“Me ríen mucho, pero no me importa”, dice don Bernardo Xiu, el patriarca maya de la agroecología, cuando se refiere a las burlas que solía recibir de sus vecinos por la decisión que ha tomado de cultivar la tierra de manera respetuosa, respetando sus ciclos y sin usar fertilizantes o abonos químicos.
Don Bernardo no se ha sumado a la agroecología movido por la moda. Lo hizo desde hace más de 25 años, cuando lo orgánico era más una extravagancia que una tendencia. Lo hizo convencido por sus amigos y maestros guatemaltecos que le compartieron esta nueva visión que comulgó de manera inmediata con los saberes que don Bernardo había aprendido en su infancia y su juventud de sus abuelos mayas, en el trabajo de la milpa familiar. Desde hace 25 años don Bernardo no ha dejado de aprender y, a pesar de la cantidad de sabiduría que ha intercambiado y acumulado, todavía se deja sorprender por las novedades que las nuevas generaciones aportan, como las que trae su hijo Paolo, que cursa ahora un posgrado agronómico en Costa Rica, cada vez que llega de vacaciones a su casa, o las que desarrolla Lupita, su hija, en los campos familiares a los que, después de graduarse de bióloga, ha regresado para dar vida a una nueva subsede de la Escuela U Yits Ka’an, en el pueblo maya de Mama, en el centro/sur de Yucatán.
La familia Xiu Canché es un ejemplo de la manera como puede enfrentarse de manera creativa el drama actual de la devastación medioambiental. Si no fuera porque “me ríen mucho”, como dijera en su uayé don Bernardo, comenzaría ahora mi perorata sobre el ingrato futuro que le espera a la humanidad debido a que hemos ya perdido la oportunidad de revertir a gran escala los graves daños que le hemos infligido al hábitat que nos ofrece este planeta.
Pero no voy a hacerlo… yo. Voy a dejar que nos ofrezca algunos datos recientes David Rieff que, en un artículo titulado “El oprobio del hambre” y publicado en Letras Libres (No. 204, enero 2016), diserta sobre las dos grandes tendencias para enfrentar lo que él considera, ya sin subterfugios, un problema gravísimo y urgente: la inseguridad alimentaria que se va constituyendo como una de las principales amenazas que se ciernen sobre la especie humana.
Nos alarman las consecuencias de los grandes flujos migratorios de nuestro tiempo. La manera como cada país decide enfrentar el fenómeno migratorio define la arena de las batallas políticas de nuestra época, como ocurre ahora en Francia y en una buena parte de Europa, o como sucede en la actual campaña para la presidencia en los Estados Unidos, que ha sido motivo de mundial atención en semanas recientes. La cosa es seria: los flujos migratorios, sin precedente cercano, provenientes del África subsahariana y Siria hacia Europa, hacen parecer pequeños nuestros problemas continentales de flujo de migrantes centroamericanos hacia los estados Unidos. Sólo en 2014 más de 200,000 personas emprendieron la travesía hacia la isla italiana de Lampedusa (sí, el primer lugar visitado por Francisco después de su nombramiento como Papa), superando el récord histórico de 70,000, que se había establecido en 2011.
Los problemas migratorios no son, desde luego, casuales. Branko Milanovic, en su libro “Los que tienen y los que no tienen. Una breve y singular historia de la desigualdad global” (Madrid, Alianza 2012), subraya que “En un mundo desigual en el que las enormes diferencias de renta entre países son bien conocidas, el fenómeno de la emigración no es una casualidad, ni un accidente, una anomalía o una curiosidad. Es simplemente una respuesta racional a las grandes diferencias en el nivel de vida.”
Rieff advierte, con espeluznante claridad, que la combinación de crecimiento de la población, aumento de las temperaturas y niveles del mar a causa del cambio climático ‘antropogénico’, aunado al letal ingrediente del sistema de desigualdad y consumismo que nos aqueja, hace un cóctel mortal. Afirma el politólogo norteamericano, miembro del Instituto de Política Mundial de la New School for Social Research, que:
Si estas circunstancias del fin de los tiempos se producen, no habrá nada apocalíptico en el temor de que la visión de Thomas Hobbes de un colapso de la sociedad, tanto en el sur global como en el norte, proclame la guerra de todos contra todos. En tales circunstancias –lo que Marx una vez denominó “una negación general”– la injusticia casi con toda certeza llegará a parecer la menor de las preocupaciones del mundo y los derechos humanos un lujo que un mundo desgarrado ya no podría permitirse tener mucho en cuenta.
Puede parecer, y seguramente lo es, bastante apocalíptica la visión de Rieff. No voy a contarles el resto del artículo (que puede consultarse en línea en el portal de Letras Libres) ni a desglosar aquí las dos vertientes de respuestas, pesimista y optimista, que se ofrecen como posibles caminos de salida a la situación que ya se vislumbra como irreversible y que él analiza en la segunda parte de su ensayo.
Yo estoy convencido que la migración es un problema, sí, de atención urgente en cuanto drama humanitario, pero que es solamente un reflejo de la crisis estructural del sistema socio económico que nos rige. En esto, los datos del Instituto de Desarrollo de Ultramar de Reino Unido son escalofriantes: para 2030 los desastres relacionados con el cambio climático “sobre todo los vinculados a la sequía, pueden ser la causa más importante de empobrecimiento, lo que cancelará los avances en la reducción de la pobreza para los 325 millones de personas que vivirán en los 49 países más propensos a los desastres en 2030, la mayoría en Asia meridional y África subsahariana”. Esto hará que los flujos migratorios se dupliquen o tripliquen en un futuro cercano.
Traigo esto a colación porque quiero, una vez más, manifestar mi esperanzado orgullo en el trabajo que realiza la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an. “Me ríen mucho” porque, como Jeremías el profeta antes de la invasión de los babilonios sobre el Reino de Judá, suelo ser calificado como pájaro de mal agüero. Quisiera, casi con desesperación, convertirme en el Segundo Isaías y su profecía de consolación (aunque tuvo que realizar su trabajo profético justamente en medio del trauma nacional provocado por el destierro del pueblo judío en Babilonia, augurado antes por Jeremías). Hace ya varios años que, en el cálculo más optimista, he sobrepasado la primera mitad de mi existencia. Por eso me aferro al proyecto de U Yits Ka’an, una de las pocas luces en medio de un panorama de mucha oscuridad.
COLOFÓN
No quiero parecer monotemático, ni insistir demasiado en un tema que, por fortuna, está generando tantos y tan importantes debates públicos que nos ayudan a aclarar ideas. Pero en la formación de una opinión propia no hay que echar en saco roto la advertencia de Albert Camus: “Las ideas equivocadas siempre acaban en un baño de sangre, pero en todo caso es la sangre de otro. Por eso nuestros pensadores se sienten libres de decir casi lo que sea.” Y sí, mis queridos lectores y lectoras, la discriminación mata, no solo provoca ostracismo social y restricción de derechos, mata de veras.
Las noticias recientes son alarmantes: en una misma semana (22 y 24 de julio) se han dado a conocer un ataque a una activista transgénero en el Estado de México y el hallazgo de un cadáver calcinado en las inmediaciones de Celaya, de una mujer miembro del colectivo LGBTI (ver www.notiese.org). En este debate con alta carga de encono social, que va mucho más allá de los intercambios de palabras y textos, ya se ve qué parte está poniendo los muertos.