Hay varias guerras en curso dentro de nuestro país. Algunas de ellas llevan muertos en su haber. Una de ellas, a la que hoy quiero referirme, es la guerra entablada en contra de las radios comunitarias. Los atacantes son el gobierno federal y los empresarios de la radiodifusión comercial. Aunque no es cosa nueva –ya había habido señales desde 1995 con la suspensión temporal de Radio Huayacocotla– la guerra abierta se desencadenó desde la trinchera del gobierno federal en el sexenio pasado.
Ya Raúl Trejo Delabre denunció el 3 de junio de 2004, en pleno sexenio foxista, cómo el gobierno federal había desatado una “calculada y autoritaria política de liquidación” contra las radios comunitarias. Mencionaba en su editorial para el diario La Crónica, que en el año 2003 la Secretaría de Gobernación y la de Comunicaciones y Transportes (SCT) invitaron a las estaciones que operaban sin autorización legal a que presentaran sus solicitudes de regularización. Tres estaciones que forman parte de la delegación mexicana de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) entregaron sus expedientes: La Voladora, de Amecameca, Estado de México; Radio Calenda, de San Antonino en Oaxaca y Radio Bemba, de Hermosillo, Sonora. La SCT negó la autorización ofreciendo como razón que estaban operando sin permiso, lo que, no sin cierta sorna, hizo exclamar a Trejo Delabre que esa era “precisamente la razón de que tales estaciones estuvieran solicitando su regularización legal”.
Lo que fueron anuncios tímidos se ha convertido, en el sexenio de Felipe Calderón, en una guerra abierta y desigual. Una buena parte de las radios comunitarias que funcionan en México operan en comunidades indígenas, por lo que esta guerra es solamente una faceta más de la política exterminadora de los últimos gobiernos con respecto a los pueblos originarios de nuestro país.
Cuando el año pasado se dio el debate público debido a la sorpresiva aprobación de la Ley Televisa, cuya inconstitucionalidad fue después declarada por la Suprema Corte de Justicia, Aleida Calleja, vicepresidenta de la AMARC señaló con acierto que “la falta de certeza jurídica, la discrecionalidad para obtener el permiso de funcionamiento y la violación del artículo segundo constitucional, que garantiza el derecho de los pueblos indígenas a tener sus propios medios de comunicación, son algunas de las violaciones en que incurre la ley Televisa”. De manera que la alianza entre el poder y el dinero, el gobierno federal y los empresarios de la comunicación, quedó evidenciada.
La guerra contra las radios comunitarias se ha tornado especialmente violenta en los últimos meses. En el mes se abril fueron asesinadas en la región mixteca de Guerrero dos locutoras triques de la radio comunitaria “La voz que rompe el silencio”: Teresa Bautista y Felícitas Martínez, de apenas 20 y 22 años y resultaron heridas tres personas adultas más y dos infantes de 3 y 2 años respectivamente. La radio opera en la población de san Juan Copala, a unos 50 kilómetros de donde ocurrió el atentado. En el lugar de los hechos se recogieron más de veinte casquillos de balas percutidos de calibre AK-47.
El 10 de junio, más de 100 elementos de la PFP, con armas de largo poder, asaltaron violentamente las instalaciones de Radio Tierra y Libertad, en la ciudad de Monterrey. Sólo la defensa de unas 200 personas que se reunieron en el lugar del operativo logró impedir que llevaran detenido a Héctor Camero, el responsable de la estación. La razón esgrimida por las autoridades es que la radio no cuenta para su emisión con autorización oficial, aunque se cuidan muy bien de decir que los responsables de la radio habían solicitado dicho permiso oficial, mediante oficio recibido y sellado en noviembre de 2002 ante la oficina de la SCT en Monterrey, sin que hasta la fecha, ¡seis años después!, haya habido respuesta alguna por parte de las autoridades a quienes, como se ve, el artículo 8º constitucional les viene huango.
Finalmente, el ataque más reciente se ha llevado en contra de la radiodifusora “La Palabra del Agua”, que transmite desde el municipio autónomo de Xochistlahuaca, en la costa chica de Guerrero. La radio “La Palabra del Agua” ha debido dejar de transmitir después que 30 efectivos de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) irrumpieran violentamente en sus instalaciones el pasado 10 de julio y dañaran el equipo en un intento de desmantelar la radio que, desde 2004, ha dado voz al pueblo amuzgo. Solamente la acción de unos 300 indígenas que se reunieron pudo impedir la incautación del equipo. Esta radio había estado recibiendo presiones (sobrevuelos de helicópteros, visitas intimidatorias de funcionarios de la SCT, cortes de luz, vuelos rasantes de avionetas del ejército, etc.) desde el año de 2004.
Esta guerra es absolutamente desigual y, en ciertos aspectos, reveladora. Se trata de radios de corto alcance que las más de las veces transmiten en lenguas indígenas. El alcance, por poner solo un ejemplo, de la radio Tierra y Libertad de Monterrey es de ¡cuatro kilómetros! ¿Qué amenaza puede representar esto para el Estado o los grandes monopolios de la comunicación? Desde una mirada superficial, ninguna. Pero lo peligroso es, precisamente, la existencia de voces libres, fuera del control político y del mercado, por pequeñas e insignificantes que parezcan. Por eso es que en el arco de sólo un mes el gobierno calderonista ha orquestado, con la participación de la SCT como brazo legaloide y la PFP y la AFI como brazos armados, el ataque frontal contra dos radios comunitarias. La criminalización de la libertad de expresión y su mediatización a través de engorrosos trámites burocráticos es parte de una guerra que tiene como objetivo el exterminio de los pueblos indígenas y el silenciamiento de toda forma de disidencia.
La negativa del gobierno federal de reconocer y generar un marco normativo adecuado para la radiodifusión comunitaria de acuerdo con los estándares internacionales establecidos por la UNESCO y por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, revela solamente el doble discurso del gobierno calderonista y lo profundamente antidemocrático que es todavía el Estado mexicano, aunque cacaree lo contrario dentro y fuera de nuestras fronteras
Colofón: La vertical, eficaz y oportuna actuación de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal en relación con los acontecimientos de la discoteca “News Divine” no puede menos que despertar envidia, sobre todo ahora que nuestra defensoría local anda tan metida en problemas debido a su tibieza e incompetencia.
Un nutrido grupo de presbíteros de la ciudad de Madrid, reunidos en el “Foro de curas madrileños”, acaba de publicar, el 21 de junio pasado, un documento amplio titulado “Pluralismo en la iglesia de Madrid”. Un documento por demás interesante porque retrata una serie de situaciones que no son privativas de esa ciudad de España, sino que se extienden a todo lo largo y ancho de la iglesia universal.
Los curas madrileños enfocan sus baterías en contra de la uniformidad, esa forma de “unidad” que pasa como aplanadora sobre las diversidades, parte de un concepto monolítico de verdad y hace a un lado el diálogo que la autoridad máxima de la iglesia católica, el Papa y los obispos de todo el mundo reunidos en concilio, nos había recomendado con urgencia hace más de cuarenta años cuando decía: “La Iglesia, para congregar a todas las personas de cualquier nación, raza o cultura que sean bajo un mismo Espíritu, se convierte en el signo de la fraternidad, que permite y consolida la sinceridad del diálogo. Pero eso exige, en primer lugar, que en la misma Iglesia promovamos la estima mutua, el respeto y la concordia, reconocidas todas las legítimas diversidades, para instituir un diálogo, cada vez más fructuoso, entre todos los que constituyen el único pueblo de Dios. Haya en lo necesario unidad, en lo dudoso libertad, y caridad en todo” (G.S. 92)
Parten los curas madrileños del retrato que de la iglesia nos ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles, una iglesia plural que afronta conflictos diversos. Ya desde sus inicios la iglesia encontró en los conflictos (sólo por mencionar algunos fijarse al leer el libro de los Hechos en los problemas entre las primeras comunidades y los saduceos, las sinagogas de la diáspora, el paganismo; fijarse también en el conflicto interno entre los autóctonos de habla aramea y los inmigrados procedentes de la diáspora, las imposiciones legalistas de los partidarios de la circuncisión, etc.) un signo de vitalidad y pluralismo y en el diálogo la vía para resolverlos. Nada más lejos del espíritu del Nuevo Testamento que la consideración de la iglesia como una uniformidad monolítica.
De ahí que para quienes suscriben este manifiesto “postular el pluralismo legítimo de interpretaciones de la fe cristiana y de la práctica pastoral no conduce a la ‘dictadura del relativismo’, es decir a sostener la incapacidad de acceder a la verdad o a la imposibilidad de presentar valoraciones morales válidas. Supone, eso sí, superar toda forma de fundamentalismo excluyente, vinculado a la pretensión de ‘poseer’ la totalidad de la verdad. Implica además, desde la apertura al Espíritu del Resucitado, la necesidad apremiante del diálogo enriquecedor, que es lo que demandamos en nuestra Iglesia”. Es la uniformidad, pues, y no el pluralismo lo que se opone a la acción del Espíritu y daña gravemente el testimonio de la iglesia.
Es cierto que la sociedad española está marcada irremediablemente por la pluralidad, no sólo por la transformación que la transición democrática ha operado en la sociedad ibérica, sino porque España se ha convertido en un cruce de caminos, lo que hace que su sociedad se enriquezca con personas procedentes prácticamente de todos los países del planeta. De ahí que los curas madrileños descubran que una iglesia situada en una sociedad laica, secular, plural y diversa en filosofías y concepciones religiosas, debe reconocer de hecho que el Estado sea aconfesional. “Por tanto, la Iglesia es una institución más que tiene su incidencia pública, su oferta que hacer gratuitamente, pero no ha de imponer su propia ética o concepción de la vida como la única forma de vida válida para todo el cuerpo social. El Estado ha de legislar teniendo en cuenta la pluralidad y diversidad de formas de vida y concepciones éticas que se dan en nuestra sociedad”, sostienen los curas.
Se lamentan los firmantes del manifiesto de que en la iglesia madrileña (y yo diría, en muchas de nuestras iglesias nacionales y diocesanas) “falten plataformas donde se pueda debatir abiertamente, con la libertad de los hijos de Dios, sobre tantos problemas que nos vemos obligados a afrontar en la reflexión teológica, en la práctica pastoral. Necesitamos espacios donde podamos oír y contrastar las diversas posturas que de hecho se dan en nuestra Iglesia. Necesitamos perder el miedo a experimentar, a equivocarse y corregir para ir encontrando caminos nuevos”.
Valiente, muy valiente el documento de estos presbíteros, sobre todo tomando en cuenta que el cardenal arzobispo de Madrid no es un modelo de apertura que digamos. Hay en el texto muchas y fundamentadas denuncias sobre varias situaciones: intentos de control de los centros de formación teológica, el veto de enseñanza a no pocos teólogos, excesiva uniformidad en la formación de los sacerdotes jóvenes, rigorismo litúrgico, etc. Sin embargo, el tono del manifiesto es altamente propositito, casi podría decir, entusiasta de la posibilidad de la construcción de una iglesia más plural y tolerante, más dialogante e inculturada. Un documento así, que valora como algo positivo e irreversible la pluralidad de nuestras sociedades y no la ve como amenaza o relativismo sino como riqueza y oportunidad para el crecimiento mutuo, es un documento cuya lectura hay que recomendar encarecidamente como lo que es: una buena noticia.
El documento completo puede ser consultado en http://eclesalia.blogia.com/2008/062601-nos-movemos.php
Raúl Lugo Rodríguez
“Esta vez sí me moviste el tapete…” fueron las palabras del difunto Padre Pastor Escalante, quien fuera párroco de la iglesia de Fátima durante muchos años. Lector asiduo de esta columna, con cierta frecuencia me comentaba sus impresiones de acucioso y crítico lector. Era difícil “moverle el tapete” a un presbítero católico que durante tantos años, a contracorriente, se arriesgó a opinar en temas delicados -como la compatibilidad entre cristianismo y socialismo- y que fuera impulsor de movimientos claves en la pastoral social yucateca, como las cooperativas de ahorro y crédito conocidas como Cajas Populares, las mismas que, alejándose de sus orígenes, han terminado por convertirse en bancos de intereses bajos y lucro no tan bajo.
El comentario del Padre Pastor había surgido en ocasión de un artículo en el que yo sostenía que Jesús no había sido obediente, al menos no en el sentido que lo entendemos ahora. El tema me ha vuelto a la cabeza ahora que ando en la lectura del libro “La Seducción de la Virgen” (Fondo de Cultura Económica, México 2007), biografía del P. Félix de Jesús Rougier, fundador de varias congregaciones religiosas, escrita por el conocido poeta y columnista de la revista Proceso, Javier Sicilia.
El Padre Félix, después de una serie de circunstancias que sería largísimo reseñar, descubre en su discernimiento cristiano que Dios lo llama a fundar una congregación distinta de aquella en la que militaba. Sus autoridades inmediatas, no solamente no aprueban su discernimiento, sino que multiplican las trabas, hasta llegar a prohibirle ciertas amistades y sacarlo del país (sí, exiliarlo) por cerca de diez años. El P. Félix se sujetó a la decisión de sus autoridades inmediatas. Después de esos diez años, terminó por conseguir el permiso necesario y fundó lo que hoy es la extendida congregación de los Misioneros del Espíritu Santo.
La anécdota tiene, desde luego, varias lecturas. Algunas arengas sobre la virtud de la obediencia, -que escucho siempre de parte de los que mandan, claro, no de los que obedecen- sostienen que es la obediencia de Félix la que habría hecho fecunda su obra. Y estoy de acuerdo en ello, pero me temo que no en el mismo sentido que los arengadores lo afirman.
La decisión de las autoridades que exiliaron al P. Félix se ha manifestado, sometida a la prueba de los años, como una decisión que, en lenguaje bíblico llamaríamos “satánica”. Sí, porque pretendiendo representar la voluntad de Dios, en realidad se convirtieron en adversarios de ella (que no otra cosa quiere decir la raíz hebrea de la que deriva la palabra Satán). Lo que logró que la voluntad de Dios se realizara fue mucho más la tenacidad del P. Félix, su fidelidad a su conciencia, que su simple obediencia, es decir, el hecho de que durante más de diez años no cediera en lo que él consideraba correcto. Sólo por la acuciosa labor investigativa de Sicilia he conocido el nombre del pobre hombre que ordenó el destierro del P. Félix, de la misma manera que casi nadie conoce el nombre de quien condenó a la hoguera a Giordano Bruno o de quien presidía el comité vaticano que condenó las teorías de Galileo, condenas por las que, cientos de años después, hemos tenido que pedir público perdón.
En fin, que la obediencia no deja de ser una virtud polémica. Y lo es porque, mal entendida, puede convertirse en instrumento del poder autoritario, en cuyo caso no es ya virtuosa ni evangélica, desde mi punto de vista. En el caso de Jesús, por ejemplo, la obediencia al proyecto de hermandad que él anunció usando la categoría político-teológica de “Reinado de Dios”, lo llevó a ser muy, pero muy desobediente con respecto a la religión de su tiempo y sus representantes autorizados. Es más, la vida de Jesús podría leerse mucho más fácilmente, aunque con menos hondura, desde la desobediencia que desde la obediencia. Con esto quiero decir que sus desobediencias están a flor de página en el evangelio, mientras que su obediencia se sitúa en el nivel de sus intenciones más hondas y requieren una mirada más penetrante, como la que alcanzó san Pablo en Filipenses 2,5-11.
Se dice que la virtud de la obediencia nos libra de un pecado grave: creer que el fin (cumplir la voluntad de Dios) puede alcanzarse sin mediaciones humanas. Ya lo decía Hegel: “La impaciencia pide algo imposible: quiere alcanzar el fin sin los medios”. El problema es que, en el caso concreto de la obediencia, las mediaciones tendrían que ser muchas, no solamente una. Que en la historia de la organización de la iglesia hayamos reducido (hasta identificarlos en la práctica) el discernimiento de la voluntad de Dios a la sujeción ciega a la opinión de una persona, por mucha autoridad que le reconozcamos, ha sido muy conveniente para quienes detentan el poder, pero devastador para el ejercicio de la libertad y la madurez de la conciencia cristiana.
Creo que un cristiano/a tiene que estar abierto/a a las múltiples voces por las que Dios nos manifiesta su voluntad. En primer lugar, para ser fieles a nuestra identidad, a Cristo y a su proyecto de humanidad. Están también los signos de los tiempos, la comunidad, el grito de los pobres, los cambios de mentalidad, las necesidades urgentes,… y también la opinión de quienes han recibido de la comunidad la función de ejercer la autoridad. Todos estos elementos han de confluir en el ejercicio de un discernimiento evangélico.
Hablar, pues, de la obediencia como un absoluto y sin ningún matiz es ignorar lo que ya nos recordaba alguien con mucha más sabiduría que yo: “La verdadera obediencia no es la obediencia de los aduladores, que evitan todo choque y ponen su intangible comodidad por encima de todas las cosas. Lo que necesita la Iglesia de hoy y de todos los tiempos no son panegiristas de lo existente, sino hombres en quienes la humildad y la obediencia no sean menores que la pasión por la verdad; hombres que den testimonio a despecho de todo ataque y distorsión de sus palabras” (Joseph Ratzinger, El verdadero pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1972 p. 293).
Raúl Lugo Rodríguez
Ha llovido mucho desde el 1 de enero de 1994. Han quedado en grabados en la memoria de este país los breves días de encuentros armados, las manifestaciones a lo largo y ancho de todo el territorio nacional pidiendo el cese de la guerra, la decisión unilateral –jamás traicionada– de los zapatistas de no empuñar más las armas de manera ofensiva, la larga batalla política que culminara en los Acuerdos de san Andrés, la traición de dichos acuerdos, primero por parte del presidente Zedillo y después del Congreso de la Unión, la declaración de autonomía en los hechos de las Juntas de Gobierno Zapatistas… y un largo etcétera.
En fin, que el país no es el mismo después de estos casi quince años de resistencia pacífica por parte de las comunidades rebeldes. Durante mucho tiempo la figura carismática del Subcomandante Marcos llenó las páginas de periódicos y revistas. El arranque de la Otra Campaña y la gira del Delegado Zero mantuvieron la atención de los medios de comunicación. Después vendría Atenco, la represión contra la APPO en Oaxaca, la derrama de recursos por parte del gobierno federal en los alrededores de los territorios autónomos. Quiso declararse así la muerte del movimiento zapatista. Los medios encontraron temas más atractivos. Los periodistas y comentaristas que seguían de cerca los avatares del Chiapas rebelde fueron calificados de nostálgicos ideologizados y el gobierno federal comenzó a actuar como si el zapatismo fuera cosa del pasado…
Pero esto ha ocurrido solamente en el discurso. Una nueva ofensiva ha venido desarrollándose en los últimos meses contra los pueblos zapatistas, escasamente registrada por los medios masivos de comunicación, tan ocupados ellos en calificar cualquier reforma legal que ponga tímidos topes a sus desmedidas ganancias como si fuera un “atentado a la libertad de expresión”. Venga una pequeña síntesis de las agresiones más reciente:
El 26 de mayo la Junta de Buen Gobierno del Caracol de Oventic denunció el secuestro de Manuel Hilario Gómez, miembro de base, por parte de perredistas de Zinacantán. El 3 de junio, un grupo de priístas y del partido Convergencia dejaron sin luz al ejido de Huaquitepec.
El 4 de junio, la Junta de Buen Gobierno “El camino del futuro”, del Caracol de resistencia “Hacia un nuevo amanecer”, denunció ante la opinión pública nacional e internacional la incursión de cerca de 200 provocadores en la Garrucha, sede del mencionado Caracol, entre soldados, agentes de seguridad pública del estado de Chiapas y policía municipal. Con el viejo pretexto de buscar plantíos de mariguana, se dirigieron al pueblo de Hermenegildo Galeana primero, y más tarde al pueblo San Alejandro, donde se les unieron 60 hombres más entre solados y policías municipales. Destruyeron sus milpas, provocaron a los pobladores hasta llegar al enfrentamiento. Tanto en La Garrucha, como en Galeana y san Alejandro, hubo resistencia de parte de los pobladores y la violencia estuvo a punto de desbordarse. Los agresores anunciaron que regresarían en 15 días.
El 14 de junio, la Junta de Buen Gobierno del Caracol Oventic logra inhibir un ataque preparado para el día siguiente, 15 de junio, contra la reserva zapatista El Huitepec, exhibiendo públicamente el documento en el que las autoridades “invitan” oficialmente a dicho acto de provocación.
Hace apenas unos días, el 20 de junio, la comunidad de Cruztón, Municipio de Venustiano Carranza, denunció que el día 18 de junio, a la 1.30 a.m. más de setenta elementos de la Policía Estatal, armados de pistolas de alto poder y acompañados de 25 civiles con palos y machetes, irrumpieron el terreno que los denunciantes habían recibido en posesión de parte del Finquero, antiguo dueño de esas tierras, desde el 24 de agosto de 1988, como consta en una escritura debidamente notarizada. Los policías destruyeron las milpas y amenazaron a los pobladores apuntándolos con sus armas diciendo que los arrastrarían atados a los caballos a través de todo el terreno, mientras autorizaban al grupo que pretende quedarse con las tierras a que hicieran sus casas de nailon para apoderarse en los hechos del terreno. Esta incursión repetía las amenazas planteadas por un operativo de 500 policías que el 27 de abril habían entrado violentamente a las casas, robando dinero y deteniendo y golpeando a varios de los pobladores. Finalmente, salió el peine: corren informaciones de que el gobierno ha ofrecido en concesión 25,152 hectáreas a la empresa Fronteer de México, subsidiaria de la canadiense Fronteer Development Group, para la exploración de minas.
Una vez reseñado este rosario de agresiones gubernamentales, me gustaría decir que para muchos y muchas, entre los que se cuenta quien esto escribe, los territorios rebeldes zapatistas son la reserva nacional de la dignidad. No habrá patria posible sin que se dé respuesta al legítimo derecho a la libre determinación y autonomía de los pueblos originarios. Esta columna declara su irrestricta solidaridad con los pueblos y comunidades zapatistas.
Colofón 1: A una vecina de mucha iniciativa se le ocurrió poner un tope frente a la casa en la que vivo, en la carretera Chichí Suárez – Sitpach, sin ninguna razón que lo justifique y sin ninguna consulta a los vecinos. He llamado al Ayuntamiento, quien me dirigió a la SPV (aunque ahora se llame SSP). Tomaron mis datos y los pormenores de la denuncia. Me prometieron que una “unidad” iría a constatar el hecho porque “solamente nosotros podemos poner topes”. Ha pasado una semana y el tope sigue en su lugar, interrumpiendo inútilmente el tráfico y originando frenones de antología. Y luego dicen que por qué nos quejamos de las ineficiencias de las instituciones públicas…
Colofón 2: Ha muerto Irene Duch Gary, humanista, académica, pedagoga freiriana y, por si fuera poco, poeta. Yucatán es un poco más triste y oscuro sin la luz de su palabra libre. En su memoria he releído “Ceniza en flor” (Mérida, 2003) y he encontrado múltiples alusiones a la muerte: “A cada instante muero / y voy cargando mi cadáver por la vida / sin encontrarle su exacta sepultura”; “Quién vivirá después de mi silencio”; “¿Con qué vara seremos medidos? / ¿Serás tú, / seré yo / víctima o verdugo?… ¿conseguirá el amor salvarnos de tanta iniquidad?”; “…nuestro rostro muerto / -muerte de labios cerrados- / será como un remordimiento insomne / agazapado en el umbral de la conciencia”; “…los sueños / horadados al contacto perenne del aliento / se desvanecen / en lluvia de nostalgia recurrente / y se deslizan por entre la piedra gris de mi epitafio”.
Y la cita final: premonición, íntimo deseo, nostalgia de eternidad: “Acaso sobre el arduo bregar de la jornada / se adivina, incontenible, la bienaventurada paz / que nos separa en el límite del tiempo. / Y nos prepara para el encuentro definitivo, / éxtasis de la palabra evocada en recuerdo del ausente / manantial de serenos cauces recorriendo las fronteras del olvido / y socavando, en el dolor, las esperanzas”.
Que así sea.
Raúl H. Lugo Rodríguez
Hace unos días conversaba con Calicho sobre poesía. Le comentaba yo que algunos poemas, sólo algunos, tienen la suerte de volverse eternos; que cuando esto sucede, uno cae en la cuenta que la poesía es mucho más que la cuidadosa colocación de las palabras, o la afortunada versificación, o la transmisión de una experiencia emocional en términos simbólicos. Hay poemas pulcros y cuidados, pero sin poesía. Versos impecables, pero vacíos… Pero de repente, sin saber bien a bien cómo, la poesía acontece. Entre cientos de poemas aparece uno vital, auténtico, vivo, uno cuya manufactura está al servicio de la luz. Entonces comprende uno por qué hay poemas eternos: porque en ellos las palabras se convierten en vehículo para la Palabra.
Me quedé pensando largamente en nuestra conversación porque me parece que tiene aplicación también a otros campos. Hoy quiero aplicarlo a las Escrituras Sagradas. Como se sabe, algunas religiones, entre ellas las religiones cristianas, tienen Escrituras Sagradas. Las tiene también el judaísmo, el Islam y algunas vertientes del hinduismo, aunque sus conceptos de revelación no sean siempre los mismos.
Todas las confesiones cristianas creen que la Biblia es la Palabra de Dios. Pero eso no significa que al decirlo sostengan lo mismo. Hay en las diferentes iglesias personas que piensan que el texto de la Biblia salió de manera mágica de la mano y de la mente de Dios. Conciben el acto revelativo como algo mecánico, como si Dios hubiera tomado la mano del escritor sagrado y, sin que mediara la voluntad del instrumento, se hubiera pasado al papel aquello que Dios quería. Para estos creyentes, cada palabra tiene la misma densidad de sacralidad. Llamamos a esta mentalidad “fundamentalismo”. Una lectura así, que sostiene la inalterabilidad de todas las doctrinas bíblicas, que no acepta ningún tipo de mirada crítica sobre el texto, termina por convertirse en una lectura ridícula. A menos que se siga pensando que Dios ordena asesinar personas, o que la mujer es la causa de todos los males, o que hay que tener esclavos.
La mayor parte de las iglesias cristianas históricas manifiestan un rechazo absoluto a la lectura fundamentalista en sus documentos oficiales, pero siguen manteniendo ese mismo espíritu en la práctica cotidiana. No acertamos a desterrar aquellos textos cuyo contenido es evidentemente contrario al rostro misericordioso de Dios revelado en la persona de Jesucristo. Las palabras escritas nos impiden reconocer la Palabra, precisamente porque el exceso de celo, el miedo a lo nuevo, el ansia de control de las mentes y los corazones por parte de los líderes eclesiásticos, la falta de fe en la razón humana y en la acción del Espíritu, nos hacen seguir considerando a toda la Escritura como Palabra de Dios. Terminamos de leer textos de doctrina absolutamente inaceptable para una persona de nuestro tiempo, como los que muestran la imagen de un Dios castigador y violento o sostienen la superioridad del varón sobre la mujer en el matrimonio, y nos atrevemos a decir “Esta es palabra de Dios”. Convertimos así a las palabras en cárcel del Espíritu.
Como esto que digo puede parecer escandaloso a algunos, prefiero que lo diga alguien que lo expresa mucho mejor que yo. Dejo aquí la palabra al sacerdote español Jairo del Agua, que a más de su poético nombre, tiene a mi juicio una claridad teológica digna de envidia.
“Es muy importante caer en la cuenta de que toda la Escritura no es Palabra. Más bien la Palabra discurre entre la Escritura, la riega como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una concreta historia humana (la de los judíos y primeros cristianos), durante un concreto tiempo.
No podemos confundir el río con sus orillas agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos, ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de sus propios crímenes. Algunos pasajes -totalmente secundarios que no explicitan el mensaje central del Primer Testamento- son pura bazofia y su lectura no es recomendable. Esa es la razón por la que la Biblia fue un libro prohibido o no divulgado durante muchos años. Conviene decirlo porque parece, que ahora, todo está bendecido por el hecho de estar en el Libro.
Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia, incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto ocurre de forma relevante en el Primer o Antiguo Testamento porque el primitivismo era mayor y menor la evolución humana. Pero también puede afirmarse del Nuevo Testamento. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque los humanos somos limitados e incapaces de agotar la Palabra. Sólo podemos recoger algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana oscuridad”.
Hasta aquí la larga cita. Quedan, sin duda, muchos asuntos sobre los que habría que profundizar. ¿Cuáles son los criterios entonces para encontrar la Palabra en medio de tantas palabras? ¿Qué escollos habría que evitar para no terminar haciendo una lectura simplemente caprichosa? Abordarlos, sin embargo, rebasaría con mucho las dimensiones de este artículo. En el portal www.eclesalia.net podrán conocer la propuesta completa de Jairo del Agua (bajo las fechas 12, 20 y 26 de noviembre de 2007). Baste lo aquí dicho para que nos vayamos con más cuidado cada vez que nos sintamos tentados a utilizar textos de la Biblia para imponer nuestra moral, ganar pleitos o discriminar personas.
Colofón: “La importancia de llamarse Ernesto” es una de las piezas más emblemáticas de la dramaturgia de Oscar Wilde. Hace mucho tiempo que no veía una presentación tan pulcra y bien lograda como la que se presentó el pasado lunes en el teatro Daniel Ayala. La adaptación de José Ramón Enríquez y la dirección de Raquel Araujo, impecables. Los actores y actrices, todos dignos y acertados, en armónica amalgama de madurez y frescura. Toda una delicia. Me alegra que la obra haya sido vista por numerosos estudiantes en el programa de teatro escolar: es un tipo de teatro que cumple cabalmente la función de crear públicos y despertar la chispa del amor por el teatro.
Raúl Lugo Rodríguez
El pasado 23 de mayo fue presentada ante la Lic. Vilma Ramírez Santiago, directora de quejas y reclamaciones del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), una denuncia del Oasis de san Juan de Dios A.C. en la que se incriminaba a dos presbíteros católicos de la arquidiócesis de Yucatán por “discriminación, incitación a la violencia y provocación a crímenes de odio por homofobia”.
Uno de los ministros denunciados habría dicho desde el púlpito que “los homosexuales son un problema para nuestra sociedad; que ofenden, atacan y destruyen la familia; que son peligrosos para la sociedad y que representan un problema social que hay que atacar; Que la ley de dios no perdona a los homosexuales y que éstos no van ha entrar al Reino de los cielos, por lo que no deben entrar a la misa…” entre otras expresiones semejantes.
No es un asunto menor. En la ley reglamentaria del artículo 1º constitucional, la Ley Federal para Prevenir y Sancionar la Discriminación, se precisa como conductas discriminatorias “incitar al odio, violencia, rechazo, burla, difamación, injuria, persecución o la exclusión” (Art. 9 inciso XXVII). Y eso es lo que parece haber hecho el denunciado presbítero en su predicación, dado que hasta el momento no ha desmentido de manera pública las expresiones por las que ha sido acusado.
El caso tiene muchas aristas. No se trata, aunque haya quienes así lo perciban, de un ataque externo contra la iglesia católica, dado que tanto el denunciado como el denunciante son ambos católicos en toda la regla. Es más bien, en todo caso, un reflejo de la discusión interna que existe dentro de la comunidad católica acerca de la homosexualidad, debate que mantiene en lados opuestos a quienes sostienen que no existen personas homosexuales propiamente dichas, sino solamente heterosexuales que por diversas circunstancias han desviado el camino o se han apartado de una supuesta naturaleza original, frente a católicos que sostienen que es razonable el consenso cada vez más extendido en el mundo de que existen personas homosexuales en cuanto tales, y que esto no las hace ni mejores ni peores, sino simplemente diferentes.
Hoy quisiera, sin embargo, enfocarme en otra de las aristas, aquella que subraya la libertad de expresión. La denuncia presentada por el director del Oasis de san Juan de Dios A.C. afirma que, cuando el documento fue presentado ante un alto funcionario de la arquidiócesis, éste replicó: “¿Ustedes los de derechos humanos pueden decir lo que quieran, pero nosotros no podemos decir lo que queramos?”. Que queda planteado aquí un asunto de libertad de expresión se manifiesta también en el comunicado que, a propósito de la denuncia, expresa la posición del equipo de derechos humanos Indignación A.C. (www.indignacion.org.mx).
Sostiene Indignación A.C. que “la libertad de expresión, también garantizada por nuestras leyes como un derecho reconocido a todos los mexicanos y mexicanas, entre los que se cuenta a los ministros de cualquier culto, de ninguna manera implica la libertad de denostar u ofender a ninguna persona y no puede argumentarse como justificación para cometer discriminación”.
Hace algunos meses hubo una polémica de carácter internacional que puso sobre el tapete de la discusión el mismo asunto. Se trataba entonces de las caricaturas de un cartonista danés que criticó con sarcasmo al Islam haciendo mofa de la figura del profeta Mahoma. El escándalo desatado, tanto más grande cuanto que abordaba una temática tan sensible como la religiosa, motivó reflexiones que señalaban que la libertad de expresión debía tener ciertos límites, no impuestos arbitrariamente por alguna autoridad censora, sino consensuados socialmente a través de leyes que protejan otros derechos.
No es, desde luego, una discusión acabada. Liberales de un cierto radicalismo sostienen que la libertad de expresión es de tal manera fundamental que no debiera tener cortapisa alguna. Algunos países, en cambio, consideran –y así lo establecen en sus leyes– que ninguna libertad de expresión puede ser puesta al servicio de la discriminación o del menoscabo de los derechos de grupos vulnerables. Es el caso de Alemania, por ejemplo, donde no se puede usar la libertad de expresión para hacer apología del nazismo, so pena de probar la cárcel.
En lo que toca a nuestro caso local, la petición del Oasis de san Juan de Dios A.C. es firme, pero conciliadora. Solicitan una disculpa por escrito. Nada más, pero nada menos. Es la negativa por parte del presbítero señalado lo que ha motivado que el Oasis acudiera a la CONAPRED y a la Secretaría de Gobernación. Todavía es tiempo de que la disculpa pública se ofrezca y este asunto termine dejándonos a todos, enseñanzas invaluables. A eso se le llamaba antiguamente prudencia, una de las virtudes menos comunes hoy día.
Insistir, escudándose en la libertad de expresión, en que los ministros religiosos pueden decir desde el púlpito lo que se les antoje, así sea promover la discriminación o incitar a la violencia, no solamente coloca a la iglesia del lado contrario al de su Fundador, que luchó contra todo tipo de exclusiones en su tiempo, sino que es, por decir lo menos, inconsecuente, dado que la iglesia católica no se ha caracterizado en su historia pasada y reciente por promover o respetar la libertad de expresión dentro de sus propias filas.
Colofón: Un empleado del Diario de Yucatán se ha comunicado conmigo por teléfono para pasarme un recado del Director de dicho rotativo. Me dice que no se tratan asuntos delicados (“que pueden herir susceptibilidades”, fue la expresión), como el de la homosexualidad, en los espacios editoriales a menos que provengan de autoridades oficiales de la iglesia católica. O es una disposición muy reciente, dado que yo he tratado el tema en muchas otras ocasiones en mi columna, o hay diversas pesas y medidas dentro de ese medio de comunicación, dado que otro presbítero, éste Legionario de Cristo, sigue tratando este tipo de temas sin ninguna cortapisa en la página editorial de la sección nacional-internacional. De cualquier manera, las razones justificadoras de la censura me parecen superficiales y, al menos para mí, absolutamente insuficientes.
Raúl H. Lugo Rodríguez
Iglesia y sociedad 2 de junio de 2008
Raúl H. Lugo Rodríguez
Durante cerca de quince años he escrito semanalmente la columna “Iglesia y sociedad” en el Diario de Yucatán. Ha sido un espacio que, lunes a lunes, me ha servido de plataforma para posicionar temas de derechos humanos, para comentar asuntos eclesiales, para compartir inquietudes literarias… en fin, que durante quince años me ha servido como bitácora de largo viaje.
No obstante lo entrañable de esta prolongada experiencia, he tomado la decisión de dejar de escribir mi columna en el Diario de Yucatán. Debo reconocer que el equipo editorial del Diario ha sido, la mayor parte de las veces, respetuoso de los contenidos de lo que publico. Aun cuando mis opiniones coinciden muy poco con las posiciones que en cuestión de política, economía y moral sexual sostiene el Diario, siempre han respetado mi espacio y, salvo algunos cambios en la redacción de los títulos de los artículos (que casi siempre, desde mi óptica, les quedan peores a ellos que a mí), nunca han intervenido en los contenidos. Me honro, pues, de haber sido durante todo este tiempo una voz ‘fuera de coro’ en la página editorial de la sección local. Y creo que es un acierto del Diario, que abonó a favor de su apertura y credibilidad, el haberme sostenido el espacio durante tantos años.
En el pasado reciente, sin embargo, han dejado de publicarse dos artículos míos. Uno de ellos, el que debió ocupar las páginas de la edición del 14 de enero, y otro que debió haber sido publicado el pasado 12 de mayo. La temática de ambos artículos estaba relacionada con la cuestión de la homosexualidad. Como el artículo del 14 de enero era un cuento navideño de ribetes bíblicos, comprendí que no hubiera sido publicado: no solamente estaba un tanto fuera de tiempo, sino que era verdaderamente provocativo. Durante estos quince años he tratado en mi columna el tema de la homosexualidad en numerosas ocasiones, sin que ello hubiera recibido del Diario algún apercibimiento o reprensión. Es por eso que, aunque me hubiera gustado recibir alguna explicación del hecho, olvidé el incidente y envié otro artículo la semana siguiente sin más preocupación. El siguiente artículo fue puntualmente publicado el 21 de enero.
El artículo del 14 de mayo abordaba una efeméride establecida por la ONU y aprobada por el Congreso de la Unión: el día internacional de lucha contra la homofobia. Crítico, fundamentado, el artículo abordaba la necesidad de luchar contra los prejuicios que están a la raíz de las prácticas discriminatorias. No fue publicado sin que se me haya ofrecido explicación alguna. El martes 13 escribí solicitando una explicación. En la parte medular de mi mensaje al Diario señalaba yo: “Con sorpresa he visto que el artículo no ha sido publicado ni el lunes ni hoy, lo cual me extraña sobremanera. Ya en otra ocasión, en enero de este mismo año, había sucedió lo mismo y no recibí explicación ninguna de parte de los encargados editoriales, como lo requeriría la cortesía hacia un colaborador de tantos años. Pensando que tal artículo (que por otra parte era una pieza de ficción) era más provocativo de lo que la mesa editorial del Diario podía tolerar, comprendí y no solicité ninguna explicación sobre el hecho… Curiosamente, en ambas ocasiones se aborda desde ángulos distintos el tema de la homosexualidad… Espero que no sea esa la causa de estas omisiones que hasta ahora no me han sido explicadas. De ser así, me interesaría saberlo para decidir las providencias que tomaré… La única respuesta, después de más de tres semanas, ha sido el silencio.
Es posible que haya influido en la censura el hecho de que el artículo mencionara, calificándolas de patrañas, las terapias “reparadoras” que aseguran convertir a las personas homosexuales en heterosexuales. Sé que hay en Yucatán una congregación religiosa que defiende y promueve ese tipo de terapias. ¡Y no tengo ningún problema con que la posición del Diario se identifique más con la de dicha congregación que con la mía, faltaba más! Lo que me parece lamentable es que el Diario omita voluntariamente presentar las otras voces que, dentro de la misma iglesia católica, opinan diferente.
La censura y la descortesía a las que he hecho referencia me han llevado a tomar la decisión de publicar mi columna semanal en un portal abierto del espacio electrónico. De esta manera no tendrán mis opiniones que pasar por ningún tipo de aprobación más que la del lector/a directo, y no estaré sujeto a la buena voluntad de quien quiera publicarme. ¿Implica pérdidas la renuncia al espacio escrito en el Diario? Sin duda alguna. Ya se sabe que un buen porcentaje de la población no tiene acceso a la comunicación electrónica. Perderé, de manera irremediable, algunos lectores que me habían seguido a lo largo de estos años. Pero creo que finalmente las cuentas serán positivas, cuando menos en lo que toca a la libertad de expresión de quien esto escribe.
Así que aquí me encontrarán semana a semana. Para una mayor comprensión de lo que arriba afirmo, les comparto los dos artículos que el Diario tuvo a bien no publicar:
Terapias para revertir la homosexualidad: una opinión crítica
Iglesia y sociedad 12 de Mayo de 2008
Raúl H. Lugo Rodríguez
La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación define así en su artículo 4º: “Se entenderá por discriminación toda distinción, exclusión o restricción que, basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad, discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud, embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencia sexuales, estado civil o cualquier otra, tenga por efecto impedir o anular el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades de las personas”.
Le erradicación de la discriminación, sin embargo, requiere no solamente de leyes. La discriminación es una enfermedad social, un cáncer que corroe nuestra convivencia comunitaria. A veces da la impresión que todos llevamos un discriminador en nuestro interior, que solamente espera la oportunidad para salir de su letargo y envenenar el ambiente social en el que nos desenvolvemos. Y es que la discriminación está basada en prejuicios que sostienen un trato de menosprecio a ciertos tipos de personas consideradas no sólo distintas, sino inferiores. Dichos prejuicios, desde luego, no son reconocidos como tales, sino que son adoptados por quien discrimina como si fueran verdades naturales e incuestionables. Esto es lo que se conoce como “falacia discriminatoria”, que induce a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como lo que en realidad son: una construcción cultural. Es ésta la vía por la cual la discriminación encuentra su aceptación y su legitimidad. La mentalidad discriminatoria no sólo busca aislar o marginar a quien considera diferente, sino que, en la medida en que lo distinto parece representar una amenaza para sus propios valores y certidumbres, puede llegar al deseo de su aniquilamiento
Cuando en el año 2001 se estableció en nuestro país la Comisión Ciudadana de Estudios contra la Discriminación, reconocimos que uno de los siete tipos de discriminación más persistentes en nuestra sociedad mexicana era la discriminación por orientación sexual. Y es que, como afirma la Comisión en su informe, “Si la discriminación se cultiva frecuentemente sobre la base de juicios valorativos que tienden a descalificar aquello que se considera inadmisible desde el punto de vista de los estereotipos convencionales, podrá entenderse entonces que el campo de la sexualidad sea uno de los terrenos privilegiados sobre los que opera la moral discriminatoria”.
Probablemente no haya práctica discriminatoria que goce de mayor impunidad social que la homofobia o rechazo a las personas homosexuales y a la expresión de su identidad sexual. La gran mayoría de las personas homosexuales viven en silencio, sin poder expresar libremente su vida sexual y amorosa, obligados a vivir en simulación o con una doble vida. Debido a la estigmatización que padecen, son socialmente invisibles y están condenados a la clandestinidad. Sólo autoexcluyéndose pueden evitar la discriminación. De lo contrario, podrían verse sometidos a tratos injustos y arbitrarios que son justificados por el prejuicio moral que sostiene una frontera rígida entre lo que se considera normal y lo que es visto como patológico.
Desde el año de 2005 México ha reconocido, por acuerdo del Congreso de la Unión, el 17 de mayo como “Día contra la Homofobia”, uniéndose así a una iniciativa internacional de amplio alcance. Se celebra ese día para conmemorar que en esa misma fecha, pero en 1990, superando una etapa en la que los prejuicios históricos se habían impuesto a la ciencia y a la razón, la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales en la que nunca debió haber estado incluida.
El día contra la homofobia nos recuerda que todos y todas tenemos que trabajar por superar el conjunto de creencias, opiniones, actitudes y comportamientos que producen agresión, odio, desprecio y ridiculización hacia las personas homosexuales. Esto es más urgente en la medida que hoy están resurgiendo supuestas terapias “reparadoras”, desaconsejadas por las más prestigiadas instituciones psicológicas y psiquiátricas del mundo, que parten de la concepción de que la homosexualidad es una enfermedad que tiene que curarse. Patrañas como esas crecen amparadas por prejuicios de todo tipo, aunque la ciencia y el consenso social internacional vayan en otro sentido. Pero ya nos ocuparemos de ello en otra entrega.
Colofón: Quejas, muchas quejas he escuchado debido a la nueva normatividad municipal sobre los cementerios. Parece que de un plumazo han desaparecido las tumbas a perpetuidad y que los trámites testamentarios son tan engorrosos que terminan despojando a los herederos de las propiedades. ¿Y la obligación de favorecer una muerte digna para todos los ciudadanos y ciudadanas?
Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad
Iglesia y sociedad 14 de Enero de 2008
Raúl H. Lugo Rodríguez
Los textos de los evangelios de la infancia de Jesús han dado pie a muchas tradiciones orales y escritas. He recibido un hermoso cuento navideño escrito por mi amigo Santiago Fuentes. Desafortunadamente sus dimensiones rebasan el espacio de esta columna. Me permitiré, pues, hacer una síntesis del relato que nos ayude a despedir la navidad y esperar con ansias la próxima.
“Para los israelitas, y a pesar de que el rey David se había dedicado a esa labor, los pastores eran considerados escoria. Y entre los pastores de Belén, Isaac y Benjamín eran considerados la escoria de la escoria. Nadie les hablaba. Vivían en las afueras del pueblo. Tenían que cuidar su rebaño por separado. La gente procuraba no cruzarse con ellos en el camino, para evitar contaminarse. Sólo trataban con ellos en el mercado para adquirir sus corderos, que siempre eran los más sanos, los más gordos, y los más adecuados para los sacrificios rituales en el Templo de Jerusalén. Al principio, el rabino de Belén se sintió muy confundido. Lejos de castigarlos, el Altísimo los bendecía con el mejor rebaño del pueblo. Ninguno de sus corderos tenía manchas ni defectos. Cumplían con todo lo prescrito por la Ley. No podían utilizarlos, ya que Isaac y Benjamín los contaminaban con su pecado, pero eran los únicos dignos de ser llevados al altar de Jerusalén.
Tuvo que hacer un viaje a la capital para consultar el Sanedrín. Después de deliberar, el consejo le recordó que debido a la invasión romana ya no podía castigar a Isaac y Benjamín con la muerte, pero que sí podía aplicarles una sanción espiritual. Los pastores serían condenados al exilio, cual si fueran leprosos. Eso purificaría al pueblo, a los demás pastores y a los corderos que ellos criaban, por lo que podrían ser usados para el sacrificio. Al regresar a Belén, el rabino expulsó a Isaac y a Benjamín de la sinagoga y de la comunidad. Les exigió que salieran del pueblo, que vivieran lejos de los demás, como si tuvieran lepra, que nunca llevaran a sus ovejas a pastar en los campos donde lo hacían los otros pastores. Sólo podrían entrar al pueblo en los días de mercado para vender sus corderos, sin hablar de otra cosa con la gente que no fueran asuntos de compraventa. El pueblo respiró aliviado. No querían matar a los dos pastores como ordenaba la Ley, pero tampoco querían que el Todopoderoso los castigara como hizo con Sodoma y Gomorra por su pecado. Y es que Isaac y Benjamín convivían como una pareja de esposos, lo que de acuerdo a la Escritura era abominable a los ojos del Señor. La gente de Belén no entendía por qué el Cielo los premiaba con los mejores corderos.
Isaac y Benjamín aceptaron el castigo sin chistar. Amaban la Ley y los Profetas tanto como se amaban el uno al otro. No querían hacer daño a nadie con su amor. Construyeron una casita en las afueras, con un establo para sus animales y un huerto, y se dedicaron a cuidar sus ovejas. Algunos pensaron que la soledad y el ostracismo harían que se separaran. Pero como sólo se tenían el uno al otro, Isaac y Benjamín se unieron todavía más. Isaac estaba en la plenitud de su hombría. Las doncellas de Belén y de los poblados cercanos enviaron muchas veces a sus familias para arreglar el matrimonio, pero el pastor nunca se interesó. Cuando la gente se enteró de sus malas inclinaciones, pensó que su tez morena y fuerte, su cuerpo velludo y atlético como el de Esaú, se habían convertido en un desperdicio. Y a pesar del castigo, todos recordaban con nostalgia su bondadosa mirada y su generosidad con los más necesitados. Benjamín, en cambio, era hermoso como el joven David. Su rostro de niño, su cabellera rubia y rizada, su cuerpo delgado, lampiño y curtido por el trabajo, lo hicieron blanco de todas las miradas cuando llegó a Belén, como esclavo de un legionario romano. La gente se indignó cuando supieron las actividades a las que el romano obligaba a Benjamín.
Isaac se prendó de Benjamín en el instante en el que lo vio. Como diría la Escritura, Benjamín lo sedujo y él se dejó seducir. Su belleza lo enamoró, y las artes amatorias que el legionario le había enseñado lo volvieron loco. Benjamín, por su parte, descubrió la libertad, la protección y la dulzura de la vida cotidiana, y se entregó a Isaac como la doncella del Cantar de los Cantares.
La primera Nochebuena, Isaac se quedó en casa para esquilar algunas ovejas, mientras Benjamín llevaba el resto del rebaño a un valle pequeñito que los otros pastores aún no conocían. Cerca de la medianoche de aquella primera Nochebuena, alguien tocó a la puerta de la casita de Isaac y Benjamín. Eran un hombre muy atractivo, y una jovencita a punto de dar a luz, montada en una mula. El hombre le explicó a Isaac que era un artesano de Nazaret, que había venido a Belén para el censo, que no había encontrado alojamiento en el pueblo, y que apelaba a su misericordia para poder pasar la noche, y que su esposa pudiera parir bajo techo. Isaac le explicó que su choza era muy pequeña, pero que si no les importaba la incomodidad, podían quedarse en el establo. Después de todo, casi todo el rebaño estaba fuera. No quiso decirles que de entrar a su casita quedarían contaminados, pero tampoco quiso dejarlos sin ayuda.
Entrada la medianoche, Benjamín dormitaba junto a una fogata moribunda. Las ovejas pastaban con tranquilidad. De pronto, una luz cegadora iluminó el cielo. Benjamín se espabiló y contempló una multitud de seres que invadían el valle. Uno de ellos se le acercó. Benjamín se tiró al suelo, aterrado. Mientras tanto, otros pastores se asombraban del resplandor en el valle. Corrieron a ver de qué se trataba, y quedaron sin habla al mirar la multitud de seres en el cielo, y al otro, más refulgente que los demás, que hablaba con Benjamín. Cuando Benjamín regresó a casa con el resto del rebaño buscó a Isaac y juntos entraron con timidez al establo. José y María los recibieron con una gran sonrisa, y le ofrecieron al Niño. “No”, dijo Isaac. “Estamos contaminados”. “No puede estar contaminado lo que el Altísimo ha declarado limpio”, dijo María. Isaac tomó al Niño entre sus brazos. Benjamín le dio un beso. El Bebé les regaló su primera sonrisa.
Como el viento impetuoso descrito por Álvarez Rendón en la más reciente de sus deliciosas crónicas, la resurrección me despeina hoy los cabellos, me revuelve las ideas, me acaricia las utopías, reverdece mi esperanza. La resurrección es la mejor noticia que he recibido en mi vida, y eso que voy que vuelo para los cincuenta. No hay definición que la explique, no hay texto que la contenga, no hay muerte que la resista. La resurrección es vino nuevo que no cabe en vasijas viejas y ¡ay! nuestro mundo a veces no es más que eso: una vasija antigua y destartalada.
La resurrección es un acto supremo de reivindicación. Dios resucitó a Jesús para mostrar que el proyecto que el maestro de Nazaret nos ofrecía era un proyecto divino, o lo que es lo mismo, conforme al original querer de Dios. Se equivocaron quienes lo torturaron y lo condenaron a la muerte de cruz. La causa de Jesús: la sociedad fraterna, la equidad entre todos los seres humanos, la convivencia basada en el respeto a las diferencias, revela un proyecto de ser humano y de sociedad en perfecta comunión: todas las personas dignas, libres, fraternas. Ese proyecto de Dios, y ésta es la revelación mayor del acontecimiento de la resurrección, no está condenado al fracaso ni es su destino la oscuridad de una tumba fría y oscura. Dios sacó a Jesús de la tumba para demostrar que la muerte no tendrá la última palabra, aunque desate sus fuerzas de caos y de destrucción. La última palabra, óiganme bien, la tiene la vida.
Por eso hoy más que nunca renuevo mi pregón de pascua. Lo pronuncio pensando en este país, que ya desde hace algunas décadas se nos viene deshaciendo entre las manos. Lo quisiera pronunciar, para que todos los escucharan, desde lo más alto de nuestra loma del sur, acaso desde Becanchén o Juntochac. Quiero que este canto vuele y llegue a todos los rincones, así de grande es mi alegría y de fuerte mi convencimiento. Yo te anuncio, adolorido país, que ha llegado el momento de tu libertad más plena.
Desde la oquedad más profunda de los cenotes mayas ya se escucha venir el viento de la libre determinación de los pueblos, de la equidad deseada y anunciada en las antiguas escrituras mayas. No será de las curules de los poderosos que vendrá la anhelada lluvia que regará la identidad de los hombres y mujeres mayas. Sus leyes no son más que vino agrio y descompuesto. La resurrección, en cambio, se gesta en las ocultas corrientes de cada gesto y cada lucha que conquista mayor autonomía, en Chactún y Kimbilá, en Maní y Chablekal, en Cisteil y Xocén. Florecerá, se los aseguro, más temprano que tarde, una tierra en la que ser maya no será ya sinónimo de desprecio y humillación, sino timbre de dignidad y gloria.
Viento de resurrección es también el que, en forma de torbellino arrollador, cruza de Colima a Veracruz y de Nuevo León a Guerrero. Lo soplan infinidad de mujeres levantadas en pie de testimonio. Construyen, como hormigas laboriosas, una nación en la que los varones nos veamos al fin liberados de nuestras enfermedades: de la ceguera del poder, de la parálisis del dinero, del demonio de la violencia. Una nación donde algún día podamos todos, varones y mujeres, sentarnos a compartir el pan de la igualdad en la misma mesa. Como tormenta de mil nombres, el viento de la equidad de género ha desnudado al rey: varón misógino, enano afectivo, cartera corrompida, puño derrotado.
Viento de vida nueva, huracán de resurrección, se cuela entre las viejas estructuras de un sistema en estado de putrefacción. Ha habido ya demasiada cruz. No habrá resurrección sin el desmantelamiento del lucro hecho sistema, de la explotación hecha ortodoxia económica, de la discriminación convertida en bando de buen gobierno. Hay viento de resurrección soplando en cada movimiento antisistémico, en el mundo otro que nace de las montañas del sureste mexicano, en cada esfuerzo organizativo que destierra al patrón, al dueño del capital, a la autoridad unipersonal e incontestable.
Finalmente, pero no al último, hay aires de resurrección en el abierto arcoiris de las diversidades, en cada pequeña conquista que permite a todas las personas vivir en plenitud, sin tener que avergonzarse de lo que son y de lo que creen: del color de su piel, de la lengua que hablan, de la orientación sexual que poseen, de su origen étnico, de la religión que profesan… Ya llega el día, y se acerca cada vez con mayor celeridad, en que no habrá ya discriminación ni discriminados.
El viento de la resurrección me ha despeinado el alma. No hay en ella cupo más que para la esperanza.
24 de marzo. Pascua de san Romero de América
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