El pasado viernes 28 de noviembre tuvo lugar un hecho inédito: tres de los cuatro consejeros ciudadanos de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán (CODHEY) renunciaron a sus cargos. Las razones esgrimidas en la renuncia son de suma gravedad: una serie de irregularidades y omisiones habrían sido detectadas por los consejeros en la gestión del actual presidente de la CODHEY y denunciadas por ellos mismos en diversas ocasiones e instancias.
Documentos fueron y vinieron en el arco de los últimos diez meses. Los consejeros presentaron ante el presidente desde el 16 de enero un documento en el que expusieron las irregularidades descubiertas, irregularidades que representaban un serio obstáculo para que la CODHEY pudiera cumplir con los objetivos para los que fue creada, dejando a los habitantes del estado de Yucatán en estado de vulnerabilidad. Dicho documento fue ampliado el 27 de mayo. En ambas ocasiones la respuesta del ombudsman les pareció evasiva e insuficiente.
También legisladores/as del congreso local recibieron las denuncias de los consejeros. En dos reuniones, una en junio y otra en julio, los consejeros explicaron a detalle la gravedad de las faltas. El congreso prometió revisar los documentos y llamar después a los consejeros para darles respuesta. Nunca lo hicieron.
Después de estos intentos por corregir las cosas desde dentro de la institución, el paso final fue la renuncia pública. En el boletín de prensa en el que anunciaron su dimisión, los consejeros mencionan algunas de las irregularidades e inconsistencias que sustentan su decisión: señalaron “la dilación en los trámites de quejas, el esquema engorroso y burocrático al que tienen que enfrentarse los quejosos, la mala calidad del trabajo de investigación, el que se minimice las repercusiones sociales de las violaciones que se califican en una recomendación, las trasgresiones a la ley del INAIP y a convenciones internacionales al dar a conocer datos personales de los agraviados y/o testigos en las recomendaciones, la falta de seguimiento al cumplimiento de las recomendaciones y el carácter impreciso e impersonal de las mismas, entre otras irregularidades que revelan falta de transparencia e información por parte de la CODHEY”.
No es la primera vez que la labor de la CODHEY ha sido puesta bajo cuestionamiento público. Desde octubre de 2007 la organización civil de derechos humanos Indignación A.C. había publicado un análisis de la gestión del actual presidente en el que señalaban graves irregularidades. También en este caso legisladores/as del congreso local tuvieron conocimiento de las denuncias contra la CODHEY.
En una reciente declaración, la primera reacción de un organismo civil frente a la renuncia de los consejeros, Indignación A.C. pone el dedo en la llaga. No se trata solamente de la impericia del actual ombudsman yucateco. La renuncia de los tres consejeros muestra la perversión a la que los diputados y diputadas han sometido el nombramiento del presidente de la CODHEY. Tanto los cargos de presidentes estatales, como el de presidente nacional de los organismos públicos de derechos humanos, han quedado reducidos, gracias a la mezquindad partidista de los legisladores, en moneda de cambio para el control de uno de los pocos organismos públicos ciudadanizados. Y luego se extrañan de que haya gente que mande al diablo a las instituciones…
La crisis en que ha quedado sumida la CODHEY tras la renuncia de los tres consejeros puede llevarla a un nivel de descrédito que ponga en riesgo su existencia misma. De ahí que se hayan levantado ya voces solicitando la renuncia de su titular, señalando también la responsabilidad que los legisladores tienen en esta crisis y en su posible solución.
Fuera de la renuncia no queda otra manera de remover al actual presidente de la CODHEY más que a través de un juicio político. Esta vía fue ya intentada con anterioridad en contra del primer responsable de la presidencia de la CODHEY, de triste memoria; en aquellos tiempos, sin embargo, la ley no incluía al ombudsman entre los sujetos a quienes pudiera aplicársele un juicio político, de manera que la solicitud presentada al congreso no prosperó. Una reforma a la ley ha permitido que en la actualidad el juicio político sí sea una vía pertinente para la remoción del presidente de la CODHEY. Falta, sin embargo, quien quiera ponerle el cascabel al gato, sobre todo dada la constitución de la actual legislatura y las muestras que diputados y diputadas han dado del escaso interés que este tema les despierta.
Ojalá se entienda a tiempo que el deterioro radical al que están sometidas algunas de las instituciones que debieran garantizar la protección del Estado hacia los ciudadanos y ciudadanas, no abona en absoluto para una salida pacífica de la crisis generalizada que vivimos en nuestro país. Un Estado que renuncia a sus deberes fundamentales es causa eficiente de violencia. Y cualquier chispa convierte el polovorín en un infierno.
Colofón: A más de 25 años de iniciada la pandemia del SIDA, ésta continúa siendo uno de los mayores retos para la humanidad. Los avances médicos van por su lado, afortunadamente, con éxitos no despreciables. El aspecto educativo, en cambio, no parece marchar al mismo ritmo. Desde hace muchos años sabemos que la prevención es una de las claves para la erradicación de la enfermedad. Por eso hay que seguir desmontando los prejuicios que sustentan la proliferación del virus.
No es la primera vez que sostengo que la revolución más grande del siglo XX ha sido la revolución de género. No las guerras mundiales. Ni siquiera la revolución de octubre. Ninguna mutación de conciencia ha sido más grande y de mayores consecuencias que la que tiene que ver con la redefinición del papel de la mujer y de la conciencia que ellas han alcanzado de sí mismas y de su relación con el otro género.
La revolución de género es, sin embargo, una revolución en curso. Se tomará todavía un buen tiempo para que los varones comprendamos a fondo que el equilibrio en las relaciones hombre-mujer ha sido modificado de manera irreversible. Falta también mucho camino por recorrer para garantizar en las leyes y las costumbres la igualdad que las mujeres se han venido ganando a pulso.
Y porque hay una tarea todavía por continuarse es que cada 25 de noviembre recordamos que muchas mujeres sufren de violencia, no solamente de aquella que se manifiesta en golpes y empujones provocando heridas y muerte físicas, sino aquellas otras violencias que nulifican a la mujer, la convierten en objeto, la hacen socialmente insignificante. Para aprender las distintas aristas de la violencia contra la mujer, cada 25 de noviembre suelo hacer un ejercicio mental al que llamo “ponerse en los zapatos femeninos”. Se trata de imaginar cómo se ve la vida y cómo se perciben las cosas desde el ángulo de las mujeres.
Es, sin duda, un ejercicio riesgoso, porque está hecho desde la óptica imperfecta de un varón. Pero resulta que el varón que escribe estas líneas tiene la enorme fortuna de vivir rodeado de mujeres y escucha con atención (y casi con devoción) sus conversaciones. Así que no me resulta difícil comparar lo que siento, por ejemplo cuando subo a un autobús, con lo que siente una mujer al realizar la misma acción. Yo abordo un camión y nunca lo hago atemorizado por el peligro de ser molestado. Frecuentemente puedo hasta dormirme tranquilamente mientras viajo. Nadie me dirige palabras desagradables y los juicios provocados por mi manera de vestir son inocuos.
Trato de imaginar, en cambio, lo que significaría ser juzgado por el largo de mis pantalones o de las mangas de mi camisa. Casi puedo sentir en mi piel el temor de subir a un transporte público solo, sin nadie que me acompañe, porque podré encontrarme alguna otra persona que, abusando de su fuerza física o de la aprobación social de que goza, quiera manosearme. No es difícil escuchar con los oídos de la imaginación palabras soeces y libidinosas dirigidas hacia mi persona. Al llegar al empleo deberé también tener mucho cuidado porque cualquier amabilidad hacia algún jefe o a algún compañero podría ser interpretada como una insinuación… Éste es el costoso precio que la sociedad impone a las mujeres por el único hecho de haber nacido mujeres, lo cual, a pesar de los avances a los que he hecho referencia más arriba, parece seguir siendo un delito.
Este año tendré una ayuda insustituible en este ejercicio de ponerme en los zapatos de las mujeres. El grupo de teatro independiente Las costureras de sueños estará presentando en nuestro estado un ensamble escénico denominado “Los monólogos de la maquila”. A partir de su contacto directo con grupos de obreros y obreras de la industria de la mezclilla en Tehuacan, Puebla, la dramaturga Inti Barrios ha construido una pieza teatral que desvela las historias que se esconden detrás de un pantalón de mezclilla: las condiciones de trabajo al interior de las fábricas maquiladoras, el impacto de la moda sobre las mujeres, el bombardeo de los medios de comunicación… Mientras ensamblan una prenda de mezclilla cuatro obreras de una maquiladora nos cuentan lo que viven al interior de la fábrica y nos comparten sus sueños y sus temores.
Durante tres días Las costureras de sueños estarán presentando en Yucatán estos aspectos y muchos más de la tragedia cotidiana de significa ser mujeres trabajadoras en un mundo construido y gobernado por varones. Para hacer posible estas presentaciones se han unido a Las Costureras de sueños el Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos Laborales y el equipo de derechos humanos Indignación A.C.
“Los monólogos de la maquila” se estrenó en octubre de 2006 en el teatro “La Capilla” de la ciudad de México y a partir de esa fecha ha recorrido siete estados de la república y se ha presentado también en San Pedro Sula, en la república de Honduras. Después de sus presentaciones en Yucatán, seguirá su periplo visitando el estado de Baja California. Además de la dirección y actuación de Inti Barrios participan en la puesta en escena las actrices Beatriz Álamo, Eréndira Dávalos y Abigail Castillo.
Las presentaciones estarán abiertas al público en general en las siguientes fechas y lugares:
– Martes 25 de noviembre a las 8.00 de la noche en el parque Zamná de la ciudad de IZAMAL (a un costado del convento franciscano).
– Miércoles 26 de noviembre a las 8.00 de la noche en La 68 (Casa de la Cultura Elena Poniatowska), calle 68 con 55 en el Centro Histórico de MÉRIDA.
– Jueves 27 de noviembre a las 8.00 de la noche en la Villa de TECOH.
Las entradas a todas las presentaciones son libres y sin costo alguno. Es una buena manera de participar en las jornadas contra la violencia hacia la mujer. Estamos todos invitados e invitadas.
Para Ricardo y Mariana, con mis mejores deseos
Con la Biblia ocurre algo parecido a lo que ocurre con el misterio del mismo Jesucristo. Todos los cristianos confesamos que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Sin embargo, confesamos también, al mismo tiempo y con la misma intensidad, que llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se hizo hijo de los hombres, tomando carne de nuestra carne.
Para los cristianos y cristianas esto es algo muy serio. Quiere decir que el Hijo de Dios, despojándose de la gloria de su divinidad (Flp 2,6-11), se hizo judío, galileo para más señas, laico, pobre, hijo de un artesano y de una joven aldeana de Nazaret, que se educó y pensó según las ideas que se manejaban en el primer siglo de nuestra era y que no viajó mucho más allá de las fronteras de la provincia romana sirio palestina.
Según este misterio que solemos llamar “encarnación” y que es pieza clave de la fe que brota de los evangelios, Jesucristo fue verdaderamente un ser humano, no solamente usó un disfraz para parecer humano; se hizo uno de nosotros, de nuestra raza, y estuvo marcado por la geografía y la historia que le tocó vivir. Es por eso que el misterio de su persona, la hondura de su proyecto de vida, no se nos desvela sino a través del conocimiento de las circunstancias concretas en las que vivió: qué fue lo que dijo, lo que hizo, a quiénes molestó con su predicación, quiénes se confabularon para eliminarlo, quiénes, en cambio, le entregaron la vida y estuvieron dispuestos a continuar con su tarea, quiénes fueron sus amigos y sus enemigos, cuál era la situación política y económica en su época, etcétera.
Algo semejante ocurre con la Biblia, Palabra de Dios en palabras humanas. Así lo proclamaron los obispos de todo el mundo cuando, reunidos en el Concilio Vaticano II, expresaron: “La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra condición humana, se hizo semejante a los seres humanos” (Dei Verbum 13)
Esta afirmación, de la que derivan serias consecuencias, tiene la virtud de liberar la lectura de la Biblia del peligro del fundamentalismo. La Palabra de Dios (que -como bien señala el recién concluido Sínodo- es mucho más que la Biblia) encuentra un momento privilegiado de densidad revelativa en las palabras de la Escritura Sagrada. Esa revelación, sin embargo, es una revelación “encarnada”, es decir, asume los modos humanos de expresión y transmite su mensaje a través de ideas bien localizadas en el tiempo y en el espacio y situadas en un determinado momento de la evolución y de la historia humanas. Es tarea, pues, del lector e intérprete rastrear la Palabra, con mayúsculas, en medio de las palabras, con minúscula para alimentarse así de su mensaje de vida eterna.
Digo esto a propósito del texto sapiencial que fue leído este domingo en la liturgia dominical de la iglesia católica. Se trata de una colección de refranes tomados del libro de los Proverbios y que es conocido como el “elogio de la mujer hacendosa”. El texto es breve: “Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma de rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza” (versículos escogidos del capítulo 31 del libro de los Proverbios).
En el marco del tiempo en que este texto fue escrito, caracterizado por una marginación casi absoluta de la mujer, un reconocimiento claro de su valor podía constituir un acto revolucionario. Sin embargo, el texto mantiene una visión que coloca a la mujer siempre en relación con la satisfacción del varón y confinada únicamente al marco doméstico. Difícilmente una mujer de hoy se identifique positivamente con este texto. Y solamente una mirada fundamentalista pretendería aplicar este texto como si lo que las mujeres de hoy debieran hacer fuera someterse a ese patrón cultural machista que está en proceso irreversible de desmantelamiento social.
¿Qué hacer entonces con este tipo de textos? Yo digo que, además de ser un testimonio válido de cómo en otros tiempos se intentó, así sea tímidamente, introducir una variante de género en un discurso patriarcal, textos de este tipo son llamados a la creatividad y a la recreación del mensaje bíblico. ¿Qué pasaría si hoy tuviéramos que construir, de acuerdo con la visión igualitaria de los géneros, un nuevo discurso de alabanza a una mujer plena? ¿Cuáles serían sus elementos fundamentales? ¿Qué pasaría si, en lugar de que el nuevo discurso fuera escrito por los varones, como suponemos es el caso del libro de los Proverbios, fuera escrito por las mismas mujeres?
Aventuro ahora una posible (aunque no evidente) relación entre el texto del elogio de la mujer hacendosa y la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), también leída en la liturgia de este domingo. Nuestra lectura de la Biblia es, a veces, parecida a la lectura del hombre que recibió un talento y fue a esconderlo bajo la tierra. Es decir, que nos conformamos con leer los textos tal cual están, respondiendo a una lógica del miedo, en lugar de arrojarnos, osada y creativamente, a su relectura, a su reescritura, a su reinterpretación. Sueño, por ejemplo, con una asamblea de mujeres cristianas, arriesgadas, que retomen la insinuación del autor del libro de los Proverbios y, a la luz de la predicación de Jesús y de aquellos cambios en la conciencia colectiva que el Espíritu ha suscitado en nuestro tiempo, deconstruyan el elogio de la mujer hacendosa y lo reescriban, convirtiéndolo, quizá, en un manifiesto de feminismo cristiano. Hay algunas por ahí que ya andan haciéndolo. Bienaventuradas sean…
Cuando me preguntaron qué sentido tenía para nosotros, yucatecos y mexicanos de hoy, celebrar la fiesta de la dedicación de la basílica de san Juan de Letrán, me quedé pensando largo rato. Ya hacerle fiestas a un edificio es asunto difícil de comprender. Lo es todavía más cuando se trata de un edificio que el 99.9 por ciento de los participantes de la Eucaristía no han conocido y, con mucha probabilidad, no conocerán.
No quise dar una respuesta simplemente convencional, porque la pregunta me planteaba un interrogante que no he logrado resolver del todo. Hubiera podido explicar la significación de las casas de oración, la importancia de los templos como lugares sagrados o la importancia que para la iglesia universal tiene la catedral del obispo de Roma. La respuesta hubiera sido correcta, al menos hasta cierto punto, pero totalmente insustancial. Es el tipo de respuestas que termina calificando la falta de respeto a un edificio como un sacrilegio, pero no considera sacrilegio, por decir algo, la violencia contra las mujeres.
Y es que me parece que la pregunta ofrece una valiosa oportunidad para plantear un asunto más de fondo, en cuanto que revela uno de los aspectos más peligrosos de la religión: la sacralización de las cosas. Me explico. Hay un cierto sentido simbólico que otorga a las cosas una nueva significación. Estos contenidos simbólicos tienen como objeto señalar a una realidad que está más allá de los puros sentidos. Son el origen del arte y de las expresiones más visibles de las religiones. Ya Ludwig Feuerbach se refería a este tema cuando decía: “Basta interrumpir el curso ordinario y habitual de las cosas para atribuir a lo ordinario una significación que no es ordinaria, a la vida en tanto que tal, una significación religiosa. ¡Santo sea pues para nosotros el pan; santo sea el vino, pero santa sea también el agua! Amén”.
Algo pasa, sin embargo, que los seres humanos solemos pasar sobre el sentido simbólico de las cosas como si tuviéramos una aplanadora. Nos quedamos en la realidad simbólica como si ésta fuera una finalidad en sí misma. En vez de, a partir de la contemplación de un hermoso templo, lanzarnos al misterio de la íntima unión que, en virtud de la encarnación, existe entre Dios y nosotros… ¡le hacemos la fiesta a un edificio!
Las mediaciones simbólicas son antropológicamente indispensables, dirá algún seguidor de Mircea Eliade, y dirá bien. Una religión sin contenidos simbólicos y hasta lúdicos es lo más aburrido que pueda encontrarse. Algunos amigos que pertenecen a iglesias surgidas de la reforma luterana me han confesado que miran con cierta nostalgia la variedad de expresiones simbólicas de los ritos indígenas y católicos.
¿Cómo encontrar, entonces, un equilibrio entre esta necesidad de expresar lo que sentimos a través de símbolos cargados de sentido y la necesidad, igualmente importante, de no sacralizar los símbolos y quedarnos en ellos de manera casi idolátrica? La falta de equilibrio que actualmente constatamos constituiría ya una preocupación válida, porque convierte a los símbolos, llamados a ser puerta de entrada para el Misterio, justamente en su obstáculo mayor.
Pero no todo termina ahí. Me temo que en la sacralización de algunos símbolos haya la intención (ingenua o perversa) de robar mordiente histórica al mensaje fundamental del cristianismo. Practicante como soy del “sospechosismo” teológico, me pregunto si, por ejemplo, sacralizar en demasía las especies eucarísticas no nos ha llevado a perder el sentido básico que tiene una comida: compartir, distribuir, nutrir. Algunas devociones eucarísticas preconciliares adolecían de esto. Todavía hoy, cierta insistencia en la adoración eucarística, desligada de los contenidos sociales del signo eucarístico, termina por promover un culto alienante.
Sé que en estas cosas –especialmente si de religión se trata– se camina sobre una cuerda floja, pero no me parece que esa sea razón suficiente para dejar de plantearnos preguntas pertinentes. Las religiones organizadas, todas ellas (véase si no el grado de organización y burocratización al que han llegado ciertas formas de budismo), pueden caer en estos excesos. En el caso del proyecto de Jesús, proyecto de vida abundante para todos y todas, conseguido a fuerza de poner en práctica una hermandad sin límites, hay que cuidar que no se pierda lo esencial. Ya se sabe que los seres humanos somos especialmente hábiles para convertir fuegos, cuya finalidad era incendiar el mundo y transformarlo, en domesticadas chimeneas que encendemos y apagamos a nuestro antojo.
Colofón: Miro el espectacular con rabia: “Pena de muerte para asesinos y secuestradores”. La misma propuesta en Monterrey que en Mérida. No es solamente el hecho de que dinero público se use para promover un Estado asesino, que se pone a la misma altura que los delincuentes, sino que el desafortunado anuncio es del autodenominado “Nuevo Partido Verde”. No deja de escandalizarme que la tradición de los partidos verdes, tan apreciada en los países europeos, esté convertida en México en este remedo tan vergonzoso.
Es fuerte el amor como la muerte… (Cantar de los Cantares)
– “¿No te das cuenta que todavía son las cuatro de la mañana? ¿Qué haces levantado a esta hora, señor”?
Marucha le hablaba así a su marido, que parecía revolotear alrededor de la hamaca de la anciana. Con más de 50 años de convivencia matrimonial, Marucha y Benito habían procreado una familia numerosa y gozaban a sus nietos y bisnietos cada vez que podían. Benito, campesino de tiempo completo, sería el primero en morir, vencido por los años y las enfermedades.
– “Apúrate, mujer, ya es hora de que nos vayamos”
– “Y dale con eso… ya te dije que apenas es de madrugada… ¿no te das cuenta que ni siquiera ha aclarado?”
Marucha es buena para la cocinada. Cada primero de noviembre elabora desde muy temprano los pibes que consumirá toda la familia, incluyendo los nietos y bisnietos que estén en edad de comerlos, porque no es cosa de que se le dé pib a un nené de pecho… Escoge las hojas de plátano, compra de la mejor manteca, sacrifica los pollos del relleno y consigue con tiempo buena carne de cerdo para darle el toque de sabor que el pib necesita. Aun curtida por los años Marucha no ha dejado de hacer los pibes ella misma, vigilando todo el proceso, salvo la enterrada, que eso es asunto de varones. Los ponía en bandejas de lata que usaba exclusivamente para esos menesteres y marcaba con una corcholata aquellos que tenían chile habanero, para que nadie que no lo quisiera fuera a enchilarse sin saberlo. ¿Será que es por eso que Benito, tan a deshoras, está intentando levantarla de su hamaca? ¿Pensará que los achaques de su esposa Marucha ameritan levantarla más temprano para que, aunque sea lentamente, las cosas terminen a su hora y nadie tenga que esperar más de lo conveniente para saborear la comida de muertos?
Marucha, al fin, se sienta en su hamaca. Algo en la garganta le molesta, como si tuviera un hueso de pescado atravesado en el pescuezo. Después de llamar a una de sus hijas, se voltea hacia Benito y le dice:
–“Ay viejo, tú con tus apuros… a estas horas que está todavía oscuro ¿cómo voy a hacerle para encontrar la leña para cocinar los pollos? Espera a que quede claro, a ver si se me quita esta molestia de la garganta que me está embromando…”
Benito se acerca a la hamaca e, inclinado hacia el oído de Marucha, le dice susurrando:
–“¿Sabe usted, Mariquita, que siempre la he querido requete mucho? Aunque no lo creas, nunca tuve ojos para otra mujer”.
Marucha puede casi sentir el espesor del amor de su marido, su aliento con olor de maíz tierno. Piensa entonces que la vida junto a Benito ha valido la pena: cincuenta y dos años contando con su compañía siempre segura y serena; los siete hijos vivos y aquellos dos que se murieron cuando aún eran pequeñitos; la satisfacción de ir de su brazo a la iglesia para la misa de los domingos; el hipil nuevo que él le compraba tres veces al año: en su cumpleaños, en navidad y en la fiesta de san Antonio de Padua, patrón del pueblo en el que vivían… A estas alturas, no hay un solo recuerdo agradable en la vida de Marucha que no se relacione con Benito de una manera u otra.
–“Sí, señor, ya sé que me quieres mucho, pero deja de fastidiar, acuéstate y duerme un poco más hasta que el sol termine de levantarse…”
Marucha no alcanza a entender del todo la insistencia de Benito porque se levante. De repente, le parece que el sol cuela uno de sus rayos por el techo de paja. Como si fuera milagro, la molestia como de hueso de pescado que sentía en la garganta desaparece. Entonces decide levantarse. Se extraña de su propia agilidad. En este momento se siente como si tuviera veinte años. Como iluminada por una ráfaga de lucidez Marucha recuerda que hace ocho meses, al terminar de amortajar a Benito, sintió que se le caían las fuerzas. Tantos años juntos y tener que despedirse de él. Era como si el mundo le hubiera caído encima…
¿Quién es entonces el hombre que acaba de acercarse a su hamaca y le ha dijo en baja voz que la quería? ¿Por qué esta extraña sensación de bienestar que, como por arte de magia, ha hecho desaparecer los achaques y la molestia de la garganta? ¿Cómo es que inusitadamente viste un hipil nuevo, de albura incomparable y vivaces colores en el bordado, si apenas se está levantando de su hamaca? …Sin entender, Marucha comprende.
–“Ya te dije, mujer, que es mejor que nos apuremos… ahora que has entendido las cosas ya sabrás que este año no habrá cocinada de pibes… al menos no serás tú quien los haga… Ándale, levántate, que el camino es largo. ¡Pero mira qué hermosa te ves con ese hipil recién estrenado, Mariquita…!”
Marucha extiende la mano para aprehender la de Benito. Siente un alivio de siglos, nunca se había sentido tan bien. Cuando voltea hacia atrás, mira a sus hijas rodeando la hamaca mientras rezan junto a un cuerpo inerte. Soltando una carcajada y apretándole la mano, le dice a Benito:
–“Vamos, vamos, viejo… mira si no seré olvidadiza: ¡Hasta pensé que estabas vivo!”
Dicen que Monseñor Óscar Arnulfo Romero era bastante conocido por la gente ya desde antes de ser nombrado arzobispo de San Salvador. Antes de su encuentro con los pobres, el Damasco particular después del cual el obispo salvadoreño, como Pablo de Tarso, se convirtió al evangelio, Monseñor Romero era un hombre tímido, institucional, conservador. Un buen tipo, según algunos. Un hombre con miedos, según otros. Nadie que estuviera llamado a sobresalir, coincidían todos.
La razón por la cual Monseñor Romero era conocido por muchas personas era que tenía un programa de radio. Además de una breve catequesis, Monseñor solía contar a los oyentes los viajes que realizaba. Sabiendo el privilegio que significaba en un país como El Salvador tener los medios suficientes como para salir del país y conocer nuevas naciones y continentes, el obispo mártir acostumbraba mencionar a detalle las cosas que iba conociendo. Hay testimonios, reunidos después de su muerte, que muestran cómo mucha gente “viajó” de manera virtual gracias a los programas de Monseñor.
Por cuestiones de trabajo, he estado en Roma desde hace tres semanas. He podido estar cerca de los trabajos realizados en el sínodo de los obispos dedicado a la Palabra de Dios y esto me ha dado la oportunidad de caminar por las calles de esta ciudad llena de memoria y con olor de siglos. En un humilde intento de imitación de esa faceta de Monseñor Romero, trataré de compartirles en algunas pinceladas mi experiencia de Roma.
Contrariamente a lo sucedido el año pasado, en que nevó siendo todavía otoño, mi estancia en Roma se ha desarrollado en medio de un clima maravilloso. Los romanos mismos comentan que los padres sinodales han tenido mucha suerte al tener tanto sol en una temporada que suele ser lluviosa. En tres semanas, ha lloviznado solamente dos tardes, mientras que las mañanas han estado todas llenas de sol. Un caribeño, miembro de nuestro equipo de trabajo, me decía que se iba un tanto decepcionado, precisamente porque había salido del calor del Caribe para encontrarse con algo de frío y, en vez de eso, había encontrado un clima cálido y confortable.
No sé si sea el paso de los años y/o el deterioro de la memoria, pero me parece que no he visto nunca tanto turista en la ciudad eterna como en esta estancia. Decenas de grupos numerosos llegan a la basílica de san Pedro a todas horas. La entrada a la basílica es ahora controlada para evitar el posible ingreso de armas. Esto hace que desde horas tempranas se forme en la Plaza de san Pedro una larga fila de visitantes –algunos turistas, otros peregrinos– que esperan penetrar en esa obra maestra de Miguel Ángel.
Cuando uno camina por las calles puede escuchar las lenguas más raras. Cientos de personas venidas de la India se atropellan para ofrecer mercancías sobre las banquetas. Acaso su presencia, junto con emigrados del África, sea la huella étnica más notoria para los turistas, aunque no hay grupo más numeroso en Italia que el proveniente de Rumania, con sus cerca de un millón de emigrados solamente en Roma, pero que al ser físicamente parecidos a los italianos, pasan desapercibidos.
Roma, Italia toda, es un pueblo muy politizado. El pasado 25 de octubre tuvo lugar la marcha popular más nutrida desde que la derecha subió al poder. Socialistas y verdes, comunistas y militantes sindicales, unidos todos bajo las siglas del Partido Democrático (PD) que más que un partido es una coalición de movimientos políticos, salieron a las calles en una marcha nacional que reunió más de dos millones de personas, según los organizadores. Amas de casa, obreros, estudiantes, adultos mayores, todos marchando por las calles hasta desembocar en el Circo Máximo, donde los partidos de izquierda desafiaron al gobierno de Berlusconi exponiendo las debilidades mayores del gobierno actual: el mal manejo de la crisis económica, la tendencia a reducir el presupuesto para la educación, dejando casi morir a la escuela pública para fomentar la educación privada, el deterioro de los servicios públicos, etc.
Pero quizá la experiencia mayor que ofrece Roma sea la de la universalidad. Y para comprobarlo, nada mejor que una Misa papal al aire libre, como la acontecida el domingo siguiente a mi llegada, cuando fueron elevados a los altares cuatro nuevos santos: un sacerdote italiano, dos religiosas, una india y la otra suiza (pero que vivió la mitad de su vida en Colombia) y una laica ecuatoriana. No es solamente que la Misa se haya convertido en un mosaico de lenguas y de colores, sino sobre todo el alma de cada pueblo que se pone de manifiesto en sus vestidos, costumbre y manifestaciones artísticas.
Lo mismo podría decirse del Ángelus dominical, quizá oportunidad única para muchos peregrinos de ver al Obispo de Roma asomado a su balcón para rezar y dar un mensaje. Cuando la figura blanca se asoma desde la penumbra, uno piensa en la historia de siglos que se esconde tras el sucesor de Pedro: historias de martirio y entrega generosa, de construcción cultural y de cumbres artísticas, pero también, historias de intrigas políticas y vergonzosas inquisiciones. Roma, ya lo decía Luigi Pirandello, es una pila de agua bendita… ¡qué pena que tantas veces la hayamos convertido en un cenicero lleno de colillas apestosas!
Finalmente, aunque las jornadas de trabajo han sido largas, siempre queda el recurso de la noche para salir a caminar por las callejuelas romanas. Roma está más hermosa que nunca. En un inicio de otoño con calor al mediodía y con noches frescas y agradables, caminar esta ciudad es un privilegio. Para un mexicano, del sureste yucateco para más señas, Roma es un pedazo de cielo. Plazoletas llenas de vida, fuentes iluminadas, vericuetos adoquinados donde uno puede perderse a gusto, edificios llenos de historia, restos arqueológicos que conviven con la arquitectura del ochocientos, tomas de agua siempre limpia y refrescante…
De repente, una mirada desde el Aventino. Después de asomarse por la cerradura de una puerta para ver a los lejos, deliciosamente encuadrada, la cúpula de san Pedro, uno camina hasta el jardín de los naranjos y desde ahí puede situar las siete colinas sobre las cuales está asentada la ciudad de Roma. Un atardecer tibio que invita a sumergirse en la contemplación. Un solo minuto de esta tarde hace que el cruce del océano bien valga la pena. Roma es siempre ella misma: entre pizza y cerveza clara, entre pasta y vino tinto, entre música y pintura, con la complejidad de su vida política y las contradicciones de su vida religiosa, Roma es siempre la novia que uno quisiera volver a visitar, así haya pasado diez, veinte, treinta años desde el anterior encuentro.
Colofón: Un lector anónimo ha mandado un correo insultante comentando la columna titulada “Terapias para revertir la homosexualidad. Una opinión crítica”. No he aprobado su publicación. Como le consta a los pacientes lectores y lectoras de este portal electrónico, se aprueba todo tipo de comentarios, favorables o contrarios a las opiniones aquí vertidas. Lo que no puede permitirse es usar este espacio para ofender y humillar, reacciones harto comunes de quienes no cuentan con argumentos para rebatir. La misma dirección electrónica del remitente es elocuente: maskamela@maricondemierda.com. Hubiera bastado eso para no publicar el comentario.
Todos los que, con gran paciencia, han seguido esta columna desde que era publicada en papel impreso, han de recordar que en variadas ocasiones me he referido al ya viejo problema de las violaciones a los derechos humanos cometidos contra adolescentes que estaban confinados en la antigua Escuela Social de Menores Infractores (ESMI) en el año 2001.
Como las lectoras y lectores seguramente recordarán, la denuncia de dichas violaciones a los derechos humanos derivó en la recomendación 10/2002 que emitió la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), en la que dicha institución documentó los abusos cometidos contra niños, niñas y adolescentes por parte de la entonces directora, Dra. Rocío Martell, con la participación de otros funcionarios de la ESMI.
Las violaciones documentadas por la CNDH e imputadas a la entonces directora no son cuestión menor: obligaba a los niños a comer alimentos para cerdos, los golpeaba en diversas partes del cuerpo con objetos distintos como mangueras, cinturones o zapatos; los encerraba en celdas por lapsos de hasta 15 días; le tocaba y apretaba los genitales a los varones y los pezones a las mujeres como medio de castigo o amenaza; vestía a los varones de mujer para humillarlos, dejaba a los internos sin comer hasta por lapsos de 3 días, les suspendía las visitas con sus familiares; los amarraba de árboles, los amenazaba con trasladarlos al Cereso de la entidad y también con inyectarles sangre contaminada con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), les administraba psicotrópicos y otros medicamentos sin ningún tipo de prescripción médica ni control, sólo por mencionar algunas de las graves violaciones a la integridad física y psicológica cometidas en perjuicio de menores.
La recomendación de la CNDH dio lugar a la causa penal 22/2003. El proceso, que en algún momento llegó a parecer interminable, incluyó nuevas violaciones a los derechos de las y los adolescentes, como, por ejemplo, realizar careos que están expresamente desaconsejados por el derecho internacional relacionado con la infancia. Finalmente, seis años después de ocurridos los hechos, la Jueza Séptimo de Defensa Social del Primer Departamento Judicial del estado, emitió una sentencia (1942/2007) en la que dispuso sanciones muy por debajo de lo que ameritaba la gravedad del hecho, sin establecer medidas de reparación del daño, o lo que es lo mismo, fue una sentencia que no sirvió para nada porque no restituyó a las víctimas ninguno de sus derechos conculcados.
Y no solamente eso: la Jueza señaló, para defender una la sentencia que contenía penas tan bajas, que eran los niños, al provenir de familias disfuncionales y ser “agresivos e incorregibles”, los que generaban una situación de estrés a los funcionarios, lo cual justificaba los castigos que les eran impuestos. Lo nunca visto: la Jueza determinó que las víctimas fueron las responsables de los delitos cometidos en contra de ellos mismos… ¡Habráse visto tal estulticia!
Si ahora regreso una vez más a este caso, retrato clarísimo de cómo se administra la justicia en Yucatán, es porque una de las víctimas, lo mismo que la Procuraduría de Justicia del estado, presentaron un recurso de apelación contra tan vergonzosa sentencia desde agosto de 2007, es decir, hace ya más de un año cumplido. Eso quiere decir que los hechos atroces arriba referidos llevan cerca de diez años de haber sido cometidos sin que la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia se digne resolver sobre dicha apelación. Es preocupante la posibilidad de que el Tribunal avale los criterios usados por la Jueza de primera instancia y minimice las violaciones cometidas contra uno de los sectores más vulnerables de la sociedad: los niños y las niñas.
Es por eso que el equipo Indignación A.C. está invitando a que se escriban cartas a los magistrados de la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia, como una acción solidaria que muestre el interés de la sociedad por el caso e impida que violaciones tan graves queden impunes y profundicen el deterioro de las instituciones encargadas de procurar e impartir justicia en Yucatán.
Si usted, paciente lector y/o lectora de esta columna, quiere unirse a este esfuerzo, puede solicitar el formato de la acción solidaria a la dirección electrónica: indignacion@prodigy.net.mx
Colofón: Hay una ciudad donde el tiempo se detiene y la belleza permanece inmaculada; una ciudad donde se puede andar horas y horas jugando a perderse entre las callejuelas y plazoletas que la pueblan; una ciudad donde la enorme cantidad de idiomas que uno escucha mientras va caminando la hacen, paradójicamente, más ella misma, incambiable, peculiar, original, eterna; no en balde dicen que es el amor puesto en un espejo. Esa ciudad es Roma.
En la ciudad de Roma, del 5 al 26 de octubre, se está llevando al cabo el Sínodo de obispos de la iglesia católica. Para ponderar bien la importancia de esta reunión, les comparto mis respuestas a algunas de las inquietudes más frecuentes:
1. ¿Qué es un sínodo y por qué se llama así?
La palabra sínodo es una palabra que proviene del griego syn-odos, que quiere decir algo así como camino conjunto, rumbo tomado de común acuerdo. En 1965, una vez terminado el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI estableció reuniones periódicas (cada tres años) en las que los obispos discutieran algunos temas de importancia y, con su opinión, colaboraran con el Papa en el gobierno de la iglesia. El Sínodo es una expresión de la colegialidad que existe entre todos los obispos del mundo que, junto con sus comunidades, llevan adelante la obra de la evangelización. A través de una compleja organización, se garantiza la representación de obispos de todos los continentes que se reúnen por un tiempo largo, aproximadamente un mes, y después de deliberar entregan al Papa un documento conclusivo en el que expresan su pensamiento.
2. ¿Cuál es el tema del sínodo 2008 y cómo se escogió?
El tema es “La Palabra de Dios en la vida y la misión de la iglesia”. Al final del sínodo anterior, dedicado a la Eucaristía, los obispos manifestaron su deseo de que la Biblia, y la pastoral que en torno a su proclamación y difusión se organiza en cada diócesis del mundo, fuera motivo de reflexión por parte de los obispos. Se tratarán en este sínodo, por tanto, todos los problemas que la lectura de la Biblia conlleva en nuestro tiempo: los nuevos enfoques hermenéuticos, qué es lo que debe caracterizar a una lectura católica de la Escritura, el peligro de las lecturas fundamentalistas, etc.
3. ¿Tiene algo qué ver el tema del sínodo con la vida de los cristianos de a pie?
La Biblia se ha convertido, después del Vaticano II, en un libro al alcance de todos los católicos. En muchas iglesias particulares ha habido un trabajo lento y constante para que el pueblo tome en sus manos la Biblia y la convierta en su libro de crecimiento espiritual. La Biblia ha llegado a ser en muchos países un libro subversivo, porque ha estado en la raíz del compromiso social y político de muchos cristianos y cristianas. Recordemos, si no, lo que ocurría hasta hace poco tiempo en países como Guatemala, en el que llevar una Biblia consigo era sinónimo de subversión. Y es que el mensaje de la Biblia, cuando se lee desde las necesidades y sufrimientos del pueblo, puede convertirse en una fuerza irrefrenable de liberación.
4. ¿Qué tiene América Latina para aportarle al Sínodo?
Hay presentes en el sínodo más de cincuenta representantes de los países latinoamericanos, entre padres sinodales, auditores/as y expertos/as invitados/as. América Latina ha desarrollado una hermenéutica particular en el abordaje de los textos bíblicos, es decir, ha surgido en nuestro continente una manera de leer la Biblia y de interpretarla que tiene mucho qué ofrecer a otros continentes. Hay muchos lugares en América Latina (desafortunadamente la arquidiócesis de Yucatán no es uno de ellos) en que se ha insistido en un fuerte trabajo de pastoral bíblica que promueve y alienta lo que solemos llamar “lectura popular de la Biblia”. Este método de lectura comunitaria consiste, entre otras cosas, en tomar en cuenta, para la interpretación de los textos, tres elementos fundamentales:
a) el texto: leer informadamente, saber lo más posible acerca de lo que rodea al texto bíblico (historia, situación social, condicionamientos antropológicos, cuestiones literarias). Se trata, pues, de establecer, con la ayuda de la ciencia, el sentido que el texto tiene en sí mismo.
b) El pre-texto: se trata de ser conciente de la realidad desde la cual se hace la lectura. Establecer una cierta connaturalidad entre las necesidades del lector y las que tenía el pueblo de la Biblia. En Chiapas, por ejemplo, este tipo de lectura permitió que la realidad de de exclusión de que son víctima los pueblos indígenas generara una lectura actualizada el libro del éxodo que desató una toma de conciencia cuyos frutos palpamos en las experiencias comunitarias que ahí acontecen, quizá las más prometedoras de todo el continente.
c) El con-texto: el ambiente comunitario es indispensable para cerrar este círculo de comprensión de los textos bíblicos. Nadie lee la Biblia solo. No es la Biblia un libro de piedad individual, sino el libro de cabecera del Pueblo de Dios. En esta tarea todos, los lectores del pasado y los que vendrán más tarde, cada uno con el don que del Espíritu Santo ha recibido, van construyendo la interpretación fiel de la Biblia. El Magisterio, encarnado en los concilios ecuménicos, recoge este sentido de fe que se convierte en el marco de referencia en que dicha lectura debe hacerse para permanecer fiel.
4. ¿Cambiará algo en la iglesia después de este sínodo?
Es un poco difícil responder a esta pregunta, porque su respuesta depende de todos. El Concilio Vaticano II ha dejado abierta una puerta amplia para que la Biblia llegue a manos del pueblo, de las comunidades cristianas. Todos estamos rezando porque no haya en este sínodo ningún paso para atrás y la insistencia del trabajo bíblico vuelva a centrarse en las acciones de los clérigos en lugar de animar la lectura popular de la Biblia. Por otro lado, el compartir de las experiencias entre pastores de tantas regiones del mundo permite ver con más claridad cuáles son los verdaderos obstáculos para una lectura fiel de la Biblia y cómo desactivar el peligro, hoy más presente que nunca en muchos movimientos católicos, de la lectura fundamentalista de la Biblia, que ahoga el verdadero sentido espiritual de las Escrituras y manifiesta una ignorancia que a veces llena de vergüenza.
Hay mucha gente que tiene miedo de lo que la Biblia puede despertar en los corazones del pueblo pobre y de la fuerza transformadora que sus páginas encierran. Un documento claro, firme, abierto, de parte de los obispos de los cinco continentes acaso logre deshacer la dureza de corazón de tantas personas que quisieran ver reducido el trabajo bíblico a la simple (y redituable) tarea de vender Biblias. Lo que la apropiación de la Palabra de Dios ha generado en muchas comunidades cristianas en la segunda mitad del siglo XX ha sido una bendición. Que los obispos del mundo reconozcan este acontecimiento y lo alienten con su palabra autorizada impulsaría, sin duda, muchas nuevas iniciativas y ayudaría a suavizar y deshacer contumaces resistencias.
Raúl Lugo Rodríguez
Uno de los caídos
Tengo sangre en la boca. Tengo la boca llena de sangre. La losa fría me raspa la mejilla. Sobre mis piernas y mi espalda siento el peso de otro cuerpo. Así, inmóvil, abro los ojos, despacio, no sea que descubran que estoy vivo. Ahora puedo ver el húmedo piso de la explanada. De cuando en cuando algunos cuerpos se mueven, otros se arrastran en la oscuridad. Todavía pueden escucharse algunos disparos. No quiero deshacerme del cuerpo que yace sobre mis piernas. Es mejor que los gorilas piensen que estoy muerto. Por más que escupo, no puedo quitarme de la boca el sabor de la sangre. No sé cuánto tiempo pasa hasta que, de pronto, todo queda en silencio. Parece ser la hora de intentar la fuga. Trato de incorporarme y lo logro con una facilidad que no me esperaba. Busco escurrirme entre los otros cuerpos para llegar a la pared de la iglesia. Si lo logro, podré deslizarme por sus bordes y alcanzar la salida de esta explanada con olor a muerte (Ajá, eso es, no es solamente el sabor de la sangre en la boca, es este penetrante olor a muerte). Cuando logro llegar al costado de la iglesia miro hacia atrás y respiro al fin tranquilo. Alcanzo a ver mi cuerpo, inmóvil, bajo el peso de otro cuerpo. Ya no podrán matarme esos desgraciados. Ya soy uno de los caídos.
Campo militar No. 1
Dirigida directamente a mis ojos, la luz de la lámpara de mano me encandiló. No sé cuántos días han pasado desde que estoy en esta oscuridad, tanteando paredes húmedas, comiendo entre penumbras el plato de quién sabe qué, que me traen cada mediodía. No sé cuántos días han pasado desde que no tengo noticias de nadie, que no veo ningún rostro, que no siento el sol en mi cara, que no tengo otro mundo que estas cuatro paredes y este espacio estrecho. ¿Cómo contar las horas? ¿Cuándo podré otra vez estirar las piernas? La luz se clavó en mis ojos como cien puñales, de un solo golpe, cuando la mirilla superior de la puerta se abrió para dejar que penetrara el haz hiriente. Desde que oí los ruidos previos sentí pavor. No es la primera vez que los escuchaba. Ya se han llevado, entre gritos, a algunos de los compañeros de celdas vecinas. ¿Estarían también, como yo, en esta oscuridad? No sé si ya me acostumbré a las sombras, pero sentí un gran alivio cuando la mirilla se cerró y me devolvió a este mundo negro. Apenas si alcanzo a oír el murmullo de la conversación, pero en este reino del silencio, los oídos se agudizan para registrar cualquier sonido. Parece que se alejan caminando por el pasillo. El soldado pregunta: “¿Sí o no?” e inmediatamente una voz responde: “Sí, mi sargento, ese es uno de los cabecillas”. Mi suerte está echada. Creo reconocer la voz del delator. Pronto vendrán por mí. Comienzo a despedirme de estas sombras.
Cómo han pasado los años
La sala del aeropuerto está llena de gente. Los viajeros van y vienen, algunos con paso displicente, otros con cierta prisa, otros más con rostro de desespero. Nuestro hombre lleva lentes negros y un botón tricolor en la solapa. Camina con premura hacia la puerta número 32, en la sección de salidas internacionales del puerto aéreo. Su avión debe salir en media hora, pero quiere estar en la sala de espera con suficiente tiempo. Le sigue su esposa y uno de sus hijos menores. Viajarán por American hacia Nueva York. El hijo viene con cara de pocos amigos. La madre intenta animarlo sin conseguirlo. Hoy cumple 18 años y nunca había podido explicarse por qué siempre celebraban su cumpleaños viajando, en lugar de que le permitieran hacer una fiesta con sus amigos. Ángel, el hermano mayor, le explicó hoy la razón: papá debe estar fuera porque es el aniversario de Tlatelolco. ‘¿Y eso qué?’ preguntó el cumpleañero. Entonces Ángel le relató todo, cómo su papá fue de los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga y cómo, milagrosamente, no hizo más de dos días en la cárcel y salió sano y salvo, cómo fue encumbrándose en una carrera política en la que, con discreción poco común entre los políticos, escaló puestos administrativos hasta llegar a la subsecretaría que ahora ocupa. ‘Entonces, ¿fue uno de los delatores?’, termina preguntándole a Ángel. ‘Eso sólo te lo puede decir él. De todos modos, feliz cumpleaños’.
El hombre de anteojos negros toma asiento. Mira a su hijo, que con gesto adusto, camina hacia él y se sienta a su lado. Cuando el hombre se quita los anteojos enfrenta la mirada acusadora de su hijo. Siempre supo que llegaría la hora de ser juzgado en este tribunal.
El investigador en 2003
Marcos tiene dieciséis años. Vive a plenitud su adolescencia, ese bendito tiempo de las obsesiones. Un tiempo no quiso saber de otra cosa que del rock pesado: Dire Straits, Guns and Roses, y hasta los viejitos de ZZ Top. Después se clavó en el cine: no había película exhibida que se perdiera, los ciclos de la Cineteca lo chiflaban y tenía ya su lista de actores y directores preferidos. Desde hace algunos meses conoció a María, una chava de la escuela. No tiene ya más obsesión que ella y las obsesiones que a ella le estremecen. Ella es hija de un sobreviviente de Tlatelolco, de los que estuvieron en la mera friega del 2 de octubre. Marcos ya no vive sino para averiguar qué es lo que pasó en Tlatelolco, visita hemerotecas, mira con atención cuanto vídeo sobre el asunto le cae en las manos, y ya hasta se bebe como cerveza los programas que antes le parecían aburridos, como Punto de partida o Reporte Trece. Hoy saldrá de la mano de María para participar en su primera marcha. Se sabe ya los nombres de los que fueron líderes: Della Roca, González de Alba, Guevara Niebla…; conoce también a detalle el relato de los acontecimientos: las luces de bengala, la pinza hecha por el ejército, el batallón Olimpia, el guante blanco; ha visto ‘Rojo Amanecer’ y ha leído ‘La Noche de Tlatelolco’ y hasta se consiguió, sacrificando su gastada, el reporte gráfico que publicara Proceso para el 30º. Aniversario. Cuando la Marcha comienza, saludo a Marcos y María. Tlatelolco no será cosa del pasado mientras existan chavos como ellos.
Tlatelolco a cuarenta años, ¡no se olvida!
¿Qué fue lo que convirtió a la asamblea episcopal de Medellín en un punto de referencia tal que todavía hoy, cuarenta años después, no deja de lanzar destellos sobre nuestra realidad eclesial? Para responder a esta cuestión, en varias partes del continente se realizan jornadas de reflexión sobre aquella reunión de 1968 que sería punto de partida para la renovación liberadora de la iglesia católica en América Latina.
José Comblin, el teólogo brasileño, ha escrito recientemente un artículo titulado “De Medellín a hoy”, en el que trata de explicar, desde su particular punto de vista, cuáles son las diferencias entre la experiencia eclesial de aquellos años y la actual. Aunque puede uno no estar del todo de acuerdo en la especie de diagnóstico comparativo que realiza, resulta interesante la contextualización que hace de la iglesia de la segunda mitad de la década de los sesentas. A ello vamos a referirnos.
Concebida para aplicar al continente latinoamericano la renovación conciliar, la asamblea episcopal de Medellín tiene que encuadrarse necesariamente en ese más amplio fenómeno de la iglesia católica, el Concilio Vaticano II, que fue un ejercicio de conversión para la mayor parte de los obispos del mundo. La iglesia se redescubrió en el concilio como “la sirvienta de la humanidad” y en base a algunas ideas clave (la concepción de la iglesia como ‘pueblo de Dios’, la importancia de la colegialidad episcopal, la trascendencia del papel de los laicos, etc.) elaboró todo un proyecto de renovación de largo aliento que redefinió las relaciones entre iglesia, mundo y reino de Dios.
Los obispos que participaron en Medellín venían con el recuerdo fresco de aquella gesta renovadora del Vaticano II. El sentimiento era que un nuevo tipo de iglesia estaba naciendo. De hecho, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) no era otra cosa que una de las maneras de poner en práctica la colegialidad episcopal. Hay, sin embargo, un dato, no de todos conocido y que subyace a la asamblea de Medellín, como experiencia previa: el Pacto de las Catacumbas. El 16 de noviembre de 1965, justo en el marco de la etapa final del concilio y apenas un mes antes de su clausura, 40 obispos firmaron un compromiso en la Catacumba de Santa Domitila. Con Dom Hélder Cámara a la cabeza, alma del pacto y después alma también de la asamblea de Medellín, los 40 obispos se comprometían a hacer vida la opción por los pobres, viviendo ellos mismos una vida pobre.
Cambiando el modelo episcopal de aquellas épocas, estos obispos contagiarían después a los participantes de la asamblea de Medellín. Ya no serían más príncipes, sino hermanos. La opción por el cambio de las estructuras que generan y mantienen la pobreza asumido por los obispos en Medellín, pronto fue percibió como un peligro por quienes detentaban el poder. Por eso no es extraño que la mayor parte de los obispos que participaron en el proceso de conversión a los pobres que tuvo como eje la asamblea de Medellín fueran después perseguidos y, algunos de ellos, hayan muerto de manera martirial.
Quizá el signo más famoso de persecución que se recuerde sea la aprehensión de 55 cristianos y cristianas, entre ellos 17 obispos, en la ciudad de Riobamba, Ecuador, mientras celebraban una reunión de reflexión pastoral, en agosto de 1976. La reunión fue allanada por agentes militares y suspendida. Los obispos visitantes fueron llevados detenidos a la policía, interrogados sobre sus planes subversivos y notificados que tenían que abandonar el país en 24 o 48 horas. Entre los obispos detenidos se encontraban don Sergio Méndez Arceo y el obispo de los indios, Monseñor Leonidas Proaño, que era el anfitrión. Entre los laicos, Adolfo Pérez Esquivel, quien sería años más tarde premio Nóbel de la paz. La señal de alarma se hizo sentir cuando fue público que en el allanamiento realizado por los militares, se había contado con la aquiescencia de la nunciatura y de los más influyentes prelados ecuatorianos.
Otro de los factores que han contribuido a hacer de Medellín un punto de referencia fundamental es que en esa asamblea se reconoció y legitimó la experiencia de las comunidades eclesiales de base. No hay que descuidar tampoco el acento que Medellín puso en el papel de los laicos, en cuanto transformadores de la realidad social. Para Medellín, “Lo típicamente laical está constituido por el compromiso en el mundo, entendido éste como marco de solidaridad humana, como trama de acontecimientos y hechos significativos, en una palabra como historia. El compromiso debe estar marcado en América latina por las circunstancias peculiares de su momento histórico presente, por un signo de liberación, de humanización y de desarrollo” (Movimientos de laicos, 9). De ahí que los obispos descalificaran a los movimientos laicales que “no han sabido ubicar debidamente su apostolado en el contexto de un compromiso histórico liberador” (Movimientos de laicos, 4), es decir, todos aquellos movimientos cuyas tareas estaban dirigidas, si no única, sí principalmente a fortalecer a la institución eclesiástica o a la promoción de las devociones privadas, descuidando el compromiso por la transformación del mundo.
El recuerdo de Medellín conserva mucho de subversivo, sobre todo en tiempos como los que vivimos desde hace treinta años, en que el desmantelamiento de Vaticano II parece orientar a la iglesia hacia formas preconciliares, también llamadas tridentinas. La gran vuelta al culto, los nuevos movimientos psicologistas y emocionales, el regreso a la gran disciplina –como la definía el teólogo Juan Bautista Libanio–, el retroceso a la concepción de la iglesia como una institución que vive para sí misma, el papel de los laicos como infantes llamados a escuchar y obedecer, son todos signos de que el espíritu de Medellín sigue siendo hoy más necesario que nunca.
Colofón: La semana pasada fueron detenidas en el estado de Yucatán 15 personas como sospechosas de estar involucradas con el crimen organizado. La base de la acusación: una denuncia anónima. Sus fotografías aparecieron, con leyendas acusatorias, en todos los medios comerciales de comunicación. Todos los medios, sin excepción. Resultaron ser simples trabajadores de una empresa avícola. La única acusación que pudo ser comprobada es que eran “fuereños”, lo cual, en este nuevo estado de excepción, pareciera ser un delito. ¿La presunción de inocencia establecida por nuestras leyes? Letra muerta. ¿La honra de quienes fueron públicamente denostados? Peccata minuta. ¿Disculpa pública en alguno de los medios que se proclaman guardianes de la verdad y la objetividad? Sueño guajiro. Mientras tanto, la batalla por la seguridad pública se pierde debido a las torpezas de un estado que no parece saber qué hacer ni a dónde ir.
Raúl Lugo Rodríguez
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