Ya se sabe que la regla de muchos de los gobiernos de nuestro planeta para mantener a la gente tranquila es pan y circo. El mundial de fútbol no se salva de esa regla: ha sido un gran circo, que ha mantenido entretenida a la gente por un buen lapso de semanas. Ha servido también para que muchas empresas hagan dinero rápido, es cierto, pero es tal la voracidad no controlada de muchas de ellas, que hay que reconocer que, para ganar dinero, lo mismo les sirve el mundial que la extravagancia más reciente de alguno de los ídolos mediáticos de la música o el cine.
No discuto aquí, desde luego, el valor del fútbol o de los deportes en general. Cualquier actividad en la que se ocupe el cuerpo de manera sana y disciplinada merece elogio. Es esta parafernalia de cada cuatro años la que me hace un poco (o un mucho) de ruido, no solamente por el grado de enajenación que representa, sino porque suele pasar sin que aprovechemos las buenas oportunidades que nos ofrece.
El mundial ha sido, en esta ocasión, la oportunidad de conocer algo sobre un país que, por razones geográficas e históricas, nos resulta muy ajeno: Sudáfrica. Hemos de agradecer al mundial que muchas personas sepan ya hoy lo que era el apartheid y tengan algunos conocimientos acerca de una figura clave del siglo XX, como es Nelson Mandela. Los medios masivos, sin embargo, que conciben la comunicación humana solamente como un lucrativo negocio que les reporta hartas ganancias, han perdido la oportunidad de poner en contacto a sus audiencias con la realidad actual de Sudáfrica y los retos y problemas que esta nación enfrenta. Amén de que no comentaré aquí, por vergüenza ajena, el espectáculo racista y discriminatorio que dieron algunos de los canales más vistos de la televisión abierta al pintar de negro a algunas personas y representarlos como ignorantes en ciertos programas que suelen combinar resultados deportivos con una comicidad de poquísima creatividad y muy dudosa calidad.
Al terminar el mundial, más allá de identificar la fotografía de Mandela y de tener algunas nociones de lo que fue el sistema de segregación racial de aquella nación, muy poco más sabemos de Sudáfrica. Breyten Breytenbech, pintor y poeta sudafricano, señalaba en una carta abierta a Mandela publicada por el Harper’s Magazine en diciembre de 2008 y reproducida en español por Letras Libres en su número del mes de junio, sus impresiones de una reciente visita hecha a su patria natal:
“La sensación de inminente catástrofe en el aire debida a la violencia y la crueldad con la que se cometen los crímenes: ser torturado y asesinado por un celular o por un puñado de monedas. Uno se vuelve paranoico. Me fui asustando más y más cada día que permanecía en el país. Comencé a calcular la posibilidad de ser el siguiente en ser asaltado, violado o baleado. El círculo se vuelve cada vez más estrecho. La abuela de un amigo cercano les suplica a sus asaltantes que no la ataquen sexualmente, dice incluso estar infectada con una enfermedad contagiosa; el sobrino de un amigo escritor recibió un disparo en la cara y murió en su propia casa a manos de un intruso nocturno al que confundió con una rata; el hijo de mi hermano mayor fue apuñalado en el estacionamiento de un restaurante, el cuchillo le perforó un pulmón, la policía nunca llegó y lo salvó que su acompañante le marcara a Australia a su novio, quien desde ahí llamó a una enfermera que estaba de visita en Johannesburgo. Era la primera visita de esta mujer, quien decidió irse al día siguiente y no volver”.
Aterrador el panorama que nos presenta el artista sudafricano. La pregunta que, hacia la mitad del largo artículo, le dirige a Mandela, es aterradora: “¿Sabes cuál es la peor pesadilla de los hombres jóvenes de clase media en Sudáfrica en estos momentos? Ser arrestados por sobrepasar el límite de velocidad o por manejar alcoholizados y ser encerrados en una celda con criminales de verdad, quienes por lo común están infectados de VIH, para ser liberados unos días después. Un joven sale a celebrar con sus amigos antes de su boda. En el camino de regreso es detenido por su modo de conducir. Las celdas de las cárceles son oscuras. Toda la noche será sodomizado. Sus gritos de angustia y dolor no provocarán reacción alguna en los policías. A la mañana siguiente uno de sus agresores se le acercará y le susurrará: ‘Después de anoche, ya eres uno de los nuestros’”.
La violencia sin freno que azota a Sudáfrica después de terminado el apartheid, sus causas ancestrales y recientes, no es un fenómeno conocido. El final del sistema de segregación racial no ha sido la panacea que muchos imaginaban. La escritora Nadine Gordimer, premio nobel de literatura 1991, conversó con Alberto Lati. No sé que Televisa haya pasado ningún fragmento de tal entrevista, aunque no seguí en detalle, debo confesarlo, los programas relativos al Mundial. La serena palabra de Nadine Gordimer dice mucho más que los cientos de ridiculeces realizados por pseudo periodistas de espectáculos en los programas de mayor audiencia de la televisión abierta.
“Sólo pensábamos (en aquellas épocas): ‘hay que acabar con el apartheid, hay que acabar con el apartheid’. ¿Quién hubiera imaginado, por ejemplo, que tendríamos ese tremendo problema de salud? Somos el país más altamente infectado de VIH. Es una tragedia y amenaza nuestro futuro… Tampoco podíamos anticipar que Mugabe se convertiría en lo que se convirtió, al lado de nuestra puerta, en Zimbabue. Entonces tenemos grandes cantidades de refugiados… ahora tenemos un excedente de población que, de la mano de la recesión mundial, se traduce en muchos desempleados nacionales y en muchos extranjeros que buscan ese mismo sustento, ese mismo techo para cubrir sus cabezas. Un dolor de cabeza que no pudimos preveer”.
Esos ‘dolores de cabeza’ pudimos haber conocido de no haber desperdiciado la oportunidad. Al final de la justa deportiva habríamos tenido algo más que el comentario insulso sobre el beso de la periodista a su novio, el futbolista ganador, o, peor aún, la nota del permanente ridículo de Mauricio Clark o las procacidades cada vez más anquilosadas de un Brozo que da más lástima que risa. Pero el mundial terminó siendo eso: sólo circo. Ya Nadine Gordimer lo había profetizado: “El mundial es un gran circo. Desafortunadamente para mucha gente el pan todavía falta… espero que también traiga algo de pan, pan en el sentido de dinero y desarrollo. Pero no lo creo…”.
Me sorprende mucho que en esta ocasion no hay una busqueda de culpables, si no mas bien una descripcion acertiva de la situación, concuerdo no usted que los programs del mundial eran una basura principalmente los de televisa, pero los otros no estaban muy lejos. en fin yo nunca vi uno de esos programas al menos completo. la situacion de sudafrica es en verdad desgarradora y una oportunidad para conocer al verdadero hombre alejado de Cristo.
Sudáfrica estuvo suspendida por la FIFA del plano internacional por causas de la separación de razas. Yo no sé si es verdad que a final de cuentas Nelson Mandela fue el que consiguió que el mundial se hiciera en Sudáfrica y que el objetivo era mostrarle al mundo la «nueva cara» de este país africano después del apartheid. Un amigo me decia: Cuál nueva cara, es parte del atole con el dedo. Con la finalización del mundial, se acabaron las noticias sobre Sudáfrica, y fueron pocos los portales electrónicos que seguían incluyendo notas de lo que pasaba en el país después del torneo de fútbol. Pocos nos enteramos por ejemplo, tras la clausura del mundial, de la «delincuencia descontrolada y rampante» que se apoderó de ese país ya de por si intoxicado de tanta violencia y faltas a los derechos humanos.
Todo lo arrasa el Mercado.