Iglesia y Sociedad

El Tsunami de Pensilvania

1 Sep , 2018  

La pasada fiesta de la Asunción de la Virgen María tuvo un corolario poco grato. La Corte Suprema del Estado de Pensilvania, en los Estados Unidos, publicó un reporte en el que se documenta con evidencias que más de 1,000 menores fueron víctimas de abuso sexual desde 1940 a mano de más de 300 sacerdotes, muchos de ellos encubiertos por las instancias de autoridad dentro de la iglesia.

El reporte no es el primero en su género, pero es escalofriante: “La mayoría de las víctimas eran niños, pero también hubo niñas. Algunos eran adolescentes; muchos, prepúberes. Algunos fueron manipulados con alcohol o pornografía”, señala el informe de 1.400 páginas de la investigación que habla sobre los abusos que tuvieron lugar en seis de las ocho diócesis de Pensilvania. “Algunos fueron forzados a masturbar a sus atacantes o fueron manoseados por ellos. Algunos fueron violados”, pero en todos los casos hubo jerarcas eclesiásticos “que prefirieron proteger a los abusadores y a su institución por encima de todo”, agregó el informe redactado por un gran jurado al cual fueron entregadas las conclusiones de la investigación, menciona el periódico colombiano El Tiempo

Las reacciones a la publicación de este reporte no se han hecho esperar. El mismo Papa Francisco, en una Carta al Pueblo de Dios, publicada el 20 de agosto, afirmó: “Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad”. Se nota en la misiva papal que ha sido abandonada ya, por fin, la perspectiva que sigue privilegiando el prestigio de la institución: el centro del discurso es ahora el bienestar de las víctimas. Una posición que ha sido ya reafirmada por la más alta instancia de la iglesia, pero que debe bajar a cada una de las iglesias particulares. Es imprescindible, para dar pasos hacia adelante en esta materia, que no tengamos a más curas y/o gente de iglesia culpabilizando a las víctimas o trivializando los abusos.

La reacción del Cardenal de Chicago, Blase J. Cupich, es digna de mención. “Ira, conmoción, dolor, vergüenza. ¿Qué otras palabras podemos citar para describir la experiencia de conocer las devastadoras revelaciones de abuso sexual – y los fracasos de los obispos para salvaguardar a los niños confiados a su cuidado – publicadas en el informe del gran jurado de Pensilvania emitido el martes? Este catálogo de horrores viene de la mano de reportes de noticias de alegatos de acoso y abuso sexual profundamente perturbadores contra el arzobispo Theodore McCarrick, quien recientemente renunció al Colegio Cardenalicio. Y, sin embargo, cualquier palabra que podamos usar para describir la angustia de leer sobre estos actos atroces, nunca puede capturar la realidad del sufrimiento padecido por las víctimas de abuso sexual, un sufrimiento agravado por las lamentables respuestas de los obispos que fallaron en proteger a las personas por las cuales fueron ordenados a servir”.

Además, el arzobispo de Chicago, en esta carta que merecería ser leída en su totalidad (http://www.periodistadigital.com/religion/america/2018/08/19/), enlista las acciones que, ya desde 2002 ha tomado el episcopado de los Estados Unidos en contra de los abusos sexuales: “Los abusos contenidos en el reporte del gran jurado de Pensilvania son, como saben, terriblemente familiares. Y a pesar de que es cierto que la mayoría de los abusos contenidos en ese reporte ocurrieron hace décadas, eso no sirve de consuelo para las víctimas, y no debería serlo para ninguno de nosotros. No podemos decir esto lo suficiente: los abusos nunca debieron haber ocurrido, y nadie debió haber actuado de manera que lo permitieran…” Y después de hacer un recuento de las medidas tomadas por el Episcopado de los Estados Unidos, termina afirmando: “De acuerdo con el reporte del gran jurado de Pensilvania, por ejemplo, solo dos de los 300 sacerdotes mencionados en el texto fueron acusados dentro de la última década, y ambos fueron reportados a las autoridades civiles. Esto no excusa nada, y nunca podemos volvernos complacientes sobre nuestra responsabilidad de proteger a niños y adultos del abuso y el acoso, pero dice algo de los efectos de nuestras políticas posteriores a 2002.”

El tsunami de Pensilvania, además, ha venido a ayudarnos en la profundización de la reflexión sobre las causas que permiten los abusos. Es cierto que reconocer el delito y llamarlo por su nombre es importante. También lo es buscar una manera institucional de impedir que abusos de este tipo se repitan. Pero es igualmente relevante encontrar, en el fondo de nuestra ideología religiosa, los resortes o mecanismos que alientan estos crímenes. Propongo a la consideración de los estimados lectores y lectoras de esta columna, cuatro de ellos:

  1. El modus operandi de la Iglesia Católica

Una valiente aportación ha venido de Celso Alcaina, un ex-oficial de la Curia vaticana, que escribió: “Mis lectores saben que durante ocho años fui oficial en la Curia Vaticana con Pablo VI. Lo fui precisamente en la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio). Una experiencia muy enriquecedora. En ese dicasterio se recogen y enjuician denuncias de delitos y crímenes de los clérigos de todo el mundo católico. En mi libro «ROMA VEDUTA. Monseñor se desnuda», al hablar del «nihil obstat», pag 180 de la 2ª edición, traigo a colación un hecho iluminador. Copio:

«Asunto. Arzobispo presunto corruptor de menores. Yo le había dedicado mucho tiempo. Había comenzado a redactar mi informe para la «Particolare».(Congreso Particular semanal de 4 miembros). Pero cuál fue mi sorpresa cuando me entero de que el Papa había incluido ese tal arzobispo en la lista de cardenales a crear en próximo Consistorio. El expediente fue cerrado y entregado al archivo del Santo Oficio. Y es que la creación de cardenales es algo absolutamente personal del Papa, sin ningún consejo o trámite curial. Si se hubiera solicitado el «nihil obstat», ese jerarca nunca hubiera vestido la púrpura. Puede que hubiera sido depuesto de su diócesis».

Es obvio que el hecho revelado en mi libro deja ver las prioridades en la institución católica. Presuntamente el cardenal indiciado era delincuente. Acaso podría seguir siéndolo. Quién sabe si sería tolerante con los pederastas. Pero el «aparato» estaba por encima de los valores. Cientos de expedientes de índole sexual eran guardados en la Sección Criminal del Santo Oficio. Encuadrado yo en la Sección Doctrinal, sólo ocasionalmente analizaba casos de clérigos delincuentes del mundo hispano. Habitualmente, los casos de pederastia se archivaban. Una mayor atención se prestaba a los casos de «solicitatio in confesione», «absolutio complicis» y violación del sigilo sacramental. En el peor de los casos, al delincuente se imponía una suspensión temporal de la actividad sacerdotal o la reclusión temporal en un monasterio. El Codex, en su Libro VI, menciona y elenca los delitos y penas en que pueden incurrir los clérigos. Al tratar de los delitos sexuales, el Legislador prioriza la protección de la institución y los sacramentos. Pasa de puntillas sobre los delitos extrasacramentales, como son los de pederastia. Léase, si no, el canon 1395. Prima siempre la evitación del escándalo y de la notoriedad que podría dañar el crédito y el prestigio de la institución. Las penas por dichos abusos son ridículas. Las víctimas son ignoradas. Nada sobre ocultación y destrucción de pruebas.

Sin duda, este bochornoso fenómeno tiene causas y orígenes. Corresponde a los católicos, y no sólo a sus jerarcas, identificarlos y obrar en consecuencia. No basta decir «lo siento». No basta pagar unos miles de dólares a las víctimas. Predicar no da trigo. Una institución regida y ritualizada exclusivamente por varones contribuye a la dominación despótica masculina. Una institución misógina y con celibato clerical obligatorio es deformante de las conciencias. Una institución dogmática conlleva la dominación mental hasta el extremo. Una institución clasista, con clérigos y laicos, con mitras y púrpuras, es humillante y hace súbditos a los fieles.”

Hasta aquí la valiente denuncia de Alcaina, que ya apunta a las otras tres perspectivas con las que quiero continuar esta reflexión.

  1. El patriarcado en las estructuras eclesiales

El teólogo Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid, apunta por su parte todavía más lejos. En un artículo publicado por el periódico español “El País”, refiere: “Los casos de pederastia se produjeron, la mayoría de las veces, en instituciones dirigidas por varones. Lo que demuestra que el patriarcado religioso recurre a las agresiones sexuales para demostrar su poder omnímodo en las religiones. Un poder que convierte a los clérigos en representantes y portavoces de Dios. Masculinidad sagrada y violencia, pederastia religiosa y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos que un huracán… ¿Qué hacer ante este cáncer? Tolerancia cero, llevar a los presuntos culpables ante los tribunales civiles y, muy importante, que los jueces pierdan el miedo a las personas sagradas y las juzguen conforme a la gravedad del delito. ¿Y en el interior de las instituciones eclesiásticas? Ir a la raíz de tan diabólico comportamiento, que se encuentra en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica. ¡Y cambiar la imagen de Dios Padre Padrone!

Situar una de las causas de la pederastia en el patriarcado es poner el dedo en una llaga abierta. La reacción de la iglesia ante la llamada revolución de género, que nos ha ayudado a identificar el patriarcado como un sistema perverso, ha sido cuando menos tímida y en otras ocasiones lamentable.

  1. El celibato sacerdotal

Es la escritora Nancy Houston quien, en una carta abierta al Papa Francisco y hecha pública el pasado 20 de agosto, afirma: En las últimas décadas, varios países cristianos —o Estados no confesionales pero históricamente cristianos— se han aficionado a denunciar las costumbres extranjeras que consideran bárbaras o injustas; me refiero, en particular, a la circuncisión femenina y la obligación de llevar burqa. Nos gusta señalar a los que practican esas costumbres que en ningún lugar del Corán (por ejemplo) se estipula que haya que mutilarles el clítoris a las niñas o cubrirles el rostro a las mujeres, que esas costumbres se inventaron en un momento histórico concreto para contribuir a organizar los matrimonios y distribuir la riqueza… Pero quienes se entregan a estas prácticas las consideran indiscutibles e inseparables de sus identidades, exactamente lo mismo que opina la Iglesia sobre el dogma del celibato sacerdotal. No es este el sitio en el que discutir las múltiples y complejas razones por las que, tras la separación entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente, esta última decidió diferenciarse de la primera imponiendo el celibato a sus sacerdotes… Lo que hay que subrayar es que ese dogma, tan dañino, al menos, como la circuncisión femenina y el burqa, es consecuencia de una decisión histórica concreta. Y eso significa que se puede revocar con otra decisión histórica, que solo usted, Francisco, está en situación de tomar. Sí, solo usted tiene el poder de eliminar la obligatoriedad del celibato para los sacerdotes católicos y, de esa forma, proteger a un número incalculable de niños, adolescentes, hombres y mujeres en todo el mundo. El celibato forzoso no sirve de nada. Está suficiente y repetidamente demostrado. La mayoría de los sacerdotes no logran conservar la castidad. Lo intentan, pero fracasan. Hay que reconocer la verdad y enterrar este inicuo dogma de una vez por todas. Es un crimen seguir tergiversando la realidad y perdiendo tiempo con la cantidad de vidas destruidas por su culpa.

Independientemente del acuerdo o desacuerdo que suscite esta declaración, el celibato obligatorio ha sido ya repetidamente cuestionado desde muchas disciplinas científicas. Haríamos bien, dentro de la iglesia, tomando en serio la necesidad de su revisión.

  1. La iglesia y su concepción sobre la sexualidad

A todas estas aportaciones, añado una: la necesidad imperativa de que la iglesia se ponga al día en su concepción de la sexualidad. Hay ya muchos adelantos en las ciencias de la sexualidad que necesitamos asumir en nuestra reflexión moral. En este campo continuamos evadiendo la confrontación de nuestro pensamiento eclesial con los nuevos estudios sobre sexualidad y, mutatis mutandi, seguimos insistiendo en que es el sol el que gira alrededor de la tierra. Para defendernos en nuestra inmovilidad, creamos monstruos con los cuales polarizar nuestras discusiones y replegarnos sobre nuestra incapacidad de confrontación, como la tristemente famosa ideología de género.

Los recientes (y los pasados) escándalos de pederastia tendrían que llevarnos a revisar nuestra moral sexual. Es, como ya afirmaba Alcaine, “ineludible una revisión del sentido y valor de la sexualidad. El impertérrito tradicionalismo católico sigue demonizándola con atisbos machistas y maniqueos. Si la Iglesia Católica continúa anclada en el presente, que es el pasado, todavía leeremos nuevos informes tremebundos como el del gran jurado de Pensilvania”.

Parece que Pensilvania nos está dando la oportunidad de ir al fondo de la cuestión. Como sostenía el Aquinate, Dios sabe sacar bienes de los males. Es lamentable que hayamos tenido que llegar a estas conclusiones debido a la sucesión de escándalos y al inefable sufrimiento de tantas víctimas menores de edad. Hubiera sido más fácil escuchar a quienes, desde hace mucho tiempo, vienen insistiendo en que las posiciones de la iglesia en sexualidad no han sido revisadas desde el avance de las ciencias y de las mutaciones que la conciencia colectiva ha experimentado en los últimos decenios. Teólogos y teólogas que, desde la reflexión de su fe han abogado por una nueva visión más humana e inclusiva de la sexualidad y recibieron, en pontificados anteriores, solamente juicios y reprimendas.

Pero es bueno que la iglesia, aunque sea por el “honor de su nombre”, ahora que se ve asediada por los escándalos de pederastia, decida mover el timón en la dirección de un auténtico discernimiento evangélico ante los signos de los tiempos. Si seguimos llamando despreciativamente “ideología de género” a todos los cambios que ocurren en el mundo de la sexualidad, sin ejercer sobre ellos el discernimiento cristiano, este camino continuará en el punto ciego al que ha llegado. Y ya no tenemos más tiempo.

 

Colofón: Estoy ya al final de la redacción de este artículo cuando estalla el affaire Viganó. Pero esta nota se extendería hasta el infinito y no vale la pena ni siquiera hablar de ello. Los ultraconservadores están dispuestos a todo, incluso a la calumnia, para llevar adelante la demolición de las tímidas reformas de Francisco. Dejemos mejor, como ya está ocurriendo, que la verdad termine imponiéndose. Vale la pena recordar que, por mucho menos, en otros pontificados, la vara de castigo habría caído sobre quienes atentan contra la autoridad del Papa. Francisco no deja de crecer ante mis ojos. De las insidias de Viganó, no nos acordaremos en unos meses.


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