Iglesia y Sociedad

El caso Conkal y la libertad de expresión

9 Jun , 2008  

El pasado 23 de mayo fue presentada ante la Lic. Vilma Ramírez Santiago, directora de quejas y reclamaciones del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), una denuncia del Oasis de san Juan de Dios A.C. en la que se incriminaba a dos presbíteros católicos de la arquidiócesis de Yucatán por “discriminación, incitación a la violencia y provocación a crímenes de odio por homofobia”.

Uno de los ministros denunciados habría dicho desde el púlpito que “los homosexuales son un problema para nuestra sociedad; que ofenden, atacan y destruyen la familia; que son peligrosos para la sociedad y que representan un problema social que hay que atacar; Que la ley de dios no perdona a los homosexuales y que éstos no van ha entrar al Reino de los cielos, por lo que no deben entrar a la misa…” entre otras expresiones semejantes.

No es un asunto menor. En la ley reglamentaria del artículo 1º constitucional, la Ley Federal para Prevenir y Sancionar la Discriminación, se precisa como conductas discriminatorias “incitar al odio, violencia, rechazo, burla, difamación, injuria, persecución o la exclusión” (Art. 9 inciso XXVII). Y eso es lo que parece haber hecho el denunciado presbítero en su predicación, dado que hasta el momento no ha desmentido de manera pública las expresiones por las que ha sido acusado.

El caso tiene muchas aristas. No se trata, aunque haya quienes así lo perciban, de un ataque externo contra la iglesia católica, dado que tanto el denunciado como el denunciante son ambos católicos en toda la regla. Es más bien, en todo caso, un reflejo de la discusión interna que existe dentro de la comunidad católica acerca de la homosexualidad, debate que mantiene en lados opuestos a quienes sostienen que no existen personas homosexuales propiamente dichas, sino solamente heterosexuales que por diversas circunstancias han desviado el camino o se han apartado de una supuesta naturaleza original, frente a católicos que sostienen que es razonable el consenso cada vez más extendido en el mundo de que existen personas homosexuales en cuanto tales, y que esto no las hace ni mejores ni peores, sino simplemente diferentes.

Hoy quisiera, sin embargo, enfocarme en otra de las aristas, aquella que subraya la libertad de expresión. La denuncia presentada por el director del Oasis de san Juan de Dios A.C. afirma que, cuando el documento fue presentado ante un alto funcionario de la arquidiócesis, éste replicó: “¿Ustedes los de derechos humanos pueden decir lo que quieran, pero nosotros no podemos decir lo que queramos?”. Que queda planteado aquí un asunto de libertad de expresión se manifiesta también en el comunicado que, a propósito de la denuncia, expresa la posición del equipo de derechos humanos Indignación A.C. (www.indignacion.org.mx).

Sostiene Indignación A.C. que “la libertad de expresión, también garantizada por nuestras leyes como un derecho reconocido a todos los mexicanos y mexicanas, entre los que se cuenta a los ministros de cualquier culto, de ninguna manera implica la libertad de denostar u ofender a ninguna persona y no puede argumentarse como justificación para cometer discriminación”.

Hace algunos meses hubo una polémica de carácter internacional que puso sobre el tapete de la discusión el mismo asunto. Se trataba entonces de las caricaturas de un cartonista danés que criticó con sarcasmo al Islam haciendo mofa de la figura del profeta Mahoma. El escándalo desatado, tanto más grande cuanto que abordaba una temática tan sensible como la religiosa, motivó reflexiones que señalaban que la libertad de expresión debía tener ciertos límites, no impuestos arbitrariamente por alguna autoridad censora, sino consensuados socialmente a través de leyes que protejan otros derechos.

No es, desde luego, una discusión acabada. Liberales de un cierto radicalismo sostienen que la libertad de expresión es de tal manera fundamental que no debiera tener cortapisa alguna. Algunos países, en cambio, consideran –y así lo establecen en sus leyes– que ninguna libertad de expresión puede ser puesta al servicio de la discriminación o del menoscabo de los derechos de grupos vulnerables. Es el caso de Alemania, por ejemplo, donde no se puede usar la libertad de expresión para hacer apología del nazismo, so pena de probar la cárcel.

En lo que toca a nuestro caso local, la petición del Oasis de san Juan de Dios A.C. es firme, pero conciliadora. Solicitan una disculpa por escrito. Nada más, pero nada menos. Es la negativa por parte del presbítero señalado lo que ha motivado que el Oasis acudiera a la CONAPRED y a la Secretaría de Gobernación. Todavía es tiempo de que la disculpa pública se ofrezca y este asunto termine dejándonos a todos, enseñanzas invaluables. A eso se le llamaba antiguamente prudencia, una de las virtudes menos comunes hoy día.

Insistir, escudándose en la libertad de expresión, en que los ministros religiosos pueden decir desde el púlpito lo que se les antoje, así sea promover la discriminación o incitar a la violencia, no solamente coloca a la iglesia del lado contrario al de su Fundador, que luchó contra todo tipo de exclusiones en su tiempo, sino que es, por decir lo menos, inconsecuente, dado que la iglesia católica no se ha caracterizado en su historia pasada y reciente por promover o respetar la libertad de expresión dentro de sus propias filas.

Colofón: Un empleado del Diario de Yucatán se ha comunicado conmigo por teléfono para pasarme un recado del Director de dicho rotativo. Me dice que no se tratan asuntos delicados (“que pueden herir susceptibilidades”, fue la expresión), como el de la homosexualidad, en los espacios editoriales a menos que provengan de autoridades oficiales de la iglesia católica. O es una disposición muy reciente, dado que yo he tratado el tema en muchas otras ocasiones en mi columna, o hay diversas pesas y medidas dentro de ese medio de comunicación, dado que otro presbítero, éste Legionario de Cristo, sigue tratando este tipo de temas sin ninguna cortapisa en la página editorial de la sección nacional-internacional. De cualquier manera, las razones justificadoras de la censura me parecen superficiales y, al menos para mí, absolutamente insuficientes.

Raúl H. Lugo Rodríguez

Iglesia y Sociedad

Razones de la salida del Diario de Yucatán

2 Jun , 2008  

Iglesia y sociedad 2 de junio de 2008

Raúl H. Lugo Rodríguez

Durante cerca de quince años he escrito semanalmente la columna “Iglesia y sociedad” en el Diario de Yucatán. Ha sido un espacio que, lunes a lunes, me ha servido de plataforma para posicionar temas de derechos humanos, para comentar asuntos eclesiales, para compartir inquietudes literarias… en fin, que durante quince años me ha servido como bitácora de largo viaje.

No obstante lo entrañable de esta prolongada experiencia, he tomado la decisión de dejar de escribir mi columna en el Diario de Yucatán. Debo reconocer que el equipo editorial del Diario ha sido, la mayor parte de las veces, respetuoso de los contenidos de lo que publico. Aun cuando mis opiniones coinciden muy poco con las posiciones que en cuestión de política, economía y moral sexual sostiene el Diario, siempre han respetado mi espacio y, salvo algunos cambios en la redacción de los títulos de los artículos (que casi siempre, desde mi óptica, les quedan peores a ellos que a mí), nunca han intervenido en los contenidos. Me honro, pues, de haber sido durante todo este tiempo una voz ‘fuera de coro’ en la página editorial de la sección local. Y creo que es un acierto del Diario, que abonó a favor de su apertura y credibilidad, el haberme sostenido el espacio durante tantos años.

En el pasado reciente, sin embargo, han dejado de publicarse dos artículos míos. Uno de ellos, el que debió ocupar las páginas de la edición del 14 de enero, y otro que debió haber sido publicado el pasado 12 de mayo. La temática de ambos artículos estaba relacionada con la cuestión de la homosexualidad. Como el artículo del 14 de enero era un cuento navideño de ribetes bíblicos, comprendí que no hubiera sido publicado: no solamente estaba un tanto fuera de tiempo, sino que era verdaderamente provocativo. Durante estos quince años he tratado en mi columna el tema de la homosexualidad en numerosas ocasiones, sin que ello hubiera recibido del Diario algún apercibimiento o reprensión. Es por eso que, aunque me hubiera gustado recibir alguna explicación del hecho, olvidé el incidente y envié otro artículo la semana siguiente sin más preocupación. El siguiente artículo fue puntualmente publicado el 21 de enero.

El artículo del 14 de mayo abordaba una efeméride establecida por la ONU y aprobada por el Congreso de la Unión: el día internacional de lucha contra la homofobia. Crítico, fundamentado, el artículo abordaba la necesidad de luchar contra los prejuicios que están a la raíz de las prácticas discriminatorias. No fue publicado sin que se me haya ofrecido explicación alguna. El martes 13 escribí solicitando una explicación. En la parte medular de mi mensaje al Diario señalaba yo: “Con sorpresa he visto que el artículo no ha sido publicado ni el lunes ni hoy, lo cual me extraña sobremanera. Ya en otra ocasión, en enero de este mismo año, había sucedió lo mismo y no recibí explicación ninguna de parte de los encargados editoriales, como lo requeriría la cortesía hacia un colaborador de tantos años. Pensando que tal artículo (que por otra parte era una pieza de ficción) era más provocativo de lo que la mesa editorial del Diario podía tolerar, comprendí y no solicité ninguna explicación sobre el hecho… Curiosamente, en ambas ocasiones se aborda desde ángulos distintos el tema de la homosexualidad… Espero que no sea esa la causa de estas omisiones que hasta ahora no me han sido explicadas. De ser así, me interesaría saberlo para decidir las providencias que tomaré… La única respuesta, después de más de tres semanas, ha sido el silencio.

Es posible que haya influido en la censura el hecho de que el artículo mencionara, calificándolas de patrañas, las terapias “reparadoras” que aseguran convertir a las personas homosexuales en heterosexuales. Sé que hay en Yucatán una congregación religiosa que defiende y promueve ese tipo de terapias. ¡Y no tengo ningún problema con que la posición del Diario se identifique más con la de dicha congregación que con la mía, faltaba más! Lo que me parece lamentable es que el Diario omita voluntariamente presentar las otras voces que, dentro de la misma iglesia católica, opinan diferente.

La censura y la descortesía a las que he hecho referencia me han llevado a tomar la decisión de publicar mi columna semanal en un portal abierto del espacio electrónico. De esta manera no tendrán mis opiniones que pasar por ningún tipo de aprobación más que la del lector/a directo, y no estaré sujeto a la buena voluntad de quien quiera publicarme. ¿Implica pérdidas la renuncia al espacio escrito en el Diario? Sin duda alguna. Ya se sabe que un buen porcentaje de la población no tiene acceso a la comunicación electrónica. Perderé, de manera irremediable, algunos lectores que me habían seguido a lo largo de estos años. Pero creo que finalmente las cuentas serán positivas, cuando menos en lo que toca a la libertad de expresión de quien esto escribe.

Así que aquí me encontrarán semana a semana. Para una mayor comprensión de lo que arriba afirmo, les comparto los dos artículos que el Diario tuvo a bien no publicar:

Cuento para despedir la navidad

Terapias para revertir la homosexualidad: una opinión crítica

Iglesia y Sociedad

El Día Internacional contra la Homofobia

1 Jun , 2008  

Iglesia y sociedad 12 de Mayo de 2008

Raúl H. Lugo Rodríguez

La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación define así en su artículo 4º: “Se entenderá por discriminación toda distinción, exclusión o restricción que, basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad, discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud, embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencia sexuales, estado civil o cualquier otra, tenga por efecto impedir o anular el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades de las personas”.

Le erradicación de la discriminación, sin embargo, requiere no solamente de leyes. La discriminación es una enfermedad social, un cáncer que corroe nuestra convivencia comunitaria. A veces da la impresión que todos llevamos un discriminador en nuestro interior, que solamente espera la oportunidad para salir de su letargo y envenenar el ambiente social en el que nos desenvolvemos. Y es que la discriminación está basada en prejuicios que sostienen un trato de menosprecio a ciertos tipos de personas consideradas no sólo distintas, sino inferiores. Dichos prejuicios, desde luego, no son reconocidos como tales, sino que son adoptados por quien discrimina como si fueran verdades naturales e incuestionables. Esto es lo que se conoce como “falacia discriminatoria”, que induce a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como lo que en realidad son: una construcción cultural. Es ésta la vía por la cual la discriminación encuentra su aceptación y su legitimidad. La mentalidad discriminatoria no sólo busca aislar o marginar a quien considera diferente, sino que, en la medida en que lo distinto parece representar una amenaza para sus propios valores y certidumbres, puede llegar al deseo de su aniquilamiento

Cuando en el año 2001 se estableció en nuestro país la Comisión Ciudadana de Estudios contra la Discriminación, reconocimos que uno de los siete tipos de discriminación más persistentes en nuestra sociedad mexicana era la discriminación por orientación sexual. Y es que, como afirma la Comisión en su informe, “Si la discriminación se cultiva frecuentemente sobre la base de juicios valorativos que tienden a descalificar aquello que se considera inadmisible desde el punto de vista de los estereotipos convencionales, podrá entenderse entonces que el campo de la sexualidad sea uno de los terrenos privilegiados sobre los que opera la moral discriminatoria”.

Probablemente no haya práctica discriminatoria que goce de mayor impunidad social que la homofobia o rechazo a las personas homosexuales y a la expresión de su identidad sexual. La gran mayoría de las personas homosexuales viven en silencio, sin poder expresar libremente su vida sexual y amorosa, obligados a vivir en simulación o con una doble vida. Debido a la estigmatización que padecen, son socialmente invisibles y están condenados a la clandestinidad. Sólo autoexcluyéndose pueden evitar la discriminación. De lo contrario, podrían verse sometidos a tratos injustos y arbitrarios que son justificados por el prejuicio moral que sostiene una frontera rígida entre lo que se considera normal y lo que es visto como patológico.

Desde el año de 2005 México ha reconocido, por acuerdo del Congreso de la Unión, el 17 de mayo como “Día contra la Homofobia”, uniéndose así a una iniciativa internacional de amplio alcance. Se celebra ese día para conmemorar que en esa misma fecha, pero en 1990, superando una etapa en la que los prejuicios históricos se habían impuesto a la ciencia y a la razón, la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales en la que nunca debió haber estado incluida.

El día contra la homofobia nos recuerda que todos y todas tenemos que trabajar por superar el conjunto de creencias, opiniones, actitudes y comportamientos que producen agresión, odio, desprecio y ridiculización hacia las personas homosexuales. Esto es más urgente en la medida que hoy están resurgiendo supuestas terapias “reparadoras”, desaconsejadas por las más prestigiadas instituciones psicológicas y psiquiátricas del mundo, que parten de la concepción de que la homosexualidad es una enfermedad que tiene que curarse. Patrañas como esas crecen amparadas por prejuicios de todo tipo, aunque la ciencia y el consenso social internacional vayan en otro sentido. Pero ya nos ocuparemos de ello en otra entrega.

Colofón: Quejas, muchas quejas he escuchado debido a la nueva normatividad municipal sobre los cementerios. Parece que de un plumazo han desaparecido las tumbas a perpetuidad y que los trámites testamentarios son tan engorrosos que terminan despojando a los herederos de las propiedades. ¿Y la obligación de favorecer una muerte digna para todos los ciudadanos y ciudadanas?

Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad

Cuento para despedir la navidad

31 May , 2008  

Iglesia y sociedad 14 de Enero de 2008

Raúl H. Lugo Rodríguez

Los textos de los evangelios de la infancia de Jesús han dado pie a muchas tradiciones orales y escritas. He recibido un hermoso cuento navideño escrito por mi amigo Santiago Fuentes. Desafortunadamente sus dimensiones rebasan el espacio de esta columna. Me permitiré, pues, hacer una síntesis del relato que nos ayude a despedir la navidad y esperar con ansias la próxima.

“Para los israelitas, y a pesar de que el rey David se había dedicado a esa labor, los pastores eran considerados escoria. Y entre los pastores de Belén, Isaac y Benjamín eran considerados la escoria de la escoria. Nadie les hablaba. Vivían en las afueras del pueblo. Tenían que cuidar su rebaño por separado. La gente procuraba no cruzarse con ellos en el camino, para evitar contaminarse. Sólo trataban con ellos en el mercado para adquirir sus corderos, que siempre eran los más sanos, los más gordos, y los más adecuados para los sacrificios rituales en el Templo de Jerusalén. Al principio, el rabino de Belén se sintió muy confundido. Lejos de castigarlos, el Altísimo los bendecía con el mejor rebaño del pueblo. Ninguno de sus corderos tenía manchas ni defectos. Cumplían con todo lo prescrito por la Ley. No podían utilizarlos, ya que Isaac y Benjamín los contaminaban con su pecado, pero eran los únicos dignos de ser llevados al altar de Jerusalén.

Tuvo que hacer un viaje a la capital para consultar el Sanedrín. Después de deliberar, el consejo le recordó que debido a la invasión romana ya no podía castigar a Isaac y Benjamín con la muerte, pero que sí podía aplicarles una sanción espiritual. Los pastores serían condenados al exilio, cual si fueran leprosos. Eso purificaría al pueblo, a los demás pastores y a los corderos que ellos criaban, por lo que podrían ser usados para el sacrificio. Al regresar a Belén, el rabino expulsó a Isaac y a Benjamín de la sinagoga y de la comunidad. Les exigió que salieran del pueblo, que vivieran lejos de los demás, como si tuvieran lepra, que nunca llevaran a sus ovejas a pastar en los campos donde lo hacían los otros pastores. Sólo podrían entrar al pueblo en los días de mercado para vender sus corderos, sin hablar de otra cosa con la gente que no fueran asuntos de compraventa. El pueblo respiró aliviado. No querían matar a los dos pastores como ordenaba la Ley, pero tampoco querían que el Todopoderoso los castigara como hizo con Sodoma y Gomorra por su pecado. Y es que Isaac y Benjamín convivían como una pareja de esposos, lo que de acuerdo a la Escritura era abominable a los ojos del Señor. La gente de Belén no entendía por qué el Cielo los premiaba con los mejores corderos.

Isaac y Benjamín aceptaron el castigo sin chistar. Amaban la Ley y los Profetas tanto como se amaban el uno al otro. No querían hacer daño a nadie con su amor. Construyeron una casita en las afueras, con un establo para sus animales y un huerto, y se dedicaron a cuidar sus ovejas. Algunos pensaron que la soledad y el ostracismo harían que se separaran. Pero como sólo se tenían el uno al otro, Isaac y Benjamín se unieron todavía más. Isaac estaba en la plenitud de su hombría. Las doncellas de Belén y de los poblados cercanos enviaron muchas veces a sus familias para arreglar el matrimonio, pero el pastor nunca se interesó. Cuando la gente se enteró de sus malas inclinaciones, pensó que su tez morena y fuerte, su cuerpo velludo y atlético como el de Esaú, se habían convertido en un desperdicio. Y a pesar del castigo, todos recordaban con nostalgia su bondadosa mirada y su generosidad con los más necesitados. Benjamín, en cambio, era hermoso como el joven David. Su rostro de niño, su cabellera rubia y rizada, su cuerpo delgado, lampiño y curtido por el trabajo, lo hicieron blanco de todas las miradas cuando llegó a Belén, como esclavo de un legionario romano. La gente se indignó cuando supieron las actividades a las que el romano obligaba a Benjamín.

Isaac se prendó de Benjamín en el instante en el que lo vio. Como diría la Escritura, Benjamín lo sedujo y él se dejó seducir. Su belleza lo enamoró, y las artes amatorias que el legionario le había enseñado lo volvieron loco. Benjamín, por su parte, descubrió la libertad, la protección y la dulzura de la vida cotidiana, y se entregó a Isaac como la doncella del Cantar de los Cantares.

La primera Nochebuena, Isaac se quedó en casa para esquilar algunas ovejas, mientras Benjamín llevaba el resto del rebaño a un valle pequeñito que los otros pastores aún no conocían. Cerca de la medianoche de aquella primera Nochebuena, alguien tocó a la puerta de la casita de Isaac y Benjamín. Eran un hombre muy atractivo, y una jovencita a punto de dar a luz, montada en una mula. El hombre le explicó a Isaac que era un artesano de Nazaret, que había venido a Belén para el censo, que no había encontrado alojamiento en el pueblo, y que apelaba a su misericordia para poder pasar la noche, y que su esposa pudiera parir bajo techo. Isaac le explicó que su choza era muy pequeña, pero que si no les importaba la incomodidad, podían quedarse en el establo. Después de todo, casi todo el rebaño estaba fuera. No quiso decirles que de entrar a su casita quedarían contaminados, pero tampoco quiso dejarlos sin ayuda.

Entrada la medianoche, Benjamín dormitaba junto a una fogata moribunda. Las ovejas pastaban con tranquilidad. De pronto, una luz cegadora iluminó el cielo. Benjamín se espabiló y contempló una multitud de seres que invadían el valle. Uno de ellos se le acercó. Benjamín se tiró al suelo, aterrado. Mientras tanto, otros pastores se asombraban del resplandor en el valle. Corrieron a ver de qué se trataba, y quedaron sin habla al mirar la multitud de seres en el cielo, y al otro, más refulgente que los demás, que hablaba con Benjamín. Cuando Benjamín regresó a casa con el resto del rebaño buscó a Isaac y juntos entraron con timidez al establo. José y María los recibieron con una gran sonrisa, y le ofrecieron al Niño. “No”, dijo Isaac. “Estamos contaminados”. “No puede estar contaminado lo que el Altísimo ha declarado limpio”, dijo María. Isaac tomó al Niño entre sus brazos. Benjamín le dio un beso. El Bebé les regaló su primera sonrisa.

Iglesia y Sociedad,Pascua

Pregón pascual 2008: el vendaval

24 Mar , 2008  

Como el viento impetuoso descrito por Álvarez Rendón en la más reciente de sus deliciosas crónicas, la resurrección me despeina hoy los cabellos, me revuelve las ideas, me acaricia las utopías, reverdece mi esperanza. La resurrección es la mejor noticia que he recibido en mi vida, y eso que voy que vuelo para los cincuenta. No hay definición que la explique, no hay texto que la contenga, no hay muerte que la resista. La resurrección es vino nuevo que no cabe en vasijas viejas y ¡ay! nuestro mundo a veces no es más que eso: una vasija antigua y destartalada.

La resurrección es un acto supremo de reivindicación. Dios resucitó a Jesús para mostrar que el proyecto que el maestro de Nazaret nos ofrecía era un proyecto divino, o lo que es lo mismo, conforme al original querer de Dios. Se equivocaron quienes lo torturaron y lo condenaron a la muerte de cruz. La causa de Jesús: la sociedad fraterna, la equidad entre todos los seres humanos, la convivencia basada en el respeto a las diferencias, revela un proyecto de ser humano y de sociedad en perfecta comunión: todas las personas dignas, libres, fraternas. Ese proyecto de Dios, y ésta es la revelación mayor del acontecimiento de la resurrección, no está condenado al fracaso ni es su destino la oscuridad de una tumba fría y oscura. Dios sacó a Jesús de la tumba para demostrar que la muerte no tendrá la última palabra, aunque desate sus fuerzas de caos y de destrucción. La última palabra, óiganme bien, la tiene la vida.

Por eso hoy más que nunca renuevo mi pregón de pascua. Lo pronuncio pensando en este país, que ya desde hace algunas décadas se nos viene deshaciendo entre las manos. Lo quisiera pronunciar, para que todos los escucharan, desde lo más alto de nuestra loma del sur, acaso desde Becanchén o Juntochac. Quiero que este canto vuele y llegue a todos los rincones, así de grande es mi alegría y de fuerte mi convencimiento. Yo te anuncio, adolorido país, que ha llegado el momento de tu libertad más plena.

Desde la oquedad más profunda de los cenotes mayas ya se escucha venir el viento de la libre determinación de los pueblos, de la equidad deseada y anunciada en las antiguas escrituras mayas. No será de las curules de los poderosos que vendrá la anhelada lluvia que regará la identidad de los hombres y mujeres mayas. Sus leyes no son más que vino agrio y descompuesto. La resurrección, en cambio, se gesta en las ocultas corrientes de cada gesto y cada lucha que conquista mayor autonomía, en Chactún y Kimbilá, en Maní y Chablekal, en Cisteil y Xocén. Florecerá, se los aseguro, más temprano que tarde, una tierra en la que ser maya no será ya sinónimo de desprecio y humillación, sino timbre de dignidad y gloria.

Viento de resurrección es también el que, en forma de torbellino arrollador, cruza de Colima a Veracruz y de Nuevo León a Guerrero. Lo soplan infinidad de mujeres levantadas en pie de testimonio. Construyen, como hormigas laboriosas, una nación en la que los varones nos veamos al fin liberados de nuestras enfermedades: de la ceguera del poder, de la parálisis del dinero, del demonio de la violencia. Una nación donde algún día podamos todos, varones y mujeres, sentarnos a compartir el pan de la igualdad en la misma mesa. Como tormenta de mil nombres, el viento de la equidad de género ha desnudado al rey: varón misógino, enano afectivo, cartera corrompida, puño derrotado.

Viento de vida nueva, huracán de resurrección, se cuela entre las viejas estructuras de un sistema en estado de putrefacción. Ha habido ya demasiada cruz. No habrá resurrección sin el desmantelamiento del lucro hecho sistema, de la explotación hecha ortodoxia económica, de la discriminación convertida en bando de buen gobierno. Hay viento de resurrección soplando en cada movimiento antisistémico, en el mundo otro que nace de las montañas del sureste mexicano, en cada esfuerzo organizativo que destierra al patrón, al dueño del capital, a la autoridad unipersonal e incontestable.

Finalmente, pero no al último, hay aires de resurrección en el abierto arcoiris de las diversidades, en cada pequeña conquista que permite a todas las personas vivir en plenitud, sin tener que avergonzarse de lo que son y de lo que creen: del color de su piel, de la lengua que hablan, de la orientación sexual que poseen, de su origen étnico, de la religión que profesan… Ya llega el día, y se acerca cada vez con mayor celeridad, en que no habrá ya discriminación ni discriminados.

El viento de la resurrección me ha despeinado el alma. No hay en ella cupo más que para la esperanza.

24 de marzo. Pascua de san Romero de América

Iglesia y Sociedad,Pascua

Pregón de pascua 2007

9 Abr , 2007  

9 de abril de 2007

Raúl H. Lugo Rodríguez

Hoy es día de fiesta. Día de recordar cuál es la medida con la que hemos sido cortados para siempre. Día de dignidad a toda prueba, de futuro hecho hoy, de algarabía. Vengo a anunciarles hoy con nuevos bríos que la resurrección es nuestro límite, horizonte esencial y siempre abierto, que no merece menos nuestra humana dignidad porque la última, la definitiva palabra que Dios ha pronunciado sobre nosotros ha sido vida, vida plena y abundante.

Atrás quedó la muerte, atrás las amenazas de los señores del dinero y de la guerra. Ha sido decretada la derrota de todos los invasores y sus Guantánamos de odio. El lucro y la venganza han sido declaradas basuras de la historia. Hoy huele a libertad definitiva, como huele el azahar en noches tibias, como huele la brisa en las mañanas frescas.

El sepulcro del que ayer colgaba de una cruz ha estallado de gloria. Una vida como la de Jesús, así de intensa en su entrega generosa, así de valiente frente a las amenazas de los poderosos, así de libre y plena en su relación con Dios, ha merecido la reivindicación final. Aunque el poder hecho religión, el sanedrín, lo condenó a muerte cruenta, Jesús ha resucitado y ha sido constituido la medida final, el ser humano perfecto, o lo que es lo mismo, pleno, en madurez total, completo y acabado. Él es nuestro destino.

La resurrección es hoy para nosotros, es cierto, solamente una promesa. No por desidia de Aquél que sacara a Jesús de su sepulcro, sino por la nuestra, la de aquellos que llevando indignamente el nombre de cristianos ya no nos indignamos frente a la pobreza y sus niños desnutridos, sino que la llamamos simplemente “efecto de la globalización”. La resurrección seguirá siendo promesa de lejanísima realización, mientras la justicia se resuelva en mazmorras de tortura y miedo y nosotros no digamos nada, mientras se criminalice la protesta y nosotros permanezcamos callados, mientras el mundo sea convertido en un gran mercado, sin lugar para la justicia y la gratuidad, y nosotros nos mantengamos impasibles, fríos, muertos de la peor muerte que es el miedo.

Porque la raíz de nuestra esperanza no es ningún “ismo” que se haya puesto de moda. La raíz de nuestra esperanza es Jesús de Nazaret, el muerto resucitado. Él no predicó ni leyes ni sistemas. Ni siquiera se predicó a sí mismo. Predicó el gobierno amoroso de Dios y puso las bases firmes para construirlo. No fue Jesús miembro de la aristocracia sacerdotal, ni escogió ser un violento revolucionario al estilo de los zelotas. No fue tampoco un devoto de normas moralistas ni se caracterizó por obedecer dictados de una tradición que marginaba a los débiles y a los incómodos. No fue un penitente y lo acusaron de comilón y borracho, amigo de prostitutas y gente de mal vivir.

Y, sin embargo, conoció a Dios más de cerca que el sumo sacerdote, fue más libre del mundo y sus dictados que cualquier asceta esclavo de ayunos y penitencias, fue más ético que los moralizadores fariseos y mucho, mucho más radical que los guerrilleros anti romanos de su época. Jesús de Nazaret rompió todos los moldes. Fue todo menos un conformista, un acomodado, un hombre del status quo. Anunció la presencia de Dios como una gracia, un regalo de amor dirigido a pobres y pecadores. Buscó siempre lo mejor para el ser humano, así le costara desafiar leyes y tradiciones, desafiar al templo y a sus ritos.

Jesús llevó el amor hasta su expresión máxima: la entrega de la propia vida. Amó y se relacionó con aquellos que el mundo llamaba pobres diablos, herejes y cismáticos, adúlteras y traidores, leprosos, niños y miserables. Amó a cada uno de manera distinta y les devolvió la dignidad arrebatada. El sanedrín y el gobernador romano decidieron eliminarlo, por rebelde a la ley de Moisés y a la ley del César, por rebelde a la opresión hecha poder político y religioso. Pero Dios no estuvo de acuerdo: aquél hombre que parecía dejado de la mano de Dios recibió una nueva vida, regalada para siempre, como reconocimiento a su manera de vivir y a su indomable rebeldía llevada al extremo de la aceptación de la muerte misma.

Eso les anuncio hoy, mi repetido y siempre nuevo pregón de pascua. En Jesús resucitado podemos encontrar una fuente inmarcesible de esperanza. De frente a la muerte y la derrota, a pesar de la soledad, la tristeza y del derecho corrompido, ha triunfado en Jesús la justicia suprema del amor. A la luz de este muerto resucitado, uncidos a su carro de victoria, podemos liberarnos de todos los poderes que nos deshumanizan. No es pequeño el reto al que nos enfrentamos ni sencilla la tarea que nos toca. Pero, les aseguro, del sepulcro vacío brota una alegría que nada ni nadie puede arrebatarnos. Lo demás, es lo de menos

Iglesia y Sociedad,Pascua

Pregón pascual 2006

17 Abr , 2006  

17 de Abril de 2006

Raúl H. Lugo Rodríguez

Hoy es quince de abril, ya son las once. Nunca la luna estuvo más radiante. Jamás su luz resplandeció en la noche con tal intensidad. Esta noche es noche que da día. Florida es esta pascua en primavera.

Ayer veíamos a un cordero triste, llevado brutalmente al matadero como un reo de muerte. Pero hoy la noche se viste de mañana. Abrimos nuestra risa y nuestro canto igual que un abanico. Si tenemos coraje, escucharemos cómo se mece en el viento una noticia, una ancestral noticia siempre nueva: la pascua es hoy victoria, Jesús es nuestra aurora amanecida en mitad de la noche, es su resurrección una promesa de vida nueva y de hermandad posible.

Pero la vida nueva no es asunto de futuros lejanos. He visto ya, con los ojos nublados por el llanto, dignos renacimientos. Algo distinto crece entre las sombras, igual que una semilla criolla entre transgénicos.

Frente a la canallada de los legisladores, que entregaron la patria a dos televisoras y vendieron su honra por un par de monedas, hay una radio oculta, marginal, clandestina, que toma su destino entre las manos y ocupa la frecuencia que una ley ilegítima le quita. Nunca la música tuvo notas tan claras ni las noticias fueron tan verdaderas. Cuando el pueblo despierta, no hay senado que valga. Crece la libertad como los hongos: eso es resurrección aquí y ahora.

Mariela vivía ayer en las márgenes del miedo. En la colonia Sambulá su casa era hogar de violencia. Ayer dijo ya basta: nunca más un amor que justifique golpes, palabras que lastimen o desprecios que hieran. Puede mirar ahora sin vergüenza los ojos de su prole. Ya no renunciará a ser ella misma por temor a una herida. Crece la dignidad como flor nueva: eso es resurrección aquí y ahora.

Ramiro habita en la crujía Equis. La cárcel es su casa desde hace siete años. Mira pasar la droga, veneno tolerado y promovido, sabe cuándo se vende, dónde y en qué momentos. No hay en estas paredes, húmedas y agrietadas, atisbos de esperanza. La violencia carcome los sentidos. La ausencia de programas se comprende: la droga es gran negocio que llena los bolsillos y mantiene quietos a los rebeldes. Ramiro habla en pasado: “fui adicto, dice, hace ya casi un año que me mantengo limpio; lo he logrado solito, a despecho de guardias y custodios; me acordé cuando, afuera, iba a sesión de alcohólicos: solamente por hoy, y así ha pasado el tiempo”. Crece la gallardía en la mazmorra: eso es resurrección aquí y ahora.

Podría multiplicarles los ejemplos, pero temo aburrirles. Bastaría abrir los ojos y notar que la resurrección llega cantando como lluvia temprana, como un anticipado chubasco refrescante. Se llama resistencia y ojos limpios, dignidad y trabajo y mariposa. Tiene por nombre libertad y esperanza, democracia de abajo y a la izquierda, autonomía, hermandad, luz multiforme. Viene rompiendo muros de ignominia y echando abajo leyes fraudulentas, tanto en París como en las avenidas de cada ciudad gringa, en las calles de una colonia al sur de Mérida o en una celda oscura del Cereso.

Mucho más que en un cambio de gobierno, yo creo en la resurrección.

Iglesia y Sociedad,Pascua

RESURRECCIÓN

28 Mar , 2005  

28 de marzo de 2005

Raúl H. Lugo Rodríguez

Cuando tengamos un sueño en la mirada
y la esperanza aquí entre las dos cejas,
y no hayamos perdido aún el gusto
de pensar que mañana, que algún día
se podrá sonreír yendo al trabajo,
y tener una casa,
y calzar a los hijos con zapatos
que no sean regalados.

Cuando en nuestro deseo tenga un puesto
-un lugar por derecho-
la mesa en la que todos nos sentemos
a compartir el pan y la alegría,
donde el poder no sea de unos pocos
y donde decidamos
que existan hospitales para todos,
y escuelas para todos,
y empleos para todos…
donde no hallemos tiempo para amar la tristeza,
ni encontremos lugar para las lágrimas.

Cuando creamos juntos que es posible
construir la sociedad a esta medida,
entonces no tendremos ya más miedo
de pronunciar tu nombre.
Y podremos decir alegremente
Resurrección con R de Romance,
de Ruiseñor y de Radicalismo
de Rosa, de Remedio y Romería,
de Reconciliación y de Respuesta,
Reino de Dios y Rostros sonrientes
y -por qué no decirlo-
R de Roma.

(Y es que en la misma letra
está también el lado de lo opuesto
-y la Resurrección sabrá acabarlo-:
r de reformismo y risotada,
de robo y de rapiña,
r de ricachón y de ratero
y de rapacidad,
de rastreros, de rapto, de rivales
y -por qué no decirlo-
r de roma)

Y cuando decidamos que te asientes
en las orillas de nuestra existencia
habremos dado un paso, sólo uno,
en la insomne carrera de la historia.
«No habrá resurrección –escuché un día–
hasta que cada uno haya aprendido
a vivir para el otro».

Y en esta iglesia en la que te quedaste
a mitad del camino,
en la iglesia del prolongado invierno,
en mi iglesia -ese cofre de misterio-
te harás presente un día.
Ojalá que la aurora nos encuentre
peleando de tu lado.
Ojalá no nos tome de sorpresa…

Iglesia y Sociedad

MITIN EN TLATELOLCO A LOS 26 AÑOS

3 Oct , 1994  

Al poeta, en su cumpleaños

ABAJO corre sangre
hundiéndose hasta el fondo, en las raíces,
en la piel de la plaza.

BARREN hoy las palabras los recuerdos.

COSTRAS negras
henchidas de memoria,
recuerdan el dolor.

CHACALES de uniforme verde olivo
mataron ansiedades imposibles
hervidas entre sol y tarde tibia.

¿DE dónde escapa el líquido vital,
ELIXIR siempre rojo de la vida?

FÉTIDO olor de acusación y muerte
dejó escapar la sangre derramada.

GIGANTES ángeles de la inocencia,
los muchachos caídos asemejan
héroes embravecidos en la arena.

HURACANES de amor, de rebeldía:
¿qué hacían a esa hora allá en la plaza
sino sembrar de muertes el futuro?

INAUGURAN las cruz y los calvarios,
caminan sin saberlo
al cadalso de piedra y de silencio.

JUGUETONES destinos
la muerte y sus conjuros.

KIOSQUITOS de banderas victoriosas
pululan por las calles
en recuerdo del mes del espectáculo,
de la patria, le llaman.
Sin embargo nos sobra tinte rojo:
en esta plaza faltan dos colores.

LASTIMADOS ayer por la barbarie,
las pendones no ondearon antes nunca
como en esta terraza,
en esta bulliciosa explanada,
en esta inmensidad de puño al viento.
MAÑANA será igual:
aquí estaremos,
pacientes en la lucha y el ensueño.

NINGÚN soldado podrá ya arrancarnos
la patria de la piel y de las venas.

ÑANDÚ fatal y derrotado cisne,
no podrá ya el gobierno con la vida,
con la perseverancia combativa,
con el sueño sellado.

OBSTACULIZARÁ la democracia,
la hará más lenta,
el fantasma del golpe y del garrote.
Pero nadie después de Tlatelolco
detendrá impunemente
el paso presuroso de la historia.

PARAÍSOS cercanos, conseguibles
por la hermandad de muchos y el coraje:
sueño roto en pedazos.
¡Plaza de los martirios clandestinos!
¡Templo donde el imperio ha masacrado
la inocencia que quiso en un otoño
parir la patria nueva!

QUE vibre la canción enardecida.
Un sollozo común une de nuevo
dos semillas de canto y de futuro:

RAMÓN de la Cañada y los caídos
El Ché y Tlatelolco,
Ernesto y los muchachos.

SUBIENDO aquí otra vez,
sobre estas ruinas,
en esta plaza de los sacrificios,
vendrá una aurora virgen.
¡No estamos derrotados!

TERQUEARÁ Tlatelolco días nuevos
de pan y leche fresca para todos.

UTOPÍAS bordadas de piñatas,
de paz y de sonrisas,
de justicia en capullo, de armonía…
¡El tiempo se ha cumplido!

VENCIENDO en esta hora perfumada
de música y magnolias,
ya viene la incontable caravana
del pueblo organizado.

XENOFOBIAS estériles,
teologías de muerte,
infantilismos zurdos, trasnochados,
murallas de pureza,
falsedad y egoísmo disfrazados,
quedarán como sombra en el olvido.

YA viene el mar con un nuevo bramido,
un rojo amanecer sin la vergüenza
de no estar a la altura de los sueños.

ZAHERIDAS multitudes
vienen por el camino
con el humor a tiempo y a destiempo,
con la procacidad a flor de rabia,
correteando en las calles,
sin miedo a la traición, miedo al casero,
miedo a la oscuridad que se nos cuela,
cual virus infeccioso, por la sangre:
tal es el sueño convertido en mitin,
la esperanza sentada en la pirámide.
¡Porque este octubre y cada dos de octubre
son puerta de otro Méjico!

Iglesia y Sociedad

VENGANZAS PERSONALES

1 Ago , 1994  

Cuando la revolución nicaragüense cumplió 10 años, hubo una gran concentración en la plaza principal de Managua. Muchos artistas de todo el continente fueron a felicitar a los nicaragüenses con cantos y poesías, que es la manera como acostumbran hablar los habitantes de ese pequeño país, llamado alguna vez por el obispo poeta, Monseñor Casaldáliga, «la niña de la honda». Pues bien, fue en esa plaza repleta de gentes y de sueños, en donde por vez primera se cantó una hermosa canción que reflejaba, a diez años de la victoria, el temple resistente de tantos hombres y mujeres que habían visto morir a sus mejores hijos e hijas a manos de la guardia asesina, y que abrigaban una particular percepción de la venganza.
«Venganza personal» era el título de aquella canción que se ha vuelto, al paso de los años y de los fracasos, de los reinicios y de las luchas contra gigantes, en símbolo de la generosidad de un pueblo y en ejemplo de respuesta cristiana a los problemas. No resisto la tentación de transcribir algunos de los más hermosos versos de la canción de la que hablamos: «Mi venganza personal será el derecho de tus hijos a la escuela y a las flores / mi venganza personal será entregarte este canto florecido sin temores / Mi venganza personal será mostrarte la verdad que hay en los ojos de mi pueblo: / implacable en el combate siempre ha sido el más firme y generoso en la victoria./ Mi venganza personal será decirte: / ‘buenos días’ sin mendigos en las calles / cuando en vez de encarcelarte te proponga que sacudas la tristeza de tus ojos / cuando vos, aplicador de la tortura ya no puedas levantar ni la mirada / mi venganza personal será entregarte estas manos que una vez vos maltrataste / sin lograr que abandonaran la ternura. / Y es que el pueblo fue el que más te odió / cuando el canto era el lenguaje de violencia / pero el pueblo hoy, bajo de su piel / rojo y negro tiene erguido el corazón».
He pensado mucho en esta canción en los últimos días, en estos aciagos tiempos de la patria nuestra. Las amenazas parecen crecer mientras más se acerca el tiempo de las elecciones. La multiplicación de las intimidaciones y de los atentados han hecho que yo también piense en una serie de «venganzas personales», a la manera de aquellos revolucionarios nicaragüenses, para poder proponerlas después de la victoria de los sueños.
Mi venganza personal será seguir en la lucha por la democracia, aunque las más oscuras fuerzas de la traición muevan los hilos de un trailer sin placas y pretendan arrollar, junto con un candidato, nuestro anhelo de alternancia democrática.
Mi venganza personal será abrir las puertas de mi comunidad y de mi corazón a aquellos que quisieron comprarme, a los que quisieron pasarme a las filas de los bien vestidos y decentes funcionarios de culto, a los que se compadecieron de mis alpargatas y de la austeridad de mi cuarto. Les abriré las puertas de mi comunidad y de mi corazón cuando la historia haya dictado su veredicto inapelable en favor de los más pequeños, y les enseñaré la generosidad de una pared desnuda y la hermosura de un pie bronceado por el sol y por la tierra.
Mi venganza personal será ofrecer un curso de defensa de los derechos humanos a quienes allanaron la casa de los jesuitas en Guerrero y ofrecerles mi ayuda para que nunca vean atropellado su derecho a reunirse pacíficamente y a opinar de manera diversa a las autoridades en turno. El Obispo de Guerrero recibirá también de mi parte el apoyo solidario que le negó a sus hermanos en la fe y en el ministerio.
Mi venganza personal será mostrar la frente limpia y la sonrisa amplia a la anónima voz que amenazó de muerte a mi amigo sacerdote en un teléfono que vomitaba sangre, y decirle que ya no habrá razón para que tenga miedo, porque mi amigo y yo defenderemos su vida con la fuerza de la ley y del derecho.
Mi venganza personal será no abandonar nunca esta trinchera en favor de la justicia y de la libertad para todos, de la pluralidad y de la igualdad ante la ley. Ofreceré mi mano amiga a quienes, desde el poder, hubieran querido quemar las mías, y mis escritos y mis palabras lanzadas a los vientos, y mis folletos y mis comunicaciones. Daré un órgano de comunicación a quienes quisieron colocarme una mordaza e imploraré una bendición para aquellos enemigos de la memoria que me maldijeron cuando tomé la pluma para no permitir que el dolor de la herida se olvidara.
«Cuando vos, aplicador de la tortura, ya no puedas levantar ni la mirada / mi venganza personal será entregarte estas manos que una vez vos maltrataste, sin lograr que abandonaran la ternura»