No son éstos tiempos en que se justiprecie la libertad de opinión y de investigación dentro de muchas iglesias cristianas. Por eso se me ocurre que lo primero que debo hacer en esta valoración crítica que intentaré aquí es manifestar mi contento porque siga habiendo especialistas que, arriesgándose, siguen buscando respuestas a los mil y un enigmas que todavía encierra el estudio crítico del Nuevo Testamento. No siempre se comprende suficientemente la inspiración de la Biblia y el tipo de verdad que ella contiene. Me alegro, pues, que Jusino desafíe a los “talibanes” cristianos, que los hay en todas las confesiones religiosas.
Recuerdo todavía las reacciones asustadas de algunos compañeros profesores de la Universidad Pontificia de México cuando Raúl Duarte, quien fuera rector de dicha institución académica, escribió en la revista de la Universidad un artículo en el que sostenía, si mal no recuerdo, que, en alguna etapa de la tradición antigua del texto bíblico, Astarté podría haber sido… ¡esposa de Yavé! Aproximaciones arriesgadas, como la del exégeta zamorano o la de Jusino, al postular a María Magdalena como posible autora del cuarto evangelio, siguen siendo necesarias para mantener la frescura de la investigación y para apuntalar el único dogma necesario en el trabajo científico: que no hay verdades inamovibles, sino que la labor de investigación es una búsqueda constante, que cuestiona, que aporta luces, que lee desde diversos ámbitos el mismo texto, que extrae nuevas posibilidades de sentido.
Por eso me parece acertada la afirmación de Jusino cuando, al final de su estudio, sostiene: “no pretendo haber dicho la última palabra sobre este tema”. ¿Quién podría decirla? Yo llevo ya anotadas cientos de preguntas sin respuesta segura que presentaré al primer autor bíblico al que me encuentre en el Cielo, si es que Dios me concede llegar al estado de bienaventuranza.
Señalaré ahora una característica de la propuesta de Jusino que me parece débil. Se trata de la excesiva dependencia de la teoría de Brown sobre la reconstrucción de la comunidad juánica. Es cierto, como afirma Jusino, que “la investigación de Brown sobre la comunidad joánica es claramente reconocida” y también coincido en que “la mayoría de los teólogos lo reconocen hoy como el primer erudito católico de la Biblia en los Estados Unidos” (1), pero el hecho de que no se cuestione en absoluto ninguna de sus afirmaciones y, más aún, que sea prácticamente el único autor citado en el conjunto de la disertación, no ayuda a despertar el interés en la argumentación por parte de especialistas de otras latitudes.
Quizá Jusino haya escrito para un público predominantemente norteamericano, pero si de expandir su teoría se trata, más vale que comience a confrontar su argumentación con otras reconstrucciones posibles, tal como el mismo Brown intentó hacerlo en el libro que Jusino cita literalmente en múltiples ocasiones. En efecto, Brown, después de presentar su teoría de reconstrucción de las distintas fases por las que atravesó la comunidad juánica, analiza críticamente las reconstrucciones alternativas de J. Louis Martyn, Georg Richter, Oscar Cullmann, del francófono Marie-Emile Boismard y Wolfgang Langbrandtner (2).
Es cierto que la reconstrucción de la comunidad juánica no es el tema del artículo de Jusino, pero no puede escogerse solamente aquella teoría de reconstrucción que favorezca nuestra hipótesis, sin confrontarla críticamente con las demás, so pena de convertir la discusión en un intercambio, como decimos en México, “entre cuates”.
Hay quien me ha mencionado, al comentar la propuesta de Jusino, que uno de sus puntos débiles sería el recurso a los escritos gnósticos de Nag Hammadi. Voy a exponer brevemente por qué no estoy de acuerdo con tal aseveración. Es cierto que los escritos de Nag Hammadi deben ser citados con sumo cuidado. Bastaría, para convencerse de ello, recordar el duro juicio de Meier en relación con tales escritos:
“En 1945, un campesino del pueblo de Nag Hammadi, en el Alto Egipto, descubrió los restos de una antigua biblioteca copta… Algunos de estos tratados llamados evangelios contienen dichos o hechos de Jesús, algunos de los cuales (p. ej, el evangelio de Felipe) tienen paralelos en los evangelios canónicos. En el caso del Evangelio de Felipe, esos dichos y hechos se encuentran diseminados a lo largo de un documento inconexo que parece tener como objeto principal la instrucción sobre sacramentos gnóstico-cristianos. El material sobre Jesús está impregnado a veces de tanta fantasía como los evangelios apócrifos que hemos visto antes. Por ejemplo, Jesús va al taller de tintorería de Leví, toma 72 trozos de tela de colores diferentes y los arroja a la tina: todos salen blancos (EvFe 63,25-30). Algo todavía más estrambótico: José el carpintero cuida un árbol con el que luego hace la cruz de la que penderá Jesús (EvFe 73,8-15). Cosas como éstas son más propias de La última tentación de Cristo que del Jesús histórico” (3).
Con un juicio tal cualquier especialista se la tomaría con mucha calma antes de recurrir o citar alguno de los documentos de Nag Hammadi. Sin embargo, creo conveniente aclarar algo. La valoración de Meier hace de los documentos de Nag Hammadi está en relación directa con el trabajo que desarrolló en su libro, a saber, la búsqueda del Jesús histórico. Para esa finalidad, con excepción del Evangelio de Tomás, los documentos de Nag Hammadi se han mostrado poco útiles.
Pero no está Jusino usando dichos documentos para la misma finalidad. En el caso que abordamos, la aportación que los documentos de Nag Hammadi, en particular el Evangelio de Felipe y el Evangelio de María, hacen a la tesis que sostiene a María Magdalena como autora del cuarto evangelio es muy otra. No se trata de la reconstrucción del Jesús histórico, ni siquiera de la reconstrucción de alguna etapa de la historia de la iglesia primitiva, sino de algo más sencillo: demostrar que en una tradición ajena al cristianismo apostólico, el que más tarde se institucionalizaría, concretamente en la tradición de cierto gnosticismo cristiano, la identificación de María Magdalena como Discípula Amada estaba presente. Y eso, me parece, ha sido correctamente usado por Ramón Jusino en el artículo que venimos valorando.
Tiene razón Jusino cuando afirma “Que yo sepa – ninguna obra anteriormente publicada ha hecho una discusión en apoyo de esta hipótesis.(4)” Y, en verdad, uno no se explica por qué, dado que se encuentran los datos fundamentales que apoyarían la hipótesis en otros autores. Veamos, por poner un ejemplo, las afirmaciones que hace François Vouga:
“…Se debe admitir que las antiguas tradiciones del cristianismo primitivo consideraron a María Magdalena como uno de los primeros testigos de los acontecimientos pascuales, en el mismo plano que Pedro y Santiago, y, por eso mismo, como una de las figuras fundadoras del cristianismo… Lo que es… históricamente significativo es el hecho de que María Magdalena tiene un lugar muy particular en el Evangelio de Juan y, más tarde, en la literatura gnóstica… En el Evangelio de Juan, el discípulo amado entra en competencia con Pedro: en la literatura gnóstica es María Magdalena quien asume este papel…” (5)
Asombra que Vouga identifique el papel de María Magdalena en la literatura gnóstica con el papel del discípulo amado y no dé el paso siguiente, al menos a nivel de hipótesis, que sería la identificación de ambos personajes. Da la impresión de que fuera solamente una cuestión de falta de arrojo. Porque el autor termina diciendo que en la literatura gnóstica:
“…María Magdalena cumple una función análoga a la del discípulo amado en el Evangelio de Juan: es una figura ejemplar de la fe, de la comprensión y del conocimiento del Salvador y de su revelación; por esta razón es reconocida como la mediadora e intérprete autorizada de las palabras del Salvador. Una de dos: o bien las escuelas gnósticas desarrollaron leyendas propias, o bien se debe reconocer que María Magdalena desempeñó en el tiempo de Jesús o en algunos medios del cristianismo primitivo un papel histórico particular. Éste se refleja en los escritos de Tomás y en documentos gnósticos que hacen de ella una figura fundadora del cristianismo, con el mismo rango que Pedro, Santiago y el discípulo amado en los círculos joánicos” (6).
Cuando andamos en el terreno de los estudios bíblicos no podemos más que aventurar hipótesis explicativas de los misterios que paso a paso vamos encontrando. Seguramente hemos sido testigos del desmoronamiento de muchas teorías explicativas de la génesis de algún texto. No es una pretensión sensata querer establecer verdades absolutas en el terreno de la búsqueda científica. No obstante lo anterior, hay que recordar que la valoración más o menos positiva de una hipótesis reside en su capacidad de explicar el mayor número de cuestiones abiertas. Mientras más elementos deje sin aclarar una hipótesis, menos confiable es. Y viceversa. Yo creo que la propuesta de Jusino es seria y debe ser tomada en cuenta. Trataré de enumerar algunos de los tópicos que adquieren una nueva y más convincente explicación a partir de la propuesta de Jusino:
a) Pienso que da razón de uno de los enigmas que han permanecido irresolutos en la investigación del Evangelio de Juan: el porqué de la falta de identificación del discípulo amado, fundador de la comunidad juánica.
b) Ofrece también una explicación plausible a las inconsistencias textuales contenidas en los pasajes en los que aparecen juntos María Magdalena y el discípulo amado.
c) Da una razón consistente para explicar el lugar prominente que las mujeres juegan en el cuarto evangelio.
d) Por último, lanza una nueva luz sobre el hecho incontestable de que algunos documentos gnósticos cristianos presenten a María Magdalena a la misma altura que otros personajes considerados como fundadores del cristianismo.
Que existe una gran dosis de imaginación en la hipótesis de Jusino, es indudable. Pero, ¿qué hipótesis no la tiene? El cambio de la discípula amada femenina de la versión pre canónica del cuarto evangelio, por un varón anónimo en su versión canónica definitiva, pareciera una suposición muy aventurada… ¿en realidad lo es?
Quisiera abonar una consideración que viene a reforzar la hipótesis de Jusino y a demostrar que tal imaginación no es del todo desaforada. Como todos sabemos, los evangelios sinópticos son unánimes en compartirnos que las testigos de la sepultura de Jesús fueron mujeres (Mc 15,47; Mt 27,61; Lc 23,55). Dichas mujeres son descritas como las que habían seguido a Jesús desde Galilea.
Estando ellas presentes en la muerte y la sepultura, aportan su visión de fe cuando descubren que el sepulcro está vacío. Estas mujeres galileas serán un vínculo indispensable para relacionar al que había sido sepultado y que después resucitará. Sería bueno que no olvidáramos que, cuando la predicación cristiana se centre en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, tal como nos lo refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,22-24): “a Jesús de Nazaret… lo habéis crucificado vosotros, y le habéis dado muerte… pero Dios lo resucitó, matando los dolores de la muerte…”, lo está haciendo, sépanlo o no los primitivos predicadores, sobre el testimonio de estas mujeres que fueron las únicas en estar presentes en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús.
Ya desde los mismos evangelios canónicos puede constatarse la incomodidad que debió haber experimentado la primitiva comunidad cristiana al tener que presentar como únicas testigos de la resurrección a unas mujeres. El evangelio de Marcos, por ejemplo, llama al ángel ‘un hombre’ (16,5) sólo para contrastar la presencia masculina entre tanta mujer. Lucas, después de afirmar la incredulidad de los Once, nos presenta a Pedro corriendo para ser testigo ocular del sepulcro vacío (24,11-12). Queda así claro que el testimonio de las mujeres se mantuvo en los evangelios que han llegado a nuestras manos, a pesar de la mentalidad machista que caracterizaba al judaísmo del tiempo de Jesús, precisamente porque es un dato histórico y teológico incontestable.
¿Por qué, entonces, cuando varios años antes de la redacción de los evangelios sinópticos, Pablo de Tarso da testimonio en una de sus cartas auténticas de la tradición que ha recibido, afirma:
“Porque les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció a mí, que soy como un aborto” (1Cor 15,3-8)
La ausencia de las mujeres no puede más que llamarnos poderosamente la atención. A tal grado, que el comentarista de la edición latinoamericana de la Biblia de Jerusalén se ve obligado a aclarar en la nota que “ni estas listas de las apariciones de Jesús resucitado, ni las de los evangelistas se dan como exhaustivas” (7). La aclaración del comentarista es más que comprensible: ¿a dónde se fueron las mujeres? ¿cómo, en una tradición tan temprana, desaparecieron las que, según la posterior tradición de los evangelios sinópticos, fueron las únicas testigos autorizadas de la resurrección?
¿Debemos achacar este ocultamiento a la proverbial (y bastante discutida) misoginia del apóstol de los gentiles? A mí me parece que eso es demasiado. El lenguaje usado por Pablo (recibir – transmitir) es un lenguaje técnico que expresa un profundo respeto por verdades que no le pertenecen al que las dice, sino que forman parte de una tradición más amplia y venerable.
¿Debemos entonces sostener que es la costumbre judía, que no daba validez ninguna al testimonio de una mujer en los juicios porque, según se desprende de la interpretación rabínica de Gn 18,15, era mentirosa por naturaleza, la que influyó para que las mujeres desaparecieran de la lista de testigos reconocidos de la resurrección?
Como quiera que fuese, independientemente de que hubiera sido Pablo quien suprimiera a las mujeres, o que él mismo ya hubiera recibido la tradición de esa manera, lo cierto es que puede presumirse con ciertas bases que hubo, ya desde muy temprano, una clara intención de oscurecer el papel de las mujeres en la conformación de la comunidad cristiana primitiva. Este hecho viene en apoyo de la suposición de Jusino de que una versión pre canónica del cuarto evangelio habría sido modificada para ocultar la identificación primitiva de María Magdalena con el discípulo amado, porque demuestra que tales tendencias son detectables, incluso, en el interior mismo del Nuevo Testamento.
Termino comentando, en total consonancia con Jusino, que gran parte de la oposición que despierta esta hipótesis que identifica a María Magdalena con el discípulo amado está basada más en prejuicios misóginos que en contestaciones científicamente argumentadas. Coincido con Jusino cuando afirma:
“Documentos gnósticos e inconsistencias estructurales aparte, lo más probable es que la Iglesia institucional nunca reconozca a María Magdalena como autora de un evangelio en el Nuevo Testamento… Quizás las cosas, a pesar de lo que se dice en público, realmente no hayan cambiado tanto desde el origen de la iglesia. Sostener que una mujer es la autora de un evangelio sigue significando una vergüenza, como Setzer sostiene que habría sido hace 2,000 años (8). Esto es algo en lo que tenemos que reflexionar”.(9)
Hace algún tiempo comenté con algunas amigas, estudiosas también de la Biblia, la hipótesis de Jusino. La expresión de una de ellas llamó mi atención. Como si el rompecabezas hubiera tomado forma exclamó: “ahora me explico muchas cosas”. Se refería, como nos comentó después, a inquietudes que desde hacía algún tiempo rondaban por su cabeza: ¿por qué el cuarto evangelio daba tanta importancia a las relaciones íntimas de amistad (Lázaro, Marta y María, María Magdalena)? ¿Por qué el primer signo realizado por Jesús, el de las bodas de Caná, presenta un aspecto íntimo, al grado que todo parece ocurrir en la cocina y fuera de la vista de los convidados? ¿Por qué tantas alusiones matrimoniales en los textos (el pozo de la samaritana, el montaje de las apariciones a María Magdalena inspirado en el Cantar de los Cantares?) “Claro –dijo mi amiga con los grandes ojos abiertos– ¡si fue escrito por una mujer…!”
Como un simple ejercicio de libertad, les aconsejo leer de nuevo el cuarto evangelio pensando que son palabras de una mujer. Ya verán cuántas cosas nuevas descubren. Quiero terminar con las palabras con las que Ramón Jusino termina el artículo que he comentado a lo largo de estas páginas:
“Raymond Brown ha comparado la búsqueda para identificar al autor del cuarto evangelio con una buena historia de detectives. Un buen detective pasa por un tamiz las evidencias más relevantes y descarta las que no sean significativas. Cuando las evidencias empiezan a señalar hacia cierta dirección, el detective persigue los indicios y explora todas las posibles explicaciones y coartadas. Cuando una teoría se erige como plausible y de mayor credibilidad que las otras, entonces el detective llega por fin a una conclusión que le permite nombrar a uno o a varios sospechosos. La evidencia que apoya la atribución de la autoría del cuarto evangelio a María Magdalena es mucho más fuerte que la que mantuvo la idea de que el autor había sido Juan de Zebedeo y que logró que esta hipótesis permaneciera como la principal durante casi dos mil años. Después de una consideración cuidadosa de las evidencias que he citado, afirmo respetuosamente que el “sospechoso principal” en cualquier búsqueda para identificar al autor del cuarto evangelio debe ser María Magdalena”.
NOTAS
(1) JUSINO Op. Cit., p. 2
(2) BROWN R., La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiología juánica (Sígueme, Salamanca 1983) pp. 165-175
(3) MEIER John P., Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico (Verbo Divino, Estella 1997) Tomo I, pp. 142-143
(4) JUSINO Op. Cit., p. 1
(5) VOUGA François, Los primeros pasos del cristianismo (Verbo Divino, Estela 2001) p. 197. Las negrillas son mías.
(6) Ibid p. 198
(7) Nota a 1Cor 15,8 en Biblia de Jerusalén Latinoamericana (Desclée de Brower, Bilbao 2001)
(8) El autor se refiere al artículo de SETZER Claudia, «Excellent Women: Female Witnesses to the Resurrection», Journal of Biblical Literature 116 (1997) 259-272
(9) JUSINO, Op. Cit., p. 18
Estos dos ùltimos escritos, me han constestado con una claridad extrema, la pregunta que yo habia planteado, muy a su estilo, elegante en gran manera, pero tambien directo y sanguinario en otras, mas que un taliban del cristianismo, prefiero ser en este espacio, una voz que clama en el desierto, considerar la biblia como un compendio falible de libros infalibes, es una posición hoy por hoy muy desprestigiada, tanto en la iglesia, como fuera de ella, esa es mi posición, taliban, no lo creo, pues busco mas tener la actitud de Juan el Bautista. Es un poco dificil leer ambos escritos hasta el final, cuando la base es tan endeble como puede ser el conocimiento humano tan limitado, pero en fin dice la biblia siendo sabios se hicieron necios, creo que es el libro de Romanos, el libro que inspiro la reforma religiosa.