Querido Marciano:
Tú no me conoces, pero yo sí te conozco a ti. Hace muchos años, allá por el inicio de la década de los noventas, conocí y estudié tu libro Moral de Actitudes, intento valiente y lúcido de transvasar la teología moral, del rigorismo y el simple cumplimiento de normas externas, hacia el horizonte de renovación promovido en toda la iglesia por el Concilio Vaticano II y enfrentando, a la luz de las nuevas ciencias sociales, los retos morales que la modernidad y postmodernidad no dejan de plantearle al discípulo/a de Jesús. .
Mi formación en el seminario no fue, debo confesarlo, totalmente postconciliar aunque inició en 1975, diez años después de finalizado el Concilio. Y no lo fue porque la renovación conciliar fue llegando a nosotros en oleadas que se mezclaban con los intentos de reversión de parte de los grupos más reacios al aggiornamento dentro de la iglesia. De la mano del P. Bernardo Häring y su obra, La Ley de Cristo, fuimos entreviendo las consecuencias morales del giro copernicano operado por la teología conciliar, pero también contrasté esta visión con la de la vieja escuela tomista, representada en el seminario yucateco por el padre Salomón Rahaim, entrañable jesuita, para quien la moral no era más que la deducción aristotélica de principios inmutables y para la cual, el evangelio y en general toda la Escritura, servía solamente como argumento probatorio de las tesis concebidas de antemano. Nada de “signos de los tiempos” o de compartir “las tristezas y angustias, los gozos y las esperanzas de la humanidad”. Dos visiones de moralidad que coexistían en el mismo proceso formativo del seminario.
Uno, sin embargo, atribuía esta dicotomía de visiones opuestas a la lentitud con que la asimilación de la reforma conciliar avanzaba en las iglesias particulares. Enojados porque la perspectiva preconciliar, cosificadora y culpabilizante, se resistía a desaparecer, nos consolábamos pensando que el Concilio de Trento, que significó en su época un intento de renovación acicateado por la aparición de la Reforma de Lutero, había tardado cerca de doscientos años en convertirse en lenguaje común para la iglesia universal. En mis tiempos de seminario, sin embargo, estábamos absolutamente convencidos de que no había vuelta atrás y que, tardase lo que tuviera que tardar, la renovación del mundo y de la iglesia estaba, para decirlo con palabras de los padres conciliares, “irrevocablemente decretada”.
Te escribo ahora porque me he enterado, por una nota del periódico español El País, de la reciente decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de prohibir la circulación y retirar de la venta un libro tuyo, Sexualidad y condición homosexual en la moral cristiana, de las librerías católicas de Argentina. Había tomado conocimiento también, hace algunos años, de la revisión que te había ordenado el Vaticano hacerle al manual Moral de Actitudes, que durante más de diez años había servido de libro de texto en muchos seminarios.
Al enterarme no pude menos que recordar (y releer) el valiente libro de un hermano tuyo, también moralista, también redentorista, el Padre Bernhard Häring, en el que narra, con dolorido amor por la iglesia, su experiencia con el antiguo Santo Oficio. Mi experiencia con la iglesia es un libro que me ha servido de consuelo en muchos momentos. La honestidad con que el Padre Häring desnuda los entretelones de una vida acosada por sucesivos e interminables procesos canónicos y pone a consideración de toda la comunidad cristiana los documentos de su proceso, me reafirman en la convicción de que vivimos un cambio de época que no ha sido asumido por la jerarquía de la iglesia en toda su dimensión.
Por eso quiero mandarte un abrazo solidario desde este rincón del Mayab mesoamericano. Y quiero, remitiéndome al libro del Padre Häring, repetirte al oído sus palabras: “A pesar de todo esto, debemos confiar todos en un cambio irreversible. En esa esperanza me baso y confío para hacer público mi caso”.
Con una privilegiada sensibilidad, el Padre Häring había logrado entrever –cuando todavía el lenguaje de los derechos humanos era incipiente– que era indispensable que la iglesia “actuara con la transparencia que exige el mundo actual y, de forma especial, el evangelio”… y añadía el grito adolorido: “Así no se puede continuar”.
La reciente prohibición de la circulación de tu obra me muestra lo poco que hemos caminado en este sentido evangélico de la transparencia al que se refería el P. Häring en el lejano 1989. Por eso, desde esta columna, y como acompañamiento del abrazo fraterno que te mando, repito las palabras sabias del redentorista ya fallecido:
“Sobre el palacio de la antigua Inquisición romana pesa el increíble fardo de un pasado que no hace honor a la iglesia y que ha obstaculizado no poco el servicio del sucesor de san Pedro. El cardenal Frigs, de Colonia, en un memorable discurso conciliar dijo que el Santo Oficio era ‘un escándalo para todo el mundo’… Hubo periodistas que me preguntaron cómo se podía reformar, en mi opinión, el Santo Oficio. Respondí con una palabra: ‘discontinuity’. Para asumir el pasado, la Congregación para la Doctrina de la Fe debe cortar por lo sano. En mi opinión, el primer paso consiste en un largo tiempo de reflexión suspendiendo toda actividad; un verdadero descanso sabático. La iglesia puede vivir sin tal instrumento como lo demuestran las iglesias ortodoxas, que han conservado la fe y la excelsa espiritualidad sin tener una institución semejante… se impone, antes que nada, una nueva institución, sin la deletérea prolongación del pasado, y abierta a todas las escuelas teológicas para un efectivo desarrollo del anuncio del evangelio”.
Hoy más que nunca, estoy de acuerdo con el difunto padre Häring. Dios te sostenga en estos momentos de tribulación. Recibe un cariñoso abrazo.
Colofón: El libro del padre Häring al que hago referencia (y que recomiendo a todos/as) es:
HÄRING Bernhard, Fede, Storia, Morale. Intervista di Ganni Licheri (Edizioni Borla, Roma 1989). Una traducción al castellano puede encontrarse, bajo el título Mi experiencia con la iglesia en P/S Editorial (Madrid 1992).
QUERIDO PADRE RAUL: A VECES ME DESALIENTA LA LENTITUD CON QUE LAS COSAS CAMBIAN EN LA IGLESIA NUESTRA, CUANDO ME SIENTO TRISTE ME GUSTA LEER LOS HECHOS DE LOS APOSTOLES PARA SOÑAR CON LA VUELTA A NUESTROS ORIGENES… TAL VEZ NO LO VEA, PERO TENGO FE QUE ALGUN DÍA LA IGLESIA VOLVERA A SER "MADRE Y MAESTRA" LLENA DE AMOR MISERICORDIOSO Y EXCENTA DE RIGORISMOS ANACRONICOS, PERO, FINALMENTE, USTED SABE MEJOR QUE YO QUE LA IGLESIA NO DEJA DE SER HUMANA Y DIVINA Y ES DE SU PARTE HUMANA DE DONDE NACEN LAS INCOMPRENSIONES Y EL DELIRIO DE PODER, COMO QUE SU REINO SI ES DE ESTE MUNDO ¿MAS SI NO?
Qué lástima que hasta hoy las cosas en el Seminario no hayan cambiado del todo, se sigue manejando como primera y última verdad las tesis tomistas… cuando una autoridad no tolera las críticas es porque tiene miedo… miedo al cambio de mentalidad, de actitudes. La moral sin caridad es sólo un conjunto de argumentaciones vacías, un raciocinio correcto y lógico pero sin sentido.
Muchos caminamos con esa esperanza. Voy a conseguirme el libro de Harring.
Me parece muy buena esta carta pública.Felicidades.
Querido Raúl, que conste mi solidaridad con Marciano Vidal y, bueno, si sirve de algo, quizás sea bueno que esta tu carta pudiera publicarse en La Otra Chilanga. Alguna ocasión, en medio de un evento de Comunidades Eclesiales de Base en Cuernavaca, Enrique Dussel decía que, en efecto, la Iglesia como institución podía ser funesta (el adjetivo es mío); pero que hay una iglesia muy otra que se construye abajo en el día a día de los feligreses y su comunión con Jesús y sus enseñanzas. Decía que si sólo nos deteníamos a pensar en la Iglesia como la macro-institución que de suyo es no saldríamos de la desesperanza; pero que si la pensábamos en lo micro descubriríamos la verdadera y esperanzadora iglesia de Jesús… ésa iglesia que, como le he oído decir a mi maestro José Ramón Enríquez (o al menos así lo he entendido), existe en la práctica religiosa de quienes creen: hacen iglesia. Lo que encaja perfecto con lo que Dussel dijo aquella vez para cerrar su disertación: "además, estamos en la tierra de Zapata y aquí la iglesia es de quien la trabaja". Sí, Otra Iglesia. Te abrazo.