Iglesia y Sociedad

Discípulos de Jesús: todos dignos, todos iguales

31 Oct , 2011  

Para Julián Dzul Nah

El domingo pasado leímos en todas las iglesias católicas del mundo un pasaje tomado del capítulo 23 del evangelio de san Mateo. Aunque los especialistas en el estudio del Jesús histórico piensan que es difícil discernir en este capítulo qué palabras corresponden a Jesús y cuáles, en cambio, son reflejo de las posteriores luchas que, alrededor del año 80 provocaron la expulsión de los cristianos de las sinagogas, lo cierto es que casi todos están de acuerdo en que el conjunto del mensaje de Jesús hace plausible que las recomendaciones iniciales del capítulo tengan un fuerte sustento histórico.

Todos sabemos que Jesús, en varias ocasiones, criticó a los fariseos porque se creían más que los demás. Se expresaban con desprecio de los pobres y los ignorantes (Jn 7,49) y les gustaba recibir trato especial en los banquetes y en las reuniones sociales (Mt 6,1-3.5; 23,1-7; Lc 14,7-11)

El texto al que ahora aludo, Mt 23,1-12, hace referencia a esa realidad. Este pasaje pretende contrastar el comportamiento de la dirigencia cristiana con la dirigencia judía, porque denuncia la conducta de los jefes religiosos de Israel en la primera parte (2-7) y advierte cómo deben conducirse los dirigentes cristianos, en la segunda (8-12). Más que la crítica a la dirigencia judía, me fijaré en esta colaboración en las disposiciones que Jesús da a los dirigentes cristianos.

Con una triple negación (no se dejen llamar…no llamen a nadie… ni se dejen llamar…) Jesús pretende subrayar un rasgo decisivo en la futura comunidad cristiana: que no haya ninguna actitud de control o de protagonismo, que no haya nadie que se sienta más que los demás y nadie que trate a otros como si fueran menos. Se trata de combatir la tentación del dominio, del autoritarismo. Eso es lo que simbolizan los tres títulos criticados: maestro, padre y jefe o conductor. La actitud que deberá caracterizar a la comunidad cristiana es, en cambio, la fraternidad (porque todos ustedes son hermanos…).

En otras partes del evangelio de Mateo se ve cuál es el origen de esa fraternidad exigida por Jesús: los cristianos son hermanos porque son hijos de un mismo Padre (Mt 5,16.45.48; 6,1; etc.). En medio de un mundo marcado por una ausencia de hermandad, en un sistema donde los hombres eran “dueños” de las mujeres (lo que llamamos “sistema patriarcal”), Jesús invita a sus seguidores a vivir en un vínculo de fraternidad, que les haga superar todo dominio y manipulación de unos sobre otros. Donde se reconoce el señorío único de Dios, es decir, donde se hace presente el Reino, debe darse la renuncia a todo tipo de control y de manipulación y a cualquier gesto que haga pensar que unas personas valen más que otras. Esto lo prohibió Jesús.

Es claro que cuando Jesús prohíbe a sus discípulos asumir los títulos que critica (maestro, padre, jefe) no se está refiriendo simplemente a palabras, como si nos estuviera prohibido hoy llamar maestros a los profesores de nuestros hijos o como si el evangelio nos impidiera decirle padre a nuestro progenitor. Tras las palabras que Jesús prohíbe están las actitudes autoritarias que son las que no tolera. El “padre” que Jesús rechaza parte de su experiencia en una sociedad profundamente patriarcal, como la judía de esos tiempos. El padre era en la práctica el dueño de la familia: las esposas tenían que llamarlo “amo mío” y servirlo en todo; él decidía sobre la vida de todos los miembros de la familia, cuándo y con quién deberían casarse los hijos e hijas, a quién correspondía la herencia, y, lo peor de todo, podría repudiar a su mujer casi por cualquier motivo y abandonarla a una suerte, las más de las veces, trágica.

Por eso, en la lista de la recompensa destinada a los que renuncien a todo por el Reino de Dios, no aparece la presencia del padre (Mc 10,28-31). En efecto, como bien señala José Antonio Pagola: “Los discípulos han dejado su casa, han dejado también hermanos y hermanas, padres, madres e hijos, han abandonado las tierras, que eran su fuente de subsistencia, trabajo y seguridad. Se han quedado sin nadie y sin nada. ¿Qué recibirán? Esta es la preocupación de Pedro y esta la respuesta de Jesús: ‘Nadie quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos… y en el mundo futuro, vida eterna’. Los seguidores de Jesús encontrarán un nuevo hogar y una nueva familia. ¡Cien hermanos y hermanas, cien madres! Pero no encontrarán ‘padres’. Nadie ejercerá sobre ellos una autoridad dominante. Ha de desaparecer el ‘padre’, entendido de manera patriarcal: varón dominador, amo que se impone desde arriba, señor que mantiene sometidos a la mujer y a los hijos. En la nueva familia de Jesús todos comparten vida y amor fraterno. Los varones pierden poder, las mujeres ganan dignidad. Para acoger el reino del Padre hay que ir creando un espacio de vida fraterna, sin dominación masculina”.

Sabemos, sin embargo, que toda sociedad humana se organiza en funciones distintas y en cargos. Eso sucederá también en la comunidad cristiana. Pero ningún cargo, aunque sea el de más autoridad, debe ser pretexto para establecer diferencias de dignidad entre los cristianos. Esto implica un nuevo tipo de relaciones cordiales hacia el interior de la comunidad (Mt 5,21-22), una nueva manera de enfrentar los conflictos (Mt 5,23-24), una solidaridad abierta más allá de los intereses del propio grupo (Mt 5,46-48; 25,31-46), y el ejercicio de la corresponsabilidad (Mt 18,15).

Hay una grave incoherencia evangélica cuando en la comunidad cristiana se utilizan títulos que no abonan a la fraternidad, sino que provocan divisiones y constituyen estamentos entre quienes deberían ser concientes de participar de una misma dignidad. Llegará el día, está llegando ya, en que quedarán abolidos todos los “monseñores” y “excelencias”, los “santos padres” y “eminencias”, para comenzar a nombrarnos por lo que somos, hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre misericordioso. Recordando que, si Jesús llamo “Padre” a Dios no fue en el afán de emular la dominación patriarcal que –como hemos señalado– rechazó en varias ocasiones, sino para subrayar que en la nueva familia de sus seguidores, Pagola dixit, “no hay padres. Solo el del cielo. Nadie ha de ocupar su lugar. En el reino de Dios no es posible reproducir las relaciones patriarcales. Todos han de sentarse en corro en torno a Jesús, renunciando al poder y dominio sobre los demás para vivir al servicio de los más débiles e indefensos”.


One Response

  1. Josefina Isabel Cervera Arce dice:

    El evangelio de hoy sábado 5 habla de lo que dices aquí.
    Te quiero mucho P. Raúl :-* :-*

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