Iglesia y Sociedad

DIAGNÓSTICO PO(E)SITIVO

27 Mar , 2012  

Les comparto las generosas palabras del dramaturgo y poeta José Ramón Enriquez, que mucho agradezco, pronunciadas en la presentación de mi poemario «Diagnóstico: Po(e)sitivo» (Dante, Mérida 2012) que tuvo lugar en el Restaurante Amaro. Presentadores del libro fueron también la Maestra Beatriz Rodríguez Guillermo y el poeta Fernando de la Cruz. Sus textos serán publicados en esta misma columna en próximas entregas.

Una de las contradicciones trágicas del VIH/SIDA es que sus medios de transmisión son a un tiempo los medios de transmisión de la vida: sangre y semen. Instintos fundamentales, bombear la propia vida y participarla, se vuelven enemigos. No es el único caso. El cáncer es otra forma en que la voluntad de reproducir las propias células lleva al organismo a multiplicar las células enfermas.

Enfermedades que marcan tanto el Siglo XX cuanto el XXI: la lucha por vivir, por crecer, por expandirse, debe correr pareja al control de células y fluidos que están en nosotros mismos. ¿Puede haber poesía en algo tan contradictorio y doloroso? ¿No es todo ello, en sí mismo, la negación de lo poético puesto que poesía y belleza están íntimamente asociadas?

Sí. La belleza está en la esencia de la poesía. Sin embargo, no se reduce a los brillos agradables de lo deseado. Va más allá. También habita en la crueldad de no poder abarcarla o, peor aún, de ver cómo se destruye enfrente nuestro. Seguramente tal belleza cruel es la que más páginas memorables ha dado a los poetas.

Quienes en los primeros tiempos de la aparición del VIH/SIDA estuvimos cerca de un ser bello que recibió el diagnóstico de positivo, sabemos del miedo, del dolor y de la rebeldía ante algo que era injusto no sólo por inesperado sino porque su origen estaba en lo más hermoso de los humanos: el amor. Los fluidos del amor se volvieron mortales. Y la belleza se volvió entonces miedo antes de dar paso, en la mayoría de las víctimas, al heroísmo, tanto en la lucha por la propia vida cuanto en la solidaridad con sus iguales.

Aunque cada día más el VIH/SIDA puede ser controlado gracias a cocteles de medicamentos hasta convertirse en una enfermedad crónica, cuando el diagnóstico es tardío o no se tiene acceso siquiera a algún médico, entonces la injusticia resulta infame: son los más pobres, los abandonados de siempre quienes sufren sin los auxilios que existen para otros.

¿Puede surgir también poesía cuando toda belleza parece corromperse? Sí, también de ahí, y gracias al amor, otro de sus elementos esenciales. Amor se necesita para poetizar la belleza cruel que habita en lo indeseable.

Y Diagnóstico po(e)sitivo, el libro de poemas de Raúl Lugo, recientemente publicado en Mérida por la Editorial Dante, es un testimonio que se vuelve poesía. Un testimonio de amor y de confianza desde el conocimiento de los más débiles entre quienes padecen el VIH/SIDA.

Raúl Lugo no es un caso común dentro de la estructura eclesial a la cual pertenece. Él acude a un Cristo crucificado aquí y ahora, no duro, de concreto, y entronizado en el Cubilete.

Pero es además un poeta que maneja con rigor cada palabra y teje en ritmos largos la belleza que habita en los contrarios. Ritmos largos, endecasilábicos, que se recortan no como en el pie quebrado que busca el repique de las campanas, sino como en los gritos de furia o en el ahogo intermitente de los sollozos. La palabra vuela y desfallece. Corresponde a la paradoja de vida/muerte que estructura el VIH/SIDA.

En la misma senda de la gran poesía que surge, sobre todo, tras los horrores de la Primera Guerra Mundial y se hace aún más brutal y contradictoria luego de Hiroshima, esta de Raúl Lugo, desde el VIH/SIDA entiende que el bien, la verdad y la belleza tienen su correlato en el mal, la mentira y la fealdad.

Pero, testigo del miedo y el dolor, el poeta lo es también del amor y de la entrega. El último poema de la primera parte de su libro es una historia de amor maravillosa, la de dos cuerpos jóvenes que después del futbol se entrelazan sobre la maleza y se penetran, sin saber que el fruto de su amor, contra toda razón, será la enfermedad y, tal vez, la muerte.

El poeta enfatiza su vergüenza porque nada consigue borrar la injusticia primigenia. Ante la sinrazón y desde ella, se ríe de sí mismo. No puede negar la cultura aprendida, la que lo arrulla siempre y le permite dormir “tranquilo”, con el peso lacerante que carga una palabra con la cual titula otro poema: “Hoy me acuesto tranquilo. / Mañana llegará una nueva noche / y espero no haber muerto de vergüenza”.

Su libro arranca con un poema que lleva por título “Diagnóstico” en el que la víctima siente “el odio de Dios transformado en palabra” y concluye con otro “Al Crucificado”, a quien ve “enhiesto en el sacrificio. Con altivez / doloroso y gallardo. El Jesús de la Cruz … / ¡Sangrientamente bello!”

Hay un “Soneto después de un concurso” de importancia testimonial pero exagerada autocrítica (finalmente, gracias a concursos como el ganado llega a nuestras manos esta obra) que no cuento dentro del libro. Es una coda irónica que lo acompaña, pero el libro termina con resonancias proféticas que vienen de Isaías y con el heptasílabo tan luminoso como terrible, referido al hoy Crucificado por el VIH/SIDA, que leí y que repito: “¡Sangrientamente bello!”

Además de un acompañamiento, el libro de Raúl Lugo es la historia de una conversión, en el sentido exacto de esta palabra: convertirse en el otro, en la víctima. No sólo participar de la belleza cruel que la define, sino también convertirla en poesía.

Aunque otros sacerdotes han acompañado enfermos, la postura de la Iglesia en el primer momento no pudo ser más vergonzosa. Golpeó como sólo sabe hacerlo cuando se siente martillo de herejes. Definió que “esa peste rosa” era “castigo de Dios para los sodomitas”.

A muchos nos enfurecieron palabras tan estúpidas pero a otros los lastimaron más que el diagnóstico de positivo. La jerarquía ayudó a criminalizar a las víctimas. Entonces, Raúl Lugo publicó un libro en el que, como sacerdote, pedía perdón a los homosexuales por un linchamiento eclesial de siglos.

Hombre de esperanza, Raúl Lugo continúa en la brecha. Recuerdo cómo Kenzaburo Oé, en sus Cuadernos de Hiroshima, cita el final del Infierno de Dante para dar voz a su propia esperanza, luego de la belleza cruel de los testimonios que ahí reúne: “Y entonces salimos para volver a ver las estrellas”. Creo que es válido traer esas palabras aquí, al intentar apenas un breve acercamiento a un Raúl Lugo que ahora, en la pureza de su poesía más íntima, se vuelca entero en un poemario realmente memorable.

Mérida, Yucatán, 21 de marzo de 2012.


2 Responses

  1. Alejandra dice:

    Todo mi respeto y orgullo de saber que existen verdaderos voceros de la Iglesia comprometidos con la verdad y la fe. alejados de las ansías de poder y todo lo que nos hace tan humanos alejados de la verdadera conversión divina.
    Felicidades padre, una verdadera inspiración para todos los desolados y víctimas de la homofobia. Gracias por ser parte del cambio y si lo van a ex comulgar como en su tiempo esta Iglesia Católica enemiga del progreso hizo alguna vez con Miguel Hidalgo, un orgullo ser usted.
    ¡Qué Dios que todo lo ve lo bendiga!

  2. Raúl,
    Estuve en Mérida la semana pasada de pisa y corre. Dos días. Llegué justo después de tu presentación y me hubiera encantado ir. Leer esto me da mucho gusto y siento como si hubiera estado ahí. Espero conseguir tu libro en mi próxima visita.
    Te mando un abrazo lleno de mucha admiración.
    🙂

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