(Honrado por la invitación de la Comisión Coordinadora del XX Encuentro Ecuménico de Teología India Mayense, comparto con los lectores y lectoras de esta columna semanal, las palabras que pronuncié en el Encuentro ante hermanos y hermanas de los pueblos tseltal, tzotzil, tojolabal, ch’ol, zoque, mam, kalchik’el y maya peninsular, reunidos en Dzan, Yucatán)
Introducción
Los mayas tenían una muy precisa medición del tiempo. Pero no lo hacían para competir con otros calendarios de la época. Es muy bueno que nuestros abuelos y abuelas tuvieran una manera tan exacta de conocer el transcurrir del tiempo, pero la razón que ellos tenían no era la de ser los mejores astrónomos.
Fray Diego de Landa señala que los sacerdotes enseñaban a los hijos de los otros sacerdotes y de los nobles: “…la cuenta de los años, meses y días, las fiestas y ceremonias, la administración de sus sacramentos, los días y tiempos fatales, sus maneras de adivinar, remedios para los males, las antigüedades, leer y escribir con sus letras y caracteres en los cuales escribían con figuras que representaban las escrituras.” (1)
¿Por qué guardaban con tanto celo nuestros antepasados la cuenta del tiempo? ¿Por qué elaboraron un calendario tan exacto? Para guardar la memoria. Memoria de los acontecimientos que merecen ser recordados (razón antropológica) y memoria de las veces en que se experimentó la presencia de Dios en medio del pueblo (razón teológica).
Dios siempre está presente entre nosotros. Eso lo sabemos. Pero hay ocasiones en que ocurre lo mismo que en nuestros encuentros de teología: son momentos en que retomamos fuerzas, nos encontramos, conversamos y danzamos, y eso llena nuestro corazón y nos da una experiencia nueva de Dios, que merece recordarse. No es que Dios no esté en el resto del tiempo en que no estamos reunidos. Pero hay tiempos que se cargan de significado, y el encuentro con los hermanos y hermanas tiene para nosotros una carga especial de significado, la experiencia de la presencia de Dios se nos hace especialmente clara, transparente.
Se parece un poco a lo que san Agustín decía a propósito de la Biblia. San Agustín decía que al principio, cuando Dios creó el mundo, las personas no tenían ningún problema para conversar con Dios, estar con Él, hablarle cara a cara. El mundo creado era para ellos como un libro abierto. Descubrían la presencia de Dios en todo: en el amanecer, en el sol y la lluvia, en la siembra y la cosecha. Dios era su hermano de camino. Pero llegó el momento en que las personas endurecieron su corazón en contra de sus hermanos y hermanas, comenzaron a tratarse mal entre ellos, a abusar los unos de los otros y cometer injusticias… y entonces su vista se oscureció. Cuando quisieron ver a Dios cara a cara ya no pudieron. Sobre sus ojos había caído como un velo que les impedía ver el rostro de Dios. Como decidieron con sus acciones no tener más a Dios como compañero de camino, entonces ya no pudieron distinguir su presencia en las cosas creadas. La lluvia comenzó a ser solamente lluvia, y no ya la caricia de Dios sobre la tierra. El amanecer era solamente la salida de un astro en el cielo y no la presencia de Dios que nos da vida y calor.
Entonces, decía san Agustín, Dios permitió que se escribiera un segundo libro, la Biblia, solamente para que los seres humanos volviéramos a descubrir la presencia de Dios en el mundo. Por la lectura de la Biblia, si tenemos los ojos y el corazón abiertos, podemos llegar a descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas. Lo mismo nos ocurre con algunos momentos de nuestra vida, como en estos encuentros de teología: la convivencia comunitaria nos permite sentir a Dios más cerca, el compartir de nuestros pensamientos y nuestros corazones nos ayuda a distinguir mejor su presencia en nuestras vidas, la palabra de nuestros abuelos y abuelas nos llena el corazón de fuerza. Por eso guardamos la memoria de estos encuentros. Por eso, cuando llega una fecha como ésta en que cumplimos veinte años, recordamos lo que hemos vivido y lo celebramos, y tomamos nuevas fuerzas para otros veinte años.
El Katún: la persistencia de la memoria
“Los katunes son periodos de aproximadamente 20 años solares (7,200 días) que fueron empleados por los mayas, con algunas variantes dependiendo de la región, desde por lo menos el siglo III d.C. y hasta los tiempos coloniales. En los ejemplos más antiguos forman parte del sistema cronológico denominado Cuenta Larga que permitió a los mayas situar con toda precisión en el tiempo los diversos hechos. Este sistema tenía como unidad el tun (periodo de 360 días) e incluía lapsos menores (kin, día, uinal, “mes” de 20 días) y mayores (katun de 20 tunes; baktun, periodo de 400 tunes)” (2).
Así dice la maestra Laura Sotelo (3). Los katunes, como unidad de 20 años, llegaron a ser el elemento fundamental en la contabilidad del tiempo. Así lo menciona también el fraile franciscano Andrés de Avendaño, que convivió con los itzáes en el siglo XVII:
“Les dije que yo deseaba hablar con ellos de la antigua manera de contar que ellos usaban, tanto de los días, meses y años, como de las edades y descubrir cuál era la edad en la deberíamos estar (en tanto que para ellos una edad consiste únicamente de veinte años) y cuál era la profecía sobre el dicho año y edad; todo esto está grabado en ciertos libros de una cuarta de yarda de alto y unos cinco dedos de ancho, hechos de corteza de árboles, doblados de un lado a otro como biombo; cada hoja del espesor de un Real mexicano de a ocho. Estos están pintados por ambos lados con una variedad de figuras y caracteres (de la misma manera como los indios mexicanos también usaban en sus viejos tiempos), los cuales muestran no sólo la cuenta dicha de los días, meses y años, sino también las edades y profecías que sus ídolos e imágenes les anunciaban a ellos, o, para hablar más correctamente, el diablo mediante el culto que ellos le pagaban en la forma de algunas piedras”. (4)
Independientemente de la ignorancia teológica de los españoles llegados a nuestras tierras, que pensaban que era obra del demonio todos los ritos religiosos que no eran iguales a los suyos, queda claro en el texto lo importante de la unidad de veinte años en los procesos de contabilidad del tiempo y conservación de la memoria.
La precisión de la cuenta de veinte años permitía guardar celosamente en la memoria todos los acontecimientos que vivía el pueblo. Es una forma de fechamiento que llama la atención, hasta el día de hoy, a los pueblos de todo el mundo, precisamente debido a la manera de ubicar de manera precisa y relativamente sencilla, los acontecimientos experimentados. Esta precisión le hace decir a Fray Diego de Landa, imbuido también de la deficiente teología de su tiempo (que parecía más bien demonología):
“Quien esta cuenta de los Katunes ordenó, si fue el demonio, hizo lo que suele ordenándola a su honor; y si fue hombre, debía ser buen idólatra porque con estos sus Katunes añadió todos los principales engaños y agüeros y embaucamientos con que esta gente andaba allende de sus miserias del todo embaucada, y así, esta era la ciencia a que ellos daban más crédito y la que en más tenían y de la que no todos los sacerdotes sabían dar cuenta.” (5)
Una cosa más nos llama la atención en esta palabra de Fray Diego de Landa: la mención de que, para el tiempo de la invasión española, había sacerdotes que ya no sabían dar cuenta de aquello que se guardaba en la memoria. Esto nos indica la importancia, más allá del sistema de medición del tiempo o del número de años, de hacer un esfuerzo porque la memoria no se pierda. Los veinte años son, por así decirlo, un pretexto, un recurso, una ocasión para recordar con fidelidad e impedir que la memoria se desvanezca.
El katún: memoria y desarrollo de la tradición
Los libros antiguos de nuestros antepasados, aunque sean sagrados, son solamente libros viejos, si los leemos como si fueran palabras muertas. Pero nosotros sabemos por experiencia que son palabras vivas, es decir, vivificadoras, capaces de dar nueva vida a quienes leen. El katún, como unidad de tiempo, ofrece la oportunidad a los pueblos mayas, no solamente de mirar hacia atrás para ver lo vivido, no solamente de leer con amor y devoción las palabras de nuestros abuelos y abuelas, sino también para lanzar la mirada hacia el futuro.
En esto, la tradición indígena se parece mucho a lo que sucedió con la Biblia. Y no es casualidad: la Biblia es también la memoria de un pueblo y de su experiencia de Dios, que fue contada muchas veces de manera oral antes de que se convirtiera en Escritura. Pero, sobre todo, que se siguió leyendo una vez escrita, pero era leída, por cada generación, para responder a necesidades nuevas, para ofrecer vida nueva en circunstancias muy distintas de aquellas que vivieron los que la escribieron. Esta es la fuerza de las palabras antiguas.
Las palabras antiguas de nuestros abuelos y abuelas, nuestro Antiguo Testamento, como lo nombramos en el encuentro de Amatenango del Valle, en 1999, son palabras de vida solamente si las leemos en relación con las necesidades de nuestros pueblos, para darles vida. De lo contrario, amenazamos con convertirlas en piezas de museo, como desgraciadamente es usada también la Biblia a veces. Cada generación tiene la responsabilidad de hacer crecer la tradición, de leerla con ojos nuevos, de sacar nuevas conclusiones de esas verdades antiguas. La lectura de los textos antiguos debe llevarnos a un compromiso con la transformación de las condiciones de vida en la que vivimos los que leemos.
Un signo de esta relectura lo tenemos en lo que ocurrió con el registro que tenían los mayas peninsulares en el tiempo de la invasión española. En los libros del Chilam Balam los acontecimientos se sitúan siempre en un marco temporal. Pues bien, en el antiguo sistema calendárico maya, el numeral trece hacía de marcador de inicio de un nuevo ciclo. Así, en todos los textos del Chilam Balam el katún 13 era el último de las ruedas. Sin embargo, en el Chilam Balam de Chumayel encontramos este texto:
«En el Once Ahau se comienza la cuenta, porque en este Katún se estaba cuando llegaron los Dzules, los que venían del oriente cuando llegaron. Entonces empezó el cristianismo también. Por el oriente acaba su curso. Ichcansihó es el asiento del Katún». (6)
Es la primera vez que se señala el katún 11 como el inicio de un nuevo ciclo. Y esto sucede porque hace referencia a un hecho histórico que transformó al mundo maya: la conquista. Efectivamente, Francisco de Montejo funda la ciudad de Mérida en 1542, es decir, en un katún 11 Ahau. El texto especifica más adelante la fecha en el calendario gregoriano: “Estoy en 20 de agosto del año de 1541. Marqué los nombres de los años en que empezó el cristianismo” (7). Tanto el Libro de Chilam Balam de Chumayel como el de Tizimín señalan este hecho histórico, y ambos manuscritos aclaran que el katún 11 Ahau es “el primero que se cuenta” (8), cambiando el orden tradicional y natural en que se ordenaban los ciclos de 20 años. Por ello podemos señalar que una de las diferencias sustanciales en la concepción del tiempo entre los mayas prehispánicos y los que presenciaron la conquista de Yucatán fue esta modificación que introdujeron en su sistema calendárico.
Como bien señala la maestra Laura Sotelo, fue tan dolorosa la experiencia de la conquista, que vino a convertirse en un hecho que diferenció cualitativamente el paso del tiempo. Creemos que se convirtió en una especie de nuevo cataclismo cósmico que dio fin a un mundo, como lo señala el Chilam Balam de Chumayel:
«Y fue mordido el rostro del Sol. Y se oscureció y se apagó su rostro Y entonces se espantaron arriba. “¡Se ha quemado!, ¡ha muerto nuestro dios!” decían sus sacerdotes. …
Y entonces vinieron los dioses escarabajos, los deshonestos, los que metieron el pecado entre nosotros, los que eran el lodo de la tierra.
Cuando vinieron, iba acabando el Katún. El Katún Maldito es aquel en que fue ordenado: “¡Cuidado habláis, así seáis los dioses de esta tierra”! (9)
Habría que recordar este recurso de la memoria de los mayas antiguos, que hasta cambiaron la cuenta de su calendario con tal que esta fecha no desapareciera de la memoria. Habría que recordarlo especialmente ahora que un nuevo espíritu colonizador coloca estatuas para los criminales que devastaron estas tierras, y para quienes, detrás de la bonita frase “encuentro de dos mundos” tratan de esconder la violenta invasión que ha dejado, hasta nuestros días, una estela de discriminación que no distingue solamente aquel que no quiere verla. Porque como bien dice el refrán, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
El katún y el sentido celebrativo
Para nuestros abuelos y abuelas el katún era la oportunidad también de celebrar. Cuando se cumplía una unidad de veinte años, no solamente se recordaba con la memoria, sino que se recordaba también con la piedra. Muchas de las estelas que encontramos en las antiguas ciudades de nuestros antepasados fueron erigidas para conmemorar los acontecimientos de un katún. La unidad de veinte años permitía lanzar una mirada agradecida a Dios y para rememorar, se erigían estelas. Basta escuchar las palabras de Eric Thompson, un estudioso de los mayas antiguos, para caer en la cuenta de la belleza de estos testimonios gráficos:
«Cada katún marcaba el final de un periodo mayor en la grandiosa concepción imaginativa de los mayas, el majestuoso viaje del tiempo en la eternidad. Cada uno estaba conmemorado en las antífonas mayas. Cada uno honrado en el cuidadoso corte, en la ardua transportación y erección de magníficas estelas de piedra. Glifos, cuidadosamente labrados, expresaban en acompasadas líneas la grandeza del acontecimiento. Las cadencias de las series iniciales cantaban su gloria y los jeroglíficos terminados repetían su alabanza. Las pirámides se elevaban para exaltarlos y los pétreos dinteles entonaban su majestad. Los cautivos perdían sus vidas en sacrificios dedicados a cada katún, los sacerdotes vertían su propia sangre en su honor. Todo el esplendor y riqueza de cada comunidad estaba dirigida a engrandecer su gloria, en un grado no visto por ojos occidentales desde el fin del medioevo». (10)
Herederos de esta tradición, nosotros también podemos vivir este período de veinte años con un sentido de celebración. Mirar hacia atrás lo que hemos vivido produce en nuestro corazón muchos sentimientos: reconocemos lo que hicimos mal, evaluamos los resultados de nuestra siembra, etc. Pero un sentimiento que no debe faltar es el del agradecimiento festivo. Hay que celebrar, como hacían nuestros abuelos y abuelas, el paso de Dios en medio de su pueblo. El katún tiene un profundo sentido celebrativo.
El katún y nuestro encuentro
¿Qué tiene que decir todo esto a nuestro encuentro? Estamos celebrando nuestro encuentro número 20, nuestro primer Katún. Salgamos de aquí con el ánimo recargado y alimentados de estas ideas que nutrieron a nuestros antepasados:
1. Tenemos que cultivar la memoria de manera insistente, sin cansarnos. De la conservación de la memoria depende, en gran medida, la conservación de nuestra identidad. Por eso hay quienes quieren asesinar nuestra memoria; por eso hay quienes quisieran que no recordáramos más nuestros orígenes; por eso hay quienes abogan porque nos “castellanicemos”, nos “integremos”, escondiendo tras esas palabras elegantes su intención de que desaparezcamos como pueblos.
2. Pero no solamente tenemos que recordar individualmente, hay que hacerlo comunitariamente. Ya escuchamos cómo, al tiempo de la conquista, había ya sacerdotes mayas que no podían explicar, que ya no recordaban los acontecimientos escritos en los libros sagrados antiguos. Nosotros tenemos que construir la soga, la cadena de la memoria, para que las próximas generaciones conozcan su identidad.
3. Tenemos que hacer crecer la tradición que hemos recibido. Tenemos que aprender a leer los textos antiguos con ojos nuevos. A recordar el pasado, pero teniendo delante de los ojos el futuro que queremos. A aprender de la experiencia de los antiguos, pero para resolver los problemas que hoy tenemos. Esta es la labor que exige de nosotros mucha creatividad, para que lo antiguo siga teniendo valor y no se convierta en antigualla.
4. Finalmente, hemos de mirar el pasado siempre con ojos agradecidos y festivos, como hacían nuestros antepasados en las festividades y las estelas. Recordar es llenar el corazón de nueva fuerza. Y eso es digno de celebrarse. Una memoria sin celebración es una memoria triste.
Que Dios, corazón del cielo y de la tierra, que nos ha permitido llegar a este primer katún, nos siga dando su luz y su fuerza para cerrar muchos katunes más, muchas edades, y que nos ayude a seguir construyendo sin cansancio la Casa de dignidad y justicia para todos y todas.
Notas:
1. LANDA Diego de, Relación de las Cosas de Yucatán, (Porrúa, México, 1973), p.15
2. En algunos sitios haya inscripciones que contienen fechas que incluyen lapsos mucho mayores, como por ejemplo las estelas N y 1 de Cópan, la estela 10 de Tikal. la F de Quiriquá y las de la escalinata jeroglífica del templo 33 de Yaxchilán. Así conforme a esos ejemplos, podemos señalar que los pictunes son periodos de 8,000 tunes, los calabtunes de 160,00, los kinchiltunes de 3 200,000 tunes y los alautunes de 64000,000 tunes- Los ciclos mayores a los alautunes, aún no se les asigna nombre, pero al parecer comprenderían periodos de hasta más de tres mil billones de años.
3. SOTELO Laura, Los dioses rectores de los katunes, Tesis de maestría no publicada, presentada en el Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
4. Avendaño y Loyola. Relación de las dos entradas que hice a Petén Itzá., citado en ROYS Ralp, The Book. of Chilam Balam of Chumayel, (Norman, Washington, 1933) p. 184
5. LANDA Diego de, Op. Cit. p. 104.
6. Libro de Chilam Balam de Chumayel, (SEP México, 1985) p. 50.
7. Ibid, p. 56.
8. El Libro de los Libros de Chilam Balam (FCE México 1978) p. 68.
9. Ibid., p. 49. Citado en SOTELO L., Op.Cit., p. 20
10. THOMPSON Eric, Maya Hieroglyphic Writing. An Introduction (University of Oklahoma Press: Norman, 1978) p. 206-207.
des de la colonia santa Rita, chiapas,les envío este saludo a todos los hermanos que subieron este documento en la red, yo estuve en el xx encuentro de teología india en yucatan, Dios les bendiga.