La historia de las mujeres en la Biblia es una historia de marginación. Era harto difícil la situación de sujeción en la que vivía la mujer en los tiempos de Jesús. La acción de Jesús aparece dirigida siempre a la liberación de las mujeres, a la superación de las esclavitudes que las mantenían atadas. Son muchas las mujeres que fueron beneficiarias de la acción de Jesús. En este 8 de marzo quisiera acercarme a dos de ellas para ver lo que tienen que enseñarnos.
La mujer encorvada (Lucas 13,10-17)
Este texto exclusivo de Lucas contiene todos los rasgos de este evangelio que, con acierto, ha sido llamado el evangelio de la misericordia. Los personajes del relato están bien identificados: se trata de Jesús y, frente a él, una mujer que tiene una enfermedad que la ha traído postrada durante dieciocho años y cuyas consecuencias son descritas en el texto: está encorvada y no puede incorporarse del todo. Tal enfermedad es atribuida en el relato a un mal espíritu o a Satanás. Está también el jefe de la sinagoga, que pide a la gente que no acuda a la sinagoga a curarse en sábado. Aparece, por último, la gente que atestigua el milagro y que termina alegrándose por la acción de Jesús.
El texto mezcla el relato del prodigio realizado por Jesús a favor de la mujer con una disputa que se suscita entre él y el jefe de la sinagoga. No deja de llamar la atención que el relato no mencione el nombre de la mujer, el lector no sabe nada de la edad que tenía, aunque la aseveración de que lleva 18 años enferma sin que el texto mencione que estuviera enferma desde niña, nos coloca delante de una mujer no tan joven. No obstante estos pocos datos, el relato nos señala que Jesús sí conoce a esta mujer a la que llama hija de Abraham, pues es él quien menciona los años que lleva oprimida por la enfermedad. Su pasado de sufrimiento, pues, no le es desconocido a Jesús.
La curación de la mujer puede ser leída desde varias perspectivas. Por una parte, es una acción de Jesús que, lo afirma expresamente el texto, libera a la mujer de la cadena de la enfermedad. Jesús conoce los sufrimientos que mantienen a esta mujer, y a todas las mujeres en situación de postración. La misión de Jesús es, precisamente, sacarlas de su postración. La alegría de los testigos por el prodigio realizado es una manera de expresar que la voluntad de Dios es que las mujeres no continúen en este estado. La acción de Jesús, y cualquier acción que culmine en mayor libertad para las mujeres, realiza la presencia de Dios.
Otro elemento digno de destacarse es la disputa que se desencadena a partir del milagro realizado por Jesús. La afirmación del jefe de la sinagoga nos saca de balance. Es Jesús el que ha realizado el milagro. La mujer no ha solicitado nada, es solamente beneficiaria. Sin embargo, el jefe de la sinagoga no se dirige a Jesús, sino a la gente. No dice a Jesús: ‘Cura a todos los que quieras, pero no en sábado’, sino que reprende a la gente. La hipocresía del jefe de la sinagoga queda de manifiesto: es la acción de Jesús la que lo ha enfurecido, pero es incapaz de enfrentarse con el Maestro y prefiere atribuir a los asistentes a la sinagoga intenciones que ellos parecen no tener, porque no dice nada el texto acerca de que los asistentes hubieran ido para ser curados, como el jefe de la sinagoga asegura falsamente.
Pero Jesús desenmascara al jefe de la sinagoga colocándolo ante un razonamiento típico de su tiempo y contexto. A partir de una acción humana que era considerada permitida en sábado (desatar al burro o al asno para llevarlo a abrevar), Jesús deduce que la curación de la mujer no viola el mandamiento del sábado. Pero la aplicación de este tipo de razonamiento judío se convierte, en este caso, en una terrible acusación que Jesús lanza contra el jefe de la sinagoga: Si, según esta manera de razonar propia de los judíos, llevar a los animales en sábado está permitido porque tiene como objetivo conservarlos en buena salud, ¿con cuánta más razón no habría de aplicarse un criterio parecido en el caso de la mujer encorvada, especialmente siendo una paisana, una de sus hermanas de raza y religión? Por eso es tan significativo en el texto que el jefe de la sinagoga no pueda rebatir la argumentación: Jesús ha demostrado fehacientemente que el jefe de la sinagoga es alguien que tiene en mayor estima a los animales de labranza que a una mujer enferma. Hasta tal punto podía llegar la hipocresía de los encargados del culto. Y esto no es, desafortunadamente, solo un asunto del pasado.
Por eso es digno de tenerse en cuenta que Jesús llame a la mujer ‘hija de Abraham’. La opresión que la mujer sufría le privaba también de su identidad de miembro del pueblo santo. La curación realizada por Jesús no significa solamente la devolución de la salud perdida, sino la restauración de su dignidad en cuanto parte integrante del pueblo que Dios se eligió. Me explico. El mandato divino del sábado creó un día para descansar y para que el pueblo recordase que fue esclavo en Egipto. Por eso Jesús, basado en el espíritu y no solamente en la letra del mandamiento, siente que la voluntad de Dios es precisamente ‘desatar’ a esa mujer en día sábado. La vocación de Israel como pueblo elegido es ser una comunidad de alabanza continua a Dios. La curación que Jesús realiza hace que la mujer recobre, una vez liberada, el gusto por la alabanza, recuperando así su vocación de hija de Abraham que la enfermedad le había arrebatado.
La mujer sirio-fenicia (Mateo 15,21-28; Marcos 7,24-30)
El relato de la mujer sirio fenicia (cananea, según la versión de Marcos, uno de los dos evangelios en los que este pasaje está presente) nos presenta a Jesús realizando un milagro a favor de la hija de una mujer doblemente marginada: por ser mujer, y por ser extranjera. Los extranjeros en Israel eran desdichados porque no contaban con al privilegio esencial: formar parte del pueblo elegido de Dios. Eran vistos con recelo porque sus costumbres podían ejercer atracción entre los judíos y desviar así al pueblo de su peculiaridad de pueblo elegido. Una de las más grandes guerras que los judíos sostuvieron contra un pueblo extranjero fue contra los griegos, precisamente porque sus costumbres extranjeras estaban cautivando a la juventud hebrea y amenazaban con hacer perder al pueblo su identidad de pueblo santo y elegido. Esta guerra está contada detalladamente en los dos libros de los Macabeos.
Un extranjero podría ser admitido en algún pueblo de judíos y se le procuraba hospitalidad, pero no podía participar en el culto, no le estaba permitido entrar al Templo, ni ofrecer sacrificios, ni tomar parte de la comida pascual (Ezequiel 44,7-9; Levítico 22,25; Éxodo 12,43). La ley de Moisés manda amar al extranjero y maldice al que viola su derecho (Deuteronomio 10,19; 27,19). Sin embargo, solían ser tratados con desprecio por parte de los hebreos y eran considerados gente impura. El mismo apóstol Pedro siente cierta reticencia para entrar en la casa de Cornelio, a pesar de que Dios le manda hacerlo después de haberlo convencido a través de un sueño. El relato del sueño de Pedro (Hechos 10) muestra cómo el apóstol comparaba a Cornelio con los alimentos impuros.
Jesús fue educado en esta mentalidad nacionalista y cerrada. La respuesta que nos trae Mateo en su versión del relato de la mujer cananea: “He sido enviado sólo para las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15,24), muestra que la conciencia humana de Jesús tuvo que pasar por un proceso evolutivo para abrirse a los hombres y mujeres de todas las nacionalidades.
Pero, sin duda, la frase de Jesús en que compara a los extranjeros con los perritos es la que más nos golpea. De hecho, parece que esa era la manera corriente con la que los miembros del pueblo de Israel se referían a los extranjeros. Pero la respuesta de la mujer deja boquiabierto a Jesús, de manera que él tiene que terminar reconociendo la grandeza de la fe de aquella mujer.
En la perspectiva de nuestro estudio, este pasaje puede leerse subrayando, no solamente el milagro de la expulsión del demonio que oprimía a la hija de la extranjera, que Jesucristo habría realizado a distancia y con la sola fuerza de su palabra, sino el cambio, la transformación que la palabra y la acción de esta mujer ocasionó en Jesús.
Los evangelios, como sabemos, no son biografías de Jesús sino catequesis sobre su persona y el misterio que la misma entraña. No son tampoco estudios psicológicos sobre Jesús. Por eso no es muy común ver con claridad el momento en que algún acontecimiento cambia el rumbo del pensamiento y la acción del Maestro. Dicho de otra forma: como los evangelios se esfuerzan en presentar a las comunidades a un Jesús maestro, no es fácil encontrar pasajes en los que Jesús aparezca aprendiendo o modificando su acción gracias a algo que alcanzó a entender de pronto.
Jesús aprendió de su María madre cuando, en las bodas de Caná, ‘obliga’ a su Hijo a adelantar su hora y realizar un milagro, por así decirlo, fuera de tiempo (Juan 2,1-11). Jesús también aprendió de una humilde viuda que echa su ofrenda en la alcancía del templo (Marcos 12,41-44). Pero en esta ocasión, con la mujer extranjera, el aprendizaje de Jesús queda todavía más patente porque el texto muestra el cambio de Jesús gracias a la intervención de esa mujer. Si el Jesús de Mateo podrá decir, en el capítulo 28, “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (versículo 19), será en gran parte gracias a la intervención de esta mujer que le ayudó a descubrir que su misión no podía quedarse circunscrita al pueblo de Israel, y que un nuevo pueblo, formado por hombres y mujeres de todas las naciones, debía ser el nuevo depositario de las promesas del Reino.
En nuestras comunidades suele ocurrir lo mismo que en el pasaje que estamos comentando. Son muchas veces las mujeres de quienes viene la luz que la comunidad necesita para entender algún llamado de Dios y discernir así qué es lo que pide a la comunidad en este momento concreto. Desgraciadamente no siempre los varones tenemos la misma actitud de Jesús y nos cuesta aprender de las mujeres. No nos extrañe: Pedro y el resto de los apóstoles también experimentaron una resistencia muy fuerte para creer en el mensaje de la apóstol María de Magdala que les anunció la resurrección.
La sirio-fenicia, con su humildad reverente ante Jesús, tiene un tesoro escondido que quiere compartir con el Maestro: su fe en un Dios que no hace acepción de personas y que no distingue entre judíos y no judíos porque ama a todos y tiene un corazón abierto a todas las naciones. Tenemos que admirar la actitud de esta mujer y de todas las mujeres que, en nuestras comunidades, siguen alimentando la fe en un Dios que no hace distingos de personas. Mirando la actitud de Jesús en este pasaje los varones tendríamos que avergonzarnos de no haber aprendido de la fe y del testimonio de las mujeres de nuestras comunidades.