondida complicidad y de entrega heroica.

Margot era una piadosa católica y no dejaba que pasaran quince días sin ir a confesarse con el padre Zacarías. Desde que bajó de Dzan y llegó a esta colonia de clase media en la capital, el padre Zacarías se había vuelto amigo cercano de Margot y confidente de sus más íntimos secretos.

Margot se asustó mucho la noche en que Aurora entró llorando a su cuarto a las seis de la mañana: ‘Marcelino no vino a dormir en toda la noche. ¡Quién sabe dónde se habrá ido! Es la primera vez que no duerme en casa’. Margot pretendió consolar a Aurora, fundiéndose con ella en un abrazo y haciendo subir y bajar su mano por su espalda, en aquella caricia íntima que repetían frecuentemente a solas y que sellaba su amistad inquebrantable. Ya volverá, musitaba Margot a los oídos de Aurora mientras deseaba lo contrario, ya volverá.

Margot tenía hacia Aurora un fuerte sentimiento de gratitud porque le permitía acariciarla en la semioscuridad de su cuarto y porque, no pocas veces, había encontrado en ella una respuesta ardiente. El padre Zacarías sabía de esos momentáneos desvaríos que Margot iba a confesar tan pronto ocurrían y, conocedor de los agobios de la familia, la tranquilizaba invitándola sólo a tener cuidado en no sobrepasarse en las muestras de cariño. El amor no está nunca prohibido, sentenciaba el padre, pero en todo hay que tener medida. Pero Margot le estaba agradecida a Aurora, sobre todo, porque no reparaba en su pequeñez y porque vestía tan bonito que cuando Margot la veía, hasta se le olvidaba que a ella ninguna ropa le quedaba bien.

Esa mañana, Marcelino se había subido temprano a la camioneta. A puro pulso había cargado diez sacos de cemento y cinco de cal. Ya en la carretera, después de rezar un padrenuestro para el buen camino, encendió la radio para escuchar los últimos minutos de la programación nocturna. ¡Nos vemos, madrugadores!, decía al despedirse el locutor de voz quebrada y aguardentosa. A Marcelino le gustaba ver el amanecer desde la camioneta, camino a la playa. Le daba una cierta sensación de libertad que no había conocido antes.

Desde la tarde anterior había llevado a la playa a Timoteo, un tabasqueño como de cincuenta años al que se había encontrado en la Plaza Grande solicitando trabajo. ‘En lo que sea, señor –contestó Timoteo a Marcelino cuando éste le preguntó si podía trabajar en la construcción de una casa– créame que no estoy para desperdiciar la chamba’. Después de acordar que Timoteo se quedaría desde esa misma noche a dormir en la obra, Marcelino lo había trasladado a la casa a medio terminar, y ahí le había dado instrucciones. Después volvió a su casa de Mérida donde durmió al lado de su esposa, como siempre, sin tocarla.

La luz del sol saliente comenzó a calentar la carretera. Marcelino aceleró la marcha. Cuando llegó a la casa de la playa, Timoteo estaba ya preparando la mezcla. Marcelino lo llamó para entregarle una camisa limpia y un pantalón de marca. ‘Para que en la noche nos vayamos a Mérida a tomar juntos un trago’, le dijo a Timoteo. El tabasqueño le dio las gracias con el rostro lleno de extrañeza y volvió al trabajo.

A las siete de la noche, Marcelino salió del baño. Timoteo ya estaba enfundado en la camisa a cuadros y en el pantalón que Marcelino le había dado. Era sorprendente lo bien que le quedaba y hasta parecía que las prendas habían sido cosidas especialmente para él. A ver, ponte de espaldas para medirnos, le dijo Marcelino a Timoteo. Pegados espalda con espalda Marcelino se dio cuenta de que medían lo mismo y tenían el mismo tipo de cuerpo. Bueno, a los cincuenta años todos medimos y pesamos lo mismo, dijo Marcelino al separarse de Timoteo. Y ya vámonos, que pa’ luego es tarde.

Mientras viajaban a Mérida, Timoteo le contó a Marcelino parte de su vida. Cómo había quedado viudo y sin hijos desde hacía más de cuatro años y cómo se trató de curar la soledad viajando de un lado a otro, sin rumbo fijo. Su futuro, desde que se había quedado sin esposa, consistía solamente en buscar el pan de cada día. Lo demás era ganancia. Marcelino lo escuchaba un tanto compadecido. Y luego dicen que más vale solo que mal acompañado… No es cierto, porque sólo escuchar a Timoteo le arrugaba el corazón a Marcelino. Aurora era canija, es cierto, ¿pero no es consolador llegar a una casa en la que sabes que siempre habrá alguien? ¿Cómo se puede vivir así, a salto de mata y sin nadie, como vivía Timoteo?

Cuando llegaron al periférico, Marcelino no entró a Mérida, sino que se desvió hacia el poniente. Llegaron a una de esas cantinas nocturnas que se encuentran en todas las periferias de las ciudades de provincia. Trago y mujeres, para que mañana duermas hasta tarde, que al fin te lo has ganado, dijo Marcelino. Timoteo sonrió mostrando los dientes. No salieron del bar sino hasta pasadas las dos de la madrugada. Timoteo había tomado mucho, mientras que Marcelino prefirió entretenerse con una de las bailarinas que le hizo un téibol dans. Sólo cuando, al calor de la borrachera, el albañil sacó a bailar a una de las muchachas, Marcelino se fijó en que Timoteo bailaba igualito que él. Por un momento le pareció que se estaba mirando a sí mismo. Este hijo de la chingada es mi doble, pensó, mientras una extraña idea se le colaba por entre las rendijas de la mente.

A la salida del bar, Marcelino ayudó a Timoteo a subirse a la camioneta. ¡Con el otro pie, cabrón, que te vas a caer!, le decía mientras lo empujaba para subirlo, casi cargándolo. Ya arriba los dos, Marcelino condujo hasta el solitario estacionamiento en el que solía dejar su otro coche, a media cuadra de su casa de Mérida. Sería una locura viajar al puerto en estas condiciones, pensó. Abrió el candado y metió la camioneta en el estacionamiento. Estando Timoteo semidormido, y para que descansara mejor, tuvo que cargarlo para pasarlo de la camioneta al asiento trasero del otro coche. Aquí podrá dormir más cómodo. Al cabo que es solo esta noche.

Fue entonces que lo del seguro de vida retumbó en su memoria y tomó forma final en su cabeza. Debía matar a Timoteo, al fin que nadie lo buscaría. Debía desfigurarlo y meterlo en la cajuela. Después Marcelino desaparecería y, sólo pasados varios meses, después que el cadáver fuera encontrado y el seguro cobrado, llamaría por teléfono a Aurora para contarle la verdad de las cosas.

Allá mismo en el estacionamiento, Marcelino encontró un martillo grande y un soplete. Los metió en la cajuela de su coche, mientras Timoteo roncaba en el asiento trasero. Marcelino condujo hasta una salida de la ciudad y allí, después de depositar al borracho a la vera del camino y alumbrado sólo por la luna, descargó en la cabeza de Timoteo quince martillazos. Cuando se hubo asegurado que estaba muerto, envolvió la cara del difunto con una toalla que encontró en la cajuela y, después de rociarla con gasolina, le prendió fuego. Tuvo que apagarlo aceleradamente cuando oyó el ruido de un carro que se acercaba. Fue falsa alarma: las luces del carro pasaron de largo y, después de unos minutos, Marcelino salió de su escondite y descubrió el rostro quemado de Timoteo. Estaba irreconocible. De todas formas, le aplicó unos cinco martillazos más en la frente y los pómulos y lo colocó, ensangrentado, en la cajuela del coche. En el brazo izquierdo le colocó el reloj que tenía grabado su nombre bajo la carátula. Después de cerrar la cajuela, hizo un hueco en la tierra para esconder el martillo y el soplete. La luna estaba preciosa y Marcelino se detuvo un momento a contemplarla.

Debajo del asiento trasero, llevaba siempre un maletín con una muda de ropa limpia, por aquello de los viajes imprevistos. La sacó y se cambió. Con la ropa sucia limpió la parte externa de la cajuela, cuidando que no quedara rastro alguno de sangre. Puso la ropa sucia y manchada de sangre en el maletín, subió al coche y salió a la carretera. Encendiendo un cigarrillo, comenzó a alejarse del lugar.

Margot fue la primera en saberlo. Al día siguiente de haber descubierto el cadáver en el estacionamiento de un concurrido centro comercial, la policía había reparado en el nombre grabado en el reloj y había localizado a los familiares. Como Aurora no estaba en casa, Margot fue la que recibió la visita del ministerio público. No se había logrado averiguar nada del asunto, pero el cadáver estaba listo para ser identificado. Aurora quedó atónita al saberlo, pero no derramó ninguna lágrima. Vestida de riguroso negro, acudió al cuarto frío para identificar a su marido. Estaba irreconocible, pero vestía la ropa que ella misma le había regalado. El reloj era también de Marcelino, aunque a Aurora le extrañó que el documento oficial señalara que tenía el reloj en el brazo izquierdo. Marcelino lo llevaba siempre en el derecho. ‘¿Por qué lo voy a usar donde lo usan todos?’ solía decir cuando alguien le hacía un comentario a propósito.

El duelo fue rápido, porque Aurora no quiso avisar a nadie. Después de la cremación, las cenizas fueron depositadas en una cripta que Marcelino había comprado hacía unos años. Fue Margot la que le recordó a Aurora el asunto del seguro. La compañía puso algunos reparos porque no se había podido certificar la autenticidad del cadáver antes de la cremación, pero los papeles de la defunción estaban en regla. La entrega del dinero sería en unas pocas semanas.

Al devolver la pluma a Margot, Aurora recuerda el momento en que el director del ministerio público le mostró a Marcelino detrás de la reja. Con rabia miró los ojos abiertos y llorosos de su marido, detuvo su mirada en el moretón que llevaba en el pómulo izquierdo y, se fijó que, por primera vez en mucho tiempo, lo encontraba correctamente rasurado. ¡Coño!, pensó en aquel momento, si no es tan feo el hijo de la chingada. La voz de Marcelino sonó lejana: ‘Fue solamente una ocurrencia para que estuvieras contenta’. Desde ese momento se prometió a sí misma no visitar jamás a su marido en la cárcel, ni un solo día de los 30 años que seguramente habría de recibir por el delito de homicidio calificado.

Aurora vuelve de sus pensamientos justo en el momento en que una mujer policía le devuelve su bolso. Entonces se levanta del asiento, vuelve a sacudir la falda azul oscura y encamina sus pasos hacia la puerta que derrama sol. Lleva la mirada erguida, pero siente las entrañas hinchadas de una rabia que nunca había conocido sino hasta el momento en que supo que Marcelino había sido descubierto en un escondite. Lo deseaba muerto, sí muerto. Eso no es un delito, le había dicho su abogado mientras Aurora preparaba su declaración, puede constar en actas si usted así lo desea. Cuando Aurora puso un pie en la calle, sintió que su sueño quedaba definitivamente roto. Como una bofetada recibió el aire caliente y dejó que el sol se le metiera por todos los poros de la piel. Hasta después de avanzar cincuenta metros cayó en la cuenta de que Margot lloraba mientras caminaba silenciosamente detrás. La hermana de Marcelino sollozaba sintiendo la urgente necesidad de contarle al padre Zacarías toda esta revoltura de acontecimientos. Nadie volvió a acordarse del encajuelado.

Iglesia y Sociedad

Segunda cuita: Sagrada Familia

14 Jun , 2024  

Un cuento y dos relatos breves derivados

Va corriendo hacia la iglesia. Por el camino, la gente la saluda: “Buenas tardes, Sagrada”, “Adiós, Doña Sagrada” y, hasta los niños corean “Tardes, mam” cuando ella pasa. Pero Sagrada no piensa ni siquiera en contestar. Tiene prisa y debe llegar a la iglesia antes que el padre Zacarías salga de viaje a alguna de las haciendas que visita por las tardes.

El vestido de Sagrada es albo y raído, ancho como todos los hipiles, y parece flotar encima de su delgadez. Tercia el rebozo sobre el hombro izquierdo, mientras quisiera correr para alcanzar más pronto la iglesia. Un sudor frío corre por su frente y por la parte trasera del cuello, convirtiéndose en gruesas gotas allí donde comienza el complicado zorongo que suelen hacerse las mestizas yucatecas.

Oye resonar su nombre en los saludos que le dirigen mientras camina, y le gusta. Nadie más se llama como ella en el pueblo. Los padres le pusieron el nombre que traía el calendario el día en que ella nació, ‘para que el santo no se ofenda’. El asunto es que Sagrada nació un domingo de diciembre que venía marcado en el calendario como día de la Sagrada Familia. Sus padres preguntaron al señor de enfrente, que sí sabía leer, qué nombre había traído la niña. Don Jacinto, que así se llamaba el vecino, leyó con mucho trabajo: Sssagraaada Faammmiilia. El encargado del registro civil ni siquiera pestañeó: estaba acostumbrado a nombres aún más raros en el pueblo. Los padres salieron felices del local del registro con un papel que señalaba que la niña recién nacida se llamaba Sagrada Familia Pech Xool. A Sagrada le gustaba su nombre, sí señor.

Sagrada es muy apreciada en el pueblo. Le tocó mala suerte, suelen decir las otras mujeres cuando piensan que Sagrada fue una mujer muy bonita y tuvo muchos pretendientes. Los problemas comenzaron para ella cuando, a la edad de 15 años, comenzó a pretenderla Celedonio. Celín, como todos lo llamaban, era un hermoso ejemplar de varón maya: hombros anchos, piernas delgadas, pero musculosas, brazos fornidos y manos de ordinarios nudos y callos. Celín era bueno y trabajador, hasta que comenzó a juntarse con los muchachos del mercado. Allá, Celín aprendió a tomar y a quedarse tirado por las noches, mientras su mamá vagaba con lágrimas en los ojos por las calles del centro del pueblo, buscando a su hijo.

Y es que Celín le daba a su mamá sus buenos sustos. Una vez, borracho, Celín se subió a una moto. Quién sabe quién se la prestaría. El caso es que no pudo controlarla y se enganchó con un camión repartidor de Pan Trevi. Nadie puede explicarse qué paso, pero Celín fue arrastrado por varias calles sin que el chofer del camión se diera cuenta. El resultado: muchas costillas rotas y una cicatriz en la sien derecha, que se pierde dentro de sus cabellos.

Cuando empezó a enamorar a Sagrada, Celín pareció cambiar un poco, pero era sólo calentura de enamorado. Lo malo fue que Sagrada supo desde el principio que su suerte era casarse con Celín. Ya vislumbraba lo mucho que sufriría, pero hay cosas de la vida que uno no entiende, y el cariño que sentía por Celín era una de ellas.

Sagrada no tardó en tener los cuatro hijos, dos niñas y dos varones, que Dios le dio. Celín volvió a las andadas y después de trabajar duro como albañil en Mérida llegaba al pueblo el fin de semana para beberse en la cantina todo lo que había ganado en la chamba. Estirando y aflojando, Sagrada administraba lo poco que el trago le dejaba. Tuvo que comenzar a trabajar para vestir a sus hijos, porque lo que la borrachera de Celín dejaba, apenas si le alcanzaba para mal comer; así que Sagrada torteaba ajeno. Para eso tenía muy buena mano, y muchas señoras del pueblo le encargaban sus tortillas, parte para ahorrarse el trabajo, parte para ayudar a Sagrada a sacar lo suficiente para su diario.

Ahora que, presurosa, Sagrada toma el caminito que conduce a la plaza principal y a la iglesia del pueblo, se pone a pensar que tiene ya 27 años de casada. La hija mayor, Eduviges, escapó con su novio cuando tenía quince años y se fue a vivir a otro pueblo. No ha vuelto a visitarlos desde hace mucho tiempo. Algunos vecinos dicen que la han visto por el pueblo, pero solamente visita la iglesia, sin pasar a saludar a su familia, y se regresa enseguida a su pueblo. Es Sagrada la que va a visitarla de cuando en cuando. El hijo mayor, Santiago, ya trabaja en el expendio de hielo y ayuda a Sagrada con los gastos de la casa. Y los dos chamacos menores, Melchor y Pilarcita, salen por las tardes para ofrecer panuchos y unas deliciosas cremitas que Sagrada aprendió a hacer cuando vinieron las señoras del DIF a dar clases de repostería al palacio municipal; ambos estudian por las mañanas y, por las tardes, ayudan a su mamá en sus tareas y ventas.

Celín no cambió nunca. Sagrada tuvo solamente cuatro hijos porque un día decidió negarse a soportar a Celín cuando, con aliento de borracho, llegó de la calle, necesitado de mujer. Celín le pegó, pero ella no cedió esa noche. Al día siguiente por la mañana, mientras Celín desayunaba, Sagrada le dijo que no volviera a intentarlo nunca, porque era capaz de matarlo. Celín le dijo que estaba loca, pero no pudo evitar ver la decisión casi asesina que brilló por un momento en los ojos de Sagrada. Se lanzó todavía más al vicio y se ganó a pulso el odio y el desprecio de Sagrada, pero nunca más trató de tocarla por las noches.

No eran pocas las veces que Celín terminaba durmiendo en las calles con una botella vacía entre las manos. Al principio, los hijos iban por él para traerlo a dormir a la casa, pero dejaron de hacerlo aquella noche en que Celín, delante de ellos, le pegó con saña a su mamá y destrozó las puertas de un ropero viejo donde todos guardaban la ropa limpia. Desde esa noche, Celín supo que amanecería en el mismo lugar adonde su borrachera lo hubiera llevado: un parque público, la puerta de la iglesia, o el calabozo del palacio municipal. Se acabaron los hijos obedientes y la esposa abnegada que lo recogía a deshoras para llevarlo a dormir a una hamaca fresca y acogedora.

Sagrada siente que le duelen las pantorrillas. Está acostumbrada a caminar mucho, pero hoy siente como si el cansancio le cayera como una cubeta de agua hirviendo de la cabeza hasta los pies. Siente su cuello húmedo por el sudor y se lo limpia con el rebozo. La iglesia ya no está lejos, y ella ha dejado a sus hijos encomendados con la vecina para poder venir a avisar al padre Zacarías. Sagrada no siente culpa por lo que acaba de pasar, pero quisiera confesarse con el padrecito para arrancarse del corazón este odio contra Celín.

Cómo ráfaga de viento en febrero, los recuerdos inmediatos se agolpan en la cabeza de Sagrada. Esa mañana se levantó como todos los días; preparó el chocolate de los chiquitos y los despidió en la puerta mientras ellos salían para la escuela. Entró después a preparar la candela en el patio, para cumplir con sus encargos de tortillas. Celín no se había aparecido en toda la noche. Era lunes, y solía prolongar la borrachera de fin de semana hasta este día, perdiendo una jornada de trabajo y, claro, ganando menos. Sagrada seca sus lágrimas mientras se sienta delante de la leña que encenderá. No sabe por qué le ha tocado tan mala suerte, si ella ha sido siempre muy respetuosa de todos y muy pegada a la iglesia y a los rezos.

En eso está pensando cuando ve entrar por la puerta a Celín. Está borracho. Pide algo de comer y Sagrada le sirve una taza de chocolate. No sabe qué siente hacia Celín, si odio, compasión o rabia. Vuelve al patio trasero para encender la candela. Celín comienza a gritar cosas incoherentes, que Sagrada no quiere oír. Por ello entra de nuevo a la casa y le tiende una hamaca para que se duerma y la deje en paz.

Al poco rato Celín se reclina sobre la mesa de la cocina y llora desesperadamente. Dice que quiere morirse y que su vida es una mierda; que un día de éstos se matará. Sagrada lo ayuda a acostarse en la hamaca, mientras siente, con repugnancia, el hedor a licor barato que despide el cuerpo de Celín. Sagrada quisiera también que todo esto terminase; no sabe qué hacer con un marido borracho y tres hijos que sostener. Maldice su suerte mientras coloca los pies de Celín dentro de la hamaca y le ruega a Dios que acabe con todo esto pronto.

Encendida ya la candela, Sagrada debe salir a asegurar sus encargos de tortillas. Celín está en la hamaca sollozando. Si no me voy ahorita, no alcanzo a terminar con el quehacer, piensa Sagrada. Le parece oír el inicio de los fuertes ronquidos de Celín. Toma su rebozo y se va a recorrer las calles para asegurar los encargos: dos kilos para Ana María, un kilo para Martina, tres cuartos para Doña Augusta…

Cuando Sagrada llega de regreso a casa encuentra a dos niños del vecindario parados en la puerta. Tienen los ojos exageradamente abiertos y se van corriendo cuando Sagrada les pregunta qué es lo que están haciendo allí fisgoneando. Una nube oscureció el cielo de manera imprevista. Es febrero loco, piensa Sagrada. Cuando atraviesa el umbral de la modesta casa de paja, Sagrada no entiende lo que ve: su marido está como arrodillado y pegado a la pared; cuelga de una soga amarrada al palo que sostiene el techo y atraviesa a todo lo largo la estancia, en esa original manera que tienen los indígenas mayas de hacer sus casas. Tiene la lengua de fuera y parece ya no respirar. Sagrada se acerca al cadáver del marido ahorcado y se detiene ante él unos segundos que parecen años. Cuando comienza a soltar la amarra de la soga para dejar caer pesadamente el cuerpo del difunto, Sagrada no puede evitar pensar en su oración de unas horas antes: ¿es Dios quien, por fin, le está poniendo remedio a tanto sufrimiento? ¿Podrá ahora ella descansar del borracho impertinente?

El rostro de Celín tiene la lengua de fuera. Sagrada grita para que la oigan los vecinos y, rápidamente, éstos vienen en su auxilio. El hijo de Don Jacinto trae un bejuco blanco del monte. Debe golpearse el cadáver de un ahorcado para sacar de él al demonio que lo jaló de la soga cuando se colgó. Pobre Sagrada –dicen las señoras mientras preparan la mortaja y salen a comprar café y galletas para el velorio– ni siquiera va a poder llevar a su difunto a la iglesia, porque está prohibido meter a los ahorcados en el templo… tendrá que enterrarlo boca abajo para que el difunto no vea la cara de Dios, ni se burle de él… habrá que enterrarlo fuera de los muros del cementerio…

Pero Sagrada no piensa en eso. Angustiada deja a sus hijos que ya han regresado de la escuela para que los consuele la vecina que más le ayuda. Quiere correr a la iglesia antes que el padre Zacarías se vaya a la hacienda. Ya son casi las cuatro de la tarde y él regresará del viaje hasta la noche. Pero Sagrada no quiere, no puede esperar. Los vecinos piensan que va a pedir, a suplicarle al padre que haga una misa para el difunto; no lo logrará, dicen, en eso la iglesia no cede. Pero Sagrada lo que quiere es confesarse, contarle al padre Zacarías que su oración mató a Celín. Mientras camina sudorosa va pensando la confesión: ‘es cierto que lo odiaba, que hasta llegué a desear su muerte, que era un irresponsable que lo único que me dejó fue cuatro hijos y un montón de sufrimientos, pero yo no quería que muriera así… hay tantos borrachos que se mueren del hígado o de una congestión… pero yo le supliqué a Dios que todo esto se acabara, y ahora no sé cómo voy a vivir con este remordimiento’.

Casi corriendo, Sagrada sube las escaleras que conducen a la oficina parroquial. El padre Zacarías parece estar esperándola. La abraza con cariño y le dice que ya sabe todo y que no se preocupe, que no va a haber misa de cuerpo presente, porque no se puede, pero que él mismo irá a la casa a hacerle una oración especial al difunto. Sagrada se sacude, sollozando, en los brazos del padre. “Eso será después. Yo lo que quiero ahorita es confesarme con usted, padrecito. Es cierto que lo odiaba, que hasta llegué a desear su muerte, que era un irresponsable que lo único que me dejó fue cuatro hijos y un montón de sufrimientos…”

El dilema de Benjamín

Siente la piel rugosa de la mano de su madre. Se aferra más conforme el camino se va haciendo más pedregoso. Van camino a la casa de los padres de ella. Aunque sólo tiene 11 años, Benjamín ya entiende muchas cosas; pero mientras camina, se pregunta por qué le habrá tocado vivir en una tierra tan llena de piedras, tan seca y estéril.

Le gusta ir así, de la mano de su madre. Se imagina que es todavía un niñito de 5 años que no tiene nada de qué preocuparse. Le gustan esos pensamientos. Así no tendría que oír a su papá, o al que hasta hace poco tiempo creía que era su papá, diciéndole: “Benjamín, anda a jalar agua en el pozo”; “Benjamín vamos a chapear a la milpa”; “Benjamín, ayuda a tu mamá a llevar el nixtamal al molino”; “Benjamín… Benjamín…” puro trabajo y trabajo. Cuando tenía cinco años, en cambio, sólo pensaba uno en jugar a las canicas, o en salir a pescar mariposas con un chilib bien delgadito, o en ir a zambullirse a escondidas al cenote.

Benjamín quisiera ser un niño de cinco años, además, porque así no sabría quién es su verdadero padre. No sabe por qué aquella tarde en la iglesia se hizo tanto silencio y pudo él escuchar a su mamá confesándose con el padre Zacarías. Ella le decía llorando que su marido la celaba, que cuando se emborrachaba le pegaba recordándole que Benjamín no era su hijo, que le gritaba que estaba arrepentido de haberla recogido cuando ya estaba embarazada… Algo saltó en el pecho de Benjamín cuando su madre dijo al fin: pero qué culpa me tengo yo, padrecito, de que mi propio padre me haya desgraciado a los 15 años. ¡Cómo iba yo a decirle a mi esposo que estaba esperando un hijo de mi papá cuando me propuso escaparme por la noche para irme a vivir con él! ¡Cómo iba a hacerlo si tenía tanto miedo!…

La mano de Eduviges está sudando. Benjamín saca un pañuelo rojo del bolsillo trasero de su pantalón y le limpia la mano a su madre. ¿Por qué sudas? le pregunta. La mamá sólo alcanza a contestar: son los recuerdos, hijo, son los recuerdos. Benjamín todavía no decide cómo llamará a su abuelo cuando lo vea.

La despedida de Celín

No sabe si tiene los ojos abiertos o cerrados; sin embargo, ve con toda claridad las cosas y las personas que lo rodean. El ajetreo del exterior no perturba en absoluto la paz que siente en este momento. Es como si hubiera dejado en la puerta de la estancia todos sus problemas y ahora se siente ligero, como flotando. Mira su propio cuerpo tendido y escucha los sollozos de su esposa que le agarra con fuerza la mano derecha. En medio de una tranquilidad soñolienta, descubre el ritmo agitado de su respiración, como si fuera otra persona la que inhalara y exhalara el oxígeno que todavía siente entrar por sus narices.

En la casa hay una discusión: si se manda llamar al padre Zacarías o no. La suegra de Celín dice con vehemencia que, aunque un moribundo no haya nunca manifestado su deseo de confesarse, debe traérsele al padre para que le administre los últimos sacramentos. Es un acto de caridad cristiana, dice sollozando. Pilar, la hija menor, la corta en seco: pero abuelita, ¿qué caso tiene si mi papá nunca se acercó a la iglesia, ni profesó ninguna religión? ¿No te das cuenta que lo acabamos de bajar de la soga? ¡Es un ahorcado, abuela, es un ahorcado! La abuela no deja de llorar y se suena las narices ruidosamente. Sagrada su esposa, toma el rebozo y sale corriendo hacia la iglesia.

Celín mira el pleito con una cierta diversión. Piensa que Pilar, su hija, debiera dejar hacer a la abuela, al fin que si llamar al padre Zacarías es inútil para el moribundo –y ahora Celín descubre que, en efecto, lo es– sin embargo, es piadoso para las almas atribuladas como la de la abuela.

Celín siente la cabeza entre brumas. Como en un telón del Teatro Peón Contreras, una escena cae sobre la otra. No sabe si ha pasado mucho tiempo o la realidad es toda simultánea. El caso es que delante de él ya está el padre Zacarías, diciendo unos extraños rezos y exhalando un olor desagradable a cebolla consumida. ¿Será que los moribundos tienen más y mejor sentido del olfato que los sanos? Celín podría describir la atmósfera solamente por los olores: la vela bendita, la alhucema, el ajo de la comida, el perfume barato de su suegra y, ahora, la cebolla que el padre debe haberse tragado una media hora antes.

De pronto, el Padre Zacarías se le acerca al oído. Con voz fuerte le grita: ¡Celedonio, arrepiéntete de tus pecados! El moribundo no hace ninguna mueca, ningún movimiento. En realidad, Celín no siente otra cosa más que una pequeña comezón en el cuello. El padre continúa con sus rezos a medio pronunciar y el olor a cebolla no deja de molestar el fino olfato de Celín. Llegan a su recuerdo, en esa placidez cercana a la muerte, flashazos de rostros que ahora le parecen lejanos: Eduviges, su hija mayor, con su traje de novia; Sagrada, joven y hermosa, vestida de gala para la vaquería; la lágrima que rueda por la mejilla de Melchor, el menor de sus varoncitos, mientras el hijo mayor, Santiago, recoge a su padre de la calle, borracho como siempre…

Es extraño, pero Celín no puede llorar ni tampoco puede carcajearse. Pareciera como si esta tranquilidad que lo desliza hacia la tumba suprimiera todo tipo de sentimientos fuertes para dejar paso a una indolencia que no deja de desagradarle. El padre Zacarías continúa con sus rezos, mientras unge la frente del enfermo con aceite rancio. Los ojos de Celín se llenan de repente de vacío.

La familia se ve muy unida. Todos se toman de las manos para consolarse mutuamente. Celín trata en vano de recordar otra ocasión en la que él hubiera visto tan conmovida a su familia. Lo sorprende descubrir la presencia de Eduviges que lleva de la mano a un niño al que no alcanza a reconocer, casi de la misma edad que Pilarcita, la menor de sus hijas. Le parece, salva sea la diferencia, igual al momento en que la familia se pone toda juntita para la foto, en una fiesta de quince años. Sólo que aquí el quinceañero tiene ya casi sesenta, acaban de descolgarlo del techo de la casa, y está ahora muriéndose en la hamaca.

De pronto, Celín siente unas ganas irrefrenables de ponerse en pie y de irse. Lo logra con un poco de esfuerzo. Atrás deja a Sagrada, su mujer, con el rencor contenido, cerrándole los ojos a un cadáver. A Eduviges, que apunta hacia el cuerpo muerto diciéndole al niño desconocido: ese era tu abuelo. Al padre Zacarías, con su olor a cebolla, que dispone todo ya para regresar a la iglesia. Sobre sus espaldas, al marcharse, Celín siente la interrogante mirada de Benjamín, ese niño que él no sabe que es su nieto… y su hijo.

Mientras se marcha recuerda, en la última ráfaga de memoria que le queda, que no alcanzó a confesarse. Pero no le interesa ya… en verdad, nunca le interesó.

Iglesia y Sociedad

Las cuitas del padre Zacarías

24 May , 2024  

Hace muchos años inicié la escritura de un librillo de cuentos. El nombre de esta entrega habría sido el título del malogrado libro. Les comparto ahora el primero de tres relatos que alcancé a terminar. Probablemente sea el único que ha visto antes la luz en este mismo espacio. Pondré los otros dos en fechas venideras. Así, al menos, podrán ser vistos por mis cuatro lectoras/es antes de perderse en la nube cibernética. Ojalá les gusten.

El temblor del atole

La mujer maya está sentada delante del padre Zacarías. Tiene el cabello canoso y el rostro transido por un rictus de tristeza. Cuando la luz del sol vespertino le pega en la cara, de repente su ceño se frunce y las arrugas que pacientemente se han formado a lo largo de setenta años parecen hacerse más profundas. No es una confesión, dice, solamente vengo a contarle cosas que desde hace muchos años no me dejan dormir en paz. Cada vez que me confieso siento que quiero decirlas, pero no me había atrevido hasta ahora que, no sé por qué, usted me inspiró confianza. Mientras Imelda habla, el padre Zacarías le contempla las manos callosas que, con cierta gracia y apacibilidad, descansan sobre el albo hipil. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y aún faltan quince minutos para que la Misa comience.

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Miguel termina de envolver el frijol. Entrega el envoltorio de papel de estraza a la clienta que le ha pedido medio kilo. Ve pasar, mientras recibe el dinero del pago, a doña Imelda, la esposa de Gumersindo, el que se fue a trabajar a la zona chiclera. Es un secreto a voces que doña Imelda, cargada de tres chamacos, no encuentra su esquina para sostenerlos. Gumersindo está lejos, trepado allá en los cerros de Tzucacab, y rara vez encuentra quien salga de la selva para mandar con él algo de dinero para Imelda y sus hijos. El sol está que parte piedras, ¿qué buscará doña Imelda dándole vueltas a la manzana? Ya van dos veces que Miguel la mira asomarse a la puerta de la tienda y seguir después de largo.

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Fili abre los ojitos. No es fácil despertarse a las seis de la mañana para irse a la escuela. Ayer anduvo corriendo mientras jugaba busca-busca. Cuando después de desperezarse termina de vestirse, siente que el estómago le punza de hambre. Ayer no cenó. Su madre se acerca a componerle el cuello de la camisa para que el remiendo no se le note. Aprovecha decirle que no hay nada para desayunar, pero que no se preocupen, que seguramente cuando regresen de la escuela les esperará algo sabroso, que ella va a conseguirlo durante la mañana. Fili se agarra de la mano de su hermano mayor y sale para la escuela. Las punzadas en la barriga no lo abandonarán durante todo el día.

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Doña Ausencia anda buscando el saco de las naranjas. No quiere que su marido la descubra. Al fin, junto a la puerta de la cocina, camino al patio trasero, encuentra el saco gris. Entre las frutas, amarillas y olorosas, doña Ausencia coloca rápidamente los dos kilos de arroz que acaba de comprar en la tienda de la esquina, los esconde bajo algunas naranjas y cierra de nuevo el costal. No puede dejar de pensar en su amiga Imelda, sola con tres chamacos y con el Gumersindo que sabrá Dios por dónde anda. Mateo, el esposo de Ausencia, ha pasado también largas temporadas en los campos chicleros, así que Ausencia sabe bien lo que se siente no tener ni un bocado para llevar a la boca de los hijos. Mañana por la tarde llevaré el costal a la casa de Imelda, piensa para sí doña Ausencia, no creo que Mateo se moleste porque yo le lleve algunas frutas, al fin que aquí en el patio tenemos tanta…

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Fernando sale apresurado del salón. Filiberto ya debe andar desesperado porque hace casi media hora que terminó su clase y con el hambre que se carga el canijo… Mañana, Fernando tratará de buscarse algunos centavos. Es sábado, así que podrá preguntarle a don Eusebio si quiere que le desyerbe el patio, o a la señora huachita que vive en el centro, si no desea que le lave la camioneta. Hace tanto tiempo que no ve a su papá y que anda sufriendo los apuros a causa de la falta de dinero, que Fernando no entiende por qué su mamá se empeña en que siga yendo a la escuela y no se decide a dejarlo trabajar. De todos modos, mientras va por su hermanito Fili, Fernando piensa que apenas termine el cuarto año se va a amachar con su mamá para que ésta le permita trabajar. Así, Fili podrá terminar toda la primaria completita. Cuando, a lo lejos, Fernando mira a Filiberto sentado en el banco, casi puede escuchar el chillido de sus tripas. ¿Ya nos vamos? pregunta el chiquito, mientras a Fernando se le hace un nudo en la garganta.

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Miguel aprovecha que en ese momento no hay ningún cliente en la tienda y se asoma a la puerta. Ya son tres veces que Imelda pasa delante de la puerta sin entrar. Apenas está llegando Miguel al umbral, cuando Imelda aparece en el quicio de la esquina. Miguel la saluda y la invita a pasar a la tienda. Imelda entra con la cara enrojecida de vergüenza. No he podido conseguir la despensa que cada mes me entregaba el padrecito, susurra Imelda, por eso le vengo a suplicar que me venda usted dos kilos de maíz, yo le aseguro que apenas pueda le saldo todo lo que le debo, ya me avisaron que Gumersindo vendrá pronto para estar en la fiesta del pueblo… Miguel pasa detrás del mostrador y, mientras envuelve los dos kilos de maíz impide que Imelda siga con sus justificaciones metiéndole conversación acerca de los juegos mecánicos que han llegado ya para la feria de Santa María Magdalena, patrona de la población. ¿Ya los vio usted qué bonitos? Nomás que comiencen a funcionar me manda usted al Fili, ya ve que no tengo hijos, así que con mucho gusto lo llevaré a que se divierta en los juegos… ¡Y nada de pretextos! Ya sabe usted cómo quiero a ese chamaco inquieto. Y no se preocupe por los dos kilos de maíz, yo se los voy a apuntar a su cuenta y ya me los pagará cuando don Gumersindo llegue. Imelda voltea a ver para otro lado porque descubre que los ojos se le llenan de lágrimas y no quiere que Miguel la vea llorar.

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La puerta está entreabierta. Doña Úrsula es la señora que cada mes entrega las despensas que la iglesia reparte entre las familias necesitadas. Desde hace varios meses Imelda se ha apuntado en la lista de las beneficiarias, casi todas ellas esposas de chicleros. Imelda no entiende por qué hoy el padre Alejandro le ha pedido que pase hasta su cuarto. Como no ha encontrado a doña Úrsula en la sacristía, Imelda supone que no ha podido venir hoy. Es normal, piensa, porque el día de la repartición de las despensas es hasta mañana. Entonces entra al cuarto del padre Alejandro con cierta sensación de que pisa un lugar sagrado. El padre Alejandro se levanta de su escritorio para saludarla. Junto a la puerta se apilan las bolsas con las despensas ya armadas. De pronto el padre Alejandro, después de cerrar la puerta, se acerca a Imelda más de lo acostumbrado. Imelda, asustada, siente el olor de su aliento y la mano del padre hurgando bajo su hipil. Estoy muy solo, Imelda, igual que tú… dice el padre hablando bajito. Imelda retira la mano que el padre ha colocado sobre su pecho y arrebatándose alcanza a decir, ¡ay no, padrecito, si yo solamente vine por la despensa! antes de salir corriendo. El padre solamente acierta a decir ‘regresa por tu despensa’ mientras mira a Imelda marcharse sin voltear atrás.

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Imelda escucha que llaman a la puerta. Son las nueve de la noche y prefiere abrir el postigo para ver quién llega a esa hora y qué es lo que se le ofrece. La sonriente cara de Ausencia aparece entre los barrotes e Imelda se apresura a abrirle. Cuando Imelda se escapó de su casa con Gumersindo, todas sus antiguas amigas le retiraron su amistad, todas menos Ausencia que, desafiando a su familia, no dejó nunca de tratar con Imelda y de visitarla. Cuando Ausencia entró a la casa lo hizo cargando un saquillo de naranjas. Ya sé que es muy tarde, pero aproveché que los juegos mecánicos acaban de comenzar a funcionar para llevar a los chamacos para que los vieran. Claro que no se podrán subir ahora, sino hasta el sábado que su papá de ellos me dé algo de dinero, pero aproveché que están embebidos con los juegos para venir a verte y traerte este regalito. Son naranjas de mi patio para que le hagas unos juguitos a tus chamacos… y adentro le puse dos kilos de arroz, dice Ausencia hablando bajito, como si quisiera ocultar una travesura. Imelda le cuenta rápidamente que ayer no pudo dar a sus hijos más que una taza de atole de maíz, y cuando siente que la voz está a punto de quebrársele, abraza a Ausencia mientras ésta le susurra al oído, ya llegará Gumersindo, ya verás, segurito que para la fiesta lo tendremos por aquí. Es que estoy muy endeudada con Miguel, el de la tienda, dice Imelda. Pero Ausencia le dice, estrechándola aún más fuerte, mira que ese Miguel sí que es una buena persona, de las que no hay muchas en este pueblo tan lleno de prejuicios y de falsedades. Y qué importa que digan que es un maricón, que ya está grande y no ha querido casarse, si lo que Dios ve es el tamañote de corazón que Miguel se carga en el pecho. Mientras a lo lejos escucha la música de la feria, Ausencia continúa acariciando la cabeza de Imelda hasta que ésta para de llorar.

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Fernando atraviesa la oficina de la iglesia que está vacía. Desde el campo de fútbol alcanzó a mirar a su mamá y, dejando el juego, vino para ayudarla. Seguramente viene por la despensa que regala el padrecito, piensa Fernando, y pide a sus amigos que haya cambio, que entre a jugar Papaya, que él ya tiene que irse. Un chamaco de rostro risueño se prepara para entrar a la cancha mientras grita, sólo porque me vas a dar chance de jugar no te doy un madrazo, ya te dije que no me gusta que me digan Papaya. Fernando se aleja del campo de juego rumbo a la iglesia, pero al llegar no encuentra a su mamá por ningún lado. De repente oye el ruido de unos pasos que se alejan corriendo y alcanza a ver la espalda de su mamá que camina rápido, como si hubiera visto a un fantasma. Fernando quiere seguirla cuando escucha un sonido que no alcanza a distinguir. Viene del cuarto del padre Alejandro. ¿Será que este mes no alcanzó para las despensas? piensa Fernando mientras se acerca a la puerta del cuarto. De pronto se para en seco: lo que escucha es el ruido de un chicote. Sigiloso, Fernando se sube en un pretil alto y delgado para asomarse por la ventana del Padre Alejandro. No entiende lo que mira: el padrecito está hincado delante de un crucifijo, tiene la parte superior de la sotana abierta y las mangas le caen por la cintura. La espalda desnuda del padre está llena de marcas. Antes de caerse del pretil, Fernando alcanza a ver cómo el padre dirige el latigazo a su espalda ya enrojecida. El ruido de la caída de Fernando es apagado por el chasquido del látigo. Fernando se va corriendo lleno de miedo de que alguien pueda descubrirlo espiando. Mientras escapa, Fernando piensa que ni de loco se metería de padrecito, y entre jadeos se jura a sí mismo que no contará a nadie lo que acaba de ver.

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Ay padrecito, ya estará usted aburrido de tanta pena que vine a contarle. Gracias a Dios son cosas del pasado. Pero nada me quita de la mente aquel día en que Miguel, el de la tienda, me dio aquellos dos kilos de maíz. Había yo salido con sólo diez centavos en la bolsa. No había nada que se pudiera comprar con tan poquito dinero. Cuando andaba pensando angustiada qué iba a hacer para darle algo de comer a Fernando y a Filiberto cuando regresaran de la escuela, escuché las campanadas de la iglesia. Ya había tenido aquella mala experiencia con el padre Alejandro, pero no le guardé rencor al pobrecito… estaba tan solo el pobre…, además, no era el día de la repartición de despensas… el caso es que me metí a la iglesia cuando ya iba a comenzar la santa Misa. Por un momento pude olvidar la angustia que me cerraba la garganta, de manera que cuando pasó la Úrsula para hacer la colecta, no dudé ni un segundo en poner en la canasta los diez centavos que llevaba. Al fin que nada se podía comprar con ello. Fueron diez centavos entregados a Dios por una hora de tranquilidad. Pero cuando salí de la iglesia, estaba sin un solo centavo. Si no hubiera sido por la generosidad de aquel don Miguel… seguro que usted no lo conoció padrecito, era un muchacho muy bien parecido que quién sabe por qué no se casó y que hace algunos años murió de una extraña enfermedad… bueno, fue su generosidad la que me salvó aquel día.

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Gumersindo pasa lentamente los ojos sobre las casas de su pueblo. Le parece que todo ha cambiado. No está arrepentido de haber pasado tanto tiempo en tierra de chicleros. Dios sabe que no había otro remedio, con lo difícil que está encontrar una manera decente de ganarse el pan. Le duele no haber visto algunos de los mejores momentos de Fernando y de Filiberto. Cuando Gumersindo se fue a los montes de Tzucacab, Fili no caminaba todavía y hoy está ya en tercero de primaria. Y Fernando… tan chambeador como su papá, ya anda comenzando la secundaria. Y todo por la bendita terquedad de su mamá, que prefirió ver cómo hacerle, pero que no permitió que Fernando dejara la escuela. Después de rechazar la cuarta cerveza que su amigo le ofrece, ‘no seas culero Gumersindo, si tienes a tu vieja como reina, te mereces un momento de respiro’, Gumersindo siente que el corazón se le estruja cuando piensa todas las veces en que Imelda tuvo que salir del paso sin dinero. Se despide del amigo insistente, se levanta de la mesa de la cantina y toma el camino a su casa. No volverá a irse otra vez.

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Corrí hasta la casa, padre Zacarías. Eran ya las nueve de la mañana. No quedaba mucho tiempo antes de que los chamacos regresaran de la escuela. Puse a cocer el nixtamal y mientras se enfriaba corrí a pedir prestado el molino de mano que tiene Ausencia… sí padre, la misma Ausencia que ahora es ministra de la Eucaristía… ¡Ay Dios, nos conocemos desde niñas…! Entonces molí el nixtamal y preparé atole. Cuando los niños llegaron estaba yo terminando de servir las tazas. Puse también en el comal unas tortillas. Cuando Fili tomó, con las manos temblorosas del hambre, los primeros sorbos del atole, yo sentí que se me partió el corazón. ¿Por qué lloras mamá? Si está muy bueno el atole y las tortillas están muy sabrosas… Cállate, replicó Fernando a su hermanito, y tómate tu atole despacio, que te vas a atragantar.

¡Ay padre! Fue un día terrible. Hubo muchas veces más en que el hambre tocó a las puertas de nuestra casa, pero esa imagen de Fili con el atole temblando entre sus manos al recibirlo como primer alimento del día todavía tiene el poder de revolverme las entrañas. Gumersindo ya está aquí, es cierto, y que las cosas han mejorado también es cierto, pero… ¡Ay padrecito, es terrible la pobreza! Disculpe que yo le cuente estas cosas, pero con alguien tenía que desahogarme. Aunque ha pasado ya mucho tiempo, son recuerdos que no logro arrancarme del alma. Y ya le dejo en paz, porque ya es hora de que salga usted a la Misa.

Iglesia y Sociedad

Fúnebre canción de amor

24 Abr , 2024  

Cuando llegue la muerte, me vestiré de frío,

Me pondré nuevos lentes para ver el vacío

Y al recordar tu rostro, lloraré en el espacio

Y un grito de silencio brotará de mis labios

***

Cuando llegue la muerte, correrá mi alegría

A esconderse en tu llanto y a hacerte compañía:

La mirará de frente tu tristeza, asustada,

Y mi alegría tonta se volverá nostalgia.

***

Cuando llegue la muerte poblará la distancia

De ayeres olvidados, de cuentos de la infancia.

Cuando llegue la muerte regalará misterios,

Repartirá sin costo las notas de un salterio.

***

Cuando llegue la muerte, abriré la mirada

A un mundo diferente, sin ayer ni mañana;

Recibiré, alelado, treinta y siete sorpresas

Comiendo todos juntos y de la misma mesa.

***

Cuando llegue la muerte rezarás los poemas

Que hiciera en mis insomnios y los harás novenas.

Cuando llegue la muerte tú seguirás cantando

Las canciones que nunca salieron de mis labios.

***

Cuando llegue la muerte, me vestiré de frío,

Me pondré nuevos lentes para ver el vacío.

Aprenderé a quererte y ahí en la trascendencia

Llevaré tu presencia, cuando llegue la muerte.

Iglesia y Sociedad

Termina la primera sesión del Sínodo

10 Nov , 2023  

Les comparto en esta entrega el artículo del vaticanista Christopher Lamb, aparecido en The Tablet, el semanario católico inglés (la cita completa al final de la versión inglesa)

EL DOCUMENTO CONCLUSIVO de la primera de las dos sesiones finales del proceso sinodal, apunta a un sacudón fuerte dentro de la iglesia. Entre las propuestas se incluye una expansión del rol de las mujeres en el ministerio, un involucramiento de los laicos y laicas en las decisiones que se toman, una renovación a fondo del sistema que rige en los seminarios y una revisión del Código de Derecho Canónico. Sobre la restauración del diaconado a las mujeres el sínodo acordó que es un asunto que requiere un mayor discernimiento y se pidió que las conclusiones de las comisiones papales que han trabajado el tema sean presentadas en la asamblea conclusiva de octubre de 2024.

Nunca se esperó que esta sesión del sínodo, de octubre de 2023, diera respuesta definitiva a los más discutidos tópicos que se discuten en la iglesia ni tampoco que hiciera propuestas dramáticas. Fue solamente el primer capítulo de un sínodo de dos, que dio inicio a nivel local desde hace dos años. “Hoy no vemos el fruto final de este proceso, pero muy claramente, podemos mirar el horizonte que se abre ante nosotros”, dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa conclusiva de la asamblea, celebrada en la Basílica de san Pedro.

Pero la gran sorpresa del sínodo no se encuentra en los textos que se enfocan en asuntos particulares, sino en la muy extendida aceptación de los modos de discusión y discernimiento que fueron adoptados por primera vez en una reunión sinodal. Esta forma radicalmente diferente de organizar las conversaciones permitió una escucha atenta y orante entre los pequeños grupos de cardenales, obispos, sacerdotes y laicos y laicas, sentados todos en mesas redondas. Todos los 350 participantes del sínodo tuvieron la oportunidad de hablar, cada uno con la misma cantidad de tiempo. El proceso condujo a una visión sin precedentes: cardenales de la curia romana sentados en una mesa redonda con mujeres de Asia y Latinoamérica. “Fue una manera de nivelar a los participantes”, mencionó un delegado.

Los agoreros de desastres, que nos advirtieron de una conspiración para echar abajo la doctrina de la iglesia y que habían profetizado un cisma o la llegada a una polarización irreconciliable, estuvieron equivocados. Cada parágrafo del documento de síntesis final fue votado y recibió cuando menos la votación aprobatoria de al menos dos terceras partes de los participantes. Muchos obispos que tenían opiniones divergentes o que estaban de manera abierta en contra del sínodo, fueron vencidos por este nuevo proceso.

Todas las denominaciones cristianas han estado experimentando hondas divisiones en las recientes décadas, particularmente en relación con el reconocimiento de las relaciones entre personas del mismo sexo. Lo que es notable dentro de la iglesia católica respecto a este tema es cómo –tanto más, tanto menos– el proceso sinodal ha sido una especie de contención que trae, por una parte desacuerdos y –al mismo tiempo– construyendo comunión. Hay, es cierto, una tensión considerable frente a este tema, pero esta contención está dando buenos resultados en cuanto que apoya una conversación más inclusiva con la autoridad del Papa.

“El verdadero milagro es el acuerdo notablemente mayoritario de que la sinodalidad es la manera de proceder que debe seguir la iglesia”, me dio el Cardenal Michael Czerny cuando caminábamos junto a la Guardia Suiza para entrar a la Basílica de san Pedro para la Misa de clausura del domingo pasado. El cardenal, un jesuita que es director de la oficina de la Santa Sede para el desarrollo integral y que ha trabajado en África, América Central y Norte América. “Entrar al sínodo fue como caminar dentro de un laboratorio”, me comentó. “Estábamos probando algo y no estaba claro si iba a funcionar. Pero los resultados son alentadores. No puede ya ser definido como una moda o un asunto de este papado. Sinodalidad, una manera de ser, un estilo de caminar juntos, es lo que el Señor espera de la iglesia en este tercer milenio.

LA INCLUSIÓN DE LAS MUJERES. El número de mujeres votantes es equiparable al número de cardenales votantes. Este fue un fenómeno que nos movió el tapete. La presencia de personas laicas llevó a una cierta crítica implacable hacia el Sínodo – incluso la de algunos obispos que hablaron en el aula Pablo VI– sobre el estatus de autoridad del sínodo y si podría seguir siendo llamado sínodo “de obispos”. De acuerdo con el reporte final, hay quienes quisieran reservar todavía la membresía únicamente a los obispos y es acuerdo común que “los criterios con los que los que no son obispos son convocados a la asamblea” aún deben ser discutidos y clarificados. Dado el particular papel de los obispos como maestros y sucesores de los apóstoles, hay quienes proponen que la “asamblea eclesial” de obispos y laicos debería realizarse por separado de la “asamblea episcopal” para concluir los procesos de discernimiento.

El Sínodo permanece como un cuerpo consultivo y ha sido así desde que el Papa Pablo VI lo instituyó durante la sesión final del Concilio Vaticano II. El Papa tiene la última palabra. Los obispos no trabajan aislados y el éxito de la asamblea mostró que su discernimiento fue ayudado por la presencia de presbíteros y de personas laicas, así como de hermanos obispos de otras latitudes. El proceso es un desarrollo de la institución establecida por Pablo VI pero, como bien señaló un teólogo australiano, Ormond Rush, en una palabra que fue muy bien recibida por la asamblea debido a que citó extensamente a Joseph Ratzinger, la tradición es dinámica y no estática, legalista o a histórica. Una fuente cercana lo apuntó de esta manera: “los progresistas asumieron el formato del proceso, mientras que los conservadores se han reservado el contenido”.

El documento final no usó el término “católicos LGBT” (como sí había hecho el documento de trabajo) a pesar del cambio generado en la aproximación pastoral que Francisco ha hecho al tema en la década pasada. “Pienso que muchos católicos LGBT estarán decepcionados de que no fueron ni siquiera mencionados en el documento de síntesis final”, dijo el padre James Martin SJ, el sacerdote jesuita que tiene un ministerio de alta visibilización en la iglesia y que acompaña a gays católicos. “El documento, tal como fue hecho público, no refleja el hecho de que el tópico de la participación de las personas LGBT en la iglesia apareció repetidamente, sea en las discusiones de las mesas redondas, como en las sesiones plenarias, y provocó opiniones profundamente divergentes. Sin embargo, Martin dijo que el sínodo fue “una gran gracia” y que “todavía no ha terminado”.

Aunque los gays y lesbianas no fueron expresamente mencionados, el documento de síntesis da muy buena cuenta de que las “categorías antropológicas” de la iglesia, en lo que toca a la sexualidad y la identidad, no han tomado adecuadamente en cuenta la experiencia humana y el avance de las ciencias en este tema. Esta sola admisión es significativa, porque puede conducir a una re imaginación de fondo de la enseñanza de la iglesia católica sobre la sexualidad. Cómo fue tratada la cuestión LGBT en la asamblea refleja también que ya no estamos en una visión dominada solamente por Europa y el occidente, sino que sur y oriente van tomando cada vez mayor importancia, haciendo una iglesia multi polar. Fue también interesante ver en esta asamblea a los obispos africanos promover “un discernimiento teológico y pastoral” en la cuestión de la poligamia, incluyendo cómo debería acompañarse pastoralmente a las personas que están en uniones polígamas.

Las discusiones sobre el servicio ministerial a los católicos que han contraído nupcias con personas de su mismo sexo fueron muy tensas por momentos. En un momento determinado, los delegados escucharon la poderosa historia de una mujer polaca que se quitó la vida porque se dio cuenta que era bisexual y no se sintió recibida dentro de la iglesia. También hubo una fuente que me comentó acerca de un alto dignatario de la iglesia católica oriental, que rehusó sentarse en la misma mesa en la que estaba el Padre Martin.

A pesar de que el documento síntesis dejó de lado los tópicos en los que no fue posible encontrar un consenso por el momento, incluye potencialmente propuestas significativas. Una de ellas tiene que ver con el sistema de entrenamiento de los futuros sacerdotes en los seminarios, que debería, según la asamblea, ponerse bajo “una severa revisión” a la luz de las dimensiones misionera y sinodal de la iglesia. Hay un llamado a que laicos y ordenados sean formados juntos y también hay un acuerdo de incluir mucho más a las mujeres en los sistemas de seminarios. Quedó sugerido que los candidatos para los ministerios ordenados tengan la experiencia de vivir en el seno de una comunidad cristiana antes de entrar en el seminario y que las casas de formación no deberían crear “un ambiente artificial, separado de la vida ordinaria de los fieles”

En cuestión de rendición de cuentas, se sugiere que los obispos se sometan a revisiones de desempeño sobre cómo ejercitan su autoridad y cómo administran las finanzas, y que “presbíteros y diáconos” se sometan a una auditoría periódica sobre cómo llevan adelante sus funciones. También existe la propuesta de considerar la “re inserción en los servicios pastorales de sacerdotes que han dejado el ministerio”, aunque se dice que se decidiría caso por caso, y también se afirma que habrá “consideración posterior” sobre la ordenación de varones casados.

¿CÓMO SERÍA UNA IGLESIA MÁS SINODAL, respecto de las leyes y estructuras de la iglesia?, es algo que tendrá que profundizarse. El sínodo propuso construir una “comisión intercontinental especial de expertos teólogos y canonistas”, que sea establecida para trabajar en las propuestas que habrán de conversarse en la sesión dl sínodo del próximo año. El documento de síntesis también propone la institución de consejos pastorales, que incluyan a clero y agentes no ordenados, y que sean obligatorios a nivel parroquial y diocesano. Mientras el sínodo ha sido una experiencia transformadora para cientos de obispos, sacerdotes y laicos participantes, el signo real de su éxito será cuando el espíritu de la sinodalidad se dé también en las parroquias, diócesis y conferencias episcopales nacionales. En tanto muchas iglesias locales han seguido la iniciativa del sínodo, la gran mayoría lo ha simplemente ignorado. La mayor parte de los votos de “no” se emitieron en relación con el tema de la ordenación de las mujeres como diáconos, lo mismo que la moción llamando a una “ulterior profundización” sobre el celibato obligatorio para los sacerdotes recibió un número abundante de “no”.

El sínodo tuvo lugar mientras estallaba la guerra entre Israel y Hamás y Rusia continuaba con su guerra contra Ucrania. Más tarde, este mismo mes, los líderes mundiales se reunirán en Dubai para la última asamblea del COP, que tiene que enfocarse en la crisis climática (Francisco está invitado a unirse a esta reunión). Es dentro de este contexto de guerra, conflicto y fragilidad, que la iglesia tiene que llevar adelante su misión. Mientras el sínodo concluía, Francisco dijo que la iglesia debe poner a Dios y el servicio antes que sus agendas propias. “Esta es la iglesia que estamos llamando a soñar: una iglesia que es la sirvienta de todos, la servidora de los últimos de nuestros hermanos y hermanas”, dijo. Una iglesia que nunca pide un certificado de “buena conducta”, siho que simplemente da la bienvenida, acoge, sirve, ama, perdona. Una iglesia con las puertas abiertas, que es un refugio de misericordia”.

La segunda, y conclusiva sesión del sínodo de la sinodalidad será en el Vaticano dentro de 11 meses. Será vital para la realización del “sueño” de Francisco que el trabajo continúe hasta que la experiencia creada por esta primera sesión se consolide. Pero una iglesia más sinodal y misionera está surgiendo ya.

Les dejo aquí el texto original en inglés.

THE DOCUMENT released at the conclusion of the first of the two-part climax to the Synod process points toward a profound shake-up of the Church. Its proposals include an expanded role for women in ministry, making lay involvement in decision-making mandatory, an overhaul of the seminary system, and a revision of the Church’s Code of Canon Law. On women deacons, the Synod agreed that this issue needs more discernment and asked that the findings of previous papal commissions on the issue be presented to the concluding assembly in October 2024.

It was never expected that this October’s synod would hone in on the most contested topics in the Church and make dramatic proposals. This was the first round of a synod double-header, which began at the local level two years ago. “Today, we do not see the full fruit of this process, but with farsightedness, we look to the horizon opening up before us,” Pope Francis said in his homily at the Mass in St Peter’s Basilica concluding the assembly.

The breakthrough achieved by the Synod was not to be found in the texts focusing on particular issues, but in the widespread acceptance of the ways of discussing and discerning that were adopted at this Synod for the first time. The radically different approach encouraged attentive and prayerful listening among small groups of cardinals, bishops, priests and lay people seated around tables. All 350 or so members of the Synod were able to speak, each of them being allotted the same time. The process led to the unprecedented sight of cardinals from the Roman Curia sitting at round tables with women from Asia and Latin America. “It was a levelling of the participants,” one delegate said.

The prophets of doom who had warned of a conspiracy to overturn church doctrine and had predicted a schism, or a descent into irreconcilable polarisation, were proved wrong. Each paragraph of the final “synthesis document” was voted on in turn, and all received the approval of at least a two-thirds majority. Several bishops who had voiced concerns or had been openly sceptical of the Synod were won over by the new process.

Every Christian denomination has been experiencing deep divisions in recent decades, particularly over the recognition of same-sex relationships. What is remarkable about the way this issue is being discussed in the Catholic Church is how – so far, at least – the sinodal process has established a container that is both holding disagreements and – at the same time – building communion. There is considerable tension, but the container is succeeding in balancing a more inclusive conversation with the authority of the papacy.

“The real miracle is the overwhelming agreement that synodality is the way of proceeding in the Church,” the Canadian Cardinal Michael Czerny told me as we walked together past the Swiss Guards and up to the side entrance of St Peter’s Basilica for the closing Mass last Sunday. The cardinal, a Jesuit, is the leader of the Holy See’s office for integral human development and has worked in Africa, Central America and North America.

“Going into the Synod was like walking into a laboratory,” he said. “We were testing some- thing, and it wasn’t clear if it was going to work. But the test results are encouraging. This can no longer be dismissed as a fashion or a fad. Synodality – a way, a style of walking together – is what the Lord expects of the Church in the third millennium.”

THE INCLUSION OF WOMEN – there were close to as many women present as voting delegates as there were cardinals – was also groundbreaking. The presence of lay people led to relentless questioning from critics of the Synod – and sometimes from bishops speaking in the Paul VI Hall – of the status and authority of the Synod, and whether it could still be called a “Synod of Bishops”. According to the final report, some still want to reserve membership of the Synod to bishops, and it was acknowledged that the “criteria by which non-bishop members are called to the assembly” should be clarified. Given the particular role bishops have as teachers and successors to the Apostles, some proposed that the “ecclesial assembly” of bishops and lay people should be followed by a separate “episcopal assembly” to conclude the process of discernment.

The Synod remains a consultative body, as it has been since Pope Paul VI set it up during the final session of the Second Vatican Council. The Pope has the final say. Bishops do not operate in isolation, and the success of the assembly showed that their discernment is helped by the presence of priests and lay people, as well as fellow bishops. The process is a development from the structure established by Paul VI but, as the Australian theologian Ormond Rush pointed out in a well-received address, in which he quoted extensively from Joseph Ratzinger, tradition is dynamic rather than static, legalistic and ahistorical. One source close to the proceedings put it this way: “The progressives got the process, and the conservatives got the content.”

The final document did not use the term “LGBTQ Catholics” (as the working document had), despite the shift in pastoral approach the Pope has modelled over the past decade. “I would suspect that most LGBTQ Catholics will be disappointed that they are not even mentioned in the final synthesis,” Fr James Martin SJ, the Jesuit priest who has a high profile ministry to gay Catholics, said afterwards. “The document, as it turns out, does not reflect the fact that the topic of LGBTQ people came up repeatedly in both many table discussions and the plenary sessions, and provoked widely diverging views.” Nevertheless, he said that the Synod was a “great grace” and that it “hasn’t finished yet”.

While gay and lesbian Catholics were not expressly mentioned, the synthesis document acknowledged that the Church’s “anthropological categories” when it comes to sexuality and identity had not adequately taken into account human experience and the sciences.

That is a significant admission, and it opens the door to what could be a wide-ranging reimagining of Catholic teaching on sexuality. How the LGBTQ question was handled reflected a Church that is no longer dominated by Europe and the west, but one which is multi-polar and where the global south is growing in influence. We also saw this in the agreement that bishops in Africa should promote a “theological and pastoral discernment” on the question of polygamy, including how to accompany those in polygamous unions.

Discussions of the Church’s ministry to Catholics in same-sex relationships were at times tense. At one point, the delegates Heard the powerful story of a young woman from Poland who took her own life because she was bisexual and did not feel welcomed into the Church. Sources also told me that one high-ranking Eastern Catholic prelate refused to sit at the same table as Fr Martin.

Although the synthesis document steers away from topics where agreement wasn’t possible, it includes potentially significant proposals. One is that the system for the training of priests in seminaries should undergo a “thorough review” in light of the Church’s “missionary and synodal dimensions”. It calls for programmes where lay and ordained are formed together and a greater integration of women in the seminary system. It suggested candidates for ordained ministry need to experience living in a Christian community before entering a seminary and that formation houses should not create an “artificial environment, separate from the ordinary life of the faithful”.

On the question of accountability, it suggests that bishops undergo performance reviews to assess how they exercise authority and manage finances and that “priests and deacons” undergo a “regular audit” of how they are carrying out their role. There is also a proposal to consider the “re-insertion of priests who have left the ministry in pastoral services” on a case-by-case basis, and to give “further consideration” to the ordination of married men.

WHAT A MORE synodal church looks like regarding church law and structures still needs to be studied. The Synod proposed that an “intercontinental special commission of theological and canonical experts” be established to work on proposals ahead of next year’s assembly. The final document also called for pastoral councils, bodies including the non-ordained and the clergy, to be made obligatory at the parish and diocesan levels. While the Synod was a transformative experience for the several hundred bishops, priests and lay people involved, the real test of its success will be the extent to which synodality is taken up at parish, diocese and n ational level. While several local churches have followed the synodal initiative, plenty more have simply ignored it. The most “no” votes came for the paragraphs on female deacons, while the section calling for “further consideration” of mandatory celibacy for priests also received a substantial number of “no’s”

. The Synod took place against the backdrop of the unfolding war between Israel and Hamas and Russia’s continuing war in Ukraine. Later this month, world leaders Will gather in Dubai for the latest COP gathering to address the climate crisis (Francis is tipped to join them). It is within this context of war, conflict and fragility that the Church has to carry out its mission. As the Synod concluded, Francis said the Church must put God and service before personal agendas. “This is the Church we are called to ‘dream’: a Church that is the servant of all, the servant of the least of our brothers and sisters,” he said. “A Church that never demands an attestation of ‘good behaviour’, but welcomes, serves, loves, forgives; a Church with open doors that is a haven of mercy.”

The second and concluding session of the Synod on Synodality will be held in the Vatican in 11 months’ time. It will be vital for the realisation of Francis’ “dream” that the work continues and the momentum created by the first session is sustained. But the synodal and missionary Church is already emerging.

The Tablet, edición del 4 de noviembre de 2023, volumen 277, No. 9526

Iglesia y Sociedad

La mirada de Ixchel. Pléyades y Textiles

26 Oct , 2023  

La expresión “Fulanito borda fino”, solemos utilizarla para ponderar una exposición o un discurso que, más allá de las afirmaciones contundentes, enhebra pensamientos diversos y consigue desarrollar con acierto un argumento. Tal expresión deriva de la significación de la palabra bordar, que la Academia de la Lengua Española define como “ejecutar algo con arte y primor”.

Elena Martínez Bolio borda fino. Lo hace literalmente y desde hace muchos años. Hemos visto desfilar por sus obras rostros de mujeres agobiadas por el peso de la vida, pueblos rebosantes de vitalidad, mujeres trabajadoras sexuales, retazos de violencia contra la mujer atrapados en hermosos bordados, como recordándonos lo que nunca más deberíamos permitir. Los textiles bordados o pintados por Elena derraman hermosura, a veces una hermosura que duele y otras veces una belleza que te acaricia el corazón. Sus exposiciones son siempre un prodigio.

Reconocida en muchos lugares del mundo, a donde ha llevado la larga hebra de su trabajo artístico, Elena nos presenta ahora esta exposición que posee resonancias cósmicas. En virtuoso contubernio con la astrofísica Isabel Hawkins, Elena nos traslada al infinito. Simbología maya –pocas culturas son tan reconocidas en el mundo por su interés en los astros como la del pueblo maya peninsular–, imágenes estelares del zodiaco y constelaciones que sorprenden por las noches a los marineros con su esplendor y convocan a las sirenas, se reúnen para ofrecernos este banquete visual. Hay pocas ocasiones en que uno puede llevar una galaxia completa en el atuendo.

El trabajo de Elena se sitúa en la línea de una larga tradición presente en muchos pueblos y pródiga, de manera especial, entre las mujeres de muchos pueblos originarios. Ya María Elena Walsh, en su canción “La paciencia, pobrecita” (denominada también “Las Tejedoras”), llamaba a estas mujeres ‘angelitas de las guardas’, porque conservan la memoria de los pueblos en sus tejidos y bordados. A nadie, como a Elena, le conviene mejor algunas frases de la mentada canción: “¡Cómo no reverenciar / prendas con dolor habidas! / Perdón les quiero pedir / porque me las echo encima, / hebra tras hebra, / día tras día… / Tápenme, cuando me muera, con una manta tejida / por mis paisanas. / No se acaben todavía, angelitas de las guardas / ¡Ay, madres mías!”

Que la destreza de las manos de Elena, su fina sensibilidad y su hondo sentido social, no se nos acabe nunca.

La exposición “La mirada de Ixchel. Pléyades y Textiles”, puede admirarse en el Restaurante y Foro Cultural Amaro, calle 59 entre 60 y 62, en el centro histórico de Mérida, la de Yucatán.

Iglesia y Sociedad

Noticias sobre el Sínodo

17 Oct , 2023  

Hay poca información sobre lo que sucede en esta sesión 2023 del Sínodo sobre la sinodalidad. Para dolor mío, creo que esta ausencia de noticias interesa muy poco en nuestra iglesia diocesana. Da la impresión, en general, que no caemos en la cuenta de lo importante que será este vuelco reformador de Francisco para el futuro de la iglesia católica en el mundo. Por eso comparto aquí una imperfecta traducción de este artículo informativo de Christopher Lamb, experto vaticanólogo, presente ahora en Roma para seguir de cerca el sínodo y hablar con algunos participantes. Es sólo la visión de un periodista especializado en la religión católica, pero puede servir pera que sepamos un poco más de lo que ocurre en la sala Paulo VI, donde el Papa sesiona junto con cientos de obispos, sacerdotes y mujeres y hombres laicos, para definir los rumbos venideros de la vida y la misión de la iglesia en estas atribuladas épocas que vivimos.

Noticias desde el Sínodo

Christopher Lamb

LAS EXPECTATIVAS que ha despertado el Sínodo son altas. Se espera que se produzcan cambios significativos en las enseñanzas de la iglesia en temas como la ordenación sacerdotal de las mujeres y las relaciones entre personas del mismo sexo. Para algunos observadores del sínodo, incluyendo los medios de comunicación, no parece haber otro sentido para esta reunión sinodal sino “entregar” reformas específicas.

No cabe duda que falta una mirada más amplia. “Es importante recordar que esta reunión, en la que todos los temas importantes están sobre la mesa, sería impensable hace apenas 12 años”, me comentó un importante dirigente de la iglesia de Roma. “Hay algunos que olvidan esto”.

Efectivamente, estamos presenciando un nuevo momento y esto se nota en la manera como los participantes están sentados en el aula de audiencias Pablo VI y en los distintos momentos de participación que tendrá el sínodo a lo largo de su proceso. Nunca antes se había visto en un Sínodo de Obispos en el Vaticano, cardenales, obispos, laicos y laicas juntos en torno a una misma mesa para discutir, escuchar y discernir el futuro de la iglesia. En el pasado, las sesiones plenarias tenían lugar en una especie de teatro con las figuras que presidían de cara a los miembros de la audiencia, dispuestos en filas según el orden de su jerarquía. La semana pasada fue estremecedor ver al Papa Francisco dirigirse a los participantes desde una de las mesas redondas en la que participaba y no desde el estrado, como los papas anteriores hubieran hecho en el pasado.

Aún si nada más cambiara, el nuevo proceso que está siendo adoptado -que incluye sacerdotes y personas laicas, incluyendo mujeres, que tienen voz y voto al igual que los obispos- representa un significativo cambio. Mientras en el pasado ciertas cuestiones simplemente se eliminaban de la agenda, en este sínodo, todos los temas, incluyendo aquellos considerados “candentes”, están sobre la mesa.

Austen Ivereigh, uno de los teólogos que participan como expertos en la reunión, me dijo que el “gran cambio” es que la mayor parte del trabajo del sínodo será llevado a cabo en estos pequeños grupos que usan el método de “conversación en el Espíritu”. Me explicó que no es fundamentalmente un debate sino un espacio en el que los participantes escuchan y responden a los puntos a tratar. Cada uno puede hablar dentro de su pequeño grupo y también dirigirse a toda la asamblea y es libre también de hacer observaciones escritas a la secretaría del sínodo. La tecnología tiene también su lugar importante en esto: cada participante tiene una tableta electrónica y puede usarla para pedir la palabra. Otro de los cambios es que la lengua usada como primaria dentro del aula es el inglés y no el italiano.

“El objetivo de este ejercicio en su conjunto es la sinodalidad misma”, me comenta Ivereigh. “Es una nueva manera de proceder, de operar y de pensar dentro de la iglesia, que se centra en la comunión, participación y misión, esto es, en el involucramiento del pueblo en el proceso de discernimiento antes de que se tomen las decisiones en la iglesia”.

Aunque Francisco ha subrayado la autoridad del sínodo, éste permanece como un cuerpo consultivo, y el Papa tiene la palabra final. El sínodo de octubre de 2023 producirá un documento que sintetice las conclusiones de las conversaciones. Ivereigh predice que serán establecidas una serie de comisiones para estudiar las propuestas antes de la segunda samblea sinodal que tendrá lugar en octubre de 2024.

EL NUEVO proceso sinodal va a tomar su tiempo en establecerse. Para muchos, incluyendo los obispos, es un territorio que no les es familiar. ¿Puede una mujer joven asegurar que los obispos sentados en su mesa van a escucharla seriamente? Un delegado que desee plantear alguna cuestión incómoda ¿se sentirá capaz de hablar libremente frente a toda la asamblea? Los miembros del sínodo con los que he hablado me han dicho, de manera informal, que para la gran mayoría el proceso está funcionando bien y que -al menos hasta este momento- la reunión no ha llegado a una polarización.

Una intervención del Cardenal Fridolin Ambongo, arzobispo de Kinshasa en la República Democrática del Congo, mostró un cauto optimismo. Durante una rueda de prensa le preguntaron si no le causaba preocupación que el sínodo pudiera permitir bendiciones para parejas del mismo sexo. El cardenal, franciscano capuchino, contestó diciendo que no respondería con una “opinión personal”, apartándose así del “espíritu de sinodalidad”, sino que la respuesta surgiría del “discernimiento colectivo”. El Cardenal es presidente del simposio de las conferencias episcopales de África y Madagascar. Él encabeza una diócesis de más de seis millones de católicos y cuenta con 130 seminaristas. El Cardenal explicó que estaba confiado en que el sínodo nos brindará “buenos frutos”, añadiendo que este sínodo es diferente de los anteriores, en los que uno “ya sabía más o menos cuáles serían los resultados”.

MÁS ALLÁ del evento principal del sínodo, tienen lugar muchas otras reuniones paralelas que buscan tener alguna influencia en las conversaciones. Una de ellas es la llamada “Espíritu sin cadenas”, una reunión híbrida (mezcla de presencial y en línea) de católicos reformistas tanto de Roma como de Bristol, con el tema “Derechos Humanos en la Iglesia Católica”. El evento se publicita como ofreciendo un balance guiado por laicos frente a un sínodo “clerical y dominado por varones”. Se trata de una reunión larga, que esta semana tuvo una lista impresionante de conferencistas, incluyendo la Hermana Joan Chittister, la Dra. Mary McAleese, el ex presidente de Irlanda, Cherie Blair KC, Leonardo Boff, Tina Beattie y James Alison. Este grupo clama por reformas profundas en la iglesia, incluyendo una constitución. Entre otras cosas, el evento “Espíritu sin cadenas” representa la frustración de muchos católicos que piensan que el camino de reformas en la iglesia lleva un ritmo demasiado lento y piensan en las profundas heridas causadas por la crisis de la pederastia clerical.

VER DESDE FUERA la sala sinodal a los obispos, sacerdotes y laicos/as provenientes del todo el mundo que llegan para cada sesión, te da una visión instantánea de la iglesia universal. La sesión matutina dura de 8.45 a 12.30 y la vespertina de 4 a 7.15 de la tarde. Los participantes trabajan seis días a la semana, con descanso dominical. En las meditaciones del retiro que ofreció Fr. Timothy Radcliffe, se enfatizó la importancia de construir amistades a través de los debates y decisiones. Fray Timothy dijo: “Idealmente, deberíamos haber logrado ser amigos durante estas tres semanas de sínodo, en vez de seguir yendo por caminos separados al final de todo”. Un punto interesante: Para profundizar la comunión y la amistad, ¿podría llevarse a cabo la sesión de octubre de 2024 en alguna casa de retiro cercana a Roma?

MIENTRAS TANTO, la confidencialidad y discreción pedida por el Papa Francisco a los miembros del sínodo parece haber sido violada muy pronto, cuando el Cardenal Gerhard Müller apareció en al programa de ETWN de Raymundo Arroyo al día siguiente del inicio del sínodo. A pesar de que el Cardenal ha sido un crítico abierto del sínodo, aceptó la invitación del Papa a participar en él. Yo le pregunté a Paolo Ruffini, prefecto de comunicación de la Santa Sede, acerca de la aparición de Müller en la televisión y él me comentó que dependía de cada participante individual el ejercicio de la discreción. En su entrevista con Arroyo, el cardenal expresó “una cierta forma de optimismo” a propósito del proceso sinodal, diciendo que la conversación en su mesa había sido “muy buena”.

Lo que parece unir a los dos polos críticos opuestos en el sínodo es el escepticismo frente al proceso. Algunos lo ven como potencialmente debilitador de las enseñanzas de la iglesia, mientras que el otro extremo piensa que no terminará lográndose gran cosa en cuestión de reformas significativas y permanentes.

EL CRECIMIENTO del conflicto en Israel, la guerra de Ucrania y la crisis climática han venido a recordarnos duramente que el sínodo no puede focalizarse solamente en asuntos internos de la iglesia. Giorgio Parisi, premio nobel de física, ha descrito la última carta apostólica del Papa sobre la crisis climática, Laudate Deum, como una descripción detallada de la situación, según los más recientes datos de la ciencia. Él alabó a Francisco por responder con vigor a aquellos que todavía niegan la evidencia de que es la actividad humana la mayor responsable en esta situación alarmante global. El mundo necesita una iglesia sinodal que busque inyectar esperanza en estos asuntos. Ha sido, por tanto, muy apropiado que, en la entrada del salón de reuniones, los participantes sean recibidos por la cruz de san Damián. Se trata de una réplica de la cruz frente a la cual oraba san Francisco cuando recibió el divino encargo de “reconstruir” la iglesia.

Texto del artículo en el original inglés

SYNOD EXPECTATIONS are high. There are hopes that it will bring about significant changes to the Church’s teaching on the priestly ordination of women and on same-sex relationships. For some watching the synod, including in the media, there doesn’t seem to be much point to the gathering unless it can “deliver” specific reforms.

But a longer view is needed. “It’s important to remember that this gathering, where all the big issues are on the table, would have been unthinkable 12 years ago,” one senior Church official in Rome told me. “Some people have forgotten that.”

That we are witnessing a new moment is underlined by the way the participants are seated inside the Paul VI audience hall and by the very different process that is being followed by this synod. Never before has a Synod of Bishops in the Vatican seen cardinals, bishops, laymen and women together at round tables to discuss, listen and discern the Church’s future. In the past, the plenary sessions took place in a theatre-style hall with the presiding figures facing members of the audience arranged in rows, according to their place in the hierarchy. Last week it was striking to see Pope Francis address fellow participants from one of the round tables and not from a stage, as popes would have done in the past.

Even if nothing else changes, the new process that has been adopted – which includes priests and lay people, including women, as well as bishops as voting members – represents a significant shift. While in the past certain questions would simply be taken off the agenda, at this Synod all the hot-button issues are on the table.

Austen Ivereigh, one of the expert theologians inside the hall, told me that the “big shift” is that most of the work in the synod is being done in small groups using the method of “conversations in the spirit”. He explained that this is not primarily a debate but a space in which the participants listen and respond to the points made. Everyone can speak within their small groups and to the assembly, and is free to make written submissions to the synod secretariat. Technology also plays its part: each participant has an electronic Tablet and uses it to request to speak. In another shift, the primary language being used inside the hall is English rather than Italian.

“The object of this whole exercise is synodality itself,” Ivereigh said. “It’s a new way of proceeding, of operating, of thinking within the Church, which centres on communion, participation and mission, that is, the involvement of people in processes of discernment prior to decision-taking in the Church.”

Although Francis has strengthened the synod’s authority, it remains a consultative body, and the Pope has the final say. The October 2023 synod will produce a document synthesising the discussions. Ivereigh predicts that a series of commissions will be established to study proposals before the second Vatican synod assembly in October 2024.

THE NEW synod process is going to take time to bed in. For many, including the bishops, this is unfaemiliar territory. Will a young woman be able to ensure the bishops on her table hear her voice? Will a delegate wishing to raise an awkward issue feel able to speak freely in front of the assembly? The members of the synod I have spoken to informally have all told me that, for the most part, the process is working well, and – so far, at least – the gathering has not become polarised.

An intervention from Cardinal Fridolin Ambongo, the Archbishop of Kinshasa in the Democratic Republic of Congo, demonstrated this cautious optimism. During a media briefing, he was asked about whether he was worried the synod would allow same-sex blessings. The Capuchin Franciscan cardinal replied by saying he would not offer a “personal opinion” as it would “depart from the spirit of synodality”, but the answer would emerge through “collective discernment”. The cardinal is President of the Symposium of Episcopal Conferences of Africa and Madagascar. He leads an archdiocese of more than six million Catholics with 130 seminarians. The cardinal explained he was confident the synod would “bear Good fruits”, adding that this synod was different to previous ones as, in the past, “we knew more or less what the outcome would be.”

ALONG WITH the main synod event, there are several other gatherings taking place seeking to influence the conversation. One of them is “Spirit Unbounded”, a hybrid in-person and online gathering of reform-minded Catholics in both Rome and Bristol taking as its theme “Human Rights in the Catholic Church.” The event is being billed as offering a lay-led balance to the “clerical, male-dominated” synod.

It’s a large gathering, which this week Drew together a host of impressive speakers, including Sr Joan Chittister, Dr Mary McAleese, the former President of Ireland, Cherie Blair KC, Leonardo Boff, Tina Beattie and James Alison. The group is calling for sweeping reforms to the Church, including a constitution. If nothing else, the “Spirit Unbounded” evento represents the frustration many Catholics feel with the slow pace of reform in the Church and the deep wounds caused by the clerical sexual abuse crisis.

STANDING OUTSIDE the synod hall watching bishops, priests and lay people from across the world arrive for each session gives you a snapshot of the Church Universal. The morning sesión runs from 08.45 to 12.30 and the afternoon from 4pm to 7.15pm. The participants work six days a week, with a break on Sunday. In his retreat meditations, Fr Timothy Radcliffe emphasised the importance of building friendships amid the debates and decisions. He said: “Ideally, we should have done that during these three weeks of the Synod instead of going our separate ways at the end of the day.” An interesting point: To deepen communion and friendship, could the October 2024 session of the synod take place in a retreat house near Rome?

MEANWHILE, the confidentiality and discretion requested by Pope Francis of synod members appeared to have been breached early on when Cardinal Gerhard Müller appeared on Raymond Arroyo’s EWTN show the day after the synod got under way.

Although the cardinal has been a vocal critic of the synod, he accepted the Pope’s invitation to participate. I asked Paolo Ruffini, the Holy See communications prefect, about Müller’s television appearance, and he said that it was up to individual synod members to exercise their discretion. In his interview with Arroyo, the cardinal expressed “a certain form of optimism” about the process, saying the conversation at his table had been “very good”.

What seems to unite the different poles of criticism of the synod is scepticism about the process. Some see it as potentially undermining Church teaching, while others don’t think it will deliver significant and lasting reforms.

THE ESCALATING conflict in Israel, the war in Ukraine and the climate crisis have been sharp reminders that the Synod cannot simply be focused on internal Church matters. Giorgio Parisi, the Nobel Prize-winning physicist, described the Pope’s latest document on the environment, Laudate Deum, as an accurate description of the situation based on the latest scientific data. He praised Francis for responding to those who still dispute the evidence that human activity is a major driver in global warming. The world needs a synodal Church that seeks to weave hope into its affairs. It is appropriate, then, that at the entrance to the synod hall participants are greeted by the San Damiano cross. It is a replica of the cross St Francis of Assisi is said to have been praying in front of when he received a divine commission to “rebuild” the Church.

Iglesia y Sociedad

El sínodo de la sinodalidad

29 Sep , 2023  

Christopher Lamb es un vaticanólogo muy reconocido. En la reciente edición del semanario católico inglés, The Tablet, ha escrito sobre la importancia del sínodo que comenzará este 4 de octubre. Menciona el especialista inglés, que esta 17º Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos que iniciará el día de la fiesta de san Francisco de Asís, será distinta de cualquier otra que le antecede y constituirá un momento crucial para el catolicismo, como lo fue el Concilio Vaticano II. De su artículo extraigo algunos datos sobre el sínodo que está a punto de comenzar

De todas partes del mundo vendrán los 464 participantes, incluyendo dos obispos de China Continental. Ya con Francisco incluido, los votantes serán 365, mientras que el resto trabajarán como expertos, facilitadores o asistentes espirituales. Entre los participantes, 81 serán mujeres, de las cuales 54 serán votantes en la asamblea. Una buena parte de las discusiones de la asamblea se realizarán en pequeños grupos de trabajo que se reunirán en la Sala Pablo VI, el amplio auditorio que usa regularmente el Papa para sus audiencias generales de los miércoles.

El Papa Francisco espera que la renovación sinodal reavive el sentido de misión de la iglesia y hay muchos que esperan que brote del sínodo un nuevo estilo de vida eclesial. No hay que olvidar que el proceso sinodal tiene lugar en el marco del catastrófico escándalo del abuso sexual de los clérigos. El instrumento de trabajo (Instrumentum Laboris) que será la base de las discusiones refiere que la iglesia de todo el mundo está “profundamente afectada” por el abuso, tanto sexual y espiritual como de otras formas, y subraya la necesidad de asumir las consecuencias de este hecho.

En el aula sinodal los participantes se dividirán en 35 grupos de trabajo de entre 10 y 12 miembros cada grupo. Habrá un facilitador en cada grupo para ayudar en el discernimiento. Catorce grupos de trabajo conversarán en inglés, ocho en italiano, siete en español, cinco en francés y uno en portugués. Los documentos se redactarán en inglés e italiano. Los pequeños grupos llevarán adelante “conversaciones en el espíritu”, en el que cada persona podrá hablar no más de cuatro minutos antes de que los participantes puedan responder a lo que han escuchado. Habrá también, desde luego, sesiones plenarias en las que se reunirá la asamblea en su conjunto y en las que se recibirán los reportes de las discusiones de los pequeños grupos.

La asamblea tendrá cinco módulos o segmentos, dedicados a reflexionar en qué es una “iglesia sinodal”, comunión, misión y participación, con un segmento conclusivo para la aprobación del reporte final. Cada pequeño grupo formulará un reporte de sus reflexiones, señalando los temas en los que hubo acuerdo y aquellos en los que se mantienen los desacuerdos o la tensión. No les será pedido que los reportes muestren los asuntos en los que todos están de acuerdo, sino que reflejen el trabajo que se ha llevado a cabo al interior de los grupos. El módulo final tendrá como resultado una síntesis de todas las discusiones, la cual será sometida a la asamblea para su aprobación.

Es muy importante subrayar que esta reunión de 2023 no producirá el documento final del sínodo. Esto sucederá hasta que llegue la sesión final de la asamblea sinodal, que será en 2024, y a la que asistirán las mismas personas que participan en 2023. Una vez terminado todo el proceso después de la asamblea se 2024, se espera que Francisco responda a dicho documento en meses posteriores.

A diferencia de los anteriores sínodos, el documento de trabajo no consta de una serie de proposiciones, sino de preguntas que permitan un ulterior discernimiento. El documento de trabajo tiene largas secciones acerca de la renovación de la manera de gobernar y tomar las decisiones en la iglesia para incluir en ellas a las y los laicos y asegurar una mayor transparencia y rendición de cuentas. El papel de las mujeres en la iglesia, consistentemente señalado en los diálogos de las iglesias locales en el proceso de preparación del sínodo como necesitado de urgente atención, será seguramente un tópico de discusión significativo. Una cuestión es cómo la “dignidad bautismal” de las mujeres, incluyendo su “participación en el gobierno, la toma de decisiones, la misión y los ministerios en todos los niveles eclesiales”, puede ser mejor reconocida y promovida. La cuestión del diaconado femenino, que ha sido ya discutido recientemente en dos distintas comisiones vaticanas fomentadas por Francisco, está también en la agenda de discusión, así como la conveniencia del establecimiento de “nuevos ministerios”.

Es claro que tres semanas de discusiones en el Vaticano no son suficientes para resolver todos estos temas, así que es más realista pensar que el sínodo va a mostrar dónde hay acuerdos sustanciales, y exponer dónde, en cambio, se encuentran los asuntos más difíciles. Es posible, por ejemplo, que haya una fuerte corriente que se oponga a la ordenación de mujeres como diáconos, pero es de esperarse que las iglesias locales puedan reflexionar y decir su palabra revisando lo que el sínodo haya anotado, para llevar sus opiniones a la asamblea final de 2024.

Un tema que con seguridad será tratado es el del clericalismo, que, junto con el reconocimiento del papel de la mujer, ha sido repetidamente identificado como un problema para el diálogo sinodal. En el corazón de este asunto está la manera como la autoridad se ejercita dentro de la iglesia, pues el clericalismo no es un asunto solo “sacerdotal”, sino la tendencia de todo liderazgo de abusar de su poder y que se encuentra presente en todas las instituciones de la iglesia; por eso el sínodo reflexionará en la relación recta entre el sacerdocio común de todos los bautizados y el sacerdocio ministerial de los presbíteros.

En un reciente seminario sobre la sinodalidad, Vimal Tirimanna, un teólogo asiático que enseña en Roma y en Sri Lanka y que será delegado votante en el sínodo, comentó que “todos vemos y respetamos una cierta cultura “sacerdotal”, pero eso no significa que “en nombre de esa cultura de respeto, se usurpen los roles confiados a todos y cada uno de los bautizados y bautizadas por el Espíritu Santo”.

La formación será también un asunto crítico en la discusión; ya el documento de trabajo identifica la necesidad de que los procesos de formación estén dirigidos a todo el pueblo de Dios, pero insiste en que los futuros sacerdotes deberán ser entrenados en “una mentalidad y un estilo sinodal” y que la renovación de los seminarios y sus planes de estudios deberán asegurar “una clara y decisiva orientación” hacia la sinodalidad. Tiramanna comentó también que “en los seminarios hay una seria necesidad de subrayar el sacerdocio como un servicio”, mientras que Rafael Luciani, un teólogo venezolano y consultor experto en el sínodo, dijo que “tanto los seminarios, como las parroquias y la reología del sacerdocio”, deben ser profundamente renovados. “Si no se toca esa trilogía -aseguró el teólogo- nunca caminaremos hacia una iglesia sinodal”.

El sínodo será también el escenario de liderazgos emergentes, incluyendo el liderazgo femenino. La hermana Nathalie Becquart, que tomó parte en el sínodo sobre los jóvenes en 2018, fue nombrada sub secretaria de la oficina del sínodo tres años después. Por primera vez, Francisco ha incluido dos mujeres que actuarán como “delegados presidentes”, lo que quiere decir que en algunos momentos presidirán la asamblea en nombre del Papa. Una de ellas, por cierto, es la religiosa mexicana María de los Dolores Palencia, que dirige un centro de acogida para migrantes en Tierra Blanca, Veracruz; la otra es Momoko Nishimura, juna laica consagrada de Yokohama, Japón, que trabaja en la pastoral juvenil.

Contra lo que sostiene un cierto sector de la iglesia, Francisco no parece tener planes de retirarse pronto, y espera jugar un papel activo durante todo el proceso sinodal. Sin embargo, puede ser que para muchas personas el sínodo sea una especie de pre-cónclave. El 30 de septiembre, el Papa creará 21 nuevos cardenales, 18 de ellos con derecho de votación en una futura elección papal. Quienes ocupen una posición de relevancia en el sínodo serán analizados de cerca por los cardenales, y eso podría ser oportunidad de ir visualizando posibles sucesores de Francisco. El cardenal Jean-Claude Hollerich, de Luxemburgo, que es el relator general del sínodo, jugará un rol clave en la preparación del crucial documento final, e introducirá los tópicos de discusión y hará las síntesis de las conclusiones. Este es el mismo papel que el cardenal Mario Bergoglio desempeñó en el sínodo de 2021, cuando impresionó a todos con sus cualidades de liderazgo. La experiencia de Bergoglio en este trabajo (él atestiguó que el secretario del sínodo había removido material que los grupos sinodales habían aprobado) convenció al futuro Papa que la estructura del sínodo necesitaba se urgentes reformas.

En esta ocasión, el secretario general del sínodo es el cardenal maltés Mario Grech, cuyo papel es garantizar que el sínodo se desarrolle sin contratiempos y abordar en su momento cualquier problema que emerja. En la sesión de apertura del sínodo habrá discursos de Hollerich, Grech, el Papa y el presidente delegado. Otros presidentes delegados incluyen al cardenal Carlos Aguiar Retes, arzobispo de la CDMX, y el arzobispo de Perth, Tim Costelloe, presidente de la Conferencia Episcopal de Australia.

El sínodo estará también lleno de polvorines en explosión. Entre los participantes está el cardenal alemán Gerhard Müller, antiguo prefecto del dicasterio de la Doctrina de la Fe, que ha hecho declaraciones severas sobre el sínodo, al que ha descrito como “una hostil toma de control en la iglesia”. Estará también presente su compatriota, el obispo Georg Bätzing, presidente de la conferencia alemana de obispos, quien se ha destacado por impulsar las reformas del sínodo alemán sobre el papel de las mujeres, laicos que puedan predicar en la Misa, y una reorientación de la enseñanza de la iglesia en material sexual, todas éstas reformas que han encontrado resistencia en Roma. Curiosamente, no hay grupo lingüístico alemán en el sínodo, como si no quisiera ofrecerse la ocasión en que los participantes de habla alemana puedan tener conversaciones entre ellos.

Hay muchos obispos que llegarán a Roma con algo de escepticismo acerca del proceso, pero abiertos a la conversión. Cómo respondan en estas próximas semanas podría hacer la diferencia. Una figura clave será el obispo Robert Barron, uno de los delegados norteamericanos. Él ha insistido en que el sínodo “no votará sobre doctrina”, sino que se trata “más bien de estrategia”. Cómo él, y otros obispos como él, voten en el proceso sinodal será significativo, sobre todo porque tienen una considerable audiencia digital.

Tanto Francisco como los organizadores del sínodo, quieren evitar que las discusiones sinodales se conviertan en una batalla mediática. Incluso llegó a hablarse de algo así como un “secreto pontificio” en torno a algunos temas que se discutirán. Paolo Ruffini, jefe de comunicaciones del Vaticano, dijo a los reporteros que más que secrecía se hace necesaria cierta “confidencialidad” durante el proceso, dado que es una reunión de índole espiritual. A los participantes se les pedirá que no accedan a ofrecer entrevistas a los medios durante el desarrollo de la asamblea. Miriam Wijlens, canonista de la universidad de Erfurt, en Alemania, y una de las consultoras expertas convocadas por el sínodo, ha comentado en público que a ella no le gusta la expresión “secreto pontificio”, pero dijo que para que los participantes puedan hablar libremente es necesaria cierta confidencialidad. “De lo contrario, algunos miembros del proceso sinodal podrían ser extremadamente activos en los medios de comunicación social, mientras que otras voces podrían perderse”, aseguró.

La naturaleza espiritual del sínodo será subrayada por la reunión de oración y el retiro espiritual que lo precede. Tendrá lugar en la Plaza de san Pedro una vigilia ecuménica de oración en la que participarán jóvenes y líderes cristianos, incluyendo el arzobispo anglicano de Canterbury, Justin Welby. La reunión de oración será organizada por Taizé, el famoso monasterio ecuménico francés, lo cual refleja la naturaleza inclusiva del proceso sinodal. Representantes de otras iglesias también participarán, incluyendo el obispo anglicano de Chichester, Martin Warnes, y Elizabeth Newman, la presidenta de la comisión sobre doctrina bautista y unidad cristiana de la Alianza Mundial Bautista.

La jornada de oración estará seguida de un retiro de tres días al que acudirán todos los participantes que tendrá lugar en Sacrofano, a 25 kilómetros al norte de Roma, conducido por Fr. Timothy Radcliffe, quien fuera superior general de los dominicos, y María Angelini, una abadesa benedictina del norte de Italia.

Hay quienes argumentan que el sínodo no traerá cambios significativos. Otros pocos quisieran verlo fracasar. El proceso sinodal en sí mismo será tan importante como sus resultados en términos de documentos y resoluciones. Para el Papa Francisco este es un momento decisivo en su personalísima misión de dar testimonio de una verdad tan antigua como incambiable: que el Espíritu Santo habla a la iglesia en todas las épocas.

Iglesia y Sociedad

La iglesia debe reconocer el derecho del pueblo a saber

13 Jun , 2023  

Bajo el título de esta columna, (Church must recognise people’s right to know), el semanario católico más reconocido de la Gran Bretaña ha publicado un artículo editorial que aborda un tema relevante: el nombramiento de los obispos en la iglesia católica.

La historia detrás del artículo es ésta: el 12 de diciembre de 2022, presentó su dimisión al gobierno de la diócesis de Hexham y Newcastle el obispo Robert Byrne, de 66 años. Una renuncia harto anticipada, pues los obispos han de presentar su renuncia obligatoria al llegar a los 75 años. El adelanto de la dimisión de Byrne causó conmoción en Inglaterra debido a que la razón esgrimida para su renuncia fue que el ministerio episcopal se le había vuelto “una carga demasiado pesada”. El arzobispo de Liverpool, Malcom McMahon, quedó como administrador apostólico de la sede vacante.

Byrne, quien había sido ordenado obispo auxiliar de Birmingham (¡sí, la ciudad de la serie Peaky Blinders!) en 2014 y, desde febrero de 2019, se desempeñaba como obispo titular de Hexham y Newcastle, mencionó en su renuncia pública que se sentía “incapaz de seguir sirviendo a gente de la diócesis de la manera como me gustaría hacerlo” (Puede verse la nota del portal Vida Nueva Digital del 13 de diciembre de 2022).

Pues bien, el Dicasterio para los Obispos en el Vaticano encargó al arzobispo McMahon hacer una investigación acerca de las razones de la renuncia de Byrne, ya para entonces aceptada por el Papa, que argumentaba una serie de “errores de juicio” que hacían insostenible su permanencia al frente de la diócesis.

El informe del arzobispo de Liverpool, enviado al Vaticano y presentado públicamente en un resumen ejecutivo el pasado 5 de mayo, resulta revelador. McMahon sostuvo en dicho informe que algunos aspectos relacionados con la renuncia son internos y no tienen interés público. Sin embargo, hace alusión directa a tres situaciones problemáticas:

  1. los rumores de fiestas tenidas en la Catedral en los tiempos de confinamiento por la pandemia del COVID 19 (que en el informe aparecen como acusaciones falsas, al menos en lo que toca a la participación del obispo Byrne en ellas);
  2. el suicidio del canónigo Michael McCoy, a quien el obispo Byrne había nombrado como canónigo en 2019, al poco tiempo de asumir la conducción de la diócesis, y que se quitó la vida al enterarse que se había iniciado una investigación policiaca en su contra debido a alegaciones por abuso de menores en su pasado;
  3. finalmente, la relación de amistad de décadas que sostuvo con el sacerdote Timoty Gardner, con quien hizo también negocios, y quien resultó condenado en 2014 por posesión de pornografía infantil.

Es a partir de esta realidad trágica, triste y escandalosa, como la califica el semanario The Tablet en su editorial, que se pone sobre el tapete de la discusión la cuestión a la que quiero referirme: los nombramientos a cargos importantes en la iglesia. El arzobispo McMahon no hace referencia en su informe al Vaticano a este asunto: ¿cómo fue que el obispo Byrne llegó a ser nombrado obispo? ¿qué ocurrió que un clérigo con una historia tan impresentable recibió el orden episcopal y la responsabilidad que ello conlleva?

Sabemos que el nombramiento de obispos sigue unas normas que incluyen averiguaciones acerca de las personas sugeridas para ocupar dicho cargo, pero que son dirigidas preponderantemente a otros clérigos. Es aquí que se abre la cuestión de la consulta al Pueblo de Dios en el nombramiento de aquellos que han de conducir… ¿No tiene derecho el Pueblo de Dios en su conjunto de opinar acerca de nombramientos que tienen mucho que ver con el desarrollo de la conducción de la vida espiritual en sus comunidades? ¿No tiene la iglesia, que enarbola en estos tiempos el discurso de la sinodalidad, la obligación de escuchar las voces del Pueblo de Dios en asuntos que le conciernen de manera relevante? ¿No es este un asunto que debiera llevarse a la discusión sinodal de octubre de 2023? ¿Cómo no aspirar a una iglesia en la que los cargos de servicio (obispos, párrocos, responsables de departamentos) sean consultados con el conjunto del Pueblo de Dios?

Habrá, desde luego, que encontrar las maneras para que esto sea orgánicamente posible. Me quedo con la referencia conclusiva del artículo de The Tablet: “La iglesia católica es todavía una organización fuertemente marcada por un “arriba-abajo”, con rendición de cuentas hacia arriba, porque los obispos han de informar y responder a los cuestionamientos de Roma, pero sin rendición de cuentas hacia abajo, al Pueblo de Dios. Si el espíritu de sinodalidad tiene algún sentido, esto deberá cambiar, y esto para responder a los intereses del pueblo… y de los mismos obispos”.

Cfr. The Tablet 20 de mayo de 2023, en www.thetablet.co.uk

Iglesia y Sociedad

Dos mujeres marginadas

8 Mar , 2023  

La historia de las mujeres en la Biblia es una historia de marginación. Era harto difícil la situación de sujeción en la que vivía la mujer en los tiempos de Jesús. La acción de Jesús aparece dirigida siempre a la liberación de las mujeres, a la superación de las esclavitudes que las mantenían atadas. Son muchas las mujeres que fueron beneficiarias de la acción de Jesús. En este 8 de marzo quisiera acercarme a dos de ellas para ver lo que tienen que enseñarnos.

La mujer encorvada (Lucas 13,10-17)

Este texto exclusivo de Lucas contiene todos los rasgos de este evangelio que, con acierto, ha sido llamado el evangelio de la misericordia. Los personajes del relato están bien identificados: se trata de Jesús y, frente a él, una mujer que tiene una enfermedad que la ha traído postrada durante dieciocho años y cuyas consecuencias son descritas en el texto: está encorvada y no puede incorporarse del todo. Tal enfermedad es atribuida en el relato a un mal espíritu o a Satanás. Está también el jefe de la sinagoga, que pide a la gente que no acuda a la sinagoga a curarse en sábado. Aparece, por último, la gente que atestigua el milagro y que termina alegrándose por la acción de Jesús.

El texto mezcla el relato del prodigio realizado por Jesús a favor de la mujer con una disputa que se suscita entre él y el jefe de la sinagoga. No deja de llamar la atención que el relato no mencione el nombre de la mujer, el lector no sabe nada de la edad que tenía, aunque la aseveración de que lleva 18 años enferma sin que el texto mencione que estuviera enferma desde niña, nos coloca delante de una mujer no tan joven. No obstante estos pocos datos, el relato nos señala que Jesús sí conoce a esta mujer a la que llama hija de Abraham, pues es él quien menciona los años que lleva oprimida por la enfermedad. Su pasado de sufrimiento, pues, no le es desconocido a Jesús.

La curación de la mujer puede ser leída desde varias perspectivas. Por una parte, es una acción de Jesús que, lo afirma expresamente el texto, libera a la mujer de la cadena de la enfermedad. Jesús conoce los sufrimientos que mantienen a esta mujer, y a todas las mujeres en situación de postración. La misión de Jesús es, precisamente, sacarlas de su postración. La alegría de los testigos por el prodigio realizado es una manera de expresar que la voluntad de Dios es que las mujeres no continúen en este estado. La acción de Jesús, y cualquier acción que culmine en mayor libertad para las mujeres, realiza la presencia de Dios.

Otro elemento digno de destacarse es la disputa que se desencadena a partir del milagro realizado por Jesús. La afirmación del jefe de la sinagoga nos saca de balance. Es Jesús el que ha realizado el milagro. La mujer no ha solicitado nada, es solamente beneficiaria. Sin embargo, el jefe de la sinagoga no se dirige a Jesús, sino a la gente. No dice a Jesús: ‘Cura a todos los que quieras, pero no en sábado’, sino que reprende a la gente. La hipocresía del jefe de la sinagoga queda de manifiesto: es la acción de Jesús la que lo ha enfurecido, pero es incapaz de enfrentarse con el Maestro y prefiere atribuir a los asistentes a la sinagoga intenciones que ellos parecen no tener, porque no dice nada el texto acerca de que los asistentes hubieran ido para ser curados, como el jefe de la sinagoga asegura falsamente.

Pero Jesús desenmascara al jefe de la sinagoga colocándolo ante un razonamiento típico de su tiempo y contexto. A partir de una acción humana que era considerada permitida en sábado (desatar al burro o al asno para llevarlo a abrevar), Jesús deduce que la curación de la mujer no viola el mandamiento del sábado. Pero la aplicación de este tipo de razonamiento judío se convierte, en este caso, en una terrible acusación que Jesús lanza contra el jefe de la sinagoga: Si, según esta manera de razonar propia de los judíos, llevar a los animales en sábado está permitido porque tiene como objetivo conservarlos en buena salud, ¿con cuánta más razón no habría de aplicarse un criterio parecido en el caso de la mujer encorvada, especialmente siendo una paisana, una de sus hermanas de raza y religión? Por eso es tan significativo en el texto que el jefe de la sinagoga no pueda rebatir la argumentación: Jesús ha demostrado fehacientemente que el jefe de la sinagoga es alguien que tiene en mayor estima a los animales de labranza que a una mujer enferma. Hasta tal punto podía llegar la hipocresía de los encargados del culto. Y esto no es, desafortunadamente, solo un asunto del pasado.

Por eso es digno de tenerse en cuenta que Jesús llame a la mujer ‘hija de Abraham’. La opresión que la mujer sufría le privaba también de su identidad de miembro del pueblo santo. La curación realizada por Jesús no significa solamente la devolución de la salud perdida, sino la restauración de su dignidad en cuanto parte integrante del pueblo que Dios se eligió. Me explico. El mandato divino del sábado creó un día para descansar y para que el pueblo recordase que fue esclavo en Egipto. Por eso Jesús, basado en el espíritu y no solamente en la letra del mandamiento, siente que la voluntad de Dios es precisamente ‘desatar’ a esa mujer en día sábado. La vocación de Israel como pueblo elegido es ser una comunidad de alabanza continua a Dios. La curación que Jesús realiza hace que la mujer recobre, una vez liberada, el gusto por la alabanza, recuperando así su vocación de hija de Abraham que la enfermedad le había arrebatado.

La mujer sirio-fenicia (Mateo 15,21-28; Marcos 7,24-30)

El relato de la mujer sirio fenicia (cananea, según la versión de Marcos, uno de los dos evangelios en los que este pasaje está presente) nos presenta a Jesús realizando un milagro a favor de la hija de una mujer doblemente marginada: por ser mujer, y por ser extranjera. Los extranjeros en Israel eran desdichados porque no contaban con al privilegio esencial: formar parte del pueblo elegido de Dios. Eran vistos con recelo porque sus costumbres podían ejercer atracción entre los judíos y desviar así al pueblo de su peculiaridad de pueblo elegido. Una de las más grandes guerras que los judíos sostuvieron contra un pueblo extranjero fue contra los griegos, precisamente porque sus costumbres extranjeras estaban cautivando a la juventud hebrea y amenazaban con hacer perder al pueblo su identidad de pueblo santo y elegido. Esta guerra está contada detalladamente en los dos libros de los Macabeos.

Un extranjero podría ser admitido en algún pueblo de judíos y se le procuraba hospitalidad, pero no podía participar en el culto, no le estaba permitido entrar al Templo, ni ofrecer sacrificios, ni tomar parte de la comida pascual (Ezequiel 44,7-9; Levítico 22,25; Éxodo 12,43). La ley de Moisés manda amar al extranjero y maldice al que viola su derecho (Deuteronomio 10,19; 27,19). Sin embargo, solían ser tratados con desprecio por parte de los hebreos y eran considerados gente impura. El mismo apóstol Pedro siente cierta reticencia para entrar en la casa de Cornelio, a pesar de que Dios le manda hacerlo después de haberlo convencido a través de un sueño. El relato del sueño de Pedro (Hechos 10) muestra cómo el apóstol comparaba a Cornelio con los alimentos impuros.

Jesús fue educado en esta mentalidad nacionalista y cerrada. La respuesta que nos trae Mateo en su versión del relato de la mujer cananea: “He sido enviado sólo para las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15,24), muestra que la conciencia humana de Jesús tuvo que pasar por un proceso evolutivo para abrirse a los hombres y mujeres de todas las nacionalidades.

Pero, sin duda, la frase de Jesús en que compara a los extranjeros con los perritos es la que más nos golpea. De hecho, parece que esa era la manera corriente con la que los miembros del pueblo de Israel se referían a los extranjeros. Pero la respuesta de la mujer deja boquiabierto a Jesús, de manera que él tiene que terminar reconociendo la grandeza de la fe de aquella mujer.

En la perspectiva de nuestro estudio, este pasaje puede leerse subrayando, no solamente el milagro de la expulsión del demonio que oprimía a la hija de la extranjera, que Jesucristo habría realizado a distancia y con la sola fuerza de su palabra, sino el cambio, la transformación que la palabra y la acción de esta mujer ocasionó en Jesús.

Los evangelios, como sabemos, no son biografías de Jesús sino catequesis sobre su persona y el misterio que la misma entraña. No son tampoco estudios psicológicos sobre Jesús. Por eso no es muy común ver con claridad el momento en que algún acontecimiento cambia el rumbo del pensamiento y la acción del Maestro. Dicho de otra forma: como los evangelios se esfuerzan en presentar a las comunidades a un Jesús maestro, no es fácil encontrar pasajes en los que Jesús aparezca aprendiendo o modificando su acción gracias a algo que alcanzó a entender de pronto.

Jesús aprendió de su María madre cuando, en las bodas de Caná, ‘obliga’ a su Hijo a adelantar su hora y realizar un milagro, por así decirlo, fuera de tiempo (Juan 2,1-11). Jesús también aprendió de una humilde viuda que echa su ofrenda en la alcancía del templo (Marcos 12,41-44). Pero en esta ocasión, con la mujer extranjera, el aprendizaje de Jesús queda todavía más patente porque el texto muestra el cambio de Jesús gracias a la intervención de esa mujer. Si el Jesús de Mateo podrá decir, en el capítulo 28, “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (versículo 19), será en gran parte gracias a la intervención de esta mujer que le ayudó a descubrir que su misión no podía quedarse circunscrita al pueblo de Israel, y que un nuevo pueblo, formado por hombres y mujeres de todas las naciones, debía ser el nuevo depositario de las promesas del Reino.

En nuestras comunidades suele ocurrir lo mismo que en el pasaje que estamos comentando. Son muchas veces las mujeres de quienes viene la luz que la comunidad necesita para entender algún llamado de Dios y discernir así qué es lo que pide a la comunidad en este momento concreto. Desgraciadamente no siempre los varones tenemos la misma actitud de Jesús y nos cuesta aprender de las mujeres. No nos extrañe: Pedro y el resto de los apóstoles también experimentaron una resistencia muy fuerte para creer en el mensaje de la apóstol María de Magdala que les anunció la resurrección.

La sirio-fenicia, con su humildad reverente ante Jesús, tiene un tesoro escondido que quiere compartir con el Maestro: su fe en un Dios que no hace acepción de personas y que no distingue entre judíos y no judíos porque ama a todos y tiene un corazón abierto a todas las naciones. Tenemos que admirar la actitud de esta mujer y de todas las mujeres que, en nuestras comunidades, siguen alimentando la fe en un Dios que no hace distingos de personas. Mirando la actitud de Jesús en este pasaje los varones tendríamos que avergonzarnos de no haber aprendido de la fe y del testimonio de las mujeres de nuestras comunidades.