Hace algún tiempo comenté en este espacio que una de las ideas que, a mi juicio, sustentan el desastre ecológico que experimentamos es el antropocentrismo. Me parece la más relevante, pero no la única. Hay otra falacia que justifica las acciones depredadoras de la especie humana: la idea de que vivimos en un mundo infinito, que no se agotará nunca.
La idea antropocéntrica tiene, como he señalado en otras ocasiones, hondas raíces religiosas. Superarla es uno de los mayores desafíos para la tradición judeocristiana que, estoy seguro, creativa como es, encontrará la vía para adaptarse a una nueva visión de la realidad que contemple la interrelación de las especies y la cadena de interdependencia con los otros seres de la naturaleza en una nueva síntesis armónica, aunque la comprensión de ciertos textos religiosos deba cambiar de manera radical. Suena difícil, pero confío que terminaremos por hacerlo. Solamente desearía que no fuera demasiado tarde.
La idea del planeta ilimitado, en cambio, casi no necesita de modificaciones ideológicas. Es una idea que, en teoría, sería fácilmente remontable si solamente abriéramos los ojos y cayéramos en la cuenta de las evidencias que la desmienten. Efectivamente, los límites del crecimiento están a la vista: es un argumento simplemente material, no teórico ni ideológico.
Hace cinco siglos que sabemos que el planeta no es una planicie infinita, sino un globo esférico. Pero hemos seguido viviendo como si la tierra fuera inabarcable, creyendo que nuestras acciones, por dañinas que fueran, no iban a hacerle mucha mella. Es hasta hace cuarenta años, en 1972, que el Club de Roma, un grupo fundado en 1968 y que hoy cuenta con más de un centenar de especialistas de muchas ramas científicas, provenientes de cerca de 52 países, publicó su informe “Los límites del crecimiento”. Sus conclusiones, científicamente sustentadas, eran apabullantes: nuestro crecimiento, en todos los niveles, se estaba acercando peligrosamente al tope que permitían sus límites. La carrera depredadora ha continuado: en 1992, veinte años después, el Club de Roma tituló su nuevo informe “Más allá de los límites del crecimiento”. Sin comentarios.
Una buena parte de la comunidad científica coincide en el diagnóstico: todo tiene un límite, también el planeta. Y estamos llegando al borde del colapso. Y no es simple catastrofismo. Se trata de una verdad objetiva, dado que nuestro crecimiento ha sido ‘exponencial’. Quizá no haya mejor ejemplo para comprender el término ‘exponencial’, que la antigua leyenda persa sobre aquel cortesano que presentó un regalo para el rey: un tablero de ajedrez. La petición de aquel humilde hombre a su soberano fue sencilla: dame un grano de arroz por el primer cuadro, el doble por el segundo, el doble por el tercero y así hasta terminar todos los cuadros del tablero. El rey, iluso, hizo traer algunos sacos de arroz pensando así que satisfaría la petición. El décimo cuadro debía llevar ya 512 granos, el cuadro 21 llegaba ya a un millón. Al llegar al cuadro 40 se sobrepasaba el billón de granos. El rey no pudo pagar al cortesano porque no fue capaz de encontrar tanto arroz junto en todo el país.
Este tipo de crecimiento exponencial es el que ha llevado al planeta a la orilla de su debacle. En tiempos del imperio romano la especie humana alcanzó los 200 millones de habitantes. No se duplicó esta cantidad sino hasta el siglo XII. Una nueva duplicación se dio en el siglo XIX, y ya en el siglo XX la humanidad se ha multiplicado por cuatro. En 1999 alcanzamos los 6,000 millones de habitantes y el año pasado, 2009, sólo diez años después, ya éramos 7,800 millones. El crecimiento exponencial es así: su ritmo de duplicación es tal que nos parece que llegamos al límite de manera repentina, inesperada.
El crecimiento exponencial de la población nos lleva a crecer también en otros campos: aumenta el espacio físico dedicado a los centros urbanos, aumenta la tierra que se necesita para cultivar los alimentos para tal cantidad de gente, que inevitablemente se le roba a los bosques o a la vegetación silvestre. Esto ocasiona grandes males: extinción de la biodiversidad, escasez cada vez mayor de agua, aumento en el uso de energía y emisiones de carbono… Un desastre.
Al ritmo que vamos, quién sabe cuántos años nos lleve una nueva duplicación de población. Desafortunadamente, el planeta ya no podrá soportarlo. Es a lo que se refieren los científicos cuando hablan de que consumimos un 30% de la capacidad de reposición del planeta. En términos bancarios significa que no solamente ya no generamos intereses, sino que hace varias décadas que nos hemos estado comiendo el capital inicial. La ONU lo ha expresado de manera tajante: a mediados de este siglo la exigencia humana sobre la naturaleza será dos veces superior a su capacidad de producción. Los datos suenan espeluznantes y nos posicionan ante una sola alternativa posible: detenernos en esta estúpida cuesta abajo.
Será necesario un nuevo proceso de readaptación al nicho biológico planetario. Tendremos que dejar de confundir crecimiento cuantitativo (de tamaño, de número, de volumen, de gasto, de ingreso, de dinero, de energía…) con desarrollo. El ritmo actual de vida que lleva la especie humana es insostenible. Podemos cerrar los ojos y asumir que no pasa nada. Podemos engañarnos con que ‘son tretas’ para distraernos de otras cosas más importantes. O podemos tomar la decisión correcta, aunque probablemente no podamos ya revertir muchos de los daños causados: desacelerar, retroceder, disminuir. En el desastre ecológico todos somos víctimas y victimarios, pero los efectos más devastadores los padece la gente pobre. Tenemos que llegar a comprender que el combate a la injusticia, la desigualdad y la pobreza no se va a conseguir con el modelo actual de crecimiento desbordado, sino con desarrollo humano y social, con una nueva conciencia de austeridad, con más equidad, y para ello es indispensable contraer la economía (menos producción, menos consumo, menos gasto de energía), decrecer cuantitativamente en todo y comenzar a apreciar la dimensión cualitativa del desarrollo.
Se trata de inventar una economía ecológica, que termine por desmitificar la manera como actualmente se califica la riqueza de un país. El crecimiento económico no crea felicidad, el PIB, como bien señalara Robert Kennedy, a quien nadie tacharía de izquierdista, “no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación, la alegría de sus juegos, la belleza de la poesía o la solidez de los matrimonios. El PIB no toma en cuenta nuestra valentía, nuestra integridad, nuestra inteligencia, nuestra sabiduría. El PIB mide todo, menos lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida”. Pero este es ya otro tema. Me contento aquí en subrayar la necesidad del cambio de conciencia que nos lleve a producir y a consumir menos. Sólo así tendríamos una lejana posibilidad de librarnos de la catástrofe.
Creo que es ser productivos, es algo bueno y nunca debe considerarse malo, tambien creo que la productividad es algo que debe fomentarse, lo que creo esta mal es pensar que la productividad es la solucion de los problemas
Vaya ahora si estoy aprendiendo tanto Arturo y Francisco estan comentando cosas interesantes y dignas de discutir, no solo alabanzas y homenajes al escritor. Arturo tiene razón en muchas cosas, el antropocentrismo biblico, habla que somos responsables de cuidar y administrar la creación de Dios, es decir a nosotros los humanos le fue dada esta responsabilidad, es decir fuimos colocados a la cabeza de la creación. El problema es que la cabeza generalmente actua mal, pero eso no quiere decir que el orden, eso significaria darnos un altogolpe de estado. el hombre es quien debe estar a la cabeza de la creación. pero de acuerdo a como dice la escritura, asi como Cristo es cabeza de la iglesia y dio su vida por ella, asi mismo nosotros debemos ser cabeza de la creación puesta bajo nuestra mayordomia y procurar su bien, asi como Cristo procura el bien de su Iglesia. El problema no es que hayamos sido puestos como cabeza o lideres de la creación, el problema es que hemos sido una mala cabeza hemos ejercido un mal liderazgo.
Gracias por el escrito. El título es obviamente genial. Al igual que Lugo pero en otra vertiente, desde hace mucho tiempo, me he preguntado sobre qué falacia está montada la idea de crecimiento económico medido por el PIB. Adicional a los comentarios del escrito, debemos saber que el PIB no es la producción de un país transformada a pesos y centavos, ojala fuera sólo ello que ya de por sí es estratosférico, es dada en pesos la ganancia del producto elaborado, es decir, al valor de lo producido se le quita su costo y el resultado es el PIB. Quizá la aclaración sea fútil porque, ya de por sí, la producción es insostenible, sin embargo mi punto se dirige a observar la desmedida y grosera forma de alentarse el crecimiento económico, no sólo estamos entrampados en una producción insostenible sino, además, en la enajenante idea de crear más utilidad, ya que ésta es una expresión sin objeción de buen negocio, eficiencia, optimización, etcétera, pero que simultáneamente alienta la idea de hacer crecer el volumen de producción para hacer crecer la utilidad. En otras palabras, no sólo es el problema físico material de una producción continua imposible sino el problema psíquico de una aparente certeza de que se mejora a medida que se genera una mayor utilidad, la cual tiene una directa correspondencia con el volumen que se produce. Si esto que menciono es antropocéntrico y producto de la religión judeo-cristiana o no, no hace diferencia en cuanto a que es un modelo destructivo, perversamente destructivo. La ganancia será nuestra pérdida, para no dejar de abonar en el carácter contradictorio del hombre. Nuestra irrefrenable aspiración de «mejora» cuantitativa y la otra, también del todo inercial, de cultivar un vacío interior que no da espacio a la mejora cualitativa, nos tienen conformando un mundo sólo tolerable en la lejanía social. Por ello, vivan los ermitaños urbanos, para terminar con otra contradicción. Un abrazo.
Una vez leí un fragmento de un poeta que dice «un perro que muere, y sabe que muere, y sabe que muere como perro, no es un perro, es una persona». Y con ello lleva implícito que somos los únicos seres vivos (hasta donde podemos comprender)conscientes de nuestra muerte, de que algún día pasará (cuando menos en el mundo real). Y del mismo modo, somos los únicos que podemos (y deberíamos) estar conscientes de la muerte a la que llevamos a nuestro planeta, de seguir haciendo lo que estamos haciendo. Y en relación al escrito de Raúl, yo no vi ni implícitamente la intención de negar alguna verdad bíblica sino que todo apunta a dar luz sobre las causas subyacentes, del problema ecológico global. Y el contexto en el que usó «antropocentrismo» como parte del problema, yo lo entendí en el sentido de que mientras creamos que el planeta está a nuestro servicio para uso y desuso de sus recursos sin ningún límite, al menos los datos indican que apunta a una catástrofe. Antropocentrista porque pone al hombre como centro y fin de todo (las otras criaturas no cuentan, pero con su destrucción, también nosotros nos vamos. Ahora bien, me parece interesante la opinión de Marcelo, de que preocuparse de esto (nosotros que somos humanos) ya es de hecho antropocentrista, porque somos «demasiado importantes» como para dejarnos desaparecer por nuestras propias acciones, sin meter la mano. Aún aceptando esto, al menos tiene un matiz respecto al antropocentrismo usado en la columna. Porque en el artículo, entiendo antropocentrismo como parte del problema, y mientras no reflexionemos en ello y tomemos un cambio de actitud, el problema no puede desaparecer sino tenderá a incrementarse hasta su desenlace. En cambio, si se acepta que es antropocéntrico planear y actuar para, al menos disminuir el problema, esto es, como parte de la solución, este matiz lleva implícito que no somos los únicos importantes dentro de todos los seres vivientes (cosa que «como parte del problema» no ocurre). Esto es algo parecido a cuando los sociólogos hablan de que nosotros intentemos conocer, sobre las formas como conocemos, la metacognición, usamos el cerebro para entender cómo es que funciona el propio cerebro. En fin, mi opinión, es que teniendo razón los dos contextos de «antropocentrismo» tienen matices que, sin embargo, los hacen diametralmente diferentes.
Me sumo a las felicitaciones para todos por allí, un abrazo fuerte a Cristina y a usted.
Más preocupante que el desastre ecológico es la corriente de científicos y escritores que se dedican a rebatirlo y asegurar que es un mito, y la cantidad de gente que lo cree contra toda lógica. Además se hace muy difícil hacer lo correcto, el mundo nos arrastra y nosotros oponemos muy poquita resistencia…
Perdon por escribir tan mal, es que aveces pienso pero no escribo igual, o algunos pensaran que escribo mejor de lo que pienso. en fin
Un verdadero no antropocentrista no estaria muy preocupado por el planeta, por que sabria que somos una raza mas y que el planeta tiene la suficiente potencia para borrarnos de la faz de la tierra e iniciar un proceso de autorenovación, tal vez con otra vida natural de la que ahora conocemos, y TAN, TAN.
Solo pensar que es nuestra responsabilidad salvar el planeta, ya es Antropocentrismo, ja ja ja, es dificil negar la verdad biblica, si no fuesemos antropocentristas no tiene sentido la lucha por el planeta, pensar que somos demasiados importantes y que el planeta lo vamos a destruir es bastante gracioso si uno dice no ser antropocentrista. pues un verdadero opuesto al antrocentrista no estaria muy preocupado, pues el planeta mismo al saturse de humanos se los sacudiria como lo ha hecho con los dinasaurios e iniciaria el proceso de autorestauración.
Estupenda síntesis de las causas de la hecatombe actual, Raúl. Gracias por este otro lucero en el camino.
Hola Padre Raul:
Vi en su pagina que recibieron un reconocimiento por su labor en defensa de los derechos humanos. Me sumo a las, seguras muchas, felicitaciones a la labor de su equipo. Respecto a su articulo me preguntaba si alguna vez en nuestro estado se ha realizado algun tipo de ciclo de conferencias o mesas panel donde se hable del tema. me parece que es de suma importancia y debido a la complejidad que plantea es importante conocer cómo hacer posible esa nueva conciencia de austeridad. En lo personal, me parece un problema del huevo y la gallina que la humanidad debe desencriptar si queremos que nuestros hijos y nietos no sufran las consecuencias de nuestra devastación.
Reciba un cordial saludo.