Iglesia y Sociedad

Ah Kin Chi

17 Ene , 2011  

Acabo de leer de nuevo el texto de la pieza dramática Ah Kin Chi, del multipremiado narrador Hernán Lara Zavala. Esta obra, escrita hace ya más de veinte años, es otra muestra más, además de las novelas Charras y Península, Península, del interés del autor por la tierra que lo vio nacer y testimonio de su afición por la historia peninsular y sus posibles reinterpretaciones. Resulta cuando menos extraño que un autor tan connotado sea tan poco leído y apreciado en nuestros rumbos.

El texto de Ah Kin Chi llegó a mis manos hace unos meses gracias a la generosidad del Maestro José Ramón Enríquez, reconocido director y dramaturgo avecindado en nuestra ciudad desde hace muchos años, quien planeaba realizar el estreno mundial de la obra en el marco del Festival de la Ciudad 2011. El texto, mucho más un poema dramático que una narración histórica lineal, se sitúa en el marco de las enconadas rivalidades que existían entre los señoríos o provincias mayas en el tiempo de la llegada de los europeos a este continente. La disyuntiva entre pactar con los extranjeros o resistir a la invasión es el escenario en el que se plantea, con infinidad de posibilidades interpretativas, “el conflicto y la tragedia ante la conquista, la colonización y el imperialismo”, como acertadamente apunta el programa de mano de la puesta en escena, montada en el Auditorio ‘Silvio Zavala Vallado’ del Centro Cultural Olimpo de la Ciudad de Mérida, el pasado viernes 14 de enero.

Uno de los clímax dramáticos del texto se centra en el castigo que Nachi Cocom impuso sobre el séquito de embajadores que envió Tutul Xiú, cacique de Maní, para invitar al cacique de Sotuta a entrar en negociaciones con los invasores, sólo para encontrarse con la indomable resistencia de Cocom y su expresa voluntad de desafiar a los dioses que recomendaban la sumisión de los pueblos originarios ante el invasor español. Obra de ficción dramática, Ah Kin Chi se basa, sin embargo, en el testimonio del lienzo que comparte Diego López de Cogolludo en su Historia de Yucatán y que aparece fechado el 23 de enero de 1541, en el que aparece el árbol de la Ceiba al centro y una serie de rostros con los ojos cerrados, como enmarcando el mencionado árbol. De los 13 rostros, solamente el que corresponde al sacerdote Ah Kin Chi tiene una lanza clavada en los ojos, con la cual éstos fueron extraídos.

La misma obra del fraile franciscano, basada en muchos de sus datos en la obra previa de Fray Diego de Landa, Relación de las Cosas de Yucatán, narra más adelante la pleitesía servil de Tutul Xiu ante los invasores (Libro Tercero, Capítulo IV del Primer Tomo de su Historia de Yucatán) de esta manera: “Un día los españoles que andaban de posta vinieron al general, diciendo habían descubierto gran gentío de indios al parecer de guerra, que traían su camino por donde ellos estaban. Desde el cerro descubrieron la multitud y entre ellos un indio cerca del cerro, se bajó del suelo en que venía en las andas, y acercándose más, arrojó el arco y las flechas, y levantando las manos juntas, hizo señal que venía en paz. Luego todos los indios pusieron sus flechas en el suelo, y tocando los dedos con la tierra, los besaron después, dando a entender lo mismo. El indio que bajó en las andas, comenzó a subir la pequeña falda del cerro, y viéndolo D. Francisco, salió algún tanto a recibirle, hizo el indio una gran humillación al juntarse, y fue recibido con amoroso aspecto, y cogiéndole el general por la mano le llevó a su estancia, donde residía. Era este el mayor señor de los que había en esta tierra, llamado Tutul Xiú, descendiente de los que fueron reyes de toda ella, como se dice en otro lugar, dominaba las comarcas de Maní y sus sujetos. Vino voluntariamente a dar la obediencia y a ofrecerse a sí y a los suyos, para pacificar a los restantes, y trajo un gran presente de pavos y pavas, (que son las gallinas de la tierra) frutas y bastimento, con que se recrearon los españoles… Dijo Tutul Xiú, que movido del valor, y perseverancia de los españoles, había venido a ser su amigo, y que tenía deseo de ser cristiano, y así pidió al general se hiciesen algunas ceremonias cristianas para verlas. Hízose una solemnísima adoración a la Santa Cruz, y atento Tutul Xiú iba imitando cuando hacían los españoles, hasta llegar a besarla arrodillado con muchas muestras de alegría… notaron –los españoles– como aquel día feliz para ellos era el del gloriosos san Idelfonso…”. En la Iglesia Catedral de Mérida, al lado Sur del presbiterio, hay una pintura que evoca este pasaje.

Releo el texto de Ah Kin Chi y constato una vez más la magia del teatro. Aun con las virtualidades propias de un poema dramático de buena manufactura hay una distancia enorme entre el texto y la puesta en escena. Me recuerda el símil que propone en la Biblia la Carta de Santiago al hablar entre la relación entre fe y obras (St 2,14-26): el texto dramático, hasta que no viene acompañado de la puesta en escena, está muerto del todo. La compañía “Teatro Hacia el Margen” ha hecho una presentación sobria, comedida, con un manejo pulcro del lenguaje corporal y una austeridad de elementos escenográficos, lo que permite la concentración en el texto dramático. Las interrogantes que quedan prendidas en la mente del espectador son innumerables: ¿cuántas veces se repite, en la historia de todos los colonialismos antiguos y modernos, la opción entre pactar y resistir? ¿Está la resistencia condenada siempre al fracaso? ¿Vale la pena sobrevivir cuando el precio es renunciar a la propia identidad? ¿Qué hubiera pasado si esta obra hubiera sido escrita después de la sublevación zapatista? ¿Conservaría su óptica? ¿Cómo sería una obra que tuviera como centro, no la decisión tomada por Tutul Xiu, sino aquella de Nachi Cocom?

El trabajo actoral fue impecable. La sabia serenidad de Ah Kin Chi (Sebastián Liera), la adusta presencia de Tutul Xiu (Pablo Herrero), la gracilidad de Ix Kukil (Ligia Aguilar), la infantil sombra de un futuro incierto representada por Francisco de Montejo Xiu (Adis López Rodríguez) y la sobresaliente, férrea resistencia de Nachi Cocom, señor de Sotuta (Miguel Ángel Canto) están magníficamente representadas y van de la mano de un espléndido trabajo de acompañamiento musical.

Una veta interesante explorada por el texto es la indómita rebelión en contra de los dioses: “Hemos decidido desafiar el designio de los dioses” dice Nachi Cocom al anunciar que no se doblegará ante el invasor. Para quienes hemos vivido reivindicando el papel, ya opresor, ya liberador, que la religión puede representar para la vida de los pueblos, la puesta en escena de esta obra despierta cuestionamientos vibrantes. Otra aproximación podría ser la continuidad de las discriminaciones en nuestra historia reciente, que resuena en el desgarrador grito del mismo Nachi Cocom cuando dice: “La auténtica traición se da cuando uno siente vergüenza de ser lo que es”; o la reivindicación que el sacerdote Ah Kin Chi hace de aquél que le ha arrancado los ojos cuando señala: “Nachi Cocim ha sido un noble que combatió con arresto y valor por la dignidad y libertad de su pueblo. Sólo por ello merece vivir”. Múltiples lecturas de una pieza teatral que, afortunadamente, y gracias al compromiso humano y artístico de “Teatro Hacia el Margen A.C.”, no se ha quedado en el texto escrito sino que ha subido al escenario a lanzarnos algunas preguntas que siguen siendo fundamentales en esta época de los nuevos dioses del sistema y, afortunadamente, también de rebeliones antisistémicas.


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