En el año 2007 fui invitado por la Escuela Libre de Derecho de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, a ofrecer una conferencia. Estaba entonces en discusión el tránsito de las Sociedades de Convivencia –aprobadas ya en el entonces Distrito Federal y, con otro nombre, en la ciudad de Saltillo, Coahuila– hacia el matrimonio universal, que permitiera la aplicación de esta figura jurídica a las uniones entre personas del mismo sexo.
Publico ahora en el espacio de esta columna la primera parte de dicha conferencia, en el entendido de que en el Congreso del Estado de Yucatán se libra ahora, febrero de 2019, la discusión, no exenta de prejuicios discriminatorios, como era de esperarse en este cambio de época, acerca de la aprobación de la aplicación de la figura de matrimonio a las uniones entre personas del mismo sexo. Pero, como reza el refrán: “A cada capillita le toca su fiestecita”. Expuestas hace ya cerca de doce años, la pertinencia de estas reflexiones adquiere relevancia en el hoy político de Yucatán. No le he hecho variación alguna al texto inédito, aunque algunos de sus datos estén ya fuera de época. Me he permitido solamente introducir, en negritas cursivas, una actualización del estado de la cuestión en el mundo, dado que el avance del reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo en el mundo es, en sí mismo, un argumento digno de consideración. Quien lea con atención notará inmediatamente el añadido. También pongo el índice de la segunda parte de la conferencia aunque, por razones de espacio y pertinencia, no sea publicada aquí. Ya suficientemente larga es esta primera parte. Sólo espero que algunos/as alcancen a tener la paciencia de leer esta entrega completa.
Las uniones legales entre personas del mismo sexo
Una opinión desde los derechos humanos y la teología
1. Desde los derechos humanos
Estado de la cuestión en México y en el mundo
La situación jurídica de las personas homosexuales
Las siete discriminaciones en México
Las recomendaciones de la OACNUDH en México
Objeciones a las uniones de personas del mismo sexo
Un asunto de igualdad y de derechos de las minorías
2. Desde la teología
La posición de la iglesia con respecto a la homosexualidad
La posición de la jerarquía ante las uniones de personas del mismo sexo
La cuestión central
Condición para una teología de lo gay o desde lo gay
La sacramentalidad del matrimonio
1. Desde los derechos humanos
Estado de la cuestión en México y en el mundo
Un fantasma recorre el mundo: se trata del reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales. Dos entidades federativas, el Distrito Federal y el estado de Coahuila, han aprobado ya una reglamentación que protege los derechos de personas, sean del mismo o de diferente sexo, que hayan decidido establecer una unión estable de convivencia bajo el mismo techo, otorgando reconocimiento de derechos mínimos de tutela, arrendamiento, alimentación y sucesión de bienes a compañeros co-residentes que deciden cohabitar sin comprometerse en matrimonio.
La legislación a favor del reconocimiento a las uniones de personas del mismo sexo ha seguido en cada país, senderos diferentes. Fue Holanda el primer país en reconocer las uniones entre personas del mismo sexo. Ya desde 1998 se aprobaron las “uniones registradas”, no restrictivas para parejas del mismo sexo, de hecho una tercera parte de las uniones registradas se conforman hasta el día de hoy por parejas de sexo distinto. Más tarde, en diciembre de 2000, el parlamento holandés reconoció los matrimonios entre personas del mismo sexo con una sencilla adición al artículo 1:30 del vigente código civil holandés: “Pueden contraer matrimonio dos personas de distinto o del mismo sexo”. Cuatro meses después, en la madrugada del 1 de abril de 2001, una vez en vigor la ley, el alcalde de Ámsterdam casó a las cuatro primeras parejas del mismo sexo.
Siguió después Bélgica en 2003, España y Canadá en 2005 y Sudáfrica en 2006. Los casos hasta ahora mencionados se refieren a legislaciones nacionales, es decir, que tienen vigencia en todo el país y, en el caso de Holanda, debe ser reconocido en las Antillas Holandesas y en Aruba.
En algunos otros países, como Israel, no se ha reconocido nacionalmente este derecho, pero otorgan los derechos correspondientes a parejas del mismo sexo casadas en países extranjeros. Otros países han reconocido matrimonios entre personas del mismo sexo solamente en algunas de sus regiones, como Massachussets, en los Estados Unidos.
Aparte del matrimonio, existen otras figuras que contemplan la convivencia de personas del mismo sexo: Las uniones civiles otorgan a las partes muchos de los derechos y obligaciones que supone el matrimonio entre personas heterosexuales, aunque no las equiparan totalmente. Existen en 12 países europeos: Alemania, Andorra, Dinamarca, Finlandia. Francia. Islandia. Luxemburgo, Noruega. Reino Unido, República Checa, Suecia y Suiza. Las parejas formadas por personas del mismo sexo también tienen acceso a algunos derechos que las legislaciones reconocen al matrimonio en Australia, Austria, Colombia, algunas ciudades y estados de Brasil, Hungría, Israel, Nueva Zelanda, Portugal, así como en varios estados en los Estados Unidos (como Hawai, New Jersey, Vermont y California) y en Argentina en la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Río Negro. El 9 de noviembre de 2006 fue aprobada la Ley de sociedades de convivencia, que permite el reconocimiento legal de las uniones civiles entre homosexuales en la Ciudad de México; así como el estado de Coahuila reconoció la unión de personas del mismo sexo llamándolo Pacto Civil de Solidaridad. El 7 de febrero de 2007 en Colombia, fue aprobada y reconocida los derechos patrimoniales en la decisión del fallo de la Corte Constitucional que equipa algunos derechos a las parejas heterosexuales y a quienes ya se les permite inscribirse en una relación conocida como unión libre para que puedan convivir dos años. En España, además de la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo, existen leyes de parejas de hecho en Navarra, el País Vasco, Aragón, Cataluña y la Comunidad Valenciana.
Actualmente, otros países como Australia, Rumania, Francia, Suecia, Irlanda, Italia y el Reino Unido, están discutiendo la aprobación de leyes para matrimonios entre personas del mismo sexo, lo mismo que en la región de California, en los Estados Unidos.
Los países en los que es posible que las personas del mismo sexo contraigan matrimonio son 27: Países Bajos (2001), Bélgica (2003), España (2005), Canadá (2005), Sudáfrica (2006), Noruega (2009), Suecia (2009), Portugal (2010), Islandia (2010), Argentina (2010), Dinamarca (2012), Brasil (2013), Francia (2013), Uruguay (2013), Nueva Zelanda (2013), Inglaterra (2014), Gales (2014), Escocia (2014), Luxemburgo (2015), Estados Unidos (2015), Irlanda (2015), Colombia (2016), Finlandia (2017), Malta (2017), Alemania (2017) y Australia (2017), Austria (entró en vigor el 1 de enero de 2019). El próximo país será Taiwán (a más tardar el 24 de mayo de 2019, convirtiéndose en el primer país asiático en legalizar estos matrimonios).
En México, cuando ya existía en el Distrito Federal las uniones de convivencia, fue Yucatán el primer estado del país que impulsó, en 2008, una iniciativa popular para exigir el matrimonio entre personas del mismo sexo; no logró las firmas reglamentarias para que el proyecto fuera discutido en el congreso yucateco. Y conservo en mi archivo personal la propuesta completa, incluyendo la presentación de motivos. El Distrito Federal fue la primera entidad en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en diciembre 2009, incluyendo el derecho de adopción. En agosto de 2010, la Suprema Corte dictaminó que no todos los estados están obligados a legalizar estos matrimonios, “aunque están obligados a reconocer los que se realizan en estados que los han legalizado”, que, en 2010 eran Baja California, Campeche, Chiapas, Chihuahua, Coahuila, Colima, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Puebla y Quintana Roo. En 2015 la Suprema Corte consideró inconstitucionales las leyes que los prohíben y desde entonces se permiten cuando son tramitados ante un juez. En 2016 el presidente mexicano impulsó una iniciativa para legalizarlos en todo el país, pero la comisión parlamentaria votó en contra.
La situación jurídica de las personas homosexuales
Pero si esta es la panorámica respecto a las uniones entre personas del mismo sexo, independientemente de que sean llamadas matrimonios, o uniones de hecho, o sociedades de convivencia, o pactos civiles y voluntarias, el panorama respecto al estatuto jurídico de la homosexualidad está muy lejos de ser tan tolerante. El mapa que año con año nos presenta la asociación internacional ILGA, muestra el estado de la situación (puede consultarse en:
https://ilga.org/es/mapas-legislacion-sobre-orientacion-sexual. El color verde fuerte señala los lugares donde son reconocidos los matrimonios del mismo sexo. El color verde marino los lugares donde existen uniones del mismo sexo, aun cuando no sean equiparables totalmente al matrimonio, y el verde más tenue señala los lugares donde, aunque no existe reconocimiento para estas uniones, la homosexualidad no es catalogada como delito. Los demás colores, en cambio, señalan los países donde la práctica de la homosexualidad es considerada un delito a perseguir. Y las variaciones que van del color beige hasta el rojo subrayan la intensidad de la pena. Todavía sobrecoge el número de países donde la intolerancia es ley y las personas homosexuales, por el hecho de serlo, sufren las consecuencias.
Las siete discriminaciones en México
Nuestro país vive dentro del concierto de las naciones. En este ámbito global se ha ido conformando lo que llamamos el “derecho internacional de los derechos humanos”, que es la denominación que se usa para referirse al “conjunto de declaraciones y principios que sirven como base para la consolidación de instrumentos internacionales convencionales que comprometen a los Estados a respetar los derechos humanos reconocidos universalmente… Estos instrumentos de protección a los derechos humanos imponen obligaciones formales a los Estados (incluidos los poderes ejecutivo, legislativo y judicial) y se rigen por las condiciones establecidas en la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados.”. Esta es la definición que ofrece la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México. Cfr. OACNUDHM, Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos en México (México 2004).
México se ha incorporado al sistema internacional de protección a los derechos humanos a través de lo dispuesto en los artículos 133, 89, fracción X y 76 de la Constitución Política y mediante la firma y ratificación de diversos tratados y convenios emanados principal, aunque no exclusivamente, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El 27 de marzo de 2001 se instaló en México la Comisión Ciudadana de Estudios contra la Discriminación cuyo objetivo era buscar la promoción de los cambios legales e institucionales necesarios para luchar contra la discriminación en el país. Después de varios meses de sesionar, sus 161 integrantes publicaron, en los últimos meses de 2001, un informe titulado “La discriminación en México: por una nueva cultura de la legalidad”, que sirvió de base para la promulgación de la Ley Federal en contra de la Discriminación y, más tarde, la constitución de la Comisión Nacional de Prevención contra la Discriminación (CONAPRED).
En dicho informe se define la discriminación de la siguiente manera: “…todo acto u omisión basado en prejuicios o convicciones relacionados con el sexo, la raza, la pertenencia étnica, el color de la piel, la nacionalidad, la lengua, la religión, las creencias políticas, el origen y la condición social o económica, el estado civil, el estado de salud, la situación real o potencial de embarazo, el trabajo o la profesión, las características físicas, la edad, la preferencia sexual, cualquier forma de discapacidad (o una combinación de éstos u otros atributos), que genera la anulación, el menoscabo o la restricción del reconocimiento, el goce o el ejercicio de los derechos humanos, las libertades fundamentales y la igualdad real de oportunidades de las personas. La discriminación es una forma de trato diferenciado alimentado por el desprecio hacia personas o grupos. Pero no debe perderse de vista que no toda forma de trato diferenciado es discriminatoria y que, por el contrario, existen formas de trato diferenciado que son incluso necesarias y deseables en la lucha contra la discriminación. Las formas deseables de trato diferenciado son aquéllas que posibilitan la reparación del daño histórico generado por la discriminación y que permiten construir condiciones de igualdad real de oportunidades y de reciprocidad entre las personas”. (Cfr. La discriminación en México: por una nueva cultura de la igualdad [México 2001] p. 22)
Desde la perspectiva de los derechos humanos, una democracia, para serlo cabalmente, tendría que ser ajena a la exclusión, a la marginación y a la desigualdad, asegurando el pleno ejercicio de los derechos y de las libertades de las personas. La discriminación está lejos de ser un fenómeno aislado o tangencial: es un componente estructural de nuestra sociedad, que tiende a reproducirse de manera inercial tanto en el ámbito público como en el privado. Está basada en prejuicios que sostienen un trato de menosprecio a ciertos tipos de personas consideradas no sólo distintas, sino inferiores. Dichos prejuicios, desde luego, no son reconocidos como tales, sino que son adoptados por quien discrimina como si fueran verdades naturales e incuestionables. Esto es lo que el informe al que hemos hecho referencia denomina la “falacia discriminatoria”, que induce a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como construcción cultural. Es ésta la vía por la cual la discriminación encuentra su aceptación y su legitimidad. La mentalidad discriminatoria no sólo busca aislar o marginar a quien considera diferente, sino que, en la medida en que lo distinto parece representar una amenaza para sus propios valores y certidumbres, puede llegar al deseo de su aniquilamiento.
Entre todas las violencias, quizá no hay ninguna más perniciosa que la que se basa en la humillación y el sobajamiento que vienen ligados a la impugnación de lo que cada persona es, de lo que cree o lo que piensa, de lo que prefiere o de su pertenencia a un grupo determinado. Es clave para todos caer en la cuenta que sólo una concepción del mundo dogmáticamente simplificadora puede seguir justificando la uniformidad y el monolitismo como base de la exclusión, el rechazo y el maltrato, mientras que la cultura democrática, a contracorriente de los prejuicios prevalecientes, parte del reconocimiento de que la diferencia y la pluralidad constituyen un rasgo, no sólo necesario, sino deseable para el enriquecimiento de la vida colectiva.
La investigación llevada al cabo por la Comisión Ciudadana contra la Discriminación llegó a la conclusión de que hay siete tipos de discriminación con fuerte presencia en la sociedad mexicana: la discriminación por género, por pertenencia étnica, por discapacidad, por condición etárea, por razón religiosa, por orientación sexual y la discriminación a migrantes.
En lo que toca a la discriminación por orientación sexual, que es la que viene al caso en la discusión que hoy planteo, el informe de la Comisión señala: “Si la discriminación se cultiva frecuentemente sobre la base de juicios valorativos que tienden a descalificar aquello que se considera inadmisible desde el punto de vista de los estereotipos convencionales, podrá entenderse entonces que el campo de la sexualidad sea uno de los terrenos privilegiados sobre los que opera la moral discriminatoria. Incluso puede afirmarse que el dogmatismo subyacente en la descalificación, el menosprecio y hasta el odio con respecto a las personas que manifiestan una preferencia sexual no convencional, ha estado detrás de las resistencias a incorporar el tema mismo dentro de la agenda de los derechos humanos, la justicia, la pluralidad y la tolerancia”.
Y es que probablemente no haya práctica discriminatoria que goce de mayor impunidad social que el rechazo a las personas homosexuales y a la expresión de su identidad sexual. La gran mayoría de las personas homosexuales viven en silencio, sin poder expresar libremente su vida sexual y amorosa, obligados a vivir en simulación o con una doble vida. Debido a la estigmatización que padecen, son socialmente invisibles y están condenados a la clandestinidad. Sólo autoexcluyéndose pueden evitar la discriminación. De lo contrario, podrían verse sometidos a tratos injustos y arbitrarios que son justificados por el prejuicio moral que sostiene una frontera rígida entre lo que se considera normal y lo que es visto como patológico “esto es, entre lo que se plantea como la norma de conducta y lo que es considerado como una desviación de la misma[1]”.
Aunque hay cada vez más sensibilidad al tema y vamos construyendo juntos las mediaciones culturales e institucionales para frenar este trato discriminatorio, hay que señalar que, hasta nuestros días, la orientación homosexual provoca discriminación en el campo de la educación, contra los niños y niñas definidos como “problemáticos” por no ajustarse a los estereotipos de su género, también en el campo laboral, dado que es motivo velado de despidos. En esta misma línea discriminatoria podemos colocar a la vaguedad de los términos “faltas a la moral pública” o “ultrajes a las buenas costumbres” o “atentados al pudor” o “exhibiciones obscenas” que permanecen vigentes en la gran mayoría de reglamentos municipales y códigos civiles de los estados y que exponen a las personas homosexuales a abusos por parte de las corporaciones policíacas que, pretextando la orientación sexual, violan los derechos de expresión, circulación y reunión de las personas homosexuales.
El informe de 2001 de la Comisión Ciudadana ya señalaba los crímenes de odio, quizá la manifestación más execrable de la discriminación por orientación sexual, pero tratarlo aquí sería entrar a otro tema. Prefiero limitarme al tema que nos ocupa. Sobre los matrimonios entre personas del mismo sexo, dice el informe: “Como es evidente, la discriminación por preferencia sexual permea tanto el ámbito público como el privado. Hoy, por ejemplo, sigue siendo lamentable la falta de reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo. Las personas que eligen a parejas del mismo sexo no gozan de ningún reconocimiento legal en México, ni de los beneficios que emanan de ese reconocimiento. En los casos de posible separación, se crean situaciones de injusticia y desigualdad, en ocasiones dramáticas. En caso de fallecimiento, por citar una situación límite, no se le reconoce al o a la sobreviviente ningún derecho de sucesión, aunque hayan contribuido ambas partes al patrimonio común. Esta falta de reconocimiento legal conculca también derechos económicos y sociales fundamentales, como la posibilidad de sumar salarios para solicitar crédito para vivienda. Además, aunque en los códigos civiles la preferencia sexual no está señalada como causal de divorcio, en los juicios predomina la consideración de dichas relaciones como inmorales y como ofensa o injuria grave. Este mismo argumento se utiliza para arrebatar la patria potestad de sus hijos e hijas menores a madres lesbianas y a padres gays. En muchas ocasiones ni siquiera se llega a juicio, porque las madres lesbianas o padres homosexuales, por vergüenza, temor al escándalo o seguros de tener a la ley en su contra, deciden renunciar a la custodia o a la patria potestad de sus hijos e hijas antes de agotar las instancias legales. Aquí el estigma como mecanismo de discriminación funciona de manera automática, sin necesidad de la intermediación jurídica”. (Informe citado, p. 175)
Las recomendaciones de la OACNUDH en México
La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) en México realizó, como hemos mencionado antes, un Diagnóstico sobre la situación de los derechos humanos en México. Como fruto de este estudio en el que participaron instituciones públicas y organismos de la sociedad civil, la OACNUDH emitió 30 recomendaciones al Estado mexicano. De ellas, dos son las que resultan pertinentes para el tema que estamos tratando:
Recomendación 8:
Realizar una campaña nacional permanente para la promoción y el conocimiento de los derechos humanos, la tolerancia y el respeto a la diversidad, así como el reconocimiento del valor de la denuncia, mediante todos los medios disponibles, difundiendo ampliamente los derechos humanos en general, y en particular los derechos de aquellos grupos que viven situaciones desiguales y de discriminación (mujeres, indígenas, niños y niñas, personas con discapacidad, con orientación sexual diversa y adultos mayores, entre otros).
Recomendación 9:
Promover la eliminación del uso de estereotipos, prejuicios y estigmas (por sexo, edad, raza, etnia, condición económica, orientación sexual, religión o pertenencia política) en todos los instrumentos de carácter público que inciden en la formación y socialización de la población en el campo educativo, de los medios de comunicación y mediante conductas discriminatorias en los servicios públicos.
Esta lucha que tiene que llevar el Estado mexicano contra estereotipos discriminatorios, se topa además con la extendida estigmatización social hacia las personas homosexuales. Ya sabemos, por ejemplo, lo que le sucedió a la célebre y brevísima campaña contra la homofobia promovida por la CONAPRED y cómo fue suspendida al poco tiempo de lanzada al aire, debido a presiones de organismos civiles y religiosos que la condenaron públicamente. Queda claro, sin embargo, que los avances en el derecho internacional de los derechos humanos permiten ver la discriminación a las personas homosexuales, y la consecuente restricción de sus derechos, como algo que debe desaparecer. Este parece ser un dato irreversible.
Objeciones a las uniones de personas del mismo sexo
De lo que hemos dicho antes debería derivarse, en buena lógica, la necesidad de reconocer el derecho de las personas homosexuales a contraer matrimonio. No obstante, diversas voces plantean objeciones de distinto tipo a las uniones entre personas del mismo sexo. Plantearé aquí las más comunes. El primero es llamado argumento procreativo, y sostiene que el matrimonio tiene una especificidad reproductiva de tal importancia que se justifica reservar el concepto de matrimonio para las uniones entre personas heterosexuales exclusivamente. La unión entre personas homosexuales tiene la imposibilidad biológica de la descendencia común, por lo cual no puede recibir el nombre de matrimonio.
Un segundo argumento es el semántico, que sostiene que la única definición de matrimonio que ofrecen los códigos civiles y el Diccionario de la Real Academia Española es el de la unión de un hombre con una mujer.
Un tercer argumento es el tradicionalista, llamado así porque sostiene que la constitución heterosexual del matrimonio ha existido por milenios y corresponde a su esencia objetiva. Alterar esta constitución considerada natural, convierte la excepción en regla. Este es el argumento que usan casi todas las religiones.
Un cuarto argumento es de origen liberal. Se le llama argumento iusnaturalista. Sostiene que incorporar a los derechos económicos y sociales, nuevas libertades positivas (‘derechos a’) emanadas de un tipo particular de uniones (en este caso las uniones de personas homosexuales) no es más que profundizar el parasitismo estatal, esto es, obligar a los individuos a subsidiar las relaciones amorosas de homosexuales, que de este modo, adquieren un privilegio especial, y estipular un límite arbitrario con respecto a qué amistades deben ser protegidas por el estado: lo que es en sí una imposición ético-moral contraria al espíritu de una sociedad abierta. Este argumento colinda con el procreativo debido a que halla la razón del apoyo social al matrimonio heterosexual en un principio de orden natural; es decir, que la reproducción posibilita la continuidad de la especie y que esto es, sin duda, bueno para la sociedad. Por lo tanto, instituir nuevos subsidios sociales es retrasar la perspectiva de la definitiva liberación de los individuos.
Un quinto argumento se dirige específicamente contra los matrimonios homosexuales. Lo denominaremos argumento de la unión civil, porque sostiene que el reconocimiento del matrimonio homosexual es innecesario, dado que se han aprobado ya en muchos países leyes a través de las cuales las personas homosexuales pueden ver salvaguardados sus derechos sin necesidad de que se casen.
Finalmente, quisiera referirme a un argumento que no descalifica las uniones entre personas homosexuales, sino que las considera inconvenientes. Se trata del argumento patriarcal. Sostiene que, dado que el matrimonio es una institución burguesa, patriarcal y decadente, ¿qué sentido tiene reivindicarla para las personas homosexuales?
Como han de imaginar, a estas objeciones se han dado muchas respuestas desde diferentes ámbitos. El argumento más sencillo de desmontar es, desde luego, el argumento semántico, dado que es un argumento circular o tautológico. La definición de matrimonio, tanto en los diccionarios como en las leyes civiles, es una convención humana. Puede cambiar cuando así lo decidamos. Eso fue precisamente lo que hicieron los Países Bajos en sus leyes. Si hurgamos en los diccionarios encontraremos definiciones que nos resultan extrañas, ajenas y hasta inservibles. Las cosas cambian, y la lingüística sufre adaptaciones. Y de nada vale argumentar etimológicamente que matrimonio viene de “mater”, lo que excluye la posibilidad de matrimonios entre dos varones (se cuidan bien de decir que el nombre acertaría doblemente en el caso de dos lesbianas), porque las instituciones jurídicas no pueden ser esclavas de la etimología, a menos que queramos, como afirma Bruno Bimbi, que la patria potestad sea un atributo exclusivo del varón, al igual que el matrimonio, y el salario se siga pagando en sal en lugar de dinero contante y sonante.
El argumento procreacionista ha sido también ampliamente debatido. Hace algún tiempo María y Claudia, una pareja de lesbianas, llegó al registro civil de una ciudad argentina. Solicitaban casarse. El matrimonio les fue negado y ellas interpusieron el recurso del amparo. La jueza falló contra el amparo con el argumento de que “el matrimonio está destinado a la procreación y la preservación de la especie”. Cuando el fallo fue apelado, María y Claudia contra argumentaron: “¿y qué decir de las personas estériles?, ¿y los ancianos?, ¿y las mujeres después de la menopausia?, ¿y las parejas heterosexuales que deciden no tener hijos?… ¿Por qué ellos pueden casarse y nosotras no?”. En efecto, si la procreación fuera el único y exclusivo fin del matrimonio, dichas categorías de personas no podrían casarse. Sin embargo, el matrimonio es mucho más que un permiso legal para tener hijos y criarlos. Sirve también para manifestar el afecto y el compromiso permanente hacia una persona, para organizar legalmente un proyecto de vida en común, para formalizar ante los demás un estatus jurídico, para proteger a los miembros de la pareja y a sus hijos ante la posibilidad de la separación, el divorcio o la disolución del vínculo por muerte. ¿Por qué habría que negar todo esto a las personas homosexuales?
El argumento iusnaturalista liberal llama la atención por su contradicción interna. Si, en realidad, lo que más importa es la libertad y felicidad de cada individuo, no se ve cómo puede privarse de la protección que brindan el sistema jurídico o el aparato estatal, a los matrimonios entre personas del mismo sexo, sin incurrir en alguna forma de discriminación; esto es, en una diferenciación injustificada. Argumentar un “orden moral natural” ligado a la procreación, es algo esencialmente antiliberal.
El argumento de la unión civil tiene bastantes seguidores. De hecho, es el motor de la solución que muchos países le han dado a la cuestión, aprobando figuras jurídicas alternativas al matrimonio. Esta posición tiene la virtud de conciliar a bandos que parecían irremediablemente enfrentados: las personas homosexuales ven reconocidos algunos de sus derechos y la institución del matrimonio sigue intacta en su calidad heterosexual. Sin embargo, me temo que esta solución no sea más que un paso temporal, no solamente porque el matrimonio reconoce derechos que uniones como las sociedades de convivencia no reconocen (como la inmigración, la seguridad social, el pago de impuestos, la herencia automática y la adopción y crianza de niños), sino porque no termina de responder satisfactoriamente a la pregunta lanzada desde la perspectiva de los derechos humanos y que ha sido magistralmente expresada por Bruno Bimbi: “Se olvidan de que cuando los gays alquilamos una casa, firmamos un contrato que se llama ‘de alquiler’, no de ‘vínculo inmobiliario homosexual’. Cuando decidimos casarnos, queremos que se llame matrimonio: los mismos derechos con los mismos nombres. Si no, sería como si a las parejas de afrodescendientes les hubiesen dicho que las reconocían mediante una ‘ley de unión entre negros’. El ejemplo no es antojadizo: en España, cuando se reconoció el derecho al voto a las mujeres, la derecha proponía ‘que se llame ‘derecho a la participación política’, pero no ‘derecho al voto’, porque el voto es y ha sido siempre un atributo masculino’. Se aferran al nombre como una forma de mantener alguna forma de desigualdad”. Estas y otras investigaciones y declaraciones de Bruno Bimbi pueden encontrarse en www.lgbt.org.ar
El argumento desde la lucha contra el patriarcado, que viene regularmente de ambientes relacionados con la izquierda, es, cuando menos, hipócrita. Y lo es porque exige a las personas homosexuales una radicalidad que no se le exige a nadie más. Equivaldría, por ejemplo, a pedir a los obreros que no luchen por mejores salarios, sino que mejor cuestionen el sistema capitalista y la plusvalía. O pedir que se renuncie al derecho al voto, dado que la democracia que vivimos es burguesa y no es el estado revolucionario al que se aspira. El argumento patriarcal será muy de izquierda, pero para el tema al que nos referimos hace el triste papel de ‘opio para el pueblo’ que se reclama a la fe religiosa, porque en aras de la espera de una institución más libre y menos patriarcal que la del matrimonio, que seguramente surgiría en una sociedad totalmente revolucionaria, se impide a las personas homosexuales que viven hoy el disfrute de derechos establecidos para todos. Habría que recordar aquí que la legalización de las uniones homosexuales no es una figura que implique obligatoriedad, como no la implica en los matrimonios heterosexuales. Si una persona homosexual decide no casarse, tiene derecho a no hacerlo. Pero que lo haga porque no quiere, no porque le esté prohibido.
He dejado para el final el debate sobre el argumento tradicionalista, y esto debido a la fuerza que tiene en el subconsciente colectivo. Más allá del debate abierto en las ciencias sociales, especialmente la sociología y la antropología cultural, que discuten si el ingrediente heterosexual del matrimonio no ha sido utilizado como instrumento de poder para legislar sobre la vida sexual y privada y pública de las personas, habría que considerar las transformaciones que, en materia de ideas, se han dado a lo largo de la historia. La familia nuclear, por ejemplo, tan ensalzada como la forma “natural” de la familia, es bastante reciente según todas las investigaciones sociológicas, además que más del cuarenta por ciento de las familias en México no siguen ya ese patrón. Si he dejado este argumento para el final es, precisamente, porque sirve de vínculo de unión con la segunda parte de esta conferencia, la reflexión sobre las uniones entre personas homosexuales desde la perspectiva teológica. Argumentar una tradición inveterada para oponerse a las uniones entre personas del mismo sexo está solamente a un paso de distancia de una propuesta religiosa. Más adelante veremos cómo este prejuicio se convierte en el argumento toral contra el matrimonio homosexual en muchas de nuestras religiones occidentales. Por de pronto, permítanme cerrar esta sección de la exposición proponiendo, a manera de crítica irónica, la frase con la que sale al encuentro del argumento tradicionalista el español Jorge Cortell: “El matrimonio existe desde el principio de los tiempos y siempre ha sido igual, por lo que no debería cambiarse; por eso las mujeres son propiedad, no tienen alma, los blancos no pueden casarse con negras, y el divorcio es ilegal”. (Cfr. CORTELL Jorge, “Diez razones por las que habría que ilegalizar los matrimonios homosexuales”, disponible en www.durgell.com/item/2005/12/24).
Un asunto de igualdad y de derechos de las minorías
Hasta aquí lo que, desde la perspectiva de los derechos humanos, puedo comentar sobre los matrimonios de personas del mismo sexo. La lucha de las personas homosexuales por el reconocimiento público y legal de sus uniones está basada en una sencilla consideración: si el derecho internacional de los derechos humanos ha llegado a la conclusión, aceptada cada vez más por la sociedad internacional, de que todos los seres humanos son iguales, sin importar la orientación sexual que tengan por nacimiento o hayan adquirido durante su vida, entonces, la igualdad en dignidad exige la igualdad de derechos. Lo que está en juego es aceptar que la humanidad es diversa, que no responde a un solo patrón cultural, y que las personas no son mejores ni peores por la orientación sexual que posean.
En el caso de la exigencia de matrimonio para las personas homosexuales lo que se sitúa al centro de la cuestión no es solamente si los derechos materiales que implica el matrimonio es importante que lo tengan todas las personas, sino si las personas homosexuales han de ser reconocidas plenamente como personas, o si seguirán siendo ciudadanos y ciudadanas de segunda clase. Cabe aquí recordar este testimonio ante un hecho repetido: “muchos viudos echados de su casa luego de que falleció su pareja, porque una familia que no aparecía hace décadas vino a cambiar la cerradura, saben cuán importantes son los derechos materiales que otorga un matrimonio”.
Dos expresiones quisiera yo citar para terminar con esta primera parte. Una proviene de la Corte Constitucional de Sudáfrica, en el laudo en el que se reconocieron los matrimonios homosexuales en aquel país. En él, los jueces sudafricanos, al reflexionar sobre los daños intangibles que produce la discriminación en las personas homosexuales, señalaban: “Es una forma de decir que su capacidad de amar, comprometerse y aceptar responsabilidades es, por definición, menos loable de proteger que las de las parejas heterosexuales”. El matrimonio implica un reconocimiento social, y negárselo a las personas homosexuales, dijeron los jueces, los obliga “a vivir una vida en estado de vacío legal en el cual sus uniones quedan desmarcadas de las fiestas y de los presentes, de las conmemoraciones, de los aniversarios que celebramos en nuestra cultura”. Así de simple. Así de complejo.
La segunda cita proviene del
discurso público que emitió el presidente del gobierno español, José Luis
Rodríguez Zapatero, al defender frente al pleno del Congreso la reforma que
reconocía los matrimonios entre personas del mismo sexo. “Hoy la sociedad
española da una respuesta a un grupo de personas que durante años han sido
humilladas, cuyos derechos han sido ignorados, cuya dignidad ha sido ofendida,
su identidad negada y su libertad reprimida. Hoy la sociedad española les
devuelve el respeto que merecen, reconoce sus derechos, restaura su dignidad,
afirma su identidad y restituye su libertad… No estamos legislando, Señorías,
para gentes remotas y extrañas. Estamos ampliando las oportunidades de
felicidad para nuestros vecinos, para nuestros compañeros de trabajo, para
nuestros amigos y para nuestros familiares, y a la vez estamos construyendo un
país más decente, porque una sociedad decente es aquella que no humilla a sus
miembros… Hoy demostramos con esta Ley que las sociedades pueden hacerse
mejores a sí mismas y que pueden ensanchar las fronteras de la tolerancia y
hacer retroceder el espacio de la humillación y la infelicidad…”
[1] Ibid p. 175
Para Arturo Alvarado
Hace exactamente 10 años, en febrero de 2009, andaba yo todo entusiasmado porque, dos años antes de cumplirse los 25 años de la muerte de Cortázar, en 2007, se había publicado por primera vez un cuento cortazariano que el mismo Julio había anunciado en una carta de 1978 pero que, por razones desconocidas, no había sido incluido nunca en las colecciones de sus cuentos completos.
El enigma de ese cuento, titulado Ciao, Verona, tenía mucha relación con una serie de pequeños poemas escritos por Julio para Cristina Peri Rossi. Al decir de http://nadiesalvoelcrepusculo.blogspot.com, “Estos Cinco poemas para Cris son los primeros de una serie de quince dedicados a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, por quien Cortázar sintió en su momento un gran amor. Un amor imposible, debido a las incompatibles inclinaciones sexuales de ambos, que sin embargo dio lugar a una amistad y a una complicidad indestructibles. En principio, Cortázar envió a Cristina los poemas por carta, y en julio de 1981, también por carta, le pidió permiso para publicarlos. Aparecieron pocos meses después del fallecimiento del escritor en el libro póstumo Salvo el crepúsculo (1984). Las referencias a Cristina eran bastante claras, pero entonces muy pocos sabían que se trataba de Cristina Peri Rossi. Nunca tuve una buena relación con esos poemas, aunque considero que son los mejores que escribió, dice Peri Rossi, que narra su amistad con Cortázar en Julio Cortázar y Cris (Editorial Cálamo, 2014)”.
La publicación de Ciao Verona, abrió una veta de confirmación de la identidad de la musa de estos poemas, pero, además, nos reveló de manera íntima la experiencia de este amor imposible: la manera como lo vivió Julio (cuento Las caras de la medalla) y la manera como Julio pensó que Cristina lo habría vivido (cuento Ciao Verona), por fin salido a la luz en 2007. Entonces escribí este pequeño ensayo que ahora reproduzco cambiando en su texto solamente 2009 por 2019.
El ensayo
En una historia de amor imposible, Julio Cortázar se enamoró de Cristina Peri Rossi. No hay amor más permanente, más vital, más obsesivo, que el amor imposible. Los enigmáticos “Cinco Poemas para Cris”, “Otros cinco poemas para Cris” y “Cinco últimos poemas para Cris”, publicados en el libro de Cortázar Salvo el crepúsculo revelaron un lado poco conocido del narrador argentino, el del poeta de una finura insospechada.
De esos poemas dice la musa inspiradora: Él me dedicó 15 poemas y da los datos suficientes para saber que se trata de mí, pero no hizo público el reconocimiento hasta unos años antes de morir. Me pidió permiso para hacer el reconocimiento público en una entrevista y yo se lo di. Yo creo que uno tiene que estar orgulloso de los amores que siente y los amores que ha despertado. Lo más que podemos decir del amor es que nos provoca orgullo amar y que nos amen.
Los poemas ofrecen también, así sea de elegante manera y entre líneas, la razón de la imposibilidad de ese amor. En “Cinco poemas para Cris”, en el poema 1, dice el cronopio: “Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo / tu pelo tu perfume tu saliva. / Y allí del otro lado te poseo / mientras tú juegas con tu amiga / los juegos de la noche”. Y más adelante, en el poema 2, reitera: “En realidad poco me importa / que tus senos se duerman / en la azul simetría de otros senos”.
Lo mismo ocurre cuando, en la serie “Otros cinco poemas para Cris”, dice en el poema 3: “Recuerdo a Saint-Exupéry: ‘El amor / no es mirar lo que se ama / sino mirar los dos en una misma dirección’. / Pero él no sospechó que tantas veces / los dos mirábamos fascinados a una misma mujer / y que la espléndida, feliz definición / se viene al suelo como un gris pelele”. O en el espléndido poema cuatro: “Creo que no te quiero, / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorada de ese guante / que vive en la derecha”.
Finalmente, en la serie “Cinco últimos poemas para Cris”, Cortázar recurre a la mitología griega para transmitirnos la experiencia, a la vez llena de dolor y de misterio, de su amor imposible por Cristina: “Quisiera ser Tiresias esta noche / en una lenta espera boca abajo / recibirte y gemir bajo tus látigos / tus tibias medusas”. Para penetrar en la densidad de su comparación poética habría que recordar que Tiresias, el célebre adivino ciego de la mitología griega, tras separar a dos serpientes a las que habría descubierto apareándose, habría sido convertido en mujer gracias a la acción de Hera. Esta misma diosa, siete años después, hizo recobrar a Tiresias su sexo original después de que éste volviera a descubrir a dos serpientes en circunstancias similares a la primera ocasión. Por eso es que Zeus y Hera recurrieron a Tiresias para resolver un debate que sostenían a propósito de quién, el hombre o la mujer, experimentaban mayor grado de placer sexual. Tiresias concluyó que el varón experimenta una décima parte del placer que experimenta una mujer.
En 1977, en el primer volumen de relatos de Julio Cortázar que se publicó en España, el volumen titulado Alguien anda por ahí, Cortázar incluyó un enigmático cuento: Las caras de la medalla. Un cuento de los más enigmáticos y oscuros del autor argentino. En él, un hombre, Javier, no alcanza a entender el rechazo de una mujer ni las razones de la imposibilidad práctica de mantener relaciones sexuales. Al misterio que se cierne sobre este cuento se añaden dos circunstancias: la extraña dedicatoria (“a la que un día lo leerá, ya tarde como siempre”), y unas líneas que en 1978 escribiera Cortázar a su amigo Jaime Alazraki, uno de sus mejores críticos. En ellas, Julio señalaba: “En Alguien que anda por ahí hay amargos pedazos de mi vida, por ejemplo Las caras de la medalla, cuya historia siguió y terminó en otro cuento muy largo que escribí hace meses y que entrará en otro libro, si libro hay; se llama Ciao, Verona, y fue tan duro de escribir como el otro”.
El tal cuento Ciao, Verona no fue nunca incluido por Cortázar en los dos libros de cuentos que publicó con posterioridad (Queremos tanto a Glenda y Deshoras), así que permaneció inédito y su única copia olvidada en una biblioteca de la Universidad de Texas. De manera que cuando Alfaguara publicó sus cuentos completos, no incluyó Ciao, Verona. El mes de febrero de 2007 se encontró la versión original, hecha en máquina de escribir y con correcciones manuscritas de indudable caligrafía cortazariana, de este “cuento muy largo” (17 páginas). Con la lectura de Ciao, Verona, inédito por 30 años y finalmente publicado en diciembre de 2007, el lector puede entender mucho mejor el cuento Las caras de la medalla.
Ciao, Verona, toma la forma narrativa de una muy extensa carta que Mireille le dirige a su amada Lamia. En ella le habla de la frustrada intentona de Javier por enamorarla y del encuentro entre ellos dos, acaso el último, sostenido en Verona, y que es narrado como la contraparte del cuento Las caras de la medalla, donde es la voz masculina la que narra el desencuentro. Ciao, Verona es, por así decirlo, la versión femenina de tal frustrada entrevista amorosa.
Hablando de Javier (y, para quien sabe entender, del cuento Las caras de la medalla) Mireille dice: “Su estúpido error -entre tantísimos otros- estuvo en creer que su texto nos abarcaba y de alguna manera nos resumía; creyó por escritor y por vanidoso, que tal vez son la misma cosa, que las frases donde hablaba de él y de mí usando el plural completaban una visión de conjunto y me concedían la parte que me tocaba, el ángulo visual que yo hubiera tenido el derecho de reclamar en ese texto. La ventaja de no ser escritora es que ahora te voy a hablar de él honesta y simple y epistolarmente en primera persona…”
Yo digo que Ciao Verona es otro de los capítulos –junto con la colección de poemas a los que hice referencia al inicio de estas líneas y con el cuento Las caras de la medalla– de aquella misma historia de amor imposible entre Cortázar y Cristina Peri Rossi. Ya se sabe, como dirá el mismo Julio, que “es obsceno escribir estas cosas, darlas a los mirones. Qué quieres, están los que van a confesarse a las iglesias, están los que escriben interminables cartas y también los que fingen urdir una novela o un cuento con sus aconteceres personales. Qué quieres, el amor pide calle, pide viento, no sabe morir en la soledad. Detrás de este triste espectáculo de palabras tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no me haya muerto del todo en tu memoria”.
Usted puede confirmar o desdecir esta intuición leyendo los dos cuentos seguidos y acompañándolos del poema tres de los “Cinco últimos poemas para Cris”, que ahora transcribo como homenaje al entrañable cronopio en el 35º aniversario de su desaparición física. Para mí ha sido una muy buena manera de unirme al sentido homenaje que en muchas partes del mundo se ofrece en honor del entrañable Julio. Me callo ahora, para dar paso al poema cortazariano:
3. Nunca sabré por qué tu legua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
A mí me gustan mucho los ensayos de Patricio Pron. Escribe con cierta regularidad en la revista Letras Libres y yo disfruto mucho leerlo. Moderno, agudo, es un escritor que siempre habla de cosas que me interesan. En enero de 2018, por ejemplo, publicó un delicioso artículo sobre los consejos que suelen dar los escritores famosos a las personas que quieren comenzar el camino de la escritura. La fina ironía y la profusión de citas de recomendaciones de escritores famosos culminan en quince consejos verdaderamente memorables. Genial.
Me he enterado que ha ganado el premio Alfaguara 2019 de novela y se redoblan las ganas que tengo que leer algo de su producción literaria de ficción. Letras Libres pone, al final de sus colaboraciones, “Patricio Pron es escritor. Entre sus obras recientes están No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles y Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo”, y me doy cuenta que sus enigmáticos títulos me atraen, y quisiera leer sus novelas (sobre todo sus cuentos, mi género predilecto), pero no me he ocupado en buscar sus obras en las librerías que visito ocasionalmente. Y esto ha sido a propósito.
La razón es absurda, pero simple: tengo una obsesión por las obras completas. Es una obsesión que, a decir verdad, solo puede cumplirse a cabalidad cuando el autor ha muerto (y ni siquiera eso es del todo cierto: yo sigo comprando y leyendo la obra de Cortázar, las colecciones de sus cartas y, probablemente, tendré que leerme hasta los borradores que tiró al bote de basura o los bosquejos de libros nunca editados, cuando sean publicados), pero que se convierte en una fuente de ansiedad que no me deja en paz; y me ocurre no solamente con los libros, sino también con la música.
En música, puedo identificarlo casi como si hubiera pasado ayer, la obsesión comenzó con Bach. Hace muchos años, visitando la librería Gandhi en la CDMX, cuando todavía se llamaba DF, encontré las obras completas de Johann Sebastian Bach, el genio de Eisenach. Era una colección de cerca de cuarenta cassetes. Cuando esta tecnología se volvió obsoleta, tuve que comprar la misma colección en discos compactos. Probablemente pronto tenga que pasar toda esa música a una memoria USB. No sé qué viejo trauma se revele en esta obsesión precisa de las obras completas, pero me da una tranquilidad inmensa saber que, no solamente puedo escuchar cualquier obra de ese compositor en cualquier momento que se me antoje, sino que tengo en mi poder el conjunto de toda su obra creativa… hasta que, como ocurrió en abril de 2004, me entero por el Diario El Clarín, que “varias páginas de la partitura de una obra del genial compositor alemán Johann Sebastian Bach, desaparecida hace más de 80 años, fueron encontradas entre las pertenencias de la pianista clásica japonesa Chieko Hara —esposa del violonchelista español Gaspar Cassadó—, que murió en diciembre de 2001”… y entonces siento crecer la ansiedad y comienzo desesperadamente a rogar al Dios inspirador de la música que algún disco reciente traiga, como obra de la casualidad, la partitura perdida de Bach interpretada por la orquesta tal y tal. Y lo mismo, mutatis mutandi, pasa con los Beatles, y con Silvio Rodríguez y… la lista es larga.
En el caso de la literatura, es –como el lector podrá deducir de las líneas de arriba– Cortázar quien alimentó mi obsesión por las obras completas. Una vez que tuve la colección completa de sus cuentos, tuve que analizar en noches de insomnio si debía comprar una edición de tres tomos que me encontré, en la que todos los cuentos de Cortázar estaban reunidos en una clasificación hecha por el mismo Cronopio. Finalmente, terminé por considerar necesaria la compra de ese nuevo material, por la impronta que la edición tenía de la mente del autor, de su selección personal. Pero con Cortázar el asunto es cuento de nunca acabar: el próximo 12 de febrero cumplirá ya 35 años de muerto, y cada año me asalta la duda de qué papeles suyos sin editar serán descubiertos, o terminados de ordenar, y publicados.
Recuerdo, como en un sueño hecho realidad, la ocasión en que, de visita en Montevideo, caminando sus calles en compañía de mi amigo Roger Gutiérrez, que tomó la bendita decisión de echar raíces en la patria de Juan Luis Segundo, me encontré con una librería de viejo, tan frecuentes en las calles montevideanas. De repente, como una iluminación, mis ojos se dirigieron a dos volúmenes bellamente encuadernados. La portada lucía el cabalístico título de “Obras Completas”. ¿El autor? Federico García Lorca. No lo pensé más: sin hacer la conversión mental a pesos mexicanos, saqué la cartera y pagué el costo con los pesos uruguayos que acababa de cambiar en el banco. Con los dos libros bajo el brazo regresé a Mérida sintiendo que la visita a Uruguay había valido la pena (también, claro, no se me juzgue inhumano, por el encuentro con Roger y Patricia, entonces aún sin Lucas).
Volvamos, pues, al buen Patricio Pron. Si su literatura de ficción llega a interesarme tanto como sus artículos literarios, es posible que esté condenado a entrar en la lista de los autores cuyas obras completas trataré de conseguir. Y es todavía muy joven. Y cuando veo, a pesar de mi voracidad en la lectura, la cantidad de libros aún sin abrir que todavía esperan su turno, pienso que ya no sé si a mis sesenta años deba yo seguir gastando las dos terceras partes de mi exiguo salario como activista de derechos humanos, trabajo quijotesco, como bien se sabe, y de pocos ingresos, en la compra de todas las obras que vaya publicando este joven autor argentino.
Así que, por el momento, seguiré leyendo sus colaboraciones en Letras Libres, hasta que una casualidad, interpretada como epifanía por el hombre de fe fácil que escribe estas líneas, me lleve a una librería donde el título Trayéndolo todo de regreso a casa. Relatos 1990-2010 dé inicio a la tan temida carrera hacia las obras completas, que nunca sabe uno cuándo va a terminar.
Por de pronto, celebro que Patricio Pron haya ganado el Premio Alfaguara 2019 de novela, aunque cada obra suya publicada (Wikipedia registra seis volúmenes de relatos, siete novelas, un libro de ensayo y una antología dirigida por él que, desde luego, también entraría en la colección de obras completas, así como entró a la colección de Cortázar la traducción que hiciera de los cuentos de Edgar Allan Poe) me haga retrasar el inicio del interminable camino de lectura de sus obras completas.
Amós Oz, In Memoriam
¡Es que me da un coraje!…
La que habla es Martina, oriunda de Homún. Salió de su pueblo cuando se casó para venirse a vivir a la ciudad de Mérida con el esposo, también de Homún. Les gusta su pueblo y hubieran querido quedarse a vivir allá, donde están sus familias, pero el trabajo de la milpa ya no era suficiente para todos y se vinieron a la capital para que Josué, que así se llama el marido, pudiera conseguir algún trabajo que les permitiera vivir decorosamente. Tienen dos hijas, una de ellas ya casada y esperando su primogénito.
Cálmate, mujer –le dice Josué– que María de la Luz va a necesitar que estés tranquila. Si se vino a pasar los últimos días de su embarazo con nosotros es porque quiere que estemos a la mano para lo que pueda necesitar. Y con estos corajes no ayudas en nada. Al fin que la conferencia de prensa no la das tú…
Martina tuerce la boca. No podía imaginarse que María de la Luz habría de romper fuente justo hoy. Desde temprano se había levantado y había limpiado la manta con la que había participado en muchas de las jornadas de protesta contra la granja de cerdos. Le gustaba que Josué hubiera escrito en ella –“por primera vez me hace caso y no pone lo que a él le da la gana”– la frase que preparó en aquel retiro de la iglesia: Por mí y por mis hijos: ¡NO A LA MEGAGRANJA!
Hace tiempo que miraba con buenos ojos que las cosas fueran mejor en Homún. Sus hermanos menores no tuvieron que dejar, como ella, el pueblo en busca de trabajo porque tanto en Cuzamá como en Homún, la visita de turistas para conocer los cenotes había crecido tanto que alcanzaba para dar trabajo a muchas familias. Cuando la gente se dio cuenta de que los camiones que transportaban materiales de construcción no estaban ampliando ninguna carretera, como se rumoraba, sino levantando las naves de una gigantesca granja para más de 40,000 cerdos a pocos kilómetros del pueblo, Martina fue de las primeras que, estando en Homún de visita el domingo, lanzó el grito al cielo: ¡Si de los cenotes y del turismo vivimos todos! Por eso, tanto ella como Josué y sus dos hijas, participaron en la consulta organizada en el pueblo para aprobar o desaprobar el establecimiento de la granja. “Los permisos ya están dados, va a estar difícil que paren la construcción”, le dijo una de sus vecinas de Mérida, al ver que salía apurada hacia Homún para ir a votar. Pero Martina no es de las que se dejan intimidar: fue, votó junto con su esposo y sus hijas, y permaneció hasta que el resultado de la consulta fue dado a conocer: 732 votos en contra de la granja, 52 a favor y 5 nulos. Cuando el conteo terminó Martina le comentó a sus hijas: No vamos a parar: esa granja no va a abrirse, ya lo verán.
Por eso lamenta ahora no poder estar en la conferencia de prensa. Aunque ha pasado ya casi un año desde la autoconsulta y se han interpuesto muchos recursos jurídicos, las leyes no están hechas para que la voluntad del pueblo maya sea respetada y la empresa sigue empeñada en que la granja siga funcionando. Todos insisten en que la granja terminará contaminando los cenotes, pero a Martina lo que le interesa más es que el pueblo sea el que decida qué se hace en su territorio. Como la empresa se ha visto obligada a cerrar operaciones y a sacar a los cerdos que ilegalmente se introdujeron a la granja, los dueños están más furiosos que nunca. Después de despedir a los abogados locales, han contratado un famoso despacho jurídico de fuera, y la táctica de estos nuevos empleados ha sido irse en contra de la jueza que ordenó la suspensión de la granja: a falta de argumentos, han cambiado el objetivo en busca de algún otro juzgador que les favorezca.
Pero a Martina hay algo que le duele más. Es cierto que los nuevos abogados harán todas las trampuchetas posibles para sacar a la jueza del proceso. Quién sabe qué cosas estén dispuestos a inventarle. Pero lo que realmente le hizo exclamar a Martina la frase que encabeza este relato es enterarse de que los dueños son súper católicos. Martina, huelga decirlo, es una ferviente católica. No se pierde ninguna de las fiestas de su pueblo. Martina se alegró cuando, en una junta con todos los que trabajan en la iglesia a la que asiste, el padre tomó partido junto con ellos a favor del pueblo de Homún. Por eso está muerta de coraje al saber que los dueños de la granja, muy católicos, eso sí, insisten en imponer la granja en contra de la decisión del pueblo.
Pero Martina sabe que lo primero en este momento es acompañar a María de la Luz. Así que enrolla de nuevo la manta que acababa de limpiar y se alista para acompañar a su hija al hospital. Llegan apresurados. En el Juárez colocan a María de la Luz en una camilla y se la llevan al quirófano. Martina queda en la sala de espera junto con Chepo, su yerno, y Josué, su marido. Cuando toma el teléfono para avisarle a su otra hija que su hermana ha entrado ya en labor de parto, aprovecha consultar en Facebook la conferencia de prensa que está siendo transmitida en vivo. Escucha el testimonio de don Doro, las argumentaciones de Indignación, y, mientras su hija está en la sala de partos, Martina siente que, aunque esté lejos, está cerca.
El aviso llega antes de lo esperado. El parto ha sido rápido y exitoso. La enfermera les avisa que ha nacido ya una niña. Martina piensa que, apenas pueda, hablará con su hija para sugerirle que su nieta, la primera, lleve el nombre de Victoria, “porque la lucha no va a terminar sino hasta que lleguemos allá”, le dice a Josué cuando, con mirada cariñosa, éste la estrecha en un abrazo. ¿Y por qué no María Victoria?, le pregunta. Es que si le pone María Victoria se van a burlar de ella en la escuela. Josué ríe estrepitosamente: ¡Ay mujer! Si ya nadie se acuerda de María Victoria… la criada bien criada es un recuerdo que solo atesoramos los que hemos llegado a los 60. ¡Tú crees que algún compañerito de la niña va a saber quién era María Victoria!
Las risas de ambos resuenan en la sala de espera del hospital. Ya pronto, les dicen, podrán pasar a ver a María de la Luz y, desde el cristal del cunero, conocer a su nietecita. Martina piensa que, apenas pueda, llamará a Lulú, la abogada de Indignación, para preguntarle qué es lo que sigue. Ahora también será por María Victoria, piensa, mientras la enfermera le muestra desde el cristal del cunero a una niña de ojos hinchados y cerrados. Todos los niños recién nacidos se parecen, susurra Josué al verla. Martina le dice que confíe en la cintilla que le han puesto a la niña con los apellidos de sus padres. Yo mismita la llevaré a que se bañe por primera vez en un cenote, le anuncia a Josué. Junto a ellos, Chepo no tiene palabras, sólo lágrimas de agradecimiento que ruedan por sus mejillas. Pues para mí, suegro, esta niña es única y no se parece a nadie. María Victoria será su nombre, como sugiere mi suegra, y por ésta, dice Chepo mientras besa la cruz hecha con los dedos, que disfrutará de agua limpia y será orgullosamente maya.
Cuando la cortina se cierra, los tres siguen atisbando por el último resquicio. Esta niña es un buen preludio de la navidad que ya se acerca. Les pareció que la niña, antes de ser cinchada con el pañal, levantó el puño cerrado.
Una iniciativa patrocinada por el Colegio de Antropólogos de Yucatán, la Universidad Autónoma de Yucatán y el Proyecto Utopía de Yucatán ha derivado en un documento singular: “40/70. 40 reflexiones desde Yucatán a 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, fácilmente descargable para su lectura y consulta en www.cayacyucatan.wordpress.com
Se trata de una serie de comentarios breves, desarrollados por académicos y activistas de derechos humanos, sobre los treinta artículos de la Declaración que viera la luz, en la postguerra, en 1948. El Dr. Rodrigo Llanes tuvo la gentileza de invitarme a participar en este proyecto. Me fue asignado el artículo 18 de la Declaración para hacer un comentario de entre 500 y 700 palabras. Les comparto ahora la breve reflexión que hice para colaborar cojn esta iniciativa. Sirva como invitación a la lectura del documento completo, donde encontrarán una amplia representación de diversos ámbitos: la academia, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación social… Un rico collage de opiniones que llama nuestra atención sobre el cambio epocal al que ha contribuido la Declaración de la ONU.
Les saludo con mis mejores deseos para las próximas fiestas navideñas.
Artículo 18
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
En la sede de las Naciones Unidas se encuentra una monumental escultura que representa a un hombre que, con un martillo, golpea una lanza sobre el yunque. El autor es Yevgueni Vuchétic, escultor ruso, y la estatua fue un regalo a la ONU de parte de la extinta Unión Soviética. La inscripción bajo la escultura reza: Let Us Beat Swords into Plowshares, que alude a un texto religioso, la Biblia Judía, que en el libro del profeta Isaías contiene, en el capítulo 2, versículo 4, la siguiente frase: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. Ya no se adiestrarán para la guerra…”
A pesar de que el lugar común, representado por este monumento, reconoce a las religiones como hacedoras de paz, la realidad es que muchas de las guerras que han asolado a la humanidad han sido guerras religiosas, o han tenido entre sus causas algún ingrediente religioso. La ferocidad y el contradictorio razonamiento con que algunas religiones establecidas tratan de desmentir esta realidad, no hace más que corroborar el dato. (Puede verse Puede verse https://es.chabad.org/library/article_cdo/aid/695544/jewish/Por-Que-la-Religion-Provoca-Guerras.htm desde el ámbito judío y https://www.religionenlibertad.com/cultura/63679/cuantas-guerras-han-tenido-una-causa-religiosa-unas120-menos-del.html desde el ámbito católico. Ambos revisados el 04/12/2018)
Era necesario, pues, que en el nuevo pacto social internacional que se tejió en la postguerra, en torno a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, este derecho a la libertad de conciencia y de religión (que no son equivalentes, pero que están íntimamente ligados) apareciera para garantizar a creyentes y no creyentes, la posibilidad de vivir en paz en el marco de una pluralidad de pensamiento y creencia salvaguardada por el Estado.
Este artículo se enfrenta en nuestros tiempos a numerosos desafíos. Si bien muchas religiones y líderes religiosos han jugado un papel importante en el crecimiento y consolidación del movimiento mundial que pugna por el respeto a los derechos humanos, es también cierto que el crecimiento de los fundamentalismos religiosos es una de las mayores amenazas de nuestro tiempo. Nos referimos, no solamente a la persecución de grupos y comunidades enteras en diversas partes del mundo por parte de extremistas religiosos, sino también al hecho de la utilización de discursos religiosos como justificación de prácticas discriminatorias contra mujeres y minorías vulnerables.
A la luz del artículo 18 de la DUDH se hace imperativo el establecimiento de un pacto entre los líderes religiosos para respetar y defender las religiones y las creencias de los grupos minoritarios. El adagio del teólogo católico Hans Küng, que se ha convertido en leitmotiv del Parlamento Mundial de Religiones, nunca había sido más pertinente: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones”. Es también importante reafirmar la trascendencia del establecimiento y respeto al Estado laico, única manera de proteger la libertad religiosa y el derecho a cambiar de religión y de evitar los Estados confesionales.
Nuestro país tiene experiencia en conflictos por intolerancia religiosa. La Guerra cristera, con su cauda de 250,000 muertos y una cantidad parecida de exiliados a los Estados Unidos, es una herida aún todavía en proceso de cicatrización. Nunca estará de más señalar la importancia de que cada persona tenga garantizado el derecho a profesar libremente su religión, en toda la amplitud con que lo define el artículo 18. Pero también, y con la misma fuerza, habrá que insistir y garantizar legalmente, que ninguna religión se convierta en una licencia para promover el odio, despreciar a quienes piensan distinto o cometer discriminación o violencia contra grupos minoritarios y/o vulnerables.
La vida de un estudiante en el extranjero está lejos de ser lo romántica que nos imaginamos. De 1982 a 1986 yo anduve de estudios en Europa y, la estabilidad que da el ser un estudiante eclesiástico, es decir, cubierto en sus necesidades fundamentales por la iglesia diocesana que te envía, era un dato cierto –para quienes habitábamos en el Colegio Mexicano, una especie de gigantesco hotel construido por los Obispos mexicanos para albergar a los presbíteros que estudiaban en Roma– solamente durante los meses del curso escolar. De manera que los tiempos vacacionales (julio, agosto y septiembre, dado que en Roma las clases inician en el mes de octubre) eran esperados con más miedo que alegría por aquellos alumnos que, por nuestra condición económica familiar, no contábamos con muchos recursos económicos.
El asunto es que el Colegio Mexicano cerraba el 30 de junio y reabría el 1 de septiembre. Así que cada alumno debía buscar qué hacer durante el tiempo de vacaciones. Las opciones eran cuatro: A) Podías dedicarte esos dos meses a pasear y a conocer algunos otros países europeos. B) Podías trabajar en Alemania, que ofrecía puestos de trabajo temporales en la Mercedes Benz durante ocho o doce semanas. C) Podías, si eras ya presbítero ordenado, ir a trabajar a alguna parroquia italiana donde el sacerdote tomara vacaciones. D) Finalmente, podías emplear las vacaciones para conseguir una beca de estudios en alguna lengua extranjera: inglés, francés o alemán. El problema es que, para tomar la decisión por alguna de estas cuatro opciones, se necesitaba un triple consenso: tenían que estar de acuerdo el estudiante, su obispo y el rector del Colegio Mexicano. El rector, en la mayor parte de los casos, solamente daba su aprobación al acuerdo entre el estudiante y su obispo.
Para no hacerles largo el asunto, yo me fui el primer verano a estudiar alemán a Bonn, la capital entonces de la Alemania Federal (eran tiempos en que todavía funcionaba el muro de Berlín). El segundo año, por una amable excepción del Kreuzberg Institut, regresé de nuevo a Alemania para un curso de perfeccionamiento de la lengua. Como la licenciatura era de tres años, había yo resuelto ya mi problema veraniego, puesto que podía regresarme a México durante el tercer verano. No obstante, algo modificó mis expectativas: apliqué para una beca de postgraduados que nos permitía pasar un año más de estudios en la ciudad de Jerusalén, en el Studium Biblicum Franciscanum. Una vez aprobada la extensión de mis estudios en Israel por el entonces Arzobispo de Yucatán, me enfrenté con el último problema: qué hacer en el verano de 1985.
Pensando que en Israel me iba a ser muy útil el inglés, solicité trabajar en una parroquia londinense, apoyando al sacerdote en las labores pastorales. Dos mexicanos fuimos aceptados: Jenaro Aviña, de la diócesis de Tlalnepantla, y un servidor. Ambos habpíamos sido aceptados para la extensión de nuestros estudios en Israel, así que nos convenía ir a aprender y practicar el inglés. Fuimos destinados a una pequeña parroquia en la periferia de Londres, Saint Joseph, en Harrow Road, justo enfrente de un rudo pero divertido Pub inglés llamado The Corner House, y apenas a unas cuantas cuadras del emblemático Estadio de Wembley. Era una pequeña parroquia católica sembrada en un barrio casi totalmente habitado por inmigrantes de la India. El párroco, viendo que nuestros fondos para pagar una escuela veraniega de inglés para extranjeros se nos agotaron en la primera semana, optó por enviarnos cada día, en punto de las cinco de la tarde, a la casa de alguna familia perteneciente a la parroquia para tomar el té con ellos, de manera que pudiéramos practicar nuestro pobre inglés con personas londinenses que hacían la caridad de recibir a dos imberbes sacerdotes procedentes del Tercer Mundo y conversar con ellos.
Fueron tres meses (julio, agosto y septiembre de 1985) bastante divertidos. No solamente conocimos a muchas familias que hicieron el favor de recibirnos en sus casas y, con paciencia, luchaban por librarnos del acento gringo del inglés que manejábamos, sino que también suplimos a los sacerdotes en algunas celebraciones y nos hicimos de un buen grupo de amigos extranjeros, estudiantes todos, con quienes habíamos compartido una sola semana en aquella escuela que ya no pudimos pagar más, pero que tenían un ansia de diversión que sobrepasaba sus ganas de aprender el inglés británico. Así que salimos mucho con ellos a conocer algunos lugares de Londres, incluyendo algunos no muy santos.
Llego ya a lo que quería contarles. Me tocó, pues, estar en esa parroquia cuando se celebró el célebre concierto Live Aid for Africa, para combatir la hambruna en Etiopía, el 13 de julio de 1985. Concebido como un concierto a realizarse en dos sedes distintas simultáneamente, el Estadio John F. Kennedy de la ciudad de Filadelfia, en los Estados Unidos, y el Estadio Wembley, en la ciudad de Londres, la expectativa de la presentación de los más famosos cantantes y grupos musicales hizo de este espectáculo uno de los acontecimientos más esperados de la época. Los tres curas de la parroquia londinense en la que estábamos dispusieron la sala de televisión para que, desde antes de que el concierto iniciara, estuviéramos al pendiente.
En la televisión íbamos siguiendo los pormenores del evento y escuchábamos a un agitado Bob Geldof solicitando donativos para combatir la hambruna africana. Sólo en dos momentos dejamos la televisión y salimos a las puertas de la iglesia: cuando avisaron que estaba a punto de pasar el automóvil que llevaba al heredero al trono inglés y su esposa, Lady Diana (recuerdo aún el estupor de los padres cuando les decíamos que queríamos ver si avistábamos a Lady Di, que nosotros pronunciábamos Leididi y que ellos no comprendían, hasta que uno de ellos, el único inteligente, entendió que nos referíamos a Leididai , y nosotros también lo comprendimos) y el momento en que se anunció que pasaría, justo frente a nuestra iglesia, el carro que trasladaba a Queen.
Las aceras estaban llenas de gente. Que la iglesia estuviera al borde de la calle donde el carro pasaría, nos animó a salir. Entre el gentío pude escuchar los gritos mientras el carro se acercaba. Algunos artistas habían decidido llegar al estadio el helicóptero. Otros, como Queen, prefirieron hacerlo en automóvil. Esa decisión hizo que la vida, como milagro inesperado, le concediera a un joven curita yucateco perdido en Londres, la oportunidad de ver de lejos a Freddie Mercury. Todavía el año anterior, en la edición del Festival de San Remo de 1984, Queen había estado en la ciudad de Roma. Ahí los escuché cantar Radio Gaga mientras estaba sentado frente al televisor. Estar ahora cerca de ver en vivo al legendario grupo, así fuera sólo de pasada, henchía mi corazón de emoción.
El concierto Live Aid no decepcionó a nadie. Miguel Ángel Bargueño lo reseñó de manera genial en El País, cuando el concierto cumplió 30 años de haberse realizado: “Todavía no había caído la noche en Londres. Emergieron desde un lado del escenario, con urgencia, conscientes de que tenían poco más de 15 minutos. Brian May y Freddie Mercury, los jefes, al frente, los dos con sus Adidas blancas con las tres rayas negras. Freddie con unos tejanos decolorados Wrangler subidos casi hasta el ombligo y su estrechísima camiseta de tirantes blanca, lo que estilizaba su todavía fibrosa figura, esa que el sida consumiría años después. Tenía 38 años aquella tarde-noche de hace tres décadas.
“Cuando alcanza el borde del escenario, mueve el brazo para agitar a los 74.000 espectadores que abarrotan Wembley. Se sienta al piano, toca unas notas breves de calentamiento y ataca la melodía de Bohemian Rhapsody. El público estalla. Cuando comienza a cantar y se hincha su vena del cuello parece que lleva una hora en el escenario y está interpretando los bises. Pero no, el concierto acaba de comenzar. Se empezaban a cimentar unos de los minutos más decisivos de la historia de rock sobre un escenario.
“Posiblemente ningún otro concierto, ni disco, película o serie de televisión resumió mejor lo que fueron los ochenta que Live Aid, el evento musical que se celebró el 13 de julio de 1985, hace ahora 30 años, para combatir el hambre en Etiopía. En la década del glamour de las estrellas del pop, allí estaban todas. En los años del culto a lo excesivo, nada hubo más grande: dos macroconciertos simultáneos en Londres y Filadelfia, en enormes recintos deportivos, transmitido en 72 países y con una audiencia de 1.500 millones de espectadores (según The New York Times; 1.900 millones según la CNN) en directo por televisión. De aquel derroche de medios no es extraño que saliera la que muchos consideran la mejor actuación de la historia; y la protagonizó Queen…”
Acabo de ver la película Bohemian Rhapsody. He revivido, conmovido, este pedazo de mi vida. Antes que los miles de espectadores quedaran atónitos con la presentación de Queen en el escenario del estadio, yo había visto a lo lejos el brazalete de Freddie Mercury mientras saludaba, en las afueras de una pequeña iglesia católica enclavada en un barrio habitado por familias de la India. Por alguna inexplicable y, acaso, estúpida razón, he sentido desde entonces que fui parte de un relevante trozo de historia.
Esta entrega es solamente un gesto, tímido, insuficiente, para expresar mi pesar por los comentarios discriminatorios y, algunos, abiertamente racistas, a propósito de la caravana de personas que huyen de una vida de pobreza y tragedia y dejan su tierra, en este caso Honduras, con la esperanza de encontrar un lugar en el mundo donde el pan, la justicia y la amistad sean posibles. Son algunas notas solamente sobre cómo en la Biblia aparece el fenómeno de la migración y la itinerancia humana. Ojalá sirvieran para abrir brazos y hacer caer muros.
Migración en la historia de Israel
Los relatos bíblicos iniciales son una reflexión sapiencial sobre los orígenes de Israel. Estos relatos incluyen en variadas ocasiones el fenómeno de la errancia. Adán y Eva son expulsados del paraíso y tienen que abandonarlo, después de haber desobedecido las órdenes de Dios (Gen 3,23-24). Caín es también condenado a andar vagando después de que asesina a su hermano Abel (Gen 4,14): el Señor le marca la frente para evitar que fuera asesinado por otros, pero no le dispensa la errancia. Curiosamente el texto dice que Caín “habitó en Erets Nod, al este del Edén” (Gen 4,16), ciudad cuyo nombre es altamente simbólico porque quiere decir “Vagatierra” o “Tierra de Vagancia”, no en el sentido de estar ocioso y sin oficio, sino en el sentido de “andar por varias partes, sin sitio o lugar determinado o sin especial detención en ninguno”, como señala el diccionario. La prehistoria bíblica termina también con una imagen de emigración. Se trata del relato de la torre de Babel (Gen 11,1-9), que termina en un decreto divino: “confundamos su lenguaje, de modo que o se entiendan los unos a los otros. Así Yahvé los dispersó sobre la superficie de la tierra…” (Gen 11,7-8). En la prehistoria bíblica, pues, la migración aparece como fruto de un error humano, de una rebeldía contra Dios. El estado ideal perdido, en cambio, es el de un paraíso fijo, estable, tierra de felicidad.
Pero, a contrapelo de esta concepción sapiencial, la historia bíblica, al menos en sus inicios más remotos, está marcada por el abandono de una tierra y el viaje hacia otra. Las narraciones patriarcales reflejan un ambiente de pueblos pastores nómadas, que se mueven a través de territorios organizados en ciudades-estado. El clan semita de Abrahán, que habita en tiendas, procede de Jarán (Gen 12,4) y, más remotamente de Ur de los Caldeos (Gen 11,31). La movilidad de Abrahán es digna de llamar la atención: Siquem, Betel, Négueb, Egipto, regreso a Betel, Hebrón, etc. Todo el territorio israelita es recorrido por este viajero incansable. Perpetuamente emigrante, Abrahán no encuentra reposo sino hasta comprar un pedazo de tierra para enterrar a su esposa (Gen 23), acción relatada en un texto de indudable significación simbólica.
El nomadismo es, pues, el ambiente en el que surgió la primitiva revelación de Dios según la Biblia (Dt 26,6-10). Algunas costumbres del nomadismo permanecieron incluso cuando Israel se hizo un pueblo sedentario, como la venganza de la sangre (Go’el), y en su lenguaje coloquial, los hebreos conservaron muchas marcas de este pasado nómada, por ejemplo, la palabra “tienda” para designar a la casa (Jue 20,8; 1Sam 13,2; 1Re 12,16). El caso es que los patriarcas del Génesis son presentados como extranjeros en Canaán. Son unos marginados con relación a las ciudades cuyos santuarios frecuentan de manera episódica. Son pastores de ganado menor en vías de sedentarización, de costumbres complejas que tienen afinidades con otros pueblos circunvecinos.
Así pues, en la historia antigua de Israel puede decirse que hay dos concepciones que miran de distinta manera al fenómeno de la emigración: una visión que acusa poca estima de la vida nómada, como la historia de Caín y Abel en la que el pastor tiene las simpatías del autor, mientras que Caín, el agricultor, termina errante en el desierto, refugio de sedentarios decaídos y de gente fuera de la ley. Lo mismo puede decirse de la visión negativa del desierto, como morada de animales salvajes (Is 13,21-22) y lugar en el que se soltaba al macho cabrío con los pecados del pueblo (Lev 16).
Pero existe también una visión ideal del nomadismo: el desierto es lugar de los desposorios del pueblo con Dios (Jer 2,2; Os 13,5; Am 2,10), mientras que la vida urbana está llena de peligros por el lujo y la comodidad (Am 3,15; 6,8). La civilización urbana guarda el riesgo de la corrupción moral y la perversión religiosa. Comienza a crearse una mística del desierto que se prolongará en la experiencia de la secta esenia en Qumrán.
Los relatos del Éxodo nos dan una nueva faceta del fenómeno de la emigración en la Biblia. Los historiadores no alcanzan aún a ponerse de acuerdo en si los HAPIRU o HABIRU o IBRI, nombre del que después de derivará HEBREOS, era una etnia o una clase social. Parece ser que el origen del vocablo es peyorativo, algo así como el equivalente de “merodeador o bandido”, pero documentos extrabíblicos nos los muestran con jefes a la cabeza, aunque se hace difícil seguirles la pista en cuanto grupo. La última vez que aparecen en algún documento, es sirviendo como trabajadores forzados en el Alto Egipto. Es por eso que, actualmente, casi todos coinciden en que el término ‘hebreo’ usado en los relatos del Éxodo no es un término nacional o racial, sino que designa a aquellos asiáticos a quienes los egipcios mantienen en relación de servidumbre. Eso hace conveniente distinguir entre hebreo e israelita (una denominación mucho más tardía) e identificar a los hebreos de la Biblia con los HAPIRU. No se trata, pues, de una denominación de origen étnico, sino social. Lo que parece unir a personas de procedencias diferentes es su posición en la escala social egipcia: su calidad de siervos pobres, esclavos sin defensa. Es precisamente por esta característica que Moisés puede servir de punto de confluencia entre todos.
Después de salir de la esclavitud de Egipto, el pueblo comienza la marcha por el desierto, recordada por los textos bíblicos en una doble interpretación: el tiempo de las relaciones más puras, del primer amor entre Dios e Israel (Jer 2,1-3), ya que Israel estaba abandonado completamente en los brazos de Yahvé, y ningún Baal se había metido entre ellos dos, como después sucedería en el establecimiento agrícola. En el desierto, Dios ha alimentado, vestido y calzado a Israel (Dt 29,5). Pero también existe una visión menos idealizada que recuerda la travesía por el desierto como dolorida consecuencia de sus culpas. El pueblo de Dios en el desierto aparece en los textos como una chusma obstinada, terca e incrédula (Sal 78,8.17.32.40.56; Sal 136; 106; 78): el desierto como sinónimo de prueba, tipo del juicio futuro (Ez 20,35). Finalizada la marcha por el desierto, los textos miran la entrega de la tierra de Canaán como la última acción salvífica de Dios. La mal llamada conquista de Canaán es una muestra más de la difícil convivencia e interrelación entre un pueblo inmigrante y los habitantes naturales de un territorio.
Leyes a favor de los migrantes y extranjeros
Después del triunfo de Ciro sobre los babilonios, aplicada una política de tolerancia, los judíos emprenden el camino de vuelta a su tierra, un regreso progresivo y reducido, lo que quiere decir que muchas familias judías decidieron quedarse en lo que fue su lugar de exilio y hacerlo su nueva patria, pero manteniendo lazos de unidad con su cultura madre. Una cara de la migración que suele ser soslayada.
Al lado de este fenómeno está el planteamiento de nuevos problemas para los deportados que regresan a su tierra. Particularmente dolorosa es la relación con los que se habían quedado en la tierra sin haber sido deportados (Zac 5,1-5; Ag 1,2-11; Ez 33,23-39). Con la vuelta del destierro y la reconstrucción del templo, la comunidad judía se fue haciendo cada vez más cerrada. La observancia de la Ley de Moisés se convierte en signo privilegiado de identidad y en fortalecimiento de un sentimiento nacionalista que irá creciendo cada vez más. ¿Cómo tratar ahora a los no judíos? ¿qué tipo de relación se entablará con los extranjeros? Hay dos tendencias para responder a esta problemática: la expresada en los libros de Esdras y Nehemías, que pugnan por el aislamiento de la comunidad y la conservación escrupulosa de la identidad nacional. Por otro lado están los libros de Rut y de Jonás, que muestran la posibilidad de refundar la identidad judía en el marco de una gran apertura a los otros pueblos. Esta tendencia, lamentablemente, quedó en desventaja histórica frente a la primera.
Tener una tierra propia plantea el reto del trato a los extranjeros inmigrantes. Había dos clases de extranjeros: los MOKRI, que eran extranjeros que se encontraban de paso por el país, viajeros o comerciantes. Eran protegidos por la Ley de Moisés y se tenía con ellos deber de hospitalidad, pero no podía entrar en el Templo (Ez 44,7.9), ni ofrecer sacrificios (Lev 22,25), ni comer la cena de pascua (Ex 12,43). La segunda clase era el GUER o extranjero residente, con quienes había una especial obligación de hospitalidad. Era especialmente apreciado si se convertía al judaísmo. Abrahán había sido GUER en Hebrón (Gen 23,24), Moisés lo fue en Madián (Ex 2,22), un hombre de Belén se va de GUER a Moab y se casa con Rut (Rut 1,1), los israelitas fueron GUERIM en Egipto (Ex 22,20). Al llegar a Canaán los hebreos eran GUERIM hasta que se convirtieron en los dueños del país y los extranjeros comenzaron a ser los otros.
En relación con estos inmigrantes, las leyes eran de defensa total (Lev 19,34): Dios no hace acepción de personas y proporciona pan y vestido al extranjero (Dt 10,18; Lev 19,33). El amor al extranjero está mandado a Israel, que sufrió la misma situación en Egipto (Dt 10,19). No puede violentarse el derecho del extranjero residente (Dt 27,19) y deben ser juzgados con equidad por los jueces locales (Dt 1,6). Como recibían muchos desprecios y estaban en situación de desventaja, la Ley de Moisés los colocaba en la categoría de marginados a quienes la Ley les concedía ciertos privilegios. Se les enumera junto con “las viudas y los huérfanos” (Jer 7,6), se les ofrece asilo en las ciudades de refugio (Num 35,15); se les concede el derecho de rebuscar en el terreno de cosecha (Lev 19,10) y de comer de la cosecha del año sabático (Lev 25,6), etc. No es, sin embargo, tratado igual que el judío, porque al extranjero sí se le puede exigir interés en los préstamos (Dt 23,20) y estaban obligados a hacer ciertos trabajos (1Cr 22,2). Normalmente, aunque eran libres, no podían tener propiedades (Dt 24,14). Si se circuncidaban, adquirían obligaciones y derechos religiosos (Ex 12,48) y los profetas anuncian que entrarían a formar parte del pueblo de Dios en el reino del Mesías (Is 14,1; Ez 47,22).
Jesús, el migrante
Los dos evangelios de la infancia nos muestran a Jesús compartiendo la suerte de los emigrantes. En la versión de Lucas, Jesús nace fuera de su hogar, al amparo de la caridad de una familia, lejos de su casa y su parentela (Lc 2). En la versión de Mateo, Jesús y su familia se ven obligados a huir de la persecución de Herodes, y tienen que pasar un tiempo largo en tierra extranjera (Mt 2).
Más tarde, el mismo Jesús decide por una vida itinerante, sin residencia propia, al punto que se proclama “sin lugar en donde reposar la cabeza” (Lc 9,58). Sabemos que, mientras ejerció su ministerio en Cafarnaúm, Jesús se alojaba en la casa de Pedro (Mc 1,29; 2,1) y que cuando visitaba Jerusalén, le gustaba hospedarse en casa de Marta, María y Lázaro (Lc 10,38-42). No es extraño, por ello, que la virtud de la hospitalidad fuera altamente apreciada también entre la primitiva comunidad cristiana (Heb 13,2) ni que una de las oraciones del bendicional señale, justamente en las preces para bendecir una casa: “Señor, tú que no tuviste casa propia y aceptaste con el gozo de la pobreza la hospitalidad de tus amigos…”.
Por otra parte, Jesús rompe con muchas de las costumbres de su tiempo en su trato con los extranjeros, sean samaritanos o paganos de otras regiones. Cura al siervo de un soldado romano (7,2-10), libera al endemoniado geraseno (Mc 5,1-20), aprende la lección de la universalidad de una mujer cananea (Mt 15,21-28). En su parábola del juicio final, conocida como la parábola de las ovejas y los cabritos, Jesús va a señalar como uno de los gestos de amor la ayuda a los forasteros y se identifica con ellos (Mt 25,35).
Para la Carta a los Hebreos es un dato muy significativo la muerte de Jesús fuera de la ciudad, como señal de desprecio (Heb 13,12-14) y la considera una invitación a la ciudad permanente. No es tampoco menor el hecho de que Marcos, el evangelio de la revelación del Mesías crucificado, éste no sea reconocido como Hijo de Dios sino por un extranjero (Mc 15,39).
La iglesia, una casa para todos y todas
La formulación más elaborada sobre la migración como símbolo de la naturaleza de los cristianos, la encontramos en la Primera Carta de Pedro. En ella, la condición social de migrantes se convierte en una especie de parábola teológica: los cristianos deben considerar su existencia como una permanencia transitoria en un mundo al cual no pertenecen. Los cristianos a quienes se dirige la carta trabajan como personas sin techo y sin tierra, en un lugar que no les pertenece, pagan tributos en un país que no es el suyo y que no les otorga derecho alguno. La expresión “forasteros” de 1 Pe 2,11, en griego PAROIKOI, literalmente traducida quiere decir “extranjeros residentes”. Esa expresión era usada para describir a los extranjeros que habían adquirido el derecho de residencia, pero que no disfrutaban del derecho de ciudadanía. Podían vivir y trabajar en un país, pero no tenían derechos plenos. Entre sus deberes estaban: pagar tributos, tasas y cuotas de producción. Entre los derechos de los que estaban excluidos se cuentan: voto, posesión de la tierra, matrimonio con ciudadanos, herencia y transferencia de bienes.
Otro grupo referido en 2,11 es el de los “peregrinos”, en griego PAREPIDÉMOI: eran extranjeros que no tenían ni siquiera derecho de permanencia en el país. Eran los “extraños” y no poseían ningún derecho. No podemos decir que todos los cristianos a los que va dirigida la 1 Pedro fueran extranjeros, pero sí que a una buena parte de la comunidad le correspondía esta descripción y caracterizaba a la comunidad como un todo.
Por eso el espacio afectivo de “familia” era tan importante. La 1Pedro ofrece a estos desabrigados una casa, un abrigo, una referencia de familia: es la comunidad. Los que no tienen casa, son abrigados por la “casa de Dios”, los que no tienen derecho de ciudadanos, pueden llamar padre a Dios. La comunidad es lugar de refugio y resistencia para no dejar, con su testimonio, de denunciar las injusticias de la sociedad.
NOTA FINAL: El artículo completo, con las citas bibliográficas que aquí fueron omitidas, se encuentra en Lugo Raúl, Dios, defensor de los derechos humanos en la Biblia (Ed. San Pablo, México 2014).
Soy un hombre de obsesiones. A veces siento que estoy apenas a unos milímetros (y hablo de intensidad, no de grado) del TOC. Algunas obsesiones son estúpidas, como cuando me descubro tomando la fotografía del tablero del kilometraje de mi carro en el momento en que las cifras son todas parejas (1111, 2222, 3333, etc.) Otras veces, mis obsesiones no tienen nada que ver con Sheldon Cooper, y sí, en cambio, arrebatan mi vida y le otorgan dirección. Algún teólogo amigo las ha llamado mociones del Espíritu o aguijones clavados en la carne.
Supe de Tlatelolco cuando habían pasado ya seis años de la masacre. Se convirtió desde entonces en una de esas obsesiones de la segunda clasificación. Cuando la Plaza de las Tres Culturas se tiñó de sangre tenía yo apenas 10 años y estaba iniciando el sexto año de primaria. Fue más tarde cuando Tlatelolco se me reveló en medio de ese intensivo curso de política que fue para mí la desaparición del Charras. Fue 1974 el año infausto de su asesinato y yo estaba en segundo año de preparatoria. El torbellino que se desató en mi interior cuando empecé a asistir a las reuniones del comité de huelga de la prepa y, de manera especial, cuando tuve que correr a esconderme hacia el interior del edificio central de la Universidad de Yucatán (entonces todavía sin el apelativo de autónoma) para esquivar las balas de la policía, hizo que, para decirlo con palabras de Rigoberta, ‘me naciera la conciencia’. La Escuela de Economía, situada entonces, si no me equivoco, en la calle 61, en la casa donde ahora funciona el Hideyo Noguchi, se convirtió para mí en lugar de aprendizaje; numerosas sesiones me iniciaron en el conocimiento del marxismo como herramienta de cambio. Fueron tiempos de ingenuidad y de barricadas, de pasión y de utopías que se antojaban al alcance de la mano. Ese fue el lugar donde supe de la matanza y comencé a comprender su condición de crisálida.
De ahí ya no paré. Leí todo lo que encontré sobre Tlatelolco, desde los viejos ejemplares de la revista ¿Por Qué? hasta el libro de Elena Poniatowska y los dossiers que Proceso publicaba en los aniversarios grandes, pasando, privilegios de la imagen, por el estremecedor documental ‘El Grito’, de Leobardo López o ‘Rojo Amanecer’ de Jorge Fons. Cuando el demonio de la pluma se apoderó de mí, escribí miles de palabras sobre Tlatelolco y recorrí, con el dos de octubre a cuestas, casi todos los géneros: artículos periodísticos, cuentos, viñetas, poemas, elegías…
Hoy, a los cincuenta años de que la sangre de la plaza fue lavada, llega la cita anual. Hace ya tiempo que la tinta de mi pluma ha ido perdiendo el color y el calor. Para Tlatelolco se me han gastado ya las palabras, sea entendido el verbo en español de Castilla o en español yucateco. Les dejo, pues, con algunas palabras del pasado, espigadas al azar entre lo escrito a lo largo de los últimos 25 años, desde que el demiurgo de la hoja en blanco comenzó a convertirse para mí en reto anual, conjuro, herida abierta, silencio reverente roto por el gemido y por el garabato. Es una entrega larga, de muchas hojas, con la ventaja suprema de poder, en el momento que así lo desee la lectora y el lector de este espacio, apagar la pantalla.
Testamento para Tlatelolco
Una de las más famosas canciones de Silvio Rodríguez lleva el nombre de “Testamento”. Clásica expresión de la poética del cantautor, “Testamento” hace el recuento de una serie de temas con los que el cantante se declara en deuda. Utilizando los recursos de la crítica estructuralista, el artista cubano revela su autoconciencia creadora haciendo una canción a partir de canciones que no existen aún, que son solamente proyectos del trovador. Combinando la dura sonoridad de los endecasílabos con la solemnidad de los versos alejandrinos, Silvio crea imágenes “horriblemente hermosas”, como dijera César Vallejo.
“Le debo una canción a lo que supe, / a lo que supe y no pudo ser más que silencio… Le debo una canción a los pecados, / a los pecados que no gasté, los que no pude… Le debo una canción a una bala, / a un proyectil que debió esperarme en una selva: / le debo una canción desesperada, / desesperada por no poder llegar a verla… / Le debo una canción a lo imposible / a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza: / le debo una canción indescriptible / como una vela inflamada en vientos de esperanza…”
Esta canción de Silvio me ha servido de inspiración para hacer mi testamento personal en relación con Tlatelolco y el doloroso recuerdo de la matanza del dos de octubre, que hoy cumple treinta años de aguijonear nuestras conciencias. Tengo una deuda de amor y sueños, de sangre y rabia, con todos aquellos que fueron masacrados en una plaza en fiesta, en fiesta de juventud y libertad, en fiesta de ingenuidad y gritos, en fiesta de muchachos y muchachas ocupados en el oficio más extraordinario y provechoso: tirarle piedras a la luna y cambiar el mundo.
Le debo una canción a todos los caídos: a quienes encontraron la muerte como consecuencia de su proceso de concientización, pero también a quienes fueron acribillados cuando salían del cine y cruzaban por la plaza. A la muchacha que fue buscada por semanas por una madre que mostraba a todo el mundo el zapato ensangrentado que encontró al día siguiente en la plaza recién lavada. “Es lo único que encontré de ella…” iba diciendo como sonámbula en todas las delegaciones de policía y en todos los hospitales.
Le debo una investigación histórica, rigurosa e implacable, a Gustavo Díaz Ordaz y a Luis Echeverría. Una investigación que abra por fin los archivos secretos del Ejército Mexicano, que ventile la podredumbre y muestre a cielo abierto las complicidades. Le debo una información seria a los niños y niñas de las escuelas, a los que estudian historia hoy, en 1998, como si en el año de 1968 hubiera habido solamente olimpíadas.
Le debo un poema a los integrantes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), a quienes han continuado fecundando con su fuerza y su ingenio la vida política del país, pero también a quienes, después de aquellos días aciagos de persecución y cárcel, decidieron dar la batalla por el México nuevo desde otras trincheras, o se limitan a sobrevivir lidiando con el fantasma de los recuerdos.
Le debo una elegía a Heberto Castillo, que siempre supo estar a la altura de la vida; una canción no fúnebre, sino festiva, para todos los maestros e intelectuales que supieron descubrir, en medio de la propaganda del autoritarismo, ese algo nuevo que surgía a borbotones de los mítines y de los boteos, de las interminables discusiones y de la fiesta continua que se llamó “el movimiento”.
Le debo un libro de agradecimiento a Elena Poniatowska, a Sergio Zermeño y a Paco Ignacio Taibo II, a Luis González de Alba y a Carlos Monsiváis, y a todos los escritores que no permitieron que la amnesia triunfara y nos volviéramos como aquel pueblo del imaginario de García Márquez, donde a la gente se le llegó a olvidar hasta su nombre. Les debo un libro que se titule “¡Gracias por la memoria!”. Debo también un recuento de poemas, para saldar la deuda con José Emilio Pacheco, con Octavio Paz y con Rosario Castellanos, entre otros tantos poetas que cantaron con pasión y fuego a los caídos del 68.
Le debo un reportaje objetivo y veraz a los periodistas de prensa y televisión que prestaron su pluma vergonzante para apoyar la tesis de la conspiración internacional que se cebaba tras los largos cabellos de los muchachos de la plaza de las tres culturas. Debo un estrujante reportaje, dedicado a quienes fueron incapaces, por miedo o por estupidez, de filmar la plaza cuando era lavada de sangre inocente, cuando los soldados subían a carretadas los cuerpos sin vida a los camiones de redilas, cuando los cadáveres se dejaron caer al mar sin asomo alguno de piedad. Le debo un reportaje a esos periodistas, no importa que ahora algunos de ellos estén llenando las pantallas de televisión en el 30º aniversario de la masacre.
Le debo un panfleto agrio y mal escrito a Sócrates Campos y a Áyax Segura, para que no olviden que hubo gente que descubrió sus rostros y sus voces cuando, sigilosamente y al amparo de la noche, pasaban ante las celdas del campo militar número uno identificando y delatando a los integrantes del CNH, sus propios compañeros. Les debo un pasquín de pésimo gusto. No se merecen más.
Debo una canción ardiente, con ardor de hoguera inquisitorial, a los frailes franciscanos que habitaban el convento de Santiago Tlatelolco, que en el momento de la matanza prefirieron no oír aquellos gritos desesperados: “¡Ábranos, ábranos!” y mantuvieron sus puertas cerradas y su iglesia segura, mientras Jesús caía desangrado sobre la piedra negra de los sacrificios. Les debo una canción que taladre sus oídos y les acompañe en la eterna madrugada en la que se han de haber convertido sus noches de insomnio.
Le debo un artículo periodístico a quienes nacieron cuando Tlatelolco era solo una noche del pasado, a quienes hurgan los periódicos antiguos para buscar datos y alimentar razones, a los muchachos y muchachas que pueden hoy ir a escoger entre muchos partidos a la hora de la votación y formar organizaciones sin ser perseguidos, aunque no sepan que mucho de ello se debe a la sangre que mojó una plaza en un lejano dos de octubre que dividió la patria. Esta es la única deuda que acaso saldaré con estas líneas. Las demás, programa de un incierto futuro, quedan en el papel todavía en blanco o en la sección aún no usada del ordenador.
Mérida de Yucatán, 2 de octubre de 1998
Cuatro viñetas para Tlatelolco
Uno de los caídos
Tengo sangre en la boca. Tengo la boca llena de sangre. La losa fría me raspa la mejilla. Sobre mis piernas y mi espalda siento el peso de otro cuerpo. Así, inmóvil, abro los ojos, despacio, no sea que descubran que estoy vivo. Ahora puedo ver el húmedo piso de la explanada. De cuando en cuando algunos cuerpos se mueven, otros se arrastran en la oscuridad. Todavía pueden escucharse algunos disparos. No quiero deshacerme del cuerpo que yace sobre mis piernas. Es mejor que los gorilas piensen que estoy muerto. Por más que escupo, no puedo quitarme de la boca el sabor de la sangre. No sé cuánto tiempo pasa hasta que, de pronto, todo queda en silencio. Parece ser la hora de intentar la fuga. Trato de incorporarme y lo logro con una facilidad que no me esperaba. Busco escurrirme entre los otros cuerpos para llegar a la pared de la iglesia. Si lo logro, podré deslizarme por sus bordes y alcanzar la salida de esta explanada con olor a muerte (Ajá, eso es, no es solamente el sabor de la sangre en la boca, es este penetrante olor a muerte). Cuando logro llegar al costado de la iglesia miro hacia atrás y respiro al fin tranquilo. Alcanzo a ver mi cuerpo, inmóvil, bajo el peso de otro cuerpo. Ya no podrán matarme esos desgraciados. Ya soy uno de los caídos.
Campo militar No. 1
Dirigida directamente a mis ojos, la luz de la lámpara de mano me encandiló. No sé cuántos días han pasado desde que estoy en esta oscuridad, tanteando paredes húmedas, comiendo entre penumbras el plato de quién sabe qué, que me traen cada mediodía. No sé cuántos días han pasado desde que no tengo noticias de nadie, que no veo ningún rostro, que no siento el sol en mi cara, que no tengo otro mundo que estas cuatro paredes y este espacio estrecho. ¿Cómo contar las horas? ¿Cuándo podré otra vez estirar las piernas? La luz se clavó en mis ojos como cien puñales, de un solo golpe, cuando la mirilla superior de la puerta se abrió para dejar que penetrara el haz hiriente. Desde que oí los ruidos previos sentí pavor. No es la primera vez que los escuchaba. Ya se han llevado, entre gritos, a algunos de los compañeros de celdas vecinas. ¿Estarían también, como yo, en esta oscuridad? No sé si ya me acostumbré a las sombras, pero sentí un gran alivio cuando la mirilla se cerró y me devolvió a este mundo negro. Apenas si alcanzo a oír el murmullo de la conversación, pero en este reino del silencio, los oídos se agudizan para registrar cualquier sonido. Parece que se alejan caminando por el pasillo. El soldado pregunta: “¿Sí o no?” e inmediatamente una voz responde: “Sí, mi sargento, ese es uno de los cabecillas”. Mi suerte está echada. Creo reconocer la voz del delator. Pronto vendrán por mí. Comienzo a despedirme de estas sombras.
Cómo han pasado los años
La sala del aeropuerto está llena de gente. Los viajeros van y vienen, algunos con paso displicente, otros con cierta prisa, otros más con rostro de desespero. Nuestro hombre lleva lentes negros y un botón tricolor en la solapa. Camina con premura hacia la puerta número 32, en la sección de salidas internacionales del puerto aéreo. Su avión debe salir en media hora, pero quiere estar en la sala de espera con suficiente tiempo. Le sigue su esposa y uno de sus hijos menores. Viajarán por American hacia Nueva York. El hijo viene con cara de pocos amigos. La madre intenta animarlo sin conseguirlo. Hoy cumple 18 años y nunca había podido explicarse por qué siempre celebraban su cumpleaños viajando, en lugar de que le permitieran hacer una fiesta con sus amigos. Ángel, el hermano mayor, le explicó hoy la razón: papá debe estar fuera porque es el aniversario de Tlatelolco. ‘¿Y eso qué?’ preguntó el cumpleañero. Entonces Ángel le relató todo, cómo su papá fue de los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga y cómo, milagrosamente, no hizo más de dos días en la cárcel y salió sano y salvo, cómo fue encumbrándose en una carrera política en la que, con discreción poco común entre los políticos, escaló puestos administrativos hasta llegar a la subsecretaría que ahora ocupa. ‘Entonces, ¿fue uno de los delatores?’, termina preguntándole a Ángel. ‘Eso sólo te lo puede decir él. De todos modos, feliz cumpleaños’.
El hombre de anteojos negros toma asiento. Mira a su hijo, que con gesto adusto, camina hacia él y se sienta a su lado. Cuando el hombre se quita los anteojos enfrenta la mirada acusadora de su hijo. Siempre supo que llegaría la hora de ser juzgado en este tribunal.
El investigador
Marcos tiene dieciséis años. Vive a plenitud su adolescencia, ese bendito tiempo de las obsesiones. Un tiempo no quiso saber de otra cosa que del rock pesado: Dire Straits, Guns and Roses, y hasta los viejitos de ZZ Top. Después se clavó en el cine: no había película exhibida que se perdiera, los ciclos de la Cineteca lo chiflaban y tenía ya su lista de actores y directores preferidos. Desde hace algunos meses conoció a María, una chava de la escuela. No tiene ya más obsesión que ella y las obsesiones que a ella le estremecen. Ella es hija de un sobreviviente de Tlatelolco, de los que estuvieron en la mera friega del 2 de octubre. Marcos ya no vive sino para averiguar qué es lo que pasó en Tlatelolco, visita hemerotecas, mira con atención cuanto vídeo sobre el asunto le cae en las manos, y ya hasta se bebe como cerveza los programas que antes le parecían aburridos, como Punto de partida o Reporte Trece. Hoy saldrá de la mano de María para participar en su primera marcha. Se sabe ya los nombres de los que fueron líderes: Della Roca, González de Alba, Guevara Niebla…; conoce también a detalle el relato de los acontecimientos: las luces de bengala, la pinza hecha por el ejército, el batallón Olimpia, el guante blanco; ha visto ‘Rojo Amanecer’ y ha leído ‘La Noche de Tlatelolco’ y hasta se consiguió, sacrificando su gastada, el reporte gráfico que publicara Proceso para el 30º. Aniversario. Cuando la Marcha comienza, saludo a Marcos y María. Tlatelolco no será cosa del pasado mientras existan chavos como ellos. Los que vamos de salida, saludamos la regeneración de la memoria colectiva. 2 de octubre ¡No se olvida!
Mérida de Yucatán, 2 de octubre de 2003
Tlatelolco Clandestino
Pedro o Fernando, Verónica o María
Quizá algún raro, adelantado espécimen llamado Estéfani o Yocasta…
Nombres todos de jóvenes mujeres
De desgarbados y escuálidos muchachos
Ellas y ellos de cabellos largos
De sangre apasionada
De juventud en fiesta.
Hace cuarenta y dos años eran sólo un montón de zapatos apilados
En una plaza llena de sangre
Y después, poco tiempo después
Pulcramente lavada
Desinfectada de voces y de gritos
Protegida por un templo cuyo culto nunca se interrumpió.
Hace cuarenta y dos años no pudimos
Encontrar sus huesos
Ni sus vestidos
Ni sus alegres cantos de protesta
Ni sus puños alzados al viento y a la esperanza.
Un camión de redilas se llevó los cuerpos
Y dejó los zapatos
En el punto más oscuro de la noche.
Hace cuarenta y dos años hubo solo silencio
Silencio de temor, de almas vendidas
De cobardía y de rostro volteado hacia otra parte
De olímpicos aplausos
Y llanto clandestino
Hoy los cuarenta y dos años nos pesan
Como una dura losa a las espaldas.
Pípilas irredentos, seguimos cuesta arriba
Rumbo a la nueva alhóndiga
Donde una muerte menos gloriosa nos espera.
Como hace cuarenta y dos años hoy tan solo hay silencio.
Pero además de llanto se vislumbran
Otras clandestinidades:
Acaso el beso dado a contracorriente
El asedio interminable de una rosa
La mano entrelazada en la montaña
O una revolución en ciernes
En este dos de octubre, sí, hay silencio
Pero hay también memoria
Y mientras recordemos
No todo está perdido.
Roma, 2 de octubre de 2010
Espectro 43
No sé si puedas escucharme. Dicen que los fantasmas susurramos, pero eso es solamente a los oídos de los que no han muerto. Según nosotros, hablamos con la misma fuerza y claridad que cuando estábamos de ese lado de la realidad. Pero tengo la impresión de que el cliché elaborado por el cine y por los modernos medios electrónicos ha terminado por dar resultado y convertirse en el paradigma de lo real, al punto que ahora que te estoy hablando siento que estoy “whispereando”, como dicen mis nietos.
Sí, Elodia, claro que conozco a mis nietos. La Soledad es la que más me gusta: única niña y traviesa como su abuela. Espero que el nombre no sea destino, porque de solos tú y yo nos bastamos y sobramos. No creas, amor, que no he sido testigo del esfuerzo que realizaste para sacar adelante a nuestros hijos. Hubieras podido enamorarte de otro hombre y rehacer la familia a una nueva medida, pero decidiste dedicarte solamente a ellos, ocho y diez años al momento de mi muerte, y ¿sabes? Te lo agradezco. Es grande la estupidez de los que opinan que los muertos no sufrimos de celos.
Y aunque he visto crecer a nuestros hijos y conozco ya por sus nombres a los nietos, los recuerdos, esos que permanecen sin que uno pueda esconderse de ellos, son aquellos que rodearon el momento de mi muerte. Ya sé que te fastidio cada año con esta conversación, pero cada vez que llega esta fecha no puedo sino repasar, detalle por detalle, la trágica decisión de irme a vender el atole y los tamales a la Plaza de las Tres Culturas.
Sí… ya sé que nadie podía imaginarse lo que pasaría. También sé que en los mítines de días anteriores nos había ido tan bien que pudimos comprar los útiles escolares y uniformes de los escuincles sin necesidad de ningún préstamo de emergencia, y eso por primera vez en los doce años que llevábamos casados. Así que hubiera sido una estupidez, si de cálculos humanos se tratase, si no hubiera yo aprovechado la oportunidad del que se anunciaba como el mitin de más nutrida participación en ese utópico relajo que era la huelga estudiantil.
¿Qué las cosas hubieran podido ser distintas? Claro. Pero uno no tiene una bola mágica para leer el futuro. Todo mundo sabía que el dientón no se iba a tentar la mano para poner orden cuando los muchachos del Consejo le hubiesen llegado a la coronilla, pero ¿cómo imaginar que sería a puro balazo?
Llegué, como seguramente recuerdas, bien temprano para ganar un buen lugar. Colocarme cercano a la iglesia de san Francisco me pareció una buena estrategia, porque si los participantes del mitin no agotaban la mercancía, siempre podría vender los tamales a las afueras del templo cuando terminara la novena que, con motivo de la fiesta de san Francisco que estaba ya cercana, juntaba a tantos católicos todas las noches.
La verdad es que el mitin fue muy parecido a las anteriores concentraciones a las que había convocado el Consejo de Huelga. Discursos contra el gobierno, las reiteradas exigencias de mítines anteriores: desaparición del cuerpo de granaderos, libertad a los presos políticos, abolición del delito de disolución social… lo único novedoso fue el número de participantes. Una novedad muy conveniente para nosotros, que esperábamos sacar el mayor provecho con nuestra venta. Sólo por eso le pagué a un muchacho para que fuera a llamarte por teléfono, te lo juro, y te avisara que necesitaba tu presencia. De lo contario, habría yo llegado a la casa como todas las noches: cansado y solo. Pero hubiera sido imposible vender, cuidar la caja, servir el atole, con tanta gente que se iba amontonando, si no hubieras llegado para ayudarme. Quizá sea eso lo que no ha permitido que yo termine de morirme.
Si no fuera por aquellos dos cuates que se acercaron a comprar tamales y, para comerlos, se tuvieron que quitar un guante blanco de la mano izquierda, yo no me hubiera olido nada extraño en aquella tarde. Pero pude escuchar clarito cuando terminaron y cómo quedaron en verse a la entrada de los edificios en cuyo frente estaba colocado el templete. No podía yo saber que eran francotiradores, de esos que ahora son conocidos como del batallón Olimpia, pero creo que fue Diosito el que me hizo sospechar. Sólo por eso te dije que entraras a la iglesia y que pidieras el teléfono para llamar a la casa y preguntarle a doña Marina cómo estaban los niños. Ante tu mirada azorada, te convencí, a contrapelo de la clarísima necesidad que tenía de tu ayuda debido a la cantidad de gente que estaba comprando, diciéndote que tenía un presentimiento, y que no fuera a ser que los chamacos estuvieran inquietos o les hubiera pasado algo.
No sabes cómo le agradezco a Dios que se me haya ocurrido eso y, sobre todo, que tú me hubieras creído a pesar de lo bizarro del pretexto. Eso fue lo que te salvó la vida. Así ya no viste el helicóptero que soltó las bengalas, ni escuchaste el inicio de los disparos desde los edificios de la unidad habitacional, ni tuviste que esconderte tras el carrito de los tamales cuando los soldados comenzaron a disparar respondiendo a la agresión de los francotiradores de guante blanco.
Cuando la primera bala me alcanzó pensé en quedarme inmóvil, en hacerme pasar por muerto. Había algunas personas tiradas a mi alrededor; me parecía que estaban muertas. Podría esconderme debajo de alguna de ellas. La segunda bala me convenció aún más de que esa era mi única salida. Así que me arrastré para meterme bajo el cuerpo de una señora, pero en lo que fingía la muerte, ésta me llegó despacito, fue entrando en mi cuerpo conforme la sangre salía de él. Cuando te vi venir, me extrañó sentirme sin ningún dolor y no fue sino hasta que vi que me abrazabas cuando me di cuenta de la incongruencia de estar viéndome a mí mismo, con el cuerpo fláccido entre tus brazos, mientras alrededor de mí todo era silencio, aunque mirara las bocas abiertas profiriendo gritos y la corredera hubiera convertido la Plaza en un caos.
Por eso cada dos de octubre vengo a visitarte. Me molesta tener que usar el tiempo de mi visita anual en contarte esto una y otra vez. A la mejor pensarás que no sé hablar más que de aquella tarde de sangre, pero como te digo, he visto crecer a mis nietos, te quiero más que nunca, y me alegra que mis hijos hayan estudiado en la UNAM y marchen cada año para recordarme. Cuando menos pudieron recuperar mi cuerpo. Habrías sufrido mucho más si mi cuerpo hubiera ido a terminar en una fosa común o, como comentan algunos de este lado, en el fondo del mar, arrojado desde una avioneta.
Así que, Elodia, tú puedes hacer tuyo el grito de “¡2 de octubre, no se olvida!”, aunque lo hagas por razones distintas de la mayoría. Mientras tanto yo estoy aquí, año tras año, viniendo a verte a ti en el rato que puedo escaparme de esta obligada visita a la Plaza de las Tres Culturas. Parece que la decisión de arriba es que sigamos viniendo todos los años, hasta que nuestra memoria desaparezca de todas las mentes. Así que, te lo encargo, cuéntale a mis nietos toda la historia, para que pueda venir el próximo año a visitarte…
Maní, Yucatán, 2 de octubre de 2011
La pasada fiesta de la Asunción de la Virgen María tuvo un corolario poco grato. La Corte Suprema del Estado de Pensilvania, en los Estados Unidos, publicó un reporte en el que se documenta con evidencias que más de 1,000 menores fueron víctimas de abuso sexual desde 1940 a mano de más de 300 sacerdotes, muchos de ellos encubiertos por las instancias de autoridad dentro de la iglesia.
El reporte no es el primero en su género, pero es escalofriante: “La mayoría de las víctimas eran niños, pero también hubo niñas. Algunos eran adolescentes; muchos, prepúberes. Algunos fueron manipulados con alcohol o pornografía”, señala el informe de 1.400 páginas de la investigación que habla sobre los abusos que tuvieron lugar en seis de las ocho diócesis de Pensilvania. “Algunos fueron forzados a masturbar a sus atacantes o fueron manoseados por ellos. Algunos fueron violados”, pero en todos los casos hubo jerarcas eclesiásticos “que prefirieron proteger a los abusadores y a su institución por encima de todo”, agregó el informe redactado por un gran jurado al cual fueron entregadas las conclusiones de la investigación, menciona el periódico colombiano El Tiempo
Las reacciones a la publicación de este reporte no se han hecho esperar. El mismo Papa Francisco, en una Carta al Pueblo de Dios, publicada el 20 de agosto, afirmó: “Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad”. Se nota en la misiva papal que ha sido abandonada ya, por fin, la perspectiva que sigue privilegiando el prestigio de la institución: el centro del discurso es ahora el bienestar de las víctimas. Una posición que ha sido ya reafirmada por la más alta instancia de la iglesia, pero que debe bajar a cada una de las iglesias particulares. Es imprescindible, para dar pasos hacia adelante en esta materia, que no tengamos a más curas y/o gente de iglesia culpabilizando a las víctimas o trivializando los abusos.
La reacción del Cardenal de Chicago, Blase J. Cupich, es digna de mención. “Ira, conmoción, dolor, vergüenza. ¿Qué otras palabras podemos citar para describir la experiencia de conocer las devastadoras revelaciones de abuso sexual – y los fracasos de los obispos para salvaguardar a los niños confiados a su cuidado – publicadas en el informe del gran jurado de Pensilvania emitido el martes? Este catálogo de horrores viene de la mano de reportes de noticias de alegatos de acoso y abuso sexual profundamente perturbadores contra el arzobispo Theodore McCarrick, quien recientemente renunció al Colegio Cardenalicio. Y, sin embargo, cualquier palabra que podamos usar para describir la angustia de leer sobre estos actos atroces, nunca puede capturar la realidad del sufrimiento padecido por las víctimas de abuso sexual, un sufrimiento agravado por las lamentables respuestas de los obispos que fallaron en proteger a las personas por las cuales fueron ordenados a servir”.
Además, el arzobispo de Chicago, en esta carta que merecería ser leída en su totalidad (http://www.periodistadigital.com/religion/america/2018/08/19/), enlista las acciones que, ya desde 2002 ha tomado el episcopado de los Estados Unidos en contra de los abusos sexuales: “Los abusos contenidos en el reporte del gran jurado de Pensilvania son, como saben, terriblemente familiares. Y a pesar de que es cierto que la mayoría de los abusos contenidos en ese reporte ocurrieron hace décadas, eso no sirve de consuelo para las víctimas, y no debería serlo para ninguno de nosotros. No podemos decir esto lo suficiente: los abusos nunca debieron haber ocurrido, y nadie debió haber actuado de manera que lo permitieran…” Y después de hacer un recuento de las medidas tomadas por el Episcopado de los Estados Unidos, termina afirmando: “De acuerdo con el reporte del gran jurado de Pensilvania, por ejemplo, solo dos de los 300 sacerdotes mencionados en el texto fueron acusados dentro de la última década, y ambos fueron reportados a las autoridades civiles. Esto no excusa nada, y nunca podemos volvernos complacientes sobre nuestra responsabilidad de proteger a niños y adultos del abuso y el acoso, pero dice algo de los efectos de nuestras políticas posteriores a 2002.”
El tsunami de Pensilvania, además, ha venido a ayudarnos en la profundización de la reflexión sobre las causas que permiten los abusos. Es cierto que reconocer el delito y llamarlo por su nombre es importante. También lo es buscar una manera institucional de impedir que abusos de este tipo se repitan. Pero es igualmente relevante encontrar, en el fondo de nuestra ideología religiosa, los resortes o mecanismos que alientan estos crímenes. Propongo a la consideración de los estimados lectores y lectoras de esta columna, cuatro de ellos:
Una valiente aportación ha venido de Celso Alcaina, un ex-oficial de la Curia vaticana, que escribió: “Mis lectores saben que durante ocho años fui oficial en la Curia Vaticana con Pablo VI. Lo fui precisamente en la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio). Una experiencia muy enriquecedora. En ese dicasterio se recogen y enjuician denuncias de delitos y crímenes de los clérigos de todo el mundo católico. En mi libro «ROMA VEDUTA. Monseñor se desnuda», al hablar del «nihil obstat», pag 180 de la 2ª edición, traigo a colación un hecho iluminador. Copio:
«Asunto. Arzobispo presunto corruptor de menores. Yo le había dedicado mucho tiempo. Había comenzado a redactar mi informe para la «Particolare».(Congreso Particular semanal de 4 miembros). Pero cuál fue mi sorpresa cuando me entero de que el Papa había incluido ese tal arzobispo en la lista de cardenales a crear en próximo Consistorio. El expediente fue cerrado y entregado al archivo del Santo Oficio. Y es que la creación de cardenales es algo absolutamente personal del Papa, sin ningún consejo o trámite curial. Si se hubiera solicitado el «nihil obstat», ese jerarca nunca hubiera vestido la púrpura. Puede que hubiera sido depuesto de su diócesis».
Es obvio que el hecho revelado en mi libro deja ver las prioridades en la institución católica. Presuntamente el cardenal indiciado era delincuente. Acaso podría seguir siéndolo. Quién sabe si sería tolerante con los pederastas. Pero el «aparato» estaba por encima de los valores. Cientos de expedientes de índole sexual eran guardados en la Sección Criminal del Santo Oficio. Encuadrado yo en la Sección Doctrinal, sólo ocasionalmente analizaba casos de clérigos delincuentes del mundo hispano. Habitualmente, los casos de pederastia se archivaban. Una mayor atención se prestaba a los casos de «solicitatio in confesione», «absolutio complicis» y violación del sigilo sacramental. En el peor de los casos, al delincuente se imponía una suspensión temporal de la actividad sacerdotal o la reclusión temporal en un monasterio. El Codex, en su Libro VI, menciona y elenca los delitos y penas en que pueden incurrir los clérigos. Al tratar de los delitos sexuales, el Legislador prioriza la protección de la institución y los sacramentos. Pasa de puntillas sobre los delitos extrasacramentales, como son los de pederastia. Léase, si no, el canon 1395. Prima siempre la evitación del escándalo y de la notoriedad que podría dañar el crédito y el prestigio de la institución. Las penas por dichos abusos son ridículas. Las víctimas son ignoradas. Nada sobre ocultación y destrucción de pruebas.
Sin duda, este bochornoso fenómeno tiene causas y orígenes. Corresponde a los católicos, y no sólo a sus jerarcas, identificarlos y obrar en consecuencia. No basta decir «lo siento». No basta pagar unos miles de dólares a las víctimas. Predicar no da trigo. Una institución regida y ritualizada exclusivamente por varones contribuye a la dominación despótica masculina. Una institución misógina y con celibato clerical obligatorio es deformante de las conciencias. Una institución dogmática conlleva la dominación mental hasta el extremo. Una institución clasista, con clérigos y laicos, con mitras y púrpuras, es humillante y hace súbditos a los fieles.”
Hasta aquí la valiente denuncia de Alcaina, que ya apunta a las otras tres perspectivas con las que quiero continuar esta reflexión.
El teólogo Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid, apunta por su parte todavía más lejos. En un artículo publicado por el periódico español “El País”, refiere: “Los casos de pederastia se produjeron, la mayoría de las veces, en instituciones dirigidas por varones. Lo que demuestra que el patriarcado religioso recurre a las agresiones sexuales para demostrar su poder omnímodo en las religiones. Un poder que convierte a los clérigos en representantes y portavoces de Dios. Masculinidad sagrada y violencia, pederastia religiosa y patriarcado son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos que un huracán… ¿Qué hacer ante este cáncer? Tolerancia cero, llevar a los presuntos culpables ante los tribunales civiles y, muy importante, que los jueces pierdan el miedo a las personas sagradas y las juzguen conforme a la gravedad del delito. ¿Y en el interior de las instituciones eclesiásticas? Ir a la raíz de tan diabólico comportamiento, que se encuentra en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica. ¡Y cambiar la imagen de Dios Padre Padrone!
Situar una de las causas de la pederastia en el patriarcado es poner el dedo en una llaga abierta. La reacción de la iglesia ante la llamada revolución de género, que nos ha ayudado a identificar el patriarcado como un sistema perverso, ha sido cuando menos tímida y en otras ocasiones lamentable.
Es la escritora Nancy Houston quien, en una carta abierta al Papa Francisco y hecha pública el pasado 20 de agosto, afirma: “En las últimas décadas, varios países cristianos —o Estados no confesionales pero históricamente cristianos— se han aficionado a denunciar las costumbres extranjeras que consideran bárbaras o injustas; me refiero, en particular, a la circuncisión femenina y la obligación de llevar burqa. Nos gusta señalar a los que practican esas costumbres que en ningún lugar del Corán (por ejemplo) se estipula que haya que mutilarles el clítoris a las niñas o cubrirles el rostro a las mujeres, que esas costumbres se inventaron en un momento histórico concreto para contribuir a organizar los matrimonios y distribuir la riqueza… Pero quienes se entregan a estas prácticas las consideran indiscutibles e inseparables de sus identidades, exactamente lo mismo que opina la Iglesia sobre el dogma del celibato sacerdotal. No es este el sitio en el que discutir las múltiples y complejas razones por las que, tras la separación entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente, esta última decidió diferenciarse de la primera imponiendo el celibato a sus sacerdotes… Lo que hay que subrayar es que ese dogma, tan dañino, al menos, como la circuncisión femenina y el burqa, es consecuencia de una decisión histórica concreta. Y eso significa que se puede revocar con otra decisión histórica, que solo usted, Francisco, está en situación de tomar. Sí, solo usted tiene el poder de eliminar la obligatoriedad del celibato para los sacerdotes católicos y, de esa forma, proteger a un número incalculable de niños, adolescentes, hombres y mujeres en todo el mundo. El celibato forzoso no sirve de nada. Está suficiente y repetidamente demostrado. La mayoría de los sacerdotes no logran conservar la castidad. Lo intentan, pero fracasan. Hay que reconocer la verdad y enterrar este inicuo dogma de una vez por todas. Es un crimen seguir tergiversando la realidad y perdiendo tiempo con la cantidad de vidas destruidas por su culpa.
Independientemente del acuerdo o desacuerdo que suscite esta declaración, el celibato obligatorio ha sido ya repetidamente cuestionado desde muchas disciplinas científicas. Haríamos bien, dentro de la iglesia, tomando en serio la necesidad de su revisión.
A todas estas aportaciones, añado una: la necesidad imperativa de que la iglesia se ponga al día en su concepción de la sexualidad. Hay ya muchos adelantos en las ciencias de la sexualidad que necesitamos asumir en nuestra reflexión moral. En este campo continuamos evadiendo la confrontación de nuestro pensamiento eclesial con los nuevos estudios sobre sexualidad y, mutatis mutandi, seguimos insistiendo en que es el sol el que gira alrededor de la tierra. Para defendernos en nuestra inmovilidad, creamos monstruos con los cuales polarizar nuestras discusiones y replegarnos sobre nuestra incapacidad de confrontación, como la tristemente famosa ideología de género.
Los recientes (y los pasados) escándalos de pederastia tendrían que llevarnos a revisar nuestra moral sexual. Es, como ya afirmaba Alcaine, “ineludible una revisión del sentido y valor de la sexualidad. El impertérrito tradicionalismo católico sigue demonizándola con atisbos machistas y maniqueos. Si la Iglesia Católica continúa anclada en el presente, que es el pasado, todavía leeremos nuevos informes tremebundos como el del gran jurado de Pensilvania”.
Parece que Pensilvania nos está dando la oportunidad de ir al fondo de la cuestión. Como sostenía el Aquinate, Dios sabe sacar bienes de los males. Es lamentable que hayamos tenido que llegar a estas conclusiones debido a la sucesión de escándalos y al inefable sufrimiento de tantas víctimas menores de edad. Hubiera sido más fácil escuchar a quienes, desde hace mucho tiempo, vienen insistiendo en que las posiciones de la iglesia en sexualidad no han sido revisadas desde el avance de las ciencias y de las mutaciones que la conciencia colectiva ha experimentado en los últimos decenios. Teólogos y teólogas que, desde la reflexión de su fe han abogado por una nueva visión más humana e inclusiva de la sexualidad y recibieron, en pontificados anteriores, solamente juicios y reprimendas.
Pero es bueno que la iglesia, aunque sea por el “honor de su nombre”, ahora que se ve asediada por los escándalos de pederastia, decida mover el timón en la dirección de un auténtico discernimiento evangélico ante los signos de los tiempos. Si seguimos llamando despreciativamente “ideología de género” a todos los cambios que ocurren en el mundo de la sexualidad, sin ejercer sobre ellos el discernimiento cristiano, este camino continuará en el punto ciego al que ha llegado. Y ya no tenemos más tiempo.
Colofón: Estoy ya al final de la redacción de este artículo cuando estalla el affaire Viganó. Pero esta nota se extendería hasta el infinito y no vale la pena ni siquiera hablar de ello. Los ultraconservadores están dispuestos a todo, incluso a la calumnia, para llevar adelante la demolición de las tímidas reformas de Francisco. Dejemos mejor, como ya está ocurriendo, que la verdad termine imponiéndose. Vale la pena recordar que, por mucho menos, en otros pontificados, la vara de castigo habría caído sobre quienes atentan contra la autoridad del Papa. Francisco no deja de crecer ante mis ojos. De las insidias de Viganó, no nos acordaremos en unos meses.
Del 6 al 11 de agosto, teniendo como sede la Universidad Marista, tuvo lugar en nuestra ciudad el Congreso de Pastoral de Pueblos Originarios de México y América Latina. Convocadas por la Dimensión de Pueblos Originarios y Afromexicanos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social del Episcopado Mexicano, más de 500 personas, entre representantes de los distintos pueblos originarios del país y agentes pastorales a su servicio, se reunieron para intercambiar informaciones, vivencias y experiencias. Lo hicieron a partir de cinco ejes temáticos:
En medio de ritos y oraciones compartidas, los participantes intercambiaron saberes a través de 25 talleres simultáneos, cinco por cada uno de los ejes ya enunciados, y escucharon también conferencias dictadas por conocedores en la materia, entre ellos el legendario padre de la teología india, Eleazar Hernández, la teóloga maya guatemalteca Ernestina López Bac, el guadalupanista Clodomiro Siller, entre otros especialistas, entre ellos varios obispos.
La temática del Congreso se ramificó en los distintos campos de interés, desde la situación de las luchas de los pueblos indígenas y las amenazas más recientes a su tierra y territorio, hasta la eco-teología, como aportación original de los pueblos a la teología de la iglesia, pasando por la reflexión sobre las fiestas comunitarias y sistemas de cargos en los pueblos originarios, los derechos de la Madre Tierra y la posición de los pueblos y la iglesia frente a los proyectos de muerte que se ciernen sobre los territorios indígenas. Experiencias de otros países, como la fascinante construcción de la Red Pan Amazónica (REPAM), enriquecieron el intercambio.
El acompañamiento pastoral de los pueblos originarios se ha diversificado mucho en México. Además de las instancias oficiales, grupos de laicos/as indígenas llevan adelante procesos de inculturación fuera del ámbito oficial. Una de las virtudes de este Congreso fue haber abierto las puertas de la participación, no solamente a los presbíteros y religiosos/as responsables de la pastoral indígena oficial, sino también a agentes de base que durante muchos años han acompañado procesos de reflexión y acción dentro de los pueblos originarios, aunque no contasen con el reconocimiento oficial de diócesis y/o parroquias y hubieran sido vistos con recelo en tiempos eclesiales anteriores al Papa Francisco.
Comparto con las y los lectores de esta columna el comunicado final del Congreso. Firmado por el obispo responsable de esta Dimensión Pastoral y por el secretario de la Pastoral Social, el comunicado no alcanza, lamentablemente, a reflejar la riqueza derivada de los intercambios entre los participantes del Congreso, ni el lenguaje simbólico que suelen usar los pueblos originarios. Sin embargo, nos permite asomarnos a la doble aportación que los pueblos originarios ofrecen frente a las actuales amenazas del modelo socioeconómico y la crisis humanitaria y ecológica global por la que pasamos: la denuncia de los mecanismos de muerte y sus causas, y el anuncio de la sabiduría indígena como un elemento que puede contribuir a enfrentar estas amenazas y ofrecer al mundo un horizonte de esperanza.
Así que les comparto ahora este Comunicado Final, no sin antes referirles al portal electrónico en el que pueden conseguir más información sobre el Congreso y sus conclusiones: http://pueblosoriginarios.org.mx/
Comunicado del Primer Congreso de Pastoral de Pueblos Originarios de México y América Latina.
A nuestras hermanas y hermanos de los pueblos originarios de México y América Latina
A nuestras autoridades tradicionales, eclesiásticas y civiles
A quienes luchan por el bien de la humanidad y de la Madre Tierra
¡Paz y bien!
El Dios, Dueño del Cerca y del Junto, Corazón del Cielo-Corazón de la Tierra está con nosotros en esta hora de gracia, que es tiempo de cambios profundos.
Provenientes de los cuatro rumbos de Nuestra Casa Común de este continente llamado América, nos reunimos los días 7 al 11 de agosto de 2018 en las tierras del Mayab, 550 personas que trajimos la presencia de nuestros pueblos originarios de México, Guatemala, El Salvador, Panamá, Colombia, Ecuador y Argentina, acompañados de los pastores de nuestras iglesias, para testimoniar la vida y luchas de los pueblos indígenas y para impulsar el acompañamiento pastoral de estas luchas y al florecimiento de las iglesias autóctonas.
Este Congreso se realiza en ocasión de conmemorar los 25 años del encuentro de SS Juan Pablo II con las etnias de nuestro continente, y para inaugurar el trecenario de preparación de los quinientos años del hecho guadalupano.
Al compartir nuestra vida en este Primer Congreso de Pastoral de Pueblos Originarios (y Afromexicanos), convocado por la Dimensión de Pastoral de Pueblos Originarios de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia del Episcopado Mexicano, junto con la Arquidiócesis de Yucatán y la Provincia Franciscana San Felipe de Jesús, sureste de México, comprobamos la riqueza de nuestra diversidad de lenguas, culturas y tradiciones religiosas que manifiestan nuestros modos propios de entender y vivir con Dios, con los demás seres humanos y con la Madre Tierra. Pero junto a estas flores y cantos que dan sentido a nuestra vida también descubrimos espinas que llenan de dolor y de tristeza nuestro corazón.
Han resonado en nosotros los clamores de la naturaleza y de los pobres y estamos dispuestos como Iglesia a asumirlos en nuestra acción pastoral y a sumarnos a su lucha por la defensa de la vida de los pueblos y de la Madre Tierra.
Ciertamente reconocemos que tenemos avances importantes, pero no a la medida de lo que los pueblos y los signos de los tiempos exigen.
Los que aquí nos reunimos hemos sido testigos y víctimas del modelo globalizante neoliberal agravado por la corrupción y la violencia, que es un proyecto de muerte; sus megaproyectos extractivistas son formas más modernas y agresivas de despojo, de explotación y descarte que destruyen los bienes de la creación, los conocimientos tradicionales ancestrales y el tejido social de los pueblos. Aunado a esto la represión y la violencia se ha desatado contra los líderes comunitarios como crímenes de lesa humanidad que claman al cielo.
Como miembros de los pueblos originarios y como pastores de la Iglesia Católica denunciamos esta situación como un pecado sumamente grave que exige conversión y reparación para lograr la paz y el perdón; al mismo tiempo anunciamos la gracia y la esperanza que florece en la lucha de nuestros pueblos, con los que somos hermanos y para los que queremos ser profetas y pastores de esperanza.
Nos comprometemos a las siguientes acciones:
En nombre de los participantes, firmamos rogando a Tonantzin Teocoatlaxiuhpe nos siga procurando todo su amor, ternura y ayuda como a San Cuauhtlatoatzin, a fin de realizar los compromisos emanados del Congreso.
Desde la Universidad Marista de Mérida, Yucatán, en México, el 10 de agosto de 2018
+ Fray José de Jesús González Hernández
Obispo Prelado de Jesús María, El Nayar
Responsable de la Pastoral de Pueblos Originarios y Afromexicanos
Comisión Episcopal para la Pastoral Social (CEPS, CEM)
Pbro. Rogelio Narváez Martínez
Secretario Ejecutivo
Comisión Episcopal para la Pastoral Social, CEPS – Cáritas Mexicana.
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