Aturdido por la velocidad de la jornada y sus resultados.
Enojado por lo que pudo ser y no fue… y, claro, también por lo que sí fue.
Asqueado por los entretelones de la contienda y las camisetas que identificaron la compra y coacción.
Decepcionado de eso que llaman “cultura política” de las masas.
Persuadido de que las elecciones no son lo más importante…
De todas formas, sigo estupefacto:
¿Qué pasará si, dentro de tres meses, el IFE certifica el uso de dinero ilegal en la campaña de Peña Nieto?
¿Qué hará, si lo que procedería según la ley sería anular el resultado de las elecciones?
¿Quién nos devuelve la posibilidad perdida este 1 de julio?
Como ustedes verán, simplemente no hay condiciones… para una columna serena.
No con esta depre.
Así que nos veremos en este espacio hasta la próxima semana
He estado otras veces en este mismo salón. He colaborado con el Centro de Estudios Superiores sobre Sexualidad (CESSEX) en clases y conferencias. He participado también, al menos una vez, presentando un libro. Nunca me había sentido tan incómodo como ahora. Ha de ser porque en esta ocasión se trata de un libro mío. Pero lo que convierte a la situación en algo casi angustiante, es que no se trata de otro libro sobre Biblia. No se trata tampoco de otro libro en el que sostenga y argumente mi posición sobre la diversidad sexual. Se trata de un libro de poesía y eso es lo que me pone tan nervioso.
Verán ustedes. Publicar cualquier material literario es siempre un desafío, un acto de exhibicionismo espiritual. Publicar poesía es un acto de desnudamiento interior. La poesía es un artículo siempre fuera de moda, mercancía inútilmente ofertada. Juan Gelman, el entrañable poeta argentino, nos recuerda que “nadie sabe qué es la poesía. Se la describe por aproximación o imagen. La poesía es lenguaje calcinado. La poesía es un árbol sin hojas que da sombra. La poesía es la palabra donde aún crepitan las cenizas de lo que no alcanzó a tener nombre. Como hace un niño, la poesía busca nombrar lo que no puede.
El caso es que, al menos en mi experiencia, uno no escribe poesía porque quiera, sino porque no tiene más remedio. Uno podría hacerlo y tener decenas, cientos de páginas escondidas en el fondo del cajón. O correr con suerte, y que una editorial se atreva a publicarlas. Eso no cambia el discurso: quien escribe poesía lo hace porque tiene que hacerlo.
En este caso, además, el libro no versa sobre cosas amables, sino sobre una realidad dolorosa, mortal: sobre el VIH/SIDA. Acostumbrados como estamos a que la poesía le canta al amor, pensamos que hay algunos temas que le son inconvenientes: la enfermedad, el dolor, la muerte. Pero quien escribe poesía camina por el mundo cargando con su destino que es, a la vez, maldito y luminoso. Como los demás seres humanos quien escribe poesía sabe que es un ser lleno de ataduras y de cicatrices, pero a quien no le queda más remedio que ser revolucionario en el mejor sentido de la palabra, en el único, porque, como nos lo recuerda Luis Cernuda, el poeta es alguien que, “como todos los hombres carece de libertad, pero que a diferencia de éstos no puede aceptar esa privación y choca innumerables veces contra los muros de su prisión”.
Habría que recordar, sobre todo ahora que estamos en tiempos electorales, aquello que ya señalaba el ideólogo y fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, que hablando como universitario y como técnico –contaba Castillo Peraza– llegó a la conclusión de que el dolor de los mexicanos era el único denominador posible para quienes decidieran recobrar al México perdido –ése México del indio, del criollo, del mestizo- (y del homosexual y del enfermo de SIDA, añadiríamos nosotros). Sí, el dolor como único criterio de verdad y de eficacia para pensar y hacer política, cultura, sociedad, Estado y gobierno. Me parece que entonces, como ahora, lo inobjetable sigue siendo el sufrimiento. Todavía más: creo que el sufrimiento evitable, el que logra suprimirse, es la medida de la bondad y la certeza de lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace. Eso decían Castillo Peraza y Gómez Morín. Me dirán ustedes, y tendrán razón, que esta intuición del fundador del PAN y de su más reconocido ideólogo se ve desmentida por los más de 50 mil muertos que nos ha dejado la guerra de Calderón. Y es que, si algo demuestra esta caravana de muertos, es la profunda insensibilidad del gobierno actual ante el sufrimiento. En este caso también se cumple la sentencia que sostiene que la maldición de un maestro… son sus discípulos.
Pero sí, el dolor también puede ser materia de poesía. Ya lo decía Elías Canetti: “Un escritor que no tenga una herida abierta, no lo es para mí. Puede preferir disimularla, si por orgullo rechaza la compasión, pero debe tener una”. Diagnóstico: Po(e)sitivo es un libro que versa sobre el dolor y está escrito con dolor. Puede también, desde luego, escribirse sobre cosas positivas, sobre momentos de placer, sobre experiencias de felicidad. Este no es el caso. Podrán darse muchas razones a favor y en contra, pero yo pienso que el dolor y no el placer es la materia prima de los poemas más intensos. Enrique Serna trataba de explicar esta curiosa situación cuando decía: “En los instantes de mayor placer espiritual o físico –el sueño, el orgasmo, el éxtasis místico, el chispazo de creatividad– la impresión de haber abolido el tiempo rompe efímeramente las cadenas del alma. En cambio, el sufrimiento físico y la depresión agudizan nuestra conciencia del tiempo y, junto con ella, el deseo de la muerte, en la medida en que nos hace ver la vida como un castigo. Un enfermo de cáncer y un enfermo de hastío pueden soportar el dolor con valentía: lo que no soportan es la humillación de verse convertidos en un cronómetro de cuenta regresiva. Más que la edad, lo que define si alguien es joven o viejo es la mayor o menor atención que se presta a ese conteo final, perentorio”.
No podría referirme a esta íntima relación entre poesía y sufrimiento sin citar al que, desde todos los puntos de vista, es mi poeta vivo preferido, José Emilio Pacheco, quien decía: “la poesía no es un manual de autoayuda. Más bien sirve para llamar la atención sobre las cosas menos agradables del mundo. Me parece asombrosa la capacidad de Neruda para celebrar lo grato y lo placentero. Para mí, la dicha y el placer son mudos. Sólo la desgracia y el sufrimiento hablan”.
Ya la Dra. Ligia Vera nos ha dado su visión sobre el libro. Una vez que alguien escribe y publica lo que escribe, lo escrito deja de ser suyo para convertirse en propiedad universal. Propiedad de la persona que lee. Lo que la Dra. Vera nos comentó sobre el libro es de su completa responsabilidad y refleja no solamente el texto, sino sobre todo su particular lectura. Yo quiero ahora contar algo sobre la génesis del libro, de la que sí soy completamente responsable.
En 1996 comencé a trabajar en la parroquia de Dzemul. El mismo año de la fundación del albergue del Oasis de san Juan de Dios, en Conkal. Por razones propias de la desinformación de la época, el sacerdote que fungía como párroco en Conkal mostraba cierta reticencia a visitar a los pacientes del albergue para acompañarlos con los últimos sacramentos y/o consolarlos en su enfermedad. Yo había conocido a Carlos Méndez, el director del Oasis, unos años antes, en la Casa de las Madres Trinitarias en Chuburná donde participé en unas pláticas. Resultó fácil que me buscara para que yo atendiera a los enfermos del albergue, dado que Dzemul es parroquia contigua a la de Conkal.
Me acostumbré, pues, a pasar parte de mi día libre, camino a Mérida, acompañando a los enfermos del albergue. Durante muchos años, al menos hasta que las demandas y esfuerzos de la sociedad civil consiguieron el acceso gratuito a los medicamentos antirretrovirales, el albergue fue un lugar para morir dignamente. Esto ha cambiado con el paso de los años. El Oasis es ahora un bio-puerto del que muchas personas salen para rehacer su vida y reintegrarse a la comunidad. Pero mientras eso pasaba, escuché decenas de historias de dolor y sufrimiento al borde de las camas, hice lo que, en situaciones como éstas, es lo único útil que uno puede hacer: escuchar con oído atento, con sensibilidad, com-padecerse en el mejor sentido de la palabra: padecer con…
Y entonces terminé por darme cuenta de que el sufrimiento termina por ser más grande que uno, a tal grado, que resulta urgente una válvula de escape. Los enfermos iban a seguir presentándose, yo debía continuar con mi servicio pastoral, así que decidí comenzar a escribir algunas cosas, como para exorcizar aquellos demonios del dolor. Más tarde pude, éste es quizá uno de los más deliciosos privilegios de la poesía, prestar la voz, para que por mi voz cantase la voz de otro. Hay, por eso, poemas en los que habla el moribundo a punto de fallecer, o el angustiado a punto de suicidarse, o el amante que, portador del virus, se ve en la disyuntiva de confesar o no confesar a su pareja acerca de su padecimiento.
Pero el yo lírico es flexible, hurga en las heridas propias y en las ajenas. Quienes trabajan acompañando a personas con VIH/SIDA terminan siendo afectados también por la enfermedad y su cauda de tristeza, de depresión, de muerte. De manera que lo escrito deja de ser la experiencia de otros para convertirse en la propia. Esto es lo que ha dado a luz el libro que ahora presentamos.
Cuando me llamó por teléfono Rossana para invitarme a presentar el libro, algo no me quedaba claro: ¿por qué presentar un libro de poesía sobre el SIDA en una semana de diversidad sexual? Regularmente hay vínculos fácilmente rastreables entre VIH y homosexualidad. Y, a pesar de que ya sabemos que la transmisión del virus no tiene nada que ver con la orientación sexual, sino con prácticas sexuales adecuadas o inadecuadas, en nuestra realidad ambos fenómenos suelen ir relacionados. De hecho, ése ha sido mi propio camino: del trabajo con los huéspedes del Oasis pasé a interesarme por los asuntos de la diversidad sexual, dado que la mayor parte de los enfermos de los primeros años eran varones homosexuales.
He releído, sin embargo, el poemario y no he encontrado una sustancia propiamente homoerótica en los textos. La enfermedad, el dolor, la cama, suelen hacer que la concentración de las personas se enfoque en otros aspectos. Cierto que, hablando de amor y SIDA, el cuerpo ocupa un lugar importantísimo. No en balde el cuerpo es, como dijera Enrique López Aguilar, “casa del conocimiento, del placer y el dolor, casa de uno, casa para el otro, de la salud y la enfermedad, casa del fruto y de la ruina, de la belleza y la fealdad, casa del asombro y de sutiles maravillas, donde viven el pensamiento y las emociones, casa del tiempo y el espacio, compañero mortal e inevitable, recinto del beso y la caricia, habitación de la renuncia y la clausura, espejo de lo que ves y lo que miro, casa mortal para asuntos inmortales…”. Sin embargo, no clasificaría los textos amorosos de este poemario como textos homoeróticos. La experiencia del amor, del amor de carne y hueso que conforma una parte tan importante e imprescindible en la vida de todo ser humano, seguirá siempre siendo fuente de belleza y de poesía, sea cual sea su orientación afectiva. Y, a fin de cuentas, ¿por qué habría de ser sólo la heterosexualidad el vehículo adecuado para expresar la amorosa, conflictiva, la inefable relación del ser humano con sus semejantes? ¿Podrá alguien que escribe poesía asumir sin reparos la tarea que ya apuntaba Mario Vargas Llosa en su novela La historia de Mayta y que el personaje principal de esa obra narrativa describía en estos términos, al mismo tiempo llenos de dolor y de utopía?: “Quiero ser el que soy -tartamudeé-. Soy revolucionario, tengo pies planos. Soy también maricón; no quiero dejar de serlo. Es difícil explicártelo. En esta sociedad hay unas reglas, unos prejuicios, y todo lo que no se ajusta a ellos parece anormal, un delito o una enfermedad. Pero es que la sociedad está podrida, llena de ideas estúpidas… (ser como soy) me daba y me da vergüenza, me hace sentir a veces como una basura. Sigue siendo una desgracia en mi vida. Para eso quiero hacer OTRA revolución. No una a medias, sino la verdadera, la integral. Una que suprima todas las injusticias y en la que nadie, por ninguna razón, sienta vergüenza de ser lo que es…”
He dicho más de lo conveniente. Gabriel Zaid decía, respecto a aquellas viejas ediciones de poesía que tuvo la editorial Losada, “Sorprende la audacia de publicar tanta poesía. Quizá los editores de entonces no estaban enterados de que la poesía no se vende, y por eso la vendían. Quizá los lectores estábamos igualmente en la luna, y por eso la comprábamos”. Así pues, estamos reunidos aquí hombres y mujeres que vivimos todavía en la luna, y que en lugar de estar en el cierre de campaña o en la exposición de Stanhome o de Omnitrition, hemos querido, en un acto de soberana voluntad como hay pocos, venir a la presentación de un libro de poesía. ¡Qué bueno!
Permítanme, solamente, terminar esta ya demasiado larga presentación, recordando unas últimas frases que Alejandro Aura nos espetaba inmisericorde antes de morir: “Es tan tonto querer que se explique un libro de creación artística, una obra literaria, como pretender que alguien diga de qué se trata, en síntesis, la novena sinfonía de Beethoven o la cuarta de Mahler o qué quiere decir en realidad la Gioconda. O peor aún: como pedir la síntesis del crepúsculo. Sustituir la experiencia y el placer de la lectura por su explicación y su síntesis, es la peor de las canalladas que un profesor puede hacer a sus alumnos”.
Y yo no soy profesor, ni ustedes son mis alumnos, así que cada quien asuma su propia responsabilidad y lea con sus propios ojos. Estas palabras sólo han querido ser una invitación a la lectura. Si el libro les hace sentir algo, en buena hora. Si no, podrán deshacerse de él a la primera ocasión que se les presente. Es lo suficientemente delgado para caber casi en cualquier bote de basura. Se los juro solemnemente: no va a pasar nada. Seguiremos tan amigos como siempre.
Palabras pronunciadas en la V Semana Cultural de la Diversidad Sexual
CESSEX, Mérida, Yucatán, 25 de junio de 2012
A la Madre Teresa Ochoa RJM, en su jubilación del seminario
Era un joven teólogo cuando acompañó las reflexiones de los padres conciliares entre los años 1962 y 1965. A punto de celebrarse el cincuentenario de la asamblea conciliar, Hans Küng es ahora, a sus 84 años, como a él le gusta autodefinirse, un teólogo feliz. Su felicidad, para quienes conocen los rasgos de su biografía, no ha sido miel sobre hojuelas. No es un teólogo feliz porque haya sido el consentido consultor de algún Obispo (aunque muchos Obispos solicitaron su consejo) o porque tuviera un puesto académico que le produjera dinero y prestigio (aunque, aun después de la descalificación que, como profesor de teología católica, recibiera del Vaticano, haya conservado su cátedra en una de las más prestigiadas universidades alemanas, la Universidad de Tubinga). Hans Küng es un teólogo feliz porque ha sido siempre congruente consigo mismo y porque ser cristiano le ha parecido más importante que ser teólogo o ser profesor.
Uno no siempre tiene la certeza de que alguna corriente teológica vaya a perdurar. La teología de la liberación, por ejemplo, fue duramente cuestionada desde sus mismos inicios. Cuando en los años setentas los teólogos de la liberación propusieron un sustancial cambio hermenéutico para que la teología reconociera el lugar social desde el cual era elaborada, connotados teólogos europeos la acusaron de novedad sin sustento. ¿Cómo fue que, a pesar de la andanada de la Congregación para la Doctrina de la Fe contra la teología de la liberación, algunos de sus principales postulados han sido asumidos en documentos magisteriales, como la opción por los pobres o las implicaciones políticas y sociales de la fe, o el encuentro con Dios concebido como una realidad que se da dentro de la historia y no fuera de ella?
Gustavo Gutiérrez, que con justicia ha sido llamado padre de la teología de la liberación, nos daba la respuesta desde la introducción a su libro clásico Teología de la Liberación. Perspectivas (Sígueme, Salamanca 1972): “No se trata de elaborar una ideología justificadora de posturas ya tomadas, ni de una afiebrada búsqueda de seguridad ante los radicales cuestionamientos que se plantean a la fe, ni de forjar una teología de la que se ‘deduzca’ una acción política. Se trata de dejarnos juzgar por la Palabra del Señor, de pensar nuestra fe, de hacer más pleno nuestro amor, y de dar razón de nuestra esperanza desde el interior de un compromiso que se quiere hacer más radical, total y eficaz. Se trata de retomar los grandes temas de la vida cristiana en el radical cambio de perspectiva y dentro de la nueva problemática planteada por ese compromiso… Se trata de preguntarse por la significación teológica del proceso de liberación del ser humano en el curso de la historia…”
La teología de la liberación ha permanecido como una aportación teológica válida para muchas generaciones, justamente porque es pertinente, es decir, porque da respuesta a cuestiones que siguen resultando importantes para un buen porcentaje de la humanidad. Esta pertinencia no solamente ha logrado larga vida para la teología de la liberación, sino que ha tenido la capacidad de generar muchas nuevas perspectivas teológicas que siguen buscando respuestas desde el evangelio a realidades insoslayables desde la perspectiva de la opresión y l a liberación: la teología feminista, la teología queer, la teología ecológica, la teología india, etc.
Pues bien, de pertinencia hablamos cuando hablamos de la teología de Hans Küng. Una clara señal es que la editorial Trotta decidió la reedición castellana de su obra Ser Cristiano justo cuando cumplía los ¡22 años! de haber sido publicada por primera vez. Su reedición en castellano en 1996 coincidía con el momento en que Hans Küng llegaba a su ansiado retiro. “Probablemente –dice el teólogo– no hay idioma en el mundo que, para decir que un ser humano se retira de su trabajo, disponga de una palabra más bella que la española ‘jubilación’. En mi caso, el año de mi jubilación coincide con la reedición española de mi obra Ser Cristiano…” Con cariño especial recibí la tercera impresión de esta obra (Trotta, Madrid 2005) de manos de mi amigo Miguel Arias, que, generoso como fue durante toda su vida, me la heredó pocos días antes de fallecer.
Ser Cristiano es una obra que mantiene su pertinencia porque intenta responder a una pregunta muy simple: ¿por qué hay que ser cristiano? ¿por qué no simplemente hombre y mujer, seres humanos de verdad? ¿Por qué ser, además de seres humanos, cristianos? ¿qué es en realidad lo cristiano? ¿qué significa ser cristiano hoy?
Ante una doble confrontación, con las grandes religiones por un lado, y con los humanismos no cristianos por el otro, Hans Küng se pregunta: “Incluso a los cristianos que hasta ahora se han sentido en esta o aquella Iglesia institucionalmente guarecidos e ideológicamente inmunizados les asalta hoy el interrogante: ¿es el cristianismo, comparado con las otras religiones y los humanismos modernos, algo esencialmente distinto, algo realmente especial?”
A la respuesta a esta pregunta, esencial y pertinente desde muchos puntos de vista, dedica el teólogo suizo-alemán más de 600 páginas. Una obra expresamente pensada para cristianos y ateos, gnósticos y agnósticos, pietistas y positivistas, católicos tibios y católicos fervientes, protestantes y ortodoxos. Para quien esto escribe, que abrevó en las tesis de este libro desde los años ochentas, resulta una experiencia gratificante regresar a sus páginas. Este libro ha sido escrito, como Küng subraya en su prólogo, para esas personas que “en respuesta a las cuestiones fundamentales del ser humano de ninguna manera se contentan, y mucho menos para toda la vida, con sentimientos vagos, prejuicios personales o explicaciones aparentes… que no quieren permanecer en una fe infantil, que esperan algo más que un mero repertorio de frases bíblicas o un nuevo catecismo confesional… personas todas ellas que detestan un cristianismo a precios de rebaja… que tantean un nuevo camino hacia un cristianismo sin recortes, hacia el íntegro y verdadero ser cristiano…”
Para Carlos Maciel, compañero y amigo, en su cumpleaños
Hay, sin duda, una estrecha relación entre limpieza y circunstancias climáticas. Es difícil imaginarse a un esquimal o a un rarámuri bañándose diariamente, los primeros debido a los inclementes fríos del polo norte y los segundos a la extrema aridez de las montañas de la sierra de Chihuahua y la consiguiente escasez de agua.
Desde ese punto de vista, los mayas son obligatoriamente limpios en lo que a aseo personal se refiere. Las temperaturas de la península llegan a alcanzar, durante la primavera y el verano (la mitad del año), niveles que se antojan increíbles: de 43 a 45 grados centígrados a la sombra. Si a esto se le añade que Yucatán, la tierra de los mayas, es una península, uno puede imaginar el tipo húmedo de calor y lo sofocante de los mediodías de verano.
Por eso los mayas no conciben el paso del día sin el baño vespertino. Alrededor de las cuatro o cinco de la tarde, cuando la potencia de los rayos solares ha disminuido, comienzan los turnos de baño en las casas mayas. Todos, comenzando por los menores, tienen que bañarse diariamente. Cuando a las siete de la noche, la hora del ocaso estival, uno sale a las plazas de las comunidades mayas, se topa con hombres y mujeres recién bañados. No es extraño encontrar, sentada a las puertas de su casa, a una mujer maya peinándose los largos cabellos húmedos.
Pero no es solamente el ardiente calor el responsable de la limpieza de los hombres y las mujeres mayas. Un papel importante juega también la abundancia de agua. Yucatán es una península de reciente aparición. Los geólogos apuntan que su formación se remonta a una separación del bloque de Luisiana-Texas, en el tiempo de la apertura del golfo de México, hace apenas 200 millones de años. Quizá por eso la piedra yucateca es, en ocasiones, esplendorosamente blanca y es frecuente hasta nuestros días encontrar piedras con huellas marinas: pequeñas conchas incrustadas aparecen en el centro de las grandes rocas.
Por si fuera poco, hace 65 millones de años la península recibió un impacto de grandes dimensiones. Estudios recientes han podido determinar, al noroeste de la península, huellas de un cráter producido por el impacto de un bólido o meteorito con una potencia de 500 megatones (dos millones de veces más potente que el explosivo mayor detonado por el hombre hasta el momento), impacto al que se debería, según la opinión de algunos científicos, al recubrimiento del planeta entero por una nube de polvo tóxico que habría durado más de una década, siendo uno de los factores decisivos para la desaparición de los dinosaurios de la superficie terrestre.
El caso es que dicho impacto habría dejado como consecuencia una serie de cavidades subterráneas conocidas como cenotes, cavernas profundas donde se junta el agua de la lluvia. Sólo en el estado de Yucatán, que ocupa el norte de la península, se han encontrado cerca de 2,400 cenotes, que forman una compleja red fluvial subterránea. Así que, aunque la península yucateca no posea ríos exteriores, el agua está al alcance del uso humano gracias a estos ríos subterráneos.
Esta circunstancia geológica ha tenido impactos culturales. El pueblo maya, que en su contacto con otras civilizaciones ha podido caer en la cuenta de la bendición que para los mayas significa la abundancia de agua, ha recreado en algunos de sus mitos esta realidad.
Al sur del estado de Yucatán se encuentra el pueblo maya llamado Maní, uno de los más antiguos pueblos prehispánicos. En el centro del pueblo de Maní, bajo la sombra de una enorme ceiba, el árbol sagrado de los mayas, se encuentra la entrada del cenote Xcabach’én. Cuenta una vieja leyenda maya que el fin del mundo llegará por la ausencia de agua. En ese futuro aterrador, toda la tierra se verá envuelta en una prolongada sequía que pondrá al borde de la desaparición a todos los pueblos de la humanidad. Dicen los antiguos sabios mayas, los que interpretan las profecías, que en ese día de todas partes del mundo vendrán hasta el pueblo de Maní en busca de agua. La sagrada tierra de los mayas seguirá guardando en sus cenotes, el precioso regalo del agua. Los ancianos mayas aseguran que a la puerta del cenote de Xcabach’én se sentará una anciana maya a repartir el agua. Grandes filas se harán para poder recibir el preciado líquido. Pero la escasez será tanta que la anciana maya solamente podrá dar a cada uno de los extranjeros que lleguen la cantidad de agua que quepa en la media cáscara seca de una nuez.
Esta realidad geológica y cultural hace del pueblo maya un pueblo marcadamente limpio, que no concibe la organización de cada día sin el momento del baño. Pero no basta con la limpieza corporal. Los mayas son también limpios en sus casas y, sorprendentemente, hasta en las estancias temporales que tienen en sus campos de cultivo. Es frecuente ver a los mayas barriendo las puertas de sus casas, desyerbando para cortar la maleza que, en un ambiente tropical se antoja ingobernable, o encontrar en un orden poco común los utensilios de cocina o de trabajo campesino.
Lo mismo ocurre con la limpieza de la ropa. Siendo la indumentaria maya, particularmente la femenina, de una albura casi perfecta, apenas interrumpida por los hermosos trazos coloridos de los bordados que la adornan en sus orillas superior e inferior, el lavado de la ropa tiene que corresponder a este cuidado. En la batea las mujeres se esfuerzan por dejar la ropa reluciente en su blancura, para ello recurren a medios tan diversos como la lejía o el uso de piezas de sosquil, una fibra derivada del henequén, para tallar la ropa.
En la vaquería, la danza ritual con la que inician todas las fiestas religiosas de los pueblos mayas, los hombres y mujeres llegan a bailar con sus trajes blancos y relucientes. Uno los mira zapatear con elegancia y no puede sino admirar a este pueblo, a estos hombres y mujeres que parecen perpetuamente frescos y con olor a lluvia.
Lo prometido es deuda. Les comparto ahora las generosas palabras que la Mtra. Beatriz Rodríguez Guillermo y el poeta Fernando de la Cruz, pronunciaron en la presentación de mi poemario “Diagnóstico: Po(e)sitivo. Poemas desde el VIH/SIDA” (Dante, Mérida 2011).
Un punto luminoso
Diagnóstico Po(e)sitivo, toca realidades que aún en el centro de lo humano se sitúan en las márgenes, la ruta discursiva que sigue esta obra es revelación de que los varios sentidos posibles, no se agotan en la interpretación personal, porque las palabras que nombran lo que siempre puede doler más, cuando no aparece una gota de claridad que en su caída rasgue la desolación, se reparten libres y hacen del acto de su lectura una afirmación de voluntad: la de trascender el yo finito para encarnar despacio y con firmeza un tú infinito. Y uno sabe que lo que acontece en las páginas que desde el VIH/SIDA escribe Raúl Lugo, acontece todos los minutos en todas las calles de todas las ciudades, testimonio que se repite en el silencio de la memoria donde alguien dice: “todavía es tiempo, no clausures esa puerta, otro día cualquiera llegaré a tocar y miraré mi casa, las ventanas y todos podrán decir que he regresado”.
Ahí están las páginas del libro: 22, 54, 57; nombres que no se revelan, cobijados bajo una abreviatura que de todos modos deja ver los nombres del amor, los nombres de la misericordia. Y nos encontramos como a la intemperie en cada línea iluminada, ya por la experiencia de la fe, la absoluta tristeza, o el erotismo que juega ingenuo a desvanecerse en figuras que se oponen, en asociaciones que con un lenguaje directo, coloquial, hacen pedazos la hipocresía de una ciudad, de un país, que pontifican sobre lo verdadero y en sus actos cotidianos excluyen y censuran. Relaciones metafóricas que como en una paradoja nos conducen al silencio, ese que no se quiere herir, atmósferas que penetramos sigilosamente para no rasgarlas, ni siquiera con nuestras lágrimas.
Hoy en la voz poética del autor una conciencia que reconoce los umbrales prohibidos, los límites establecidos por los que se asumen como guardianes de “lo correcto” legitimado desde las instituciones que absuelven o condenan, y hay también una incitación constante que demanda tomar el riesgo de amar y mirar más que le significante, el significado, el sitio desde donde germina la persona, en su diversidad, en la fragilidad de los días que acarician o corroen la posibilidad de trastocar lo que escrito está, desde el principio.
Si como dice Foucault, para borrar el temor hay que “replantearnos nuestra voluntad de verdad”, la poesía que contiene este libro es una vía poderosa para lograrlo, sin evasiones, evoca, narra, declara, sucede, y desde el espacio textual se desdobla para visibilizarse en la hora y en la casa que habitamos, nos llama con el índice tocando nuestro hombro si estamos de espaldas y una vez frente a frente se acomoda para recibir la gratuidad de un abrazo que no promete y tampoco interroga.
La estructura del poemario está formada por dos partes que mantienen entre sí un diálogo, un continuo de voces que dan cuenta a través de un yo lírico de lo visible y lo invisible. El inicio de El oscuro rostro de la alcoba, conformada por 17 poemas, en realidad no rompe la continuidad con el primer apartado Diagnóstico: Po(e)sitivo, constituido por 23 poemas. En cada uno se hace necesario encontrar razones que expliquen la urgencia de acompañar a los desconocidos que se mueven y hablan en las páginas y en la memoria del poeta.
El margen del tiempo se desdibuja de cara a un fin que no se intuye, se sabe con todos los sentidos, fin de un recorrido donde ninguna promesa es suficiente, a pesar de que “Dios no tuvo la culpa”, según afirma el poeta. Y así van llegando otras soledades que guardan un rescoldo de rebeldía, por si acaso el miedo avasalla; una persistencia que alega, defiende, busca y enternece. Cada grieta abierta deja ver los sentimientos que caminan senderos “(…) para andar / sin zapatos y en silencio / por la espaciosa casa de su alma”.
Las recurrencias poéticas que tantas veces son proféticas, revelan siempre una manera de mirar, de habitar diversas realidades, y es que en varios de los poemas se enuncia la palabra “hombros” y en un lenguaje directo, en dos poemas diferentes, el poeta se refiere a “tus descuidadas uñas”, “en el viril descuido de tus uñas”. También acude textualmente a varios versos la palabra “pecho” y es que la poesía de Raúl Lugo se exige a sí misma ser capaz de confortar, de arropar en un abrazo el doliente cuerpo que somos o el cuerpo que amamos, los hombros sostienen y contienen, igual que el pecho, y cuando se opta por la no sumisión, por tomar como propias todas las batallas que reivindiquen la dignidad de las personas, uno sabe que también tendrá que caminar en los márgenes, atento, y a pesar de todo, esperanzado. Y en las manos, la pequeña evidencia de las uñas, referente simbólico de género, parece ser entonces que el sentido es afirmar, a partir de estas frases, la identidad genérica.
En los poemas “Todos los sufrimientos”, “Amor VIHTAL”, “Tu llanto”, “Qué hago ahora conmigo”, “Cuando menos”, las palabras se repiten al inicio de los versos, anáforas dicen; en realidad, eslabones que hacen crecer en profundidades el aliento, la voz que se transfigura en rabia, en impotencia, en denuncia o en profunda, profunda tristeza, especie de tabla de salvación, asidero para tomar una bocanada de aire y hundirse de nuevo en lo que acontece.
Hay una voluntad lúdica en algunos poemas, ironía que reta, pero igual ilumina las parcelas ensombrecidas que aquí están y son esa voluntad lúdica, tanto como el uso de imperativos en formas verbales casi en desuso, en otros; lo que se pronuncia como conjuro para salvar la elección “de un punto luminoso” que guio el camino una vez y en otro sitio aguarda.
Creo, en un acto de fe, que pocas veces la palabra de otro poeta, Raúl también, pero Cáceres Carenzo, han acompañado con tanta fidelidad la realidad enunciada en un poema distinto. Yo las dejo hoy apuntadas al margen de la “Carta Marina No. 1” de este libro de Raúl Lugo Rodríguez:
“La poesía sostiene las cosas cuando la luz las desampara”.
Beatriz Rodríguez Guillermo
Libro fuera de clósets y anaqueles
Vengo a hablarles de un poemario escrito con un gran sentido humano y sensibilidad poética. El Padre Raúl Lugo tenía algo qué decir y el poeta Raúl Lugo lo dijo en los cuarenta poemas de Diagnóstico: po(e)sitivo. Poemas desde el VIH/SIDA. No son poemas huecos ni ejercicios retóricos: Raúl Lugo no es un cultivador del arte por el arte. Se trata de poemas escritos a partir del dolor, del dolor profundo que el VIH/SIDA causa en los pacientes y en los seres amados de éstos, como parte del abanico de sentimientos en el proceso de aceptación de las circunstancias surgidas por el virus.
Aquí hay poemas de fina factura, emotividad desbordada y cadencia sostenida. La mayoría son líricos, pero hay también poemas en monólogo interior, en las voces de diferentes personajes que nos hacen sentir a los lectores, como si fuera en carne propia, realidades de enorme carga emotiva que el autor ha atestiguado en años de ministerio, como ejercicio a la par de su labor como defensor de los derechos humanos. Por ejemplo, el emotivo poema Urgente compraventa (p.9) en la voz de un infectado que piensa en el suicidio, y el titulado Con M de Mercedes y de muerte (p.28), en la voz de un agonizante que escucha a Mercedes Sosa.
El discurso poético de Raúl Lugo tiende al versolibrismo con ocasionales licencias rítmicas en algunos poemas, con una marcada preferencia en los versos heptasílabo y endecasílabo melódico. Prevalece el tono conversacional, por lo mismo alejado de toda afectación, incluso en el par de sonetos que encontramos (pp.34 y 60). A menudo este tono conversacional adquiere matices de rezo, tal vez por las acertadas anáforas y letanías, aunque de hecho hay poemas que son rezos, como A la madre de los que VIHven (p.27) y Oración por los pobres (p.49), en tanto que otros poemas, como Todos los sufrimientos (p.12) conllevan un marcado y bien logrado tono bíblico, como de salmo, o como de sermón de la montaña, escritos en verso libre con elementos retóricos de la versificación paralelística propia de la literatura hebrea clásica. Los temas recurrentes son la tristeza, la nostalgia por el ser fallecido, la identidad queer, la culpa que se arrastra, el deseo homoerótico y el amor en tiempos del VIH/SIDA, así como la pobreza, la metapoesía y la protesta contra la represión del gobierno como la del clero fariseo cuyos dogmas reposan “en la pizarra de una teologías / ancianas… moribundas” (p.45).
Se perciben también acertados juegos verbales, como los títulos Amor VIHtal (p.6), SobreVIHviente (p.18) y A la madre de los que VIHven (p.27), y hay cabida incluso para un fino sentido del humor, en el Lúdico sonético, como en los Epitafios ficticios (p.26). Los hermosos metapoemas Jueves Santo 2000 (p.21) y Antes de escribir (p.23) son, el primero, una reflexión sobre si la tristeza es en sí generadora de poesía, y el segundo, la expresión desesperada por el bloqueo ante la página en blanco y por el hecho de estar muriendo; pero el sentido de la metapoesía se mantiene en poemas como Yag (p.41) y Hay noches (p.43), Tu ausencia (p.49) y otros más, como una de las constantes temáticas en ambas partes del libro. En efecto, este libro contiene otro poemario, una segunda parte titulada El oculto rostro de la alcoba.
Si alguien de ustedes le preguntara a Raúl cómo es posible que, siendo sacerdote católico, defienda la dignidad de los enfermos de VIH/SIDA, como si hubiera en ello contradicción, seguramente él respondería: “Es que hago uso de mi licencia poética”, como se dice que Ernesto Cardenal le respondió a alguien que le preguntó cómo podía ser al mismo tiempo sacerdote y marxista.
Este libro contiene al mismo tiempo poesía y conciencia del dolor. Su precio es democrático (49 pesos), su distribución, estupenda: en todas las librerías Dante, así como a través de su portal web (editorialdante.com), de manera que llegue a todos los lectores motivados por el placer egoísta de una buena lectura, o bien, el mandato divino del amor al prójimo.
Fer de la Cruz
Colofón: Hoy, 5 de junio, se cumplió el tercer aniversario de la muerte de 49 niños y niñas calcinados en la Guardería ABC, de Hermosillo, Sonora. La impunidad clama al cielo. La solidaridad nacional e internacional se ha mantenido en vigilia acompañando a los padres y madres en su lucha y en su exigencia de justicia.
A pesar de estar rodeados de cariño y afecto del bueno, los excesos en el comer y el beber terminan por cobrarse la factura.
El día no lucía bien: un cumpleaños más, cincuenta y cuatro años, lo cual, como uno puede imaginarse, no trae consigo una gran carga de ánimo. Los cincuenta, en mi experiencia, marcan el comienzo del declive: nuevas enfermedades, trastornos que “nunca antes” habían aparecido, procesos depresivos más recientes… ahora, dice la sabia voz que me acompaña en mis insomnios, los muertos ya no son muertos de los otros, sino nuestros, personas que conocimos y quisimos, con quienes nos tocó compartir largos trechos de la vida y que ya no estarán más a nuestro lado… Cincuenta y cuatro años significa también, entre otras cosas, llorar de manera cada vez más frecuente la partida de los amigos y amigas…
No obstante, intento bajar de la hamaca con el pie derecho: que la depresión no encuentre tan libre el paso. Dicen que estrenar ropa es un buen antídoto contra la tristeza. Me enfundo una colorida camiseta que la sacristana de la capilla de san José Obrero, doña Lupita, me regalara unos días antes. La mañana comienza con la celebración de la Eucaristía en el entrañable marco de la comunidad del monasterio de Santa María del Monte Carmelo y el opíparo desayuno compartido con las monjas carmelitas descalzas que me son tan queridas.
El resto del día no iría tan bien: agobios de trabajo en la oficina, la comida familiar plena de afecto, pero con sus inevitables excesos en la comida, un pantalón que me aprieta cada vez más, cierta indisposición estomacal y el asomo de un dolor de cabeza… hasta la camiseta nueva me parece incómoda. Lo único que quiero es irme a casa a gozar una larga, reparadora siesta.
Recuerdo entonces que justo en el día de mi cumpleaños ha sido convocada una concentración en la Plaza Grande. Se trata del movimiento estudiantil “Yo soy el 132”. Cualquier lector/a, más o menos sensato/a, me habría recomendado seguramente ir a descansar. ¿Qué puede hacer un hombre de 54 años en una manifestación de jóvenes que no alcanzan la treintena… y algunos ni siquiera los veintes?
Gana, sin embargo, mi espíritu sesentaiochesco y enderezo la guía hacia el centro. Con esto de los jóvenes nunca se sabe. Las noticias de otras partes del país son alentadoras: el rechazo a las candidaturas impuestas por los poderes fácticos, la enérgica exigencia del respeto al derecho a la información, la conciencia cada vez más clara de la basura que se nos ofrece en la mayor parte de los programas abiertos de la pantalla chica, todo pintaba como una promesa que valdría la pena ver de cerca.
La sorpresa no pudo ser más grata. Centenas de estudiantes, de las más variadas procedencias, hacían presencia avasallante, tumultuaria, contestataria, en la Plaza Grande. Para los setenteros, como yo, ser estudiante y ser rebelde eran una sola y misma cosa. Viejos recuerdos se agolpan en la mente cuando me refiero a mi pasado estudiantil: la desaparición del Charras, la constitución de los comités de lucha, el descubrimiento del marxismo, la experiencia de la represión autoritaria en la balacera contra el edificio de la Universidad… y la tristeza, para qué negarlo, que despertaban en mí los miles de estudiantes apáticos de los años más recientes, esclavos de las modernas tecnologías, con los audífonos tapándoles permanentemente los oídos… un mundo de enajenados. Sólo la marcha anti Bush de hace algunos años me hizo cobrar ciertas esperanzas, pero la juventud hubiera sido en ese entonces una minoría casi imperceptible, de no haber sido porque los que resultaron encarcelados a causa de la marcha fueron, precisamente, jóvenes.
Pero este 23 de mayo cambié radicalmente de opinión. La energía presente, llenando la Plaza Grande y –después habríamos de enterarnos por los medios independientes y hasta por la prensa tradicional, en muchas otras ciudades del país– era desbordante. Cierto dejo, muy sano y gratificante, de antipeñanietismo, la exigencia sin cortapisas de información veraz y objetiva, la creatividad desbordante de las pancartas y carteles, y una pasión que imaginaba ausente en esta franja generacional han terminado por convencerme que los avances tecnológicos no han sido necesariamente alienantes, que el féis y el tuit pueden también servir para la construcción de movimientos sociales potentes y transformadores.
Y en medio de la multitud de rostros sin arrugas, perdidos aquí y allá entre la muchedumbre, los viejos/as luchadores/as de siempre, con rejuvenecidos rostros entre los cabellos plateados. Como regalo especial, la insólita presencia de mi querido amigo, Melchor Trejo, entre la algarabía juvenil… Todo gracias a este derroche de energía juvenil renovadora.
Sólo el tiempo nos mostrará hacia dónde apunta este despertar estudiantil. Sólo el paso de los días develará su potencialidad indignada. Por el momento, ha sido chubasco de agua fresca en una tierra agrietada y agostada. Y estoy feliz de que todo esto haya ocurrido el día de un cumpleaños que se antojaba depresivo.
El pasado 15 de mayo, en la XI Semana Cultural de la Diversidad Sexual, en san Luis Potosí, compartí lo que ahora, en esta columna les presento.
Introducción
La homosexualidad está rodeada de una gran cantidad de prejuicios discriminatorios. Y no me refiero solamente a la conciencia colectiva, que es lenta en lo que a cambios fundamentales se refiere (fijémonos, si no, qué larga ha sido la marcha de las mujeres en la conquista de la igualdad de género y cuántas prácticas discriminatorias tienen que enfrentar hasta el día de hoy), sino también a la legalización de tal tipo de mentalidad discriminatoria. Me refiero, por poner un ejemplo, al hecho de que algunos niños y niñas sean definidos como “problemáticos” en sus escuelas simplemente porque no se ajustan a los estereotipos de su género, o a los despidos laborales de personas homosexuales, que bajo pretextos que no se creen ni siquiera los patrones, apenas si alcanzan a velar tenuemente su origen discriminatorio; o a los chistes y bromas que hacen mofa de la orientación sexual de las personas. Pero me refiero también a la vaguedad de ciertos términos como “faltas a la moral pública” o “ultrajes a las buenas costumbres” o “atentados al pudor” o “exhibiciones obscenas” o “comportamientos inmorales”, que permanecen vigentes en la gran mayoría de reglamentos municipales y códigos civiles de los estados y que exponen a las personas homosexuales a abusos por parte de las corporaciones policíacas que, pretextando la orientación sexual, violan los derechos de expresión, circulación y reunión de las personas homosexuales.
En el tema de la discriminación a las personas homosexuales el papel de las religiones y las iglesias es insoslayable, sobre todo porque muchas prácticas discriminatorias encuentran una justificación “divina” en argumentaciones de tipo religioso. Quiero hoy, aprovechando la amable invitación que me han extendido para participar en esta XI Semana de la Diversidad Sexual, plantear el problema desde otro ángulo. Quiero preguntarme hoy, confiando en la buena voluntad de las personas que profesamos cualquier religión, pero de manera particular las religiones cristianas, si algo ha cambiado de manera objetiva en el campo de la sexualidad que nos obligue a repensar algunas de nuestras posiciones sobre el tema, para después conversar acerca de cuáles son los retos que esta nueva situación nos plantean para el futuro inmediato.
El planteamiento de la cuestión
En la actualidad nos encontramos con una realidad patente. Por un lado, a pesar de que la discriminación a las personas homosexuales sigue estando presente en muchos países, el panorama mundial marca una tendencia irreversible a su aceptación y al reconocimiento legal de la diversidad sexual como un hecho irrefutable. En el portal electrónico de la organización de defensa de los derechos humanos de las personas homosexuales (ILGA. Por sus siglas en inglés) aparecen mapas actualizados de la situación jurídica de las personas homosexuales en los diferentes continentes.
Como puede constatarse, si echan una mirada a dichos mapas, la cantidad de países que continúan considerando las relaciones entre personas del mismo sexo como delito a perseguir son cada vez menos y se van concentrando geográfica e ideológicamente. Se han establecido mecanismos, en la Unión Europea, por ejemplo, para que ningún país miembro tolere discriminación alguna por motivos de orientación sexual. Y en nuestro continente, para hablar de lo más reciente, tras años de intensa negociación, así como de movilizaciones diplomáticas, la Organización de Estados Americanos (OEA) acaba de incluir en uno de sus documentos los conceptos Orientación Sexual e Identidad de Género. La trigésimo octava Asamblea General del organismo aprobó por consenso la resolución AG/RES-2435 (XXXVIII-O/08) presentada por la delegación de Brasil en 2008. El texto avalado por los 34 países del área, reconoce las violaciones a los derechos humanos de las personas no heterosexuales. El suceso coloca al Sistema Regional de las Américas como el segundo en el mundo, después del europeo, en reconocer la importancia de que los Estados nacionales asuman un compromiso político con las violaciones de derechos humanos que enfrenta el colectivo lésbico, gay, bisexual, transgénero (LGBT). Así es que aumentan cada vez más los países en los que la diversidad sexual ha sido eliminada de los códigos penales. Es un gusto, por ejemplo, que Nicaragua, el único país de Centroamérica que mantenía la homosexualidad como delito, lo haya sacado recientemente de su legislación.
Se va llegando cada vez con más claridad a la concepción de que la democracia, para serlo cabalmente, tiene que ser ajena a la exclusión, a la marginación y a la desigualdad, asegurando el pleno ejercicio de los derechos y de las libertades de todas las personas, independientemente de su orientación o preferencia sexual.
¿Cómo interpretar esta realidad? ¿Cuáles son las razones que se esconden detrás de esta aparentemente irrefrenable marcha de las personas de la diversidad sexual hacia la igualdad de derechos y obligaciones con todos los demás ciudadanos y ciudadanas del planeta? ¿Por qué tantos organismos internacionales caminan en esa dirección?
– La interpretación tradicional
Hay amplios sectores en la sociedad y en las iglesias que piensan que este avance mundial del reconocimiento de uniones entre personas del mismo sexo y la misma despenalización de la homosexualidad, no son avances sino retrocesos, muestra palpable del nivel de degradación al que ha llegado la humanidad. Quizá la muestra más radical de este pensamiento es la que sostenía (ahora, gracias a Dios, lo escuchamos cada vez menos) que el VIH/SIDA no era otra cosa sino un castigo divino destinado a limpiar el mundo de pervertidos. Muchas iglesias piensan que todos estos cambios en los países se deben exclusivamente a un “lobby” realizado por grupos de homosexuales que, rijosos y manipuladores de los medios de comunicación, van imponiendo sus agendas a una sociedad inerme, que no encuentra políticos capaces de defender las verdades tradicionales.
Y seríamos demasiado simplistas si lo único que hiciéramos es decir que todas las personas que así piensan son unas retrógradas, sin tratar de comprender cuál es el punto de vista que los lleva a emitir declaraciones de este tipo.
La doctrina de la Iglesia Católica y de muchas iglesias cristianas es coherente. Y lo es porque sostiene que los actos homosexuales son gravemente pecaminosos y que son intrínsecamente antinaturales. Por lo tanto, todas sus demás recomendaciones son coherentes con una idea madre que guía sus acciones. Tratemos de explicarla.
Se parte de la convicción de que las personas homosexuales no existen como tales, sino que sólo existen personas heterosexuales individualmente defectuosas con una tendencia más o menos fuerte hacia ciertos actos considerados gravemente inmorales. Éste es el argumento que, sin ser enunciado claramente, sirve de sostén a la posición actual de la mayoría de las iglesias frente a este tema: que no existen personas homosexuales en cuanto tales, sino que son heterosexuales defectuosos o desviados. Por eso resulta explicable el apoyo que algunas iglesias han ofrecido a las famosas “terapias reparadoras” que prometen regresar al homosexual a su naturaleza original, la heterosexualidad y cuya práctica, es bueno recordarlo, es desaconsejada por la mayor parte de organizaciones psicológicas y psiquiátricas del mundo (1). No existe actualmente casi ningún hombre o mujer de ciencia que sostenga una identificación entre naturaleza y heterosexismo.
Quien conozca, así sea superficialmente, la doctrina de las iglesias cristianas sobre la homosexualidad reconocerá que el concepto mismo de “diversidad sexual” es un problema. Se trata de un concepto que ha ido ganando terreno en el mundo para denominar la pluralidad de inclinaciones, motivaciones, orientaciones, preferencias y/o prácticas sexuales. Pero no es un concepto neutral, sino que es interesadamente incluyente. Hablar de diversidad sexual supone que, además de la práctica normativa heterosexual, existen otras expresiones que pueden ser agrupadas, en un plano de igualdad, bajo un concepto más amplio. Pues bien: este concepto de diversidad sexual no tiene cabida en la doctrina actual de la mayor parte de las iglesias. Y no lo tiene, porque ellas mantienen una visión heterosexista de la sexualidad, que concibe la relación heterosexual como la única válida y lícita.
El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe titulado “Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales” afirma con dura claridad: “Es necesario precisar que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada. Quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable” (No. 3). Queda clara, pues, la posición actual de la iglesia católica: ningún comportamiento homosexual puede ser calificado como moralmente aceptable. Debe animarse a los hombres y mujeres homosexuales a llevar una vida de castidad, en el marco de una educación progresiva, que reconozca avances parciales.
– Una mutación de conciencia
Pero no es esta posición de las iglesias la única manera de interpretar el hecho que contemplamos en los mapas que pudimos ver al inicio de esta exposición. Para muchas personas, entre ellos una enorme cantidad de estudiosos y científicos sociales, el avance de la igualdad de las personas homosexuales en el mundo y la aceptación de un paradigma conceptual que mira la heterosexualidad como una expresión que, aunque dominante y mayoritaria, no es la única socialmente válida y legítima, no es un dato anecdótico, producto de la moda o de la degradación moral, sino la muestra globalizada de lo que yo llamo una “mutación de conciencia”.
Y es que los cambios que constatamos en el mapa no ocurren solamente en el nivel de las leyes internacionales y las decisiones de los países. Es reflejo de un cambio que se está dando en la conciencia de los individuos y las colectividades. Se va abriendo paso una nueva concepción, que muchos llaman “cambio antropológico”, en el que las personas homosexuales comienzan a ser vistas, consideradas y tratadas, como personas diferentes, pero sin que esa diferencia marque una desigualdad en la dignidad y los derechos. Como bien menciona James Alison, “esta comprensión parece que no ha necesitado de líderes que la expliquen, ni han servido las ingentes cantidades de dinero y las energías que se ha desplegado para frenarla, sino que cada vez más emerge gente que se reconoce como gay, y también reconoce que no es un asunto en sí muy importante, y cada vez más la gente hétero con la cual convive esta gente está de acuerdo que alguna gente es así, y que no es un asunto muy importante. Y cada generación más joven tiene mayor dificultad en entender por qué algunos entre sus mayores tienen tanto problema con esto. Y cada generación de chicos héteros entiende mejor que el hacer la vida insoportable para sus compañeros de clase gay más bien que ser prueba de ser machote es un comportamiento indigno y señal de inseguridad en su propio machismo. Es más, cada vez más cunde, sin que nadie lo enseñe, la sensación de que si alguien se ensaña contra los gays, algún problema tendrá él con respecto a su propia orientación sexual, pues el hétero seguro de sí no tiene necesidad de definirse por contraste con lo gay, y está tranquilo en la compañía de sus contemporáneos gay”(2).
Para muchas personas, esta toma de conciencia está muy lejos de ser una moda temporal o la señal del deterioro de las condiciones morales del mundo. Se trata de un colectivo “caer en la cuenta” de que estamos frente a una realidad antropológica que sencillamente es así. Se trata de un auténtico descubrimiento humano, aunque pueda parecer banal. Nos estamos dando cuenta sencillamente de que hay gente que es así, lo cual no convierte a estas personas en algo especial ni las hace ni más ni menos capaces para realizar cualquier cosa. Para decirlo con las palabras de Alison: “Sencillamente es así, como la lluvia y las mareas y la existencia de personas zurdas.” (3).
Es Alison también quien nos recuerda que el proceso por el cual hemos llegado a entender la sencilla existencia antropológica de lo gay sigue exactamente el mismo cauce que el proceso por el cual hemos llegado a entender el mundo real al dejar atrás creencias supersticiosas. Antiguamente, por ejemplo, se trataba de entender el funcionamiento de los cambios climáticos como atribuidos a ciertas viejas feas, tenidas como brujas, o, como aparece en la película “Apocalypto”, de Mel Gibson, a la sed no saciada de las divinidades mayas. Esto ofrecía a los manejadores de la religión, propagadores y defensores de esa superstición, la posibilidad de disculparse cuando sus pronósticos del tiempo fallaban ostensiblemente. En caso de que hubiera una cosecha mala o una inesperada granizada, siempre había brujas que ejecutar o mayas que sacrificar para declararlos culpables de la catástrofe. Esta práctica supersticiosa, alentada con cierta perversidad, sacó de apuros a los sacerdotes y adivinos, pero retrasó durante mucho tiempo la comprensión del porqué del funcionamiento climático. Fue necesario que la superstición fuera desmontada, que se dejara de creer en la falsa culpabilidad de las brujas o del insuficiente número de mayas sacrificados, para que llegaran a formularse las preguntas que llevaron a entender la meteorología.
Esta nueva comprensión, que podría compararse con el momento en que los negros comenzaron a ser considerados iguales que los blancos, o las mujeres igual que los varones, ha venido acompañada del reconocimiento, ya desde la segunda mitad del siglo XX, que no hay defecto psicológico que esté presente entre las personas gay que no lo esté en los héteros y viceversa. En efecto, en cada época histórica han ido desapareciendo prejuicios y hoy no suscribiríamos ideas que apenas hace cincuenta años eran consideradas normales, como que el marido pudiera pegarle a la esposa, o que un negro no podía casarse con una blanca. Pero no siempre fue así. Y en las épocas en que esto no fue así, la mentalidad mayoritaria, el prejuicio visto como normalidad, se justificaba diciendo que eran realidades naturales, objetivas, inscritas en la naturaleza humana, aunque hoy nadie se atreva a sostenerlas en voz alta. Algún día, espero que no lejano, pasará lo mismo con las personas homosexuales.
No sé cada cuánto tiempo la humanidad vaya llegando a estos consensos antropológicos que rompen una manera determinada de ver la vida. Reconozco que a este cambio de conciencia contribuyen descubrimientos científicos recientes y una aproximación sin prejuicios a la realidad de la diversidad sexual. Pero no sé qué otros elementos expliquen esta mutación de conciencia. Es una tarea que rebasa mi competencia profesional. Hará falta reconstruir esta historia, así como se va reconstruyendo poco a poco la historia de la aceptación de la igualdad racial o de la igualdad de género. Pero el hecho es que tales consensos, y se confirma con lo que ha ocurrido con las otras dos mutaciones que he mencionado, se vuelven irreversibles.
– El momento actual de confrontación
Así hemos llegado a la situación actual: la concepción de sexualidad que sostienen las iglesias está cada vez más en cuestión. Por eso pienso que el “caer en la cuenta” antropológico de la existencia de personas homosexuales no es un asunto anecdótico. En la iglesia tenemos que confrontarnos con esta mutación de conciencia colectiva que se está desarrollando delante de nuestros ojos y dejar de atribuirla exclusivamente a una presunta degeneración cultural. Si algunas personas son sencillamente homosexuales y este hecho no obedece ni al pecado, ni al desorden, ni al vicio, ni a fracasos de los papás ni a ingerencias de espíritus malignos, entonces tendremos que enfrentar con nuevas respuestas la cuestión de la diversidad sexual y ofrecer una nueva aproximación teológica a esta realidad.
No soy el primero ni el único que sostiene esta hipótesis dentro de la iglesia. Sólo para abundar presento aquí un texto del moralista español Domínguez Morano: “Es un hecho evidente la dirección que van tomando las diferentes investigaciones que se efectúan al respecto. Los estudios médicos, psicológicos, antropológicos y sociológicos apuntan de modo inequívoco hacia la descalificación de la homosexualidad como enfermedad, desviación psicosomática o perversión sexual. Cada vez de modo más explícito, la homosexualidad va siendo reconocida como una orientación sexual que la naturaleza permitió y que, en sí misma considerada, no afecta a la sanidad mental ni al recto comportamiento en el grupo social. En razón de ello, instituciones como la OMS han suprimido la homosexualidad de la relación de enfermedades, y el Consejo de Europa ha instado a los gobiernos de sus países miembros a suprimir cualquier tipo de discriminación en razón de la tendencia sexual…” (4). Esta realidad se convierte, en el quehacer teológico, en una hipótesis de trabajo.
Sobre el tema de la homosexualidad hay, ciertamente, textos y declaraciones magisteriales que incluyen un juicio muy negativo, pero esto es lo que precisamente está siendo sometido a revisión por la ciencia, la exégesis y la teología moral. No es difícil reconocer que, en medio de las diferentes tendencias y escuelas teológicas existentes en la Iglesia, hay un relevante consenso: que cuando se trata de cuestiones del orden natural, no relacionadas directa ni indirectamente con la verdad revelada, la Iglesia puede proponer normas pastorales, no dogmáticas, que deben ser conocidas y respetadas, pero que permiten, a quien tenga razones para ello, discrepar sin que por ello deje de ser buen católico. Tal considero que es el caso de la posición acerca de la homosexualidad. En cuestiones complejas que tienen que ver con la ley natural, la Iglesia ha de contar con la legitimidad de otras interpretaciones e, incluso, admitir tal pluralidad dentro de ella misma. En lo que es dudable y discutible no puede exigirse uniformidad.
Creo que es incorrecto argumentar que la doctrina sobre la homosexualidad forma parte del depósito incambiable de la fe. Eso no es cierto. Si miramos, por ejemplo, el conjunto de la revelación escrita y de la tradición judía y cristiana sobre la mujer, su naturaleza y su status social, caemos en la cuenta que sería imposible que la iglesia se mantuviera hoy empeñada en mantener tal tradición a capa y espada. Muchas iglesias, fieles a los signos de los tiempos (y no ha habido signo de los tiempos más claro en el siglo que termina que la revolución de género), han sabido deponer la misoginia de muchos de sus textos tradicionales para abrirse a una nueva y más evangélica consideración del papel de la mujer. Y la transformación operada en las iglesias a raíz de la revolución de género está lejos de haber concluido. Los cambios, no me cabe la menor duda, continuarán hasta que, más tarde o más temprano, la participación de la mujer en la iglesia se dé en niveles de equidad.
Si las investigaciones sobre la homosexualidad continúan por la misma vía por la que parecen estar yendo y se comprobase que hay un elemento constitutivo involuntario en las personas homosexuales, entonces calificar de pecaminosos los actos homosexuales significaría que la iglesia tendría que abandonar la posición que ha mantenido durante mucho tiempo en su antropología, posición que sostiene que cada persona debe actuar de acuerdo con su naturaleza. La homosexualidad, va quedando cada vez más claro, no es la desviación de una naturaleza heterosexual que se ha constituido culturalmente como la norma para todos, sino que es otra manera, así sea minoritaria, de vivir la sexualidad, que ha existido siempre y que, a pesar de miles de años de señalamiento y hostigamiento, no ha desaparecido. La cuestión es si los contenidos “permanentemente válidos de la antropología cristiana” o la “verdad sobre la naturaleza humana”, de los que habla con frecuencia el Magisterio de la Iglesia Católica, están inevitablemente ligados al reconocimiento de la heterosexualidad como la única y exclusiva manera de vivir la sexualidad según el plan de Dios o si el reconocimiento de la diversidad sexual puede considerarse como un nuevo punto de partida en la reflexión moral de la iglesia. Éste es el debate. (filmina 14)
Pero sobre todo, dado que de seres humanos estamos hablando, los teólogos tienen que considerar que la universal vocación a la santidad vale también para las personas homosexuales. ¿Cómo la realizarán desligados de una característica que forma parte constitutiva de su personalidad? ¿Puede el “deber ser” anular una parte esencial de la persona humana? ¿Qué santidad, qué felicidad puede construirse sobre la represión de la vida afectiva y del ejercicio de la sexualidad?
Si sigue manteniéndose en la iglesia la opinión de que las personas homosexuales no tienen el derecho de vivir las situaciones que son inherentes a su humanidad, si sigue ocultándose los problemas que la represión de las personas homosexuales causa dentro de la iglesia, si seguimos creyendo que manifestar libremente los propios afectos, en el respeto y la tolerancia a otras formas de vida, es un signo de debilidad y no de plenitud humana, no nos extrañemos que esta mentalidad farisaica termine por ser un fardo insoportable para quienes tienen prohibido ser de carne y hueso como todas las demás personas.
Los desafíos
Como cristiano, creo que los momentos de crisis pueden siempre ser vistos como momentos de gracia. En fidelidad a Jesús y a su proyecto de Reino, quiero lanzar mi mirada sobre esta realidad conflictiva que acabo de describir y descubrir en ella los “signos de los tiempos” (Mt 16,1-4).
Creo que el primer desafío, y con mucho el central y más importante, es la oportunidad que esta nueva conciencia sobre la homosexualidad nos está presentando a los cristianos de revisar nuestra concepción antropológica. Tenemos que empezar a discutir dentro de las iglesias, con tolerancia y respeto a las opiniones diferentes, la posición que mantenemos con respecto a gays y lesbianas: que no existen personas homosexuales en cuanto tales, sino que son heterosexuales defectuosos o desviados. Hay que comenzar a reconocer, antes de que sea tarde, que esta posición sólo ha llevado a la infelicidad a las personas sexualmente diversas. Nuestras iglesias tienen que confrontarse con esta mutación de conciencia colectiva que se está desarrollando delante de sus ojos y dejar de atribuirla a una presunta degeneración cultural.
Contribuir a que esta discusión se dé dentro de la iglesia es vital dado que hay una distancia cada vez mayor entre la doctrina de la iglesia sobre la homosexualidad y el convencimiento creciente de muchas personas. Creo sinceramente que tenemos que comenzar en la iglesia un largo camino de clarificación, un ejercicio de humilde escucha, que nos llevará, irremediablemente, a plantearnos si la enseñanza de la iglesia en este campo, tal y como se sostiene ahora, es verdadera o no. Este es el primer y central desafío. Y creo que hay que empeñar en él todas las energías, aunque esto pueda costar pérdida de prestigio, castigos disciplinares o censuras mediáticas.
Un segundo desafío es que la diversidad sexual es una especie de puerta de entrada a una problemática mayor: la visión que en las iglesias cristianas tenemos sobre la sexualidad en general. Toda la visión “naturalista” del sexo que privilegia la perspectiva de la procreación, que mira el placer como algo malo, o al menos, como algo sospechoso, ha de ser revisada. Hemos arrastrado durante mucho tiempo (y la hemos consagrado como si fuera doctrina eterna e incambiable, a veces, incluso de más alto rango que el mismo mensaje evangélico) nuestra sujeción a un esquema filosófico pesimista, que minusvalora la realidad corporal y que rehuye y condena el goce de los sentidos. Este fundamentalismo moral nos paraliza, puede reducir la religión a un asunto de cama –como ocurre en numerosas confesiones sacramentales– y acortar nuestras miras, impidiendo que discutamos y enfrentemos otros desafíos trascendentes, como el hambre en el mundo, el deterioro del ecosistema, la creciente desigualdad, etc. Es curioso, por ejemplo, que los debates más álgidos de reforma de la iglesia se dirijan a cuestiones que envuelven o tocan, así sea tangencialmente, la sexualidad: el celibato opcional, la ordenación de mujeres, el trato pastoral a las personas homosexuales, los divorciados vueltos a casar… mientras se da por muerta la teología de la liberación y nos hacemos cómplices de sistema económico que produce desigualdad y muerte. Esto demuestra la urgencia de enfrentar tales debates de una vez por todas.
Un tercer desafío es otro tipo de fundamentalismo: el bíblico. Con cierta frecuencia se citan textos bíblicos que aparecen en el Primer Testamento y en algunos escritos paulinos para condenar la homosexualidad. Resulta que en el campo de la sexualidad, hasta los teólogos más liberales y de izquierdas suelen ser un tanto fundamentalistas. Pues bien, enfrentar la cuestión de la homosexualidad en la Biblia nos desafía a revisar la lectura que hacemos de ella. Quizá nadie lo plantee de manera más simple y profunda que mi amigo Jairo del Agua (de sonoro nombre, este católico español es mi amigo, aunque él no lo sepa, ni sepa tampoco que los escritos suyos que me encuentro en un portal de intercambio de ideas religiosas han sido inspiración y bendición en mi vida ministerial), cuando combatiendo el fundamentalismo dice: “Es muy importante caer en la cuenta de que toda la Escritura no es Palabra. Más bien la Palabra discurre entre la Escritura, la riega como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una concreta historia humana (la de los judíos y primeros cristianos), durante un concreto tiempo. No podemos confundir el río con sus orillas agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos, ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de sus propios crímenes. Algunos pasajes -totalmente secundarios que no explicitan el mensaje central del Primer Testamento- son pura bazofia y su lectura no es recomendable. Esa es la razón por la que la Biblia fue un libro prohibido o no divulgado durante muchos años. Conviene decirlo porque parece, que ahora, todo está bendecido por el hecho de estar en el Libro. Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia, incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto ocurre de forma relevante en el PT (primer o antiguo testamento) porque el primitivismo era mayor y menor la evolución humana. Pero también puede afirmarse del NT. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque los humanos somos limitados e incapaces de agotar la Palabra. Sólo podemos recoger algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana oscuridad” (5).
Si la reflexión sobre la diversidad sexual nos lleva de la mano a una lectura de los textos bíblicos alejada del fundamentalismo y nos hace preguntarnos sobre los fundamentos hermenéuticos de nuestra lectura, habremos respondido a este desafío.
Un cuarto desafío que nos lanza la cuestión homosexual es la reconsideración de nuestra noción de familia. Hemos de considerar que un buen porcentaje de familias no responde ya a nuestro esquema mental de familia nuclear y patriarcal, lo que nos plantea un urgente problema pastoral. También debemos enfrentar el hecho de que las uniones entre personas del mismo sexo, una realidad patente en nuestros días, dejan tareas pendientes a nuestra pastoral familiar. Pero también habrá que reconocer que la existencia de una diversidad de familias implica que revisemos esta especie de sacralización que hemos hecho de un modelo familiar en concreto. Y que revisemos también esta especie de obsesión compulsiva de “defender” a la familia, como si la existencia misma de cada persona homosexual le representara una amenaza. Por otro lado, bueno sería que nos preguntáramos por qué en el proyecto revelado por Jesús en el evangelio, el sexo y la familia ocupan un lugar tan poco destacado, mientras que nuestra pastoral actual casi reduce su acción concreta a estos únicos dos aspectos tangenciales en el mensaje evangélico.
Finalmente, un quinto desafío tiene que ver más con los cristianos y cristianas de a pie. Me refiero a que la cuestión de la diversidad sexual nos invita a revisar si somos lo suficientemente adultos en la fe. Tenemos que preguntarnos si creemos que el Espíritu Santo sopla en las cabezas y en los corazones de todos los creyentes, y no solamente en aquellos de los dirigentes. Una revisión desapasionada de la historia del magisterio oficial en la iglesia católica, por ejemplo, nos demuestra que ha errado en temas de suma gravedad, que ha corregido declaraciones anteriores y que muchas cosas que se han declarado como definitivas han demostrado, con el paso del tiempo, no serlo (6). Quizá el día de mañana la cuestión de la diversidad sexual sea vista con ojos totalmente otros. No es extraño que la heterodoxia de hoy se convierta en la ortodoxia de mañana.
Un sacerdote jesuita ya fallecido me comentaba, no sin cierta gracia, que existe algo que él llamaba “desobediencia programada”. Quería decir que hay algunos momentos en que uno alcanza a descubrir cosas que el conjunto de la iglesia, sobre todo quienes ocupan los puestos de decisión, todavía no descubren. Entonces, confiando en que algún día se llegará a la misma conclusión a la que uno ha llegado, pues entonces se decide uno a desobedecer la norma vigente. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, con mi viejo párroco, que algunos años antes del Concilio Vaticano II comenzó a decir algunas partes de la Misa en castellano, lo cual estaba expresamente prohibido. Cuando el cambio llegó algunos se preguntaron quiénes fueron en realidad los desobedientes… Considero, pues, desobediencia programada tratar estos temas, dar paso a una discusión franca, retar a las personas a usar la cabeza y ser cristianos adultos.
Yo, personalmente, he llegado a la conclusión de que la diversidad sexual es una bendición para la humanidad y para la iglesia. Estoy seguro que terminaremos por comprenderlo todos. En lo que ese momento llega, como está llegando ya en el nivel de las legislaciones de la mayoría de los países, hay que hablar abiertamente sobre la diversidad sexual, hay que plantearnos las preguntas que tenemos para ir hallando juntos respuestas, hay que hacer grupos de oración con personas sexodiversas, hay que invitar a las personas homosexuales a dar el paso y acercarse a los sacramentos sin tener que dejar de ser quiénes son y de sentir lo que sienten.
Con esto no intento desautorizar al magisterio ni al ejercicio de la autoridad dentro de la iglesia. Quiero, más bien, señalar la importancia de cristianos y cristianas adultos, que reflexionen a la luz de la oración y de las aportaciones que nos ofrecen las ciencias, que digan su palabra iluminadora aunque esto signifique desafiar una mentalidad que quisiera mantenernos a todos como niños sin criterio, llamados solamente a obedecer. No es sólo ni principalmente una cuestión de poder, como si todo se redujera a quién manda y quién obedece, sino de fidelidad a la acción del Espíritu en nuestras vidas.
Creo sinceramente que estos cinco retos que la diversidad sexual plantea a nuestras iglesias contribuirán, si nos aplicamos a darles respuesta, a purificar nuestras prácticas cristianas, a liberarnos de prejuicios que no tienen nada de evangélicos y a cumplir con aquello que el evangelio nos recuerda: “Vayan y anuncien a todos que el Reinado de Dios –que es hermandad plena y dignidad para todos y todas– está cerca”.
Raúl H. Lugo Rodríguez
XI Semana Nacional de la Diversidad Sexual
San Luis Potosí, SLP
Mayo de 2012
NOTAS
(1) “A pesar de muchos años de investigaciones, ya que la erradicación de la homosexualidad ha sido un objetivo de los científicos durante muchas décadas, las conclusiones son claras. Ni desde la medicina, la psicología, la pedagogía, ni con medidas sociales o legales, ha sido posible cambiar la orientación sexual, aunque intentos no han faltado.” José Luis Trechera Herreros, “Aproximación a la realidad homosexual”, ST 90 (2002) p. 108.
(2) ALISON J., “Fragmentos Católicos en clave gay”, conferencia pronunciada para el ciclo rosa en la ciudad de Bogotá, Colombia, el 4 de julio de 2006 y disponible en el portal electrónico www.jamesalison.co.uk/cas/..
(3) Ibid.
(4) DOMÍNGUEZ Morano Carlos, “La homosexualidad en el sacerdocio y en la vida consagrada”, ST 90 (2002) pp. 133-134)
(5)Texto disponible en el portal electrónico www.eclesalia.com con fecha del 12/11/07. Las negrillas provienen del texto original.
(6) Puede verse el documentado estudio de GONZÁLEZ FAUS José Ignacio, La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico, (Sal Térrea, Santander 2006)
Es famosa la anécdota que sostiene que un día, un entrevistador, le hizo a Juan XXIII una pregunta: “Santidad ¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?”, a lo que el Papa habría respondido: “más o menos la mitad”. No sé de cuántas secretarías gubernamentales podría decirse algo parecido.
El caso de MAR, actualmente de 27 años de edad, ha ocupado esta columna en más de una ocasión. La gravedad de las violaciones a los derechos humanos cometidos contra MAR salta a la vista:
1. Desde los ocho años comenzó a ser abusada sexualmente por su padrastro, quien también explotaba sexualmente a la madre de MAR, a quien en una ocasión trató de matar.
2. A los 9 años fue violada por su padrastro por vez primera.
3. A los 11 años, MAR quedó embarazada de su padrastro y tuvo una niña que fue inscrita en el Registro Civil como si fuera su hermanita y no su hija.
4. A los 15 años comenzó a ser explotada sexualmente por el padrastro.
Después de muchos años, MAR y su madre lograron sobreponerse a esa situación. Con la decisión de abandonar al agresor para liberarse de él, comenzó para MAR un nuevo calvario:
1. Acudió al Instituto para la Equidad de Género del estado de Yucatán (IEGY). Ahí, un empleado le dijo que “no podían hacer nada” porque había pasado ya “demasiado tiempo” y su caso había prescrito.
2. El 27 de febrero de 2010, acompañada del equipo de derechos humanos Indignación A.C., presentó su denuncia penal ante la Agencia Especializada en Delitos Sexuales de la entonces Procuraduría de Justicia del estado de Yucatán. La acusación fue presentada por “los delitos de corrupción de menores e incapaces, Lenocinio y Trata de Personas, Delitos contra el estado civil, violencia intrafamiliar, amenazas, privación ilegal de la libertad y otras garantías, violación y el o los que resulten”.
3. Junto con la demanda, MAR presentó una solicitud de medidas cautelares, pues tenía miedo de lo que su padrastro pudiera hacer contra ellas. La solicitud fue negada. La Agencia Especializada le dijo que la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que autorizaba este tipo de procedimientos, “todavía no entra en vigor”, siendo que había sido publicada en el Diario Oficial del Estado desde el año 2008.
4. El agresor fue detenido cuando intentaba agredir a la familia que daba cobijo a las dos mujeres. Se abrió contra él la causa penal 041/2010 en el Juzgado de Tekax, siendo procesado solamente por lenocinio y violación.
5. El 24 de agosto de 2010, MAR fue informada de que, inexplicablemente, el Tribunal Superior de Justicia del estado de Yucatán, al responder a una apelación del agresor, había retirado de la causa el delito de violación. Sólo sería juzgado por el delito de lenocinio, delito que el Código Penal de Yucatán establece como “no grave”, por lo que el agresor podría salir bajo fianza. En Yucatán robar ganado, comerciar ilícitamente alcohol y hasta cobrar dinero al interés, son considerados delitos graves. Obligar a una mujer a prostituirse, no.
6. De manera sistemática, se impidió la presencia de miembros del equipo Indignación en las sesiones del proceso penal, a pesar de que son audiencias públicas. En un careo, el agresor amenazó a las mujeres diciendo que “cuando yo salga me voy a encargar de ustedes una por una, empezando por MAR”, amenaza que los funcionarios del juzgado omitieron asentar en la diligencia.
7. En octubre de 2010 MAR presentó nueva denuncia, ahora por violación equiparada. Para sustentar su dicho solicitó a la ahora Fiscalía General del Estado, que realizara una prueba de ADN para comprobar que había dado a luz a su hija cuando todavía tenía 11 años. Más de 350 personas suscribieron una carta dirigida al fiscal, a la gobernadora y a la directora del IEGY para solicitar la prueba de ADN y la consignación del nuevo expediente. La Fiscalía reconoció que no cuenta con ese instrumento de investigación y se negó a solventar los gastos que dicha prueba ocasionara.
8. Con solidaridad nacional e internacional, MAR logró costear la prueba de ADN que demuestra que la niña inscrita como hermanita suya es en realidad su hija, concebida de su agresor a los 11 años.
9. El 1 de septiembre de 2011 presentó la prueba ante la Fiscalía. Inmediatamente, una campaña de solidaridad provocó que llegaran a 700 las personas que dirigieron una carta al Fiscal, a la Gobernadora y a la Directora del IEG para que el expediente fuera consignado a la brevedad.
10. Para el día 16 de mayo de 2012, 15 meses después de interponer la denuncia y seis meses después de presentar la prueba de ADN que ella misma costeó, la Fiscalía no había consignado al Juez el expediente que ya estaba terminado y en el área de consignaciones desde noviembre de 2011.
¿Se trata de un caso de negligencia? ¿Se trata de proteger a los Magistrados que suprimieron el delito de violación del proceso penal? ¿Quién se responsabiliza del riesgo al que se ven sometidas las dos mujeres involucradas, al permitir y/o favorecer la liberación del agresor?
El pasado miércoles 16 de mayo, el equipo Indignación convocó a una manifestación frente al Palacio de Gobierno. La carta, recibida ya setecientas veces en los archivos electrónicos de la Fiscalía, fue leída una docena de veces por altavoces. En una medida desesperada, dado que el agresor podría ser puesto en libertad en cuestión de días, Indignación solicitó la de nuevo, por enésima vez, la consignación inmediata del expediente. Un ejemplar impreso de la carta fue entregado en la Oficialía Mayor del gobierno del estado.
Hoy, el equipo Indignación ha tenido conocimiento de que el expediente ha sido consignado. Una buena noticia para MAR en medio de este largo calvario al que se ha visto sometida por las agresiones de su padrastro y la negligente actuación de los órganos de procuración e impartición de justicia.
¿Era necesaria tanta presión? ¿Se necesitan 700 cartas –sin contar con cuarenta más que se unieron después de la manifestación del miércoles pasado– para que la Fiscalía haga lo que, en virtud de su encargo, debiera haber hecho de manera pronta y expedita? ¿De qué sirve cacarear que el sistema de justicia yucateco es punta de lanza en el país cuando no se cuenta con una prueba como la del ADN, hoy tan elemental para los procesos de investigación? Este triunfo de MAR nos deja un sabor amargo. Hay muchos casos más de violencia de género que no cuentan con la asesoría adecuada, ni son conocidos, ni cuentan con elementos de presión… La procuración y administración de justicia en Yucatán dejan mucho, mucho que desear. El derecho de acceso a la justicia, reconocido en nuestras leyes, es sistemáticamente violado en Yucatán.
Las fiestas detrás de la fiesta
Pocas festividades religiosas judías tienen tan rico pasado como la fiesta de la Pascua. Aunque los textos bíblicos nos la presentan como recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, experimentada por Israel, puede verse aquí y allá en el texto de la Biblia judía, testimonios de algunas festividades antiguas que alimentaron los orígenes de la actual fiesta pascual.
Es muy probable, como el texto de Ex 5,1 deja entrever, que hubiera una fiesta que los hebreos celebrasen aun antes del Éxodo: “Deja salir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto”. Muchos especialistas opinan que esta sería una fiesta pastoril que se celebraba cada primavera, en la que se sacrificaba un animal tierno que se ofrecía a la divinidad, en un lugar sagrado, para obtener prosperidad y la fecundidad de los rebaños. De rasgos nómadas y domésticos, ésta parece ser la fiesta que los hebreos piden al Faraón que les permita ir a celebrar al desierto.
Hay quienes opinan también que la fiesta de los panes ázimos estaba originalmente separada de la pascua. Las primicias de la recolección (siega) se presentaban a la divinidad acompañadas de panes ázimos. Por eso en algunos textos la pascua y los ázimos aparecen como fiestas distintas y separadas (Lev 23,5-8; Esd 619-22; 1Cro 35,17), mientras que en otros textos aparecen ya unidas (Dt 16,1-8; 2Cro 30,1-13). Si esto es cierto, la fiesta de la pascua tendría como antecedentes cercanos estas dos fiestas distintas: la pascua pastoril y la fiesta de los ázimos, que habrían cristalizado en una nueva fiesta que contendrá elementos de ambas.
La pascua: experiencia de liberación histórica para Israel
El rito del cordero y los panes ázimos son asumidos en un nuevo acontecimiento que marca para siempre la historia del pueblo hebreo: se trata de la potente intervención del Dios de Israel que, habiendo escuchado el sufrimiento de su pueblo esclavo en Egipto, decide liberarlo. En esta ocasión la salvación se experimenta, no en un rito como antaño, sino en una intervención histórica. Esta es la conciencia religiosa que está a la base de la revuelta comandada por Moisés que culmina en el éxodo.
Es cierto que uno de las principales características de la fiesta que conmemora la liberación de Egipto es la cena que la conmemora. Pero el recuerdo de la pascua es concebido siempre como MEMORIAL, no como simple recordatorio. Las antiguas fiestas toman ahora un nuevo sentido: la sangre del cordero será la señal del pacto de Yahvé que viene a liberar a su pueblo de la esclavitud y que se escoge a Israel como su pueblo, en medio de los demás pueblos. Dios ha exterminado a los primogénitos egipcios, pero la sangre del cordero ha preservado a los israelitas de este paso destructor de Dios. Por eso la fiesta recibe el nombre de “pascua”, “paso”.
Del recuerdo al memorial
Es la noche de la pascua. Todos los hogares judíos están de fiesta. Esta noche recuerdan la gran hazaña que Dios realizó en los albores de la historia de Israel, al liberarlos de la esclavitud de Egipto. Todos están preparados para la celebración de la cena pascual. Con celo, han empleado toda la semana en limpiar hasta los últimos rincones de la casa para eliminar cualquier resto de alimento fermentado. Esta es la fiesta de los panes ázimos.
En la cena pascual participan todos: hombres y mujeres, niños y ancianos. Se ha colocado alrededor de la mesa el lugar de cada uno. A la cabeza el jefe de la familia, que presidirá la cena. Alrededor, todos los miembros. De pronto, según manda un antiquísimo ritual, el niño más pequeño se dirige a su padre y cantando le pregunta: “¿qué es lo que hace que esta noche sea diferente de las demás noches?” Y entonces el padre le contesta: “Es que éramos esclavos en Egipto, y en una noche como ésta Dios nos libró con mano poderosa y brazo extendido…” Y continúa en una larga descripción de los prodigios que se celebran en la noche de pascua.
No dice el padre: “nuestros antepasados eran esclavos en Egipto y hoy los estamos recordando con esta fiesta”. No. Dice: “éramos esclavos en Egipto”, es decir, nosotros, los que ahora celebramos esta fiesta somos los destinatarios directos de la acción de Dios, somos sus beneficiarios. La acción de Dios, situada en el pasado, se hace presente en esta misma celebración. Es el paso del simple recuerdo al memorial.
Del memorial a la celebración litúrgica
Es así como el Éxodo se convierte en el acontecimiento mayor de la historia de Israel. Por eso será recordado cada vez que el pueblo pasa por situaciones de sufrimiento o de esclavitud. La historia comienza a ser vivida por Israel en perspectiva de Éxodo. Jer 23,7-8, por ejemplo, habla del retorno del pueblo a su tierra, después del tiempo del exilio en Babilonia, como un éxodo decisivo que eclipsará al antiguo.
Más tarde, la tradición judía postexílica dotará a la fiesta de la Pascua de un revestimiento litúrgico que incluye una peregrinación al templo de Jerusalén. De tradición familiar, la fiesta pasa a ser una fiesta del templo. La Pascua se convierte en el crisol de toda la historia salvífica: la noche de pascua, Dios sacó al mundo del caos, a Israel de Egipto, al pueblo deportado de Babilonia, etc. Todas las experiencias salvíficas de Israel se celebran, como si en ella se concentraran, en la noche de la pascua.
Por último, la tradición judía se la pascua se enriquece con la expectativa mesiánica. La salvación definitiva, la victoria total sobre el mal, el Éxodo definitivo (Is 62,25) será instaurada por intervención del Mesías, cuya venida se aguarda en cada noche pascual.
Pascua y Eucaristía cristiana
Jesús celebra una cena de despedida en los días previos a la Pascua. Aunque no se propiamente una cena pascual, Jesús aprovecha esta cena de amigos celebrada en el ambiente festivo de la Pascua para anticipar su pasión. En las bendiciones rituales destinadas al pan y al vino, Jesús inserta la institución de la Eucaristía. Después que Jesús se ausenta físicamente, los elementos de la cena de pascua les sirven a los cristianos para identificar en la muerte y resurrección de Jesús la verdadera y definitiva pascua: Jesús es el nuevo templo y santuario definitivo, es el nuevo cordero que ocupa el puesto de la víctima de pascua, y en una comida pascual Jesús simboliza su propio éxodo: su paso del mundo pecador al Reino de su Padre (Jn 13,1) que se realizará más tarde en su muerte y resurrección.
Las iglesias cristianas de los inicios fueron muy conscientes de esto. Por eso en la celebración de la fracción del pan, después de una larga disputa, se conservó la utilización del pan ázimo. Por eso también, antes de invitarnos a la comunión, el ministro que preside la celebración nos invita a contemplar en Jesús al “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Por eso los cristianos asumieron la celebración de la muerte y resurrección de su Maestro dentro del marco de una cena que la renueva y actualiza: la Eucaristía.
Hay que recordar, para ser fieles al rico pasado veterotestamentario de nuestra celebración Eucarística, estos elementos: la Eucaristía, como la cena pascual, es una celebración de la libertad y compromete a quien de ella participa, a formar un pueblo de hombres y mujeres libres. El pan ázimo, que se parte y se reparte, es también para nosotros una comida de viajeros. Como en la pascua antigua, nosotros también participamos de la fracción del pan como si estuviéramos vestidos con ropas de viaje, porque somos peregrinos (1Cor 11,26; 1Pe 1,13-21). Quizá por ello uno de los nombres más hermosos de la Eucaristía, cuando se administra en situación de enfermedad grave, sea la de “viático”.
Reflexiones bíblicas para el Día de la Tierra.
Israel, un pueblo agrícola
La agricultura aparece por primera vez en la Biblia en el segundo relato de la creación (Gn 2,4-25). “Yahvé tomó, pues, al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. Los verbos hebreos que usa el texto son ‘ABAD y SHAMAR para decir cultivar y cuidar. Son verbos que, en éste y en otros contextos, tienen significado de “servir” (de donde ‘EBED, siervo) y cuidar vigilando, como en el caso de los pastores con sus ovejas. Ya el uso de estos verbos indica de qué tipo será la relación que establece la Biblia entre el ser humano y la tierra: no es dominio, sino servicio y cuidado.
La tarea de cultivar la tierra es tan antigua en Israel, que llena muchas de sus páginas. Ya en el relato de Caín y Abel, los hijos de las primera pareja humana, uno de ellos se dedicaba a las tareas del cultivo de la tierra (Caín) y el otro a las tareas del pastoreo de ganado menor (Abel), las dos ocupaciones más antiguas en Israel.
Cuando el pueblo lucha contra el faraón bajo la conducción de Moisés y salen de la esclavitud, después de vagar errantes por el desierto, llegan a la tierra prometida, y la primera acción que toman para comenzar a ser un pueblo distinto de los demás es la repartición de la tierra. A cada familia un pedazo de tierra, para que nadie se quede sin sustento. De esta manera, la agricultura une estrechamente a las personas al suelo que le da el alimento.
Pero el pueblo de Israel sabía que la tierra no le pertenece a nadie, sino a Dios. Dios es el único dueño de la tierra porque él es quien la creó al mero principio del mundo. Por eso Dios tiene un derecho absoluto sobre la tierra, dispone de ella, establece las normas para cultivarla, ordena cómo ha de ser su distribución. Por eso Israel proclama en sus oraciones el dominio de Dios sobre la tierra: “Tú, Señor, haces brotar vertientes en los cerros, que corren por el valle… desde lo alto riegas las montañas y se llena la tierra de frutos, que son obra tuya. Tú haces brotar el pasto para el ganado y las plantas que le sirven a las personas, para que de la tierra obtengan su alimento…” (Sal 104,10-14).
Por eso se establecieron en Israel algunas leyes para la distribución y el cultivo de la tierra. Se estableció, por ejemplo, que la tierra se dividiera en partes equitativas para cada tribu (Nm. 26,52-56); Solamente la tribu sacerdotal no podía recibir tierras (Dt 18,1-8). Además, la tierra no podía venderse porque es de Dios (Lv 25,23). Y si por alguna necesidad o urgencia hubiera que venderla, debía hacerse en primer lugar entre la propia tribu, para que la tierra no saliera del dominio tribal y se conservaba siempre el derecho de rescate, según lo establecido en la ley del goelato y el jubileo (Lv 25,11ss; Dt 15,1ss): cada cincuenta años las tierras regresaban a sus auténticos dueños.
La distribución de la tierra no estaba ajena a la igualdad social. Por el contrario, cultivar la tierra pensando solamente en uno mismo y olvidando a los pobres, era una ofensa grave a Dios (Dt 14,28-29; Dt 24,19-22).
También tenían problemas: El principal enemigo de la agricultura era la sequía (Gn 12,10; 26,1; 41,50-57) a la que se hacía frente con la construcción de cisternas y acueductos. Otro azote era la langosta. Las principales semillas de cereal que se cultivaban eran el trigo y la cebada. El trigo era el cereal más importante de Palestina, cereal de invierno que se cosecha en junio o julio. Se tomaba cocido en pan, tortas y obleas, pero también como granos tiernos y secos. Se usaba para la ofrenda de la comida y es uno de los siete dones con los que se bendijo la tierra prometida (Lev 2,14; 23,14; 1Sam 25,18; 2Re 34,42).
La cebada, planta gramínea semejante al trigo, fue también muy cultivada en Palestina, que es llamada ‘tierra de trigo y cebada’ (Dt 8,8) y aparece citada frecuentemente tanto en el A.T. como en el N.T. Se empleaba sobre todo como alimento para caballos. El pan de cebada era alimento de pobres. Se comía el grano tostado. Cereal de invierno, que se cosecha en marzo: Necesita una mayor sequedad que el trigo (Ex 9,31; Nm 5,15; Job 31,40).
La técnica más común de sembrado era al voleo. De ordinario, los cereales se sembraban a voleo con la mano derecha, llevando la semilla colgada en un saco en el hombro izquierdo. Como no conocían el rastrillado propiamente dicho, se pasaba ligeramente el arado o un haz de espinas. Con la siembra a voleo y un rastrillado deficiente, se entiende que una parte de la semilla cayese fuera (Mt 13,3).
Sentido religioso de las siembras
Las tres fiestas más importantes del calendario hebreo tienen un origen estrictamente agrícola. La pascua, era la fiesta de la primavera: se acababa el frío del invierno y podría comenzar a prepararse la tierra para cultivarla. Se celebraba con un banquete familiar. Después de salir de Egipto se convirtió en una fiesta que recordaba la liberación de la esclavitud. Se comía durante una semana pan sin levadura. (Ex 23,14-15)
La fiesta de las semanas (Pentecostés) era la fiesta de la siega o cosecha. Se recolectan los primeros frutos del trabajo (cereales, sobre todo) y se ofrecen las primicias. Se celebraba siete semanas después de la fiesta de la pascua, por lo que era llamada Pentecostés. (Ex 23,16). Finalmente, estaba la fiesta de los tabernáculos (Tiendas) que se celebraba cuando se terminaba la estación de las frutas. Se llamaba fiesta de las tiendas, porque la gente hacía unas chozas con ramas y se colgaban de ellas los frutos, como suele hacerse en los pasel mayas. Más tarde, esta fiesta comenzó a recordar también los 40 años pasados por el pueblo en el desierto (Ex 23,16; Dt 16,13-15)
Los hijos e hijas de Israel ligaban la fidelidad a Dios con el éxito de las cosechas (Lv 26,3-12). Una práctica común era la ofrenda de las primicias (Dt 14,22ss). Siempre hubo una relación entre el cultivo de la tierra y el resto de la vida. Siendo campesinos y campesinas, los miembros del pueblo de Israel no se olvidaban de su pasado, ni del proyecto de sociedad que estaban llamados a construir. De hecho, ligaban las actividades y fiestas agrícolas con su historia como pueblo. Por eso, después de presentar sus primicias, recitaban un compendio de su historia, para que la memoria mantuviera su resistencia (Dt 25,19 – 26,17).
La siembra de la semilla tomó muy pronto rasgos simbólicos. Por una parte, se ligó a la bendición de Dios, que restaura a su pueblo después de los sufrimientos. Se hizo símbolo de una siembra de personas y de animales con la cual Dios restaurará la desolación de Israel (Jer 31,27), y como símbolo de la penitencia de corazón (Jer 4,3; Os 10,12).
La Biblia conoce también la metáfora de la siembra para designar las consecuencias felices o desgraciadas que, cual cosecha merecida, siguen a la siembra de actos buenos o malos del ser humano (Prov 11,18). La tristeza del sembrador contrapuesta al gozo de los cosechadores es imagen del esfuerzo de quien trabaja con esperanza (Sal 126,5; Is 9,3). Hasta san Pablo ha usado esta imagen para hablar de la resurrección (1Cor 15,35-38).
Jesús y la siembra
Son muchas las ocasiones en que Jesús usa, en el Nuevo Testamento, la imagen de la siembra y la cosecha. Hasta para hablar de su propia persona menciona que él es el árbol y nosotros somos las ramas (vid y sarmientos Jn 15). Pero quizá las parábolas más conocidas en este campo sean la parábola del sembrador (Mt 13,1-9) y la parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29).
En la parábola del sembrador, además de la reflexión que se hace sobre la clase de tierra que recibe la semilla, hay que atender a la clase de sembrador que es Dios: un sembrador que parece incansable, que siembra a tiempo y a destiempo, que lanza la semilla incluso sabiendo que algunas de ellas caerán en terreno impropio. Dios es un sembrador apasionado. Su trabajo es sembrar siempre y en todo lugar.
La parábola de la semilla que crece por sí sola trae una hermosa enseñanza sobre la paciencia histórica. La semilla tiene dentro de ella un ritmo que Dios le ha puesto. Los campesinos y campesinas tomamos la semilla, la depositamos en la tierra, la cuidamos y regamos, pero en realidad lo que le ocurre a la semilla dentro de la tierra no es hechura nuestra, sino que es una fuerza que Dios le ha puesto y que está dentro de la misma semilla. Y tenemos que respetar los tiempos de Dios. Aunque estuviéramos presentes día y noche ante la tierra y viéramos despuntar las primeras hojitas, de nada serviría jalarla con fuerza para que crezca más rápido. Eso sería muy tonto, porque terminaríamos lastimando a la planta recién nacida. Como la siembra, las cosas de Dios y de nuestra historia tienen su propio ritmo y debemos aprender a conocerlo y respetarlo.
Algunas conclusiones
1. Una primera enseñanza de esta lectura de pasajes bíblicos es que el espíritu del pueblo de Israel es muy parecido al nuestro. Como ellos, nosotros sentimos que la tierra es nuestra madre, que no la poseemos, sino que solamente la administramos, porque la tierra es de Dios.
2. Sabemos que todos los frutos de la tierra vienen de Dios: él manda las lluvias y permite que haya abundante cosecha.
3. De la tierra sacamos nuestra subsistencia. Dios nos bendice con los frutos de la tierra si nosotros seguimos sus palabras y trabajamos por hacer realidad el proyecto de justicia y hermandad que él tiene para todos los seres humanos.
4. Alejarse del proyecto de Dios lleva consigo males para la tierra y para el trabajo del campo. Creer que somos los dueños de la tierra es lo que nos ha llevado a explotarla sin medida, a deforestarla, a usarla como si fuera una mercancía. Una buena parte de los desastres naturales, fruto de nuestra inadecuada relación con la naturaleza, manifiestan que Dios maldice la explotación desmedida de la tierra.
5. El trabajo de la tierra tiene una profunda dimensión religiosa. Así lo entendieron los judíos cuando celebraban sus fiestas agrícolas, así lo entendemos nosotros cuando hacemos los rezos de las primicias, pedimos permiso a la tierra para trabajar, o cuando hacemos repartición de comida durante la cosecha.
6. La siembra y la cosecha tienen también una dimensión simbólica. Sirven para expresar otras cosas: como la necesidad de “sembrar” la justicia para que el fruto sea la paz. El mismo amor entre los esposos es visto como una siembra cuando hablamos de los hijos como “frutos” del matrimonio.
7. Hay muchas maneras de organizar la tenencia de la tierra. Israel nos enseña que en cualquier organización que tengamos, no nos olvidemos de los pobres. Tratar la tierra como mercancía, olvidando que es fuente de vida para todos y todas, hace que aumenten los pobres y hambrientos. Ninguna ganancia comercial está por encima del bienestar de nuestros pueblos y comunidades.
8. Saber que Dios es el único dueño de la tierra nos ayuda a darnos cuenta de las malas intenciones de los que quieren que vendamos nuestras tierras. En realidad, solamente quieren hacernos esclavos. Permanecer unidos a la tierra es una cosa muy importante para nuestra resistencia. A esta luz tenemos que juzgar la bondad o maldad de algunos programas de gobierno que nos invitan a vender nuestras tierras.
9. No podemos permitir que el sentido religioso de la agricultura se pierda. Es bueno que usemos nuevas tecnologías, que aprendamos a cómo producir más y mejor, pero también es cierto que si abandonamos el sentido religioso de las siembras nos quedaremos sin una fuente importante de alimento para nuestra resistencia. Las grandes organizaciones de los ricos por eso están muchas veces en contra de nuestros ritos y nuestros relatos antiguos, porque mientras mantengamos esa relación religiosa con la tierra, no podrán convencernos de abandonarla y venderla para irnos a trabajar en sus construcciones y en sus fábricas.
10. Finalmente, el trabajo de la tierra tiene muchas enseñanzas para nosotros: conocer y respetar los tiempos, tener la sabiduría de resistir, saber que a pesar de las inclemencias, la tierra volverá a producir su fruto, etc. También tenemos que recordar que un país que no cuida su agricultura, que no trabaja la tierra, que no produce su alimento, muy pronto comienza a ser dependiente de otros países. Tenemos que trabajar por la soberanía alimentaria.
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