Entre la justicia y el perdón no ha habido siempre una relación tersa. En algunas ocasiones aparecen incluso como conceptos contradictorios. Por eso me inquieté al recibir una invitación para participar como conferencista en el Primer Encuentro de las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ES.PE.RE) “Restaurando la dignidad”, que se llevó al cabo el pasado fin de semana 6 y 7 de septiembre, en la ciudad de Monterrey. El tema a tratar era, desde la óptica de los derechos humanos, cuál es la difícil relación entre estas dos realidades: la justicia y el perdón.
Después de conversar sobre dos elementos en los que decidí enmarcar la reflexión: una breve exposición del discurso de los derechos humanos y otra, igualmente breve, sobre la realidad de la violencia y la impunidad que nos rodea, intenté abordar el tema partiendo de la posición que los activistas de derechos humanos asumen frente a la pena de muerte y a las así llamadas “comisiones de la verdad”.
Si el discurso de los derechos humanos y la exposición sobre la violencia eran justificación suficiente para el imperativo de la justicia y explicaban muchas de las reticencias que, desde la perspectiva de los derechos humanos, se tienen en relación con la noción de perdón, me pareció conveniente abordar la discusión confrontando dos experiencias (la pena de muerte y las comisiones de la verdad) en las que se transparenta la difícil relación que se da entre la justicia y el perdón.
Como he tratado ya en varias ocasiones en esta misma columna el asunto de la pena de muerte, quisiera hoy conversar con ustedes acerca de lo que dije en Monterrey respecto de las comisiones de la verdad. Como bien expresa Esteban Cuya: “La mayoría de las sociedades latinoamericanas experimentaron en las últimas cuatro décadas permanentes situaciones de violencia y conflictos internos, a causa de graves condiciones de injusticia y desigualdad económica y social. Ante esto, las frágiles democracias latinoamericanas, siguiendo los mandatos de los estrategas instalados en Washington D.C., cedieron el poder a cúpulas militares portadoras de una vocación mesiánica. De esta forma, el fantasma de la dictadura militar se instaló con mucha facilidad en los Estados desunidos del Sur”. Una vez terminadas las dictaduras, surgió el debate sobre qué hacer con los responsables de las violaciones a los derechos humanos y al derecho humanitario. ¿Cómo reconstruir las sociedades maltratadas, cómo restablecer la paz, cómo buscar la reconciliación nacional, sin dejar de lado la justicia?
Gracias al clamor de justicia de los familiares de las víctimas, así como la lucha de algunos abogados, periodistas, religiosos, magistrados, políticos y activistas internacionales de solidaridad, se crearon en muchos de esos países las comisiones investigadoras de la verdad. Las Comisiones de la Verdad son organismos de investigación creados para ayudar a las sociedades que han enfrentado graves situaciones de violencia política o guerra interna, a enfrentarse críticamente con su pasado, a fin de superar las profundas crisis y traumas generados por la violencia y evitar que tales hechos se repitan en el futuro cercano. A través de las Comisiones de la Verdad se busca conocer las causas de la violencia, identificar a los elementos en conflicto, investigar los hechos más graves de violaciones a los derechos humanos y establecer las responsabilidades jurídicas correspondientes. Su trabajo abre la posibilidad de reivindicar la memoria de las víctimas, proponer una política de reparación del daño, e impedir que aquellos que participaron en las violaciones de los derechos humanos, sigan cumpliendo con sus funciones públicas, burlándose del Estado de derecho.
Hay quienes critican a las comisiones de la verdad. Y no me refiero solamente a los responsables de las violaciones a los derechos humanos, que tendrían razón en oponerse, sino a sectores de la sociedad que no fueron tocados por la violencia y a quienes les parece que escarbar, remover y hurgar en el pasado equivaldría a abrir nuevamente sus heridas. Pero, como bien afirmó Luis Pérez Aguirre, “Se ha dicho que hurgar en estos acontecimientos del pasado es abrir nuevamente las heridas del pasado. Nosotros nos preguntamos, por quién y cuándo se cerraron esas heridas. Ellas están abiertas y la única manera de cerrarlas será logrando una verdadera reconciliación nacional que se asiente sobre la verdad y la justicia respecto de lo sucedido. La reconciliación tiene esas mínimas y básicas condiciones”.
Entender que hay la necesidad de un horizonte ético mínimo que nos permita, a las personas y las sociedades, sobrevivir a la tragedia de nuestro tiempo, y me refiero a algo tan simple como conservar claras las fronteras entre el bien y el mal, reconocer y aceptar que hay cosas que no están permitidas, establecer claramente que, en la persecución de objetivos no todo se vale y que los antiguos límites de la verdad, la justicia, la honestidad, la dignidad, el respeto, la libertad, –aunque la cruda economía nos dicte otros cánones– siguen siendo muros que mantienen a raya los monstruos que conducen a la barbarie, no nos dispensa de plantearnos el papel que el perdón puede jugar ante estas realidades.
Creo que es una gran aportación de las religiones afirmar la necesidad del perdón para humanizar (y divinizar, diríamos los creyentes) el ejercicio de la justicia. Es cierto: no hay que confundir perdón con impunidad. Entiendo que esta reflexión no resuelva del todo la aporía que aparece cuando se unen los conceptos de justicia y perdón, porque lo que aparece muy claro para la salud del individuo no siempre es tan claro para la salud social. En el caso del Estado ¿pueden identificarse las leyes de amnistía con un ejercicio social del perdón? ¿quién es el que debe pedir perdón? ¿debe hacerlo el estado? ¿y quién puede concederlo? ¿alguien más que las propias víctimas? En el nivel social ¿sirve de algo el perdón sin el arrepentimiento? Preguntas para las que hasta ahora no encuentro respuesta.
Dice el filósofo Jacques Derrida, y dice bien, que la justicia y el perdón son valores heterogéneos, o sea que pertenecen a niveles diferentes y no son inmediatamente equiparables. Dice bien porque la justicia es una virtud eminentemente social mientras el perdón tiene características marcadamente individuales. La justicia es un imperativo socialmente exigible, mientras que el perdón tiene mucho de oferta gratuita. La justicia es un imperativo racional, en coherencia con los equilibrios que el ser humano necesita para sobrevivir en pacífica convivencia con los demás. El perdón, en cambio, es irracional, en cuanto no necesita razones lógicas para entregarse. El acto de perdonar acontece ante algo imperdonable, por eso es absolutamente gratuito, pero precisamente también por eso es sanador.
En el intercambio fecundo entre el discurso de derechos humanos y las religiones cristianas, éstas últimas pueden ofrecer al discurso de los derechos humanos la posibilidad de un perdón reparador. Y la propuesta del perdón no supone soportar pasivamente las injusticias, sino asumir una actitud altamente activa: salir al encuentro del adversario, querer hacerlo hermano. El mejor servicio eclesial para nuestro mundo, atribulado por la violencia, es edificar comunidades en las que se viva a tope el sermón de la montaña. Y en el sermón de la montaña el perdón es un componente esencial del mensaje de Jesús.
Colofón: Mariaurora Mota, directora de Género, Ética y Salud Sexual A.C. interpuso en diciembre pasado una queja ante la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) contra la organización Courage-Latino, que pretende “curar” la homosexualidad. Courage-Latino, sin cobardías, aceptó la mediación de la CONAPRED. Finalmente, la organización aceptó modificar su página de internet afirmando que la homosexualidad no es una enfermedad. También se comprometió a recibir un curso de sensibilización en materia de no discriminación y, en sus talleres y conferencias, a distribuir en forma impresa el texto del articulo 1 de la Constitución Federal y los artículos 4 y 9 de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación.
q bn
Pareciera que la justicia y el perdón no se corresponden; sin embargo, hay que sopesar su relación.
El perdón, sea divino, de alguien en lo pariticular o de una sociedad, implica necesariamente el arrependimiento de quien cometio el agravio; de lo contrario, puede ser muchas cosas, pero no perdón.
Por otra parte, la justicia implica equidad (igualdad), libertad y respeto, cuando menos. Por lo tanto, cualquier acto contra la integridad física y moral (desde luego su máxima expresión, la muerte), el bien en la calidad de la vida, de una vida digna, así como la tiranía, el sojuzgamiento, la dominación, el hostigamiento, la discriminación, el impedimento a la libertad de pensamiento, de expresión y de actuación e incluso el oprobio; en fin, causar daño con conciencia significa injusticia.
En principio, cuando se comete injusticia no puede o no debe haber impunidad; es necesaria alguna acción frente a ella, aun cuando el daño sea irreparable, precisamente por justica, que no venganza. Esto es, que no puede quedar como si nada hubiera pasado y merece pagarse con una pena, con un castigo.
Ahora bien y valga la redundancia, hacer justicia frente a la injusticia, no dejar impune la injusticia no significa necesariamente el perdón, porque el perdón no está únicamente en una de las dos partes. Vale la expresión «te perdono», «te perdonamos la vida», por ejemplo; pero a mi juicio, como he señalado, ello no es perdón si por parte de quien o quienes cometieron la injusticia no hay arrepentimiento; o bien, con el alcance de su significado, si realmente no se sabe lo que se hace, como dijera Jesús. Más bien, el perdón es una consecuencia.
Existen casos en los que, tras cumplir una pena o un castigo, se ofrecen muestras de arrepentimiento; pero no es sino hasta ese punto en el que pudiera decirse que entra la decisión de perdonar; aunque al mismo tiempo, es ahí donde entra el dilema, quién decide que el injusto merece ser perdonado ¿él? ¿tú? ¿yo?, sobre todo cuando el asunto atañe a más de uno ¿Cabe en uno el perdón? Incluso ¿cabe en un grupo? En todo caso, es así
como pueda interpretarlo el supuesto arrepentido.
Cerrando, puede ser que, en efecto, justicia y perdón correspondan a diferentes planos, pero ¿que se relacionan?: indudablemente.
Hola padre Raúl, espero haya llegado con bien a Mérida, y nuevamente le felicito por su trabajo y ciertamente yo también comparto su opinión acerca de si si sirve de algo el perdón sin que haya arrepentimiento.
Le envío un cordial saludo desde Monterrey y espero poder ayudar en algo cuando regrese a mi tierra, pues creo que hay mucho trabajo por hacer.
Un abrazo y que Dios le bendiga