Nils Christie es un sabio. Noruego, de 85 años, ha dedicado su vida al estudio del crimen, sus efectos y su combate. Sociólogo de profesión, sacudió al mundo con la publicación de su obra clásica Los límites del dolor (traducida y publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1984). Su experiencia, combinada con su origen nórdico, ha dado a luz una de las más brillantes reflexiones acerca del dolor infligido en el sistema carcelario y le han permitido hacer comparaciones entre los sistemas penitenciarios de diversas regiones del mundo.
Un reciente número de la revista Letras Libres (171, marzo de 2013) contiene un artículo suyo titulado “El umbral del dolor” y traducido por Ramón González Férriz. En esa entrega, Christie reflexiona acerca del sistema penitenciario noruego, la fallida guerra contra las drogas y la contradicción que existe entre la búsqueda de un estado de bienestar, característica de los países nórdicos, y un instrumento de sanción, la cárcel, cuyo objetivo es infligir dolor a las personas sancionadas. No voy aquí a reseñarles el artículo (se puede tener acceso al texto en www.letraslibres.com) que, además, viene acompañado en la revista por una serie de interesantísimos artículos breves sobre escritores que estuvieron en prisión. Quiero solamente compartirles dos elementos de la reflexión de Nils Christie que me han sacudido y me han hecho pensar.
En la lista de países que más encarcelan, México se encuentra en cuarto lugar, solamente debajo de Estados Unidos, Rusia y Brasil, con 239,941 personas presas, lo que significa 20.7 presos por millón de habitantes. De esa cantidad extraordinaria de personas encarceladas (sobre todo si la comparamos con Noruega, el país con menos gente en la cárcel: 3,575 en todo el país), el 40.3 % se encuentra en prisión preventiva, es decir, que se trata de personas cuya culpabilidad no ha sido todavía probada. En esto último somos campeones absolutos a nivel mundial. Y no obstante estas alarmantes cifras, el drama de la impunidad sigue siendo uno de los más acuciantes en nuestro país. Lo que, en materia de lógica elemental, confirma el refrán –en las cárceles mexicanas más apropiado que nunca– “ni están todos los que son, ni son todos los que están”.
El primer impacto que registro en la lectura del artículo de Christie es la mirada echada a la cárcel como un lugar cuyo objetivo es infligir dolor. No puede esperarse otra cosa de la cárcel, dado que su objetivo es punir, es decir, castigar. Interrogados los presos de la cárcel más avanzada de Noruega, una pequeña isla del fiordo de Oslo, sobre si una vez cumplida su sentencia, cuando estuvieran a punto de ser liberados, se les ofreciera quedarse unas semanas más como en una especie de vacaciones normales de verano y, además, gratis, qué responderían, se oyó un murmullo que se convirtió en clamor: ¡no, nunca! A partir de su larga experiencia Nils Christie concluye que “incluso fragmentos del paraíso se convierten en el infierno si se utilizan como parte de una ceremonia de degradación, si quienes son enviados ahí saben que su estancia tiene como objetivo herirles y avergonzarles… las cárceles están hechas para el dolor , independientemente de las condiciones materiales en nuestros Estados. Ser condenado a ingresar a la cárcel es ser condenado a la mayor degradación”.
Esta situación plantea una disyuntiva no fácil de resolver, sobre todo para quienes se dedican a la promoción y defensa de los derechos humanos. Sabemos que la impunidad favorece la comisión de delitos y la violación de derechos humanos. Estamos en la línea, pues, del combate contra la impunidad. Pero somos conscientes de que en las cárceles, no sé si en todas partes, pero sí en nuestro país, se castiga más la pobreza que el delito. Los principales violadores de derechos humanos y los delincuentes que mayor daño han causado a este país, andan libres por las calles, mientras que en nuestras prisiones se hacinan quienes tienen problemas de adicciones o han robado un teléfono celular. El sistema carcelario no roza, ni con el pétalo de una rosa, el misterio de iniquidad en que se ha convertido el mundo gracias a un sistema socioeconómico y político deshumanizante y productor de desigualdades.
Además, la utopía que sirve de brújula a las y los activistas de derechos humanos es la construcción de una civilización de respeto a la dignidad de cada persona, lo que implica la búsqueda del mayor nivel de felicidad posible para cada ser humano que habita este planeta. Para muchas organizaciones de derechos humanos, particularmente las de inspiración cristiana, la reducción del dolor es uno de sus referentes fundamentales. Si algo constata una lectura crítica de los evangelios es que Jesús de Nazaret dedicó una buena parte de su vida y su actividad a paliar dolores y combatir sufrimientos… ¿cómo conjugar esto con la búsqueda de castigo y la prolongación de un sistema carcelario cuyo objetivo prioritario es degradar y hacer sufrir?
Una segunda inquietud que me despierta la lectura del artículo de Nils Christie parte de una reflexión que me sacude. Sostiene Christie que hay una reciente tendencia a civilizar muchos conflictos: “cuando alguien se porta mal, puede considerarse un delito, un acto que exige castigo. Pero también es posible verlo como un conflicto, un acontecimiento que hay que describir, comprender y por el que finalmente hay que resarcir… muchos implicados en Noruega (en esta nueva aproximación al combate al delito) comienzan a estar más interesados en saber, en comprender, que en infligir dolor a la otra parte. Infligir dolor debería ser la última alternativa posible a la hora de crear sociedades en las que valga la pena vivir…”
Digo que me sacude porque, justo ahora que comienza el tiempo de la escuelita zapatista, alcanzo a intuir que los noruegos están llegando a la mismísima conclusión a la que llegaron, ya desde hace varios siglos, muchos de los pueblos originarios, que han tenido la sabiduría de construir mecánicas de sanción que persiguen comprender y solucionar el conflicto más que simplemente hacer sufrir. Ahí está la tarea aún por hacer de valorar los sistemas normativos de justicia de las comunidades mayas, tan amenazados en su supervivencia por el sistema judicial y penal que nos rige, y de replantearnos si no sería una puerta de salida a este hoyo perverso en el que se ha convertido nuestro sistema penitenciario mexicano.
mal de muchos creado por pocos…
gracias. iluminante. lo comparto.