Para Octavio Acuña, a 13 años de su asesinato. In memóriam
La Dra. Yesenia Peña y la Mtra. Lilia Hernández han publicado un volumen titulado «Sexualidades diversas. Problemáticas contemporáneas». Han tenido a bien incluir en él dos conferencias pronunciadas por un servidor en distintas ediciones de la Semana Cultural de la Diversidad Sexual, patrocinada por el INAH y realizada cada año en un lugar distinto de la república. La ficha bibliográfica es la siguiente: “Más allá de los textos sagrados. La diversidad sexual” en PEÑA – HERNÁNDEZ (coordinadoras), Sexualidades diversas. Problemáticas contemporáneas, Ed. Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey 2018, pp. 59-80
Hoy quiero compartirles el fragmento inicial de una de ellas. Ojalá les invite a la reflexión.
Las iglesias cristianas están sumergidas desde hace algunos años en un amplio debate acerca de la sexualidad, su práctica y su significado. Muchos acontecimientos han hecho que tal debate se profundice. Bastaría mencionar cuatro de ellos para constatar la urgencia de que las religiones en general, de manera particular las cristianas, revisen a fondo su concepción de la sexualidad:
Delante de estos cuatro acontecimientos, las iglesias cristianas no han respondido unitariamente. Las autoridades de la iglesia católica y de la mayor parte de las iglesias evangélicas han manifestado en muchas ocasiones sus reservas frente a este tipo de cambios. Juzgan el surgimiento de estos fenómenos como signo del fortalecimiento de un relativismo moral o, todavía peor, como señal segura de la degradación moral a la que ha llegado este mundo.
Muchas de las discusiones religiosas sobre sexualidad se basan en problemas con los textos sagrados. Hace algunos años, el 8 de marzo de 2012, circuló en la red, en youtube para ser más exacto, el vídeo de un joven norteamericano, Matthew Vines, que después de terminar la preparatoria y antes de entrar a la universidad, se dedicó dos años a estudiar textos bíblicos. La razón es sencilla: Matthew Vines es gay y miembro de una iglesia cristiana evangélica en los Estados Unidos. Acostumbrado desde pequeño a ir a la iglesia, entró en crisis cuando descubrió su orientación sexual. Al comentar el asunto con los pastores, éstos le dijeron que los textos de la Biblia señalaban claramente que la homosexualidad estaba en contra del Plan de Dios y que no podría ser, al mismo tiempo, homosexual y cristiano. Matthew, un sincero creyente, decidió investigar. Durante dos años conversó con los principales especialistas de la Biblia en los Estados Unidos. Al terminar su investigación pidió a la iglesia a la que pertenecía, que le permitieran presentar los resultados de su investigación. Esa presentación es la que puede verse en Youtube. El discurso de Matthew, que ahora puede conseguirse escrito y traducido al castellano, es una muestra breve (un discurso de poco más de una hora) de cómo los textos bíblicos, estudiados de cerca y con instrumentos científicos, no se refieren nunca a la problemática actual de gays y lesbianas. No es extraño que el discurso de Vines y su iniciativa de comenzar una campaña de reforma intraeclesial que él llama: “Terminemos con la homofobia dentro de las iglesiLaas”, haya suscitado una profunda polémica en los medios, que está lejos de apaciguarse.
La aportación de Matthew, sin embargo, es considerable. Además de darnos una explicación alternativa de los textos que, según algunos, condenan la homosexualidad, nos muestra que la homofobia en las iglesias no está basada sólo ni principalmente en los textos bíblicos. Junto a una enorme cantidad de textos que llaman a la inclusión, los textos que hacen referencia a las relaciones con el mismo sexo (aun cuando no se refieran a lo que hoy conocemos como homosexualidad, que es un término reciente, del finales del siglo XVIII), son muy pocos. Esto quiere decir que las iglesias basan su rechazo a la diversidad sexual no tanto en la Biblia, cuanto en un conjunto de ideas que no están presentes en el texto que los cristianos consideran revelado y que, en cambio, fueron entrando en las iglesias a lo largo de los siglos y perneando la cultura en que vivimos. A eso voy a referirme hoy.
Quiero comenzar, pues, esta intervención invocando un acontecimiento reciente. Se trata de una condena que emitió la sección 144 del Tribunal de la ciudad de Hamburgo, en Alemania. El Sr. V. Henning, director de una revista satírica, fue llevado a juicio por haber permitido la publicación de un texto y una caricatura que resultó ofensiva para un grupo de cristianos/as. No he podido conseguir la nota ni la caricatura, pero sí la sentencia que el Tribunal dictó. La fecha no es tan distante: 14 de junio de 1981. Probablemente algunos de los aquí presentes ya habían nacido.
Henning fue encontrado culpable. El Tribunal consideró que la nota humorística resultaba ofensiva para el credo de las personas denunciantes. En el cuerpo de la sentencia el Tribunal esgrimió la siguiente razón: “El credo de la iglesia cristiana confiesa que Dios se ha manifestado en la humanidad de la persona de Jesucristo. Afirma también que Jesucristo es el redentor y que su vida es inmune a todo pecado y placer”. Le fue impuesta a Henning la pena de 40 días de cárcel, conmutables a 80 marcos por día.
De esta manera, el Tribunal germano dejó establecido, por vía judicial, que Jesús no conoció el placer. Y aunque la palabra placer puede extenderse a un número indeterminado de situaciones (placer de oír una melodía, placer de comerse un helado, etc.), es claro que al referirse a que Jesús “es inmune al placer” el Tribunal se refería al placer sexual, considerado como el más bajo de todos los placeres. Esta sentencia es la manifestación de cómo, hasta nuestros días, ha quedado establecida una visión pesimista de la sexualidad entre los cristianos, que establece un nexo indisoluble entre goce sexual y pecado. Porque lo que confiesan los textos del Nuevo Testamento es que Jesús nunca cometió pecado. El editor Henning terminó pagando 3,200 marcos alemanes (80 X 40) y salió. Tuvo suerte. Hay muchas personas que, en el transcurso de la historia, murieron por cosas similares.
El Ordenamiento Jurídico Penal de Carlos V (1532), por ejemplo, declaraba pena de muerte contra la anticoncepción, porque significa la búsqueda del placer. Pero no hay que irse tan atrás en la historia: el Cardenal alemán Faulhaber, en tiempos de la II Guerra Mundial, se opuso al proyecto de Hitler de esterilizar a las personas afectadas de enfermedades hereditarias. Pero el Cardenal Faulhaber lo hizo, no por piedad hacia los enfermos, sino para evitar que ya esterilizados pudieran entregarse a los placeres carnales sin consecuencias. Por eso es que el Cardenal abogaba, para “mantener a esos parásitos alejados de la sociedad”, internarlos en campos de concentración.
Y es que concebir a Jesús como alguien que no conoció nunca el placer termina definiendo el placer sexual como algo malo. Una consecuencia de esto, por ejemplo, se da en la vida marital: tener hijos ha sido muchas veces considerado como una falta de continencia, una caída en el placer. Como las mujeres sólo sirven para tener hijos y dado que éstos provienen del acto sexual, la tendencia más antigua fue desconectar el matrimonio del placer. Otra influencia es la del celibato, porque se pide a los ministros estar por encima de las bajezas humanas. Se empezó a calificar de crimen que el ministro, una vez ordenado, mantuviera relaciones sexuales con su esposa, hasta que en el año 1139 el celibato fue obligatorio para todos los sacerdotes.
Ha habido en la historia muchos promotores de la pecaminosidad del placer, como el Papa Siricio (380), que atacó y condenó a Joviniano, que sostenía que la vida matrimonial tenía el mismo valor que la vida célibe. La identificación de placer y pecado es una de las muchas piedras miliares que terminaron transformando el cristianismo en el imperio de una casta de célibes y que nos ha convertido a casi todos en seres impuros y dignos de condenación.
Hay, sin embargo, un dato en el que quiero detenerme. Normalmente pensamos que es justamente la religión la que ha hecho que la identificación entre placer y pecado nos hiciera tanto daño. Puede ser que la difusión de esta mentalidad le deba mucho a la tarea de los predicadores religiosos. Pero basta revisar la historia para darnos cuenta de que más allá de la religión y los textos sagrados, hay una mentalidad que el cristianismo fue asumiendo y que no forma parte de sus propias raíces. La idea de que fue el cristianismo el que inculcó su doctrina de miedo en un paganismo que era de por sí amante del placer, es falsa. La consideración del placer como ligado al pecado o al mal es de muy otro origen. Lo que el cristianismo hizo fue recibir esa filosofía, potenciarla y universalizarla.
Presentaré ahora algunos ejemplos de las raíces no cristianas del pesimismo sexual. Las raíces del desprecio al placer y al ejercicio de la sexualidad no comenzaron, asombrémonos, a partir de consideraciones religiosas, sino médicas. Pitágoras, por ejemplo, ya en el siglo IV a.C., sostenía que las relaciones sexuales eran nocivas para la salud y recomendaba mantener relaciones sexuales en invierno, nunca en verano y moderadamente en primavera y otoño. Y esto porque, a decir suyo: “el momento propicio para el amor es cuando uno quiere perder fuerzas”[i].
Así es, el acto sexual era considerado peligroso, difícil de controlar, perjudicial para la salud, aunque esto, señalaba Hipócrates (siglo IV a.C.) no perjudicaba a las mujeres, ya que ellas no perdían energía en el acto sexual como hacían los varones debido a la pérdida del semen. El mismo Hipócrates nos habla de un joven que perdió la vida después de 24 días de dolor. El diagnóstico fue que se había entregado de manera excesiva al placer sexual, porque el hombre conserva el máximo de su energía cuando retiene el semen[ii]. La actividad sexual era considerada un peligroso derroche de energía, de suerte que Sorano de Éfeso (siglo II a.C.), médico del emperador Adriano, consideraba la abstinencia como factor de buena salud y justificaba la actividad sólo con la procreación. El mismo Platón (siglo IV a.C.) considera en su libro Las Leyes, que Ico de Tarento llegó a ser campeón olímpico porque una vez que se entregaba a su entrenamiento “no tocaba ni a una mujer ni a un joven”. La actividad sexual podía conducir a la extenuación dorsal y a la muerte. Fueron estas concepciones las que evolucionaron a una negatividad creciente y encontraron tierra fértil en el cristianismo de los primeros siglos.
Con el advenimiento del estoicismo (300 a.C. a 250 d.C.) comienza a condenarse cualquier relación sexual fuera del matrimonio. Hasta hoy usamos la palabra estoico en ese sentido. Los estoicos abandonaron la importancia del placer en otras filosofías, y enmarcaron la actividad sexual dentro del matrimonio, como concesión a quienes no pudieran abrazar el estado perfecto, que era la continencia. Esta idea se hace universal y comienza a verse con mucha desconfianza el matrimonio, al grado que Séneca (55 d.C.) llego a decir que “el amor por la mujer de otro es vergonzoso, pero también lo es amar sin medida a la propia mujer”. Así se fue conformando una mentalidad que tuvo dos consecuencias: por una parte, el rechazo al placer tuvo la virtud de enmarcar y ordenar las relaciones sexuales dentro del matrimonio, una institución que sigue vigente hasta nuestros días. Pero el rechazo al placer tuvo también una consecuencia negativa: se exalta la vida célibe y se presenta al matrimonio como una concesión para quien no pueda abstenerse. Así fue como se valoró al matrimonio por encima de todo otro tipo de relación sexual, pero, al mismo tiempo, se le minusvaloró en relación con la abstinencia y la vida célibe.
No pensemos, sin embargo, que el estoicismo fue por eso una doctrina retrógrada. Otros aspectos del pensamiento estoico son la ayuda mutua entre los esposos, la igualdad de derechos entre varón y mujer y el derecho de ésta última a la cultura (lo que los cristianos no aprendimos). De cualquier manera, el acto conyugal quedó delimitado al ámbito del placer carnal, y no del amor.
De aquí a considerar la virginidad como un estado superior de vida solo hay un paso. Lo dio Plinio el Viejo (siglo I), que presentó como modelo humano al elefante, que se aparea solamente cada dos años: “Por pudor se acoplan los elefantes en lo oculto, lo hacen solamente cada dos años y por no más de cinco días. El sexto día se lavan en el río y sólo después de lavarse vuelven a la manada”[iii]. Muchos teólogos (Ricardo de san Víctor 1173; Guillermo de Peralto 1270; San Francisco de Sales 1622) usarían la imagen del elefante. Quizá la descripción más ilustrativa sea la de Francisco de Sales, quien afirma: “(El elefante) es un animal tosco, y sin embargo es el más digno de los que viven sobre la tierra y el más sensato… No cambia nunca de hembra, ama tiernamente a la que ha elegido y se aparea con ella una vez cada tres años, durante el espacio de cinco días únicamente y ocultándose de tal modo que no se le ve mientras transcurre ese tiempo. Al sexto día se deja ver y se dirige inmediatamente al río en el que lava todo su cuerpo y no se reincorpora a la manada sin haberse purificado antes ¿No es este un comportamiento bueno y justo?”[iv]. Así llegó a Anna Katharina Emmerick (+ 1824) que pone a Jesús hablando del elefante, impresionando a los esposos de las bodas de Caná.
Finalmente, al inicio de la era cristiana, llegó a occidente un nuevo movimiento: la Gnosis, que influye en los pensadores griegos que comienzan a hacer fisuras entre materia y espíritu en el ser humano y que influye incluso en el judaísmo, en la secta de Qumrán, y en el filósofo Filón de Alejandría: “hay hombre lujuriosos que mantienen relaciones extremadamente libidinales, no con mujeres extrañas, sino con sus propias esposas”[v]. De esta matriz arranca la condena de la contracepción y la condena de la homosexualidad. Filón sostiene que si un hombre se casa con una mujer cuya esterilidad ya consta por matrimonio anterior, labra una tierra pobre y pedregosa. Quien en el acoplamiento intenciona al mismo tiempo la destrucción del semen, es enemigo de la naturaleza. Y finalmente, extiende este razonamiento a las relaciones con el mismo sexo: “Como un labrador malo, el homosexual deja la tierra fértil en baldío y se fatiga día y noche con una tierra de la que no se puede esperar fruto alguno. Contra estos hombres hay que proceder sin piedad, ya que las leyes disponen matarlos sin miramientos, no dejarles con vida ni un solo día ni una sola hora, pues el hombre afeminado falsea el sello de la naturaleza, se deshonra a sí mismo, a su familia, al país y a todo el género humano, pues busca el placer contra la naturaleza, contribuye a la desertización y despoblamiento de las ciudades, ya que tira su semen”[vi]…
(La exposición del resto de la conferencia puede consultarse en el texto inicialmente referido)
[i] Diógenes Laercio, Las vidas de los filósofos, VIII)
[ii] Epidemias III,18
[iii] Historia Natural 8,5
[iv] Philotea 3,39
[v] Sobre leyes individuales 3,2,9
[vi] Ibid 3,37-42. Cfr. para los datos enunciados, RANKE-HEINEMANN Uta, Eunucos por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad (Trotta, 2005)