Se busca un culpable
La muerte de Jesús no fue algo casual. No murió en la cama de un hospital. No pudo disfrutar de una vejez honrosa, como era el ideal judío de su tiempo. Su muerte no es tampoco fruto de ningún accidente. Jesús murió antes de tiempo. Lo mataron en plena madurez y con una violencia que quería ser ejemplar. La muerte de Jesús, que los cristianos y cristianas celebramos con mucha enjundia durante la semana santa, plantea un interrogante insoslayable: ¿quién lo mató? ¿por qué lo mataron? ¿qué dijo o hizo que provocó contra él un odio tan visceral que acabó llevándolo a una muerte ignominiosa? ¿quién se sintió amenazado por su predicación y su actuación?
Hacer estas preguntas no tiene nada de irreverente. En el nivel de la reflexión teológica cristiana el sentido salvífico de la muerte de Jesús puede estar claro. No es éste el asunto sobre el que versan estas líneas. Si Jesús murió o no por nuestros pecados, si su muerte fue o no fue un sacrificio, si obedecía a un proyecto divino o no, son cuestiones que se plantean en otro nivel de reflexión. El asunto que aquí expongo es más pedestre, más de este mundo. ¿Podemos saber, a partir del texto de los evangelios, cuáles fueron las causas por las que Jesús fue condenado a muerte y quiénes fueron sus verdugos o, lo que hoy llamaríamos, los autores intelectuales de su ejecución?
Imposible responder a estas preguntas en el marco breve de un artículo de opinión. Presuponiendo una visión medianamente ilustrada sobre la manera como se estudian modernamente los textos bíblicos, quisiera solamente proponer a la reflexión de los lectores y lectoras tres niveles institucionales que, me parece, fueron amenazados de alguna forma por la predicación y actuación de Jesús. Pido de antemano perdón por las simplificaciones a que quedo obligado en este espacio.
Los fariseos o la imagen del otro Dios posible
Presentados como los principales enemigos de la predicación de Jesús, los fariseos gozan de muy mala reputación. Son acusados de hipócritas y malvados, preocupados por minucias, ansiosos de reconocimiento social y orgullosos de su santidad. Aunque estas acusaciones reflejan mucho más el conflicto entre fariseísmo y cristianismo al momento de la redacción de los evangelios, es incontestable que Jesús mantuvo algunas discusiones y altercados con los farieseos.
El anuncio del reino de Dios que Jesús traía debe haber interesado mucho a este grupo, aunque seguramente los desconcertó. Mientras más lo escuchaban, más discrepaban de él. La libertad de Jesús ante la Ley de Moisés (es decir, ante la Palabra oficial de Dios) debió preocuparlos. Jesús hablaba con autoridad propia, sin atender a lo que enseñaban otros maestros. Lo decisivo para Jesús no era observar la Ley, sino escuchar la llamada de Dios a “entrar” en su reino. Lo absoluto para Jesús no era la Torah, sino la irrupción de Dios que está transformando de raíz la convivencia humana promoviendo una vida más plena para todos y todas, especialmente para los marginados. La principal dificultad de los fariseos parece ser la acogida incondicional de Jesús hacia los pecadores, su mesa abierta a todos, incluyendo a quienes viven fuera de la Alianza y no dan signos de arrepentimiento. Esta actitud reiterada de Jesús debe haber ofendido a quienes consideraban que era preciso exigir a esta clase de gente la penitencia y los sacrificios a que obligaba la Ley.
¿Era esto suficiente para que los fariseos buscaran la muerte de Jesús? Se sabe que los fariseos discutían mucho, que eran apasionados en sus debates… ¿pero matarían a alguien por no compartir su propia visión?
Las autoridades religiosas o la amenaza al culto del templo
Una minoría de ricos conformaban la aristocracia de Jerusalén. Destacaban entre ellos los sacerdotes del alto clero. Sector poderoso y corrupto, dominaban el sanedrín, órgano de impartición de justicia y controlaban los diezmos, tasas y donaciones que llegaban al templo. Llegaron a arrancar a fuerza de golpes los diezmos a los sacerdotes del clero bajo y sus archivos fueron quemados en la revuelta del año 66 para impedir el cobro de deudas atrasadas, según cuenta Flavio Josefo. Eran una instancia de poder con la que contaba el gobernante romano. Muchos de ellos eran del partido de los saduceos
Jesús se colocaba, en su predicación y su acción, al margen del sistema sacrificial del templo. Esto debía irritarlos sobremanera. El desprecio de Jesús por el templo, sus curaciones y exorcismos que atentaban contra el poder de estas autoridades religiosas de ser los intermediarios exclusivos del perdón y la salvación de Dios para su pueblo, seguramente fueron causa de gran preocupación para ellos. Jesús se esmeró en criticarlos en la parábola de los viñadores homicidas (Mc 12,1-8) y en su lamento sobre Jerusalén (Lc 13,34-35). Hay antecedentes, recordados por el mismo Jesús, de cómo la insolencia de los gobernantes religiosos había sido la causa eficiente del asesinato de muchos profetas.
Para estos gobernantes de origen religioso, pero que ejercían un poder que iba mucho más allá de la religión, Jesús abría un camino nuevo, más allá del poder religioso del templo, minando así la autoridad que ellos esgrimían como venida del mismo Dios.
El imperio romano o las consecuencias políticas de la predicación de Jesús
Jesús aparece predicando el reino de Dios. El término griego que usa el NT es “basileia” y sólo se empleaba en el siglo I para referirse al imperio de Roma. Jesús, en cambio, aparece anunciando el imperio de Dios. Oír hablar de un “imperio” que no es el del César, que con sus legiones de soldados establecía la “pax romana”, imponiendo su justicia al mundo entero y exigiendo a cambio de su protección agobiantes tributos a la población, oír hablar de otro “imperio”, repito, aunque se le llame “imperio de Dios” no podía ser muy tranquilizante para gobernantes que veían complots contra Roma en todas partes.
Hay recientes investigaciones que conceden un alto significado político a la actividad exorcista de Jesús. “Si yo expulso a los demonios con el dedo de Dios, es señal de que ha llegado a ustedes el imperio de Dios” (Lc 11,20) podría haber sonado, a los oídos de la gente sencilla de Galilea, que estaba ya pronta la derrota de los romanos, porque en muchas reflexiones judías de la época el imperio romano aparece como la concretización de fuerzas sobrehumanas hostiles a Israel: si Dios controla la historia, ¿cómo es que Israel vive sometido a los dioses de Roma? Si, según la predicación de Jesús, Dios está ya venciendo a Satán, los días de los romanos están contados.
La manera como Jesús sorteó la trampa sobre el impuesto al César (Mc 12,13-17), aun en medio de su ambigüedad, deja clara la resistencia de Jesús al imperio romano y el reconocimiento absoluto de que las personas, particularmente los pobres, le pertenecen a Dios y nadie ha de abusar de ellos. Ni el César. No sabemos si el representante de las autoridades romanas haya dado crédito a las acusaciones contra Jesús, de que andaba “prohibiendo pagar tributos al César” (Lc 23,2), pero el profeta del imperio de Dios resultó seguramente incómodo para quienes sostenían la presencia del imperio romano y se beneficiaban de él: la aristocracia del templo, las familias herodianas y el entorno de los representantes del César.
¿Conclusión?
Difícilmente pueda sacarse una conclusión definitiva de unas cuantas notas pergeñadas con tanta simplificación. Muchos de los datos están tomados de la más reciente, extraordinaria síntesis de descubrimientos sobre el Jesús histórico publicada por José Antonio Pagola. Ahí podrá encontrarse una exposición más detallada. Lo cierto es que la muerte de Jesús no se comprende a fondo si no se toma en cuenta el entresijo histórico que la produjo. Esta cuestión es relevante, no solamente para la construcción de cualquier teología que quiera explicar el fenómeno en otro plano, lo cual precisa tomar en cuenta el acontecimiento histórico de origen, sino para quienes hoy nos situamos como discípulos y discípulas del maestro de Nazaret.
¿Es nuestra predicación y, sobre todo, nuestro testimonio, una herida clavada en el costado de los nuevos imperios de nuestra época o mantenemos una imagen edulcorada de un conflicto que tuvo un desenlace tan cruento que sólo con la simbolización teológica somos capaces de soportar? ¿Somos fieles al perturbador mensaje de Jesús o nos hemos convertido en los sostenedores de una práctica religiosa que resulta inocua y, como decimos en lenguaje común, no mata ni a una mosca? ¿Cómo ilumina esta discusión el testimonio de los mártires de nuestro tiempo y las razones por las cuales los mataron: Monseñor Romero, las hermanas Mirabal, los jesuitas de la UCA, Harvey Milk y Martin Luther King?
Colofón: La cita bibliográfica completa es PAGOLA José Antonio, “Jesús. Aproximación histórica” (PPS, Madrid 2007).
El Jesús Hombre me conmueve y me motiva. El Jesús que confronta, el Jesús a quien yo no maté, sin embargo con mi indiferencia hacia mis hermanos puedo hacer de su vida, muerte y resurección algo en vano.
Hace un par de años que reflexionabamos contigo eso Raul. Hoy me sirve mas ver desde esa perspectiva el sacrificio en la cruz. Verla desde el Jesus valiente que siempre creyo en su proyecto y que lo llevo hasta las ultimas consecuencias. ¿ Cuanto nos falta de esa valentia para cambiar las cosas ?. Hoy me sirve mas ver a Jesus Humano que a alguien que tenia que morir porque asi lo decian las escrituras.
Concuerdo con Jorge, los autores materiales fueron los que se sintieron ofendidos por ser confrontados con su pecados, todos aquellos que en vez de humillarse y aceptar su comdición pecadora, se rebelaron y mataron al Hijo de Dios, tal vez sea facil de definir, pero todos nosotros nos deberiamos considerar los autores intelectuales, solo por su Gracia El dijo antes de morir PERDONALOS NO SABEN LO QUE HACEN, hoy mismo es asi.
Las razones humanas e historicas por las cuales Jesús murió son muchas y principalmente es el odio que le llegarona tener por sus enseñanzas, pero la razón teológica siempre sostenida por los Padres de la Iglesia es porque es el cordero, el primogénito que se sacrifica y que tenía que morir por nuestros pecados y por esa razón los que creemos en el somos más culpables que los mismos judíos.