Iglesia y Sociedad

LA ESTABILIDAD SOCIAL EN PELIGRO

2 May , 1994  

Algunas noticias aparecidas en la prensa nacional en esta última semana son muy preocupantes. La creación de un organismo coordinador que agrupará bajo un solo mando a todos los órganos nacionales de seguridad ha recibido una casi unánime respuesta negativa de las fuerzas que trabajan por la democracia y el cambio social. «El miedo no anda en burro», dice el refrán. Los organismos civiles y los partidos de oposición tienen toda la razón del mundo al sospechar que un organismo de esta índole pueda fácilmente ser utilizado para la represión de la organización ciudadana y pueda caer en la tentación de actuar por encima de la ley y de las garantías constitucionales.
También la semana pasada nos enteramos de que han sido adquiridos (¿por el gobierno federal?) 18 vehículos provistos de cañones de agua y diseñados para dispersar manifestaciones y controlar desórdenes. Es difícil pensar que dichos vehículos blindados vayan a ser utilizados para regar las superficies desérticas del país o para dispersar alguna manifestación del partido oficial; la compra de estos vehículos parece tener destinatarios bien precisos. Cuando Sergio Aguayo, director de la Academia Mejicana de Derechos Humanos, supo de la compra afirmó, «Esta es una señal ominosa de que algo va a suceder. No me gusta»: certera síntesis de lo que una buena parte de los mejicanos habrán pensado al enterarse de la noticia.
Un tercer acontecimiento viene a sumarse a los dos anteriores: hay una creciente intimidación de parte de la secretaría de estado encargada de la seguridad nacional en contra de activistas de derechos humanos, miembros de organizaciones civiles y -en relación con la guerra de Chiapas- de gente de iglesia, laicos/as, religiosos/as y sacerdotes, comprometidos en la toma de conciencia de sus comunidades o que han manifestado su simpatía por la labor pastoral de la iglesia chiapaneca. Esta intimidación ha sido documentada y públicamente denunciada por la red nacional de organismos de derechos humanos «Todos los derechos para todos».
Una conclusión tentativa ante todos estos hechos es que el gobierno nacional se está preparando para enfrentar un proceso de desestabilización o un previsible estado de ingobernabilidad en la nación. El problema es que no sabemos quiénes son o serán los promotores de esa desestabilización o ingobernabilidad contra la cual el gobierno parece estarse preparando con tanta eficiencia.
Aunque lo normal sería pensar que el gobierno se prepara para combatir a enemigos de la paz y la tranquilidad del país que, lógicamente, se encuentran fuera de sus filas, algunos ciudadanos -yo entre ellos- estamos acostumbrados a que en Méjico las cosas suelen ocurrir al revés. Ya Breton afirmaba que nuestra patria es un país «surrealista». Y no hablo gratuitamente: que en las investigaciones acerca del asesinato del candidato del PRI a la presidencia, por ejemplo, estén ya implicados como presuntos responsables en algún grado, algunos de los encargados mismos de la seguridad del candidato, muestra que las cosas en nuestro país están más revueltas de lo que nos imaginamos.
La situación es delicada; la hora actual es, quizá, el momento político de mayor trascendencia desde el fin de la revolución mejicana. No se puede jugar con fuego. La posición de algunos comentaristas de radio y televisión plenamente identificados con la linea oficial que, con creciente insistencia, afirman a voz en cuello que el gobierno no debe tolerar más el desorden, aumenta más las sospechas de que -como dice Aguayo- «algo va a suceder». Tal vez nunca ha sido tan grande la responsabilidad del gobierno y de sus órganos de seguridad en la toma de decisiones, como en el período que culminará en el proceso electoral del 21 de agosto y en sus tiempos postelectorales. No se puede en estos momentos aventurar públicamente hipótesis que aumenten la confusión; no puedo -sin embargo- dejar de asentar aquí que, en mi humilde opinión, la creación de una «superpolicía», la compra de carros para reprimir manifestaciones públicas, y la intimidación de ciudadanos que realizan labores de toma de conciencia popular, no son medidas que ayuden a promover la estabilidad social y la gobernabilidad.
Desde hace algunos días, seis para ser exactos, he intensificado mi oración por esta atribulada patria en la que vivimos. Le he pedido a Dios que prive en esta hora la sensatez y la cordura y que todos, especialmente el gobierno del país, tengamos la valentía y la humildad necesarias para poner el bien de todos en primer lugar. He pedido también fortaleza y serenidad para aquellos que, desde las más diversas trincheras, han decidido colaborar para el florecimiento de una patria más justa, fraterna y democrática, y han apostado a este sueño («sin aval», como diría el poeta) hasta su propia seguridad personal. Le he pedido, por último, que la realidad desmienta mis sospechas. Nunca como ahora he deseado resultar solamente un falso profeta de catástrofes.

Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad

QUIERO VIVIR UN AÑO MÁS

3 Ene , 1994  

No sé si sea una oscilación patológica, pero no puedo dejar de reconocer que hay fechas y acontecimientos que me hacen pasar con bastante rapidez del pesimismo y la tristeza, a un optimismo irremediable. La temporada navideña, no sé por qué extrañas razones, me llena siempre de nostalgia: recuerdo a las personas a quienes la muerte me ha arrebatado y siento sus ausencias que no dejan de doler aunque pasen los años; recuerdo a los vivos que quisiera que estuvieran junto mí y que la distancia me arrebata irremediablemente; finalmente, cargo sobre los hombros la silenciosa y lacerante realidad de tantos hermanos y hermanas a quienes la sociedad -y la manera como ésta está organizada- no permite que pasen una navidad feliz. De manera que las fiestas navideñas siempre tienen para mí un cierto sabor de insatisfacción, de nostalgia inevitable, de alegría incompleta y, por esto mismo, agridulce.
El Año Nuevo, en cambio, representa para mí un ejercicio de higiene mental. Es tiempo de esperanza y de acción de gracias. Por eso, en este 1994 que inicia, quisiera dejar pública constancia de las cosas por las que creo que vale la pena vivir un año más.
Quiero vivir un año más porque 1993 me proporcionó la experiencia de la enfermedad y, con ella, la conciencia clara de que no tenemos la vida comprada, de que el tiempo se nos escapa de las manos sin sentirlo, y de que -como dice la canción- no podemos permitir que «la reseca muerte nos encuentre / vacíos y solos, sin haber hecho lo suficiente».
Quiero vivir un año más porque tengo aún que pagar una gran deuda de cariño y afecto a mi familia, a mis amigos y a todos los que en este año que termina estuvieron cerca de mí y me ofrecieron su alegría cuando yo estaba triste, su apoyo cuando yo estaba desanimado, su palabra de afectuosa advertencia cuando estuve a punto de equivocarme y su comprensión cuando, en efecto, me equivoqué.
Quiero vivir un año más porque trabajo en Tecoh, y allá el pueblo me ha enseñado a sobrevivir sin perder la alegría y la ternura; porque muchas personas del pueblo han dejado sus rostros y sus nombres, sus personas y sus sentimientos, grabados a sangre y fuego en mi alma; porque con ellos he aprendido a creer en Dios mejor y más fuertemente y a esperar contra toda esperanza; porque me han enriquecido con sus raíces indígenas y me han enseñado a amar la dulce lengua de los mayas; porque me han adoptado como hermano de camino y han soportado con inagotable paciencia mis incongruencias, animándome con cariño a superarlas.
Quiero vivir un año más porque el trabajo de defensa y promoción de los derechos humanos es un camino largo que he comenzado a transitar en la más hermosa de las compañías; porque todavía quedan muchas personas para quienes la dignidad es más importante y valiosa que un plato de lentejas, aunque éstas sean de oro de 24 quilates; porque todavía quedan gritos que no se escuchan, manos que no se aprietan con fuerza a otras manos, sueños que no se cumplen.
Quiero, en fín, vivir un año más porque, a pesar de mis desvaríos, no he podido arrancar de mis huesos el fuego del evangelio; porque no he terminado aún de luchar por que mi servicio a la comunidad no se convierta en un aburrido y degradante ejercicio burocrático; porque mantengo todavía las ganas de gastarme y desgastarme por merecer el nombre de cristiano.
Quiero vivir un año más porque Dios no ofrece oportunidades de balde y yo quiero aprovechar la que ahora me brinda.

Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad

BIENAVENTURANZAS NAVIDEÑAS

27 Dic , 1993  

Hace unos días recibí una hermosísima felicitación de navidad. Junto a la fotografía de un niño indígena recién nacido, deslumbraba un texto del profeta Zacarías: «Todavía te queda algo que anunciar: Yo te aseguro -dice el Señor- que en mi pueblo habrá abundancia de todo» (Zac 1,17).
Ha sido éste un año cargado de pesares. Como los pastores de las cercanías de Belén, también nosotros hemos trabajado toda la noche y nos parece que no amaneciera nunca. Como ellos, recibimos de repente la visita de los ángeles y el anuncio del Dios que se hace niño indefenso. Y nos acercamos con sigilo a la cuna de la ternura para encontrar en ella a la esperanza recién nacida.
¡Cuánta falta nos hace la esperanza! ¡Qué secos son sin ella nuestros días y qué árido nuestro camino! No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, pero hay noches en que he sentido el cansancio del mundo en mis espaldas, noches en que he apretado los dientes por la rabia y en las que he conocido la impotencia. Por eso me hace falta la esperanza, por eso quiero que el Dios débil del pesebre vuelva a nacer hoy y repita su anuncio de vida plena para todos.
La felicitación que recibí terminaba con un deseo navideño: «Hoy renovamos la esperanza, con la certeza de que Dios tiene la última y la única palabra: Jesús y su proyecto de Reino». Yo también quiero hoy renovar la esperanza. Creo que si los ángeles aparecieran súbitamente en Mérida volverían a proclamar bienaventurados a los hombres y mujeres de buena voluntad. Sus bienaventuranzas bien podrían ser las siguientes:

«Bienaventurados los que buscan la paz,
los que caminan en medio de la lluvia protestando,
los que llevan la frente siempre en alto,
los violentamente pacifistas: tercos para defender su dignidad.
Bienaventurados los que no se cansaron a medio camino,
los que en Umán lograron castigo para el culpable,
los que en Valladolid se organizaron,
los que en Catmís no cejan en sus luchas,
los maestros que aún gritan en la Plaza,
los que se duelen con el dolor de sus hermanos.
Bienaventurados los que luchan por la unidad,
los que no prohíben a sus hijos tener amigos indios,
los que por buscar mayor honestidad en la iglesia, en el estado y en el partido, son acusados de destruírlos,
lo que no confunden unidad con uniformidad
diálogo con discusión,
conflicto con división.
Bienaventurados los que defienden la amistad,
los que saben que una sola persona es una causa por la que vale morir,
los fuertes que ofrecen su hombro para el llanto ajeno,
los débiles que tienen lágrimas que compartir.
Bienaventurados los que no cierran su puerta a la esperanza,
los que, a pesar de todo, siguen firmes,
los que beben el cáliz de la rabia
y le guardan su espacio a la ternura,
los que apuestan todavía por el Reino
y desgastan su vida en realizarlo.

Estas y muchas más podrían ser las modernas bienaventuranzas navideñas, las variadas motivaciones de nuestra esperanza. A los ocho lectores de esta columna, si todavía están allí, les deseo fervientemente ser de estos bienaventurados, les anuncio de nuevo la esperanza.
Hace unos días recibí una hermosísima felicitación de navidad. Era de color verde.

Iglesia y Sociedad

LA VIRGEN DE GUADALUPE

20 Dic , 1993  

Una noticia bastante desagradable ha sido la de saber que se pretende usar la religiosidad popular como instrumento de chantaje político. La desafortunada declaración hecha la semana pasada por un líder sindical pone de manifiesto, por un lado, la prepotencia de quien se cree dueño de la voluntad de los trabajadores agremiados y, sin pudor ni respeto, habla en nombre de ellos sin consultarlos. Pero, al mismo tiempo, muestra el miedo que incuban en su corazón los poderosos, delante de una práctica religiosa que amenaza con «derribar a los potentados de sus tronos… y despedir a los ricos con las manos vacías».
Como acertadamente declaró Monseñor Castro Ruiz, yo también estoy seguro de que la mayoría de los taxistas no están de acuerdo con las declaraciones de su líder. Todavía más: estoy seguro de que muchos taxistas irán el día que les toca peregrinar al Santuario de la Virgen, en San Cristóbal, a pesar de las amenazas y chantajes a las que, seguramente, se verán sujetos.
A quienes no irán al santuario por mezquinos intereses, seguramente la sociedad les cobrará algún día la cuenta de sus acciones. A quienes no irán por conservar el trabajo que da pan a sus hijos, les comprendo y les animo en su resistencia silenciosa. A quienes, desafiando el uso pervertido del liderazgo sindical, irán a la peregrinación, así sea sin sus taxis y como incógnitos, les quiero compartir algunos fragmentos de la oración que el Movimiento Juvenil Parroquial de Tecoh promovió para uso de los antorchistas guadalupanos en este año.
MADRE NUESTRA DE GUADALUPE, SEÑORA DE AMÉRICA, AQUÍ A TUS PLANTAS VENIMOS TUS HIJOS PARA OFRECERTE ESTE ACTO DE HOMENAJE Y DE CARIÑO.
QUEREMOS QUE ESTA PEREGRINACIÓN NOS RECUERDE QUE SOMOS PARTE DE UN PUEBLO QUE VA CAMINANDO UNIDO HASTA DIOS. QUEREMOS QUE LA ANTORCHA QUE LLEVAMOS EN NUESTRAS MANOS SIMBOLICE LA FE QUE QUEREMOS CONSERVAR ENCENDIDA, DEFENDER Y TRANSMITIR A LOS DEMÁS.
TÚ, MADRE NUESTRA, HAS ESTADO SIEMPRE PRESENTE EN LOS MOMENTOS MAS DIFÍCILES DE NUESTRA PATRIA: CON EL CURA HIDALGO EN EL INICIO DE LA INDEPENDENCIA Y CON LAS FUERZAS DE ZAPATA EN LA LUCHA POR LA TIERRA, EN TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN. POR ESO TE PEDIMOS QUE ESTA PEREGRINACIÓN NOS AYUDE A PARTICIPAR MÁS EN LA LUCHA POR HACER DE ESTA PATRIA NUESTRA, UN LUGAR DONDE NO HAYA DISCRIMINACIÓN NI INJUSTICIA, DONDE SE ACABE LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO, DONDE TODOS PODAMOS SER IGUALES Y TENER LOS MISMOS DERECHOS. UNA PATRIA DONDE TODOS PONGAMOS NUESTRO GRANO DE ARENA PARA HACERLA UN LUGAR DIGNO PARA NOSOTROS Y PARA LAS FUTURAS GENERACIONES.
MADRE SANTÍSIMA DE GUADALUPE, TÚ ESCOGISTE A JUAN DIEGO COMO TU MENSAJERO. NO ESCOGISTE AL REY O AL OBISPO PARA LLEVAR TU MENSAJE, SINO A UN HUMILDE INDÍGENA CAMPESINO. CON ESO NOS MOSTRASTE QUE EL AMOR DE DIOS ESTÁ MÁS CERCA DE LOS POBRES Y DE LOS QUE SUFREN ABANDONO Y MARGINACIÓN. TE PEDIMOS QUE NOS DES FUERZAS PARA VALORAR EL TRABAJO DE NUESTROS HERMANOS CAMPESINOS Y NOS DES CARIÑO POR LA TIERRA QUE DIOS NOS DIO PARA QUE VIVIÉRAMOS TODOS FELICES. TE PEDIMOS QUE NOS AYUDES A ORGANIZARNOS PARA DESTERRAR DE ENTRE NOSOTROS LA MISERIA, LA EXPLOTACIÓN Y EL ABUSO DE LOS PODEROSOS. TE PEDIMOS QUE, EN MEDIO DE LOS PROBLEMAS POR LOS QUE PASAMOS, NUNCA PERDAMOS LA SONRISA NI EL BUEN ÁNIMO, NUNCA PERDAMOS LA PALABRA AMABLE NI LA TERNURA. AMÉN.
Creo que esta oración juvenil es una buena síntesis de devoción guadalupana y muestra con claridad cómo la piedad guadalupana lleva al cristiano a comprometerse con las mejores causas de su pueblo. Todo lo contrario de lo que el vergonzoso (y esperemos que fracasado) boicot de la directiva sindical de los taxistas persigue.

Iglesia y Sociedad

CONSEJERO DE GOBIERNO

13 Dic , 1993  

Yo siempre he sido bueno para los consejos. El afamadísimo franco-mejicano Joseph-Marie Córdoba Montoya, asesor de los asesores del Presidente Salinas de Gortari, debería participarme un poco de su extranjera suerte y darme un puestecito de Consejero Honorario de la República. Algunas recomendaciones interesantes podría darle este servidor al Presidente neoliberal que hoy nos gobierna.
Pero como no gozo de las simpatías de Córdoba Montoya (ni siquiera tiene el gusto de conocerme, ni yo a él), me conformaría con el cargo de Consejero (aquí sí: nada de honorario) del Gobierno de Yucatán, para poder desde ese lugar de servicio dar uno que otro consejito para ayudar a sacar a nuestro Estado de su abatimiento.
Podría dar, por ejemplo, unas cuantas ideas para hacer más creíbles los próximos comicios. En primer lugar recomendaría al gobierno tomarse unas buenas y obligadas vacaciones durante el proceso electoral, de manera que la sociedad civil y los partidos políticos organizara dicho proceso de principio a fin, y en caso de que la sociedad civil siguiera empeñada en hacerse fraude a sí misma, ya no tuviera pretextos para echarle la culpa al gobierno ni a la Comisión Federal de Electricidad.
Aconsejaría, además, que -en caso de paros laborales postelectorales- el gobierno participara dejando de trabajar. Así, los que nacimos y crecimos en las décadas del anarquismo, tendríamos la oportunidad de pasar algunos días al año saboreando un Yucatán sin autoridades legítimas, y gozaríamos al ver la frustración de quienes pensaban que, sin gobierno, Yucatán no seguiría en pie.
Recomendaría colocar de Procurador de Justicia a una persona con capacidad suficiente para idear una prisión especial para delincuentes electorales, cuyo proceso de readaptación contaría con el pedagógico paso a las celdas de algún líder sindical que les ofrecería a los presos, todos los días de la cadena perpetua, un kilo de carne a cambio de quedarse un tiempecito más en la cárcel.
Para no convertirme solamente en un consejero en asuntos de elecciones, podría idear algunas soluciones para otro tipo de problemas a los que cualquier gobierno bien nacido tendría que enfrentarse. Por ejemplo, recomendaría la formación de una comisión que vigilara el buen uso de los fondos del PRONASOL, PRODEZOHE, PROCAMPO y todos los nuevos PROES que pudieran surgir en un sexenio, para que los recursos ya no siguieran dedicándose a hacer escarpas sobre las que no se puede caminar, a menos que sea uno equilibrista y haya practicado algunos años en la cuerda floja, o parques infantiles en los que los niños acaban jugando con tubos, porque los columpios nunca llegaron.
Recomendaría también al gobierno apoyar deportivamente a los jóvenes, evitando que las asociaciones futbolísticas cobren tanto a quienes quieren jugar y elevando la calidad de los árbitros, para que griten menos y arbitreen más. Así podríamos volver a los memorables tiempos en que había pleitos apasionados entre los jugadores, dado que ahora sólo hay pleitos entre jugadores y árbitro, y eso desmerece el espectáculo.
Tengo algunos consejitos más guardados bajo la manga y que serían de gran utilidad para el gobierno: sobre el funcionamiento del CERESO, sobre la habilidad policíaca para conseguir confesiones, sobre cómo aplicar técnicas brasileñas en la solución del problema de los niños de la calle, sobre las múltiples ventajas de que la CFE continúe en manos del gobierno, y muchísimas brillantes ideas más. Es por eso que, desde esta popular tribuna, suplico a mis ocho lectores que apoyen mi autopostulación para Consejero Permanente del Gobierno del Estado de Yucatán.
El único problema es que no puedo aconsejarles a quién mandar sus cartas de apoyo. Los abogados de la anarquía estamos de luto ante tanta autoridad que hay en el Estado. A lo mejor en el próximo artículo puedo comunicarles con certeza a quién pueden mandarle las cartas de apoyo: si al Gobernador Constitucional, si a la Gobernadora ausente, si al Gobernador que despacha en Palacio, si al Gobernador electo o a la Gobernadora moral. Una disculpa por mi indecisión: tantos gobernadores causan confusión hasta en el mejor de los consejeros.

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LA RAÍZ DE MI ESPERANZA

6 Dic , 1993  

En solamente una semana hemos vivido en el Estado situaciones sorpresivas y decepcionantes. Muchas cosas han dejado a los yucatecos en un estado de consternación pocas veces visto: la frustrante experiencia de los comicios pasados, la posibilidad cierta de un enfrentamiento violento entre las principales partes en contienda, la renuncia de la titular del Poder Ejecutivo, las posteriores explicaciones que no explicaron nada, el manejo de los principios éticos y las lealtades a todos, menos al pueblo, la dolorosa constatación de la corrupción de todos los partidos y del pueblo mismo y tantas cosas más que nos han sumido en un anonadamiento sin parangón… y, al final, la pregunta del inicio: ¿qué está pasando en Yucatán?
Como un túnel sin salida, la avalancha de los acontecimientos nos coloca en el riesgo de perder el último y más preciado de los tesoros: la esperanza. ¿Con qué cara podremos mañana invitar de nuevo a la gente a votar? ¿Cómo no recordar los reproches que dirigimos a los que promovían el abstencionismo conciente y dejar de reconocer que les asistía, al menos, parte de razón? ¿Cómo devolver el ánimo perdido a esa enorme cantidad de ciudadanos que, sin el desahogo de los gritos en la plaza pública, tienen que morderse su rabia y llorar su impotencia?
Preparando una junta del Movimiento Familiar Cristiano, releí un texto evangélico que me hizo retornar a las raíces de la esperanza. Se trata del pasaje de San Juan en el que Jesucristo comparece ante Pilato. Me asombré al redescubrir a un hombre indefenso, semidesnudo y azotado, acusado públicamente y humillado, pero de pie, con la frente en alto, retando con su majestad de pobre al representante del máximo poder imperial de la época, armado solamente de la verdad y del anuncio de un Reino diferente a los de este mundo: Jesús, sangrientamente gallardo. Y del otro lado al poderoso, enfundado en sus trajes elegantes y en la investidura de su autoridad, pero temblando, temblando de miedo ante la presencia del subversivo de Nazaret: Pilato, poderosamente frágil.
En la escena se dibujan dos maneras de concebir la vida y la historia: el poder frente al no-poder. El resultado es paradójico: el indefenso que se planta como alternativa al poder ejercido como dominación porque no tiene nada que perder, y el poderoso que tiembla frente a la acusación personal y quemante de un hombre débil, pero que no tiene precio, que no está en venta.
Este texto, leído a la luz de los más recientes acontecimientos de nuestro Estado, me ha reabierto la puerta a la esperanza. Y me ha hecho comprender la equivocación que encierra pensar que la democracia se construye en el tiempo de las campañas electorales, o que el respeto a los derechos humanos se logra con el simple castigo de algún culpable que permanecía impune. No, la tarea es más larga y la empresa de mayores dimensiones. Se trata de transformarnos en personas nuevas, de trabajar callada y pacientemente por la abolición de la cultura de opresión y muerte, de asumir que el no-poder es el único horizonte que producirá el cambio cualitativo; se trata de acompañar al pueblo en el proceso de recuperación de su identidad y de su dignidad, de prestar nuestra humilde ayuda para que todos, un día, pudiendo abusar no lo hagamos, porque amamos a los débiles; habiendo recibido mayores conocimientos los pongamos al servicio de los otros, porque los apreciamos como personas; habiéndonos ganado el don de la autoridad hagamos de ella un servicio a los hermanos.
Y todas estas cosas del Reino, en las que estoy dispuesto a empeñar mi vida, mis capacidades, mi pasión y hasta mi muerte, no se agotan, ni siquiera se cumplen cabalmente, en la lucha por el poder. La tarea de construír un ser humano y una sociedad nuevos, realizada a la manera de Jesús, es decir, al lado y a partir de los más pequeños, de los indefensos y despreciados, de quienes, hasta hoy, venden su voto por hambre y su dignidad por un kilo de carne, al lado de los pobres sin eufemismos ni mistificaciones, esa tarea, digo, es mucho más grande que la trágica comedia de enredos a que ha conducido el reciente fraude electoral. La raíz de mi esperanza y de mi lucha está más allá y no puede ser derrotada en las urnas del voto no respetado. La raíz de mi esperanza está en Jesús, el indefenso de Galilea.

Iglesia y Sociedad

ACERCA DE MIS LECTORES

29 Nov , 1993  

-Para Roger y su equipo-

Todo mundo al que consulto acerca del contenido de mis artículos antes de escribirlos y publicarlos («todo mundo» son como cuatro personas, eso sí, de valiosísima opinión), me recomendó escribir acerca de las elecciones. «Salir los lunes en el Diario te da la oportunidad privilegiada de comentar la jornada cívica del domingo y criticarla a fondo», me comentó uno de mis consejeros favoritos; pero se equivocaba, dado que, normalmente, entrego estas colaboraciones desde el día viernes, lo que hacía imposible saber, a menos que uno tuviera cualidades de mago o de adivinador del futuro, lo que iba a suceder ayer domingo. Esas dotes adivinatorias se las reconozco a los partidos políticos en sus cierres de campaña (el PRI y el PAN saben siempre que van a ser los «triunfadores indiscutibles» y todos los demás partidos proclaman su certeza absoluta de convertirse en «la tercera fuerza política del estado»), pero debo reconocer públicamente que casi todos mis ensayos de adivinación política han resultado fallidos en el pasado reciente y remoto. Por ello, y por muchas razones más, decidí no escribir en esta ocasión acerca de las elecciones.
He estado pensando últimamente que, es probable que le falte a mis artículos mayor definición ideológica. Hace unos días, por ejemplo, un amigo me felicitó por el último artículo «comunista» que había escrito. Se refería a mis recientes comentarios acerca del neoliberalismo, tema por demás obsesivo en este servidor (y en más del 90% de los mejicanos que lo padece a la hora de los alimentos y en el momento de llevarse las manos a los bolsillos) y objeto de mis más arduas críticas y señalamientos. El comentario me sorprendió, especialmente porque se me hizo una hora después de que un familiar me había felicitado por mi más reciente artículo «panista», refiriéndose a la colaboración de la semana que acaba de pasar, sobre la participación de los sacerdotes en la política y no, desde luego, a mis comentarios sobre el neoliberalismo. Así que uno es comunista cuando habla de economía, y es panista cuando habla de política. Estas opiniones, que no dejan de ser cómicas y de humorismo involuntario, se parecen a aquella amenaza surrealista que, allá por mis rumbos, dieron en usar algunos políticos en la reciente campaña: que si el PAN ganaba las elecciones, se iba a implantar el comunismo en Yucatán. ¡Lo que son las cosas!
Lo cierto es que aquellas mis cuatro lectoras cautivas ya no son las únicas que leen esta columna: ahora hay como cuatro personas más. Este es ya un buen motivo para seguir escribiendo, aunque le llamen a uno panista y comunista simultáneamente. Claro que hay calificativos que honran y otros que humillan… pero en este caso particular vamos a dejar la clasificación de los adjetivos a la tendencia ideológica de mis ocho lectores. Así todos podremos seguir contentos y saludándonos fraternalmente.

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LOS CRISTIANOS Y EL NEOLIBERALISMO

15 Nov , 1993  

Muchos países de América Latina están pasando por el mismo proceso que se lleva a cabo en Méjico: el proceso, llamado eufemísticamente, de «modernización». Quienes todos los días escuchamos la radio o leemos la prensa, nos hemos acostumbrado a los titulares que proclaman la recuperación económica, la salida de la crisis, el despunte de las finanzas nacionales. Por momentos, llegamos hasta a creer que sólo es cuestión de tiempo para que el bienestar llegue a las mesas de los más pobres, y la mejoría económica se refleje en la canasta básica real a la que tiene acceso el ciudadano común y corriente.
Pero todo ese teatro bien armado se cae cuando nos enteramos que, en una reciente investigación de la UNAM, se ha descubierto que 33 familias poseen más del 27% del producto interno bruto, lo que quiere decir, en palabras menos complicadas, que menos de 40 familias acaparan más de la cuarta parte de la riqueza nacional. Y esto en un país de más de 80 millones de habitantes.
Esta tendencia a la concentración de la riqueza se ha producido en el actual sexenio. No nos engañemos: modernización ha significado entre nosotros favorecer la acumulación de la riqueza en pocas manos. Esto, y no otra cosa, han producido los seis años de gobierno que están por expirar.
Muy graves son los desafíos que esperan al próximo presidente de la república. Desde hace mucho tiempo, en El Salvador, se habla de la concentración de la propiedad de la tierra en manos de doce familias. Esta concentración dio lugar a una guerra civil de más de 11 años, que ha arrojado un saldo de más de 70 000 muertos. Esta violencia no ha terminado: mañana se cumplen 4 años del artero asesinato de 6 sacerdotes jesuitas y dos empleadas domésticas de la Universidad Centroamericana «Simeón Cañas» en San Salvador, y todavía nos siguen llegando noticias de la actividad de los escuadrones de la muerte. Ojalá en Méjico, aprendamos la lección de toda la violencia que puede desatarse por la imposición de un programa económico que estrangula las posibilidades de vida digna de la población.
No cabe duda que tienen razón los cristianos del Ecuador, agrupados en el Comité Nacional Permanente Mons. Leonidas Proaño, cuando afirman: «Consideramos que el neoliberalismo es la implementación extrema del capitalismo transnacional: el mundo entero convertido en un mercado al servicio del capital: el gran capital convertido en dios, frío y calculador, devorador de viudas y huérfanos…
«El neoliberalismo es marginación creciente de las grandes mayorías que sobramos. Para el pueblo, hay prohibición de vivir dignamente; para los niños, hay negación de ser atendidos por la red comunitaria; para los ancianos, recorte de prestaciones en la seguridad social; para los trabajadores, sueldos de hambre y despidos masivos… y por otro lado incremento de sueldos millonarios para los gobernantes.
«El neoliberalismo es una idolatría de muerte que genera muerte, es pecado social que genera pecado social. De ninguna manera podemos resignarnos a su ética de lobos; por eso optamos por sobrevivir dentro de este sistema como en el exilio, en estado de profecía permanente, denunciando los abusos y anunciando la liberación, con el claro compromiso de NO ACOMODARNOS A ESTE MUNDO por amor a la libertad y a la vida. Asumimos así la proclamación de María, mujer de Dios y del pueblo, en la necesidad de «colmar de pan a los hambrientos y a los ricos despedir vacíos…»
Un manifiesto ecuatoriano, pero una realidad continental. La carta podría haber sido firmada por cristianos de Méjico, y no resultaría desfasada de la realidad.
Muy graves desafíos tendrá que enfrentar el próximo presidente de la república: revertir la dinámica de concentración de la riqueza para distribuirla más equitativamente y abrir las puertas a la democracia tantas veces esperada, son solamente algunas de las citas ineludibles del futuro mandatario. No sé quién pueda ser la persona que dé la talla para una empresa de este tamaño. Lo que sí sé, es que el partido de Estado tiene que ponerse a reflexionar, muy, muy seriamente, en que por primera vez, en 1994, hay la posibilidad real de que la presidencia de la república no sea ganada necesariamente por su candidato.

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¡AY GUATEMALA…!

13 Sep , 1993  

Están aquí, muy cerca de nosotros. Son nuestros vecinos y valen tanto como los vecinos del norte. Su historia está plagada de fuego y de lluvia fresca, de batalla y de resistencia, de odio y amor, de muerte y vida, de dictadores y y de mártires, de guerra y de anhelos de paz.
Guatemala es una herida abierta en el cuerpo y el corazón de América Central y de todo el continente. Su sangre india es roja y mancha nuestros vestidos y nuestras conciencias. Su causa, que tendría que ser la nuestra, la causa de la paz y la justicia, del respeto al distinto y de la autodeterminación, ha dado al mundo uno de los premios nobel de la paz más significativos: Rigoberta Menchú; uno de los escritores más críticos y prolíficos: Luis Cardoza y Aragón; uno de los pintores de mayor colorido y expresividad: Carlos Mérida y, lo que es más importante, la causa de Guatemala nos ha legado un pueblo indígena orgulloso de sus raíces, heroico en la resistencia, valiente delante de los poderosos: un pueblo que merece vivir.
ARTURO: «De los hijos que tengo cuatro son míos y cinco recibí. Cuando me preguntan de quién los recibí, les contesto que de la comunidad. Es que nos han matado a muchos compañeros y sus hijos no pueden quedarse al garete. Cada uno de nosotros está levantando varios chamaquitos que se quedaron huérfanos por la guerra. Los niños son todos nuestros hijos, hijos del pueblo, hijos de la comunidad…»
MANUEL: «Esa noche la llevo grabada en el recuerdo. Llegué a la casa después de trabajar en el campo. El ejército había estado rondando desde la noche anterior, y todos estábamos muy preocupados y asustados. Los militares no se andan con cuentos: están adiestrados para matar y lo hacen con la mano en la cintura. Cuando entré en la casa me di cuenta de lo que había pasado: allí, tirados en un charco de sangre, estaban mi mujer y mis hijos, mi amor y mi tesoro más valioso, mi alegría y mis razones de vivir. Fui recogiendo uno a uno sus pedazos y tratando de reconocer en sus rostros desfigurados las sonrisas de mi esposa y de mis hijos. De pronto me di cuenta de que en el suelo, al lado de los cadáveres, estaba el arma asesina: un gigante machete ensangrentado. En ese momento sentí que la sangre se me subió a la cabeza. Tomé el machete y salí corriendo a buscar a los asesinos de mi familia; corrí más de una hora sin poder darles alcance. De repente, me detuve en seco: buscaba a los asesinos para descuartizarlos con el machete que llevaba en las manos. Entonces sentí vergüenza: empezaba yo a ser igual que ellos. Solté el machete y regresé a mi casa. Después de enterrar a mis familiares huí del país. En México estoy rehaciendo mi vida, mientras puedo retornar y aprendo a perdonar de corazón».
JUANITA: «Tuve ocho hijos. Cuando nos quemaron las casas para expulsarnos de nuestra tierra, tuvimos que venirnos para México. En el camino se me murieron tres varones y una mujercita. Al llegar a México ya tenía nueve hijos: a cambio de los cuatro muertos recibí cinco cuyos padres habían sido quemados por los soldados. Los recogí en el camino; no podemos dejar que ni uno solo de nuestros hijos muera, porque cada vida es importante y cada memoria ayuda a que recordemos todo lo que tuvimos que pasar cuando, ya otra vez en nuestras tierras, comencemos a construir la patria que merecemos todos…»
Están aquí, muy cerca de nosotros. Son nuestros vecinos y valen tanto como los vecinos del norte. Viven en Campeche y Chiapas. Por elemental sentido de humanidad, tenemos que sentir como nuestra su historia ensangrentada, tenemos que grabarnos en la carne sus sufrimientos y su esperanza. Tenemos que decirles, con Monseñor Casaldáliga, el obispo poeta, «amigos, hermanos de Guatemala, sean lúcidos, sean firmes, sobre todo, estén unidos. Sepan que el continente entero les acompaña. Son ustedes para nosotros como una señal, testigos de la liberación que se conquista, prueba de que nuestro Dios es verdaderamente un Dios liberador que sabe librar de la muerte…»

Iglesia y Sociedad

DIOS Y EL DINERO

23 Ago , 1993  

Tengo un amigo que cambió su vida al conocer a Jesucristo; de él escuché una vez este ejemplo que me llamó mucho la atención: «Nuestra vida es como una casa. Tiene muchos cuartos. Algunos de ellos están bien arreglados y listos para ser visitados por los demás; los mostramos con orgullo. Pero hay también otras partes de la casa que escondemos: el baño, la cocina, o algún cuarto de trebejos, no están nunca listos para ser visitados. Los escondemos porque nos avergüenzan. Siempre habrá un pretexto para mantenerlos así, y pasarán días, meses, años, sin que nos atrevamos a limpiarlos o a dejar entrar en ellos a alguien.
«Cuando yo conocí a Jesucristo -prosigue mi amigo- le abrí las puertas de mi casa; quise, sin embargo, reservarme aquellos cuartos sucios y vergonzantes. Lo dejé entrar a mi sala y a mi comedor, pero le prohibí la entrada al baño y a la cocina. Pronto comprendí que mi conversión no era otra cosa que una farsa. Si no era capaz de abrirle a Jesús todos los rincones de mi casa, mal podía llamarme cristiano. Entonces pasé por la experiencia de la humillación; hubo alguien a quien -por fin- le enseñé mis miserias. Y no me arrepiento… al fin y al cabo, la limpieza de esos cuartos se la debo a él. Ahora me esfuerzo por mantener mi casa limpia y sé, en lo profundo de mi corazón, que toda ella le pertenece a Jesús…»
Hasta aquí el ejemplo de mi amigo. Recurro a él porque algo similar puede decirse del campo de la conversión, ya no personal, sino social. Nuestra sociedad es una casa de muchos cuartos. Si pretendemos que esté animada por el espíritu cristiano, debemos dejar que los valores del evangelio la permeen totalmente. Es muy fácil ser cristiano en lo privado, pero vivir como si no hubiera Dios en lo público. No hay que olvidar que los torturadores suelen ir a Misa los domingos.
Uno de los cuartos de la vida social en el que casi nunca dejamos que entren los valores cristianos es la economía. Nos parece a veces que es un campo al que el evangelio no tiene nada qué decir. Es el engaño de la serpiente, la exclusión de Dios de nuestro horizonte, el secularismo que nos convierte en ateos prácticos. No estoy abogando por una economía CONFESIONAL, que se presente como abanderada de los valores evangélicos o de la civilización del amor. No. Me refiero a lo mismo a lo que el Papa Juan Pablo II se ha referido en sus cartas sociales (Laborem Exercens y Centessimus Annus) al hablar de PRIMACIA DEL HOMBRE SOBRE EL DINERO, DEL TRABAJO (trabajador) SOBRE EL CAPITAL. Es decir, que una economía cristiana no será la que se ostenta como tal, sino aquella que es capaz de organizarse en beneficio de todo el hombre y de todos los hombres.
Cuando, en cambio, la economía se rige solamente por las fuerzas de la oferta y la demanda, y el mercado se ve como una especie de dios al que hay que sacrificar todo. Cuando el desarrollo se identifica con crecimiento económico, independientemente de la distribución equitativa de los bienes entre los verdaderos creadores de la riqueza productiva, estamos de frente a un mostruo idolátrico que excluye la justicia y la fraternidad de la organización económica.
Este dejar la economía en manos de la competencia de los más fuertes o en manos de la oferta y la demanda, termina siempre por acumular de manera desmedida los bienes en manos de unos pocos; suprime la participación del comercio y de la industria en pequeño y termina por hacer una sociedad de asalariados, con una exigua minoría de potentados. A este fenómeno social, que excluye los valores de la fraternidad, la justicia, la compasión, del mundo de la producción económica, le llamamos NEOLIBERALISMO.
Es cierto que el NEOLIBERALISMO ha sido propuesto como alternativa a un modelo de organización económica que falló: el modelo de organización estatal al que durante algún tiempo llamamos SOCIALISMO REAL; también es cierto que la caída de los regímenes de la Europa Oriental ha hecho que el NEOLIBERALISMO aparezca como la única solución válida a los problemas de la producción de riqueza y de organización de la sociedad. Se dice, incluso, que el NEOLIBERALISMO no es más que la LIBERTAD en cuanto dinamismo económico.
Sin embargo, la realidad es cruda. En nuestro país, la cruzada neoliberal encabezada por el gobierno actual, ha significado mayor miseria para la mayoría de la gente. Es curioso escuchar hablar de una «recuperación económica» que se advierte sólo en las cifras oficiales y no en las mesas de las casas pobres: en ellas no hay recuperación ninguna. Asombra oír hablar de «apoyos productivos» y ver a Méjico convertirse en un país maquilador, de mano de obra barata. Un país en el que los ricos son cada vez más ricos, a costa de pobres cada vez más pobres. Incluso los más arduos defensores de que la libertad se identifica con el dominio de las fuerzas del mercado, dan marcha atrás cuando contemplan las consecuencias de miseria que trae la aplicación de los planes neoliberales. Surgen entonces los programas correctivos de asistencia social, de combate a la miseria. Y, con ellos, nos vuelve otra vez la duda: ¿no será que estamos creando los enfermos, y después les construímos los hospitales?
La caída del régimen soviético nos enseñó que la IGUALDAD es un ideal inalcanzable a no ser que se aplique por la fuerza, lo que implica despotismo. La actual avanzada del neoliberalismo nos enseña que, al menos en el campo económico, la LIBERTAD tiende a convertirse en tiranía de los más poderosos sobre los más débiles y que, por lo tanto, debe tener un límite. Como dice Octavio Paz, «el puente entre ambas es la fraternidad, la gran ausente de las sociedades democráticas capitalistas. La fraternidad es el valor que nos hace falta, el eje de una sociedad mejor» (Vuelta 195, pag. 28).
No habremos permitido, pues, la entrada de Jesucristo y sus valores al campo de la economía, mientras no organicemos la sociedad de manera que no sea productora de pobreza para las mayorías, sino de vida, y de vida abundante para todos.