Iglesia y Sociedad

Anclados en el pasado

3 Ago , 2009  

Durante cinco domingos estaremos leyendo en la misa dominical las principales secciones del capítulo 6 del evangelio de san Juan. En íntima relación aparece en dicho capítulo el milagro de la multiplicación de los panes junto con las conversaciones posteriores que Jesús tiene con quienes aspiran a ser discípulos suyos y que son conocidas como el “discurso del pan de vida”.

El texto que este domingo pasado fue proclamado en todas las iglesias católicas del mundo (Jn 6,24-35), contiene un mensaje que me parece especialmente pertinente para los tiempos en que vivimos. Jesús inicia una serie de conversaciones destinadas a ayudar a sus oyentes a pasar del impacto producido por el milagro de la multiplicación de los panes a un sustrato más hondo de significación. Es por eso que el pasaje comienza con lo que podría interpretarse como un reproche del Maestro a sus discípulos: “Yo les aseguro que ustedes me buscan, no porque hayan visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna…”

El milagro de los panes no había sido algo menor. Se trata de uno de los pocos acontecimientos de cuádruple tradición, es decir, que viene contado en los cuatro evangelios. Seguramente aquel prodigio de generosidad que permitió que, a partir de unos pocos panes y unos cuantos pescados, pudiera alimentarse toda una multitud, había impactado a los testigos de la primera generación cristiana. Y no obstante que el acontecimiento tenía ya en sí mismo una virtualidad de mensaje digna de considerarse, Jesús quiere que los testigos pasen a un segundo plano. Por eso le llama al milagro “señal”, porque apunta a una realidad que está más allá de la simple observación externa.

En la continuación del diálogo, surge una pregunta de parte de los discípulos: “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”. No nos extraña que la pregunta le sea dirigida a Jesús en plural: la tradición rabínica enseñaba que un buen judío, para cumplir con la voluntad de Dios, tenía que obedecer todos los 613 mandamientos contenidos en el libro de la Ley, el Pentateuco. Lo que sí extraña, en cambio, es que la respuesta de Jesús haga un arbitrario cambio del plural al singular: “La obra que Dios quiere es ésta: que ustedes crean en Aquél a quien Él ha enviado”. No muchas obras, sino una sola: creen en el Hijo del Hombre. Y ya se sabe que en lenguaje bíblico creer implica la adhesión de toda la persona, y no sólo aquella de la mente. Para decirlo con la famosa frase de la teología de la liberación: creer en Jesús es seguirlo, y esto quiere decir pro-seguir su obra, per-seguir su causa y con-seguir su plenitud.

Finalmente, Jesús tiene que combatir en este diálogo el subterfugio usado por sus oyentes, de contar como referencia únicamente el pasado, lo que dice la Escritura, cerrándose así a la revelación, totalmente nueva, de su propia persona: “No es Moisés quien les dio a comer pan del cielo… Yo soy el pan de la vida”.

El texto pone el dedo sobre la llaga de nuestra experiencia religiosa actual. También nosotros, me parece, hemos ido adquiriendo una incapacidad de ir de lo superficial a lo profundo. Nos hemos dejado llevar por la mentalidad predominante que concede cada vez más importancia al cómo hacer las cosas, al “know-how”, a la pericia simplemente técnica, dejando en un segundo plano muy disminuido el por qué hacemos las cosas, la valoración de los más hondos impulsos de nuestras acciones. Se trata, pues, del triunfo de la tecnocracia sobre el valor fundamental de la utopía.

Trasladar esta mentalidad al discurso religioso es la causa, en buena parte, del descrédito que padecen nuestras religiones. Hemos convertido la experiencia religiosa en una serie de cumplimientos externos, de normas morales, de reglamentos que cumplir. Le hemos robado el alma a la religión y nos hemos quedado con prácticas superficiales. Ponemos nuestra identidad de cristianos en los panes de miga y cáscara y nos olvidamos del único pan que no perece.

Un aspecto interesante es que los que dialogan con Jesús refieren el milagro del maná en el desierto, sin caer en la cuenta que el maná fue solamente un truco, una especie de señuelo por parte de Dios para impedir que el pueblo retrocediera al pasado de esclavitud. De ahí el mandato de recoger cada día únicamente el maná necesario para alimentarse, sin acumulaciones que despojaran a los demás y los castigos que amenazaban a quienes tomaran algo más que el “pan suyo de cada día”. Nosotros también, como los que dialogan con Jesús en el pasaje que comento, nos quedamos anclados en pasados que nos dan seguridad, y dejamos de estar disponibles a que la acción del Espíritu Santo nos guíe por senderos nuevos. Como el pueblo de Israel en el desierto, preferimos la esclavitud con pan seguro, a la libertad con los riesgos que supone. Por eso pretendemos seguir dando respuestas antiguas a problemas nuevos.

El P. Manuel Ceballos, en su homilía semanal, lo expresa magistralmente: “Jesús trata de ayudar a la gente a liberarse de los esquemas del pasado. Para él, fidelidad al pasado no significa encerrarse en las cosas antiguas y no aceptar la renovación. Fidelidad al pasado es aceptar lo nuevo que llega como fruto de la semilla plantada en el pasado”.

Los cristianos y cristianas no tenemos derecho de cerrar nuestros ojos ante los retos de la realidad. No nos ayuda a ser fieles a nuestra identidad más profunda permanecer atados a viejos moldes de pensamiento cuando el soplo del Espíritu –que se manifiesta en muchos de los cambios de mentalidad que concebimos equivocadamente, por miedo o por falta de audacia evangélica, como amenazas– no deja de impulsarnos a transformar este viejo mundo en uno más parecido al sueño de igualdad y justicia para todos y todas que Jesús describió bajo la categoría teológica del “Reino de Dios”.

Colofón: No me entristece tanto la multitud hambrienta de pan y circo. Ni siquiera el dispendio de recursos públicos en aras de una vanidad que linda con la cursilería. Lo que me entristece más es el servilismo, la obsequiosidad cortesana, la sumisión de las inteligencias, la obscenidad de los intereses económicos o de poder que son capaces de sepultar la mesura y el buen juicio, la distancia crítica y la sensatez. Triste fotografía de un sistema que quema en estas piras sus últimos y erráticos rastros de respetabilidad.


3 Responses

  1. Juan Carlos Faller dice:

    Sí caray, tu colofón da en el clavo, querido Raúl. Y no se vislumbra, en el corto plazo, ningún contrapeso a este exceso de populismo estéril, egocéntrico y dispendioso. La lógica de los «raitings» y de las urnas (semivacías pero «legales») nos hay llevado al espectáculo atrozmente ridículo que estamos viendo. ¡CÓMO HACE FALTA UN POCO DE FERNANDO CERVERA EN CADA PÚLPITO!

  2. Enrique Baas dice:

    ¿Sabes algo? Leyendo esta velada critica al gobierno de Yucatan llegue a otra conclusion: que tanto servilismo, obsequiosidad y sumision de conciencias, como tu le llamas (y con toda la razon), ya no me entristece.Ya no me entristece porque se les ha demostrado hasta el cansancio el camino y el pueblo de Yucatan insiste en la necedad de los que viven tropezando con la misma piedra.Ya no me indigna porque no nos enfrentamos a gente ignorante, sino con un pueblo que ya demostro que sabe ser zorro cuando le conviene.Ya no me causa pesar porque ese pesar implica un sentimiento de lástima que sólo provoca más daño y nos conduce a una enfermiza y viciosa codependencia, a continuar eso que tanto combatimos: la consideracion del pueblo como menores de edad. Ahora prefiero reir con esa risa amarga de los que saben que el futuro es sombrio pero hay que sobrellevarlo a como de lugar.El humor negro es el balsamo contra ese pesar que nos causa el ver que los sueños de una realidad mas justa se diluyen en la verborrea de las nuevas minorias bendecidas con el voto de las nuevas mayorias.

  3. Gracia dice:

    Que gran escrito Padre, que bueno comenzar una semana con su brillante palabra.Ver claro el puente que nos permite hacer la vida diaria.
    Me quedo con proseguir, perseguir, conseguir, con buscar la igualdad y justicia para todos.
    En un país como el nuestro, seguro que la mayoría de las personas, después de doce horas de trabajo, sólo obtiene el pan de cada día¿Podrían decir los que nos explotan que lo hacen para que no acumulemos indebidamente más allá del pan de cada día? Hasta el prudente ahorro pareciera imposible.
    Comparto,su crítica al gobierno de Yucatán y a sus cortesanos.
    La pretensión de autenticidad y alegría hace que se pierda de vista que el deber del gobierno es erradicar la pobreza, éso sí que no lo hacen, sin pobres a quien manipular ¿cómo podrían tener poder?

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