Iglesia y Sociedad

Lorca, que te quiero Lorca…

27 Ago , 2012  

Para Christian Rivero, enduendado admirador de Lorca

El libro era atabacado. En su portada oscura brillaba solamente el nombre, Federico García Lorca, como dibujado, con las letras iniciales de cada nombre alargadas, como jirafas que extienden su cuello a las alturas. La primera de forros lucía el sello Tolle. Lege que identifica a la legendaria casa editorial Aguilar, y sobre el sello el dibujo de un florero de tres solitarias flores con forma de pescados, como hecho en un solo trazo y sin levantar la pluma. Debajo del dibujo, el autógrafo: Federico García Lorca.

Es la duodécima edición de las obras completas de Federico, publicada en 1966. La recopilación y notas son de Arturo del Hoyo, con prólogo de Jorge Guillén y epílogo de Vicente Aleixandre (¡Entre poetas te veas!). La nota editorial señala que el cuerpo de las obras completas en esta edición de Aguilar tuvo cambios hasta la quinta edición. Rápidamente me fui a las últimas páginas para gustar del índice: prosa (impresiones, narraciones, conferencias, autocríticas, charlas, artículos…), verso (todos sus libros, desde su primer Libro de Poemas, hasta el postrer Diván del Tamarit, sus poemas sueltos, suites, sonetos, cantares populares), teatro (de El Maleficio de la Mariposa hasta La Casa de Bernarda Alba), otras páginas de impresiones y paisajes, su epistolario, entrevistas y declaraciones… y, finalmente, un apéndice con sus dibujos y las partituras de la música de sus canciones: todo García Lorca en 2018 páginas de papel Biblia.

Era una agradable mañana de enero de 2001 en Montevideo, en una de las muchas librerías de viejo que se montan en las aceras de un barrio de la capital uruguaya. Mi anfitrión, Roger Gutiérrez Díaz, me había conducido amablemente a ese festín de letras. El enamoramiento fue inmediato: yo tendría que hacerme de las obras completas del poeta y dramaturgo andaluz. Después de algunas breves operaciones mentales (soy malísimo para las equivalencias monetarias), tomé la decisión de comprarlo. Sólo un libro más llamó poderosamente la atención: dos tomos gigantes con las partituras de las canciones de Silvio Rodríguez (todo el Silvio producido hasta ese momento), pero estaba a un precio estratosférico y significaba además –a pesar de mi indeclinable devoción por el cantautor– un doble problema: la inutilidad del gasto (no sé leer música) y los kilos que representarían en mi maleta de regreso. Así que me regresé del Uruguay solamente con el tomo de García Lorca bajo el brazo. No me ha abandonado en todos estos años.

El tiempo y el uso ha deteriorado un poco el ejemplar, ya viejo desde mi compra, pero me ha permitido acercarme en estos años al Lorca total. Hace unos pocos días, la semana pasada, se cumplían 76 años del asesinato del bardo español, ocurrida en la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936. Decidí entonces dedicar esta entrega a García Lorca, el entrañable poeta y dramaturgo. Pero, ¿por qué hablar de García Lorca cuando podemos dejar que sea él quien hable? Así que, además de presumirles mi libro, entresacaré de sus páginas algunos fragmentos de sus textos en prosa, que nos acercan al alma del poeta, y que hoy quiero compartirles, en conmemoración de su martirio.

De la conferencia “La imagen poética de Góngora”:
“Dice el gran poeta francés Paul Valéry que el estado de inspiración no es el estado conveniente para escribir un poema. Como creo en la inspiración que Dios envía, creo que Valéry va bien encaminado. El estado de inspiración es un estado de recogimiento, pero no de dinamismo creador. Hay que reposar la visión del concepto para que se clarifique. No creo que ningún artista trabaje en estado de fiebre. Aun los místicos, trabajan cuando ya la inefable paloma del Espíritu Santo abandona sus celdas y se va perdiendo por las nubes. Se vuelve de la inspiración como de un país extranjero. El poema es la narración del viaje. La inspiración da la imagen, pero no el vestido. Y para vestirla hay que observar ecuánimemente y sin apasionamiento peligroso la calidad y sonoridad de la palabra…”

De su “Charla sobre Teatro”:
“El teatro es siempre, siempre un arte… arte por encima de todo. Arte nobilísimo; y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra “arte” en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la palabra “comercio” o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía, disciplina y sacrificio y amor… Yo sé que no tiene razón el que dice: “ahora mismo, ahora, ahora” con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice “mañana, mañana, mañana” y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo”.

De su conferencia “Teoría y Juego del Duende”:
“La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil mar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.
Recordar el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de Fray Juan de la Miseria n por darle una bofetada al Nuncio de Su Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su últimos secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo”.

Colofón: Obra del azar o programada coincidencia, celebro que la efeméride del asesinato de García Lorca haya estado enmarcada por la presentación en Yucatán de su obra de teatro “Bodas de Sangre”, en una dignísima y atractiva puesta en escena de Por Qué No? Producciones que, bajo la dirección de Yatzaret Castillo, estuvo presentándose en el Teatro Daniel Ayala los pasados 15 y 22 de agosto.

Iglesia y Sociedad

Nueva Esperanza: visita de seguimiento

21 Ago , 2012  

Esta semana se cumple un año del desplazamiento forzado, desde territorio guatemalteco hasta la orilla de la frontera con México, de la Comunidad Campesina en Resistencia “Nueva Esperanza”. Como he comentado ya en este mismo espacio, la comunidad de Nueva Esperanza, perteneciente al Municipio de la Libertad en el Departamento de El Petén Guatemala, fue desalojada de manera violenta el 23 de agosto de 2011. Desde entonces, sus habitantes han estado en una situación precaria que representa una verdadera emergencia humanitaria y la situación, como es fácil suponer, ha empeorado dramáticamente en el plazo de un año.

El desplazamiento forzado fue documentado por la Misión Civil de Observación que, del 19 al 21 de octubre de 2011, se hizo presente en la comunidad para revisar el estado de cosas y hacer pública la situación ante la opinión pública nacional e internacional. Conflictos como el de Nueva Esperanza, que pueden contarse por decenas en el vecino país, suelen pasar desapercibidos justamente por la condición de vulnerabilidad a la que están sometidos los pueblos afectados.

Es por eso que las organizaciones que visitaron la comunidad desplazada hace un año decidieron hacer una visita de seguimiento al cumplirse un año del violento desalojo. El 3 de Agosto de 2012, representantes de Indignación, el Centro PRO, CODEHUTAB, SERAPAZ, “La 72”, entre otras organizaciones, se hicieron presentes en el Campamento en Resistencia para documentar la situación actual y el estado del proceso de negociación que llevan con el gobierno guatemalteco.

El panorama no es nada halagüeño: la comunidad sigue careciendo de servicios básicos que garanticen condiciones dignas de vida; las negociaciones para que se resuelva la situación de la falta de acceso a tierras y la reubicación de las familias desalojadas no ha avanzado por el incumplimiento de las promesas del Estado guatemalteco, y existen graves violaciones a los derechos a la alimentación, la salud, la vivienda y la educación, colocando en una situación de mayor vulnerabilidad a las niñas, a los niños y a las mujeres embarazadas. Todo ello se enmarca en un contexto de militarización de la frontera entre México y Guatemala.

Entre el primer informe de la Misión Civil de Observación (puede verse el texto: “La frontera olvidada” en www.indignacion.org.mx) y esta segunda visita de seguimiento, han ocurrido sucesos lamentables. El 9 de enero de 2012, alrededor de las seis horas, se realizó un operativo en el que participaron elementos de la Policía Federal, Ministerios Públicos de la Federación y Policías Municipales, algunos elementos policiacos se encontraban vestidos de civil y al mando de estas autoridades se encontraba una persona que se ostentó como el Subdelegado Regional del Instituto Nacional de Migración.

Según testimonios, las autoridades arribaron en camionetas y patrullas al campamento y comenzaron su desmantelamiento con lujo de violencia. Al rechazar estas acciones y pedir explicaciones, las y los habitantes del campamento comenzaron a ser detenidos. 70 personas (45 niñas y niños, 14 hombres y 11 mujeres) fueron desalojadas violentamente en el operativo realizado por el Instituto Nacional de Migración. Su estatus no les fue respetado cuando fueron capturados y lo cierto es que se les despojó de sus papeles migratorios, visas temporales y visas fronterizas. Muchas de las personas cruzaron la línea fronteriza hasta donde fueron perseguidos para ser detenidas en territorio guatemalteco, por los elementos mexicanos que también cruzaron la línea, incursionando ilegalmente a este país. En medio del operativo, las autoridades se llevaron los víveres y el maíz que la propia comunidad estaba cultivando para su consumo mientras amenazaba con volver para desmantelar el campamento. Actualmente, algunas personas víctimas de este desalojo forzado han vuelto al Campamento Campesino en Resistencia Nueva Esperanza y otras permanecen en el albergue de San Benito, en Guatemala.

La ayuda humanitaria que les ha sido negada sistemáticamente por ambos gobiernos, el de Guatemala y el de México, la situación de vulnerabilidad de los niños y niñas que permanecen en el Campamento y el hostigamiento a los representantes de la comunidad en las negociaciones con el gobierno guatemalteco y a los defensores y defensoras de derechos humanos que, desde este lado de la frontera, acompañan a las y los desplazados, terminan por configurar un panorama de alta conflictividad que deriva en la violación de varios derechos fundamentales para los habitantes de Nueva Esperanza.

Es por eso que la Misión de Observación Civil, en esta visita de seguimiento, hará público un informe sobre la situación actual de los desplazados, subrayando las violaciones a los derechos humanos de las que son objeto y las responsabilidades evadidas por los gobiernos de ambos países.

Este informe, sugerentemente titulado “Los invisibles de la frontera olvidada”, se dará a conocer a la prensa nacional e internacional el próximo lunes 27 de agosto, en el Distrito Federal y podrá consultarse en los portales electrónicos de las organizaciones involucradas inmediatamente después de su presentación a la prensa. Es un conflicto, opinarán algunos, que no es de nuestra incumbencia, porque pertenece a la agenda de un país vecino, que no es el nuestro. Hay quienes, sin embargo, opinamos junto con san Ernesto de la Higuera que “sentir profundamente cualquier injusticia cometida contra cualquier persona en cualquier parte del mundo” es la cualidad más bella de un ser humano y que la solidaridad, sin exclusiones ni fronteras, es la fórmula que tienen los pueblos de construir otro mundo posible, en el que uno de los criterios de convivencia sea aprender a ponernos en los zapatos del otro, asumir sus sufrimientos, buscar juntos alternativas de resistencia.

Colofón: Lorca, que te quiero Lorca… el eterno pendiente… la próxima semana, júrolo, dedicaré el artículo a Federico. Hasta entonces.

Iglesia y Sociedad

La propuesta ética de Jesús

13 Ago , 2012  

Participación en el Seminario Nacional de Asesores Kolping, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, del 13 al 15 de agosto de 2012.

1. ¿Tiene la Biblia una propuesta ética?

Quiero iniciar mi intervención planteando una pregunta que parecería inocente: ¿tiene la Biblia una propuesta ética? La pregunta nos abre varias perspectivas de reflexión. No somos la única religión que tiene textos sagrados, de manera que podemos espejarnos en otras tradiciones. Los musulmanes, por ejemplo, tienen El Corán. La tendencia más radical entre los musulmanes es convertir el texto sagrado en ley. La vida entera se organizaría en torno a los preceptos contenidos en el texto. No todas las corrientes musulmanes están de acuerdo, por supuesto, en esta aplicación del texto coránico a rajatabla. La ‘sharia’ ha dado lugar a las monarquías o repúblicas islámicas, pero el costo en salvaguarda de las libertades es lo suficientemente alto para no convertirlo en una experiencia digna de imitación. Imagínense ustedes a los judíos actuales o a los cristianos aplicando como ley común algunas de las prescripciones del Antiguo Testamento… nos parece algo impensable.

Una primera observación se refiere a la concepción distinta que tenemos de revelación. A diferencia de la religión musulmana, que considera el texto sagrado como una especie de dictado directo que utiliza al hagiógrafo solamente como un conducto mecánico, nuestro concepto de revelación parte de la noción teológica de ‘encarnación’, o como dijera hermosamente el Concilio Vaticano II, Dios, “movido de amor, habla a los seres humanos como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (1). La Palabra, con mayúscula, se transmite a través de palabras con minúscula. La iglesia ha confesado siempre, y va entendiendo cada vez mejor, que la Biblia es una obra al miso tiempo divina que humana, y que la revelación de Dios llega a nosotros a partir de un arduo trabajo de escritura, recolección, redacción de los autores y de las comunidades a las que éstos servían. Aplicando a las Escrituras una expresión del Concilio Vaticano II sobre el misterio de la iglesia, podríamos parafrasear que aquellas tienen “una notable analogía con el misterio del Verbo Encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a Él, de modo semejante las palabras humanas (historia, cultura, geografía) sirven al Espíritu Santo, que las vivifica, para la transmisión de las verdades reveladas”.

Este simple hecho, la dimensión encarnacional de la revelación, nos sitúa de manera distinta frente a la pregunta que nos hemos planteado. La propuesta ética de la Escritura no habrá que buscarla sólo ni principalmente en su letra, sino en el espíritu que la recorre, en el mensaje salvífico que transmite. Esto cobra relevancia especial cuando hablamos de la Biblia cristiana y no sólo de la judía, porque el Primer Testamento, con todo y su dimensión reveladora, es sólo una introducción para la revelación definitiva que se realiza en la persona de Jesús, el hijo querido del Padre. Él es la Palabra hecha carne (Jn 1,14) y “lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna” (3).

De cualquier manera, la pregunta sobre la propuesta ética de la Biblia cristiana sigue siendo pertinente. Y lo es porque, para escándalo del mundo, en países mayoritariamente cristianos se experimenta una profunda desigualdad, niveles de pobreza desgarradores, injusticias y discriminaciones que parecerían pertenecientes a otra etapa civilizatoria. Un mundo que se desgarra en medio de estos problemas sociales y se debate entre la muerte de las utopías, las amenazas del pensamiento único y la disgregación propia del postmodernismo, necesita de manera urgente una propuesta ética que emerja del evangelio.

2. La centralidad del misterio de Jesús

Si de opción ética cristiana queremos hablar, entonces tendremos que mirar la persona de Jesucristo. No es casual que, fuera de temas específicos de moral sexual con los que tanto tenemos que batallar en las iglesias cristianas, la fuente de mayor controversia teológica en nuestros días sea el estudio del Jesús histórico. Díganlo, si no, Pagola y Torres Queiruga. Y es que el reto sigue siendo hoy el mismo que el de las generaciones anteriores: hacer de los documentos del Nuevo Testamento una puerta abierta para el encuentro vivo con Jesucristo. Pero con el avance de las ciencias exegéticas esto parece complicarse un poco. Tenemos, pues, que hacer un viaje a partir de los textos con los que contamos, hasta llegar el corazón del testimonio y mensaje de Jesús, el de Nazaret.

Una buena parte de nuestras ideas acerca de Jesús, ideas que alimentan nuestra vida cristiana, vienen de reflexiones desarrolladas durante casi veinte siglos. Pero nos ha hecho falta, muchas veces, descubrir en los evangelios a Jesús de Nazaret, campesino judío, maestro itinerante; nos ha hecho falta ver con claridad qué fue lo que su palabra y su acción provocaron entre la gente de su tiempo, en qué conflictos se metió por su fidelidad a Dios, cuáles fueron las causas de su condena a muerte. Decir, por ejemplo, que Cristo murió y resucitó por nuestra salvación, no nos exime de conocer las causas por las que Jesús fue aprehendido, juzgado y condenado a muerte. El carácter salvífico de la muerte de Jesús sólo se aprecia en plenitud si conocemos el entretejido humano y la conflictividad social que lo condujo a su final violento.

Cuando hablamos de Jesucristo no podemos olvidar que se trata de un judío, laico, hijo de un artesano, que iba cada sábado a la sinagoga, que abandonó a su familia para dedicarse a predicar la llegada del Reino de Dios, rodeándose de hombres y mujeres que lo acompañaban fascinados por su palabra y su testimonio. Este hombre singular, planteó a la gente de su tiempo una nueva manera de vivir y de relacionarse con Dios y con los demás. Se hizo de un grupo de seguidores y seguidoras y mostró, en gestos concretos, qué era lo que él entendía por Dios, si había o no que cumplir con la Ley antigua, cuál era el criterio para discernir la voluntad de Dios. Su manera de vivir (palabras y obras) le granjeó seguidores y enemigos y provocó una crisis tal en la sociedad judía, que las presiones en su contra se materializaron en su aprehensión, la realización de un juicio y su condena a muerte. Esta muerte violenta con la que, al final, fue ejecutado, no se entiende sin la crisis que su modo de vida y su predicación causaron. Es en este sentido que muchos teólogos dicen que Jesús no se murió tranquilo, de vejez, en la cama de un hospital; que es un ajusticiado cuya muerte solo puede explicarse en el conjunto de sus palabras y sus actos concretos.

El deseo de encontrar el núcleo histórico sobre el que se basa toda la reflexión cristológica que hoy compartimos los que formamos la iglesia, no es en manera alguna nuevo. Desde hace ya muchos años que muchos estudiosos de la Biblia han intentado acceder a Jesús de Nazaret y, a través del evangelio, desentrañar lo esencial de su mensaje y las causas de su final violento. Nosotros no somos investigadores, ni tenemos la capacidad de meternos en profundidad en estudios de esta envergadura. Somos discípulos y discípulas de Jesús que nos hemos comprometido a seguir su camino. Sin embargo, no podemos soslayar el reto de conocer la persona de Jesús y discernir, en lo esencial de su mensaje y de su vida, el criterio último de una lectura “cristiana” de la Biblia y una propuesta ética que de ella se derive.

Así pues, partimos de la fe común de la iglesia que todos profesamos. El misterio de Jesús, muerto y resucitado, es el centro de nuestra existencia. A partir de esta realidad de fe, nos acercamos a nuestros documentos fundacionales, a esa síntesis privilegiada, elaborada en los primeros siglos de la vida cristiana, que es el Nuevo Testamento, y, en el conjunto del Nuevo Testamento, de manera singular, los evangelios.

3. Dos aproximaciones preliminares a la ética de Jesús

No resulta tan indiscernible en los evangelios cuál es la propuesta ética de Jesús. Podrían tomarse muchos textos distintos (parábolas, disputas de Jesús con los fariseos, milagros…) para acercarnos a la comprensión de la categoría teológica “Reinado de Dios” que encerró la propuesta ética de Jesús. No quiero, sin embargo, ser exhaustivo. Prefiero partir aquí de dos textos que pueden servir como sintetizadores de dicha propuesta: la respuesta de Jesús a la averiguación de Juan el bautista, cautivo en una cárcel de Herodes, que le manda preguntar: ¿Eres tú el que había de venir al mundo o tenemos que esperar a otro? (Lc 7,18-23) y la parábola de las ovejas y los cabritos, contada hacia el final del evangelio de san Mateo (Mt 25,31-46).

El primer texto es un resumen, propuesto por el mismo Jesús, de la significación de su presencia en el mundo. La pregunta de los seguidores de Juan tiene que ver, de esto no hay duda, con el Reinado de Dios que Jesús viene anunciando, anuncio del que ha tenido noticia y que ha desconcertado a Juan Bautista, tan clavado en la restauración de Israel. Una posible paráfrasis, respetuosa del sentido del texto, podría ser: “Eres tú el que ha de traer ese Reino que anuncias, o debemos esperar a otro?

La respuesta de Jesús, más que aclararle a Juan sobre el significado de su misión, es probable que lo haya sumido en una más amplia confusión. Y es que lo que el Maestro de Nazaret hace es hacer una lista de situaciones que degradan la humanidad de quienes las padecen. La lista encierra a los grupos más desfavorecidos de Israel: ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos y pobres, seis categorías que subrayan alguna carencia (falta de vista, de movimiento, de pureza cutánea, de escucha, de vida, de dinero y reconocimiento social. A estas seis situaciones, sin duda desagradables para el Dios que Jesús predica, el Maestro coloca una acción liberadora: los ciegos ven, los sordos oyen…

Si, como en tarea de escuelita bíblica, pusiéramos en nuestro cuaderno las seis carencias en una columna y, a su derecha, las soluciones que Jesús propone en su presentación (su propuesta ética, diríamos), nos daríamos cuenta de que hay un propósito claro en la misión y actividad de Jesús: superar las carencias a las que hace alusión. Es importante hacer énfasis en esto, porque el pasaje termina con una exclamación de Jesús que no encuentra fácil explicación. Al final de su perorata, Jesús les dice a los enviados del Bautista: “Y dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7,23). ¿Qué podría causar escándalo en la recuperación del habla, de la facultad de caminar o de oír? Pareciera que nada… pero una mirada atenta mostraría que las cinco primeras categorías reflejan carencias físicas, mientras que la última, quizá la más explosiva, se refiere a una categoría social: “a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”… ¿cuál es esa buena noticia que se anuncia a los pobres?

La lógica del relato se descubre en nuestra representación en columnas: Jesús dice: vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ya no son más ciegos, ahora ven. Los cojos ya no son más cojos, ahora caminan. Los leprosos ya no lo son más, ahora tienen la piel limpia. Los sordos ya no son sordos, sino que escuchan. Los muertos no lo están más, vuelven a la vida. Los pobres… ¡ya no lo son más! Ahora viven dignamente. La Buena Noticia para los pobres queda así al descubierto: es la propuesta de una vida digna y plena. Hay una admirable armonía en este aspecto de la predicación de Jesús, que concuerda con las bienaventuranzas, con la parábola de Lázaro y el rico banquetero, con la expulsión de los demonios de Gerasa… El texto deja en claro cuál es el núcleo de la propuesta ética de Jesús: vida digna y plena para todos y todas.

Una confirmación aún más evidente de esta afirmación la encontramos en la parábola del juicio final, conocida también como la parábola de las ovejas y los cabritos. Exclusiva de la tradición mateana, hay una fuerte discusión acerca de la historicidad de esta parábola y sus alcances. Pagola dice, a propósito de esta parábola: “El criterio para separar a los dos grupos es preciso y claro: unos han reaccionado con compasión ante los necesitados; los otros han vivido indiferentes a su sufrimiento. El rey habla de seis situaciones de necesidad, básicas y fundamentales. No son casos irreales, sino situaciones que todos conocen y que se dan en todos los pueblos de todos los tiempos. En todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se dicen en el relato grandes palabras. No se habla de justicia y solidaridad, sino de comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para resguardarse. No se habla tampoco de «amor», sino de cosas tan concretas como «dar», «acoger», «visitar», «acudir». Lo decisivo no es un amor teórico, sino la compasión que ayuda al necesitado” (4).

La verdadera sorpresa de la parábola, sin embargo, solamente se dará cuando el Juez dicte sentencia. Ni los que entran a la posesión del Reino ni los que son excluidos de él entienden por qué el Juez dice “lo que hicieron a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron”. Acostumbrados como estaban, debido a la predicación de los fariseos, a que la benevolencia de Dios se rige por el cumplimiento de la ley religiosa, las ovejas y los cabritos se extrañan de que la salvación parezca pasar por otro lado. Es a esto a lo que se refiere Pagola cuando, con meridiana claridad, propone: “Los que son declarados «benditos del Padre» no han actuado por motivos religiosos, sino por compasión. No es su religión ni la adhesión explícita a Jesús lo que los conduce al reino de Dios, sino su ayuda a los necesitados. El camino que conduce a Dios no pasa necesariamente por la religión, el culto o la confesión de fe, sino por la compasión hacia los «hermanos pequeños». Probablemente, esta escena del «juicio final» no ha sido presentada así por Jesús. No es su estilo ni su lenguaje. Pero el mensaje que contiene es, sin ningún género de duda, la conclusión que se extrae de su mensaje y de toda su actuación. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la «gran revolución religiosa» llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía de acceso a Dios distinta de lo sagrado: la ayuda al hermano necesitado. La religión no tiene el monopolio de la salvación; el camino más acertado es la ayuda al necesitado. Por él caminan muchos hombres y mujeres que no han conocido a Jesús” (5).

NOTAS:

(1) Dei Verbum 2
(2) Lumen Gentium 8
(3) Dei Verbum 4
(4) PAGOLA José Antonio, Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007) p. 187
(5) Ibid p. 118

Iglesia y Sociedad

El poder dentro de la iglesia

8 Ago , 2012  

Hace algunos años, el teólogo español José María Castillo ofreció una serie de conferencias con el tema “Iglesia y Democracia”. En una de las exposiciones se explayó por más de media hora en tratar de explicar los rumbos que ha tomado la administración del poder dentro de la iglesia.

No es un tema menor. La organización de la estructura de la Iglesia es un tema fundamental para entender cómo funcionan muchos asuntos que podrían ser de otra manera. La estructura eclesiástica ha variado a lo largo de la historia. Este tema, hoy más que nunca un tema incómodo ante la pujanza del llamado ‘pensamiento único’ dentro de la iglesia, es un asunto del que no sólo podemos hablar sino que, en mi opinión, tenemos que hablar, porque de ello depende que podamos cambiar la percepción, cada vez más extendida, de que la iglesia institución aparece en nuestros días como sustancialmente infiel al mensaje de Jesús.

Recordando los principales hitos de la charla del P. Castillo, hay que distinguir al menos tres períodos organizativos previos al Vaticano II. A riesgo de simplificar, me referiré brevemente a ellos.

1. Régimen democrático

En los orígenes y en los tres primeros siglos, el movimiento de los cristianos y cristianas se conformó en una estructura compleja, pero de carácter fundamentalmente democrático. Democracia, no en el sentido en que usamos hoy la palabra, en que el pueblo, sujeto del poder, lo delega mediante unas elecciones en unos dirigentes. Pero sí puede decirse, sobran los ejemplos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en que la forma de ejercer el poder estaba lejos de todo autoritarismo.

Para designarse a sí mismos, los primeros cristianos y cristianas cambiaron el nombre de Nazarenos por el de ‘ecclesía’, una palabra profana cuyo significado era “la asamblea de los ciudadanos libres que democráticamente ejercían su cuota de responsabilidad en el gobierno de la ciudad”. Y así funcionó. La elección del sustituto de Judas, la elección de los siete diáconos y la resolución del conflicto de la aceptación de los paganos en la comunidad cristiana son solamente algunos ejemplos de cómo, a través de complejos mecanismos, los asuntos de importancia de decidían entre todos. Más tarde, tenemos ejemplos documentales que muestran que se elegía a los Obispos por aclamación o “votando a mano alzada”. La Iglesia se concebía cómo una gran comunidad formada por pequeñas comunidades, cada una con su autonomía propia.

2. Régimen sinodal

A partir del siglo IV comienza en la iglesia un régimen sinodal. Eran los sínodos locales los que decidían. En los sínodos se discutían los problemas, se elegían a los Obispos y, con frecuencia, se deponían si no eran considerados verdaderos apóstoles. El Obispo de Roma tenía la misión de unión de toda la Iglesia e intervenir en los conflictos que no se podían resolver en los sínodos. Los sínodos tenían poder para rechazar cuestiones que venían del Obispo de Roma. En cuestiones más importantes se reunían varios sínodos. El Concilio se le consideraba por encima de todos los Sínodos y del Obispo de Roma

Hay testimonio documental de que san Cipriano, en uno de sus sínodos, afirmó: “el pueblo tiene poder por derecho divino para elegir a sus obispos, el pueblo tiene poder por derecho divino para deponer a sus obispos si no son considerados dignos y, en el caso concreto, el pueblo ha decidido que no vale la decisión tomada por nuestro colega Esteban (Obispo de Roma) porque cree que ha actuado mal informado”.

San Gregorio, Obispo de Roma, recibió una carta de un colega obispo en la que le llamaba ‘papa universal’. Contestó en estos términos: «le ruego a su dulcísima beatitud que no me vuelva a llamar ‘papa universal’, porque eso es un título de vanidad y yo no quiero estar por encima de los demás ni en títulos, ni en privilegios, sino que quiero estar al servicio incondicional de todos mis hermanos obispos».

3. Régimen dictatorial

En el siglo XI se produce un gran cambio, el giro decisivo. Gregorio VII se autodefine Vicario de Cristo y en sus 27 proposiciones del «Dictatus Papae» presenta un régimen dictatorial en el que todos los poderes y de forma plena (poder legislativo, judicial y punitivo) y universal (para todos los seres humanos) se centran en la Iglesia en un solo hombre, el Papa. Es probable que lo haya hecho con la buena voluntad de liberar a la iglesia de la situación se sujeción a la que había llegado frente a los señores feudales, auténticos rufianes la gran mayoría de ellos, quienes en la práctica terminaron arrogándose la elección de los obispos.

Con Inocencio III este modelo organizativo llegó al extremo de considerar al Papa con la suprema potestad sobre todas las personas, es decir, la autoridad máxima del mundo. De forma que en su nombre se elegían y deponían emperadores, se facilitaba bulas papales que legitimaban a los reyes europeos para la conquista y el saqueo de África y América, para hacer esclavos a millones de personas, para fundar la Inquisición, etc. Son impresionantes y aterradoras las bulas papales que concedieron, entre otros, Nicolás V, Alejandro VI, León X, Pablo III. En este período se vivió en la Iglesia los acontecimientos más traumáticos y vergonzantes de su Historia.

Aunque de entonces hasta nuestros días las cosas han ido cambiando en esta forma de utilizar los papas su poder, la organización no ha variado sustancialmente. La estructura eclesial sigue hoy organizada en dos grupos: la jerarquía (el Papa, Obispos, presbíteros y diáconos) y el pueblo, al que se ha llamado laicado (laicos y laicas).

Estos dos grupos fueron definidos por el Papa san Pío X, en su encíclica Vehementer Noster, con estas palabras: “En la sola jerarquía reside el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros de la iglesia hacia el bien común. En cuanto a la multitud (los laicos) no tiene otro derecho que el de dejarse conducir dócilmente y seguir a sus pastores”.

4. La renovación del Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II quiso una Iglesia, comunidad de comunidades, en la que todos sean y se sientan responsables, porque pueden participar desde su pequeña comunidad en lo que se piensa, se dice y se decide. Una iglesia que todos por igual sienten y viven como propia, como algo que les concierne vivamente y con la que se sienten comprometidos. Una iglesia en la que el clero no acapara y menos monopoliza el poder de pensar, de decir y de decidir

Es parte de la esencia de la renovación conciliar que en la comunidad no haya nadie que se sienta por encima de otros, unos que manden y otros que obedezcan. El Concilio proclamó que todos somos por igual sacerdotes, profetas y reyes, con la misma dignidad de hijos e hijas de Dios y la misma misión de establecer y extender el Reino de Dios en el mundo. Hay, sí, ministerios diferentes. Tendrá que haber siempre, como en todo grupo humano, quien oriente, guíe, coordine, presida… pero siempre desde una actitud de servicio a la comunidad, nunca jamás, bajo ningún concepto, como el que ordena y manda.

El vuelco conciliar, sin embargo, no ha alcanzado a permear las estructuras ni los modelos organizativos de la iglesia. La tendencia dictatorial no se expresa abiertamente, pero se sigue practicando. La Iglesia sigue estando formada por dos grupos de personas: una minoría, que ostenta el poder, y los otros, los más, que si quieren estar en la Iglesia, se tienen que someter a los que tienen el poder.

Las estructuras que deberían favorecer la comunión terminan teniendo un valor meramente consultivo. La última palabra la sigue teniendo en cada grupo el párroco, el obispo, el superior religioso, el Papa. Y en la cumbre de esta pirámide, la autoridad plena y universal, de la que depende todo en la Iglesia, sigue centrada en un solo hombre: el Papa.

El Código de Derecho Canónico, renovado después del Concilio en tiempos del Papa Juan Pablo II, sigue manteniendo una estructura de poder centrada de forma plena y absoluta en un solo hombre. El texto del más importante cuerpo legislativo de la iglesia católica sigue afirmando que el Papa “tiene una potestad «plena, (legislativa, judicial y punitiva) inmediata y universal», que además «puede ejercerla siempre libremente» y ante la que la que «no cabe apelación ni recurso alguno», cuyas decisiones «no pueden ser juzgadas por nadie”, sin que «haya autoridad alguna a la que tenga que someterse, ni ante la cual tenga que dar cuenta»…

Pienso que en la Iglesia habrá más libertad, no en la medida en la que los que la dirigen y gobiernan nos vayan concediendo parcelas de decisión en asuntos concretos, sino en cuanto los cristianos seamos capaces de vivir en la libertad de las hijas e hijos de Dios y obrar en consecuencia. No hemos entendido lo más nuclear del Concilio (y menos del evangelio) cuando aceptamos sin más que los que entienden y saben de Dios y los que tienen capacidad de tomar decisiones en cuestiones de iglesia son solamente los Obispos y los sacerdotes, y que los laicos y laicas lo que tienen que hacer es aprender, aceptar, obedecer y cumplir.

En la iglesia todo poder que no sirve para asegurar el respeto a las personas, los derechos humanos de las personas, la dignidad de cualquier persona, no es un poder que emane del evangelio. En el tema del poder, ha de haber en la iglesia un principio incuestionable: ninguna autoridad tiene poder ni autoridad para mandar cosa alguna que esté en contra del mensaje de Jesús. Nadie tiene en la iglesia poder ni autoridad para mandar o disponer nada que esté en contra del Evangelio.

Cuando los grandes ideales, las grandes palabras, los grandes relatos y las utopías se hunden, arrasados por el huracán de la globalización y por la postmodernidad, se hace más apremiante que nunca la presencia, en la sociedad y en la Iglesia, de personas que digan algo distinto, radicalmente distinto, de las consignas que nos dicta a todas horas el «pensamiento único», esa forma de ver la vida que lo ha reducido todo a mercancía, bienestar y satisfacción plena, sin otro horizonte que la garantía de estar siempre como estamos, con tal de no salirse de lo establecido, resignadamente acomodados al sistema que se nos ha impuesto.

Iglesia y Sociedad

Cuernavaca de don Sergio

1 Ago , 2012  

Cuernavaca es, probablemente, una de las iglesias locales que más trascendencia han tenido en la comunidad católica mexicana. Desde aún antes del Concilio Vaticano II las miradas se dirigían a esta diócesis, pionera en la renovación litúrgica y bíblica como pocas.

La iglesia de Cuernavaca se convirtió, con don Sergio Méndez Arceo a la cabeza como su séptimo Obispo, en un laboratorio donde se puso en práctica un aggiornamento total que devolvió a la liturgia y sus edificios sagrados su sabor original, lo mismo que contribuyó, después de Medellín, a la formación bíblica del laicado en las comunidades eclesiales de base y a la renovación monástica con la introducción de la práctica del psicoanálisis en el discernimiento vocacional en el célebre monasterio del abad Gregorio Lemercier,

En mis años de seminario (1975-1982), que coincidieron con los últimos del ministerio episcopal de don Sergio, la Catedral de Cuernavaca se había convertido en el hogar y refugio de cientos, miles de desplazados de guerra centroamericanos. Como epicentro, la iglesia de Cuernavaca nos atraía, imberbes aprendices de la teología de la liberación, y nos nutría con su ejemplo. Eran los tiempos de obispos heroicos: don Sergio, don Bartolomé Carrasco, don Pepe Llaguno, don Arturo Lona, don Samuel Ruiz, don Sergio Obeso… un grupo minoritario, pero influyente, que inyectaba a la iglesia mexicana bríos de renovación y de compromiso social.

Al terminar mis estudios en el seminario, antes de partir para Roma, fui al encuentro de don Sergio. No era ya más obispo de Cuernavaca. Trabajaba todos los días en el Secretariado de Solidaridad Monseñor Óscar Romero, en la ciudad de México. Su fecundo retiro había sido puesto al servicio de las grandes causas de América Latina. El llamado Obispo Rojo murió como vivió: fiel a su estampa, cantante “fuera de coro” –como lo calificó otro jerarca cuyo nombre nadie recuerda–, “en pie de testimonio”, como dijera el poeta nordestino.

Para esa entrevista, don Sergio me recibió en sus oficinas y me permitió saludarlo y conversar con él. Al presentarme, me preguntó qué pensaba yo estudiar en Roma. Le contesté que haría la licenciatura en Sagradas Escrituras. Me preguntó en qué escuela y le contesté que en el Pontificio Instituto Bíblico. Entonces me dijo algo que no dejo de recordar: hay dos disciplinas, comentó, que me gusta siempre recomendar: el estudio de la Biblia y el estudio de la historia de la iglesia. Hacen buena mancuerna. Ambas disciplinas, añadió, le permiten al estudiante darse cuenta de que las cosas no fueron siempre como son ahora. La pretensión de eternidad es una de las más grandes tentaciones de la iglesia, concluyó.

Yo quise mucho a don Sergio. Pende todavía en mi cuarto la fotografía en la que estoy con él, en su última visita a Roma, en el Colegio Mexicano. Nos dirigió una charla a los que ahí estudiábamos. Aunque no lo sabíamos, faltaba poco para su muerte. Los embates contra la teología de la liberación estaban a punto de alcanzar su clímax magisterial. Don Sergio, relajado, se sentó a conversar con nosotros por cerca de dos horas. Su voz de viejo sabio no dejó de retumbar en mi cabeza por muchas semanas.

Hoy recuerdo a don Sergio porque estoy en la que, por treinta años consecutivos, fue su casa. Me alegra haber sido invitado a esta XXXIV Convención de ex alumnos del Colegio Mexicano de Roma, aquí en la ciudad de Cuernavaca, porque me permite, además de saludar a viejos amigos, traer a la memoria a este ilustre Obispo. Me ha alegrado también escuchar al actual rector del seminario, un joven presbítero, hablar de don Sergio con cariño y reconocimiento.

En ocasión de la muerte de don Sergio escribí unas líneas. Su fallecimiento me sorprendió siendo todavía estudiante en Roma. Les comparto, para terminar esta entrega, lo que en aquel momento me dictó la tristeza.

Hoy es quince de marzo Estoy en Roma

La octava sinfonía de Beethoven hace estallar mis tímpanos

(la séptima es más bella)

Llegué desde la calle y mi refugio

fue el cuarto de periódicos:

noticias sobre México                   italianas

muestras de amarillismo

dos PROCESO recientes y entre todo

uno que otro poema

En la primera plana el comentario

del viaje de Wojtyla…

Y en medio de estas hojas que me manchan

el corazón de tinta

he recibido una noticia amarga

Hoy es quince de marzo

Cuernavaca está triste y lo confiesa:

Hoy se nos va Don Sergio

y también yo estoy triste

¡Qué extraño que la octava sinfonía

también derrame lágrimas!

Iglesia y Sociedad

Los nombres de la resistencia

25 Jul , 2012  

El pasado 12 de julio se cumplieron 450 años desde que Fray Diego de Landa, primer provincial de la Provincia Franciscana de Yucatán, diera cumplimiento a la sentencia final del proceso inquisitorial que tuvo lugar en 1562 en el poblado de Maní. El resultado es conocido: cientos de imágenes de culto, objetos sagrados y códices de la cultura maya fueron quemados como castigo a los hombres y mujeres mayas que, a pesar del proceso obligatorio de cristianización, conservaron sus prácticas religiosas de manera clandestina.

Aunque todavía sobreviven trasnochados discursos que intentan justificar la barbarie perpetrada por el provincial franciscano (el “resumen” presentado por Wikipedia es poco menos que exculpatorio), no hay argumentación sensata que la sostenga actualmente. El auto de fe de Maní es el más conocido, pero fuentes históricas cuentan más de 40 destrucciones similares realizadas en distintos lugares de la península. El nombre oficial de esa intolerancia era Tribunal de la Santa Inquisición. Representa una mentalidad que, por desgracia, aún no termina por desaparecer en muchas iglesias cristianas, ni institucionalmente, ni en las cabezas de muchos jerarcas religiosos.

Pero el pueblo maya y su cultura están lejos de haber desaparecido. De Chiapas a Honduras, con variantes lingüísticas, la gran nación maya está más viva que nunca. Por eso me ha dado una alegría especial la manera como la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an de Maní, Yucatán, en la que me honro de trabajar, ha conmemorado la efeméride de los 450 años del auto de fe: acompañando la inauguración de un centro de resistencia, donde las y los mayas podrán intercambiar sus saberes, ofrecer al público sus productos, realizar sus ritos ancestrales, ofrecer cursos para compartir sus conocimientos y habilidades. El lugar ha recibido el nombre de U Tuch Lu’um, que quiere decir ‘el ombligo del mundo’ y se encuentra a poco más de una cuadra de distancia del centro de Maní.

Hace algunos años, un congreso internacional de especialistas sobre el cambio climático llegó a una conclusión bastante simple: la debacle ecológica que se acerca amenaza la sobrevivencia de la especie humana. Para remontarla habrá que cambiar muchos de los paradigmas actuales de convivencia. En el mensaje que el congreso hizo público al final de sus sesiones de estudio, los científicos aseguraron que solamente sobrevivirían los grupos humanos que se ajustaran a tres condiciones: producir su propia comida, usar la menor cantidad de energía y mantener un sólido tejido social de convivencia.

Como se ve, las características profetizadas por los estudiosos del mencionado congreso son insostenibles si seguimos el modelo de los grandes conglomerados urbanos y del desenfrenado consumismo al que nos hemos acostumbrado. La misma noción de desarrollo, tan ligada a la productividad y la competitividad, está en cuestión. Se antoja una carrera desgastante, interminable, condenada de antemano al fracaso. Vivir con menos se convertirá muy pronto en el único paradigma de sobrevivencia.

Pues bien, yo creo que la sabiduría de siglos que ha hecho sobrevivir a los pueblos indígenas de todas partes del mundo los convierte en los primeros sujetos aptos para el nuevo comienzo. Lo que hoy representa una desventaja, ante la avalancha de productos que quedan lejos del alcance de sus bolsillos, se va convirtiendo en su principal activo de cara al irreversible proceso de descomposición del equilibrio del ecosistema.

Bendigo por eso a Dios por estar siendo testigo cercano de este proceso de reapropiación que hace el pueblo maya de su propia cultura y de su historia, de los pasos –pequeños pero sostenidos– hacia la soberanía alimentaria, hacia la producción y el consumo de alimentos orgánicos, hacia la revitalización de sus costumbres y de sus paradigmas religiosos. El trabajo en la Escuela de Agricultura de Maní es una privilegiada oportunidad para atisbar, así sea como insomne vigía, la manera en que la resistencia toma nombres y caminos diversos y se transforma en prácticas más respetuosas del entorno, en una nueva clase de armonía entre seres humanos y naturaleza.

A la destrucción que hace 450 años liderara un jerarca católico con el objetivo de acabar con una cultura y una religión que consideraba ‘paganas’, las y los mayas de hoy responden con la construcción de nuevos espacios en los que su cultura no solamente se mantiene, sino que se recrea en una perspectiva inclusiva mucho más amplia. La mentalidad que quiere desaparecer al pueblo maya o reducirlo a un atractivo turístico productor de divisas ha sido derrotada una y otra vez. Su destino es el fracaso. En los rincones de Maní, de muchos poblados mayas de la península, lo mismo que en las montañas guatemaltecas o en el preñado silencio de las comunidades zapatistas, en el Totonacapan o en la sierra tarahumara, sopla el viento de la resistencia. Y esa, lo aseguro convencido, no será nunca derrotada.

Iglesia y Sociedad

El salmo 69 y el miedo a la libertad

18 Jul , 2012  

El salmo 69 es un salmo en el que el autor se rebela ante su suerte: “Oh Dios, sálvame, porque me llegan las aguas hasta el cuello”. Es la oración, sí, de una persona desesperada. Alrededor suyo no hay más que sufrimientos: “me estoy hundiendo en profundos lodazales y no tengo ya dónde apoyar el pie”. Los enemigos se le multiplican: “son más numerosos que los cabellos de mi cabeza las personas que me odian sin motivo”.

Y pensamos, por eso, que la Palabra de Dios está dirigida solamente a personas que están en este tipo de situaciones. Creemos que si no estamos en el fondo de un abismo, no tenemos necesidad de Dios. Dios se ha convertido, para quienes piensan de esta manera, es una especie de terapia de urgencia, de milagroso remedio, de shock emotivo que saca a la gente de lo hondo de un pozo sin fondo.

Pero ¿qué pasa con los cristianos comunes y corrientes? ¿Qué pasa con los que no han estado sumidos en grandes degeneraciones ni están atrapados por la esclavitud de los vicios? ¿Es la palabra de este salmo también para este tipo de personas?

Es curioso que Jesucristo, siendo la inocencia plena, se hubiera aplicado a sí mismo algunas palabras de este salmo. En el versículo 10 el salmista dice: “el celo de tu casa me ha devorado”, la misma frase que el evangelio repetirá cuando Jesús expulse a los mercaderes del templo. Más adelante, en el versículo 22 el salmista afirma: “Echaron hiel en mi comida, para mi sed me dieron vinagre de bebida”, palabra que se actualiza en el sufrimiento de Jesús en la cruz.

Y es que la Palabra de Dios no es nunca estéril. Baja a la tierra de nuestros corazones como rocío y fecunda nuestras vidas para que demos frutos de buenas obras. Todas las personas, sanos o viciosos, justos o pecadores, pueden entonar las palabras de este salmo porque todos, de una manera o de otra, participamos en distintas dimensiones del misterio del sufrimiento humano. En algún momento de nuestra vida todos hemos sentido que nos ahogábamos, que la vida no tenía sentido para nosotros, que no hallábamos el camino de salida.

Yo quisiera hoy comentar uno de los fangos en los que puede anclarse la vida, particularmente de los jóvenes. No me referiré a las drogas o al libertinaje sexual, ni al alcoholismo o la violencia callejera. Me referiré a un fango más sutil, pero más perverso, al que tienen que enfrentarse incluso los jóvenes bien portados. Se trata del miedo a la libertad. Deseamos ser libres, anhelamos independizarnos y llevar las riendas de nuestra propia vida. Pero al mismo tiempo le tenemos miedo a la libertad. Nos pasa lo mismo que le pasaba al pueblo de Israel que, sacado de la esclavitud de Egipto y apretado por el hambre, prefería retornar a la esclavitud con tal de tener unas cuantas cebollas seguras para llevarse a la boca al final de la jornada. La libertad implica aprender a vivir en la inseguridad, porque tenemos que tomar nuestras grandes decisiones sin que haya la protectora voz de una autoridad que nos diga de antemano qué está bien y qué está mal, y esta inseguridad nos da miedo.

El miedo a la libertad puede tomar también otras máscaras, como la de creer que verdadera libertad es hacer siempre lo que a uno le dé la gana, sin importar si con nuestras acciones dañamos o lastimamos a otras personas. Se trata de una libertad sin compromisos, vivida sin ninguna otra referencia que uno mismo, cerrada egoístamente en el propio placer.

Y, sin embargo, con todos sus riesgos, no hay camino más apasionante que el de la libertad. Ya lo decía san Pablo: “para ser libres nos liberó Cristo”. Pero preferimos muchas veces la esclavitud. Estamos hambrientos de seguridades, y por eso recurrimos a adivinos, a horóscopos, a gente que nos anuncie el futuro o nos lea la mano. No está la maldad de esas acciones en la simple credulidad supersticiosa ni en la posible intervención del Maligno en nuestras vidas. La verdadera maldad de esas acciones estriba en que son una manifestación de nuestro miedo a ser libres, a decidir por nosotros mismos, a usar nuestra cabeza, a programar y planear nuestro propio futuro, a concebir la vida como una construcción inacabada que cada uno tiene que continuar. Queremos crecer, llegar a ser plenamente adultos, pero preferimos poner nuestros destinos en manos de otras personas y no hacemos más que continuar siendo perpetuamente niños.

La Biblia tiene testimonios de hasta dónde Dios promueve y respeta la libertad de las personas. No quiso Dios hacernos autómatas ni títeres de un destino escrito de antemano, sino constructores de nuestras propias vidas. Por eso Dios llama, nunca obliga; invita, nunca impone. Dios conoce el secreto para inclinar nuestros corazones a Él sin violentarnos, de atraernos a Él sin forzarnos. Dios se presenta por eso como un seductor: nos enamora, nos convence, nos hace propuestas, pero ha renunciado a obligarnos a nada, ni siquiera nos obliga a amarlo.

Es curioso que el hijo pródigo de la parábola no se ponga de pie para regresar a casa de su Padre, sino hasta que, en medio del hedor del chiquero, recuerda la perfumada alcoba que dejó en la casa de su padre. En medio de un hambre que le hace desear comer las bellotas con las que se alimentan los cerdos, recuerda que hasta los más humildes trabajadores de la casa de su padre tienen pan de sobra. Hay un momento en el que el ejercicio de la libertad parece concentrarse, y ese momento puede ser propiciado por una situación extrema, como la del agua que el salmista siente llegar hasta su cuello.

El Padre de la parábola parece no intervenir, mantenerse a distancia, pero la actitud con la que recibe al hijo que regresa nos muestra dónde reside su alegría: en que el hijo, libremente, haya decidido volver. La parábola es fiel ejemplo de cómo vencer el miedo a la libertad puede conducirnos, es más, es la única posibilidad de encontrar el camino de retorno a la casa del Padre.

Por eso el salmo 69 no se queda en el lamento estéril, sino que lo convierte en oración suplicante. Para enfrentar el desafío de la libertad, de esa libertad conciente y responsable para la que nos ha liberado Cristo, es necesario, paradójicamente, pedir el auxilio divino. La actitud del cristiano, para vivir libre ante todas las esclavitudes del mundo, requiere una fuerza sobrehumana que solamente podemos encontrar en Dios. Para ser verdaderamente libres, tenemos que entregarle a Dios nuestra libertad y él nos la devolverá renovada. No dejará de ser siempre un desafío, un reto, un riesgo, pero podremos vivirla desde la perspectiva de Dios y de los valores del evangelio. Entonces, sólo entonces, podremos llamarla libertad cristiana.

Hay que aprender a pedirle a Dios el don de vivir en libertad. Pedirle que nos libere del miedo a la libertad. Que nuestra libertad no se convierta, como dice san Pablo, en un pretexto para satisfacer nuestras apetencias (Gal 5,3), sino en una oportunidad de construir un mundo más digno y habitable para todos y todas. Ya lo decía el mismo apóstol de los gentiles: Todo está permitido, pero no todo es conveniente (1Cor 19,23). Libertad es, también, capacidad de optar siempre por lo mejor.

Pero esto no es un límite a nuestra libertad, sino una manera de ejercerla de mejor manera. Un muchacho es libre, por ejemplo, de llevarse con otras personas, de salir con varias de ellas, de divertirse en compañía de diferentes personas, pero cuando ese muchacho se enamora de alguien, entonces no quiere estar más que con esa persona, nadie tiene que ordenárselo: ha optado por una de ellas, y si ese amor es correspondido y las dos libertades se encuentran, la responsabilidad aumenta porque el amor no es un freno para la libertad, sino su planificación. En realidad, somos libres para poder amar más y mejor.

El salmo 69 termina, por eso, en un estallido de alabanza. “Celebraré con cantos el nombre de Dios y lo alabaré en acción de gracias”. La libertad, don y desafío, la construcción de la libertad y su vivencia, es quizá el reto más importante para los jóvenes. Aprender a ser libres, para amar plenamente.

Me gusta esta oración que ahora les com,parto para pedir la gracia de la libertad:

“Padre bueno, que nos amas con tierno amor maternal,
que nos has regalado el don de la libertad para que vivamos plenamente
y para que construyamos un mundo a tu medida, a la medida del amor y la justicia,
míranos aquí, sumidos en el fango del miedo a la libertad.
Señor, libéranos tú,
haznos verdaderamente libres.
Que nada ni nadie nos ate más que tu amor,
que no seamos esclavos de nada ni nadie fuera de ti, Dios de libertad,
que nunca usemos nuestra libertad para dañar a otras personas,
que nunca confundamos la libertad con el libertinaje.
Haz que nuestro único objetivo sea amar,
amar en libertad y en plenitud,
amarte a ti, Señor, y amar a nuestros hermanos y hermanas.
Que no le tengamos miedo a la inseguridad
porque tú eres, Señor, la roca en que nos apoyamos.
No queremos, Señor, más certeza que tú,
que tu presencia amiga,
que tu llamada invitándome a seguirte.
Que no tengamos, Señor, más patria ni más refugio que tu corazón.
Arranca de nosotros el miedo a ser libres,
para que podamos servirte plenamente.
Que tu Hijo Jesucristo, paladín de la verdadera libertad,
nos conceda vivir libres hasta la hora de nuestra muerte.
Amén.

Iglesia y Sociedad

Maximiliano Kolbe y las elecciones

10 Jul , 2012  

Sumido todavía en mis reflexiones sobre lo ocurrido a lo largo del proceso electoral que llegó a uno de sus puntos culminantes con la jornada del domingo pasado, emprendí un viaje a Acatzingo, Puebla, para visitar a una entrañable familia amiga y participar con ellos en la celebración de un bautismo. Llevé conmigo, de compañera de viaje, la más reciente novela de Javier Sicilia titulada El fondo de la noche, que me regalara Marthita en la pasada Feria Internacional de la Lectura de Yucatán (FILEY 2012).

Emparentada por el tema con El Diario de Ana Frank y con El hombre en busca de sentido, quizá los libros más conocidos sobre la Shoa, la novela de Sicilia asume en su discurso narrativo los extremos del horror que marcaron el siglo pasado y lo exhibieron como el fracaso civilizatorio que fue. No parte en esta ocasión de la mirada infantil de una niña judía o del discurso reflexivo del psiquiatra iniciador de la logoterapia, sino de la experiencia de Franciszek Gajowniczek, el sargento polaco al que Maximiliano Kolbe salvó de la muerte entregándose para morir en su lugar.

La novela es un acercamiento al dolor y al horror que despierta el misterio del mal. Es, sí, una novela sobre Auschwitz, pero es mucho más que eso. Cuando el poeta morelense revisó la penúltima versión del manuscrito antes de viajar a Filipinas en marzo de 2011, ignoraba que el asesinato de su hijo lo enfrentaría a él mismo con el misterio de iniquidad, el mismo que el novelista describía presente en el campo de concentración y que ahora tocaba a su puerta para arrancarle la vida de su hijo Juanelo.

Esta es quizá la virtud mayor que admiro en una novela y que pone a prueba, desde mi humilde perspectiva de empedernido lector, su calidad y su posibilidad de trascendencia: que sea cual sea el tema de la trama, la hondura de los personajes sirva de reflejo de realidades que podemos constatar en nuestra propia experiencia. Esta cualidad crea una especie de connaturalidad entre la obra y el lector y convierte la narración en algo relevante para quien la lee. Nada peor en una novela que la irrelevancia.

En la novela de Sicilia desfilan los diferentes rostros del mal, desde el cabo Krott, renegado polaco al servicio de las fuerzas nazis, que llevaba el corazón lleno de “un odio natural, como de perro a perro”, hasta el coronel Fritsch, que con crueldad inusitada, decretó que el precio por un intento de escapatoria del Lager era la muerte por inanición de diez detenidos, pasando por el kapo Jan Claussner, sacerdote polaco que asumiera el trabajo sucio de los nazis para sobrevivir y que espetara al rostro de Kolbe: “he tomado el partido de la traición”.

No es una narración en blanco y negro. El misterio del mal, en todos los tiempos, está lleno de grises. No se trata de dividir el mundo en buenos y malos, sino de apreciar cómo podemos ser sobrepasados por la iniquidad y, en medio de su profunda oscuridad, descubrir el rayo de luz que arroja, inútilmente según los criterios de este mundo pero con efectos salvadores si se ve desde la mirada de quien, aferrado al pequeño trozo de fe que puede conservarse en medio de un mal que alcanza a corroer desde dentro todas las estructuras de la convivencia y de la personalidad misma de los convivientes, el rayo de luz que arroja, repito, la convicción de concebir la vida como un don para entregarse en favor de otras personas. Es quizá la más genuina enseñanza del cristianismo.

Me alegra haber llegado a la novela de Sicilia en el marco del proceso electoral que hemos vivido recientemente. No es, desde luego, la más honda experiencia de iniquidad que se da en nuestra patria, pero es la que está a flor de piel en estos días. El sistema capitalista tiene armas mucho más sofisticadas para hacer sufrir: explotación, desigualdad, violencia, muerte. Pero estas elecciones nos han dado la oportunidad de distinguir los matices de mal que se esconden detrás del ejercicio de elegir gobernantes de la manera como lo hemos hecho en México a lo largo de toda nuestra historia. De manera sorprendente, y a pesar de que hemos logrado blindar el proceso electoral de forma tal que en cualquier otro país se antojaría excesiva, el simple conteo de los votos no ha significado mayor calidad en nuestra tan cacareada transición democrática.

Quiero, por eso, compartirles uno de los estremecedores diálogos entre Maximiliano Kolbe y Jan Claussner que me ha arrojado mucha luz para comprender (y asumir) el proceso electoral pasado y sus inevitables consecuencias. A punto de dejar el corrillo de prisioneros reunido en torno a Kolbe, Claussner escucha de voz de Maximiliano diciéndole: “La noche es el sitio donde debemos irrumpir para existir. Siempre olvidamos que lo esencial, la luz, solo aparece si vivimos resistiendo a la más profunda de las sombras. Hay que arrebatarle el bien al mal; hay que resistir la noche y recuperarse de nuevo para el día; hay que ser luz en la muerte”.

Claussner, que había sido un mal sacerdote, confrontado con la fe que antes había profesado, le dice: “¿Qué cree que hacemos? La diferencia es que usted cree en el martirio como la forma de iluminar la noche. Un hermoso sueño en el que desde que llegué aquí dejé de creer. Auschwitz no es una noche, es la noche sin Dios, el retorno al caos, el mal originario en donde Cristo, al menos el Cristo que usted quiere hacer vivir, está sepultado. En casi dos mil años de cruz, no es la luz la que brilla, sino la más profunda de las noches… Creo, padre, que hemos llegado a una época en la que, ausente Dios o muerto, qué importa, sólo traicionando se puede amar y salvar el honor, la patria y la vida de otros. Este tiempo, por desgracia, es el del fracaso del hombre racional: el fracaso del registro ético y de la integridad privada; una época en la que debemos pagar la responsabilidad de asumir el mal y su noche para salvar a otros y, cuando sea posible, tomar la revancha. De lo contrario, la noche será absoluta”.

La siguiente, estrujante intervención de Maximiliano en el diálogo, reza como sigue: “No puedo decir que esté equivocado. Cuando se ha perdido la fe cualquier forma de resistencia es mejor que nada. Estos tiempos no nos preparan para otra cosa. Yo mismo, de estar en otras condiciones, quizá, en medio de esta noche, tomaría otro camino. Sin embargo, mi condición me permite ver algo más: no es la noche lo que está antes, después y en medio, sino Dios. No puedo traicionar lo que creo… Sólo… me pregunto si al final… cuando hayamos triunfado por esos caminos no terminaremos inoculados por el mismo virus con el que está infectado el nazismo y, lejos de haber salvado a la civilización, llevemos a ella la técnica nazi maquillada de humanismo. Entonces, ellos habrán tenido la razón contra nosotros… Aunque admiro su decisión, Claussner, nunca podría pasar como un traidor. Resistiré hasta el final desde este lado de mi fe… Tengo una ventaja sobre ustedes. Estoy enfermo, muy enfermo, y aunque me cuidara no duraré mucho en el Lager. Pronto seré parte de la chimenea.”

¿No contiene este emotivo diálogo, sugerencias más que actuales sobre el proceso electoral en el que aún estamos metidos? ¿No se esconden aquí y allá en estas reflexiones, estímulos para repensar lo que significó el voto nulo, la compra (¡y la venta!) de votos, los desgastados mesianismos, la maquinaria del fraude, la apuesta zapatista, la mediocridad de los partidos? Me alegra, sí, haber llegado a la novela de Sicilia en el marco del proceso electoral que hemos vivido recientemente. Me ha ayudado a plantearme muchas preguntas y a atisbar una que otra respuesta.

Iglesia y Sociedad

Mini columna del 2 de julio de 2012

2 Jul , 2012  

Aturdido por la velocidad de la jornada y sus resultados.
Enojado por lo que pudo ser y no fue… y, claro, también por lo que sí fue.
Asqueado por los entretelones de la contienda y las camisetas que identificaron la compra y coacción.
Decepcionado de eso que llaman “cultura política” de las masas.
Persuadido de que las elecciones no son lo más importante…
De todas formas, sigo estupefacto:
¿Qué pasará si, dentro de tres meses, el IFE certifica el uso de dinero ilegal en la campaña de Peña Nieto?
¿Qué hará, si lo que procedería según la ley sería anular el resultado de las elecciones?
¿Quién nos devuelve la posibilidad perdida este 1 de julio?
Como ustedes verán, simplemente no hay condiciones… para una columna serena.
No con esta depre.
Así que nos veremos en este espacio hasta la próxima semana

Iglesia y Sociedad

Amor/Dolor: la rima inconfesable

26 Jun , 2012  

He estado otras veces en este mismo salón. He colaborado con el Centro de Estudios Superiores sobre Sexualidad (CESSEX) en clases y conferencias. He participado también, al menos una vez, presentando un libro. Nunca me había sentido tan incómodo como ahora. Ha de ser porque en esta ocasión se trata de un libro mío. Pero lo que convierte a la situación en algo casi angustiante, es que no se trata de otro libro sobre Biblia. No se trata tampoco de otro libro en el que sostenga y argumente mi posición sobre la diversidad sexual. Se trata de un libro de poesía y eso es lo que me pone tan nervioso.

Verán ustedes. Publicar cualquier material literario es siempre un desafío, un acto de exhibicionismo espiritual. Publicar poesía es un acto de desnudamiento interior. La poesía es un artículo siempre fuera de moda, mercancía inútilmente ofertada. Juan Gelman, el entrañable poeta argentino, nos recuerda que “nadie sabe qué es la poesía. Se la describe por aproximación o imagen. La poesía es lenguaje calcinado. La poesía es un árbol sin hojas que da sombra. La poesía es la palabra donde aún crepitan las cenizas de lo que no alcanzó a tener nombre. Como hace un niño, la poesía busca nombrar lo que no puede.

El caso es que, al menos en mi experiencia, uno no escribe poesía porque quiera, sino porque no tiene más remedio. Uno podría hacerlo y tener decenas, cientos de páginas escondidas en el fondo del cajón. O correr con suerte, y que una editorial se atreva a publicarlas. Eso no cambia el discurso: quien escribe poesía lo hace porque tiene que hacerlo.

En este caso, además, el libro no versa sobre cosas amables, sino sobre una realidad dolorosa, mortal: sobre el VIH/SIDA. Acostumbrados como estamos a que la poesía le canta al amor, pensamos que hay algunos temas que le son inconvenientes: la enfermedad, el dolor, la muerte. Pero quien escribe poesía camina por el mundo cargando con su destino que es, a la vez, maldito y luminoso. Como los demás seres humanos quien escribe poesía sabe que es un ser lleno de ataduras y de cicatrices, pero a quien no le queda más remedio que ser revolucionario en el mejor sentido de la palabra, en el único, porque, como nos lo recuerda Luis Cernuda, el poeta es alguien que, “como todos los hombres carece de libertad, pero que a diferencia de éstos no puede aceptar esa privación y choca innumerables veces contra los muros de su prisión”.

Habría que recordar, sobre todo ahora que estamos en tiempos electorales, aquello que ya señalaba el ideólogo y fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, que hablando como universitario y como técnico –contaba Castillo Peraza– llegó a la conclusión de que el dolor de los mexicanos era el único denominador posible para quienes decidieran recobrar al México perdido –ése México del indio, del criollo, del mestizo- (y del homosexual y del enfermo de SIDA, añadiríamos nosotros). Sí, el dolor como único criterio de verdad y de eficacia para pensar y hacer política, cultura, sociedad, Estado y gobierno. Me parece que entonces, como ahora, lo inobjetable sigue siendo el sufrimiento. Todavía más: creo que el sufrimiento evitable, el que logra suprimirse, es la medida de la bondad y la certeza de lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace. Eso decían Castillo Peraza y Gómez Morín. Me dirán ustedes, y tendrán razón, que esta intuición del fundador del PAN y de su más reconocido ideólogo se ve desmentida por los más de 50 mil muertos que nos ha dejado la guerra de Calderón. Y es que, si algo demuestra esta caravana de muertos, es la profunda insensibilidad del gobierno actual ante el sufrimiento. En este caso también se cumple la sentencia que sostiene que la maldición de un maestro… son sus discípulos.

Pero sí, el dolor también puede ser materia de poesía. Ya lo decía Elías Canetti: “Un escritor que no tenga una herida abierta, no lo es para mí. Puede preferir disimularla, si por orgullo rechaza la compasión, pero debe tener una”. Diagnóstico: Po(e)sitivo es un libro que versa sobre el dolor y está escrito con dolor. Puede también, desde luego, escribirse sobre cosas positivas, sobre momentos de placer, sobre experiencias de felicidad. Este no es el caso. Podrán darse muchas razones a favor y en contra, pero yo pienso que el dolor y no el placer es la materia prima de los poemas más intensos. Enrique Serna trataba de explicar esta curiosa situación cuando decía: “En los instantes de mayor placer espiritual o físico –el sueño, el orgasmo, el éxtasis místico, el chispazo de creatividad– la impresión de haber abolido el tiempo rompe efímeramente las cadenas del alma. En cambio, el sufrimiento físico y la depresión agudizan nuestra conciencia del tiempo y, junto con ella, el deseo de la muerte, en la medida en que nos hace ver la vida como un castigo. Un enfermo de cáncer y un enfermo de hastío pueden soportar el dolor con valentía: lo que no soportan es la humillación de verse convertidos en un cronómetro de cuenta regresiva. Más que la edad, lo que define si alguien es joven o viejo es la mayor o menor atención que se presta a ese conteo final, perentorio”.

No podría referirme a esta íntima relación entre poesía y sufrimiento sin citar al que, desde todos los puntos de vista, es mi poeta vivo preferido, José Emilio Pacheco, quien decía: “la poesía no es un manual de autoayuda. Más bien sirve para llamar la atención sobre las cosas menos agradables del mundo. Me parece asombrosa la capacidad de Neruda para celebrar lo grato y lo placentero. Para mí, la dicha y el placer son mudos. Sólo la desgracia y el sufrimiento hablan”.

Ya la Dra. Ligia Vera nos ha dado su visión sobre el libro. Una vez que alguien escribe y publica lo que escribe, lo escrito deja de ser suyo para convertirse en propiedad universal. Propiedad de la persona que lee. Lo que la Dra. Vera nos comentó sobre el libro es de su completa responsabilidad y refleja no solamente el texto, sino sobre todo su particular lectura. Yo quiero ahora contar algo sobre la génesis del libro, de la que sí soy completamente responsable.

En 1996 comencé a trabajar en la parroquia de Dzemul. El mismo año de la fundación del albergue del Oasis de san Juan de Dios, en Conkal. Por razones propias de la desinformación de la época, el sacerdote que fungía como párroco en Conkal mostraba cierta reticencia a visitar a los pacientes del albergue para acompañarlos con los últimos sacramentos y/o consolarlos en su enfermedad. Yo había conocido a Carlos Méndez, el director del Oasis, unos años antes, en la Casa de las Madres Trinitarias en Chuburná donde participé en unas pláticas. Resultó fácil que me buscara para que yo atendiera a los enfermos del albergue, dado que Dzemul es parroquia contigua a la de Conkal.

Me acostumbré, pues, a pasar parte de mi día libre, camino a Mérida, acompañando a los enfermos del albergue. Durante muchos años, al menos hasta que las demandas y esfuerzos de la sociedad civil consiguieron el acceso gratuito a los medicamentos antirretrovirales, el albergue fue un lugar para morir dignamente. Esto ha cambiado con el paso de los años. El Oasis es ahora un bio-puerto del que muchas personas salen para rehacer su vida y reintegrarse a la comunidad. Pero mientras eso pasaba, escuché decenas de historias de dolor y sufrimiento al borde de las camas, hice lo que, en situaciones como éstas, es lo único útil que uno puede hacer: escuchar con oído atento, con sensibilidad, com-padecerse en el mejor sentido de la palabra: padecer con…

Y entonces terminé por darme cuenta de que el sufrimiento termina por ser más grande que uno, a tal grado, que resulta urgente una válvula de escape. Los enfermos iban a seguir presentándose, yo debía continuar con mi servicio pastoral, así que decidí comenzar a escribir algunas cosas, como para exorcizar aquellos demonios del dolor. Más tarde pude, éste es quizá uno de los más deliciosos privilegios de la poesía, prestar la voz, para que por mi voz cantase la voz de otro. Hay, por eso, poemas en los que habla el moribundo a punto de fallecer, o el angustiado a punto de suicidarse, o el amante que, portador del virus, se ve en la disyuntiva de confesar o no confesar a su pareja acerca de su padecimiento.

Pero el yo lírico es flexible, hurga en las heridas propias y en las ajenas. Quienes trabajan acompañando a personas con VIH/SIDA terminan siendo afectados también por la enfermedad y su cauda de tristeza, de depresión, de muerte. De manera que lo escrito deja de ser la experiencia de otros para convertirse en la propia. Esto es lo que ha dado a luz el libro que ahora presentamos.

Cuando me llamó por teléfono Rossana para invitarme a presentar el libro, algo no me quedaba claro: ¿por qué presentar un libro de poesía sobre el SIDA en una semana de diversidad sexual? Regularmente hay vínculos fácilmente rastreables entre VIH y homosexualidad. Y, a pesar de que ya sabemos que la transmisión del virus no tiene nada que ver con la orientación sexual, sino con prácticas sexuales adecuadas o inadecuadas, en nuestra realidad ambos fenómenos suelen ir relacionados. De hecho, ése ha sido mi propio camino: del trabajo con los huéspedes del Oasis pasé a interesarme por los asuntos de la diversidad sexual, dado que la mayor parte de los enfermos de los primeros años eran varones homosexuales.

He releído, sin embargo, el poemario y no he encontrado una sustancia propiamente homoerótica en los textos. La enfermedad, el dolor, la cama, suelen hacer que la concentración de las personas se enfoque en otros aspectos. Cierto que, hablando de amor y SIDA, el cuerpo ocupa un lugar importantísimo. No en balde el cuerpo es, como dijera Enrique López Aguilar, “casa del conocimiento, del placer y el dolor, casa de uno, casa para el otro, de la salud y la enfermedad, casa del fruto y de la ruina, de la belleza y la fealdad, casa del asombro y de sutiles maravillas, donde viven el pensamiento y las emociones, casa del tiempo y el espacio, compañero mortal e inevitable, recinto del beso y la caricia, habitación de la renuncia y la clausura, espejo de lo que ves y lo que miro, casa mortal para asuntos inmortales…”. Sin embargo, no clasificaría los textos amorosos de este poemario como textos homoeróticos. La experiencia del amor, del amor de carne y hueso que conforma una parte tan importante e imprescindible en la vida de todo ser humano, seguirá siempre siendo fuente de belleza y de poesía, sea cual sea su orientación afectiva. Y, a fin de cuentas, ¿por qué habría de ser sólo la heterosexualidad el vehículo adecuado para expresar la amorosa, conflictiva, la inefable relación del ser humano con sus semejantes? ¿Podrá alguien que escribe poesía asumir sin reparos la tarea que ya apuntaba Mario Vargas Llosa en su novela La historia de Mayta y que el personaje principal de esa obra narrativa describía en estos términos, al mismo tiempo llenos de dolor y de utopía?: “Quiero ser el que soy -tartamudeé-. Soy revolucionario, tengo pies planos. Soy también maricón; no quiero dejar de serlo. Es difícil explicártelo. En esta sociedad hay unas reglas, unos prejuicios, y todo lo que no se ajusta a ellos parece anormal, un delito o una enfermedad. Pero es que la sociedad está podrida, llena de ideas estúpidas… (ser como soy) me daba y me da vergüenza, me hace sentir a veces como una basura. Sigue siendo una desgracia en mi vida. Para eso quiero hacer OTRA revolución. No una a medias, sino la verdadera, la integral. Una que suprima todas las injusticias y en la que nadie, por ninguna razón, sienta vergüenza de ser lo que es…”

He dicho más de lo conveniente. Gabriel Zaid decía, respecto a aquellas viejas ediciones de poesía que tuvo la editorial Losada, “Sorprende la audacia de publicar tanta poesía. Quizá los editores de entonces no estaban enterados de que la poesía no se vende, y por eso la vendían. Quizá los lectores estábamos igualmente en la luna, y por eso la comprábamos”. Así pues, estamos reunidos aquí hombres y mujeres que vivimos todavía en la luna, y que en lugar de estar en el cierre de campaña o en la exposición de Stanhome o de Omnitrition, hemos querido, en un acto de soberana voluntad como hay pocos, venir a la presentación de un libro de poesía. ¡Qué bueno!

Permítanme, solamente, terminar esta ya demasiado larga presentación, recordando unas últimas frases que Alejandro Aura nos espetaba inmisericorde antes de morir: “Es tan tonto querer que se explique un libro de creación artística, una obra literaria, como pretender que alguien diga de qué se trata, en síntesis, la novena sinfonía de Beethoven o la cuarta de Mahler o qué quiere decir en realidad la Gioconda. O peor aún: como pedir la síntesis del crepúsculo. Sustituir la experiencia y el placer de la lectura por su explicación y su síntesis, es la peor de las canalladas que un profesor puede hacer a sus alumnos”.

Y yo no soy profesor, ni ustedes son mis alumnos, así que cada quien asuma su propia responsabilidad y lea con sus propios ojos. Estas palabras sólo han querido ser una invitación a la lectura. Si el libro les hace sentir algo, en buena hora. Si no, podrán deshacerse de él a la primera ocasión que se les presente. Es lo suficientemente delgado para caber casi en cualquier bote de basura. Se los juro solemnemente: no va a pasar nada. Seguiremos tan amigos como siempre.

Palabras pronunciadas en la V Semana Cultural de la Diversidad Sexual
CESSEX, Mérida, Yucatán, 25 de junio de 2012