Iglesia y Sociedad

Los cuentos de Cortázar

11 Abr , 2016  

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Este próximo martes 12 de abril, Proyecto Utopía de Yucatán A.C. iniciará la segunda temporada de sus “Conversatorios sobre Literatura”, una encomiable iniciativa que se estrenó el año pasado. A las 18.00 horas, en el Foro Cultural Amaro, tendrá lugar un conversatorio en homenaje a Julio Cortázar y su obra literaria, con la participación de María Dolores Almazán, Enrique Martín Briceño y Addy Góngora y la siempre gentil hospitalidad de Olga Moguel. Para quienes admiramos la obra del enorme cronopio y apreciamos el talento de los conversadores, la velada se antoja inmejorable.

Sin duda, cualquier persona a quien se le pidiera que mencionara, rápidamente y sin pensarlo, alguna obra de Cortázar respondería Rayuela. Y no es para menos. Ha arrancado elogios de amplias dimensiones, como el lanzado por el novelista C.D.B. Bryan desde el New York Times en 1969: “Rayuela es la novela más magnifica que he leído y a la que siempre vuelvo. No hay novela de autor vivo que me haya influido más, intrigado más, cautivado más… No hay novela que haya explorado tan satisfactoria, completa y bellamente la compulsión del hombre a explicar la vida, buscar su sentido, desafiar sus misterios”. Así es: Rayuela ha sido un parte aguas en la producción literaria de América Latina.

Mi camino a Cortázar, en cambio, fue distinto. Todo comenzó por un libro que cayó en mis manos: se llamaba El Último Round y era una espléndida miscelánea que contenía, desde los graffiti pintarrajeados en los muros de París en mayo del 68, hasta juegos literarios conocidos como “pameos o meopas”, que no poemas, pasando por una sesuda discusión con Roberto Fernández Retamar acerca del dificilísimo equilibrio entre el contenido de tipo ideológico y el contenido de tipo literario en una obra, uno de las polémicas más candentes en la literatura del siglo XX.

Mi fascinación por la obra cortazariana había comenzado. En mi caso, Rayuela, precisamente por su monumentalidad, no fue el vehículo idóneo para mi primer contacto con Julio. Incluso me resistí durante muchos años a la lectura de Rayuela. Quedé, en cambio, inmediatamente subyugado por los cuentos de Cortázar, esos prodigios de redondez y de concentración. Por eso sostengo que, en mi caso, fue mejor entrarle al toro por los cuentos (dicho sea esto a pesar de que a Cortázar le gustaba mucho más el box que la fiesta brava).

La lectura de los cuentos de Julio me resultó (y sigue resultándome) una aventura apasionante. Es en ellos donde descubro con mayor nitidez la que me parece la más atractiva característica de la literatura de Cortázar y que me atrevo a resumir en una frase: la realidad siempre esconde un misterio y nada, o casi nada, es lo que parece ser. Hay, en efecto, misterio y sorpresa escondidos en el reverso de la realidad cotidiana. Hace más de 20 años, cuando Julio hubiera cumplido 81, el 26 de agosto de 1995, yo le escribí una carta al más allá que fue publicada en un rotativo local que solía publicarme. En ella le agradecía muchas cosas: Rayuela y sus múltiples alternativas de lectura, los ensayos sobre el escritor y la revolución… y, sobre todo, los cuentos. “Este último -le decía yo a Julio en aquella misiva- es mi territorio preferido: tus cuentos, la posibilidad de lo fantástico a la vuelta de la esquina, la casa ocupada de fantasmas, el hombre que vomitaba conejitos cada segundo día, el lector que se descubre la víctima de la novela que lee, el sueño que se convierte en realidad y la realidad que se torna sueño, el boxeador y sus recuerdos de gloria, el embotellamiento automovilístico que dura varios días. En fin: tus cuentos: esos pozos de ingenio y de sorpresas”.

Y es que el genio de la cuentística de Cortázar parece inagotable. Hay una cierta sensación de vértigo y de redondez acabada en La continuidad de los parques, acaso el más breve y más estudiado de los cuentos de Cortázar. Otros cuentos son una explosión de fantasía, como La puerta condenada, Estación de verano o No se culpe a nadie, éste último un extraordinario relato de lo que puede pasarle a una persona al ponerse el suéter. Algunos cuentos de Julio son trasgresores del tiempo: ahí están Sobremesa y Autopista del Sur. O trasgresores del lenguaje, como La Señorita Cora, ese lúdico rompecabezas que hay que armar. Y es que Cortázar es, sin duda, un trasgresor, trasgresor de la lengua y de las ideologías, del tiempo y del espacio.

Algunos otros cuentos hacen honor a las grandes pasiones de Julio: su pasión por el boxeo (Torito), o su pasión por la música, en uno de sus más significativos cuentos llamado El perseguidor. En algunos cuentos, Cortázar realiza lo que muy pocos logran hacer en un texto literario: convertirlo en una metateoría. Me explico: se trata de hacer un cuento en el que la materia misma del relato es la elaboración del cuento y su proceso. Algo parecido a lo que Silvio Rodríguez, ese músico tan redondo como Cortázar, hace en la canción Playa Girón. Los cuentos Las babas del diablo y Diario para un cuento, son quizá los ejemplos más acabados.

Pero éste ha sido sólo mi camino. Cada quien tendrá un Cortázar a su medida. El conversatorio del próximo martes permitirá a quien asista asomarse a otras tres distintas lecturas de Julio Cortázar, el escritor argentino que marcó a toda una generación.

Una vez le preguntaron a Julio cuál pensaba que era la influencia que su literatura había tenido sobre los escritores jóvenes en América Latina. Cortázar no era vanidoso, pero no tenía falsas modestias. Nadie podía negar –ni él mismo– que su narrativa ha modificado profundamente una buena parte de la ficción latinoamericana de los últimos años. Así que después de lamentarse por la negativa influencia que creó cientos de pequeños Julios, que publicaban “Rayuelitas” aunque les pusieran sofisticados nombres, todo ello en medio de una mediocridad bastante evidente, Julio reconoció que su literatura había dejado también una impronta positiva porque liberó de prejuicios y de muchos tabúes literarios a los escritores. Lo dijo con una expresión de solemne cronopio: “mi literatura ha hecho que muchos escritores se quiten la corbata para escribir.”

¡Ah! ¡Cómo quisiera haber conocido a Julio Cortázar! De veras que, como dice Joaquín Sabina: “No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió…” En fin, no quiero menos a Julio por no haberlo conocido personalmente. Pero no haberlo conocido hace que esta evocación sea doblemente dolorosa. Soy hombre de obsesiones. La vida y la obra de Julio Cortázar es una de ellas. Para quienes, como yo, admiran al escritor argentino, el Conversatorio en Amaro será una oportunidad para recordarlo y seguir amándolo.


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