Participación en el Seminario Nacional de Asesores Kolping, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, del 13 al 15 de agosto de 2012.
1. ¿Tiene la Biblia una propuesta ética?
Quiero iniciar mi intervención planteando una pregunta que parecería inocente: ¿tiene la Biblia una propuesta ética? La pregunta nos abre varias perspectivas de reflexión. No somos la única religión que tiene textos sagrados, de manera que podemos espejarnos en otras tradiciones. Los musulmanes, por ejemplo, tienen El Corán. La tendencia más radical entre los musulmanes es convertir el texto sagrado en ley. La vida entera se organizaría en torno a los preceptos contenidos en el texto. No todas las corrientes musulmanes están de acuerdo, por supuesto, en esta aplicación del texto coránico a rajatabla. La ‘sharia’ ha dado lugar a las monarquías o repúblicas islámicas, pero el costo en salvaguarda de las libertades es lo suficientemente alto para no convertirlo en una experiencia digna de imitación. Imagínense ustedes a los judíos actuales o a los cristianos aplicando como ley común algunas de las prescripciones del Antiguo Testamento… nos parece algo impensable.
Una primera observación se refiere a la concepción distinta que tenemos de revelación. A diferencia de la religión musulmana, que considera el texto sagrado como una especie de dictado directo que utiliza al hagiógrafo solamente como un conducto mecánico, nuestro concepto de revelación parte de la noción teológica de ‘encarnación’, o como dijera hermosamente el Concilio Vaticano II, Dios, “movido de amor, habla a los seres humanos como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (1). La Palabra, con mayúscula, se transmite a través de palabras con minúscula. La iglesia ha confesado siempre, y va entendiendo cada vez mejor, que la Biblia es una obra al miso tiempo divina que humana, y que la revelación de Dios llega a nosotros a partir de un arduo trabajo de escritura, recolección, redacción de los autores y de las comunidades a las que éstos servían. Aplicando a las Escrituras una expresión del Concilio Vaticano II sobre el misterio de la iglesia, podríamos parafrasear que aquellas tienen “una notable analogía con el misterio del Verbo Encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a Él, de modo semejante las palabras humanas (historia, cultura, geografía) sirven al Espíritu Santo, que las vivifica, para la transmisión de las verdades reveladas”.
Este simple hecho, la dimensión encarnacional de la revelación, nos sitúa de manera distinta frente a la pregunta que nos hemos planteado. La propuesta ética de la Escritura no habrá que buscarla sólo ni principalmente en su letra, sino en el espíritu que la recorre, en el mensaje salvífico que transmite. Esto cobra relevancia especial cuando hablamos de la Biblia cristiana y no sólo de la judía, porque el Primer Testamento, con todo y su dimensión reveladora, es sólo una introducción para la revelación definitiva que se realiza en la persona de Jesús, el hijo querido del Padre. Él es la Palabra hecha carne (Jn 1,14) y “lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna” (3).
De cualquier manera, la pregunta sobre la propuesta ética de la Biblia cristiana sigue siendo pertinente. Y lo es porque, para escándalo del mundo, en países mayoritariamente cristianos se experimenta una profunda desigualdad, niveles de pobreza desgarradores, injusticias y discriminaciones que parecerían pertenecientes a otra etapa civilizatoria. Un mundo que se desgarra en medio de estos problemas sociales y se debate entre la muerte de las utopías, las amenazas del pensamiento único y la disgregación propia del postmodernismo, necesita de manera urgente una propuesta ética que emerja del evangelio.
2. La centralidad del misterio de Jesús
Si de opción ética cristiana queremos hablar, entonces tendremos que mirar la persona de Jesucristo. No es casual que, fuera de temas específicos de moral sexual con los que tanto tenemos que batallar en las iglesias cristianas, la fuente de mayor controversia teológica en nuestros días sea el estudio del Jesús histórico. Díganlo, si no, Pagola y Torres Queiruga. Y es que el reto sigue siendo hoy el mismo que el de las generaciones anteriores: hacer de los documentos del Nuevo Testamento una puerta abierta para el encuentro vivo con Jesucristo. Pero con el avance de las ciencias exegéticas esto parece complicarse un poco. Tenemos, pues, que hacer un viaje a partir de los textos con los que contamos, hasta llegar el corazón del testimonio y mensaje de Jesús, el de Nazaret.
Una buena parte de nuestras ideas acerca de Jesús, ideas que alimentan nuestra vida cristiana, vienen de reflexiones desarrolladas durante casi veinte siglos. Pero nos ha hecho falta, muchas veces, descubrir en los evangelios a Jesús de Nazaret, campesino judío, maestro itinerante; nos ha hecho falta ver con claridad qué fue lo que su palabra y su acción provocaron entre la gente de su tiempo, en qué conflictos se metió por su fidelidad a Dios, cuáles fueron las causas de su condena a muerte. Decir, por ejemplo, que Cristo murió y resucitó por nuestra salvación, no nos exime de conocer las causas por las que Jesús fue aprehendido, juzgado y condenado a muerte. El carácter salvífico de la muerte de Jesús sólo se aprecia en plenitud si conocemos el entretejido humano y la conflictividad social que lo condujo a su final violento.
Cuando hablamos de Jesucristo no podemos olvidar que se trata de un judío, laico, hijo de un artesano, que iba cada sábado a la sinagoga, que abandonó a su familia para dedicarse a predicar la llegada del Reino de Dios, rodeándose de hombres y mujeres que lo acompañaban fascinados por su palabra y su testimonio. Este hombre singular, planteó a la gente de su tiempo una nueva manera de vivir y de relacionarse con Dios y con los demás. Se hizo de un grupo de seguidores y seguidoras y mostró, en gestos concretos, qué era lo que él entendía por Dios, si había o no que cumplir con la Ley antigua, cuál era el criterio para discernir la voluntad de Dios. Su manera de vivir (palabras y obras) le granjeó seguidores y enemigos y provocó una crisis tal en la sociedad judía, que las presiones en su contra se materializaron en su aprehensión, la realización de un juicio y su condena a muerte. Esta muerte violenta con la que, al final, fue ejecutado, no se entiende sin la crisis que su modo de vida y su predicación causaron. Es en este sentido que muchos teólogos dicen que Jesús no se murió tranquilo, de vejez, en la cama de un hospital; que es un ajusticiado cuya muerte solo puede explicarse en el conjunto de sus palabras y sus actos concretos.
El deseo de encontrar el núcleo histórico sobre el que se basa toda la reflexión cristológica que hoy compartimos los que formamos la iglesia, no es en manera alguna nuevo. Desde hace ya muchos años que muchos estudiosos de la Biblia han intentado acceder a Jesús de Nazaret y, a través del evangelio, desentrañar lo esencial de su mensaje y las causas de su final violento. Nosotros no somos investigadores, ni tenemos la capacidad de meternos en profundidad en estudios de esta envergadura. Somos discípulos y discípulas de Jesús que nos hemos comprometido a seguir su camino. Sin embargo, no podemos soslayar el reto de conocer la persona de Jesús y discernir, en lo esencial de su mensaje y de su vida, el criterio último de una lectura “cristiana” de la Biblia y una propuesta ética que de ella se derive.
Así pues, partimos de la fe común de la iglesia que todos profesamos. El misterio de Jesús, muerto y resucitado, es el centro de nuestra existencia. A partir de esta realidad de fe, nos acercamos a nuestros documentos fundacionales, a esa síntesis privilegiada, elaborada en los primeros siglos de la vida cristiana, que es el Nuevo Testamento, y, en el conjunto del Nuevo Testamento, de manera singular, los evangelios.
3. Dos aproximaciones preliminares a la ética de Jesús
No resulta tan indiscernible en los evangelios cuál es la propuesta ética de Jesús. Podrían tomarse muchos textos distintos (parábolas, disputas de Jesús con los fariseos, milagros…) para acercarnos a la comprensión de la categoría teológica “Reinado de Dios” que encerró la propuesta ética de Jesús. No quiero, sin embargo, ser exhaustivo. Prefiero partir aquí de dos textos que pueden servir como sintetizadores de dicha propuesta: la respuesta de Jesús a la averiguación de Juan el bautista, cautivo en una cárcel de Herodes, que le manda preguntar: ¿Eres tú el que había de venir al mundo o tenemos que esperar a otro? (Lc 7,18-23) y la parábola de las ovejas y los cabritos, contada hacia el final del evangelio de san Mateo (Mt 25,31-46).
El primer texto es un resumen, propuesto por el mismo Jesús, de la significación de su presencia en el mundo. La pregunta de los seguidores de Juan tiene que ver, de esto no hay duda, con el Reinado de Dios que Jesús viene anunciando, anuncio del que ha tenido noticia y que ha desconcertado a Juan Bautista, tan clavado en la restauración de Israel. Una posible paráfrasis, respetuosa del sentido del texto, podría ser: “Eres tú el que ha de traer ese Reino que anuncias, o debemos esperar a otro?
La respuesta de Jesús, más que aclararle a Juan sobre el significado de su misión, es probable que lo haya sumido en una más amplia confusión. Y es que lo que el Maestro de Nazaret hace es hacer una lista de situaciones que degradan la humanidad de quienes las padecen. La lista encierra a los grupos más desfavorecidos de Israel: ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos y pobres, seis categorías que subrayan alguna carencia (falta de vista, de movimiento, de pureza cutánea, de escucha, de vida, de dinero y reconocimiento social. A estas seis situaciones, sin duda desagradables para el Dios que Jesús predica, el Maestro coloca una acción liberadora: los ciegos ven, los sordos oyen…
Si, como en tarea de escuelita bíblica, pusiéramos en nuestro cuaderno las seis carencias en una columna y, a su derecha, las soluciones que Jesús propone en su presentación (su propuesta ética, diríamos), nos daríamos cuenta de que hay un propósito claro en la misión y actividad de Jesús: superar las carencias a las que hace alusión. Es importante hacer énfasis en esto, porque el pasaje termina con una exclamación de Jesús que no encuentra fácil explicación. Al final de su perorata, Jesús les dice a los enviados del Bautista: “Y dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7,23). ¿Qué podría causar escándalo en la recuperación del habla, de la facultad de caminar o de oír? Pareciera que nada… pero una mirada atenta mostraría que las cinco primeras categorías reflejan carencias físicas, mientras que la última, quizá la más explosiva, se refiere a una categoría social: “a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”… ¿cuál es esa buena noticia que se anuncia a los pobres?
La lógica del relato se descubre en nuestra representación en columnas: Jesús dice: vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ya no son más ciegos, ahora ven. Los cojos ya no son más cojos, ahora caminan. Los leprosos ya no lo son más, ahora tienen la piel limpia. Los sordos ya no son sordos, sino que escuchan. Los muertos no lo están más, vuelven a la vida. Los pobres… ¡ya no lo son más! Ahora viven dignamente. La Buena Noticia para los pobres queda así al descubierto: es la propuesta de una vida digna y plena. Hay una admirable armonía en este aspecto de la predicación de Jesús, que concuerda con las bienaventuranzas, con la parábola de Lázaro y el rico banquetero, con la expulsión de los demonios de Gerasa… El texto deja en claro cuál es el núcleo de la propuesta ética de Jesús: vida digna y plena para todos y todas.
Una confirmación aún más evidente de esta afirmación la encontramos en la parábola del juicio final, conocida también como la parábola de las ovejas y los cabritos. Exclusiva de la tradición mateana, hay una fuerte discusión acerca de la historicidad de esta parábola y sus alcances. Pagola dice, a propósito de esta parábola: “El criterio para separar a los dos grupos es preciso y claro: unos han reaccionado con compasión ante los necesitados; los otros han vivido indiferentes a su sufrimiento. El rey habla de seis situaciones de necesidad, básicas y fundamentales. No son casos irreales, sino situaciones que todos conocen y que se dan en todos los pueblos de todos los tiempos. En todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se dicen en el relato grandes palabras. No se habla de justicia y solidaridad, sino de comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para resguardarse. No se habla tampoco de «amor», sino de cosas tan concretas como «dar», «acoger», «visitar», «acudir». Lo decisivo no es un amor teórico, sino la compasión que ayuda al necesitado” (4).
La verdadera sorpresa de la parábola, sin embargo, solamente se dará cuando el Juez dicte sentencia. Ni los que entran a la posesión del Reino ni los que son excluidos de él entienden por qué el Juez dice “lo que hicieron a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron”. Acostumbrados como estaban, debido a la predicación de los fariseos, a que la benevolencia de Dios se rige por el cumplimiento de la ley religiosa, las ovejas y los cabritos se extrañan de que la salvación parezca pasar por otro lado. Es a esto a lo que se refiere Pagola cuando, con meridiana claridad, propone: “Los que son declarados «benditos del Padre» no han actuado por motivos religiosos, sino por compasión. No es su religión ni la adhesión explícita a Jesús lo que los conduce al reino de Dios, sino su ayuda a los necesitados. El camino que conduce a Dios no pasa necesariamente por la religión, el culto o la confesión de fe, sino por la compasión hacia los «hermanos pequeños». Probablemente, esta escena del «juicio final» no ha sido presentada así por Jesús. No es su estilo ni su lenguaje. Pero el mensaje que contiene es, sin ningún género de duda, la conclusión que se extrae de su mensaje y de toda su actuación. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la «gran revolución religiosa» llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía de acceso a Dios distinta de lo sagrado: la ayuda al hermano necesitado. La religión no tiene el monopolio de la salvación; el camino más acertado es la ayuda al necesitado. Por él caminan muchos hombres y mujeres que no han conocido a Jesús” (5).
NOTAS:
(1) Dei Verbum 2
(2) Lumen Gentium 8
(3) Dei Verbum 4
(4) PAGOLA José Antonio, Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007) p. 187
(5) Ibid p. 118