Mientras más leo el libro de Job, más me convenzo de que es una de las obras cumbres de la literatura universal. Fuera del Cantar de los Cantares (o “El Mejor Cantar”, como prefiere traducir la Biblia del Peregrino) es la única obra dramática que encontramos en la lista de los libros de la Biblia judía. El padre Alonso Schökel solía decir que el prólogo y el epílogo de la obra podían ser representados en un plano escénico doble: lo que sucede en el cielo (en un mezzanine, al fondo del escenario) y lo que sucede en la tierra (en el proscenio), en una simultaneidad que resaltaría en un inteligente juego de luces y de oscuros.
El caso es que, entre el prólogo y el epílogo, ambos parte de una adición probablemente inspirada en alguna leyenda oriental conocida por el redactor final, encontramos un espléndido poema dramático que combina cuatro rondas de diálogos: las tres primeras entre Job y algunos amigos suyos que, conociendo su desgracia, vienen a llamarlo a la cordura. El cuarto y último diálogo es un diálogo de Job a solas con Dios.
Y sí, porque Job parece loco a los ojos de sus contemporáneos, tan ortodoxos ellos y tan cultivadores de una imagen ordenada, previsible de Dios. Job, en cambio, se enfrenta con Dios cara a cara a partir de su propia experiencia de dolor inocente. Aborda así, en este drama de cuatro actos, un problema que ha sacudido la vida y el pensamiento de hombres y mujeres de todos los tiempos: la sinrazón del dolor inocente, la consabida pregunta “¿y por qué a mí?”, el grito de angustia que brota del corazón de quien no encuentra explicación ninguna para la aparición del mal en su vida.
La imagen de Job que se desprende del prólogo y el epílogo de la obra, desentona de manera radical con el conjunto del poema dramático central. El Job paciente, que no levanta la voz contra Dios y por ello recibe su recompensa final está muy lejos del rebelde, del iconoclasta, del ser humano profundo que, sin pretenderlo, termina representando a toda la humanidad doliente que busca respuestas para su dolor. Algunas frases audaces de Job podrían ser consideradas blasfemias, si no brotaran de un corazón transido por el sufrimiento: Dios me entrega a los malvados, me arroja en manos criminales. Vivía yo tranquilo cuando me trituró, me agarró por la nuca y me descuartizó, hizo de mí su blanco; cercándome con sus saeteros, me atravesó los riñones sin piedad y derramó por tierra mi hiel, me abrió la carne brecha a brecha y me asaltó como un guerrero… (16,12-14) Dios me niega mi derecho, el Todopoderoso me llena de amargura… (27,1-2) Ahora quiero desahogarme: Él me agarra con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la túnica, me arroja en el fango… te pido auxilio y no me haces caso, espero en ti y me clavas la mirada, te has vuelto mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso, me levantas en vilo, me paseas y me sacudes en el huracán… (30,16-22)
A pesar de lo estremecedor de los diálogos entre Job y sus amigos, sin duda el culmen de la obra se encuentra en el último diálogo entre Job y Dios. Un recorrido por la creación y sus orígenes termina haciendo enmudecer a Job. De un Dios sabido, convencional, encasillado, que premia casi automáticamente a los buenos y castiga a los malos, surge un Dios incomprensible, difícil de entender, misterioso, que es capaz de mirar con otros ojos, en un plano de sabiduría para nosotros impenetrable, el sufrimiento inocente. Y es que el libro de Job, a decir del Padre Alonso Schökel (que, por cierto, ya desde la primera edición de su Biblia Española, conservó la hermosa, poética traducción del mexicano José Luz Ojeda), es un libro singularmente moderno, provocativo, no apto para conformistas.
Es el libro de Job el que desafió a Terrence Malick, director y guionista del estupendo largometraje “The Tree of Life” (USA 2011). Los epígrafes colocados en diversas partes de la cinta lo confirman. Malick aborda el problema de la sinrazón del sufrimiento a partir de la experiencia de la familia O’Brien, que pierde a uno de sus tres hijos. El diálogo de uno de los hermanos sobrevivientes (Hunter McKracken – Sean Penn) con Dios, imitando el de Job, es realizado a través de una impecable, alucinante, luminosa fotografía del coterráneo Emmanuel Lubezki.
Cine denso, con las inconexiones narrativas y temporales propias del nuevo estilo cinematográfico al que pertenecen también las obras de Iñárritu, “El Árbol de la Vida” se atreve a mirar, como si formaran parte de un mismo plano, la casi insignificante historia de una familia media norteamericana, con su padre violento y autoritario, su madre protectora y sus hijos, más despiertos y curiosos mientras más roza la niñez con la adolescencia, junto con el milagro mismo del sentido de la vida, de la Vida –con mayúscula–, de la respuesta última que traspasa, desde el Big Bang hasta la misteriosa formación del genoma humano, todo en un estallido de belleza visual que requiere una disposición nunca mejor definida que en la crítica de Miguel A. Delgado: Estamos ante una oración, y por eso también un poema. Hay una exposición, hay un relato, pero que exige del espectador el mismo esfuerzo del creyente que se arrodilla maravillado en una catedral e intenta buscar, a través del silencio y rodeado por la magnificencia del edificio que le rodea, una respuesta. Como la iluminación, como la fe, nunca viene como una sentencia fácil de comprender, perfectamente legible, sino como indicios, pistas que deben ser tejidas como los hilos de un tapiz.
Con una memorable actuación de Brad Pitt y Jessica Chastain y la estremecedora selección musical de Alexander Desplat, “El árbol de la Vida” es, por todo esto, una cinta altamente recomendable. Hay que atreverse a verla.
Colofón 1: La ficha
Película: El árbol de la vida. Título original: The tree of life. Dirección y guion: Terrence Malick. País: USA. Año: 2011. Duración: 141 min. Género: Drama. Interpretación: Brad Pitt (Sr. O’Brien), Sean Penn (Jack), Jessica Chastain (Sra. O’Brien), Fiona Shaw (abuela), Irene Bedard (mensajera), Hunter McCracken (Jack joven), Laramie Eppler (R.L.), Tye Sheridan (Steve). Producción: Dede Gardner, Sarah Green, Grant Hill, Brad Pitt y William Pohlad. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Montaje: Mark Yoshikawa. Diseño de producción: Jack Fisk. Vestuario: Jacqueline West. Distribuidora: Tripictures. Estreno en USA: 27 Mayo 2011. Apta para todos los públicos.
Colofón 2: En nombre técnico es ejecución extrajudicial, concepto definido por el derecho internacional de los derechos humanos como “un caso de violación a los derechos humanos que consiste en el homicidio de manera deliberada de una persona por parte de un servidor público que se apoya en la potestad de un Estado para justificar el crimen. Pertenece al género de los delitos contra personas y bienes protegidos por el derecho internacional humanitario”. La muerte de Oswaldo Cervera Peraza es precisamente eso: ni más, ni menos.
Comparto con algunas mujeres, todas ellas profesoras de religión en la tradición educativa católica de la familia religiosa de Jesús María, el estudio de algunos textos bíblicos del Nuevo Testamento que nos muestran cómo era la conformación de las distintas iglesias primitivas. Reconozco, con el corazón agradecido, que disfruto mucho de estas oportunidades de estudio, una sesión mensual de dos horas durante todo el curso escolar, que me hacen leer y releer con ellas las distintas tradiciones eclesiales escondidas en las cartas del Nuevo Testamento y en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
La complejidad del panorama de las iglesias primitivas resulta evidente para cualquier lector atento de los textos. Siempre suelo decir que, si nos fuera concedido transportarnos en un túnel del tiempo al siglo I en un domingo, y pudiéramos, ese mismo día, por el milagro de la teletransportación, visitar las distintas celebraciones dominicales de la Fracción del Pan, ya en una comunidad judeocristiana palestina, en otra comunidad compuesta por judíos liberales de la diáspora, en otra comunidad más, ésta de ascendencia pagana y cuño paulino o, finalmente, en una comunidad de las construidas en torno a la memoria y testimonio del Discípulo Amado, nos llevaríamos la sorpresa de encontrarnos con una pluralidad tal, que las actuales diferencias entre las distintas denominaciones cristianas nos parecerían menores, insignificantes. No solamente encontraríamos variedad en las expresiones de fe y de culto, sino, para poner sólo un ejemplo, hasta el mismo título dado al Maestro sería distinto de un lugar a otro: Mesías para los cristianos procedentes del judaísmo, Cristo para los cristianos de las comunidades paulinas, Logos para los cristianos juánicos…
Y es que las distintas recepciones del mensaje evangélico, siguiendo una lógica de encarnación, son asombrosas en su variedad y complejidad. Cada recepción refleja el molde cultural en el que se recibe el mensaje de Jesús: sea desde la formación estricta de un judaísmo que no encuentra diferencia alguna entre la nueva fe y la fe de los antiguos, sea desde la perspectiva liberal de los judíos de la diáspora que acentúan más la moralidad que el cumplimiento ritual de la Ley de Moisés, sea desde la perspectiva de Pablo, en la que el cumplimiento de la Ley no tiene ya ninguna importancia, hasta la óptica polémica de las comunidades del Discípulo Amado y su visión apocalíptica y sectaria. Una mirada aguda podrá descubrir cómo los condicionamientos sociales y culturales derivaron en prácticas que diferenciaron a las comunidades cristianas primitivas, produciendo un panorama de riqueza plural, pero creando también momentos de tensión y peligros de ruptura.
El modelo de cristianismo más exitoso, sin embargo, es a todas luces el modelo paulino, que fue el que nos correspondió abordar en la más reciente sesión de estudio. Sus aportaciones, para bien y para mal, encausaron la manera de comprender y de vivir la fe hasta derivar en lo que después constituiría, para usar la expresión de algunos especialistas, la Gran Iglesia. Aun en medio de lo conflictiva que podía resultar la personalidad de Pablo de Tarso, el experimento de iglesias abiertas y plurales, que superaron las barreras de división étnica y convivieron –no sin dificultades– con otros modelos distintos de organización eclesial, resultó de importancia decisiva en aquellos años, previos todavía a la existencia de evangelios escritos.
El testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles ha de ser cotejado con las versiones, no siempre similares, que Pablo ofrece en sus cartas sobre los principales acontecimientos que las iglesias primitivas tuvieron que enfrentar, como la polémica admisión de las personas de ascendencia pagana en la iglesia. De la posición de las iglesias paulinas tenemos mucha más información que de las otras iglesias, debido a que Pablo usaba mucho la comunicación epistolar y muchas de sus cartas fueron conservadas dentro de la lista de libros del Nuevo Testamento. Y aunque podemos notar diferencias claras dentro del mismo paulinismo (no es el mismo acento el que se nota en las cartas auténticas de Pablo –Gálatas, Romanos, Corintios, Filipenses, Filemón– que en las post-paulinas –Colosenses, Efesios, Cartas Pastorales–), creo que el retrato que nos deja el Nuevo Testamento de las iglesias que derivan de la acción pastoral y evangelizadora de Pablo encuentra su expresión cumbre en Gal 3,28: “Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, pues en Cristo Jesús todos ustedes son uno”.
Iglesias, pues, que supieron derribar los muros que eran causa de división y construir comunidades fraternas: el muro de las distinciones étnicas (judíos y no judíos), proclamando que no hay cultura que sea “mejor” que otra para recibir la buena noticia del Evangelio; el muro de las distinciones sociales (esclavo y libre), que borra la pretensión de legitimar con el evangelio las desigualdades; el muro de la cultura patriarcal (hombre y mujer), que proclama a las comunidades cristianas como espacios de equidad de género.
Esta expresión cumbre del modelo de convivencia eclesial, propia de la experiencia paulina, permanece brillando en el conjunto del Nuevo Testamento, a pesar de que tendencias conservadoras en el paulinismo posterior intentaron dar marcha atrás. Y continúa, digo yo, iluminando con su fuerza renovadora a nuestras comunidades cristianas actuales, tan alejadas a veces de esa triple equidad –étnica, social y de género– a la que la experiencia de las iglesias de Pablo nos siguen invitando.
La Guerra de Castas, como popular –aunque inexactamente– se llama a la revolución indígena que inició en 1847 en la península yucateca, y que se diluyó en el tiempo y terminó sin armisticio, de manera que se considera la toma de Chan Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo) por parte del Ejército Federal Mexicano como su fin oficial, fue un misterio para mí hasta que cumplí más allá de los 18 años. Nunca pude entender por qué, en la enseñanza de la historia nacional en primaria y secundaria, se omitía hablar de esta revuelta de los mayas.
A la luz del levantamiento zapatista y el enorme peso que tiene para la construcción de una patria nueva su pensamiento y su práctica, nos vamos atreviendo a analizar más detenidamente la significación de aquella revolución maya que iniciara a mediados del siglo XIX.
Traigo esto a colación porque ha llegado a mis manos, debido a la generosidad de su autor, respetado dramaturgo y amigo dilecto, José Ramón Enríquez, el ejemplar de su más reciente publicación que lleva por título La Expulsión. Se trata de una pieza teatral en trece cuadros que expone al potencial espectador una visión sobre un acontecimiento que sacudió al imperio español y, de manera particular, a las provincias novohispanas en 1767: la expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles.
Digo que relaciono los dos hechos, la Guerra de Castas y la expulsión de los jesuitas, debido a que ambos, en el pasado reciente, están siendo objeto de nuevas miradas después de un vergonzoso, culpable ocultamiento. Antes, hacíamos caso omiso, o pasábamos con prisa las páginas del libro de historia cuando llegábamos a estos dos acontecimientos. Hoy sabemos que la historia se hubiera escrito de manera radicalmente distinta de no haber existido estos hechos. Como la Guerra de Castas adquirió una nueva luminosidad a partir del levantamiento zapatista, así la expulsión de los jesuitas de las provincias novohispanas y sus consecuencias, ha sido reconsiderada a la luz del bicentenario de las independencias de muchas de las antiguas colonias españolas.
El atrevimiento del Maestro Enríquez es singular: en el marco de las conmemoraciones de la Independencia por su segundo centenario, un grupo de amigos, entre ellos Enrique González Torres S.J., quien escribe el prólogo del libro y en él nos lo informa, se reunieron para conversar sobre la posibilidad de llevar a la escena teatral la obra del Padre Francisco Xavier Clavijero –ilustre jesuita, historiador, filósofo, lingüista– y de sus compañeros, en el contexto del surgimiento de las primeras reflexiones por ellos aportadas para el reconocimiento de la mexicanidad: “Ellos afirmaron que éramos México. Que México no era sólo la ciudad capital del virreinato, sino todo el territorio”, señala González Torres en su prólogo.
En este cónclave de amigos fue gestándose la idea de una obra teatral que recogiera las aportaciones de aquellos misioneros novohispanos que, como aquellos de las famosas reducciones del Paraguay, o del gran centro misional de Juli en el lago Titicaca, o del colegio de Cartagena, donde vio la luz la primera pastoral dedicada a la atención de los esclavos negros, dejaron tras de sí una estela sobre la que habría de comenzar la construcción de las nuevas identidades en este continente.
¿Cómo abordar tan complejo tema en una obra de teatro? La apuesta de José Ramón Enríquez se finca en dos pilares: el primero es acercarnos al infausto acontecimiento de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, develando los entretelones del despotismo ilustrado de Carlos III y poniéndonos frente a frente con una decisión absolutista que, solamente por sus formas, causaría profunda indignación en cualquier defensor de derechos humanos de nuestros tiempos.
La Expulsión nos permite vivir de cerca, como sólo el teatro puede hacerlo, aquello que el Padre Daniel Olmedo, famoso historiador, decía en las páginas de su Historia de la Iglesia Católica: “En fechas designadas de antemano, según los diversos lugares, tropas reales se presentaban en la noche para cercar e incomunicar las casas de los jesuitas. Al cabo de algunas horas sorprendían a la comunidad y le intimaban la real orden. Poco después los encaminaban al puerto para el embarque rumbo a los Estados del Papa… con precisión matemática fueron arrebatados a los jesuitas sus cátedras, ministerios, familiares y devotos. De una plumada se derrumbaban centenares de colegios, florentísimas misiones… la herida causada con ello a la cultura hispánica, especialmente en nuestra América, y a la iglesia fue irrestañable. Sus consecuencias funestísimas”. Si el texto parece duro, esperen ver la puesta en escena de La Expulsión.
El segundo pilar es la elección de los personajes de la obra. La resolución del dramaturgo para poder ofrecer un panorama histórico que abarca varios años, desde la expulsión hasta la restauración de la orden jesuítica, es satisfactoriamente lograda a través del personaje de José Ignacio, un novicio que sufre la expulsión cuando acaba de hacer sus primeros votos bienales en Tepotzotlán y que recorre en su persona todas las etapas del ataque a la Compañía: su forzada salida de la Nueva España, su traslado al exilio de Bolonia, su partida como primer misionero mexicano al imperio ruso y su posterior vuelta a México, una vez que la Compañía había sido restaurada en todo el mundo y siete años después de que la guerra de independencia se había consumado.
Guardián de la memoria, José Ignacio nos permite, en el último, entrañable cuadro de la obra, hacer un balance de la significación del acontecimiento: “Expulsos, desterrados y humillados / ¿Y quién explicará / al déspota ilustrado / que se atacó a sí mismo sin saberlo? / ¿Qué minó los cimientos de su reino / y él comenzó la guerra en sus colonias?”
Y, finalmente, en el diálogo último de los novicios que lo han escuchado, la reflexión que a nuestros corazones del siglo XXI llega con su dardo: “¿Y qué hubiese ocurrido / sin la expulsión, en México/ con la lucha insurgente? ¿Los jesuitas / se hubieran colocado en cualquier trinchera?… / Yo pienso, sin embargo, / que sí, la independencia existiría, / pero los humanistas / tal vez hubiesen puesto en el debate / más altura de miras. / Sus ideas, su fervor por los indios / su amor por la paz y la justicia / muchas muertes, yo pienso, / que hubiesen evitado”.
La Expulsión está precedida de un interesante ensayo de Alberto Ruy-Sánchez, en el que aborda los que a su consideración fueron los tres desafíos que encaró el dramaturgo al enfrentar el tema; un texto perspicaz y de amplitud de miras, que ofrece en pinceladas una posible explicación del olvido en el que este acontecimiento estaba sumido: “…con la expulsión de los jesuitas de la Nueva España se nos arrebataron de golpe también los conceptos y los términos, el marco mental para pensar y expresar con facilidad el significado de esta expulsión. Como aquella serpiente mítica de tres cabezas que se mordía la cola y al devorarse a sí misma se comió también las palabras que se estaban forjando para nombrarla. Y así se volvió doblemente invisible… Se trató de una amputación histórica que nos arrebató una posibilidad de civilización distinta”.
La calidad literaria del texto es sobresaliente. El flujo endecasilábico de los diálogos se convierte en palpable muestra de la vinculación estrecha entre lírica y drama y le ofrece al lenguaje teatral las posibilidades que sólo tiene la expresión poética: sugerir, esbozar, evocar, señalar rumbos, apuntar nuevas direcciones. Se agradece de manera especial la inclusión de los bocetos hechos por Jesús Hernández para la escenografía.
La obra de José Ramón Enríquez, de antecedentes jesuíticos él mismo, salda la deuda con uno de los capítulos más olvidados de nuestra historia patria. El prodigio escénico puede pregustarse en la lectura del texto… ¡Pero qué ganas de ver la puesta en escena de la obra, dirigida por el Maestro Tavira!
El pasado sábado 14 de enero se entregaron las constancias a los alumnos y alumnas que terminaron el curso anual de agroecología de la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an en sus cinco subsedes (Peto, Valladolid, Hunucmá, Cuzamá y Yokdzonot) y se anunció el inicio de nuevos cursos a partir del 4 de febrero. Se entregaron también constancias a las familias campesinas que participan en el proyecto “Cuxaan Suum” de rescate de especies en peligro (cerdos criollos y abejas meliponas) y que han terminado su pase en cadena, es decir, que han entregado a otras familias, en un círculo virtuoso que ojalá se multiplicara sin fin, la misma cantidad de ejemplares animales que recibieron un año antes, cuando entraron al programa.
Como cada año, el encuentro de todos los campesinos y campesinas que participan de los proyectos animados por U Yits Ka’an, fue una fiesta de fraternidad. En varias ocasiones, en este mismo espacio, he declarado mi orgullo por colaborar, así sea mínimamente, en este proyecto ecológico de educación y producción comunitaria que, junto con otras iniciativas del mismo tipo, terminarán, estoy convencido, por cambiar, tarde o temprano, el panorama de la agricultura local.
Quiero referirme en esta ocasión, al momento de reflexión científica que le dio a esta clausura/apertura de cursos una significación particular. Estuvo con nosotros el Maestro en Ciencias Ángel Polanco Rodríguez, del Departamento de Medicina Social y Salud Pública del Instituto de Investigaciones Regionales Hideyo Noguchi, de la Universidad Autónoma de Yucatán. Vino a compartir con más de un centenar de campesinos y campesinas los resultados del trabajo de investigación que realizó en 18 municipios del sur del estado, considerados entre los de más alta incidencia en cáncer de mama y cáncer cervico-uterino. El título de la ponencia fue: Riesgos por contaminantes orgánicos persistentes (Cops) -pesticidas organoclorados- y su relación a canceres en municipios de alta prevalencia en Yucatán, México.
Puede ser que me equivoque, pero creo que éste es el primer trabajo científico que, bajo una rigurosa metodología de investigación, ha demostrado la relación causal que existe en la península entre el uso de ciertas sustancias usadas en la agricultura convencional, que usa pesticidas químicos de diversa índole, con la prevalencia de distintos tipos de cáncer. Y no es éste un asunto menor.
Como sabemos, una buena parte de los “apoyos” que otorgan las dependencias gubernamentales de todo signo a los campesinos y campesinas del país, están atados a la recepción de fertilizantes químicos. Las favorecidas son, desde luego, las compañías que producen este tipo de venenos. Los desfavorecidos, ahora lo sabemos, somos todos los que vivimos en ese entorno o consumimos productos que han sido cultivados con estos implementos o tomamos agua contaminada por las abundantes sustancias venenosas que en ella se dispersan.
La presentación del M.C. Polanco Rodríguez nos llevó a dar un paseo por los principales municipios del sur del estado, los mayores productores, por cierto, de la fruta y verdura nativa que en Yucatán consumimos. Un Atlas de fotografías satelitales da cuenta de lo exhaustivo de la muestra y lo contundente de sus resultados. Nadie puede ahora argumentar la inocuidad del uso de pesticidas químicos en la agricultura. El presentador, también candidato al doctorado, continuará el estudio centrándose ahora en el manto freático, de manera especial, en los niveles de contaminación de los cenotes yucatecos. Los resultados, podemos imaginarnos por adelantado, serán igualmente contundentes y aterradores.
La promoción del tipo de agricultura que usa pesticidas químicos es un muy buen negocio para las empresas transnacionales que los producen y, si escarbamos un poquito en ese pozo de corrupción eufemísticamente llamado gobierno, seguramente también para muchos funcionarios y funcionarias de distintas entidades gubernamentales relacionadas con el campo. Sólo que ese enriquecimiento va dejando tras de sí una estela de muerte en el campo yucateco.
La exposición fue esclarecedora. Sus resultados, apabullantes. Qué bueno que los gobiernos se preocupen porque haya más y mejores hospitales. ¿No sería hora de que se preocuparan también por dejar de fabricar a los enfermos que los ocuparán a través de sus erradas políticas agropecuarias? Si se compara el dinero público que se invierte en la compra y entrega obligatoria de pesticidas químicos a los campesinos y campesinas, con lo que se invierte en la promoción de una agricultura sana, sustentable, orgánica, se daría uno cuenta de a favor de quiénes gobiernan los que gobiernan. Y todavía se atreven a pedirnos que votemos por ellos en las próximas elecciones…
Ya deberíamos estar acostumbrados. Los gobiernos siempre mienten. Su trabajo es mentir. En ocasiones lo hacen “limpiamente”, sin que haya nadie que se dé cuenta hasta muchos años después. En otras ocasiones, construyen alambicadas mentiras, como cuando, argumentado la división de poderes, el gobierno federal traicionó los acuerdos de san Andrés, que había anteriormente firmado, alentando en lo oscurito y no tan oscurito, una iniciativa de ley que constituyó una contra-reforma. A pesar de la bizarra explicación con la que el gobierno federal intentó justificar su perversa actuación, los gobiernos de Zedillo y Fox llevan tatuado en la frente el mote de traidores. Otras veces, como la que ahora nos ocupa, la traición es tan burda que uno no entiende como no se le cae la cara de vergüenza al Secretario de Gobernación y cómo se puede, impunemente, hablar de una “reforma” del irremediablemente corrompido Instituto Nacional de Migración.
La historia es conocida para los pacientes lectores y lectoras de esta columna. El 23 de agosto de 2011 el pueblo guatemalteco Nueva Esperanza fue desalojado por la fuerza del territorio que ocupaban por comandos del Ejército guatemalteco, quienes quemaron las casas, destruyeron las plantaciones y obligaron a cientos de familias a huir para salvar sus vidas. Situados en la franja fronteriza, los pobladores de Nueva Esperanza, expulsados de su tierra, atravesaron la frontera con México y se establecieron en las cercanías del poblado Nuevo Progreso, municipio de Tenosique, a pocos metros de la línea fronteriza.
Expulsados de su país por el Ejército, los pobladores de Nueva Esperanza permanecieron más de dos meses sin ningún tipo de ayuda por parte del gobierno mexicano, que incumplió así los deberes humanitarios a los que está obligado por los convenios internacionales que ha firmado. La única ayuda que los desplazados recibieron fue la que pudo proporcionarles el Centro de Derechos Humanos del Usumacinta y “La 72 Casa – Refugio para personas migrantes”, ambas organizaciones presididas por Fray Tomás González OFM. .
El drama de más de 300 personas, entre las cuales más de un centenar eran niños, niñas y adolescentes, permaneció desconocido para casi todo el país en esa olvidada frontera hasta que una Misión de Observación, en la que participación de más de una decena de organizaciones de la sociedad civil, realizó una visita in situ para constatar y hacer pública la situación de este pueblo desplazado. El informe de la Misión de Observación puede verse en el portal del equipo Indignación (www.indignacion.org.mx). Dicha visita desató una serie de acciones que evidenciaron el incumplimiento de los deberes humanitarios a que estaba obligado el gobierno mexicano e hicieron notoria la falta de voluntad del gobierno guatemalteco para ofrecer una salida negociada a la población desplazada.
En medio de esta especie de limbo, sobreviviendo en muy precarias condiciones, expulsados de su tierra y sin recibir ningún tipo de ayuda de parte del gobierno mexicano, los desplazados iniciaron un proceso de negociación con el gobierno guatemalteco para un eventual retorno a su país en condiciones dignas. Por su parte, las organizaciones civiles se entrevistaron con René Zenteno, subsecretario de Migración, con Salvador Beltrán del Río, Comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM) y con funcionarios de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) para exigir el respeto a los derechos humanos de las personas desplazadas. Apenas el pasado 4 de enero las personas desplazadas hicieron saber formalmente al gobierno mexicano, vía la Secretaría de Gobernación, que no deseaban regresar por el momento a Guatemala, sino que preferían esperar en el lugar donde estaban ubicados los resultados de su proceso de negociación con el gobierno guatemalteco. En dicha reunión, los representantes del gobierno mexicano manifestaron que quedarían a la espera de dichos acuerdos.
De manera sorpresiva, traicionando su palabra, el día 9 de enero de 2012, entre cinco y seis de la mañana, amparados todavía por la semipenumbra del amanecer, elementos de la Policía Federal, Ministerios Públicos de la Federación y Policías Municipales, encabezados por el Subdelegado Regional del INM, llegaron en patrullas y camiones y procedieron a desmantelar con lujo de violencia el campamento de los desplazados. El violento desalojo incluyó la detención de niños y niñas usados como señuelo para que sus padres aceptaran entregarse. Y después dicen que los desalmados son los del otro crimen organizado…
Como resultado de la artera acción del gobierno mexicano, hay 71 personas recluidas en la estación migratoria de Tapachula esperando su deportación, una persona de nacionalidad española cuyo paradero se desconoce, y dos guatemaltecos, detenidos e incomunicados en la Agencia del Ministerio Público Federal de Tenosique, bajo el “delito” de ser considerados líderes de la población desplazada. Y luego dicen que los agentes del orden respetan los derechos humanos…
La versión gubernamental del desalojo “pacífico” se ha hecho pública a través de un periodista, que se ostenta como corresponsal de cinco medios de comunicación, entre ellos el periódico Milenio Tabasco, y que reproduce sin el más mínimo asomo de crítica las razones de quienes perpetraron el desalojo. Esta versión puede verse en jorgerivero.wordpress.com/2012/01/09. Por cierto, el periodista, muy celoso él de la libertad de expresión e información, amenaza desde sus primeros renglones con demandar a quien reproduzca el texto que le fue entregado por quién sabe qué funcionario y que servilmente transcribe.
La versión de las organizaciones de la sociedad civil que, desde la Misión Civil de Observación, han seguido de cerca los procesos de negociación, puede encontrarse en el portal de la red de organismos civiles de derechos humanos Todos los derechos para todas y todos (www.redtdt.org.mx) bajo el rubro de “acciones urgentes”. En ese mismo portal se puede firmar la acción urgente dirigida al Presidente de la República, al Secretario de Gobernación, al presidente de la CNDH y al Comisionado del INM, entre otros funcionarios públicos, exigiendo que se abstengan de repatriar a los desplazados en tanto el proceso de negociación con el gobierno guatemalteco no termine y ofrecer las garantías de un trato digno y respetuoso para la población desplazada.
La traición del gobierno mexicano, que sostiene una posición en las reuniones con las organizaciones civiles y, de manera artera, ejecuta acciones violatorias de los derechos humanos que desdicen los compromisos asumidos, es una muestra más de la calaña de camarilla que nos des-gobierna, una razón más para aumentar el descrédito del proceso electoral que se avecina y un motivo para continuar construyendo, desde abajo, la alternativa que este país necesita para refundarse y reconstruirse.
Colofón: Para mayor abundamiento, reproduzco aquí la carta enviada por Fray Tomás González OFM, testigo de primer orden del forzado desalojo de los desplazados:
Estimadas, estimados…
Un doloroso abrazo…
Estamos llenos de rabia, de coraje, de impotencia… Las y los desplazados que encontramos hoy están llorando…
Les contamos…
Hoy, aproximadamente a las 6 de la mañana llegó la Policía Federal y el INM, eran como 300 elementos, uniformados y vestidos de civil. Iban acompañados de autobuses de transporte y camiones grandes de carga. Uno de los encargados del operativo fue el Subdelegado del INM en Tabasco, Erick Gutiérrez Cosío.
Empezaron a forzarlos para subirlos a los autobuses, a los hombres los sometieron con violencia, otra estrategia fue atrapar a los niños para que sus papás o mamás se entregaran. La Policía Federal cercó la comunidad, muchos escaparon. Esto significa que la Policía Federal incursionó en territorio guatemalteco para «atrapar» a los que escapaban.
Otros elementos, empezaron a destruir las cabañas donde estaban y junto con todas sus pertenencias las subían a los camiones de carga, entre las cosas que subían había maíz y frijol cosechado por la comunidad.
Algunas personas de la comunidad le indicaron a Erick Gutiérrez Cosío, Subdelegado regional en Tabasco, que irían a Tenosique a buscarme, él les dijo que yo los estaba engañando, las personas testimonian que el Subdelegado se reía de ellos, diciendo que el camino estaba bloqueado y no me dejarían pasar.
Antes, dos representantes de la comunidad, venían a verme a Tenosique, pues nos trasladaríamos a El Ceibo hoy por víveres que consiguió la Iglesia de Petén. Antes de llegar a Tenosique la PGR los detuvo y los trasladó a su delegación en Tenosique, donde dice el delegado que estaban en calidad de presentados. Cuando hablamos, nos dijeron que ya habían sido trasladados a la Estación de Migración en Tenosique.
Hay varios diarios al servicio del Estado que están informando que el desalojo fue pacífico y que la gente se entregaba. Esto es mentira. Tenemos los testimonios grabados de las personas y de los que quedaron.
Seguimos en comunicación.
Tomás
La llegada del año nuevo me tiene paralizado. No es solamente el estupor semanal ante la página en blanco. No, no. Es una parálisis que encuentra su origen en la revisión que he intentado hacer del año que termina. Un breve repaso por el calendario de 2011 me ha dejado sin palabras: ha habido mucha sangre y mucha muerte, mucha pobreza y mucho despilfarro público, muchas batallas y pocas victorias. Como nunca antes, este año abre ante mí un panorama desesperanzador.
2011 ha sido la fiesta de la desvergüenza. Y no me refiero solamente a Yucatán y México. Han desfilado por las pantallas de todo el mundo la usura de los bancos y los banqueros, los defraudadores de todos los gobiernos, incluidos aquellos que, considerados del primer mundo, se sentían a salvo del demonio de la corrupción y el latrocinio. Si la indignación, ese producto hoy tan fácilmente exportable, ha acabado por extenderse a todas las plazas del mundo, es porque los amos del poder y del dinero andan desnudos y no se han dado cuenta. Algunos, como nuestro local gobierno, hasta piensan y creen que la historia los recordará como los mejores. ¡Vaya ceguera!
La verdad es que uno desearía, ante tanta maldad y estulticia juntas, que las catastróficas predicciones que los canales “más serios” de la televisión privada globalizada atribuyen a las profecías mayas del fin de la cuenta larga, fueran verdaderas. Pero me temo que el fin del mundo no esté tan cerca como Discovery Channel nos anuncia. El deterioro del ecosistema, lo irreversible del cambio climático, la extinción de muchas especies benéficas, el arrasamiento humano que, inmisericorde, convierte en desiertos los bosques y las playas en espectáculos turísticos, todo ello terminará por hacer que el fin del mundo deje de ser una antigua profecía por cumplirse. Es cierto. Y será más pronto de lo que imaginamos.
Pero estoy seguro que la humanidad verá el alba del 1 de enero de 2013. Y solamente por eso, porque mientras haya tiempo –aunque sea corto– hay que hacer algo porque la inevitable catástrofe nos alcance luchando, es que decido llenar mis pulmones de esperanza.
No es solamente un fatuo deseo de fin de año. Mi mirada hacia atrás, recorriendo el 2011, se afina. Y junto a las señas de la decadencia política y económica que nos envuelve, puedo mirar también algunos signos de esperanza.
Hay, sí, transnacionales que depredan nuestros pueblos, nos esquilman y producen hambre y muerte por donde pasan; capitales golondrinos que solamente conjugan el verbo saquear. Pero también hay también cientos, miles de hombres y mujeres que comparten y arriesgan su vida al lado de los más pobres, para favorecer su organización y sus luchas. Personas solidarias y pobres, que unidas a otras personas pobres, se plantan con dignidad frente a los poderosos, los combaten o los desdeñan (que no es lo mismo, pero es igual) y comienzan a construir alternativas más equitativas de humana coexistencia.
Hay, sí, una cultura del consumismo desenfrenado, del úsalo y tíralo, de la ganancia con el menor esfuerzo, que envilece la conciencia de nuestros jóvenes. Pero hay también, abre los ojos y míralos en todas partes, muchachos y muchachas que se atreven a vestir distinto, a pensar distinto, a comer distinto, que vuelven a suspirar por el campo y por el cuidado de la tierra, que renuncian a la ropa de marca y al último grito de la moda en celulares (entre otras cosas, porque no tienen dinero para comprarlos… y eso, a veces, es una bendición).
Hay, sí, políticos corruptos que saben gobernar solo para los ricos y a favor de sus propios intereses; muros de todo tipo que se erigen entre los países para convertir en parias a los que salen de sus fronteras en busca de pan y sustento; hay personas que hacen de la discriminación su vestido diario, y rechazan lo mismo a ancianos que a migrantes, a gueis que a mujeres, a indígenas que a extranjeros. Pero existe también, y eso salva nuestro honor como especie, el zapatismo, las personas y grupos que trabajan por los derechos de los migrantes, comunidades indígenas tercas en la preservación de su identidad y de su autonomía, aguerridos luchadores a favor de todas las diversidades, hombres y mujeres que se agrupan para no olvidar a los muertos y, en honor a su recuerdo, dar la batalla contra esta guerra absurda que no nos conduce a ningún lado.
Hay, sí, jerarcas de todas las religiones que viven rodeados de lujos, promotores de machistas teologías, que –ignorantes de la etimología– confunden antropocentrismo con androcentrismo y se sienten con derecho de apelar a divinas tradiciones para excluir de la mesa de las decisiones a la mitad más valiosa de sus iglesias; cristianos y cristianas más interesados en la conservación de la feligresía que en el anuncio del Reino de Dios. Pero hay también, aunque vivan en las catacumbas, hombres y mujeres que creen en la fuerza liberadora de la espiritualidad, que se niegan a que la fuerza del Espíritu, ese soplo divino que anima todas las religiones, se vea ahogado por las burocracias eclesiásticas: que confiesan que Dios, ese Misterio innombrable, es siempre el defensor de los pequeños y el refugio de los desvalidos;
Porque habrá, estoy seguro, 2013, por esos 365 días que vienen y que acaso sean los últimos que yo vea, no bajaré la guardia ni permitiré que la debacle llegue antes de tiempo debido a mi indiferencia, a mi desánimo, a mis brazos cruzados e inútiles. Indignación, la Escuela de Maní, el Oasis de san Juan de Dios, la capilla de san José Obrero, este espacio cibernético, seguirán siendo las sedes de mi rebeldía, de una inconformidad, espero, cada día más evangélica. Por estos 365 días que comienzan a correr como promesas, me propongo seguir, una vez más y con vigor renovado, las huellas del pobre de Nazaret, aunque no sepa a dónde terminen llevándome.
Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad
Diego Facundo Sánchez Campoo es un entrañable amigo argentino, cristiano a carta cabal, lo que quiere decir también, aunque suene tautológico, revolucionario y anticapitalista. Diego, a quien cariñosamente llamamos Yiyo, ha escrito recientemente un cuento que parafrasea el texto de los caminantes de Emaús de Lucas 24,13-35. Me pareció un buen regalo navideño para ofrecerles a ustedes, pacientes lectores y lectoras de esta columna que me han honrado con su lectura durante este año 2011.
La próxima semana, ya año nuevo, nos veremos en esta página. Ojalá sigan premiándome con su atención durante el año que comienza.
Por el doble camino de Emaús
Lucas 24,13-35
Diego SÁNCHEZ CAMPOO
Aquel día de enero, caminaba con mi compañera por las calles de Cochabamba. Estábamos de vacaciones y nuestra intención era llegar hasta La Higuera. Era la tercera vez que pisaba suelo boliviano y sin embargo… por diversos motivos, nunca había podido llegar hasta el sagrado calvario latinoamericano. Hablábamos de todo lo que ocurría en nuestro continente en aquellos difíciles años en donde la guerra de guerrillas parecía el único camino para derrotar tiranías más que ‘evidentes y prolongadas’ y para sacar de la miseria y la explotación a los pueblos y a su gente. Recordábamos también a aquel hombre, que habiendo conocido la gloria, dejó tierra y familia, casa y arado…para emprender una vez más el dificultoso camino de la revolución. Finalmente y con dolor, pensábamos como habría sido el momento de tan vil asesinato… momento en donde semejante hombre hacía de su propia vida la ofrenda final.
Queríamos estar allí, respirando el aire de esa escuelita que había sido testigo de ese viernes santo de pasión y de muerte. Teníamos poco tiempo y triste fue la noticia de enterarnos que las intensas lluvias de verano habían bloqueado el camino. Nos miramos y caímos en la cuenta de que no habría próxima estación. Quedamos entristecidos. Resignados, decidimos salir a conocer la ciudad antes de emprender el regreso.
La experiencia mística es el culmen de cualquier fe religiosa. Todas las religiones de tradición histórica larga, secular, cuentan con místicos y místicas. Es curioso observar cómo, en este campo, tradiciones religiosas lejanas en la geografía y en el origen, tienen admirables coincidencias. Bajo distintos nombres: iluminación, encarnación mística, samadhi, santidad… todas las religiones reconocen aquellas experiencias de contacto con el Misterio que son capaces de transformar la vida de las personas y hacerlas una sola cosa con el objeto de su contemplación o meditación.
La tradición cristiana cuenta con numerosos místicos en su milenaria historia. Algunos de ellos son mundialmente conocidos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Teresa de Lisieux, Charles de Foucauld, debido a que no solamente han alcanzado la iluminación o santidad, sino han tenido la capacidad de hacer una escuela de pensamiento y oración, de manera que su experiencia es seguida por muchos seguidores y seguidoras de su camino espiritual.
Una semejanza entre todas las tradiciones místicas de distinto origen religioso es la inefabilidad de la experiencia mística. Se recurre, para trasmitir lo experimentado, a lenguajes simbólicos. En la literatura judía, las teofanías contadas en la Biblia traslucen experiencias místicas que, de otra manera, no conoceríamos y no alcanzaríamos comprender.
Señora y Niña mía, la más preciosa de mis hijas, venerado capullo de liberación, Santa María de Guadalupe.
Junto con miles, millones de personas en México y en todo el mundo, celebramos hoy un aniversario más de tus apariciones en el Tepeyac, cuando, en medio del desconcierto de la invasión española, con su carga de sangre y muerte, viniste a dejar claro que Dios, el Padre lleno de misericordia, está siempre de parte de las víctimas y nunca de los victimarios.
Por eso vestiste tu piel del color de la tierra, el color de los habitantes originarios, los verdaderos dueños de estas tierras, y por eso hablaste la lengua de uno de los pueblos que poblaban Mesoamérica, para que los invasores no se confundieran y supieran de una vez por todas de qué lado estaba la madre del verdadero Dios por quien se vive.
Señora y Niña mía, tu presencia fue buena noticia para los abuelos de nuestros abuelos, fue bálsamo de consuelo en medio de la matanza, tierna confirmación de la predicación de los pocos frailes que anunciaban el evangelio y denunciaban a los encomenderos.
Y cuando escogiste a Juan Diego, digno representante del pueblo náhuatl, como tu mensajero y, ante su negativa, parecida a la negativa de Isaías y Jeremías, insististe en que debería ser él tu digno embajador a pesar de sus reticencias (“soy cola, madrecita, escalera, pluma… envía a alguien a quien le hagan caso, no a mí”…), nos diste otra de tus evangélicas lecciones: ¿quién podría imaginar que, tras varios intentos, habrías de lograr lo impensable, que un obispo, español y blanco, se arrodillara ante un indio cuando éste, derramando en el suelo las rosas de la prueba, dejara al descubierto tu retrato en su ayate? ¿Qué mejor manera había de que se cumpliera en este continente, aquel grito alborozado que pronunciaste en otra aldea pequeña, ésta situada en Palestina, cuando proclamaste que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los pobres?
Hace un mes, noviembre de 20011, se celebró el XXI Encuentro Ecuménico de Teología India Mayense en el pueblo de Bachajón, Chiapas. En homenaje a un movimiento eclesial que tanto ha contribuido a los procesos de autonomía en la región chiapaneca, transcribo aquí una reflexión leída en enero de 2004 en la Facultad de Antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Mucho ha llovido desde 2004. El movimiento zapatista se mantiene hoy, a pesar de todo, especialmente a partir de la compleja experiencia de las Juntas de Buen Gobierno, como referente de un nuevo tipo de relación entre los pueblos indios y el Estado Mexicano, en un ejercicio de autonomía que decidieron llevar a la práctica ante la cerrazón y traición de los Acuerdos de San Andrés. La Teología India Mayense, por su parte, continúa su trabajo de reflexión y alimenta la práctica liberadora de muchas comunidades mayas. Debido a que comparten parecidos horizontes utópicos, esta reflexión trataba de subrayar los vasos comunicantes entre las dos experiencias. No sé cuánto conserve de validez el análisis, pero quiero compartirlo con ustedes.
1. Una vinculación dicha en voz baja… y no tan baja
Era 31 de diciembre de 1994 y Roger Gutiérrez Díaz se encontraba en San Cristóbal de Las Casas. Había ido allá para recibir el Año Nuevo en un lugar en el que no hubiera el calor que estaba haciendo en Mérida. San Cristóbal de Las Casas le subyugaba y no era un secreto para nadie que, en aquellos momentos, todo Chiapas era un polvorín.
La entrada de los insurgentes zapatistas a la ciudad lo cogió por sorpresa. Su olfato periodístico se aguzó con el olor de la pólvora y logró ser el primer mexicano, yucateco para más señas, en arrancarle una entrevista a quien se convertiría en los años venideros en uno de los iconos más significativos de la historia reciente de Chiapas y de México: el subcomandante Marcos.
La entrevista, realizada el 1 de enero de 1994 a las 19.30 horas, fue publicada en el periódico La Jornada el martes 4 de enero. Después de un corto intercambio en el que las preguntas versaron sobre la identidad del encapuchado, Roger le lanzó la pregunta a boca de jarro: “¿Tienen ustedes alguna relación con la teología de la liberación?” La respuesta del subcomandante surgió en medio de una desparpajada risa: “No, nosotros nos liberamos pero sin teología… Tenemos entre nuestra gente tanto evangélicos como católicos, ateos, brujos, etc., lo de brujos no es broma. Son los brujos chiapanecos”. La jocosidad de la respuesta hizo que el entrevistador escribiera a renglón seguido: “Constantemente bromea como si no estuviese su vida en grave peligro (1)”.
Roger Gutiérrez no estaba solo en aquella suposición. La diócesis de san Cristóbal de Las Casas, a través de su Comisión de Prensa, había tenido que desmentir públicamente imputaciones que el gobierno de Chiapas había hecho en el sentido de que algunos sacerdotes católicos de la teología de la liberación y sus diáconos se habían vinculado a este grupo armado y le facilitaban apoyo con el sistema de radiocomunicación de la diócesis de San Cristóbal. La respuesta de la diócesis fue inmediata: “Ni ahora, ni antes, ni en ningún momento, la diócesis de San Cristóbal de Las Casas ha promovido entre los campesinos indígenas el uso de la violencia como medio para solucionar sus demandas sociales y humanas ancestrales. Menos todavía ha mantenido ningún tipo de relación operacional y mucho menos institucional con esas agrupaciones armadas que propugnan una solución violenta. La diócesis de San Cristóbal ni siquiera cuenta con un equipo de radiocomunicación” (2).
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