Iglesia y Sociedad

El Papa en donde los estudiantes desaparecen

12 Feb , 2016  

Publicado en la edición de hoy (12/02/2016) de La Jornada Maya

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“Se acabó el carnaval”, dicen que dijo. Era el momento en que tenía que salir a presentarse ante el mundo. El encargado de la vestimenta le había provisto ya de la sotana blanca, tradicional atuendo del pontificado. Jorge Mario Bergoglio, en aquel momento ya Papa Francisco, rechazó con esa frase los singulares zapatos rojos que le ofrecían. Haciendo a un lado también otros atuendos, salió al balcón de la basílica de san Pedro y saludó a la multitud vestido sólo con la sotana blanca y refiriéndose a sí mismo como el Obispo de Roma. Se respiraba en el ambiente los aromas del cambio.

El primer Papa latinoamericano –primer Papa jesuita también– está ya cerca de cumplir tres años de ministerio. Elegido el 13 de marzo de 2013, Francisco no la ha tenido fácil. Resuelto a retomar los vientos de renovación del Concilio Vaticano II, ha emprendido un camino de reforma que le ha granjeado la simpatía de algunos sectores dentro de la iglesia y la enconada resistencia de otros. El núcleo de la reforma es el regreso al evangelio, a Jesús, a la identidad original de los creyentes. En esto, Francisco hace honor a su nombre, escogido por él en referencia al santo de Asís, el pobrecillo que dio a sus compañeros como única norma de vida el libro de los evangelios.

La resistencia a la reforma encuentra muchos tipos de expresión. Desde los portales electrónicos que vomitan su odio contra el Pontífice llamando a la desobediencia e invitando a reconocer como Papa legítimo al emérito Benedicto XVI, hasta el silencio de quienes, en importantes puestos dentro de la iglesia, han abandonado de repente su afición a citar al Papa a tiempo y a destiempo y se hacen a los desentendidos aun cuando las predicaciones del Pontífice en la capilla de Santa Martha parecieran ser alocuciones dirigidas directamente a ellos.

Entre nosotros, en México, el ejemplo mayor quizá de esta silenciosa y soterrada oposición a Francisco sea el desdén. Por primera vez en muchos años, solo para poner un ejemplo, un Papa propone un modelo distinto de santidad al elevar al altar como beato a Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Haciendo el tránsito de la piedad individual al compromiso con la justicia, de una iglesia encerrada en sus devociones a una iglesia compasiva con los pobres y crítica ante las estructuras que producen la pobreza, la beatificación de Romero en San Salvador era una ocasión propicia para acuerpar a los obispos en torno a la reforma de Francisco y su propuesta de iglesia abierta al cambio. La representación de obispos mexicanos en la misa de beatificación de Romero fue verdaderamente exigua: sólo se alcanzó a reconocer a don Raúl Vera, obispo de Saltillo. Una representación honrosa, es cierto, pero que no evitó la sensación de que una buena oportunidad había sido desperdiciada.

El Papa ha decidido aceptar la invitación de visitar México. Ya no es sorpresa que el Papa salga de sus fronteras. Inaugurada por Pablo VI y llevada a niveles apoteósicos por Juan Pablo II, la costumbre de viajar de los Papas se ha vuelto algo frecuente y permite al Pontífice y a los fieles encontrarse y alimentarse mutuamente. Ha escogido algunas sedes conflictivas para su comparecencia ante los fieles mexicanos: Morelia, capital de un estado con regiones sumidas desde hace lustros en altísimos niveles de violencia; Chiapas, un estado que simboliza el quiebre de un país que ha querido construirse a espaldas de su pasado indígena; Ecatepec y sus altísimos niveles de pobreza urbana y hacinamiento; Ciudad Juárez, capital de los feminicidios y espejo de la dolorosa realidad de la migración en nuestros tiempos… Todos ellos lugares que, en sí mismos, marcan el rumbo de las reflexiones que el papa hará sobre la problemática que aqueja a México y a nuestro continente.

A poco menos de un año después de haber publicado un documento de intenso vigor profético, la Encíclica sobre el Cuidado de la Casa Común, será interesante escuchar qué es lo que el Papa dice sobre la ecología en un país que, justo en estos días, está a punto de comenzar a formar parte de un tratado comercial que terminará por despojar a los pueblos indígenas del control de sus propias semillas, someterá las decisiones del país a tribunales comerciales internacionales y continuará con la promoción de la devastación ambiental propia de la economía extractivista. Será apasionante escuchar las palabras que Francisco dirigirá sobre la corrupción, en un país en el que los gobernadores que han desbancado los erarios de sus estados tienen que salir al extranjero para ser tocados con el pétalo de una rosa, mientras en México la justicia les condona todos sus abusos. Será aleccionador escuchar las palabras del sucesor de Pedro y su defensa de la vida en una nación en donde los estudiantes desaparecen así, como por arte de magia, y las instituciones encargadas de procurar y administrar justicia no son capaces de ofrecer ni siquiera una explicación plausible de los acontecimientos muchos meses después.

No es menor la expectativa. Queremos escucharte, Francisco.

Iglesia y Sociedad

El temblor del atole (cuento)

25 Ene , 2016  

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La mujer maya está sentada delante del Padre Zacarías. Tiene el cabello canoso y el rostro transido por un rictus de tristeza. Cuando la luz del sol vespertino le pega en la cara, de repente, su ceño se frunce y las arrugas que pacientemente se han formado a lo largo de setenta años parecen hacerse más profundas. No es una confesión, dice, solamente vengo a contarle cosas que desde hace muchos años no me dejan dormir en paz. Cada vez que me confieso siento que quiero decirlas, pero no me había atrevido hasta ahora que, no sé por qué, usted me inspiró confianza. Mientras ella habla, el padre Zacarías le contempla las manos callosas que, con cierta gracia y apacibilidad, descansan sobre el albo hipil. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y aún faltan quince minutos para que la Misa comience.

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Miguel termina de envolver el frijol. Entrega el envoltorio de papel de estraza a la clienta que le ha pedido medio kilo. Ve pasar, mientras recibe el dinero del pago, a doña Imelda, la esposa de Gumersindo, el que se fue a trabajar a la zona chiclera. Es un secreto a voces que doña Imelda, cargada de tres chamacos, no encuentra su esquina para sostenerlos. Gumersindo está lejos, trepado allá en los cerros de Tzucacab, y rara vez encuentra quien salga de la selva para mandar con él algo de dinero para Imelda y sus hijos. El sol está que parte piedras, ¿qué buscará doña Imelda dándole vueltas a la manzana? Ya van dos veces que Miguel la mira asomarse a la puerta de la tienda y seguir después de largo.

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Fili abre los ojitos. No es fácil despertarse a las seis de la mañana para irse a la escuela. Ayer anduvo corriendo mientras jugaba busca-busca. Cuando después de desperezarse termina de vestirse, siente que el estómago le punza de hambre. Ayer no cenó. Su madre se acerca a componerle el cuello de la camisa para que el remiendo no se le note. Aprovecha decirle que no hay nada para desayunar, pero que no se preocupen, que seguramente cuando regresen de la escuela les esperará algo sabroso, que ella va a conseguirlo durante la mañana. Fili se agarra de la mano de su hermano mayor y sale para la escuela. Las punzadas en la barriga no lo abandonarán durante todo el día.

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Doña Ausencia anda buscando el saco de las naranjas. No quiere que su marido la descubra. Al fin, en la puerta de la cocina, camino al patio trasero, encuentra el saco gris. Entre las frutas, amarillas y olorosas, doña Ausencia coloca rápidamente los dos kilos de arroz que compró en la tienda de la esquina, los esconde bajo algunas naranjas y cierra de nuevo el costal. No puede dejar de pensar en su amiga Imelda, sola con tres chamacos y con el Gumersindo que sabrá Dios por dónde anda. Mateo, el esposo de Ausencia, ha pasado también largas temporadas en los campos chicleros, así que Ausencia sabe bien lo que se siente no tener ni un bocado para llevar a la boca de los hijos. Mañana por la tarde llevaré el costal a la casa de Imelda, piensa para sí doña Ausencia, no creo que Mateo se moleste porque yo le lleve algunas frutas, al fin que aquí en el patio tenemos tanta…

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Fernando sale apresurado del salón. Fili ya debe andar desesperado porque hace casi media hora que terminó su clase y con el hambre que se carga el canijo… Mañana, Fernando tratará de buscarse algunos centavos. Es sábado, así que podrá preguntarle a don Eusebio si quiere que le desyerbe el patio, o a la señora huachita que vive en el centro si no desea que le lave la camioneta. Hace tanto tiempo que no ve a su papá y que anda sufriendo los apuros a causa de la falta de dinero, que Fernando no entiende por qué su mamá se empeña en que siga yendo a la escuela y no se decide a dejarlo trabajar. De todos modos, mientras va por su hermanito Fili, Fernando piensa que apenas termine el cuarto año se va a amachar con su mamá para que ésta le permita trabajar. Así, Fili podrá terminar toda la primaria completita. Cuando, a lo lejos, Fernando mira a Fili sentado en el banco, casi puede escuchar el chillido de sus tripas. ¿Ya nos vamos? pregunta el chiquito, mientras a Fernando se le hace un nudo en la garganta.

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Miguel aprovecha que en ese momento no hay ningún cliente en la tienda y se asoma a la puerta. Ya son tres veces que Imelda pasa delante de la puerta sin entrar. Apenas está llegando Miguel al umbral cuando Imelda aparece en el quicio de la esquina. Miguel la saluda y la invita a pasar a la tienda. Imelda entra con la cara enrojecida de vergüenza. No he podido conseguir la despensa que cada mes me entregaba el padrecito, susurra Imelda, por eso le vengo a suplicar que me venda usted dos kilos de maíz, yo le aseguro que apenas pueda le saldo todo lo que le debo, ya me avisaron que Gumersindo vendrá pronto para estar en la fiesta del pueblo… Miguel pasa detrás del mostrador y, mientras envuelve los dos kilos de maíz impide que Imelda siga con sus justificaciones metiéndole conversación acerca de los juegos mecánicos que han llegado ya para la feria de Santa María Magdalena, patrona de la población. ¿Ya los vio usted qué bonitos? Nomás que comiencen a funcionar me manda usted al Fili, ya ve que no tengo hijos, así que con mucho gusto lo llevaré a que se divierta en los juegos… ¡Y nada de pretextos! Ya sabe usted cómo quiero a ese chamaco inquieto, y no se preocupe por los dos kilos de maíz, yo se los voy a apuntar a su cuenta y ya me los pagará cuando don Gumersindo llegue. Imelda voltea a ver para otro lado porque descubre que los ojos se le llenan de lágrimas y no quiere que Miguel la vea llorar.

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La puerta está entreabierta. Doña Úrsula es la señora que cada mes entrega las despensas que la iglesia reparte entre las familias necesitadas. Desde hace varios meses Imelda se ha apuntado en la lista de las beneficiarias, casi todas ellas esposas de chicleros. Imelda no entiende por qué hoy el padre Alejandro le ha pedido que pase hasta su cuarto. Como no ha encontrado a doña Úrsula en la sacristía, Imelda supone que no ha podido venir hoy. Entonces entra al cuarto del padre Alejandro con cierta sensación de que pisa un lugar sagrado. El padre Alejandro se levanta de su escritorio para saludarla. Junto a la puerta se apilan las bolsas con las despensas. De pronto el padre Alejandro, después de cerrar la puerta, se acerca a Imelda más de lo acostumbrado. Imelda, asustada, siente el olor de su aliento y la mano del padre hurgando bajo su hipil. Estoy muy solo, Imelda, igual que tú… dice el padre hablando bajito. Imelda retira la mano que el padre ha colocado sobre su pecho y arrebatándose alcanza a decir, ¡ay no, padrecito, si yo solamente vine por la despensa! antes de salir corriendo. El padre solamente acierta a decir ‘regresa por tu despensa’ mientras mira a Imelda marcharse sin voltear atrás.

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Imelda escucha que llaman a la puerta. Son las nueve de la noche y prefiere abrir el postigo para ver quién llega a esa hora y qué es lo que se le ofrece. La sonriente cara de Ausencia aparece entre los barrotes e Imelda se apresura a abrirle. Cuando Imelda se escapó de su casa con Gumersindo, todas sus antiguas amigas le retiraron su amistad, todas menos Ausencia que, desafiando a su familia, no dejó nunca de tratar con Imelda y de visitarla. Cuando Ausencia entró a la casa lo hizo cargando un saquillo de naranjas. Ya sé que es muy tarde, pero aproveché que los juegos mecánicos acaban de comenzar a funcionar para llevar a los chamacos para que los vieran. Claro que no se podrán subir ahora, sino hasta el sábado que su papá de ellos me dé algo de dinero, pero aproveché que están embebidos con los juegos para venir a verte y traerte este regalito. Son naranjas de mi patio para que le hagas unos juguitos a tus chamacos… y adentro le puse dos kilos de arroz, dice Ausencia hablando bajito, como si quisiera ocultar una travesura. Imelda le cuenta rápidamente que ayer no pudo darle a sus hijos más que una taza de atole de maíz, y cuando siente que la voz está a punto de quebrársele, abraza a Ausencia mientras ésta le susurra al oído, ya llegará Gumersindo, ya verás, segurito que para la fiesta lo tendremos por aquí. Es que estoy muy endeudada con Miguel, el de la tienda, dice Imelda. Pero Ausencia le dice, estrechándola aún más fuerte, mira que ese Miguel sí que es una buena persona, de las que no hay muchas en este pueblo tan lleno de prejuicios y de falsedades. Y qué importa que digan que es un maricón, que ya está grande y no ha querido casarse, si lo que Dios ve es el tamañote de corazón que Miguel se carga en el pecho. Mientras a lo lejos escucha la música de la feria, Ausencia continúa acariciando la cabeza de Imelda hasta que ésta para de llorar.

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Fernando atraviesa la oficina de la iglesia que está vacía. Desde el campo de fútbol alcanzó a mirar a su mamá y, dejando el juego, vino para ayudarla. Seguramente viene por la despensa que regala el padrecito, piensa Fernando, y pide a sus amigos que haya cambio, que entre a jugar Papaya, que él ya tiene que irse. Un chamaco de rostro risueño se prepara para entrar a la cancha mientras grita, sólo porque me vas a dar chance de jugar no te doy un madrazo, ya te dije que no me gusta que me digan Papaya. Fernando se aleja del campo de juego rumbo a la iglesia, pero al llegar no encuentra a su mamá por ningún lado. De repente oye el ruido de unos pasos que se alejan corriendo y alcanza a ver la espalda de su mamá que camina rápido, como si hubiera visto a un fantasma. Fernando quiere seguirla cuando escucha un sonido que no alcanza a distinguir. Viene del cuarto del padre Alejandro. ¿Será que este mes no alcanzó para las despensas? piensa Fernando mientras se acerca a la puerta del cuarto. De pronto se para en seco: lo que escucha es el ruido de un chicote. Sigiloso, Fernando se sube en un pretil alto y delgado para asomarse por la ventana del Padre Alejandro. No entiende lo que mira: el padrecito está hincado delante de un crucifijo, tiene la parte superior de la sotana abierta y las mangas le caen por la cintura. La espalda desnuda del padre está llena de marcas. Antes de caerse del pretil, Fernando alcanza a ver cómo el padre dirige el latigazo a su espalda ya enrojecida. El ruido de la caída de Fernando es apagado por el chasquido del látigo. Fernando se va corriendo lleno de miedo de que alguien pueda descubrirlo espiando. Mientras escapa, Fernando piensa que ni de loco se metería de padrecito, y entre jadeos se jura a sí mismo que no contará a nadie lo que acaba de ver.

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Ay padrecito, ya estará usted aburrido de tanta pena que vine a contarle. Gracias a Dios son cosas del pasado. Pero nada me quita de la mente aquel día en que Miguel, el de la tienda, me dio aquellos dos kilos de maíz. Había yo salido con sólo diez centavos en la bolsa. No había nada que se pudiera comprar con tan poquito dinero. Cuando andaba pensando angustiada qué iba a hacer para darle algo de comer a Fernando y a Fili cuando regresaran de la escuela, escuché las campanadas de la iglesia. Ya había tenido aquella mala experiencia con el padre Alejandro, pero no le guardé rencor al pobrecito… estaba tan solo el pobre…, además, no era tiempo de repartición de despensas… el caso es que me metí a la iglesia cuando ya iba a comenzar la santa Misa. Por un momento pude olvidar la angustia que me cerraba la garganta, de manera que cuando pasó la Úrsula para hacer la colecta, no dudé ni un segundo en poner en la canasta los diez centavos que llevaba. Al fin que nada se podía comprar con ello. Fueron diez centavos entregados a Dios por una hora de tranquilidad. Pero cuando salí de la iglesia, estaba sin un solo centavo. Si no hubiera sido por la generosidad de aquel don Miguel… seguro que usted no lo conoció padrecito, era un muchacho muy bien parecido que quién sabe por qué no se casó y que hace algunos años murió de una extraña enfermedad… bueno, fue su generosidad la que me salvó aquel día.

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Gumersindo pasa lentamente los ojos sobre las casas de su pueblo. Le parece que todo ha cambiado. No está arrepentido de haber pasado tanto tiempo en tierra de chicleros. Dios sabe que no había otro remedio, con lo difícil que está encontrar una manera decente de ganarse el pan. Le duele no haber visto algunos de los mejores momentos de Fernando y de Fili. Cuando Gumersindo se fue a los montes de Tzucacab, Fili no caminaba todavía y hoy está ya en tercero de primaria. Y Fernando… tan chambeador como su papá, ya anda comenzando la secundaria. Y todo por la bendita terquedad de su mamá, que prefirió ver cómo hacerle, pero que no permitió que Fernando dejara la escuela. Después de rechazar la cuarta cerveza que su amigo le ofrece, ‘no seas culero Gumersindo, si tienes a tu vieja como reina, te mereces un momento de respiro’, Gumersindo siente que el corazón se le estruja cuando piensa todas las veces en que Imelda tuvo que salir del paso sin dinero. Se despide del amigo insistente, se levanta de la mesa de la cantina y toma el camino a su casa. No volverá a irse otra vez.

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Corrí hasta la casa, padrecito. Eran ya las nueve de la mañana. No quedaba mucho tiempo antes de que los chamacos regresaran de la escuela. Puse a cocer el nixtamal y mientras se enfriaba corrí a pedir prestado el molino de mano que tiene Ausencia… sí padre, la misma Ausencia que ahora es ministra de la Eucaristía… ¡Ay Dios, nos conocemos desde niñas…! Entonces molí el nixtamal y preparé atole. Cuando los niños llegaron estaba yo terminando de servir las tazas. Puse también en el comal unas tortillas. Cuando Fili tomó, con las manos temblorosas del hambre, los primeros sorbos del atole, yo sentí que se me partió el corazón. ¿Por qué lloras mamá? Si está muy bueno el atole y las tortillas están muy sabrosas… Cállate, replicó Fernando a su hermanito, y tómate tu atole despacio, que te vas a atragantar. ¡Ay padre! Fue un día terrible. Hubo muchas veces más en que el hambre tocó a las puertas de nuestra casa, pero esa imagen de Fili con el atole temblando entre sus manos al recibirlo como primer alimento del día todavía tiene el poder de revolverme las entrañas. Gumersindo ya está aquí, es cierto, y que las cosas han mejorado también es cierto, pero… ¡Ay padrecito, es terrible la pobreza! Disculpe que yo le cuente estas cosas, pero con alguien tenía que desahogarme. Y ya le dejo en paz, porque ya es hora de que salga usted a la Misa.

Iglesia y Sociedad,U Yits Ka'an

Oración Kaqchikel

12 Ene , 2016  

Imagen de @aleserrano

Imagen de @aleserrano

Para José Ángel Koyoc, con afecto

El altar está en el centro de la asamblea. Es redondo, como el planeta. Está equilibrado, como el universo mismo. Hemos construido entre todos/as este altar. Hemos traído flores, frutas, plantas medicinales, plantas comestibles, productos cultivados en cada una de las regiones de quienes estamos participando en esta oración Kaqchikel.

Tinita resplandece en su atuendo maya. Inicia la oración explicándonos por qué el altar es como es, de qué manera está el universo todo representado en el altar: plantas, animales y la humanidad entera. Todo es un canto de acción de gracias universal a Aquél, Aquélla, que es el Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra.

El día es propicio. En el calendario maya quiché es el 13 Ix, día para sentir, percibir y contemplar la energía y la fuerza vital de la Madre Tierra. Es día propicio para interiorizar la fuerza de la sabiduría, de la astucia en el trato con los demás y con la naturaleza toda.

Terminada la introducción nos colocamos todos/as en torno al altar. En cada uno de los cuatro rumbos (Lajk’in, Chik’in, Xaman y Nojol) hay un recipiente con agua. El altar representa el cruce de la realidad divina y la humana, del Corazón del Cielo y del Corazón de la Tierra. De oriente a occidente va el camino de Dios. Del norte al sur va el camino del ser humano. En el centro, las dos realidades se encuentran, se entrecruzan, conviven. El altar es un icono de nuestra relación con Dios.

Comenzamos mirando hacia el oriente. Encendemos la vela de color rojo, color del nacimiento de la vida. Mirando todos/as hacia donde sale el sol, contemplamos la naturaleza toda como una obra de vida, como brotes de esperanza. Todos los días la naturaleza nace. Todos los días tenemos nuevos retoños. Una persona enciende la vela roja que mira al oriente. Coloca algunas plantas medicinales como ofrenda. Dirige una oración emocionada de acción de gracias por el nacimiento, hace veinte años, de la Escuela U Yits Ka’an, por sus muchos brotes, por la dispersión de su semilla en los cuatro rumbos de la península, por su extensión hasta otras latitudes: Japón, Alemania, Colombia… pero sobre todo por los hijos e hijas que la Escuela va sembrando en todo el territorio maya. Hacemos todos/as una reverencia profunda hacia el oriente para agradecer la vida que nace.

Nos volteamos todos/as hacia el poniente, lugar donde se esconde el sol, donde Dios descansa. En silencio hacemos memoria de nuestros momentos de dificultad, de incertidumbre, de muerte, de lucha, los momentos difíciles que nos han ayudado a mejorar y a ir cambiando nuestro ritmo y nuestro estilo de vida. Para vivir se necesita morir. Alguien enciende la vela negra que mira hacia el poniente. Coloca las semillas que guardan la vida, pero que solamente la entregarán cuando mueran debajo de la tierra. Dirige una oración para agradecer las dificultades por las que ha pasado la Escuela en estos veinte años: las incomprensiones y los desprecios, los tropiezos que nos han hecho crecer. La oración tiene aire de esperanza: 20 años de dificultades nos confirman en este camino, nos hacen sentir que no andamos tan perdidos, que nuestro rumbo es cierto. Hacemos todos/as un profunda reverencia hacia el poniente, para agradecer los obstáculos que nos han hecho madurar.

Nos volteamos todos/as hacia el norte, lugar que nos recuerda nuestros orígenes, nuestras raíces, las abuelas y a abuelos que nos han precedido y a quienes les debemos rumbo. Hacemos memoria agradecida por todos los dones recibidos de la cultura en la que hemos nacido, de la herencia sagrada que nos han transmitido. Recordamos las generaciones que nos anteceden y que han cuidado amorosamente nuestra comunidad, nuestra milpa, nuestras montañas, nuestros bosques y nuestros manantiales y cenotes. Una persona enciende la vela blanca y coloca una ofrenda de frutas que comparten con nosotros su olor, su color y su sabor. Dirige una oración de agradecimiento por las abuelas y los abuelos con quienes estamos en impagable deuda. Agradece a las y los primeros fundadores de la Escuela, primeros alumnos, primeros promotores. Su testimonio sigue animándonos, sea el de quienes aún viven, sea de quienes, ya muertos, guardamos en nuestra memoria colectiva. Desgranamos en el silencio de nuestro corazón esa lista de nombres de quienes nos han precedido. Hacemos una reverencia profunda hacia el norte, lugar de nuestros ancestros.

Nos volteamos todos/as hacia el sur, lugar que nos refiere a los retoños, a las niñas y niños, a las y los jóvenes de nuestras comunidades, aquellos a quienes debemos una herencia de vida digna, de alimento sano, de vida armónica y feliz. Mirando al sur recorremos con la mente a las nuevas generaciones de nuestros pueblos, en cuyos corazones tenemos que sembrar la búsqueda de alternativas, a quienes les debemos eso que ahora llaman “justicia intergeneracional”, es decir, justicia para las generaciones venideras que también tienen derecho a disfrutar de este planeta cuando los que ahora rezamos ya no estemos en él. Una persona enciende la vela de color amarillo y coloca una ofrenda de coloridas flores. Su aroma se extiende por todo el recinto y sus colores llenan de vivacidad el altar. Son la promesa del fruto futuro. Hacemos una oración por nuestros niños y niñas, por nuestros/as adolescentes y jóvenes. Nos comprometemos en el silencio de nuestro corazón a no defraudarlos, a dejarles cimientos firmes frente a un mundo que se desmorona. Hacemos una profunda reverencia hacia el sur, lugar de los retoños.

Nos colocamos mirando hacia el centro del altar, en el cruce de lo humano y lo divino, de Dios Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra. Una persona coloca en el centro del altar la ofrenda de una jícara del agua que da vida y enciende la vela azul. Da gracias a Mamá Papá Dios por su presencia, por su aliento que sentimos en el viento que nos roza, por su voz que oímos en el murmullo de las hojas y en el canto de los pájaros, por su caricia que experimentamos en la lluvia que moja nuestros campos. Agradece a Dios, Corazón del Cielo. Otra persona coloca en el centro del altar la ofrenda del incienso y enciende la vela azul. El humo del copal se dirige de la tierra al cielo y su perfume nos invade y nos subyuga. Dirige una oración para agradecer por la tierra que es acariciada por nuestros pies. Pide la gracia de no perder nunca el piso, la dirección, el rumbo. Lamenta en desastre que hemos hecho con la Madre Naturaleza y ofrece el compromiso de las hijas e hijos de U Yits Ka’an de trabajar para sanar la Tierra de sus heridas. Agradece a Dios, Corazón de la Tierra. Hacemos todos/as una reverencia profunda hacia el centro del altar.

Para terminar Tinita nos invita a tomar todos una vela y sembrarla dentro de uno de los cuatro recipientes de agua que marcan cada rumbo en el altar, aquel rumbo al que se incline nuestro corazón, que sintonice más con la experiencia que estamos viviendo ahora. Se reparten las candelas y cada uno, cada una, siembran su vela y se arrodillan para besar el altar. De rodillas ante el altar yo rehago mi compromiso, renuevo mi entrega. Terminamos danzando todos en círculo alrededor del altar. Nuestros pies acarician a la Madre Tierra mientras la música kaqchikel inunda el ambiente. Es el momento cumbre en que todo el cuerpo ora, no importa si sabemos bailar o no.

Al terminar la danza, Tinita nos invita a hacer una última reverencia saludando a Dios y a reverenciarnos unos a otros inclinándonos frente al que está a nuestro lado derecho y a nuestro lado izquierdo. Después todos nos damos un abrazo. Yo termino esta Eucaristía Caqchikel con el corazón henchido. No me hace falta nada más: tengo combustible para otros veinte años.

Iglesia y Sociedad,U Yits Ka'an

U Yits Ka’an: 20 años de sembrar vida digna

8 Ene , 2016  

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El 11 de enero de 2016 se cumplen 20 años de existencia de la Escuela de Agricultura Ecológica ‘U Yits Ka’an’: Un katún de caminar junto a las y los campesinos mayas de la península de Yucatán para promover la producción de alimentos limpios, para fortalecer la soberanía alimentaria de las familias y los pueblos, para hacer crecer la conciencia ecológica, para construir oportunidades de vida digna para cientos de familias mayas.

No dejo de agradecerle a Dios por haberme llamado a participar de este trabajo. Mis aprendizajes al lado de las familias campesinas son innumerables. Es una fortuna inmerecida haber encontrado en mi camino esta manera inusual de vivir el ministerio de presbítero y abrevar de la sabiduría de los pueblos originarios. La bendición ha sido, debo reconocerlo, por partida doble: trabajar en el equipo de derechos humanos Indignación AC, organización que este año cumplirá 25 años, complementa a la perfección las dos aristas que han marcado mi vida: promover la producción de alimentos sanos y la conciencia ecológica, por un lado, y promover y defender los derechos humanos del pueblo maya, por el otro, apuntando de manera inequívoca a la construcción de su autonomía y su libre determinación. No puedo más que agradecer esta acción de la Gracia de Dios en mi vida.

Son muchos los sentimientos que se me agolpan en estas fechas. Por eso no diré aquí nada nuevo. Repetiré, mejor, un texto que ya les habia compartido en este mismo sitio: las palabras de bienvenida que dirigiera yo a las y los campesinos reunidos en la sede central de Maní en el más reciente Intercambio de Saberes, Semillas, Animales e Instrumentos de Labranza, en abril de 2015, en su quinta edición marcada por el entonces reciente fallecimiento del entrañable escritor uruguayo Eduardo Galeano. Quizás este breve discurso me permita compartir el nudo de emoción que hoy llena mi garganta.

“Bienvenidas y bienvenidos a nuestro quinto intercambio de saberes y semillas. La familia U Yits Ka’an está de fiesta y nos alegramos porque estamos juntos y juntas hoy, como todos los años, quienes creemos que el futuro de nuestra alimentación debe estar en nuestras manos y no en aquellas de las compañías transnacionales que quieren adueñarse de la industria alimentaria.

“Este encuentro lo dedicamos, desde lo más hondo de nuestros corazones, a recordar a Eduardo Galeano, el uruguayo universal recientemente fallecido que visitó esta escuela en el año de 2010 y cuya palabra resuena todavía en este patio central. Galeano es un personaje raro, como un mago, un brujo que adivinaba nuestros pensamientos colectivos y los pasaba al papel. A Galeano le apasionaba el medio ambiente. Por eso se sintió en su casa cuando visitó esta escuela. En uno de sus muchos libros, uno que se llama “Úselo y tírelo”, Galeano expresó: «Este sistema de vida que se ofrece como paraíso y que está fundado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo. Las empresas transnacionales decretaron cuál era, según ellos, la solución del problema del desarrollo: Extirpación del comunismo, implantación del consumismo. La operación ha sido un éxito, pero el paciente (que es la especie humana, que es la naturaleza entera) se está muriendo». A Galeano, pues, por estas y otras muchas lúcidas palabras, le dedicamos esta edición de nuestro intercambio.

“Estamos aquí para intercambiar materiales que puedan servirnos en nuestra vida de campesinos y campesinas. Nos reunimos por nuestra propia voluntad. En este tiempo en que los de arriba marcan el calendario con las elecciones y los partidos reparten un dinero que no es suyo en regalos que envenenan la convivencia en nuestras comunidades, nosotros reconocemos que para salvar nuestras vidas, para construir nuestro pueblo, para vivir dignamente como mayas, contamos solo con nosotros mismos. Nos une el amor a nuestra Madre Tierra. Nos une el rechazo a verla convertida en una simple mercancía.

“En el futuro, el panorama no es alentador. Muchas nubes oscurecen el horizonte de nuestros pueblos. Pero mientras los gobernantes de los grandes países le dan la espalda a su propia especie y se niegan a trabajar en el mejoramiento del clima, nosotros, campesinos y campesinas mayas, miembros de la familia U Yits Ka’an, no nos dormimos. Sabemos que la alimentación pasa por nuestras manos campesinas. Sabemos que cada planta, cada animal, cultivados y cuidados con respeto, son la fuente de vida que brota de la Madre Tierra. Son el alimento que sostendrá a nuestras familias.

“Pueden las grandes compañías pretender llenar nuestros campos de agroquímicos, con falsas promesas de producción abundante. No les creemos. Sabemos que esa abundancia no es más que veneno para nuestros hijos e hijas, veneno para nuestra Madre Tierra. ¡Que con nosotros no cuenten! Aquí están nuestras manos y nuestras trojes. En ellas resguardaremos las semillas nativas, las que cultivaron los abuelos de nuestros abuelos, las que garantizarán nuestro futuro y nuestra sobrevivencia. Las semillas criollas, mejoradas con nuestro trabajo, son un tesoro que nos comprometemos a conservar y aumentar.

“Lo nuestro es el intercambio, no la compra-venta. No sólo de semillas, sino de saberes, de conocimientos ancestrales, de pasión por la vida. Intercambiamos porque creemos que los productos naturales no tienen precio, que el trabajo humano no puede reducirse a lo que se cuenta con monedas. Pero intercambiamos, sobre todo, porque necesitamos reconstruir la soga, el cuxan suum, la soga viviente. Necesitamos creer en nosotros mismos, organizarnos con nuestros propios modos y formas, rescatar nuestra dignidad del futuro de humillación y olvido al que quieren condenarnos.

“Cada quien trae hoy el fruto de su trabajo, de sus horas al sol trabajando la tierra, de su fatiga y de sus esfuerzos. Los queremos compartir porque compartiéndolos, como hizo en otros ayeres un campesino judío, los multiplicamos. Hoy nos decimos los unos a los otros, en presencia del corazón del cielo, del corazón de la tierra, que aquí estamos dispuestos a dar la batalla por la soberanía alimentaria, por ser un pueblo libre que pueda vivir con dignidad. Las semillas que intercambiaremos son semillas de resistencia cultural, de autonomía, de vida digna para todas nuestras familias y nuestras comunidades. Comencemos la fiesta”.

Hasta aquí el texto que quería compartirles. ¡Larga vida al pueblo maya!

Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad

Cuento de Navidad 2015

25 Dic , 2015  

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“¡Pinches jotos, además de pervertidos son consumistas de a madres! El capitalismo ya les encontró el bajo… ya son ‘trendis’ los hijos de la chingada”. Es Mariano el que piensa en voz alta mientras se asoma tras las cortinas de su ventana para acechar a los nuevos vecinos que adornan el porch de su casa con motivos navideños.

Mariano está casado con Josefa desde hace siete años. Trabaja en una empresa de seguros y, aunque no puede quejarse porque vive mucho mejor ahora que en el hogar de su infancia, suspira cada vez que algún conocido compra algún nuevo aparato que él no puede conseguir. Su argot sobre el capitalismo “que es voraz como una hidra de mil cabezas” le viene de su esposa Josefa que, egresada de la UNAM, ha ido modificando con paciencia algunas de las ideas más recalcitrantes que Mariano había recibido en su proceso educativo. Gracias a ella, Mariano ha podido cuestionar las verdades absolutas e intocables que había recibido en la facultad de economía: que el mercado soluciona todas las cosas, que los desajustes económicos son solamente un detalle nimio de una maquinaria esencialmente buena, que los empresarios son las personas más sacrificadas de México, que el gobierno es siempre y en todas partes un pésimo administrador, etc.

Donde la puerca torció el rabo era en el asunto de la diversidad sexual. Ni toda la habilidad de Josefa había logrado que Mariano se desprendiera del modelo heterosexista excluyente. Para él las cosas eran en blanco y negro: o te gustaban las personas del sexo opuesto o eras un desviado sin salvación. Así que la llegada de sus nuevos vecinos no le había causado ni tantita gracia.

Mariano y Josefa vivían en uno de esos nuevos fraccionamientos residenciales que se han venido construyendo en la periferia norte de Mérida en los últimos años. De origen humilde ambos, él de la colonia Serapio Rendón, ella de la colonia Bojórquez, vivieron algunos años después de casarse en la colonia Sambulá, hasta que una vida de disciplina y ahorro gestionada por Josefa que era un prodigio de orden financiero, les permitió comprarse esa casita en un fraccionamiento de Conkal, una zona de clase media con pronóstico de mejoramiento en su plusvalía. “No será el Country Club, solía bromear Mariano, pero tiene flecha para que no entre cualquiera”.

Cuando Josefa oyó el ex abrupto de Mariano se acercó a la ventana. Alcanzó a ver a uno de sus vecinos que terminaba de colocar la corona navideña en la parte superior de la puerta de entrada. Franklin y Pedro, que así se llamaban los vecinos, habían llegado al fraccionamiento hacía unos meses. “Ya deja de enojarte y mira cómo trabajan juntos… ya quisiera yo que un día trabajaras junto conmigo en las cosas de la casa”, le espetó Josefa. Mariano cerró la cortina y la tomó sorpresivamente por la cintura para plantarle en la cara un beso. “Pero ninguno de esos jotos puede hacerte gozar como yo lo hago”, le susurró al oído. Josefa le revolvió el pelo: “¡Cuándo se te quitará lo homofóbico! Se me hace que lo que tienes es puritita envidia”.

Además de ser homosexuales, Franklin y Pedro estaban casados. Sí, legalmente casados. Y no lo habían hecho en la Ciudad de México, sino aquí mismito, en la tierra del faisán y del venado. Franklin y Pedro era una de las parejas que habían interpuesto un amparo ante la justicia federal y que, después de trámites y papeleos, habían recibido del juez una orden que obligaba al Registro Civil a respetar su derecho a contraer matrimonio. En una ocasión dieron una entrevista en la televisión que Mariano miró con disgusto. Aquella tarde estaba frente a la televisión abrazando a Josefa. Cuando ellos terminaron de hablar ante las cámaras, él enmudeció ante el comentario de su esposa: “¿viste cómo se miraban? Esos dos hombres están enamorados…” Mariano se guardó ese comentario en el corazón. Ni él ni Mariana sabían que iban a tener a Franklin y Pedro de vecinos apenas unas semanas después.

Franklin y Pedro eran, además, huaches. Uno no sabe si a Mariano le caían mal más por ser huaches que por ser maricones. El caso es que a duras penas les contestaba el saludo, aunque ya llevaban varios meses de verse todos los días cuando salían por las mañanas para el trabajo. “Huaches y hípsters… –vociferó Mariano ante Josefa un día que los vio salir de sombrerito hacia el concierto de Zoe– lo que me faltaba”.

Leydi tocó la puerta de la casa de Mariano y Josefa en una mañana soleada. Venía a ofrecer sus servicios. “Le dejo la casa limpiecita, de veras”, dijo Leydi ante la mirada inquisitiva de Josefa. Leydi comenzó a trabajar ese día. Con eso llenaba su semana. De lunes a viernes se la pasaba en el fraccionamiento. Un día en cada casa. Mariano y Josefa la veían tres de esos días: el miércoles, porque Leydi arreglaba la casa de ellos ese día, los lunes, que le tocaba limpiar la casa de enfrente, la de Franklin y Pedro, y los viernes, que limpiaba la casa de un matrimonio muy católico que vivía hacia el final de la calle. Los otros dos días Leydi andaba en otras calles del fraccionamiento.

Pronto Leydi se convirtió en parte del paisaje. Impecable en su trabajo, honrada a carta cabal, Leydi se ganó pronto la amistad de todos. Los sábados y domingos no iba al fraccionamiento porque viajaba a Tekal de Venegas, su pueblo natal, para encargarse de su mamá que estaba ya anciana y a quien sus otras hermanas cuidaban durante la semana. La sorpresa fue mayúscula cuando a Leydi le comenzó a crecer la panza. Nadie del rumbo le conocía ningún enamorado, así que el afortunado debería ser de Tekal de Venegas, pensaba la gente. Cuando Josefa se atrevió a preguntarle, Leydi bajó la mirada avergonzada y le confesó que habían abusado de ella. “¿No se ha fijado usted que los viernes ya no voy a casa de los Archundia? Me echaron de allá cuando les dije que su hijo, borracho, me había sometido con lujo de fuerza una tarde en que ellos no estaban y él había llegado de una parranda con sus amigos. ¡Ay doña Josefa, eran cuatro, qué iba yo a poder hacer contra ellos! Me dejaron toda amoratada. Pero ni mostrándole mis moretones convencí a sus papás de que no me echaran, que me dejaran seguir trabajando. No les pedí nada, no les reclamé la vileza de su hijo. Pero ellos, de puta no me bajaron. Así que me quedé sin un día de chamba cuando más lo necesitaba porque a mi mamá la tuvimos que ingresar en el Seguro…y ahora los costos del embarazo…”, dijo mientras la voz se le quebraba en un sollozo. Josefa la abrazó y lloró con ella.

“Lo único bueno –continuó Leydi entre sollozos– es que don Franklin me dijo que podía yo ir a su casa también los viernes. Ellos son tan limpios que cuando llego los lunes casi solo tengo que sacudir. Así que me di cuenta de que lo hacían solamente por ayudarme. Avergonzada lo rechacé, pero ellos insistieron e insistieron. Los viernes les hago la comida y a veces hasta me da pena, porque conforme ha ido avanzando mi embarazo parece que fueran ellos los que trabajaran para mí… son re buenos esos señores…” Josefa apretó a Leydi y le dijo que no se preocupara, que Mariano y ella se encargarían de los gastos del parto. Leydi abrió desmesuradamente los ojos: ¡Gracias, doña Josefa, gracias! Y siguió llorando, pero ahora de alivio.

Mariano le dijo a Josefa al día siguiente: “¿Y de dónde se supone que vamos a sacar ese dinero no planeado? Está bueno que Leydi sea buena gente, pero no somos sus papás para encargarnos de eso”. Josefa habló y habló, le contó de la solidaridad zapatista, del dolor de los papás de los 43, de las migrantes que dan a luz en albergues… nada parecía ablandar a Mariano. Josefa no tuvo más remedio y utilizó su última carta, una mentira piadosa que terminó por quebrar la resistencia de Mariano: “Los vecinos de enfrente le han dado trabajo a Leydi dos días a la semana en vez de uno solo por ayudarla… y Leydi me contó que si no podemos nosotros ayudarla con el parto que no nos preocupemos, que lo mismo nos lo agradece, porque Pedro le dijo que Franklin y él podrían hacerse cargo del gasto, sin ninguna otra intención más que ayudarla…”

“Se llamará Leonor Josefina”, dijo Leydi cuando Josefa le preguntó por el nombre de la niña muchas semanas después. “Don Franklin me dijo que a él le pusieron Franklin por un presidente de los Estados Unidos que su papá admiraba mucho… pero yo ni de loca le pongo a mi hija así, Franklina o Francolina… Así que cuando le pregunté si ese tal presidente era casado, me dijo que sí, que con una señora que se llamaba Eleonora. Así que decidí ponerle a la niña Leonor por don Franklin y Josefina por usted”. El corazón de Josefa se estremeció y las lágrimas le saltaron de los ojos. Recordó que justo ayer por la mañana, llorando, Mariano le había dado los resultados de los análisis de fertilidad que se había realizado. Después de siete años de casados sin poder embarazarse, ahora ya sabían por qué. Oligoastenospermia era la palabra con la que el análisis definía la causa de la esterilidad de Mariano. Pocos espermatozoides y débiles en su movilidad. La combinación perfecta para evitar un embarazo. Para Mariano había sido un golpe del que tardaría en recuperarse.

Cuando el parto se adelantó y coincidió con la nochebuena, Josefa y Mariano, Franklin y Pedro se encontraron en la sala de la T1 esperando noticias del parto. No hubo esa noche una pomposa cena de navidad: apenas unas hamburguesas que encontraron a las afueras del hospital, con el único ventero que trabajó en la nochebuena. Los cuatro se sentaron en torno a un arriate que está justo a la entrada de la sección de la consulta oncológica y tuvieron la mejor cena navideña de muchos años. Franklin y Mariano se enfrascaron en una larga conversación sobre Cortázar, una afición literaria común, mientras Pedro y Josefa conversaban del último concierto de Café Tacuba, cuando Rubén Albarrán (que quién sabe cómo se llamaría en aquel concierto) levantó el puño en memoria de los 43…

Cuando el médico les avisó que el parto había tenido final feliz, que Leydi estaba perfectamente y que en un rato podrían conocer a la niña, los cuatro se abrazaron emocionados. Había nacido una nueva familia.

Iglesia y Sociedad

La naturalización del maltrato

15 Dic , 2015  

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El reciente escándalo público de Tahdziú me suscita algunas reflexiones. No pretendo en esto ser observador imparcial. No podría serlo: soy bautizado y lo que ocurre en la iglesia católica a la que pertenezco me interesa. Además, soy ministro ordenado de esta iglesia y la polémica se ha desatado justamente en razón de las acciones de un presbítero católico, miembro del mismo presbiterio al que pertenezco. Mis reflexiones son, pues, las reflexiones de un creyente que es, además, presbítero. No voy a referirme a aspectos que han sido ya abordados en distintos medios de comunicación (derechos de los niños/as, derechos de los pueblos originarios, derechos lingüísticos…). Mis opiniones brotan de mi experiencia de fe y de los 33 años que llevo de servicio ministerial.

Creo que el acontecimiento de Tahdziú nos ofrece una excelente oportunidad para ejercer la autocrítica en la iglesia. Basta escuchar la opinión de una buena parte de la feligresía para darnos cuenta de las reacciones de indignación que ha suscitado. Esto es tan cierto, que fue señalado incluso en la carta de disculpa que ofreciera la arquidiócesis a través de su vocero. Si perdemos esta oportunidad de plantearnos con seriedad qué hacer para evitar que acontecimientos de este tipo se repitan, bajo el pretexto de que es una crisis provocada por las redes sociales y que, por lo tanto, pronto desaparecerá al ser sustituida por el nuevo escándalo de moda, no nos extrañemos que nuestra invitación a vivir la misericordia sea considerada como palabras huecas y, lo que es peor, cínicas.

Lo primero sobre lo que quiero llamar la atención es sobre nuestra pobre visión de la dignidad humana de todas las personas. El maltrato a los fieles, tenemos que reconocerlo, es un fenómeno mucho más extendido que un simple evento aislado. Es muy frecuente escuchar que las personas son tratadas mal en nuestras iglesias, sea por parte de los empleados de la parroquia hasta por el mismo presbítero a cargo. Si no asumimos esto, difícilmente podremos entrar en camino de conversión. Discípulos y discípulas de Aquel que proclamó que el único ejercicio de poder dentro de la iglesia encontraba su justificación en el servicio a los más débiles (Mt 20,20ss) damos un anti testimonio cuando maltratamos a los fieles. Esto me hace recordar que, cuando comenté con un amigo presbítero el vídeo que apenas dos días antes había sido subido a las redes sociales, me dijo con asombro: “¡Y ya tiene más de cien mil visitas! Total, tanto escándalo por algo tan…” y no terminó su frase. No sé si quiso decir algo “tan poco importante” o si pensó algo “tan normal”. Cualquiera que haya sido su pensamiento, me parece que es una buena muestra de cuán naturalizado está entre nosotros el maltrato.

Una segunda reflexión es sobre las causas de este tipo de actitudes. Aquí tenemos que reconocer también que hay una mentalidad de sacralización de los ministros ordenados que poco bien le hace a un servicio que debería ser humilde y misericordioso. Un resultado de la exaltación del estado clerical, como hablar del “privilegio”, de la “grandeza”, de la “sublimidad” de ser sacerdote, por ejemplo, es que terminamos creyéndonos ese discurso, extremadamente conveniente para mantener categorías diferenciadas dentro de la iglesia, en contra de la renovación conciliar y, lo que es peor, del mismo evangelio que sostiene “Ustedes, en cambio, no se dejen llamar ‘señor mío’ pues su maestro es un solo y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Si seguimos cultivando esta mentalidad de desprecio al sacerdocio común de los fieles, si mantenemos la idea de que en la iglesia hay algunos que mandan y otros que obedecen, unos que saben y otros que no saben, fácilmente seguiremos deslizándonos por la pendiente del maltrato.

Una tercera reflexión es, como mucha gente me ha comentado, el ingrediente discriminatorio del suceso. En efecto, lo sucedido en Tahdziú parece impensable en una parroquia urbana. Hay ahí la continuación de una mentalidad de tutela sobre el pueblo maya de la que no hemos logrado desprendernos. Estamos dispuestos a predicar que todos somos iguales, pero en la práctica creemos que unos son “más iguales que otros” (Fidel Velázquez dixit).

Una cuarta opinión tiene que ver con la reacción que hemos tenido como institución ante el suceso. No quiero una comparación, a todas luces desorbitada, entre el escándalo mundial de la pederastia que envolvió a la iglesia en épocas recientes, de mucha mayor envergadura por sus dimensiones devastadoras, y el acontecimiento que aquí tratamos. Pero lo traigo a colación porque la reacción a bote pronto, fue muy similar: las primeras reacciones entre la clerecía se dirigieron a hacer un control de daños, a evitar que se lastimara el prestigio de la iglesia, a adoptar una estrategia que minimizara las consecuencias para la imagen de la institución. ¿Y la joven ofendida? ¿Y su familia? Bien, gracias.

Dicen que la historia es maestra, pero me queda claro que no suele tener alumnos aplicados. Como en el caso de la pederastia, seguimos pensando sólo al último en las víctimas. Por eso me dio gusto que el vocero de la arquidiócesis hiciera una pública petición de perdón a la agraviada y a su familia. La atención de la iglesia ha de dirigirse, en primer término, a los agraviados: ellos son las víctimas. Sin descuidar, desde luego, la estrategia de conversión que ha de ofrecerse al victimario. Quizá, hay que decirlo también, esa es justamente la razón por la que el documento del vocero ha sido tan criticado. Si no hubiese habido el intento justificador, plasmado en el penúltimo, desafortunado párrafo del comunicado, nuestras disculpas hubieran sido mucho mejor aceptadas. Nuestra tarea es anunciar el evangelio, edificar la convivencia comunitaria, no defender la institución a cualquier costo. Y espero que no haya habido ni sombra de responsabilidad por parte de ninguna instancia religiosa en el intento de acallar al comunicador que dio a conocer el vídeo públicamente. Sería gravísimo.

Finalmente, quiero referirme a un detalle poco atendido en el análisis del acontecimiento. Las notas refieren, tanto en la narración original del acontecimiento, como en muchos de los comentarios que pueden leerse por doquier, que “además, pagaron caro por la misa, les costó 1,800 pesos”. No está de más recordar que una de las razones de las insurrecciones mayas en tiempos coloniales fue, precisamente, el alto costo de los aranceles por los sacramentos y las ofrendas onerosas que los clérigos imponían a las familias y comunidades mayas. Parece que los tiempos no cambian. Hemos de cuidar que los aranceles por los sacramentos, mientras no encontremos alguna forma más creativa y menos comercial de buscar el sostenimiento del culto y del clero, no deriven en abusos. No se oponen los mayas a dar su colaboración por los servicios sagrados, sino al cobro abusivo y al maltrato. Bien lo decían los mayas sublevados, los tep ché de las montañas del sur, cuando plantearon su propuesta de reconocimiento de autonomía y su apuesta por la paz el 14 de enero de 1850: Sobre eso que dice tu respetabilidad, de que la limosna del bautismo está asentada por tres reales no más, y el casamiento por diez reales, lo sabemos; y sabemos también pagar misas; esto me agrada mucho, y a todos los de mi raza, y todo esto lo veneramos. Eso de que haya señores curas o señores padres dentro de nosotros, según vayan asentándose los pueblos, así los iremos pidiendo, eso aunque sea ahora mismo, me agrada mucho como a todos los cristianos, ahora los reciben con mucho amor. Pero lo declaro de una vez; mientras las tropas anden con maldades tras los indios, nunca entonces se han de entregar de una vez; que se establezca así, como dicen su respetabilidad; que no se meta el español entre los indios, ni el indio entre los españoles. Así que, si además de cobrar mucho, ofrecemos un servicio tiránico en vez de uno auténticamente pastoral, no nos quejemos de que tras la búsqueda de un buen trato, muchos feligreses huyan de nuestras iglesias.

Iglesia y Sociedad

La condena al Islam

1 Dic , 2015  

Esta semana, les comparto la entrevista que Cristina Sada Salinas tuvo a bien realizarme para su programa radiofónico del 25 de noviembre de este año. La conversación gira alrededor de la editorial del 22 de noviembre de 2015, aparecida en el semanario «Desde la fe», de la arquidiócesis de México, en la cual se condena al Islam y se llama a que México intervenga en la lucha contra el terrorismo.

Pueden escuchar también la entrevista en el sitio de Cristina Sada:  http://www.cristinasada.com

Iglesia y Sociedad

La luna en la Biblia

17 Nov , 2015  

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Del 10 al 13 de noviembre tuvo lugar, en la comunidad de Poco Lum, municipio de Tenejapa, en Chiapas, el XXV Encuentro Ecuménico de Teología India Mayense, con el tema: La espiritualidad de la madre Luna.

Más de 480 personas se reunieron para reflexionar y celebrar la interacción entre la luna y los pueblos en sus procesos de siembra, de cosecha, de manejo de animales… Venían de todas las etnias mayenses presentes en nuestra patria: tseltales, tzotziles, tojolabales, ch’oles, mayas peninsulares, chontales y aún de fuera de nuestras fronteas, como los cakchikeles de Guatemala.

Estas son las palabras que compartí con ellos en la parte de la iluminación.

La luna en la Biblia

XXV Encuentro Ecuménico de Teología India Mayense
Poco Lum, Tenejapa, Chiapas, noviembre de 2015

1. ¿Por qué dialogamos con la Biblia?
Ya el abuelo Eleazar y el padre Tilo han hablado de la luna en algunos de los libros sagrados de nuestra cultura maya: el Popol Vuj, los libros del Chilam Balam y el Cantar de Dzitbalché. ¿Por qué ahora queremos conversar con la Biblia sobre lo que ella dice de la madre luna.
Del pueblo kuna hemos aprendido que si Dios hubiera querido que un solo pueblo tuviera toda la verdad, habría permitido que existiera solamente ese pueblo. Pero vemos que hay muchos pueblos. Entonces, dicen los kunas, eso quiere decir que entre todos tenemos que buscar la verdad, que ningún pueblo la tiene completa, que necesitamos de la sabiduría de los otros para completar nuestra visión de las cosas.
Pues bien, nosotros tenemos la sabiduría de nuestras abuelas y abuelos. En un momento determinado de la historia nos llegó el mensaje de Jesús. Ese mensaje nos llenó de esperanza en un momento de sufrimiento muy grande por la invasión que quiso borrar y eliminar a nuestros pueblos. Aceptamos el mensaje de Jesús y lo reconocimos como Hijo de Dios porque en Él encontramos la plenitud, la culminación de los sueños y la sabiduría de nuestros abuelos y abuelas. Y nuestros pueblos se hicieron cristianos.
Ahora, la teología india nos ha enseñado que una persona sin su cultura es nada. Un pueblo sin raíces es devorado y desaparece. Jesús también tenía raíces. En su casa aprendió de niño la sabiduría de sus abuelos y abuelas a través de las enseñanzas de la Virgen María y de san José. Por eso nos interesa saber qué es lo que pensaba el pueblo de Jesús, el pueblo de la Biblia, sobre la madre luna.
La luna se menciona pocas veces en la Biblia: 34 veces en el Antiguo Testamento y 9 veces en el Nuevo Testamento. Si tomamos en cuenta que los libros de la Biblia son 73 para los católicos y 66 para las hermanas y hermanos de otras iglesias cristianas, vemos que se nombra a la luna pocas veces, menos de una vez por libro. A lo largo de este momento vamos a darnos cuenta de la razón de este silencio.

2. La luna en la vida del pueblo de Israel
La luna aparece como creada por Dios, como la menor de los dos grandes lámparas puestas en el cielo para iluminar y gobernar la noche (Gn 1,14). Indica también el tiempo y los días festivos (Eclo 43,6-7) pues el mes y el año en Israel es lunar.
La luna sirve para expresar permanencia, como el sol (Sal 72,5) y se la considera como causa de fertilidad. De allí los renuevos de la luna, normalmente traducido como «renuevos de los meses», porque el mes comenzaba en la fiesta de la luna nueva (Dt 33,14).
La luna y las siembras
El antiguo calendario hebreo, como el de la mayoría de las naciones, estaba basado en las repetidas rotaciones de la Luna alrededor de la Tierra y señaladas por las sucesivas lunas nuevas. Entre los hebreos, el día de la Luna Nueva o el 1º del mes era señalado como un día de adoración y fiesta especiales. Se tocaban las trompetas para anunciar el día (Sal. 81,3; cf Nm. 10,10), se suspendían los trabajos comunes (Am. 8,5) y se prescribían sacrificios adicionales (Nm. 28,11-14). La Luna Nueva del mes 7º era el día de Año Nuevo del calendario civil.
Por la semejanza evidente entre las fases de la luna y el ciclo menstrual de la mujer, los antiguos consideraron el ciclo de la luna como el ritmo de la vida del cosmos, que determina la fecundidad de la mujer, el crecimiento de las plantas, la caída de la lluvia y hasta el destino de las personas. Hay vestigios en la Biblia de esta creencia: Dt 33,14 habla de “los renuevos de la luna” para referirse a los frutos madurados bajo su acción. También había colguijes como lunas que formaban parte del adorno femenino (Is 3,18) o de los animales (Jue 8,21) para garantizar la fertilidad.
Sal 126,1 habla del influjo nefasto que la luna puede tener sobre las personas (Mt 4,24; 17,15, donde a un paralítico se le llama lunático).

3. El culto a la luna en los pueblos vecinos
Algunos pueblos vecinos de Israel olvidaron que la luna es una criatura de Dios, un regalo que Él nos dio para iluminar la noche y para señalar los tiempos. Y comenzaron a adorarla, le construyeron templos.
El culto a la luna formó parte de muchas religiones del antiguo oriente. Los antepasados de Israel, sirvieron a otros dioses (Jos 24,2.14): así se muestra en las relaciones entre Abraham y Ur y Jarán (Gn 11,31) que eran centros de culto lunar, donde se veneraba a la que llamaban “guía de las caravanas”. Los amorreos la veneraron bajo el nombre de YaRiaH, de donde viene el nombre de Bet Jarih y, probablemente, hasta Jericó. Y en Ugarit los hurritas la veneraban como Kusuj y tenían un mito del matrimonio del Dios Luna. Lo mismo ocurría en Ur, el lugar del que salió Abrahán, así que él probablemente participó de ese culto al principio (Gn 11,31; Jos 24,2.14).
Durante los primeros siglos, los hebreos lucharon por conservar su monoteísmo ante los dioses de la vegetación, pero ya hacia los siglos VIII y VII a.C., la influencia asiria los tentaba con el culto a los astros, que era muy popular (2Re 17,16; 21,38), y que incluía el culto a la luna. Contra este culto reaccionaron Dt 4,19 y 17,3. Josías intentó vanamente dar fin al culto lunar (2Re 23,5; Jer 8,2). Job 31,26, por su parte, dice que nunca se ha llevado a la boca su mano para mandar un beso a la luna, gesto de adoración. Sab 13,2 reprueba a los que consideran como dioses a los astros, puesto que son seres sometidos a Dios, quien les dio una misión determinada (Bar 6,59). Job 38,33 supone la creencia de que los astros determinan el curso de los acontecimientos terrestres aunque no se menciona directamente.
Isaías le echa la culpa a la luna de la idolatría del pueblo (Is 24,21-23), pero el libro de la Sabiduría aclara que el error no es de la luna sino de los idólatras (Sab 13,2). La luna, el sol y las estrellas fueron hechos por Dios y están a su servicio (Ap 12,1) y su fin es servir a los seres humanos (Bar 6,59).
Un uso supersticioso de la luna eran las lunetas, dijes que se colgaban algunas mujeres para fomentar su fecundidad (Jue 8,21; Is 3,18). También se creía, como ya hemos mencionado, que la luna podía ejercer fuerzas malignas sobre algunas personas que son llamados lunáticos (Sal 121,6; Mt 4,24; 17,15).
Debido a que Israel tenía la misión de compartir con todos los pueblos del mundo la novedad de que Dios es solamente uno y que sólo a Él le debemos admiración, por eso se combatió el culto a la luna que la separaba de Dios y la convertía en diosa. Esa es la razón por la que la luna se menciona tan poco en la Biblia.

4. El significado simbólico de la luna
La regularidad invariable de las fases de la luna es imagen de la eternidad del reino mesiánico, signo de permanencia (Sal 72,5-7; 89,38).
Como contraparte, el hecho mismo de que existan fases variables de la luna llegó a convertirse en imagen de la volubilidad del necio (Eclo 27,11).
El eclipsarse desempeña un papel importante entre los horrores cósmicos que acompañan los castigos de la ira divina, p. ej., contra Babilonia (Is 13,10), Egipto (Ez 32,7) o el juicio final (Jl 3,15; Mt 24,29; Mc 13,24).
En la reedificación de Jerusalén la luz de la luna semejará la del sol (Is 30,26) pero se ruboriza ante la gloria mayor de la ciudad santa (Is 24,23).
La luna apareció en el firmamento en el día cuarto, para iluminar y regular días y estaciones (Gn 1,14-19). Su luz es admirada en la Biblia por su belleza y blancura (Cant 6,10; Is 24,23; 30,16) y permite viajar de noche (Prov 7,20). También se toma como signo de la llegada del fin, cuando se oscurecerá (Is 13,10; Ez 32,7; Jl 3,15), lo cual se menciona en los textos escatológicos del evangelio en el NT, incluyendo su cambio en color de sangre (Jl 3,4; Hech 2,20; Ap 6,12). La luna enrojecerá en el día en que Dios establezca su reinado (Is 24,21-23). Por eso la luna aparece en Ap 12,1 como bajo los pies de Dios. En el mundo futuro estará presente (Is 30,26) pero será inútil porque Dios será la luz de la Nueva Jerusalén (Is 60,19-20; Ap 21,23)

Hasta aquí lo compartido con las hermanas y hermanos que participaron en el XXV Encuentro Ecuménico de Teología India Mayense. Me siento muy honrado de haber sido invitado para compartir mi palabra.

Aprovecho para invitar a las lectoras y lectores de esta columna: el próximo jueves 19 de noviembre, a las 18 horas, Mons. Raúl Vera López, obispo de Saltillo y prominente defensor de los derechos humanos, sustentará la conferencia: «Derechos de los pobres, derechos de la Madre Tierra, en el marco de la Encíclica ‘Laudato Si’ del Papa Francisco».

La conferencia tendrá lugar en el Foro Colón (antiguo Cine Colón, situado en la confluencia de las avenidas Colón y Reforma, en la cioudad de Mérida) y es parte de las celebraciones en ocasión de los 20 años de la Escuela de Agricultura Ecológica «U Yits Ka’an», que se cumplirán en enero de 2016. La entrada no tiene ningún costo. Nos gustaría mucho contar con su presencia. Les esperamos.

Iglesia y Sociedad

JORNADA DE AGROECOLOGÍA EN EL ÁREA MAYA

4 Nov , 2015  

 

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El territorio maya peninsular vive situaciones medioambientales cada vez más deplorables. Bastaría mencionar algunos de los problemas más urgentes: la tala inmoderada de montes, el cambio de uso de suelo, la caza fortuita de especies endémicas, una galopante contaminación del primer manto freático, la degradación de los suelos por el uso de agroquímicos y pesticidas, ya sea en la milpa o en los huertos citrícolas; También las grandes extensiones dedicadas al monocultivo, la autorización de siembra de semillas transgénicas como la soya, los intentos por autorizar la siembra experimental de maíces transgénicos y su afectación a la apicultura. No podemos dejar de mencionar además el despojo de los territorios del pueblo maya entregados a extranjeros y acaudalados, despojo que en algunos casos ha generado expulsión de comunidades y/o conflictos por tierras ejidales. Aunado a esto está la enorme extensión de tierra ganadera y porcina, la liberación de gas metano a la atmósfera y, hasta hace algunos años, el vertedero de excretas en aguadas y/o cenotes; también los apoyos políticos a los agronegocios de voraces empresarios y la burocratización de los recursos públicos destinados al campo, que excluye a las familias de los campesinos y campesinas que poco entienden de tanto papeleo. No es menor el daño que ocasionamos todos al convertir nuestras calles, ciudades y poblaciones en basureros públicos, arrojando cuanto llevamos en la mano, y el grave daño que causa el plástico a la Madre Tierra, el agua y los mares.

Al celebrar los 20 años de haber sido plantada en territorio maya, la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an, junto con la Licenciatura en Agroecología de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y el Centro Regional Universitario Península de Yucatán de la Universidad Autónoma Chapingo (CRUPY), queremos aportar nuestra voz en el debate público para subrayar la imperiosa necesidad de cuidar nuestros suelos, agua y territorio, así como señalar las causas del deterioro ambiental al que hemos llegado hasta este momento. De seguir este vertiginoso ritmo, la península será en breve un espacio extremadamente complicado para vivir.

Hacemos un respetuoso llamado a quienes tenemos la posibilidad de revertir esta situación: la sociedad civil en general y particularmente las nuevas generaciones; las y los campesinos de la península; las instituciones sociales, civiles y académicas de los más variados niveles; los líderes de las iglesias y asociaciones religiosas que trabajan en la península; los tres niveles de gobierno de los estados de la Península y las autoridades municipales y ejidales. No podemos ni debemos contentarnos con declarar y/o establecer espacios protegidos, mientras descuidamos la totalidad del territorio. Creemos firmemente que es necesario y apremiante cuidar el todo y las partes. Como instituciones al servicio de la agroecología y de las familias campesinas de la península, quienes convocamos a esta Jornada queremos compartir nuestro punto de vista y ofrecer alternativas de solución al deterioro de nuestra Casa Común.

La ONU y la FAO han declarado este año 2015 como Año Internacional de los Suelos y han dispuesto que el día 5 de Diciembre del presente año sea el Día Mundial de los Suelos. Además, en el mes de Diciembre, se llevará a cabo en París la cumbre mundial para debatir sobre la crisis climática a la que nos ha llevado la producción a gran escala, los agronegocios y las políticas extractivistas y depredadoras promovidas por los grandes consorcios y multinacionales.

No, la Tierra no es un baúl sin fondo e ilimitado. Se trata de un Planeta vivo, con recursos finitos para nuestra vida y la de las generaciones que vienen detrás de nosotros. Los científicos –ha dicho Leonardo Boff, uno de los defensores más prominentes de la Madre Tierra– que monitorean el estado del Planeta, han declarado ya el «Día del sobrepasamiento» («Earth Overshoot Day»), día en el que la especie humana ha sobrepasado en un 30% la capacidad que tiene el planeta de reponer los recursos que son necesarios para satisfacer las demandas y necesidades humanas. En este momento ya estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia… Tenemos que abordar con seriedad y responsabilidad el cuidado de nuestro entorno. ¡Queremos y soñamos con un territorio maya peninsular vivo, para nosotros y para nuestros hijos e hijas!

Por eso lanzamos esta invitación. Durante tres días vamos a compartir conocimientos y saberes. La Jornada de Agroecología no es solamente una actividad académica: participarán en ella, junto con miembros de la Academia, campesinos y campesinas que han trabajado la agroecología desde hace muchos años. Nos acompañarán estudiantes, autoridades, académicos, investigadores, incluso de otros países del área maya, que nos han querido compartir sus experiencias de nutrición de suelos y defensa de sus territorios. Les invitamos a participar.

La Jornada de Agroecología en el Área Maya tendrá lugar en el Auditorio Manuel Cepeda Peraza del edificio central de la Universidad Autónoma de Yucatán, los días 5, 6 y 7 de noviembre. La Jornada iniciará a las 8:00 de la mañana con las inscripciones y los trabajos comenzarán a las 9 en punto.

Iglesia y Sociedad

Verdad y reconciliación

23 Oct , 2015  

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Alex Boraine es uno de los más interesantes políticos sudafricanos que participara en la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR) de Sudáfrica. Contribuyó, en los años noventa del siglo pasado, junto con Mandela, Tutu y muchos más, a desmantelar el sistema de segregación racial conocido como Apartheid.

Boraine, hoy un hombre de más de 80 años, nos ha dejado hasta el momento tres libros que son cruciales, no sólo para entender el proceso por el que ha pasado aquella nación africana, sino para plantear algunas de las más relevantes cuestiones en torno a la relación entre verdad y justicia, verdad y reconciliación, siempre a la búsqueda de soluciones inclusivas en un país multirracial. Los libros a que me refiero son A Country Unmasked, publicado en el año 2000; A Life in Transition que vio la luz en 2008 y, más recientemente, en 2014, What’s Gone Wrong? On the Brink of a Failed State.

En su primer libro, con mucho el recuento más apasionante y desde dentro de los trabajos de la CVR sudafricana, Borain incluye un artículo titulado “Reconciliación ¿a qué costo? Los logros de la Comisión de Verdad y Reconciliación”. Abunda en su texto (que puede conseguirse en español en www.cdh.uchile.cl/media/publicaciones/pdf/18/47.pdf) sobre la necesidad de comprender mejor la naturaleza de la reconciliación en una nación, basada, sí, en la verdad, pero que no se limita a recordar las historias del pasado, sino a iniciar un proceso de sanación que permita a las distintas partes del conflicto, construir personal y socialmente un nuevo marco de relaciones que pueda hacer brotar la justicia y ayude a cicatrizar las heridas.

Traigo a colación este artículo de Borain porque me parece que nos enfrentamos hoy en México a una crisis de derechos humanos sin precedente. Vivimos en un país donde las desapariciones son un fenómeno cotidiano y donde la corrupción se ventila públicamente sin que sea rozada, ni con el pétalo de una rosa, diría el clásico, la impunidad de que gozan sus perpetradores. Un país en el que la desaparición de 43 estudiantes, con toda la indignación social que ha causado, no es sino un botón de muestra de cientos de miles de víctimas que esperan justicia, como bien nos ha recordado en estos días Javier Sicilia. Un país con los peores índices de desigualdad y atravesado por prácticas discriminatorias en todos los niveles, en el que los migrantes centroamericanos encuentran no solo la muerte de sus sueños, sino la muerte física por secuestro o asesinato. En fin, un país al borde de la barbarie. Y todo este panorama, que causa tanto sufrimiento, sobre todo a las personas más pobres, no parece interesar a las y los políticos que, en sus discursos y acciones, atienden solamente a sus prebendas y privilegios.

Dice Borain que la obra de Karl Jaspers nos puede ayudar a entender el potencial que tiene para una nación, y no sólo para los individuos, el reconciliarse. Jaspers, en sus conferencias y escritos, discute el tema de la culpa de los alemanes luego de la Segunda Guerra Mundial. En un notable ensayo, hace una diferenciación entre la culpa criminal, la culpa política, la culpa moral y la culpa metafísica. Borain define cada una de ellas señalando que la culpa criminal es asignada por una corte cuando a una persona se le encuentra culpable de violar la ley. La culpa política, por su parte, tiene que ver con los actos de los políticos, en particular aquellos responsables por las decisiones que llevaron a la violación de derechos humanos, así como los empleados públicos y otros que promovieron y apoyaron esas políticas. La culpa moral es un concepto más amplio que incluye acciones criminales, políticas y militares así como la “indiferencia y la pasividad”. Quienes aceptan la responsabilidad moral están arrepentidos y se hacen responsables por las consecuencias de sus acciones o la falta de ellas: “es una sensación de intranquilidad que contradice el “silencio agresivo” de aquellos que en su “auto-aislamiento orgulloso” se niegan a admitir culpabilidad de cualquier índole”. La culpa metafísica, finalmente, es un problema entre el individuo y su Dios.

Martin Niemöller fue enviado a un campo de concentración por su oposición a Hitler. Es famoso por aquel poema, equivocadamente atribuido a Bertolt Brech:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

Con todo, y a pesar de haber sido víctima él mismo del nazismo, no solamente habló de los crímenes de los nazis, sino de la culpa moral de toda la nación, incluyéndose a sí mismo y a las iglesias cristianas: “Nosotros hemos permitido que todas estas cosas pasen sin protestar en contra de estos crímenes y sin apoyar a sus víctimas”. En otra parte escribe, “No podemos culpar solamente a los nazis. Ellos encontrarán sus acusadores y jueces. Debemos culparnos a nosotros mismos y sacar conclusiones lógicas”.

Niemöller subrayó así la culpa moral, que apunta a la responsabilidad que todos pudimos haber tenido en las atrocidades del pasado. Yo voy a atender más en estas líneas a la culpa política: la responsabilidad y el reconocimiento de la culpa deben venir no sólo de aquellos que cometieron los actos criminales, sino también de los líderes políticos del momento.

Borain menciona en el artículo en cuestión que hay muchos ejemplos de líderes que se han disculpado por las violaciones a los derechos humanos, aún cuando no estuvieron directamente involucrados en ellas. Willy Brandt, el Canciller de Alemania Occidental, firmó en 1970 un tratado que entregaba 40.000 millas cuadradas de territorio alemán a Polonia y se disculpó, en una escena memorable, de rodillas y en silencio frente al Memorial de Guerra de Varsovia, ante los polacos que habían sufrido amargamente como resultado de las políticas nazis de la generación anterior. Otros ejemplos que ofrece Borain es el de Richard von Weizsacker, un ex presidente; Helmut Kohl, otro Canciller, todos ellos de Alemania y, en otro contexto, Gerald Ford, que ofreció disculpas a los americano-japoneses por la evacuación y tratos inhumanos que recibieron después del ataque japonés a Pearl Harbor. Finalmente, menciona también a Juan Pablo II, que en marzo 2000, pidió perdón por los errores de la Iglesia Católica Romana en los últimos 2000 años.

Con estos testimonios, Borain quiere ilustrar el hecho que, si bien no se puede hablar de la reconciliación nacional como un movimiento de masas, cuando los líderes de una nación están listos y con voluntad de confesarse, de buscar perdón, de hacerse responsables por sus acciones, no solamente lo hacen por ellos, sino por toda la nación también. Todos estos líderes que Borain cita en su artículo no podrían ser acusados de la comisión directa de tales delitos. Sin embargo, al lamentarse públicamente por los crímenes del pasado, no buscaron la exculpación haciendo caer la carga de tales delitos solamente en sus predecesores, sino que al hacerse responsables por los hechos, realizaron un acto que favoreció el avance de los procesos de reconciliación.

No ha habido, delante de la catástrofe humanitaria de los últimos años en México, ningún reconocimiento de parte de autoridad alguna de su responsabilidad frente a los miles de desaparecidos, desplazados y víctimas de ninguna especie. A eso se referían los zapatistas en aquella célebre declaración del 18 de enero de 1994 “¿De qué nos van a perdonar?”. A eso alude también el movimiento creciente que exige la renuncia de Peña Nieto o el enjuiciamiento de Felipe Calderón frente a la impunidad de las masacres recientes. Que el gobierno reconozca que ha hecho mal, muy mal las cosas, no las soluciona inmediatamente, pero pone un peldaño en el camino hacia la transformación del país y la reconciliación de todos los pueblos que en él habitamos.