Iglesia y Sociedad

La obscenidad de las televisoras

16 Mar , 2009  

El domingo pasado leímos en todas las iglesias católicas el texto en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo de Jerusalén, según la versión del cuarto evangelio. A diferencia de los otros tres evangelistas, es solamente el evangelio del discípulo amado el que, con una honda mirada de fe, nos revela un significado de tal gesto simbólico de Jesús que no nos explicitan los otros tres evangelios.

Después que Jesús anuncia la destrucción del templo y su reconstitución en tres días, el evangelista se ve en la necesidad de aclarar que tal declaración no fue comprendida, ni siquiera por los mismos discípulos, sino hasta que pudieron leerla a la luz de la muerte y resurrección de Jesús. A partir de tal declaración los cristianos y cristianas hemos llegado a la conclusión de que no existe para nosotros más templo que Jesús, muerto y resucitado. Es en él, en su proyecto de hermandad, en la comunidad reunida en torno a su seguimiento, que encontramos la presencia de Dios.

Desde hace muchos años no puedo leer este texto sin acordarme del hermoso poema del nicaragüense Ernesto Cardenal. En su texto “Oración por Marylin Monroe”, el sacerdote poeta hace una aplicación del pasaje bíblico refiriéndolo al cuerpo de la legendaria actriz norteamericana. Bajo riesgo de que este segmento no sea comprendido del todo, porque se halla fuera del contexto total del poema, cito ahora las palabras de Cardenal:

“…Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Times) / ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo / y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas. / Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras. / Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno / pero también algo más que eso…

Las cabezas son los admiradores, es claro / (la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz). / Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox. / El templo —de mármol y oro— es el templo de su cuerpo / en el que está el Hijo de Hombre con un látigo en la mano / expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox / que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones…”

Lo anteriormente apuntado puede ser útil como marco de referencia para una reflexión sobre lo ocurrido en Izamal la semana pasada. Como han informado con profusión algunos medios de comunicación social, Televisa filmó su programa matutino de entretenimiento en diversos puntos de la geografía estatal. Uno de ellos fue el monumental atrio del convento izamaleño.

Se han elevado voces, entre ellas la de los frailes que viven y sirven en el convento, señalando que dicho programa habría tenido expresiones obscenas y escenas procaces, indignas del recinto católico usado como escenografía. Yo pienso que Televisa (y su empresa compañera TVAzteca, curiosa mezcla de servil imitación y competencia comercial) es, en efecto, una empresa obscena e impúdica. Y creo que lo es, no sólo ni principalmente debido a la falda corta de Mariana Seoane o al torso desnudo de un profesor de yoga o a los chistes malos de sus remedos de cómicos, sino a asuntos de mucha mayor gravedad.

No les basta a los dos monstruos de la comunicación electrónica (Televisa y TVAzteca) inundarnos de programación de escaso contenido cultural –de esa que en Europa se conoce como “telebasura”– sino que han pretendido mantener un férreo dominio sobre la política de concesiones del espectro radio eléctrico por parte del Estado mexicano, que les permita seguir siendo las únicas empresas autorizadas en este campo de la comunicación. Sus intenciones quedaron expuestas a la luz pública cuando, a través de sus operadores políticos dentro de las cámaras legislativas federales, aprobaron una ley de radio y televisión tan restrictiva (¡por unanimidad en la cámara de diputados! para baldón eterno de todos los partidos políticos en ella representados), que cerraba el espacio a cualquier tipo de competencia y negaba a los pueblos indígenas su derecho a poseer y administrar medios de comunicación.

Tuvo que ser la Suprema Corte de Justicia la que, al final de un largo proceso de impugnación de dicha ley, terminara declarándola inconstitucional. No obstante, con toda impudicia, las televisoras han hecho todo lo posible para que los partidos políticos no aprueben una nueva ley. Y se rumora que, en este perverso cabildeo, siguen distribuyéndose muchos millones de pesos junto con amenazas.

La obscenidad de las televisoras puede constatarse en cualquier vertiente de su programación, aunque –he de reconocerlo– pueda ser más evidente en los programas llamados de “entretenimiento”. La frivolidad de sus contenidos llega a extremos insospechados. La pobreza (y manipulación) informativa de sus noticieros es proverbial. Hay un deplorable manejo de la figura de la mujer en cuanto objeto. Sus barras de opinión –salvo excepciones que confirman la regla– carecen de rigor crítico y presentan solamente la cara de la medalla que favorece la preservación del actual sistema económico y político.

Pero el grado mayor de impunidad e impudicia de las televisoras lo hemos constatado en relación con la reforma electoral. Las rabietas de las televisoras, debidas a la ingente cantidad de dinero que dejaron de percibir dada a la prohibición de la compra venta de espacios televisivos para las campañas políticas, nos darían risa si no fuera un asunto de tanta relevancia. Con impar cinismo se quejan ahora de la disposición legal de los tiempos públicos en la televisión como si “inundaran” de aburridos contenidos políticos la programación, fingiendo olvidar (no se crean que hemos perdido la memoria) que la cantidad de spots era mayor antes de la reforma electoral, sólo que entonces eran spots pagados, lo cual los convertía por arte de magia en «expresión democrática».

Y por si fuera poco –y esto tiene mucho qué ver con la verdadera obscenidad que representa la presencia del programa “Hoy” en Yucatán– las televisoras se jactan de violar la legislación vigente haciendo aparecer a políticos interesados en cultivar su imagen a costa del erario público, metiéndolos en noticieros y programas de espectáculos, como si fuera una acción casual o inocente. ¿O es que acaso creen las televisoras que el ciudadano y ciudadana de a pie no cae en la cuenta de que esos programas son idóneos escaparates de propaganda política, esa propaganda prohibida hoy por nuestras leyes? ¿Sabremos algún día cuánto invierte el gobierno del estado de México, de Veracruz o de Yucatán (y cómo justifican tales egresos) en ese rubro, para que se privilegien las “noticias” de las acciones gubernamentales de sus estados o se trasladen los programas de espectáculos a sus territorios geográficos? Junto a esta impudicia de las televisoras, la procacidad de sus cómicos y conductores es peccata minuta.

Colofón: ¡Ya viene Galeano! ¡Ya viene Galeano! Escucharlo será, sin duda, una experiencia enriquecedora.

Iglesia y Sociedad

La lectura fundamentalista de la Biblia

9 Mar , 2009  

Esta columna ha llevado siempre, desde que se publicaba en la prensa comercial escrita, el título de “iglesia y sociedad”. Escrita por un presbítero católico, la columna aborda con frecuencia textos bíblicos, pero lo hace en una perspectiva crítica, según las normas de la exégesis católica. No es que la lectura católica de la Biblia se distinga por un método científico particular, sino que simplemente reconoce que uno de los aspectos de los textos bíblicos es ser obra de autores humanos, que se han servido de sus propias capacidades de expresión y de medios que su tiempo y su medio social ponían a su disposición. Por eso la lectura católica de la Biblia usa todos los métodos y acercamientos científicos que permiten captar mejor el sentido de los textos en su contexto lingüístico, literario, socio-cultural, religioso e histórico, iluminándolos también por el estudio de sus fuentes y teniendo en cuenta la personalidad de cada autor.

Otro acercamiento a la Biblia es la lectura fundamentalista. Ésta parte del principio de que, siendo la Biblia Palabra de Dios inspirada y exenta de error, debe ser leída e interpretada literalmente en todos sus detalles. Por “interpretación literal” entiende una interpretación primaria, literalista, es decir, que excluye todo esfuerzo de comprensión de la Biblia que tenga en cuenta su crecimiento histórico y su desarrollo. Se opone, pues, al empleo de cualquier método científico para la interpretación de la Escritura.

El fundamentalismo exige una adhesión incondicionada a actitudes doctrinarias rígidas e impone, como fuente única de enseñanza sobre la vida cristiana y la salvación, una lectura de la Biblia que rehúsa todo cuestionamiento y toda investigación crítica. El problema de base de esta lectura fundamentalista es que, rechazando tener en cuenta el carácter histórico de la revelación bíblica, se vuelve incapaz de aceptar plenamente la verdad de la Encarnación misma. El fundamentalismo rehuye la relación estrecha entre lo divino y lo humano en las relaciones con Dios. Rechaza admitir que la Palabra de Dios inspirada se ha expresado en lenguaje humano, y que ha sido escrita, bajo la inspiración divina, por autores humanos, cuyas capacidades y posibilidades eran limitadas. Por esto, tiende a tratar el texto bíblico como si hubiera sido dictado palabra por palabra por el Espíritu, y no llega a reconocer que la Palabra de Dios ha sido formulada en un lenguaje y una fraseología condicionadas por tal o cual época. No concede ninguna atención a las formas literarias, y a los modos humanos de pensar presentes en los textos bíblicos, muchos de los cuales son el fruto de una elaboración que se ha extendido por largos períodos de tiempo, y lleva la marca de situaciones históricas bastante diversas.

Como si la Biblia hubiera sido escrita en castellano, quienes leen la Biblia en perspectiva fundamentalista tienen frecuentemente la tendencia a ignorar o negar los problemas que el texto bíblico presenta en la formulación hebrea, aramea o griega. Su lectura está frecuentemente ligada a una traducción determinada, antigua o moderna. Si hablamos de los evangelios, la lectura fundamentalista no tiene en cuenta el crecimiento de la tradición evangélica, sino que confunde ingenuamente el estado final de esta tradición (lo que los evangelistas han escrito) con el estado inicial (las acciones y las palabras de Jesús en la historia). Descuida por eso mismo un dato importante: el modo como las primeras comunidades cristianas han comprendido el impacto producido por Jesús de Nazaret y su mensaje.

La tendencia a una gran estrechez de puntos de vista propia del fundamentalismo se basa en una lectura no crítica de algunos textos de la Biblia y tiene muchas veces inclinación a confirmar ideas políticas y actitudes sociales marcadas por prejuicios, racistas o sexistas por ejemplo, que son completamente contrarias al Evangelio cristiano.

Es inquietante que, en los inicios del tercer milenio, la lectura fundamentalista esté encontrando tantos nuevos adeptos en grupos religiosos e iglesias cristianas, incluyendo la católica. Quizá esto esté motivado por el deseo de encontrar verdades seguras en medio de tanta confusión. Pero no hay que olvidar, ahora que estamos celebrando los doscientos años del nacimiento de Charles Darwin, el abismo infranqueable que la lectura fundamentalista abre entre religión y ciencia.

Como bien advierte el documento ‘La interpretación de la Biblia en la Iglesia’, publicado por la Pontificia Comisión Bíblica en 1993, “el acercamiento fundamentalista es peligroso, porque seduce a las personas que buscan respuestas bíblicas a sus problemas vitales. Puede engañarlas, ofreciéndoles interpretaciones piadosas pero ilusorias, en lugar de decirles que la Biblia no contiene necesariamente una respuesta inmediata a cada uno de sus problemas. El fundamentalismo invita tácitamente a una forma de suicidio del pensamiento”.

Iglesia y Sociedad

Un atropello en carnaval

2 Mar , 2009  

En el carnaval muy pocos se disfrazan. Como en “La Fiesta”, aquella vieja canción de Serrat, las carnestolendas desnudan más que disfrazan. Desnudas quedaron las autoridades municipales y las empresas cerveceras. Desnudos los medios y su pobreza informativa. Pero en este carnaval 2009, el así llamado “Carnaval de película”, quien quedó verdaderamente en cueros fue la Secretaría de Seguridad Pública.

El 20 de febrero el joven Adrián Gorocica fue detenido por más de veinte elementos de la policía estatal alrededor de las once de la noche. ¿El delito cometido? Haber intercedido ante un policía a favor de otro joven que había lanzado una botella de plástico vacía al aire durante el festejo carnavalesco.

Adrián Gorocica se resistió pacíficamente al arresto sentándose con las piernas cruzadas, sujetándose de la malla ciclónica y preguntando a los policías el motivo de su detención. La respuesta fueron golpes, golpes por todas partes. Adrián fue pateado e insultado por más de una docena de policías, quienes lo tomaban del pelo y presionaban su cara contra la malla. Cuando los refuerzos llegaron lo esposaron y lo arrastraron, jalándolo de las esposas, hasta un puesto de policía cercano al lugar de los hechos. Cuando el comandante preguntó la razón de la detención, los policías respondieron: “Operativo Carnaval”. La orden del comandante fue perentoria: “llévenselo atrás y síganle con la verguiza”.

Neyif Cruz, Marlon Amaya y Eder Poot, tres amigos de Adrián que preguntaron a los uniformados el motivo de la detención, se quejaron por los golpes que continuaba recibiendo su compañero y protegían a la novia de Adrián que era empujada por los policías con la amenaza de detenerla, también fueron detenidos y arrojados a la cama de una camioneta antimotines, cayendo éstos últimos sobre Adrián, quien previamente había sido lanzado hacia la cama de la camioneta.

Ojalá todo hubiera parado ahí. Desafortunadamente, les faltaba recorrer todavía algunos círculos más de este infierno. En el trayecto al edificio conocido como “separos”, Adrián continuó recibiendo golpes y, tomado del pelo, fue aporreado en varias ocasiones contra el suelo de la camioneta. Apenas llegado al edificio, fue pateado en los testículos “para que se parase bien” y fue amenazado con que iba a ser acusado de estar intoxicado con marihuana o cocaína. Ya en el interior del edificio, Adrián fue separado de sus compañeros y llevado a un pasillo detrás de las celdas, donde le ordenaron quitarse los pantalones y los ‘boxers’ y lo obligaron a agacharse dos veces en cuclillas. Posteriormente fue golpeado fuertemente en el pecho tres veces mientras los policías continuaban insultándolo.

Conducido a una celda donde se hallaban hacinadas más de veinte personas, ni a Adrián ni a ninguno de sus compañeros se les permitió hacer la llamada telefónica que prevé la ley con el pretexto de que a esas horas “no tenemos líneas disponibles”. Más tarde, los detenidos supieron que no habían permitido que nadie entrase a visitarlos, lo que implica que los policías los mantuvieron en incomunicación. Sólo hasta las nueve de la mañana sus familiares consiguieron visitarlos, previa gestión de un visitador de la comisión estatal de derechos humanos. Fueron dejados en libertad alrededor de la una de la tarde, sin que pagaran fianza y sin haber sido informados del motivo de su detención.

Ignoro si los policías sabían, o fueron informados de ello en algún momento, que Adrián Gorocica, estudiante del cuarto semestre de ingeniería industrial del Instituto Tecnológico de Mérida, ha participado activamente en el movimiento estudiantil en contra del alza de transporte público y en diversos actos promovidos por la Convención Nacional Democrática local. De haber tenido noticia de ello y haber utilizado la fuerza para dar un escarmiento a los jóvenes por su activismo social, la Secretaría de Seguridad Pública habría incurrido en una falta más.

El atropello, casi ausente en los medios de comunicación, desnudó también a la Codhey. Empleados de ese organismo autónomo se entrevistaron con los detenidos el 21 por la mañana, cuando éstos estaban aún en prisión. El domingo 22, una vez que habían sido liberados, los funcionarios acudieron a los domicilios de los jóvenes para que ratificasen su queja. Al menos hasta ese momento, la Codhey no contó con un médico que revisara a los detenidos, tal como lo señala el instrumento internacional de derechos humanos relativo a la tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes, conocido como “Protocolo de Estambul”.

Los jóvenes han interpuesto su denuncia penal ante la agencia 5ª del Ministerio Público. El Procurador de Justicia es el responsable de que tal denuncia reciba el trato imparcial y expedito que amerita. Los servidores públicos responsables de estos atropellos deben ser sancionados de acuerdo con la gravedad de los hechos. Ya basta con que la salvaguarda de la seguridad y el orden público siga sirviendo de pretexto para que los policías violen las leyes y los derechos de los ciudadanos y ciudadanas de manera impune.

Colofón: El pasado sábado por la mañana, un programa radial que trata de comidas y recetas culinarias, dedicó su emisión a mi persona. El conductor se unió en su programa a la campaña difamatoria enderezada contra una institución educativa privada de larga trayectoria en la que he prestado servicios litúrgicos durante los últimos años. En medio de una lamentable pobreza de argumentos despuntó la sensatez del invitado Jorge H. Álvarez Rendón, cronista de la ciudad, que se enfocó en la libertad de pensamiento y expresión –tema crucial soslayado por el conductor émulo de Torquemada– trayendo a la mesa el recuerdo de personajes célebres sujetos a inquisitoriales persecuciones. Frente a los caseros intentos de linchamiento moral, la palabra del cronista Álvarez Rendón resultó un rayo de cordura en medio de la estulticia.

Iglesia y Sociedad

Teología y corporalidad

23 Feb , 2009  

Tengo unos muy buenos amigos en Monterrey. Acaban de cumplir 30 años de matrimonio. Los observo cuando se miran a los ojos o cuando intercambian comentarios. Agradezco a Dios la oportunidad de gustar, aunque sea ocasionalmente y desde fuera, a través de la cercanía que nuestra amistad me ofrece, de un amor forjado en medio de las dificultades y vencedor de innumerables obstáculos.

Una vez conversé con un teólogo dominico. Me comentó que fue invitado a un extraño curso de teología en una universidad de los Estados Unidos. El curso se titulaba: “Bailando mi teología” y él no dejaba de preguntarse qué cosa podría aprender en un curso como ése, sobre todo cuando, leyendo las instrucciones, cayó en la cuenta de que no debería llevar la Biblia ni ningún otro libro de consulta, ni siquiera cuaderno y lápiz. Sólo se le pedía llevar ropa cómoda para participar en las sesiones.

Lo que descubrió al participar en aquel curso le cambió la manera de ver la vida. La propuesta partía de una toma de conciencia del propio cuerpo. El teólogo dominico descubrió que en los pliegues de la propia piel llevaba escritas las huellas de un diálogo amoroso con Dios. Aprendió a escuchar a su propio cuerpo, celebró sus sensaciones y supo al fin valorar hasta sus cicatrices. Reconocer en aquel curso que el cuerpo no es el equivalente a un traje que puede quitarse y ponerse, sino al revelársele como el lugar en el que realiza su existencia en el mundo –“yo soy mi cuerpo”– el teólogo dominico descubrió la falacia que se esconde, y que contumaz permanece contaminando toda nuestra reflexión teológica, detrás de una concepción dual de la existencia, que considera la materia y el espíritu como realidades opuestas y en continua competencia, valorando sólo lo espiritual y menospreciando lo que tuviera que ver con el cuerpo, la sensualidad, el goce de los sentidos, el placer, la celebración de la existencia.

¡Cómo –terminó confesando el dominico– pude predicar y escribir sobre el sacramento del matrimonio convirtiéndolo solamente en una lista de deberes y obligaciones, mientras excluía de mi reflexión moral, considerándola indigna de tratamiento teológico, la gloriosa celebración del amor corporal!

Quizá es este mismo descubrimiento el que hizo que el Padre Luis Alonso Schökel, notable jesuita y escriturista, escribiera, con su prodigiosa capacidad de síntesis poética, la hermosa introducción al Cantar de los Cantares de la que extraigo lo siguiente:

“Durante la semana que sigue a la boda los novios son rey y reina. Él y ella, sin nombre propio, son todas las parejas de la historia que repiten el milagro del amor… El tema personal lo domina todo. Pero la persona es la totalidad, no un alma que ama, no un reducto espiritual incorpóreo… al ver los amados la belleza del cuerpo amado descubren que el mundo es muy bello, como en el reposo genesiaco…. El amor del Cantar de los Cantares tiene, como todo amor humano, resquicios de temor, por eso no es del todo perfecto, porque nada humano lo es. Pero precisamente en su límite nos descubre el amor sin límites, sin sombras ni recuerdos de temor, la plenitud de amar a Dios y a todo en él”.

El Cantar de los Cantares es, así, una afirmación de cómo el cuerpo es camino a Dios. Esa es la razón por la cual el lenguaje de los grandes místicos –Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Meister Eckart y el mismo autor del Cantar de los Cantares– es un lenguaje de amor humano, completamente erótico. Por eso el Padre Alonso considera indispensable añadir:

«A causa de estas honduras o alturas, que el amor descubre e ilumina instantáneamente, algunos lectores de este libro se han lanzado a ver inmediatamente en sus versos un amor desencarnado. Han olvidado a los amantes o los han petrificado en ficciones, en claves intelectuales… No es ese el camino. Quien no crea en el amor humano de los amantes, quien tenga que pedir perdón al cuerpo, no tiene derecho a remontarse… sólo afirmando el amor humano es posible descubrir en él la revelación de Dios ‘que es amor’. No se ha dicho cosa más alta de Dios. Ni del amor”.

Son muchos los matrimonios que conozco que, como mis amigos regios –cuyos nombres me reservo porque no les gusta este tipo de propaganda– viven a plenitud la excelsa comunión de las almas y de los cuerpos. El amor que se tienen es para mí un amor evangelizador, de buena noticia. No establecen esa falsa competencia que nuestras predicaciones sobre el celibato promueven, identificando, así sea por inercia, santidad con renuncia a la corporalidad. Benditos sean, pues, aquellas parejas que han comprendido que a los diez mandamientos habría que añadirles, a sugerencia de Eduardo Galeano, el undécimo: celebrarás tu cuerpo.

Colofón: Dice el Cardenal Martini: “No todos los hombres en la iglesia son sinceros… Quien ha vivido y trabajado tanto tiempo en la iglesia como yo, seguramente ha tenido que tratar con muchos hombres difíciles. Pero, a pesar de todos los problemas, prefiero dirigir la mirada a muchos hermanos a los que debo horas y años hermosos…” Me hago eco de la misma reflexión y quiero aquí dejar constancia de la humana integridad de don Raúl Vera, obispo de Saltillo, que inmerecidamente me ha llamado amigo, y al padre Roberto Coogan, y a Noé y Fernando, cristianos de la comunidad de san Aelredo, siempre en búsqueda, siempre creativos, y a Gustavo, y a Jackie, y a tantas hermanas y hermanos de esa iglesia particular de quienes no he recibido más que afecto incondicional y testimonios edificantes… si uno los mira, no puede menos que sentirse orgulloso de ser católico.

Iglesia y Sociedad

Julio y Cristina

16 Feb , 2009  

En una historia de amor imposible, Julio Cortázar se enamoró de Cristina Peri Rossi. No hay amor más permanente, más vital, más obsesivo, que el amor imposible. Los enigmáticos “Cinco Poemas para Cris”, “Otros cinco poemas para Cris” y “Cinco últimos poemas para Cris”, publicados en el libro de Cortázar «Salvo el crepúsculo» revelaron un lado poco conocido del narrador argentino, el del poeta de una finura insospechada.

De esos poemas dice la musa inspiradora: «Él me dedicó 15 poemas y da los datos suficientes para saber que se trata de mí, pero no hizo público el reconocimiento hasta unos años antes de morir. Me pidió permiso para hacer el reconocimiento público en una entrevista y yo se lo di. Yo creo que uno tiene que estar orgulloso de los amores que siente y los amores que ha despertado. Lo más que podemos decir del amor es que nos provoca orgullo amar y que nos amen».

Los poemas ofrecen también, así sea de elegante manera y entre líneas, la razón de la imposibilidad de ese amor. En “Cinco poemas para Cris”, en el poema 1, dice el cronopio: “Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo / tu pelo tu perfume tu saliva. / Y allí del otro lado te poseo / mientras tú juegas con tu amiga / los juegos de la noche”. Y más adelante, en el poema 2, reitera: “En realidad poco me importa / que tus senos se duerman / en la azul simetría de otros senos”.

Lo mismo ocurre cuando, en la serie “Otros cinco poemas para Cris”, dice en el poema 3: “Recuerdo a Saint-Exupéry: ‘El amor / no es mirar lo que se ama / sino mirar los dos en una misma dirección’. / Pero él no sospechó que tantas veces / los dos mirábamos fascinados a una misma mujer / y que la espléndida, feliz definición / se viene al suelo como un gris pelele”. O en el espléndido poema cuatro: “Creo que no te quiero, / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorada de ese guante / que vive en la derecha”.

Finalmente, en la serie “Cinco últimos poemas para Cris”, Cortázar recurre a la mitología griega para transmitirnos la experiencia, a la vez llena de dolor y de misterio, de su amor imposible por Cristina: “Quisiera ser Tiresias esta noche / en una lenta espera boca abajo / recibirte y gemir bajo tus látigos / tus tibias medusas”. Para penetrar en la densidad de su comparación poética habría que recordar que Tiresias, el célebre adivino ciego de la mitología griega, tras separar a dos serpientes a las que habría descubierto apareándose, habría sido convertido en mujer gracias a la acción de Hera. Esta misma diosa, siete años después, hizo recobrar a Tiresias su sexo original después de que éste volviera a descubrir a dos serpientes en circunstancias similares a la primera ocasión. Por eso es que Zeus y Hera recurrieron a Tiresias para resolver un debate que sostenían a propósito de quién, el hombre o la mujer, experimentaban mayor grado de placer sexual. Tiresias concluyó que el varón experimenta una décima parte del placer que experimenta una mujer.

En 1977, en el primer volumen de relatos de Julio Cortázar que se publicó en España, el volumen titulado «Alguien anda por ahí», Cortázar incluyó un enigmático cuento: «Las caras de la medalla». Un cuento de los más enigmáticos y oscuros del autor argentino. En él, un hombre no alcanza a entender el rechazo de una mujer ni las razones de la imposibilidad práctica de mantener relaciones sexuales. Al misterio que se cierne sobre este cuento se añaden dos circunstancias: la extraña dedicatoria (“a la que un día lo leerá, ya tarde como siempre”), y unas líneas que en 1978 escribiera Cortázar a su amigo Jaime Alazraki, uno de sus mejores críticos. En ellas, Julio señalaba: “En Alguien que anda por ahí hay amargos pedazos de mi vida, por ejemplo Las caras de la medalla, cuya historia siguió y terminó en otro cuento muy largo que escribí hace meses y que entrará en otro libro, si libro hay; se llama ‘Ciao, Verona’, y fue tan duro de escribir como el otro”.

El tal cuento «Ciao, Verona» no fue nunca incluido por Cortázar en los dos libros de cuentos que publicó con posterioridad («Queremos tanto a Glenda» y «Deshoras»), así que permaneció inédito y su única copia olvidada en una biblioteca de la Universidad de Tejas. De manera que cuando Alfaguara publicó sus cuentos completos, no incluyó «Ciao, Verona». El mes de febrero de 2007 se encontró la versión original, hecha en máquina de escribir y con correcciones manuscritas de indudable caligrafía cortazariana, de este “cuento muy largo” (17 páginas). Con la lectura de «Ciao, Verona», inédito por 30 años y finalmente publicado en diciembre de 2007, el lector puede entender mucho mejor el cuento «Las caras de la medalla».

«Ciao, Verona», toma la forma narrativa de una muy extensa carta que Mireille le dirige a su amada Lamia. En ella le habla de la frustrada intentona de Javier por enamorarla y del encuentro entre ellos dos, acaso el último, sostenido en Verona, y que es narrado como la contraparte del cuento «Las caras de la medalla», donde es la voz masculina la que narra el desencuentro. «Ciao, Verona» es, por así decirlo, la versión femenina de tal frustrada entrevista amorosa.

Hablando de Javier (y, para quien sabe entender, del cuento «Las caras de la medalla») Mireille dice: “Su estúpido error -entre tantísimos otros- estuvo en creer que su texto nos abarcaba y de alguna manera nos resumía; creyó por escritor y por vanidoso, que tal vez son la misma cosa, que las frases donde hablaba de él y de mí usando el plural completaban una visión de conjunto y me concedían la parte que me tocaba, el ángulo visual que yo hubiera tenido el derecho de reclamar en ese texto. La ventaja de no ser escritora es que ahora te voy a hablar de él honesta y simple y epistolarmente en primera persona…”

Yo digo que «Ciao Verona» es otro de los capítulos –junto con la colección de poemas a los que hice referencia al inicio de estas líneas y con el cuento «Las caras de la medalla»– de aquella misma historia de amor imposible entre Cortázar y Cristina Peri Rossi. Ya se sabe, como dirá el mismo Julio, que “es obsceno escribir estas cosas, darlas a los mirones. Qué quieres, están los que van a confesarse a las iglesias, están los que escriben interminables cartas y también los que fingen urdir una novela o un cuento con sus aconteceres personales. Qué quieres, el amor pide calle, pide viento, no sabe morir en la soledad. Detrás de este triste espectáculo de palabras tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no me haya muerto del todo en tu memoria”.

Usted puede confirmar o contradecir esta intuición leyendo los dos cuentos seguidos y acompañándolos del poema 3 de los “Cinco últimos poemas para Cris”, que ahora transcribo como homenaje al entrañable cronopio en el 25º aniversario de su desaparición física. Para mí ha sido una muy buena manera de unirme al sentido homenaje que en muchas partes del mundo se ofrece en honor del entrañable Julio. Me callo ahora, para dar paso al poema cortazariano:

3. Nunca sabré por qué tu legua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.

Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.

Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.

Iglesia y Sociedad

Verdad y disenso

9 Feb , 2009  

Hacia fines del año 2003, por iniciativa del Dr. Luis A. Várguez Pasos, profesor de la facultad de antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán, nos reunimos en las antiguas aulas de la facultad Elizabeth Juárez, Renée de la Torre, Rubén Ruiz y un servidor. El objetivo era poner en común trabajos que cada uno hubiera elaborado y que tuvieran como denominador común la relación entre religión y derechos humanos.

Durante varias jornadas conversamos animadamente con otros profesores y estudiantes avanzados de antropología social sobre el tema que nos reunía. Cada uno asumió las críticas vertidas en la discusión y reformó el documento inicial con el que había llegado al debate. El Dr. Várguez Pasos, en un minucioso trabajo de edición en el que fue auxiliado por el entonces estudiante Pedro Chalé, ha reunido los cuatro documentos, precedidos por una introducción de su propia pluma, en el volumen titulado “Religión y Derechos Humanos. Perspectivas y realidades múltiples” (Ediciones UADY, Mérida 2008) que ha visto la luz recientemente y que puede adquirirse en las librerías de la UADY.

Ya en aquel artículo de 2003, que ahora es publicado en esta obra, había yo esbozado un tema que me preocupa particularmente porque representa un reto –y a veces un punto de quiebre– en la relación entre las iglesias y la cultura de los derechos humanos: el derecho a la verdad y al disenso.

Como sabemos, la historia de las iglesias cristianas ha estado siempre llena de conflictos. Conforme se fue definiendo el conjunto de verdades que formarían el contenido básico de la religión, fueron surgiendo también personas que opinaban diferente. Así surgieron en la iglesia las primeras herejías. El diccionario define así la herejía: “error en materia de fe, sostenido con pertinacia”. Y define hereje diciendo: “cristiano que en materia de fe se opone con pertinacia a lo que cree y propone la Iglesia Católica”.

Las herejías no fueron otra cosa sino disputas internas mientras el cristianismo fue una religión entre otras. Pero cuando la religión católica se convirtió en religión oficial las cosas cambiaron. La situación se volvió particularmente grave en los siglos XVI y XVII porque las personas acusadas de herejía se convertían, por ese mismo hecho, en delincuentes que eran entregados a las autoridades civiles. En España se modeló la institución eclesiástica conocida como Tribunal de la Santa Inquisición, que no solamente juzgaba y sentenciaba a quienes se apartaban de la recta doctrina, sino que entregaba a los sentenciados al poder civil, para que recibieran el castigo a su falta. De esa manera, muchos disidentes fueron condenados a cárcel y no pocos fueron ejecutados públicamente. Algunos de los casos más famosos son los de Galileo Galilei, obligado a abjurar de sus conquistas científicas, y Giordano Bruno, quemado vivo en un mercado de Roma por no haber querido retractarse de sus pensamientos.

Me ha parecido pertinente analizar en el libro al que hoy hago referencia, cuáles son los presupuestos de acciones de este tipo. Sostengo en dicha publicación que cualquier acción que pretenda la defensa de la verdad se basa en algunos presupuestos:
1. La verdad es un don recibido, no una conquista comunitaria. No buscamos juntos la verdad; lo único que podemos hacer es aceptarla tal como nos fue entregada.
2. Esto implica que la comprensión de la verdad, para que sea recta y no desviada, debe estar de acuerdo con quienes tienen la autoridad en la iglesia. La comunidad de los creyentes se divide así, inevitablemente, en un grupo que enseña con autoridad y otro grupo que recibe la enseñanza. Así lo expresaba el Papa Pío X cuando decía: “Dice la Escritura, y lo confirma la doctrina entregada por los Padres, que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, administrado por la autoridad de los pastores y doctores, es decir, una sociedad de hombres en la que algunos presiden a los demás con plena y perfecta potestad de regir, enseñar y juzgar. Es, por consiguiente, esta sociedad, por la fuerza misma de su naturaleza, desigual. Comprende un doble orden de personas, los pastores y el rebaño… y estas órdenes hasta tal punto son distintos entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad; en cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores”. (Encíclica Vehementer Nos, del 11 de febrero de 1906)
3. Esta iglesia de desiguales, que se entiende a sí misma sólo a partir de la jerarquía y no del Pueblo de Dios en su conjunto, no es comprensible sino leída desde la categoría del poder. La iglesia es concebida como una pirámide en cuya cumbre está el Papa. A esta concepción del Papado como poder sin límites le debemos, por ejemplo, que el Papa se haya considerado con derecho a conceder todos los bienes de América a los reyes españoles, como si le pertenecieran (Alejandro VI, Bula Inter Caetera)

La nueva cultura de los derechos humanos, construida a partir de la ancestral sabiduría de la humanidad y de la dolorosa experiencia de tantos abusos y sufrimientos infligidos por quienes han detentado el poder en todos los ámbitos, plantea algunas interrogantes a esta manera de concebir el derecho a la verdad. Elenco ahora algunas de ellas:
a) ¿Tiene derecho la jerarquía eclesiástica a imponer, aun cuando lo fundamentase en la verdad revelada, un solo modelo de seguimiento de Jesús?
b) ¿Puede la iglesia extender su magisterio a campos que son ajenos al contenido religioso propiamente dicho, como apoyar un determinado sistema político o social en detrimento de otros, como de hecho lo hizo en tiempos pasados al defender la monarquía frente a la república? ¿Qué limitaciones tiene este tipo de intervención?
c) ¿Cómo puede armonizarse la defensa de la verdad revelada con el principio ético del respeto a la conciencia individual, reconocida por la misma iglesia como el tribunal último de las acciones humanas? ¿Es lícito el disenso en la iglesia? ¿Hasta qué punto?
d) La ética de los derechos humanos que se ha ido construyendo a lo largo de los últimos años, ¿podría llegar a ser el punto de referencia para enjuiciar la conveniencia o inconveniencia de una determinada práctica religiosa?
e) El reconocimiento público que hizo en 1995 el Papa Juan Pablo II de los errores de la iglesia en el juicio celebrado contra Galileo Galilei ¿abona algo a favor de una nueva visión de conceptos tales como “naturaleza”, “ciencia”, etc., que pueda ser utilizado en otros campos discutidos como el de la clonación, la manipulación genética o el control de la natalidad?

Son muchas preguntas abiertas a las que solamente una paciente reflexión de la comunidad cristiana en su conjunto encontrará cabal respuesta. Yo considero que la búsqueda de la verdad es una tarea comunitaria en la que todos y todas podemos y debemos participar. Buscar un sano equilibrio entre la verdad revelada y el servicio al mundo puede ser una clave válida. Por otro lado, pienso que las iglesias cristianas aprenderemos de nuestra propia historia y terminaremos aceptando que la acción de Dios se escribe también con las imperfectas letras de la historia, de los acontecimientos, de los cambios de mentalidad, de la evolución de la conciencia colectiva.

Iglesia y Sociedad

El cardenal Martini, un hombre libre

2 Feb , 2009  

La semana pasada asistí a la XX asamblea de la Asociación de Biblistas Mexicanos (ABM), a la que pertenezco desde su fundación. Por una deferencia del actual presidente de la asociación, fui invitado a exponer mi experiencia en el pasado Sínodo 2008, al que me he referido en este mismo espacio.
Las reuniones de la ABM me gustan mucho. A pesar de un formato asaz rígido (la reunión de tres días es una sucesión de conferencias y debates), la asamblea permite a los exegetas enterarse de las discusiones más recientes en el campo de la ciencia bíblica, compartir con los demás las propias búsquedas intelectuales y, dado que la mayor parte de los/as participantes son profesores y/o investigadores, la asamblea resulta especialmente pertinente para quienes por muy diversas razones no ejercemos la docencia.

La asamblea es, además, una magnífica oportunidad de reencontrar viejos amigos, antiguos compañeros de estudios y de parrandas, a quienes vemos solamente en esta congregación anual. Conviven durante tres días de fecundas discusiones algunos de los más connotados biblistas de México, como Carlos Junco, director del proyecto de traducción de La Biblia de la Iglesia en América que deberá ver la luz en el año 2014, junto con estudiantes del área bíblica de la facultad de teología de la Universidad Pontificia de México, profesores de seminarios, biblistas mexicanos que trabajan en el extranjero, religiosos y religiosas cuyo carisma los ha llevado a trabajar en la pastoral bíblica, laicos y laicas profesores de institutos bíblicos, etc. Todo esto aderezado con la hospitalidad de los anfitriones, en este caso, la comunidad parroquial de Barra de Navidad, Jalisco.

Yo recibí en esta asamblea un regalo especial. En estos días borrascosos en que necesito figuras que me ayuden a amar a la iglesia católica, Dios me ha bendecido porque he encontré en Barra de Navidad el más reciente libro del Cardenal Carlo María Martini, arzobispo emérito de Milán. Como se sabe, el Cardenal Martini tiene más de treinta títulos… ¿por qué habría de considerar un regalo especial éste? Lo que pasa es que en esta ocasión el título, originalmente publicado en alemán y hasta hace poco traducido al castellano, no aborda sus acostumbrados temas bíblicos, sino que es una larga conversación con el jesuita austriaco Georg Sporschill, que vive dedicado al trabajo con niños y niñas en situación de calle y jóvenes desamparados en Europa del Este.

El libro, a caballo entre conversación y entrevista, le plantea al cardenal algunas de las cuestiones que más preocupan a los jóvenes con los que trabaja Sporschill. Sin tapujos son enlistados temas apasionantes: el infierno y el purgatorio, lo esencial del cristianismo, cómo relacionarse con personas de otras religiones, cuestiones –faltaba más– de moral sexual, etc.

Las respuestas dan cuenta que el Cardenal Martini, con sus más de ochenta años a cuestas, es con mucho el hombre de espíritu más joven en todo el colegio cardenalicio: pujante, esclarecedor, sin miedo, lúcido, a muchos kilómetros de distancia de tantos jerarcas aburridos y anquilosados. Se trata de un hombre vivo, no de una máquina de obediencias; un pensador de cabeza propia, no un repetidor de fórmulas hechas por otros; un auténtico discípulo de Jesús, no un funcionario de moderna sinagoga; un hombre tembloroso, que espera humildemente una salvación por gracia y no el orgulloso poseedor de la verdad y de la llave de la salvación. Monseñor Martini es, si se me permite la licencia, un contra-cardenal.

No pretendo ahora suplir la lectura que cada uno de los pacientes lectores y lectoras de esta columna podría hacer de este delicioso libro. Quiero solamente ofrecerles una probadita de la audacia del Cardenal Martini, audacia que sólo puede concebirse en un hombre libre, de esos que tanta falta hace hoy a nuestra iglesia:

Sobre el infierno: “Yo tengo la esperanza de que, tarde o temprano, Dios redime a todos… ¿Se le ocurre a Dios alguna otra cosa después de que nosotros hemos frustrado todas nuestras posibilidades en esta vida? Sí. Existe el infierno, sólo que nadie sabe si en él hay alguien… Stalingrado y el Holocausto son verdaderos infiernos. El infierno en la predicación de Jesús es una advertencia en el sentido de vivir de tal manera que nunca produzcamos el infierno y nunca vayamos a parar en él… Yo sigo sosteniendo la fe en que, al final, el amor de Dios es más fuerte”.

Sobre el purgatorio: “El purgatorio es una representación humana de la forma en que se puede ser preservado del infierno. En el purgatorio los hombres –dicho con una expresión moderna– son sometidos a terapia hasta que se abren y pueden recibir el amor de Dios. Que alguien malo pueda ser salvado por el amor misericordioso de Dios es algo que supera nuestra capacidad de imaginación”.
Sobre si Jesús trataría hoy a la iglesia como trató a los fariseos es su tiempo: “Sí. Jesús amaba a los fariseos. Eran sus compañeros, sus colegas. Con ellos se enfrentó y disputó. Creo que si regresara hoy lo haría aún más. Lucharía con los actuales responsables de la iglesia y les recordaría que su tarea abarca al mundo entero. Les recordaría que no deben estar cerrados sobre sí mismos, sino mirar más allá de la propia institución”.

Sobre el ecumenismo: “En el curso de mi larga vida me he encontrado con muchas y diferentes iglesias y comunidades religiosas. Cuanto más vivo con otros, tanto más amo a la iglesia. El contacto con personas de otras creencias es algo que sólo puedo aconsejar. Esas personas te preguntarán por qué eres católico. Entonces buscarás una respuesta y darás testimonio. Te alegrarás de ser católico y también te alegrarás de que el otro sea católico y musulmán”.

Sobre la Humanae Vitae: “Lo más triste es que la encíclica es en parte culpable de que muchos ya no tomen más en serio a la iglesia como interlocutora o como maestra. Estoy firmemente convencido de que la conducción de la iglesia puede mostrar un camino mejor del que logró mostrar la Humanae Vitae. La iglesia recuperará con ello credibilidad y competencia. Es un signo de grandeza y de seguridad en sí mismo que alguien pueda admitir sus faltas y la estrechez de su visión de antaño”.
Podría seguir así con más temas: el papel de la mujer, la consideración de la homosexualidad, las fuerzas contrarias al Concilio Vaticano II, la relación con el Islam, la posición política de Jesús y muchos más. La impresión final es deslumbrante: un cardenal así de cristiano es una perla preciosa. Con un Papa de esa audacia y valentía, otro gallo nos cantara.

Colofón: La ficha bibliográfica es MARTINI Carlo M., Coloquios nocturnos en Jerusalén, (Ed. San Pablo, Madrid 2008). Dado que publicado por los padres paulinos, supongo que estará a la venta en su librería de la 62 con 59. Buena lectura.

Iglesia y Sociedad

La salvación de la iglesia

26 Ene , 2009  

A Miguel Arias lo conozco desde hace varios años. Y debo confesar que me he encontrado poca gente que ame tan intensa y profundamente a la iglesia católica. Miguel no es ingenuo: es simplemente creyente. Vive en los Estados Unidos, de manera que conoce de cerca los escándalos de ministros pederastas y otros problemas que, aunque menos escandalosos, no son por ello menos graves.

La última vez que conversamos, Miguel se expresó muy bien de un obispo norteamericano. Me contó que, siendo este obispo todavía párroco, se organizó una actividad muy importante en el templo parroquial donde él trabajaba, que contaría con una gran afluencia de personas. Una señora hispana llegó a solicitar permiso para poder poner un puesto de venta de golosinas. El párroco estaba en su oficina, en el segundo piso. Los encargados le dijeron a la mujer que había normas en la parroquia que no permitían que pudiera venderse nada. La señora dio las gracias con cara triste, comentando que pensó que habría sido una buena oportunidad para juntar un poco de dinero y así poder comprar a sus hijos algunos juguetes para la navidad que se aproximaba.

Antes de que la señora dejara la oficina, el párroco, que había escuchado todo desde su oficina, bajó y, después de saludar a la señora, le entregó 400 dólares para que sus hijos pudieran tener regalos en la navidad. Cuando Miguel terminó su relato dijo con voz emocionada: “Ésa es la gente que salva a la iglesia, chingaos”.

Quisiera que mi amor por la iglesia fuera tan hondo como el de Miguel. Quisiera tener su capacidad de asombrarse ante un gesto fraterno y ver en él a la otra iglesia posible, brotando ahí, entre charcas de lodo burocrático. Por eso, imitándolo, quiero hablar hoy de una persona de ésas que salva a la iglesia.

La ocasión me la da el hecho de que el domingo pasado inició en todo el país una serie de actividades que se realizarán durante todo este año para celebrar los 50 años de servicio pastoral de don Samuel Ruiz García, obispo emérito de san Cristóbal de Las Casas.

Nacido en Irapuato en 1924 y consagrado obispo de san Cristóbal en el año de 1960, don Samuel acompañó y apoyó durante cuarenta años la construcción del único ejemplo de iglesia autóctona en todo el continente. Participó en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín. En noviembre de 1997 fue víctima de un atentado contra su vida, del que resultaron heridos tres catequistas que lo acompañaban. Desde el año 2000 vive en Querétaro como obispo emérito y ha podido desde ahí continuar su ardua labor profética. Su trabajo pastoral ha sido ampliamente reconocido y ha desempeñado labores de mediación entre el EZLN y el gobierno de Zedillo y, más recientemente, con más de ochenta años, entre el EPR y el gobierno de Calderón.

Hombre de fe, acrisolado en medio de un pueblo empobrecido y creyente, don Samuel sigue siendo para muchos un testimonio vivo de seguimiento de Jesús. Son apenas de abril pasado las palabras que hoy comparto con las pacientes lectoras y lectores de esta columna. Una pequeña muestra de que la ni la edad ni las persecuciones (que también las hubo dentro de la iglesia, y por mano de sus mismos hermanos de mitra y báculo… pero no hablaremos de estas bajezas porque este artículo está dedicado a las personas que salvan a la iglesia, no a las que la pierden) han logrado doblegar su ánimo profético. Vayan pues estas palabras pronunciadas por don Samuel Ruiz García en Colombia:

“La hegemonía imperial del gobierno y la economía de los Estados Unidos de Norteamérica pesan de una nueva manera en el mundo, reduciendo los márgenes en que las soberanías nacionales puedan generar alternativas. Somos testigos de cómo la religión es invocada para justificar guerras de invasión y exterminio. Todavía, en pleno siglo XXI, aparecen iluminados fundamentalistas que invocan a un dios que les ordena invadir otros países, someter a otros pueblos, torturar a los indefensos y matar a quienes se opongan a estos mal llamados ‘designios divinos’.

“En otros casos, como en Chiapas, la religión es utilizada por los poderosos —gobernantes, terratenientes, latifundistas o dueños de trasnacionales— como justificante para expulsar y en algunos casos masacrar a comunidades enteras. La práctica de distintas religiones o la pertenencia a distintas Iglesias, es manipulada para inventar los llamados “conflictos religiosos” y así tratar de explicar las invasiones y la persecución a personas, familias o pueblos de la región.

“La paz que buscamos no puede separase de la justicia. ¡No puede haber Paz sin Justicia!, particularmente sin justicia social. Sin justicia social, la verdadera paz está ausente, puesto que paz, bien lo sabemos, no significa simplemente ausencia de guerra. La paz no corresponde a una actitud conservadora. Por el contrario, la paz está asociada a la voluntad de cambio que alienta las transformaciones urgentes de las condiciones de vida de las mayorías.

“Así, además de detener la guerra global y de sanar aquellas sociedades desgarradas, la Paz es la construcción de condiciones de equidad que resuelvan las causas, y no solo ofrezcan salidas a los efectos y actores de los conflictos. La paz es un asunto de derecho y de justicia, no sólo de fuerzas. Por ello, la paz no rehuye a los conflictos, los enfrenta y convierte en oportunidad de cambios en términos de justicia y dignidad. Las religiones y los creyentes debemos estar atentos a estos “signos de los tiempos”, para convertir en oportunidades de cambio real aquellas situaciones de injusticia de la que somos testigos.

“Luchar por la paz significa tomar una posición integral que, pasando por cuestionar al sistema capitalista neoliberal, nos interpele también en la justificación de la violencia, como si fuera ésta el único camino para enfrentar la injusticia. Dentro del conjunto de señales o manifestaciones mundiales diversas que están actuando hacia la construcción de otro mundo, se destaca la emergencia de los pobres, de los pueblos indígenas y de los movimientos sociales encabezados por obreros, campesinos sin tierra y pobladores de las zonas marginales.

“La pobreza agudizada por este sistema dominante, provoca un proceso colectivo de toma de conciencia de la globalización de los derechos humanos. Mientras arriba se globaliza el poder, abajo se globalizan los derechos y se articulan solidariamente los movimientos sociales. Se visualiza con esperanza la fuerza globalizadora de los excluidos, que no aceptan que este sistema sea el definitivo, sino que vehementemente expresan que otro sistema, donde la justicia y la verdad resplandezcan, es urgente, y posible; sistema en el que lo constitutivo no sea la concentración del lucro, sino la distribución de los recursos; en el que no sea el individualismo egoísta, sino la dimensión comunitaria y el respeto a la dignidad humana lo que esté por encima del valor de lo económico”.

Iglesia y Sociedad

La justificación religiosa de la discriminación

19 Ene , 2009  

Le llaman el ‘aerolito lucano’ dentro del evangelio de Juan. Se trata de un texto evangélico harto conocido. Me refiero al relato que ocupa los primeros once versículos del capítulo ocho. La nota de la Biblia de nuestro pueblo señala que “esta narración se ubicaría muy bien después de Lucas 21,37. En su actual contexto literario rompe el discurso que el evangelista está realizando. El tema y el vocabulario son mucho más cercanos a Lucas que a Juan…”. Pero lo que a mí me interesa ahora es mostrar cómo este relato ofrece, en su deliciosa simplicidad, la confirmación de que los cuatro evangelios, incluido el de Juan, están de acuerdo en que si algo enojaba al Maestro de Nazaret era la utilización de la Biblia y del discurso religioso para mantener situaciones de opresión y/o discriminación.

La historia relata el encuentro de Jesús con una turba furiosa. Dicha turba es encabezada por escribas y fariseos. Camino a la ejecución, la turba se detiene delante de Jesús y los escribas y fariseos se adelantan para presentarle a una mujer sorprendida en adulterio. El planteamiento de los estudiosos de la Biblia parece taxativo: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés ordena que mujeres como éstas sean apedreadas; tú ¿qué dices?”. La trampa está perfectamente preparada. Se trata de una deducción simple: ahí hay una mujer declarada adúltera, hay también un texto bíblico de condena, falta solamente aplicar el castigo previsto. No parece haber ningún espacio de maniobra.

Y no obstante este implacable apego a la palabra revelada por Dios a Moisés, Jesús no parece estar de acuerdo con la medida propuesta por los intérpretes más autorizados de la Biblia. Algo huele mal en esta propuesta. No en balde el mismo evangelista se cuida bien de anotar que los escribas y fariseos le habían propuesto a Jesús este cuestionamiento “para ponerlo a prueba y para tener de qué acusarlo”. Con una estrategia que no puede sino ser calificada de astuta, Jesús logra que la ejecución de la pena sea evitada y que toda aquella turba, incluyendo a los escribas y fariseos, terminen “retirándose uno a uno, empezando por los más ancianos hasta el último de ellos”.

Entre la presentación inicial de la mujer ante el maestro nazareno y el final abandono avergonzado de quienes la acusaban, el texto nos cuenta que Jesús “se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo”. Este gesto de Jesús ha tenido a través de los siglos interpretaciones diversas. La más extendida sostiene que Jesús se habría inclinado a escribir en el suelo las culpas de aquellos cruentos acusadores. Es esta interpretación la que parece subyacer a comentarios como el que trae la Biblia de nuestro pueblo, aquí citada de nuevo, cuando dice: “La narración nos recuerda que todos tenemos techo de cristal, por lo que no debemos tirar piedras al del vecino”.

Sin embargo, a pesar de la seducción que ejerce esta interpretación, yo prefiero aquella que me compartiera alguna vez mi padrino de ordenación, el difunto padre Regino Sánchez, meditador acucioso de los textos bíblicos. Sostenía Regino, en una lectura que puede parecer psicologista, pero que no repugna en absoluto al conjunto del relato, que el gesto de Jesús habría sido la manifestación de un estado de shock. Desconectado por un momento de la realidad, Jesús se habría inclinado hacia el suelo, no para escribir nada inteligible, sino como producto del estado de perplejidad en el que quedó después de la pregunta de los escribas y fariseos.

Me gusta la interpretación de Regino porque apunta a algunos elementos no inmediatamente visibles en el texto, pero que su aguda sintonía con el espíritu del conjunto del relato le hicieron adivinar. “¿Te imaginas –me dijo emocionado– qué impactado debió haber quedado Jesús ante la dureza del corazón de quienes se supone eran las personas más religiosas?… ¡Querer matar a una pobre mujer y, para colmo, usar la Biblia como pretexto!”.

Regino casi saltó de alegría cuando sintió que su intuición fue confirmada por un dato que él no conocía y que yo le compartí en una de las conversaciones sobre la Biblia que algunos presbíteros del decanato sosteníamos en la parroquia de Dzemul: que el texto argumentado por los escribas y fariseos para justificar la condena y ejecución de aquella mujer adúltera (Deuteronomio 22,22; Levítico 20,10) condenaba a muerte no solamente a la mujer, como los escribas y fariseos hacen suponer en su breve intercambio de palabras con Jesús, sino que mandaba castigar con la muerte a ambos, hombre y mujer… ¿Dónde estaba, pues, el varón que fue sorprendido en flagrante adulterio? ¿Por qué no está siendo también él llevado a la lapidación? Si es imposible atribuir ignorancia a los escribas, conocedores profundos de la ley mosaica, ¿cómo explicaresta interpretación del texto, perversa y discriminatoria?

Esta interpretación dolosa de la Ley responde a un esquema de pensamiento que actualmente denominamos machista o patriarcal. No es un error de interpretación que los escribas y fariseos no hubieran detenido al adúltero para aplicarle el precepto mosaico. Era la manera habitual de actuar, la ley del embudo: todas las ventajas para los varones, todas las cargas y desventajas para la mujer. La religión puesta al servicio de una inicua manera de ver la vida.

Las palabras de Jesús dirigidas a la mujer, “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿nadie te ha condenado?… tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más”, constituyen un reproche adolorido contra quienes, entonces y en todos los tiempos, usan el mensaje de Dios, mensaje de compasión y perdón, para asestar condenas contra los más débiles. Pero ya lo decía el obispo poeta: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo. Como si no aprendiéramos la lección de Jn 8,1-11, mutatis mutandi, muchas veces seguimos haciéndonos ciegos ante leyes que producen desigualdad y justificamos con interpretaciones religiosas la permanencia de situaciones que producen sufrimiento a las personas. Y fue por eso por lo que Jesús predicó y entregó su vida: para que ya nadie más, nunca, usara el nombre de Dios para justificar injusticias.

Colofón: Afuera es una tortura que no se soporta por más de cinco minutos. Pero desde adentro, desde la ventana de una tibia habitación, la nevada que de manera interrumpida cae sobre Chicago en estos días es un espectáculo de espectacular hermosura. Uno no puede sino pensar en Dios.

Iglesia y Sociedad

La fiesta del bautismo de Jesús

12 Ene , 2009  

El domingo pasado celebramos en toda la iglesia católica latina la fiesta del Bautismo del Señor, con la que se concluye el tiempo de la navidad. Hay algunas personas a las que les extraña que la celebración de la navidad se extienda hasta este domingo. Acostumbrados a dejarse guiar por los dictados de la mercadotecnia, hay personas para quienes el tiempo navideño comienza desde el mes de octubre, cuando, aun antes de que llegue la celebración de los fieles difuntos, las tiendas se llenan de renos y gordos barbones vestidos de rojo. Y se termina cuando ya no hay árboles navideños ni esferas a la venta en los supermercados. Para la liturgia de la iglesia, en cambio, el tiempo de navidad inicia con la noche buena y concluye el domingo siguiente al 6 de enero, con la fiesta a la que ahora hago referencia.

La fiesta del bautismo del Señor nos recuerda varias cosas importantes a las que quiero referirme en esta entrega. En primer lugar, nos muestra que el misterio de la encarnación que celebramos en la navidad (el Hijo de Dios que se hace hijo de los hombres, es decir, que toma carne de nuestra carne y asume nuestra naturaleza humana) es mucho más que la contemplación de Jesús niño. Terminar el tiempo de navidad fijando la mirada en Jesús adulto que, saliendo del agua del Jordán y lleno del Espíritu Santo, inicia su misión evangelizadora, nos ayuda a mirar el misterio de Cristo Jesús como un todo orgánico.

Me explico. Hay un cierto riesgo en quedarnos solamente con la contemplación de Jesús niño. Invadidos por la ternura que nos provoca el pesebre de Belén, nos olvidamos que ese mismo Jesús es el que anunciará las bienaventuranzas como camino de vida para los cristianos y que enfrentará con valentía los poderes de su tiempo, hasta ser ajusticiado y morir asesinado en la cruz. El mismo evangelista san Mateo, en su relato sobre la infancia de Jesús, nos presenta en el texto de la visita de los magos de oriente una profecía que se cumplirá algunos años después: el rechazo que Jesús experimentará por parte del poder político (Herodes) y religioso (escribas).

Quedarse solamente con la devoción hacia Jesús niño, desligándolo del proyecto de vida que nos ofrecerá cuando adulto y por el que llegará hasta la entrega de su propia vida, es cómodo, paralizante y nos exige poco compromiso. Quizá por eso la iglesia en su liturgia limita a un tiempo intenso, pero breve, a la contemplación del misterio de la infancia de Jesús.

La fiesta del bautismo del Señor está inevitablemente ligada al recuerdo de nuestro propio bautismo. La evocación de Jesús entrando en el Jordán para ser bautizado no puede sino llevar nuestra mente y nuestro corazón, irremediablemente, al bautismo que cada uno de nosotros ha recibido.

Para todas las iglesia cristianas el bautismo es un sacramento. Ya desde muy pronto, en los mismos textos del Nuevo Testamento, se habla del bautismo como de una regeneración, de un nuevo nacimiento. Con estas expresiones las primeras comunidades afirmaban su fe en que el bautismo no era solamente un rito de admisión a la comunidad cristiana, sino que nos configuraba con Cristo de tal manera, que el bautizado se transformaba en una nueva criatura, lleno del Espíritu Santo, capacitado para continuar en la historia la misma misión de Jesús.

El bautismo es, pues, para los cristianos y cristianas un don inmerecido. Por eso lo agradecemos. Hijos/as de Dios, discípulos/as de Cristo, templos del Espíritu Santo, los cristianos descubrimos en el bautismo el mayor de los regalos y la fuente de nuestra dignidad más alta. Pero el bautismo no es solamente un regalo: es también un compromiso. Quien recibe la inestimable dignidad de ser hijo/a de Dios, no puede más que comprometerse a vivir como hermano/a de los demás. Si el mundo no es hoy una casa de justicia y de hermandad, es porque los bautizados no hemos hecho lo suficientemente bien nuestra tarea. A eso se refiere el pasaje de la primera carta de san Juan proclamado como segunda lectura el domingo pasado, cuando dice que el Hijo de Dios vino no solamente por el agua, sino por el agua y la sangre, subrayando así que al gozo de la encarnación se uniría muy pronto la entrega dolorosa de la vida. Así sucede con la persona bautizada: adquiere la elevada tarea de construir el Reino de Dios en medio del mundo, de transformar esta sociedad en la que vivimos en el otro mundo posible en el que la justicia, la libertad, la democracia y la paz sean mucho más que las caricaturas que conocemos. Y ese compromiso es, inevitablemente, un camino de cruz.

Que ser hijos e hijas de Dios es la dignidad fundamental de todo cristiano, es una verdad que fue repetida y consagrada por el Concilio Vaticano II. Desde esta columna ofrezco disculpas a los fieles por todas las veces en que los discursos piadosos pronunciados en los púlpitos, sobre todo cuando se hace referencia a la vida consagrada, dan la apariencia de que en la comunidad cristiana hubiera distintas categorías de personas: las de primera clase, que habrían recibido como regalo una vocación por encima de las demás, y las de segunda clase, llamadas solamente a mirar, acaso con envidia, a quienes poseen una vocación superior que a ellas no les ha tocado en suerte.

Ninguna teología más perniciosa que ésa, porque tiene como objetivo justificar la desigualdad dentro de la iglesia. La dignidad cristiana reside en ser hijos e hijas de Dios. Y esa única dignidad es común para todos los bautizados y bautizadas. La misión que tenemos los cristianos y cristianas es también la misma para todos: construir y hacer presente el Reino de Dios en el mundo a través de la transformación de los corazones y las estructuras de la sociedad. Es solamente en los servicios que prestamos donde se dan las distinciones, ya que el Señor llama a unos a un determinado servicio y a otro a un servicio distinto. Convertir los ministerios o servicios en factor de desigualdad y de acumulación de poder es una de las más vergonzosas desviaciones del evangelio.

Así que cuando escuchen una predicación en la que la santidad se presente como un llamado reducido a solamente una sección privilegiada en la iglesia, o en la que se haga distinción de categorías entre los creyentes, como si hubiera cristianos y cristianas de primera y segunda clase, sepan que están escuchando una herejía, así la pronuncie el ministro más encumbrado.

Colofón: Sucede, decía el poeta chileno, que me canso de ser hombre. La masacre desatada en la franja de Gaza es inaceptable: duele, entristece, avergüenza, merece la condena de todos y todas.