Iglesia y Sociedad

El otro 11 de septiembre

11 Sep , 2012  

“Llegó la noche del simún. Las ventanas resistieron horas -vanas horas- hasta el desastre de la casa, casa tirada, de la catástrofe y el cataclismo. Volaron las cortinas y los candiles cantando, los vasos ¡zas! con sonido de sollozo y las faldas del ropero se deshojaron. Él está de pie en la puerta mirando desvencijarse el mundo. El suyo y el mío. Dicen que azotaron al cielo los rugidos y que los pájaros cagaron sangre solidificada sobre los palacios, y que los hombres vestidos de militares cortaron las cabezas de un tajo. El bosque, el río, el mar, todo lo que tiene vida se movía. Y también dicen que Dios se hizo el desentendido, primero por cansancio y segundo porque difícilmente comprende el español…”

Con estas palabras recordaba, en dolorosa memoria, María Luisa, la China Mendoza, a Salvador Allende, el extinto presidente de Chile que el 11 de septiembre de 1973 fuera depuesto en una asonada militar que después consumó un golpe de estado, apoyado técnica y estratégicamente por los Estados Unidos y que instaló una de las más sangrientas y prolongadas dictaduras de la segunda mitad del siglo XX en América Latina.

Yo tenía en ese entonces 15 años. Mi precocidad política hizo que me obsesionara con la figura de Allende y participara yo en cuanto homenaje se rendía a su memoria o en cualquier manifestación que deplorara la dictadura. Devoré el volumen publicado por Editorial Siglo XXI que contenía los discursos y escritos de Allende. Me conmovió Missing, de Costa-Gavras.

Salvador Allende fue, sin duda, un hombre emblemático en los años de mi adolescencia. Su recuerdo encarnaba la posibilidad, cierta aunque fallida, de alcanzar la transformación del sistema capitalista y la transición al socialismo por la vía democrática. El entusiasmo que despertó el triunfo de la coalición Unidad Popular, que postulara a Allende como su candidato, desapareció pronto ante el empecinamiento de los Estados Unidos y de los grupos chilenos de derecha que intentaron –y lograron– estrangular al régimen democrático. Con el paso de los años hemos podido conocer más detalles: las reuniones en Valparaíso de una Cofradía de civiles y militares que organizaron la sedición, la implicación, vastamente documentada, de la intervención de la CIA y del entonces embajador de USA en Chile, Nathaniel Davis, los tres años de estrangulamiento de la economía chilena ordenado por Nixon y ejecutado por el Banco Mundial, la ITT, etc… Conocemos, incluso, detalles precisos de las conversaciones entre los militares que comandaban el golpe de estado, y a través de ellas, la calidad moral de quienes se proclamaban “salvadores de la patria”:

Carvajal: me acaban de informar que habría intención de parlamentar.
Pinochet: no, se tiene que ir a la Moneda él con una pequeña cantidad de gente.
Carvajal:…se retiraron, pero ahí…
Pinochet:…al ministerio, al ministerio…
Carvajal: que se está ofreciendo parlamentar.
Pinochet: Rendición incondicional, ¡nada de parlamentar!, ¡Rendición incondicional!
Carvajal: Bien, conforme, rendición incondicional, y se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos.
Pinochet: La vida y la integridad física, y en seguida se le va a despachar a otra parte.
Carvajal: Conforme. Ya… O sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.
Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país. Pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando.
Carvajal: Conforme… conforme. Vamos a proponer que prospere el parlamento.

Dice Régis Debray en sus memorias, que Salvador Allende tenía en su escritorio una fotografía dedicada del Che. Debray se entrevistó con Allende en las primeras semanas de su mandato. La dedicatoria del Che rezaba así: “A mi amigo Salvador Allende, que va al mismo fin, por distinto camino”. Todo mundo entendimos que el mismo fin se refería a la revolución. Sabríamos después que el final fue, en cambio, el martirio.

Como cada 11 de septiembre, enciendo hoy una vela por Salvador Allende. Hay muchos escritos y poemas dedicados a honrar la memoria del depuesto presidente chileno. Escojo para cerrar este comentario aquél escrito por Guillermo M. Sinner:

“Hasta nosotros llega el ruido del silencio, de tu silencio oculto en las tinieblas de la muerte. Hasta nosotros llega tu silencio hecho voz en tu sepulcro, pesado como el plomo de las balas. Hasta nosotros llega el clamor del silencio de tus manos, ahogado por los gritos militares. Hasta nosotros llega tu clamor, tu voz y tu silencio… No importa nuestra muerte ni tu vida, ni siquiera tu muerte y menos, mucho menos, nuestra vida. Lo importante es que estás en el silencio inundado de voces, masacrado, hecho carne en el alma del proletariado”.

Y también, desde luego, termino con las postreras palabras del mártir:

“Ante estos hechos sólo me cabe decirle a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos…
¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”

Iglesia y Sociedad

Velando armas

4 Sep , 2012  

Debo ofrecer una disculpa. He estado enfiestado por la celebración de mis treinta años de presbítero. He gozado mucho del cariño de todas las personas que me han felicitado… ¡pero no he tenido tiempo de escribir el artículo semanal!
Por eso quiero compartirles en esta entrega el artículo de Gustavo Esteva, con el que coincido tanto que podría firmarlo con mi propio nombre. La próxima semana nos vemos.

En la célebre alegoría, ningún cortesano se anima a reconocer que el emperador está desnudo. Todos pretenden lo contrario. Basta decir la verdad para que la superchería se desmorone.

Se desmoronó la superchería de nuestra democracia. De nada servirá negarlo. El documento del Trife no arropará a Peña. Tampoco lo lograrán la “fiesta de la democracia” del PRI y los medios o los sesudos artículos que publicará Nexos para defender “la más limpia, concurrida y vigilada de las elecciones en México”. Ningún cosmético puede ya ocultar la peste de nuestro cadáver democrático.

Como anunció Luis Hernández, llegó la hora cero para el #YoSoy132. Y la empezó bien: una marcha-funeral. El ataúd no simbolizaba la muerte de las instituciones de gobierno, que siguen en operación. Llevaba el cadáver que los jóvenes contribuyeron a producir: la credibilidad del sistema.

Para que funcione la democracia formal los ciudadanos deben creer en ella, creer que ellos eligen con votos libres e informados a sus gobernantes y que esos representantes están a su servicio. Esta institución fue siempre débil en México. Todos sabíamos quién definía el candidato, cómo obtenía sus votos el PRI, qué eran las elecciones… Pura simulación. Pero cuando Salinas dio a la oposición política más concesiones que en los 50 años anteriores, tres semanas después del alzamiento zapatista, se propaló la ilusión de que los ciudadanos podían intervenir en el proceso. Esa ilusión nos costó ya las desgracias llamadas Fox y Calderón. El ataúd que portaban los jóvenes la está enterrando. Nos consta ya que no contamos. Ni siquiera quienes están entre los 19 millones que habrían votado por Peña piensan que de ellos dependió el resultado.

El ataúd contiene algo más. Sabemos también que los procedimientos llamados democráticos producen despotismo. La ropa que están poniendo a Peña no sólo pretende cubrir su falta de legitimidad. Busca encubrir también el carácter despótico del régimen que encabezará, al servicio del uno por ciento, que hemos padecido por demasiados años.

La lucha dejó ya atrás el lodo electoral. Tiene ahora que ocuparse de alterar nuestro régimen de gobierno, apelando al principio constitucional del artículo 39. Si bien se trata de restablecer el estado de derecho, roto desde el poder, no es cosa de volver al que estaba, sino de crear otro nuevo.

Es la hora de la resistencia. Como nos han enseñado los zapatistas, que sea pacífica no significa pacifismo, el cual encierra rendición o cobardía. Significa renunciar a la violencia, sin separar medios de fines y reconociendo que la forma de la lucha prefigura el resultado que se busca.

Como también nos han enseñado los zapatistas, es una resistencia creativa que pone el empeño donde debe estar. No se empieza a construir la nueva casa desde el techo. Comenzamos en los cimientos, abajo y a la izquierda, en las esferas de la vida cotidiana, en la construcción de autonomía, en formas propias de gobierno. Como dicen en el 132, se trata de “tomar la política en nuestras manos”; es cosa de “tomar las riendas de nuestro destino”, dijeron esos mismos jóvenes desde Oaxaca. Todos saben ya que las respuestas sólo pueden venir del “pueblo organizado”, no de la élite; la democracia sólo puede estar adonde la gente está, no allá arriba. Saben igualmente que no será fácil, pero están conscientes de que no hay más opción que des-Peñarse. Lejos de ser salto al abismo, es la forma de no caer en él.

En la ebullición del día, corren todas las iniciativas. Se dice, por ejemplo, que en vez de seguir tocando puertas para que unos cuantos jóvenes logren cruzarlas, podría darse la formación profesional que buscaban todos los “rechazados”mediante la organización autónoma, la misma que enfrentará asuntos de comida –sin esperar la imposible conversión moral de Monsanto o Wal Mart– o de salud, atrapada en una dictadura profesional de negociantes de la enfermedad.

González Rojo recordó recientemente que “en el seno de lo viejo se genera lo nuevo” y que la nueva sociedad no es proyecto para mañana, tras un cataclismo que produzca el cambio; es “asunto de todos los días, en todas partes. Si nos empeñamos en generar lo nuevo dentro de los marcos del mundo obsoleto y criminal que nos ha tocado vivir, podremos ir, saltando, al otro mundo que es posible”.

Es hora de actos revolucionarios, tiempo de acometer transgresiones que establezcan irrevocable y significativamente nuevas posibilidades.

Resistir hoy significa ante todo que no estamos ya gobernados por los de arriba y que abajo, organizados, empezamos ya la creación de una nueva forma de vida y de gobierno. Nada más, pero nada menos.

Iglesia y Sociedad

Lorca, que te quiero Lorca…

27 Ago , 2012  

Para Christian Rivero, enduendado admirador de Lorca

El libro era atabacado. En su portada oscura brillaba solamente el nombre, Federico García Lorca, como dibujado, con las letras iniciales de cada nombre alargadas, como jirafas que extienden su cuello a las alturas. La primera de forros lucía el sello Tolle. Lege que identifica a la legendaria casa editorial Aguilar, y sobre el sello el dibujo de un florero de tres solitarias flores con forma de pescados, como hecho en un solo trazo y sin levantar la pluma. Debajo del dibujo, el autógrafo: Federico García Lorca.

Es la duodécima edición de las obras completas de Federico, publicada en 1966. La recopilación y notas son de Arturo del Hoyo, con prólogo de Jorge Guillén y epílogo de Vicente Aleixandre (¡Entre poetas te veas!). La nota editorial señala que el cuerpo de las obras completas en esta edición de Aguilar tuvo cambios hasta la quinta edición. Rápidamente me fui a las últimas páginas para gustar del índice: prosa (impresiones, narraciones, conferencias, autocríticas, charlas, artículos…), verso (todos sus libros, desde su primer Libro de Poemas, hasta el postrer Diván del Tamarit, sus poemas sueltos, suites, sonetos, cantares populares), teatro (de El Maleficio de la Mariposa hasta La Casa de Bernarda Alba), otras páginas de impresiones y paisajes, su epistolario, entrevistas y declaraciones… y, finalmente, un apéndice con sus dibujos y las partituras de la música de sus canciones: todo García Lorca en 2018 páginas de papel Biblia.

Era una agradable mañana de enero de 2001 en Montevideo, en una de las muchas librerías de viejo que se montan en las aceras de un barrio de la capital uruguaya. Mi anfitrión, Roger Gutiérrez Díaz, me había conducido amablemente a ese festín de letras. El enamoramiento fue inmediato: yo tendría que hacerme de las obras completas del poeta y dramaturgo andaluz. Después de algunas breves operaciones mentales (soy malísimo para las equivalencias monetarias), tomé la decisión de comprarlo. Sólo un libro más llamó poderosamente la atención: dos tomos gigantes con las partituras de las canciones de Silvio Rodríguez (todo el Silvio producido hasta ese momento), pero estaba a un precio estratosférico y significaba además –a pesar de mi indeclinable devoción por el cantautor– un doble problema: la inutilidad del gasto (no sé leer música) y los kilos que representarían en mi maleta de regreso. Así que me regresé del Uruguay solamente con el tomo de García Lorca bajo el brazo. No me ha abandonado en todos estos años.

El tiempo y el uso ha deteriorado un poco el ejemplar, ya viejo desde mi compra, pero me ha permitido acercarme en estos años al Lorca total. Hace unos pocos días, la semana pasada, se cumplían 76 años del asesinato del bardo español, ocurrida en la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936. Decidí entonces dedicar esta entrega a García Lorca, el entrañable poeta y dramaturgo. Pero, ¿por qué hablar de García Lorca cuando podemos dejar que sea él quien hable? Así que, además de presumirles mi libro, entresacaré de sus páginas algunos fragmentos de sus textos en prosa, que nos acercan al alma del poeta, y que hoy quiero compartirles, en conmemoración de su martirio.

De la conferencia “La imagen poética de Góngora”:
“Dice el gran poeta francés Paul Valéry que el estado de inspiración no es el estado conveniente para escribir un poema. Como creo en la inspiración que Dios envía, creo que Valéry va bien encaminado. El estado de inspiración es un estado de recogimiento, pero no de dinamismo creador. Hay que reposar la visión del concepto para que se clarifique. No creo que ningún artista trabaje en estado de fiebre. Aun los místicos, trabajan cuando ya la inefable paloma del Espíritu Santo abandona sus celdas y se va perdiendo por las nubes. Se vuelve de la inspiración como de un país extranjero. El poema es la narración del viaje. La inspiración da la imagen, pero no el vestido. Y para vestirla hay que observar ecuánimemente y sin apasionamiento peligroso la calidad y sonoridad de la palabra…”

De su “Charla sobre Teatro”:
“El teatro es siempre, siempre un arte… arte por encima de todo. Arte nobilísimo; y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra “arte” en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la palabra “comercio” o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía, disciplina y sacrificio y amor… Yo sé que no tiene razón el que dice: “ahora mismo, ahora, ahora” con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice “mañana, mañana, mañana” y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo”.

De su conferencia “Teoría y Juego del Duende”:
“La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil mar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.
Recordar el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de Fray Juan de la Miseria n por darle una bofetada al Nuncio de Su Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su últimos secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo”.

Colofón: Obra del azar o programada coincidencia, celebro que la efeméride del asesinato de García Lorca haya estado enmarcada por la presentación en Yucatán de su obra de teatro “Bodas de Sangre”, en una dignísima y atractiva puesta en escena de Por Qué No? Producciones que, bajo la dirección de Yatzaret Castillo, estuvo presentándose en el Teatro Daniel Ayala los pasados 15 y 22 de agosto.

Iglesia y Sociedad

Nueva Esperanza: visita de seguimiento

21 Ago , 2012  

Esta semana se cumple un año del desplazamiento forzado, desde territorio guatemalteco hasta la orilla de la frontera con México, de la Comunidad Campesina en Resistencia “Nueva Esperanza”. Como he comentado ya en este mismo espacio, la comunidad de Nueva Esperanza, perteneciente al Municipio de la Libertad en el Departamento de El Petén Guatemala, fue desalojada de manera violenta el 23 de agosto de 2011. Desde entonces, sus habitantes han estado en una situación precaria que representa una verdadera emergencia humanitaria y la situación, como es fácil suponer, ha empeorado dramáticamente en el plazo de un año.

El desplazamiento forzado fue documentado por la Misión Civil de Observación que, del 19 al 21 de octubre de 2011, se hizo presente en la comunidad para revisar el estado de cosas y hacer pública la situación ante la opinión pública nacional e internacional. Conflictos como el de Nueva Esperanza, que pueden contarse por decenas en el vecino país, suelen pasar desapercibidos justamente por la condición de vulnerabilidad a la que están sometidos los pueblos afectados.

Es por eso que las organizaciones que visitaron la comunidad desplazada hace un año decidieron hacer una visita de seguimiento al cumplirse un año del violento desalojo. El 3 de Agosto de 2012, representantes de Indignación, el Centro PRO, CODEHUTAB, SERAPAZ, “La 72”, entre otras organizaciones, se hicieron presentes en el Campamento en Resistencia para documentar la situación actual y el estado del proceso de negociación que llevan con el gobierno guatemalteco.

El panorama no es nada halagüeño: la comunidad sigue careciendo de servicios básicos que garanticen condiciones dignas de vida; las negociaciones para que se resuelva la situación de la falta de acceso a tierras y la reubicación de las familias desalojadas no ha avanzado por el incumplimiento de las promesas del Estado guatemalteco, y existen graves violaciones a los derechos a la alimentación, la salud, la vivienda y la educación, colocando en una situación de mayor vulnerabilidad a las niñas, a los niños y a las mujeres embarazadas. Todo ello se enmarca en un contexto de militarización de la frontera entre México y Guatemala.

Entre el primer informe de la Misión Civil de Observación (puede verse el texto: “La frontera olvidada” en www.indignacion.org.mx) y esta segunda visita de seguimiento, han ocurrido sucesos lamentables. El 9 de enero de 2012, alrededor de las seis horas, se realizó un operativo en el que participaron elementos de la Policía Federal, Ministerios Públicos de la Federación y Policías Municipales, algunos elementos policiacos se encontraban vestidos de civil y al mando de estas autoridades se encontraba una persona que se ostentó como el Subdelegado Regional del Instituto Nacional de Migración.

Según testimonios, las autoridades arribaron en camionetas y patrullas al campamento y comenzaron su desmantelamiento con lujo de violencia. Al rechazar estas acciones y pedir explicaciones, las y los habitantes del campamento comenzaron a ser detenidos. 70 personas (45 niñas y niños, 14 hombres y 11 mujeres) fueron desalojadas violentamente en el operativo realizado por el Instituto Nacional de Migración. Su estatus no les fue respetado cuando fueron capturados y lo cierto es que se les despojó de sus papeles migratorios, visas temporales y visas fronterizas. Muchas de las personas cruzaron la línea fronteriza hasta donde fueron perseguidos para ser detenidas en territorio guatemalteco, por los elementos mexicanos que también cruzaron la línea, incursionando ilegalmente a este país. En medio del operativo, las autoridades se llevaron los víveres y el maíz que la propia comunidad estaba cultivando para su consumo mientras amenazaba con volver para desmantelar el campamento. Actualmente, algunas personas víctimas de este desalojo forzado han vuelto al Campamento Campesino en Resistencia Nueva Esperanza y otras permanecen en el albergue de San Benito, en Guatemala.

La ayuda humanitaria que les ha sido negada sistemáticamente por ambos gobiernos, el de Guatemala y el de México, la situación de vulnerabilidad de los niños y niñas que permanecen en el Campamento y el hostigamiento a los representantes de la comunidad en las negociaciones con el gobierno guatemalteco y a los defensores y defensoras de derechos humanos que, desde este lado de la frontera, acompañan a las y los desplazados, terminan por configurar un panorama de alta conflictividad que deriva en la violación de varios derechos fundamentales para los habitantes de Nueva Esperanza.

Es por eso que la Misión de Observación Civil, en esta visita de seguimiento, hará público un informe sobre la situación actual de los desplazados, subrayando las violaciones a los derechos humanos de las que son objeto y las responsabilidades evadidas por los gobiernos de ambos países.

Este informe, sugerentemente titulado “Los invisibles de la frontera olvidada”, se dará a conocer a la prensa nacional e internacional el próximo lunes 27 de agosto, en el Distrito Federal y podrá consultarse en los portales electrónicos de las organizaciones involucradas inmediatamente después de su presentación a la prensa. Es un conflicto, opinarán algunos, que no es de nuestra incumbencia, porque pertenece a la agenda de un país vecino, que no es el nuestro. Hay quienes, sin embargo, opinamos junto con san Ernesto de la Higuera que “sentir profundamente cualquier injusticia cometida contra cualquier persona en cualquier parte del mundo” es la cualidad más bella de un ser humano y que la solidaridad, sin exclusiones ni fronteras, es la fórmula que tienen los pueblos de construir otro mundo posible, en el que uno de los criterios de convivencia sea aprender a ponernos en los zapatos del otro, asumir sus sufrimientos, buscar juntos alternativas de resistencia.

Colofón: Lorca, que te quiero Lorca… el eterno pendiente… la próxima semana, júrolo, dedicaré el artículo a Federico. Hasta entonces.

Iglesia y Sociedad

La propuesta ética de Jesús

13 Ago , 2012  

Participación en el Seminario Nacional de Asesores Kolping, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, del 13 al 15 de agosto de 2012.

1. ¿Tiene la Biblia una propuesta ética?

Quiero iniciar mi intervención planteando una pregunta que parecería inocente: ¿tiene la Biblia una propuesta ética? La pregunta nos abre varias perspectivas de reflexión. No somos la única religión que tiene textos sagrados, de manera que podemos espejarnos en otras tradiciones. Los musulmanes, por ejemplo, tienen El Corán. La tendencia más radical entre los musulmanes es convertir el texto sagrado en ley. La vida entera se organizaría en torno a los preceptos contenidos en el texto. No todas las corrientes musulmanes están de acuerdo, por supuesto, en esta aplicación del texto coránico a rajatabla. La ‘sharia’ ha dado lugar a las monarquías o repúblicas islámicas, pero el costo en salvaguarda de las libertades es lo suficientemente alto para no convertirlo en una experiencia digna de imitación. Imagínense ustedes a los judíos actuales o a los cristianos aplicando como ley común algunas de las prescripciones del Antiguo Testamento… nos parece algo impensable.

Una primera observación se refiere a la concepción distinta que tenemos de revelación. A diferencia de la religión musulmana, que considera el texto sagrado como una especie de dictado directo que utiliza al hagiógrafo solamente como un conducto mecánico, nuestro concepto de revelación parte de la noción teológica de ‘encarnación’, o como dijera hermosamente el Concilio Vaticano II, Dios, “movido de amor, habla a los seres humanos como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (1). La Palabra, con mayúscula, se transmite a través de palabras con minúscula. La iglesia ha confesado siempre, y va entendiendo cada vez mejor, que la Biblia es una obra al miso tiempo divina que humana, y que la revelación de Dios llega a nosotros a partir de un arduo trabajo de escritura, recolección, redacción de los autores y de las comunidades a las que éstos servían. Aplicando a las Escrituras una expresión del Concilio Vaticano II sobre el misterio de la iglesia, podríamos parafrasear que aquellas tienen “una notable analogía con el misterio del Verbo Encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a Él, de modo semejante las palabras humanas (historia, cultura, geografía) sirven al Espíritu Santo, que las vivifica, para la transmisión de las verdades reveladas”.

Este simple hecho, la dimensión encarnacional de la revelación, nos sitúa de manera distinta frente a la pregunta que nos hemos planteado. La propuesta ética de la Escritura no habrá que buscarla sólo ni principalmente en su letra, sino en el espíritu que la recorre, en el mensaje salvífico que transmite. Esto cobra relevancia especial cuando hablamos de la Biblia cristiana y no sólo de la judía, porque el Primer Testamento, con todo y su dimensión reveladora, es sólo una introducción para la revelación definitiva que se realiza en la persona de Jesús, el hijo querido del Padre. Él es la Palabra hecha carne (Jn 1,14) y “lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna” (3).

De cualquier manera, la pregunta sobre la propuesta ética de la Biblia cristiana sigue siendo pertinente. Y lo es porque, para escándalo del mundo, en países mayoritariamente cristianos se experimenta una profunda desigualdad, niveles de pobreza desgarradores, injusticias y discriminaciones que parecerían pertenecientes a otra etapa civilizatoria. Un mundo que se desgarra en medio de estos problemas sociales y se debate entre la muerte de las utopías, las amenazas del pensamiento único y la disgregación propia del postmodernismo, necesita de manera urgente una propuesta ética que emerja del evangelio.

2. La centralidad del misterio de Jesús

Si de opción ética cristiana queremos hablar, entonces tendremos que mirar la persona de Jesucristo. No es casual que, fuera de temas específicos de moral sexual con los que tanto tenemos que batallar en las iglesias cristianas, la fuente de mayor controversia teológica en nuestros días sea el estudio del Jesús histórico. Díganlo, si no, Pagola y Torres Queiruga. Y es que el reto sigue siendo hoy el mismo que el de las generaciones anteriores: hacer de los documentos del Nuevo Testamento una puerta abierta para el encuentro vivo con Jesucristo. Pero con el avance de las ciencias exegéticas esto parece complicarse un poco. Tenemos, pues, que hacer un viaje a partir de los textos con los que contamos, hasta llegar el corazón del testimonio y mensaje de Jesús, el de Nazaret.

Una buena parte de nuestras ideas acerca de Jesús, ideas que alimentan nuestra vida cristiana, vienen de reflexiones desarrolladas durante casi veinte siglos. Pero nos ha hecho falta, muchas veces, descubrir en los evangelios a Jesús de Nazaret, campesino judío, maestro itinerante; nos ha hecho falta ver con claridad qué fue lo que su palabra y su acción provocaron entre la gente de su tiempo, en qué conflictos se metió por su fidelidad a Dios, cuáles fueron las causas de su condena a muerte. Decir, por ejemplo, que Cristo murió y resucitó por nuestra salvación, no nos exime de conocer las causas por las que Jesús fue aprehendido, juzgado y condenado a muerte. El carácter salvífico de la muerte de Jesús sólo se aprecia en plenitud si conocemos el entretejido humano y la conflictividad social que lo condujo a su final violento.

Cuando hablamos de Jesucristo no podemos olvidar que se trata de un judío, laico, hijo de un artesano, que iba cada sábado a la sinagoga, que abandonó a su familia para dedicarse a predicar la llegada del Reino de Dios, rodeándose de hombres y mujeres que lo acompañaban fascinados por su palabra y su testimonio. Este hombre singular, planteó a la gente de su tiempo una nueva manera de vivir y de relacionarse con Dios y con los demás. Se hizo de un grupo de seguidores y seguidoras y mostró, en gestos concretos, qué era lo que él entendía por Dios, si había o no que cumplir con la Ley antigua, cuál era el criterio para discernir la voluntad de Dios. Su manera de vivir (palabras y obras) le granjeó seguidores y enemigos y provocó una crisis tal en la sociedad judía, que las presiones en su contra se materializaron en su aprehensión, la realización de un juicio y su condena a muerte. Esta muerte violenta con la que, al final, fue ejecutado, no se entiende sin la crisis que su modo de vida y su predicación causaron. Es en este sentido que muchos teólogos dicen que Jesús no se murió tranquilo, de vejez, en la cama de un hospital; que es un ajusticiado cuya muerte solo puede explicarse en el conjunto de sus palabras y sus actos concretos.

El deseo de encontrar el núcleo histórico sobre el que se basa toda la reflexión cristológica que hoy compartimos los que formamos la iglesia, no es en manera alguna nuevo. Desde hace ya muchos años que muchos estudiosos de la Biblia han intentado acceder a Jesús de Nazaret y, a través del evangelio, desentrañar lo esencial de su mensaje y las causas de su final violento. Nosotros no somos investigadores, ni tenemos la capacidad de meternos en profundidad en estudios de esta envergadura. Somos discípulos y discípulas de Jesús que nos hemos comprometido a seguir su camino. Sin embargo, no podemos soslayar el reto de conocer la persona de Jesús y discernir, en lo esencial de su mensaje y de su vida, el criterio último de una lectura “cristiana” de la Biblia y una propuesta ética que de ella se derive.

Así pues, partimos de la fe común de la iglesia que todos profesamos. El misterio de Jesús, muerto y resucitado, es el centro de nuestra existencia. A partir de esta realidad de fe, nos acercamos a nuestros documentos fundacionales, a esa síntesis privilegiada, elaborada en los primeros siglos de la vida cristiana, que es el Nuevo Testamento, y, en el conjunto del Nuevo Testamento, de manera singular, los evangelios.

3. Dos aproximaciones preliminares a la ética de Jesús

No resulta tan indiscernible en los evangelios cuál es la propuesta ética de Jesús. Podrían tomarse muchos textos distintos (parábolas, disputas de Jesús con los fariseos, milagros…) para acercarnos a la comprensión de la categoría teológica “Reinado de Dios” que encerró la propuesta ética de Jesús. No quiero, sin embargo, ser exhaustivo. Prefiero partir aquí de dos textos que pueden servir como sintetizadores de dicha propuesta: la respuesta de Jesús a la averiguación de Juan el bautista, cautivo en una cárcel de Herodes, que le manda preguntar: ¿Eres tú el que había de venir al mundo o tenemos que esperar a otro? (Lc 7,18-23) y la parábola de las ovejas y los cabritos, contada hacia el final del evangelio de san Mateo (Mt 25,31-46).

El primer texto es un resumen, propuesto por el mismo Jesús, de la significación de su presencia en el mundo. La pregunta de los seguidores de Juan tiene que ver, de esto no hay duda, con el Reinado de Dios que Jesús viene anunciando, anuncio del que ha tenido noticia y que ha desconcertado a Juan Bautista, tan clavado en la restauración de Israel. Una posible paráfrasis, respetuosa del sentido del texto, podría ser: “Eres tú el que ha de traer ese Reino que anuncias, o debemos esperar a otro?

La respuesta de Jesús, más que aclararle a Juan sobre el significado de su misión, es probable que lo haya sumido en una más amplia confusión. Y es que lo que el Maestro de Nazaret hace es hacer una lista de situaciones que degradan la humanidad de quienes las padecen. La lista encierra a los grupos más desfavorecidos de Israel: ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos y pobres, seis categorías que subrayan alguna carencia (falta de vista, de movimiento, de pureza cutánea, de escucha, de vida, de dinero y reconocimiento social. A estas seis situaciones, sin duda desagradables para el Dios que Jesús predica, el Maestro coloca una acción liberadora: los ciegos ven, los sordos oyen…

Si, como en tarea de escuelita bíblica, pusiéramos en nuestro cuaderno las seis carencias en una columna y, a su derecha, las soluciones que Jesús propone en su presentación (su propuesta ética, diríamos), nos daríamos cuenta de que hay un propósito claro en la misión y actividad de Jesús: superar las carencias a las que hace alusión. Es importante hacer énfasis en esto, porque el pasaje termina con una exclamación de Jesús que no encuentra fácil explicación. Al final de su perorata, Jesús les dice a los enviados del Bautista: “Y dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7,23). ¿Qué podría causar escándalo en la recuperación del habla, de la facultad de caminar o de oír? Pareciera que nada… pero una mirada atenta mostraría que las cinco primeras categorías reflejan carencias físicas, mientras que la última, quizá la más explosiva, se refiere a una categoría social: “a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”… ¿cuál es esa buena noticia que se anuncia a los pobres?

La lógica del relato se descubre en nuestra representación en columnas: Jesús dice: vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ya no son más ciegos, ahora ven. Los cojos ya no son más cojos, ahora caminan. Los leprosos ya no lo son más, ahora tienen la piel limpia. Los sordos ya no son sordos, sino que escuchan. Los muertos no lo están más, vuelven a la vida. Los pobres… ¡ya no lo son más! Ahora viven dignamente. La Buena Noticia para los pobres queda así al descubierto: es la propuesta de una vida digna y plena. Hay una admirable armonía en este aspecto de la predicación de Jesús, que concuerda con las bienaventuranzas, con la parábola de Lázaro y el rico banquetero, con la expulsión de los demonios de Gerasa… El texto deja en claro cuál es el núcleo de la propuesta ética de Jesús: vida digna y plena para todos y todas.

Una confirmación aún más evidente de esta afirmación la encontramos en la parábola del juicio final, conocida también como la parábola de las ovejas y los cabritos. Exclusiva de la tradición mateana, hay una fuerte discusión acerca de la historicidad de esta parábola y sus alcances. Pagola dice, a propósito de esta parábola: “El criterio para separar a los dos grupos es preciso y claro: unos han reaccionado con compasión ante los necesitados; los otros han vivido indiferentes a su sufrimiento. El rey habla de seis situaciones de necesidad, básicas y fundamentales. No son casos irreales, sino situaciones que todos conocen y que se dan en todos los pueblos de todos los tiempos. En todas partes hay hambrientos y sedientos; hay inmigrantes y desnudos; enfermos y encarcelados. No se dicen en el relato grandes palabras. No se habla de justicia y solidaridad, sino de comida, de ropa, de algo de beber, de un techo para resguardarse. No se habla tampoco de «amor», sino de cosas tan concretas como «dar», «acoger», «visitar», «acudir». Lo decisivo no es un amor teórico, sino la compasión que ayuda al necesitado” (4).

La verdadera sorpresa de la parábola, sin embargo, solamente se dará cuando el Juez dicte sentencia. Ni los que entran a la posesión del Reino ni los que son excluidos de él entienden por qué el Juez dice “lo que hicieron a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron”. Acostumbrados como estaban, debido a la predicación de los fariseos, a que la benevolencia de Dios se rige por el cumplimiento de la ley religiosa, las ovejas y los cabritos se extrañan de que la salvación parezca pasar por otro lado. Es a esto a lo que se refiere Pagola cuando, con meridiana claridad, propone: “Los que son declarados «benditos del Padre» no han actuado por motivos religiosos, sino por compasión. No es su religión ni la adhesión explícita a Jesús lo que los conduce al reino de Dios, sino su ayuda a los necesitados. El camino que conduce a Dios no pasa necesariamente por la religión, el culto o la confesión de fe, sino por la compasión hacia los «hermanos pequeños». Probablemente, esta escena del «juicio final» no ha sido presentada así por Jesús. No es su estilo ni su lenguaje. Pero el mensaje que contiene es, sin ningún género de duda, la conclusión que se extrae de su mensaje y de toda su actuación. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la «gran revolución religiosa» llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía de acceso a Dios distinta de lo sagrado: la ayuda al hermano necesitado. La religión no tiene el monopolio de la salvación; el camino más acertado es la ayuda al necesitado. Por él caminan muchos hombres y mujeres que no han conocido a Jesús” (5).

NOTAS:

(1) Dei Verbum 2
(2) Lumen Gentium 8
(3) Dei Verbum 4
(4) PAGOLA José Antonio, Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007) p. 187
(5) Ibid p. 118

Iglesia y Sociedad

El poder dentro de la iglesia

8 Ago , 2012  

Hace algunos años, el teólogo español José María Castillo ofreció una serie de conferencias con el tema “Iglesia y Democracia”. En una de las exposiciones se explayó por más de media hora en tratar de explicar los rumbos que ha tomado la administración del poder dentro de la iglesia.

No es un tema menor. La organización de la estructura de la Iglesia es un tema fundamental para entender cómo funcionan muchos asuntos que podrían ser de otra manera. La estructura eclesiástica ha variado a lo largo de la historia. Este tema, hoy más que nunca un tema incómodo ante la pujanza del llamado ‘pensamiento único’ dentro de la iglesia, es un asunto del que no sólo podemos hablar sino que, en mi opinión, tenemos que hablar, porque de ello depende que podamos cambiar la percepción, cada vez más extendida, de que la iglesia institución aparece en nuestros días como sustancialmente infiel al mensaje de Jesús.

Recordando los principales hitos de la charla del P. Castillo, hay que distinguir al menos tres períodos organizativos previos al Vaticano II. A riesgo de simplificar, me referiré brevemente a ellos.

1. Régimen democrático

En los orígenes y en los tres primeros siglos, el movimiento de los cristianos y cristianas se conformó en una estructura compleja, pero de carácter fundamentalmente democrático. Democracia, no en el sentido en que usamos hoy la palabra, en que el pueblo, sujeto del poder, lo delega mediante unas elecciones en unos dirigentes. Pero sí puede decirse, sobran los ejemplos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en que la forma de ejercer el poder estaba lejos de todo autoritarismo.

Para designarse a sí mismos, los primeros cristianos y cristianas cambiaron el nombre de Nazarenos por el de ‘ecclesía’, una palabra profana cuyo significado era “la asamblea de los ciudadanos libres que democráticamente ejercían su cuota de responsabilidad en el gobierno de la ciudad”. Y así funcionó. La elección del sustituto de Judas, la elección de los siete diáconos y la resolución del conflicto de la aceptación de los paganos en la comunidad cristiana son solamente algunos ejemplos de cómo, a través de complejos mecanismos, los asuntos de importancia de decidían entre todos. Más tarde, tenemos ejemplos documentales que muestran que se elegía a los Obispos por aclamación o “votando a mano alzada”. La Iglesia se concebía cómo una gran comunidad formada por pequeñas comunidades, cada una con su autonomía propia.

2. Régimen sinodal

A partir del siglo IV comienza en la iglesia un régimen sinodal. Eran los sínodos locales los que decidían. En los sínodos se discutían los problemas, se elegían a los Obispos y, con frecuencia, se deponían si no eran considerados verdaderos apóstoles. El Obispo de Roma tenía la misión de unión de toda la Iglesia e intervenir en los conflictos que no se podían resolver en los sínodos. Los sínodos tenían poder para rechazar cuestiones que venían del Obispo de Roma. En cuestiones más importantes se reunían varios sínodos. El Concilio se le consideraba por encima de todos los Sínodos y del Obispo de Roma

Hay testimonio documental de que san Cipriano, en uno de sus sínodos, afirmó: “el pueblo tiene poder por derecho divino para elegir a sus obispos, el pueblo tiene poder por derecho divino para deponer a sus obispos si no son considerados dignos y, en el caso concreto, el pueblo ha decidido que no vale la decisión tomada por nuestro colega Esteban (Obispo de Roma) porque cree que ha actuado mal informado”.

San Gregorio, Obispo de Roma, recibió una carta de un colega obispo en la que le llamaba ‘papa universal’. Contestó en estos términos: «le ruego a su dulcísima beatitud que no me vuelva a llamar ‘papa universal’, porque eso es un título de vanidad y yo no quiero estar por encima de los demás ni en títulos, ni en privilegios, sino que quiero estar al servicio incondicional de todos mis hermanos obispos».

3. Régimen dictatorial

En el siglo XI se produce un gran cambio, el giro decisivo. Gregorio VII se autodefine Vicario de Cristo y en sus 27 proposiciones del «Dictatus Papae» presenta un régimen dictatorial en el que todos los poderes y de forma plena (poder legislativo, judicial y punitivo) y universal (para todos los seres humanos) se centran en la Iglesia en un solo hombre, el Papa. Es probable que lo haya hecho con la buena voluntad de liberar a la iglesia de la situación se sujeción a la que había llegado frente a los señores feudales, auténticos rufianes la gran mayoría de ellos, quienes en la práctica terminaron arrogándose la elección de los obispos.

Con Inocencio III este modelo organizativo llegó al extremo de considerar al Papa con la suprema potestad sobre todas las personas, es decir, la autoridad máxima del mundo. De forma que en su nombre se elegían y deponían emperadores, se facilitaba bulas papales que legitimaban a los reyes europeos para la conquista y el saqueo de África y América, para hacer esclavos a millones de personas, para fundar la Inquisición, etc. Son impresionantes y aterradoras las bulas papales que concedieron, entre otros, Nicolás V, Alejandro VI, León X, Pablo III. En este período se vivió en la Iglesia los acontecimientos más traumáticos y vergonzantes de su Historia.

Aunque de entonces hasta nuestros días las cosas han ido cambiando en esta forma de utilizar los papas su poder, la organización no ha variado sustancialmente. La estructura eclesial sigue hoy organizada en dos grupos: la jerarquía (el Papa, Obispos, presbíteros y diáconos) y el pueblo, al que se ha llamado laicado (laicos y laicas).

Estos dos grupos fueron definidos por el Papa san Pío X, en su encíclica Vehementer Noster, con estas palabras: “En la sola jerarquía reside el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros de la iglesia hacia el bien común. En cuanto a la multitud (los laicos) no tiene otro derecho que el de dejarse conducir dócilmente y seguir a sus pastores”.

4. La renovación del Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II quiso una Iglesia, comunidad de comunidades, en la que todos sean y se sientan responsables, porque pueden participar desde su pequeña comunidad en lo que se piensa, se dice y se decide. Una iglesia que todos por igual sienten y viven como propia, como algo que les concierne vivamente y con la que se sienten comprometidos. Una iglesia en la que el clero no acapara y menos monopoliza el poder de pensar, de decir y de decidir

Es parte de la esencia de la renovación conciliar que en la comunidad no haya nadie que se sienta por encima de otros, unos que manden y otros que obedezcan. El Concilio proclamó que todos somos por igual sacerdotes, profetas y reyes, con la misma dignidad de hijos e hijas de Dios y la misma misión de establecer y extender el Reino de Dios en el mundo. Hay, sí, ministerios diferentes. Tendrá que haber siempre, como en todo grupo humano, quien oriente, guíe, coordine, presida… pero siempre desde una actitud de servicio a la comunidad, nunca jamás, bajo ningún concepto, como el que ordena y manda.

El vuelco conciliar, sin embargo, no ha alcanzado a permear las estructuras ni los modelos organizativos de la iglesia. La tendencia dictatorial no se expresa abiertamente, pero se sigue practicando. La Iglesia sigue estando formada por dos grupos de personas: una minoría, que ostenta el poder, y los otros, los más, que si quieren estar en la Iglesia, se tienen que someter a los que tienen el poder.

Las estructuras que deberían favorecer la comunión terminan teniendo un valor meramente consultivo. La última palabra la sigue teniendo en cada grupo el párroco, el obispo, el superior religioso, el Papa. Y en la cumbre de esta pirámide, la autoridad plena y universal, de la que depende todo en la Iglesia, sigue centrada en un solo hombre: el Papa.

El Código de Derecho Canónico, renovado después del Concilio en tiempos del Papa Juan Pablo II, sigue manteniendo una estructura de poder centrada de forma plena y absoluta en un solo hombre. El texto del más importante cuerpo legislativo de la iglesia católica sigue afirmando que el Papa “tiene una potestad «plena, (legislativa, judicial y punitiva) inmediata y universal», que además «puede ejercerla siempre libremente» y ante la que la que «no cabe apelación ni recurso alguno», cuyas decisiones «no pueden ser juzgadas por nadie”, sin que «haya autoridad alguna a la que tenga que someterse, ni ante la cual tenga que dar cuenta»…

Pienso que en la Iglesia habrá más libertad, no en la medida en la que los que la dirigen y gobiernan nos vayan concediendo parcelas de decisión en asuntos concretos, sino en cuanto los cristianos seamos capaces de vivir en la libertad de las hijas e hijos de Dios y obrar en consecuencia. No hemos entendido lo más nuclear del Concilio (y menos del evangelio) cuando aceptamos sin más que los que entienden y saben de Dios y los que tienen capacidad de tomar decisiones en cuestiones de iglesia son solamente los Obispos y los sacerdotes, y que los laicos y laicas lo que tienen que hacer es aprender, aceptar, obedecer y cumplir.

En la iglesia todo poder que no sirve para asegurar el respeto a las personas, los derechos humanos de las personas, la dignidad de cualquier persona, no es un poder que emane del evangelio. En el tema del poder, ha de haber en la iglesia un principio incuestionable: ninguna autoridad tiene poder ni autoridad para mandar cosa alguna que esté en contra del mensaje de Jesús. Nadie tiene en la iglesia poder ni autoridad para mandar o disponer nada que esté en contra del Evangelio.

Cuando los grandes ideales, las grandes palabras, los grandes relatos y las utopías se hunden, arrasados por el huracán de la globalización y por la postmodernidad, se hace más apremiante que nunca la presencia, en la sociedad y en la Iglesia, de personas que digan algo distinto, radicalmente distinto, de las consignas que nos dicta a todas horas el «pensamiento único», esa forma de ver la vida que lo ha reducido todo a mercancía, bienestar y satisfacción plena, sin otro horizonte que la garantía de estar siempre como estamos, con tal de no salirse de lo establecido, resignadamente acomodados al sistema que se nos ha impuesto.

Iglesia y Sociedad

Cuernavaca de don Sergio

1 Ago , 2012  

Cuernavaca es, probablemente, una de las iglesias locales que más trascendencia han tenido en la comunidad católica mexicana. Desde aún antes del Concilio Vaticano II las miradas se dirigían a esta diócesis, pionera en la renovación litúrgica y bíblica como pocas.

La iglesia de Cuernavaca se convirtió, con don Sergio Méndez Arceo a la cabeza como su séptimo Obispo, en un laboratorio donde se puso en práctica un aggiornamento total que devolvió a la liturgia y sus edificios sagrados su sabor original, lo mismo que contribuyó, después de Medellín, a la formación bíblica del laicado en las comunidades eclesiales de base y a la renovación monástica con la introducción de la práctica del psicoanálisis en el discernimiento vocacional en el célebre monasterio del abad Gregorio Lemercier,

En mis años de seminario (1975-1982), que coincidieron con los últimos del ministerio episcopal de don Sergio, la Catedral de Cuernavaca se había convertido en el hogar y refugio de cientos, miles de desplazados de guerra centroamericanos. Como epicentro, la iglesia de Cuernavaca nos atraía, imberbes aprendices de la teología de la liberación, y nos nutría con su ejemplo. Eran los tiempos de obispos heroicos: don Sergio, don Bartolomé Carrasco, don Pepe Llaguno, don Arturo Lona, don Samuel Ruiz, don Sergio Obeso… un grupo minoritario, pero influyente, que inyectaba a la iglesia mexicana bríos de renovación y de compromiso social.

Al terminar mis estudios en el seminario, antes de partir para Roma, fui al encuentro de don Sergio. No era ya más obispo de Cuernavaca. Trabajaba todos los días en el Secretariado de Solidaridad Monseñor Óscar Romero, en la ciudad de México. Su fecundo retiro había sido puesto al servicio de las grandes causas de América Latina. El llamado Obispo Rojo murió como vivió: fiel a su estampa, cantante “fuera de coro” –como lo calificó otro jerarca cuyo nombre nadie recuerda–, “en pie de testimonio”, como dijera el poeta nordestino.

Para esa entrevista, don Sergio me recibió en sus oficinas y me permitió saludarlo y conversar con él. Al presentarme, me preguntó qué pensaba yo estudiar en Roma. Le contesté que haría la licenciatura en Sagradas Escrituras. Me preguntó en qué escuela y le contesté que en el Pontificio Instituto Bíblico. Entonces me dijo algo que no dejo de recordar: hay dos disciplinas, comentó, que me gusta siempre recomendar: el estudio de la Biblia y el estudio de la historia de la iglesia. Hacen buena mancuerna. Ambas disciplinas, añadió, le permiten al estudiante darse cuenta de que las cosas no fueron siempre como son ahora. La pretensión de eternidad es una de las más grandes tentaciones de la iglesia, concluyó.

Yo quise mucho a don Sergio. Pende todavía en mi cuarto la fotografía en la que estoy con él, en su última visita a Roma, en el Colegio Mexicano. Nos dirigió una charla a los que ahí estudiábamos. Aunque no lo sabíamos, faltaba poco para su muerte. Los embates contra la teología de la liberación estaban a punto de alcanzar su clímax magisterial. Don Sergio, relajado, se sentó a conversar con nosotros por cerca de dos horas. Su voz de viejo sabio no dejó de retumbar en mi cabeza por muchas semanas.

Hoy recuerdo a don Sergio porque estoy en la que, por treinta años consecutivos, fue su casa. Me alegra haber sido invitado a esta XXXIV Convención de ex alumnos del Colegio Mexicano de Roma, aquí en la ciudad de Cuernavaca, porque me permite, además de saludar a viejos amigos, traer a la memoria a este ilustre Obispo. Me ha alegrado también escuchar al actual rector del seminario, un joven presbítero, hablar de don Sergio con cariño y reconocimiento.

En ocasión de la muerte de don Sergio escribí unas líneas. Su fallecimiento me sorprendió siendo todavía estudiante en Roma. Les comparto, para terminar esta entrega, lo que en aquel momento me dictó la tristeza.

Hoy es quince de marzo Estoy en Roma

La octava sinfonía de Beethoven hace estallar mis tímpanos

(la séptima es más bella)

Llegué desde la calle y mi refugio

fue el cuarto de periódicos:

noticias sobre México                   italianas

muestras de amarillismo

dos PROCESO recientes y entre todo

uno que otro poema

En la primera plana el comentario

del viaje de Wojtyla…

Y en medio de estas hojas que me manchan

el corazón de tinta

he recibido una noticia amarga

Hoy es quince de marzo

Cuernavaca está triste y lo confiesa:

Hoy se nos va Don Sergio

y también yo estoy triste

¡Qué extraño que la octava sinfonía

también derrame lágrimas!

Iglesia y Sociedad

Los nombres de la resistencia

25 Jul , 2012  

El pasado 12 de julio se cumplieron 450 años desde que Fray Diego de Landa, primer provincial de la Provincia Franciscana de Yucatán, diera cumplimiento a la sentencia final del proceso inquisitorial que tuvo lugar en 1562 en el poblado de Maní. El resultado es conocido: cientos de imágenes de culto, objetos sagrados y códices de la cultura maya fueron quemados como castigo a los hombres y mujeres mayas que, a pesar del proceso obligatorio de cristianización, conservaron sus prácticas religiosas de manera clandestina.

Aunque todavía sobreviven trasnochados discursos que intentan justificar la barbarie perpetrada por el provincial franciscano (el “resumen” presentado por Wikipedia es poco menos que exculpatorio), no hay argumentación sensata que la sostenga actualmente. El auto de fe de Maní es el más conocido, pero fuentes históricas cuentan más de 40 destrucciones similares realizadas en distintos lugares de la península. El nombre oficial de esa intolerancia era Tribunal de la Santa Inquisición. Representa una mentalidad que, por desgracia, aún no termina por desaparecer en muchas iglesias cristianas, ni institucionalmente, ni en las cabezas de muchos jerarcas religiosos.

Pero el pueblo maya y su cultura están lejos de haber desaparecido. De Chiapas a Honduras, con variantes lingüísticas, la gran nación maya está más viva que nunca. Por eso me ha dado una alegría especial la manera como la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an de Maní, Yucatán, en la que me honro de trabajar, ha conmemorado la efeméride de los 450 años del auto de fe: acompañando la inauguración de un centro de resistencia, donde las y los mayas podrán intercambiar sus saberes, ofrecer al público sus productos, realizar sus ritos ancestrales, ofrecer cursos para compartir sus conocimientos y habilidades. El lugar ha recibido el nombre de U Tuch Lu’um, que quiere decir ‘el ombligo del mundo’ y se encuentra a poco más de una cuadra de distancia del centro de Maní.

Hace algunos años, un congreso internacional de especialistas sobre el cambio climático llegó a una conclusión bastante simple: la debacle ecológica que se acerca amenaza la sobrevivencia de la especie humana. Para remontarla habrá que cambiar muchos de los paradigmas actuales de convivencia. En el mensaje que el congreso hizo público al final de sus sesiones de estudio, los científicos aseguraron que solamente sobrevivirían los grupos humanos que se ajustaran a tres condiciones: producir su propia comida, usar la menor cantidad de energía y mantener un sólido tejido social de convivencia.

Como se ve, las características profetizadas por los estudiosos del mencionado congreso son insostenibles si seguimos el modelo de los grandes conglomerados urbanos y del desenfrenado consumismo al que nos hemos acostumbrado. La misma noción de desarrollo, tan ligada a la productividad y la competitividad, está en cuestión. Se antoja una carrera desgastante, interminable, condenada de antemano al fracaso. Vivir con menos se convertirá muy pronto en el único paradigma de sobrevivencia.

Pues bien, yo creo que la sabiduría de siglos que ha hecho sobrevivir a los pueblos indígenas de todas partes del mundo los convierte en los primeros sujetos aptos para el nuevo comienzo. Lo que hoy representa una desventaja, ante la avalancha de productos que quedan lejos del alcance de sus bolsillos, se va convirtiendo en su principal activo de cara al irreversible proceso de descomposición del equilibrio del ecosistema.

Bendigo por eso a Dios por estar siendo testigo cercano de este proceso de reapropiación que hace el pueblo maya de su propia cultura y de su historia, de los pasos –pequeños pero sostenidos– hacia la soberanía alimentaria, hacia la producción y el consumo de alimentos orgánicos, hacia la revitalización de sus costumbres y de sus paradigmas religiosos. El trabajo en la Escuela de Agricultura de Maní es una privilegiada oportunidad para atisbar, así sea como insomne vigía, la manera en que la resistencia toma nombres y caminos diversos y se transforma en prácticas más respetuosas del entorno, en una nueva clase de armonía entre seres humanos y naturaleza.

A la destrucción que hace 450 años liderara un jerarca católico con el objetivo de acabar con una cultura y una religión que consideraba ‘paganas’, las y los mayas de hoy responden con la construcción de nuevos espacios en los que su cultura no solamente se mantiene, sino que se recrea en una perspectiva inclusiva mucho más amplia. La mentalidad que quiere desaparecer al pueblo maya o reducirlo a un atractivo turístico productor de divisas ha sido derrotada una y otra vez. Su destino es el fracaso. En los rincones de Maní, de muchos poblados mayas de la península, lo mismo que en las montañas guatemaltecas o en el preñado silencio de las comunidades zapatistas, en el Totonacapan o en la sierra tarahumara, sopla el viento de la resistencia. Y esa, lo aseguro convencido, no será nunca derrotada.

Iglesia y Sociedad

El salmo 69 y el miedo a la libertad

18 Jul , 2012  

El salmo 69 es un salmo en el que el autor se rebela ante su suerte: “Oh Dios, sálvame, porque me llegan las aguas hasta el cuello”. Es la oración, sí, de una persona desesperada. Alrededor suyo no hay más que sufrimientos: “me estoy hundiendo en profundos lodazales y no tengo ya dónde apoyar el pie”. Los enemigos se le multiplican: “son más numerosos que los cabellos de mi cabeza las personas que me odian sin motivo”.

Y pensamos, por eso, que la Palabra de Dios está dirigida solamente a personas que están en este tipo de situaciones. Creemos que si no estamos en el fondo de un abismo, no tenemos necesidad de Dios. Dios se ha convertido, para quienes piensan de esta manera, es una especie de terapia de urgencia, de milagroso remedio, de shock emotivo que saca a la gente de lo hondo de un pozo sin fondo.

Pero ¿qué pasa con los cristianos comunes y corrientes? ¿Qué pasa con los que no han estado sumidos en grandes degeneraciones ni están atrapados por la esclavitud de los vicios? ¿Es la palabra de este salmo también para este tipo de personas?

Es curioso que Jesucristo, siendo la inocencia plena, se hubiera aplicado a sí mismo algunas palabras de este salmo. En el versículo 10 el salmista dice: “el celo de tu casa me ha devorado”, la misma frase que el evangelio repetirá cuando Jesús expulse a los mercaderes del templo. Más adelante, en el versículo 22 el salmista afirma: “Echaron hiel en mi comida, para mi sed me dieron vinagre de bebida”, palabra que se actualiza en el sufrimiento de Jesús en la cruz.

Y es que la Palabra de Dios no es nunca estéril. Baja a la tierra de nuestros corazones como rocío y fecunda nuestras vidas para que demos frutos de buenas obras. Todas las personas, sanos o viciosos, justos o pecadores, pueden entonar las palabras de este salmo porque todos, de una manera o de otra, participamos en distintas dimensiones del misterio del sufrimiento humano. En algún momento de nuestra vida todos hemos sentido que nos ahogábamos, que la vida no tenía sentido para nosotros, que no hallábamos el camino de salida.

Yo quisiera hoy comentar uno de los fangos en los que puede anclarse la vida, particularmente de los jóvenes. No me referiré a las drogas o al libertinaje sexual, ni al alcoholismo o la violencia callejera. Me referiré a un fango más sutil, pero más perverso, al que tienen que enfrentarse incluso los jóvenes bien portados. Se trata del miedo a la libertad. Deseamos ser libres, anhelamos independizarnos y llevar las riendas de nuestra propia vida. Pero al mismo tiempo le tenemos miedo a la libertad. Nos pasa lo mismo que le pasaba al pueblo de Israel que, sacado de la esclavitud de Egipto y apretado por el hambre, prefería retornar a la esclavitud con tal de tener unas cuantas cebollas seguras para llevarse a la boca al final de la jornada. La libertad implica aprender a vivir en la inseguridad, porque tenemos que tomar nuestras grandes decisiones sin que haya la protectora voz de una autoridad que nos diga de antemano qué está bien y qué está mal, y esta inseguridad nos da miedo.

El miedo a la libertad puede tomar también otras máscaras, como la de creer que verdadera libertad es hacer siempre lo que a uno le dé la gana, sin importar si con nuestras acciones dañamos o lastimamos a otras personas. Se trata de una libertad sin compromisos, vivida sin ninguna otra referencia que uno mismo, cerrada egoístamente en el propio placer.

Y, sin embargo, con todos sus riesgos, no hay camino más apasionante que el de la libertad. Ya lo decía san Pablo: “para ser libres nos liberó Cristo”. Pero preferimos muchas veces la esclavitud. Estamos hambrientos de seguridades, y por eso recurrimos a adivinos, a horóscopos, a gente que nos anuncie el futuro o nos lea la mano. No está la maldad de esas acciones en la simple credulidad supersticiosa ni en la posible intervención del Maligno en nuestras vidas. La verdadera maldad de esas acciones estriba en que son una manifestación de nuestro miedo a ser libres, a decidir por nosotros mismos, a usar nuestra cabeza, a programar y planear nuestro propio futuro, a concebir la vida como una construcción inacabada que cada uno tiene que continuar. Queremos crecer, llegar a ser plenamente adultos, pero preferimos poner nuestros destinos en manos de otras personas y no hacemos más que continuar siendo perpetuamente niños.

La Biblia tiene testimonios de hasta dónde Dios promueve y respeta la libertad de las personas. No quiso Dios hacernos autómatas ni títeres de un destino escrito de antemano, sino constructores de nuestras propias vidas. Por eso Dios llama, nunca obliga; invita, nunca impone. Dios conoce el secreto para inclinar nuestros corazones a Él sin violentarnos, de atraernos a Él sin forzarnos. Dios se presenta por eso como un seductor: nos enamora, nos convence, nos hace propuestas, pero ha renunciado a obligarnos a nada, ni siquiera nos obliga a amarlo.

Es curioso que el hijo pródigo de la parábola no se ponga de pie para regresar a casa de su Padre, sino hasta que, en medio del hedor del chiquero, recuerda la perfumada alcoba que dejó en la casa de su padre. En medio de un hambre que le hace desear comer las bellotas con las que se alimentan los cerdos, recuerda que hasta los más humildes trabajadores de la casa de su padre tienen pan de sobra. Hay un momento en el que el ejercicio de la libertad parece concentrarse, y ese momento puede ser propiciado por una situación extrema, como la del agua que el salmista siente llegar hasta su cuello.

El Padre de la parábola parece no intervenir, mantenerse a distancia, pero la actitud con la que recibe al hijo que regresa nos muestra dónde reside su alegría: en que el hijo, libremente, haya decidido volver. La parábola es fiel ejemplo de cómo vencer el miedo a la libertad puede conducirnos, es más, es la única posibilidad de encontrar el camino de retorno a la casa del Padre.

Por eso el salmo 69 no se queda en el lamento estéril, sino que lo convierte en oración suplicante. Para enfrentar el desafío de la libertad, de esa libertad conciente y responsable para la que nos ha liberado Cristo, es necesario, paradójicamente, pedir el auxilio divino. La actitud del cristiano, para vivir libre ante todas las esclavitudes del mundo, requiere una fuerza sobrehumana que solamente podemos encontrar en Dios. Para ser verdaderamente libres, tenemos que entregarle a Dios nuestra libertad y él nos la devolverá renovada. No dejará de ser siempre un desafío, un reto, un riesgo, pero podremos vivirla desde la perspectiva de Dios y de los valores del evangelio. Entonces, sólo entonces, podremos llamarla libertad cristiana.

Hay que aprender a pedirle a Dios el don de vivir en libertad. Pedirle que nos libere del miedo a la libertad. Que nuestra libertad no se convierta, como dice san Pablo, en un pretexto para satisfacer nuestras apetencias (Gal 5,3), sino en una oportunidad de construir un mundo más digno y habitable para todos y todas. Ya lo decía el mismo apóstol de los gentiles: Todo está permitido, pero no todo es conveniente (1Cor 19,23). Libertad es, también, capacidad de optar siempre por lo mejor.

Pero esto no es un límite a nuestra libertad, sino una manera de ejercerla de mejor manera. Un muchacho es libre, por ejemplo, de llevarse con otras personas, de salir con varias de ellas, de divertirse en compañía de diferentes personas, pero cuando ese muchacho se enamora de alguien, entonces no quiere estar más que con esa persona, nadie tiene que ordenárselo: ha optado por una de ellas, y si ese amor es correspondido y las dos libertades se encuentran, la responsabilidad aumenta porque el amor no es un freno para la libertad, sino su planificación. En realidad, somos libres para poder amar más y mejor.

El salmo 69 termina, por eso, en un estallido de alabanza. “Celebraré con cantos el nombre de Dios y lo alabaré en acción de gracias”. La libertad, don y desafío, la construcción de la libertad y su vivencia, es quizá el reto más importante para los jóvenes. Aprender a ser libres, para amar plenamente.

Me gusta esta oración que ahora les com,parto para pedir la gracia de la libertad:

“Padre bueno, que nos amas con tierno amor maternal,
que nos has regalado el don de la libertad para que vivamos plenamente
y para que construyamos un mundo a tu medida, a la medida del amor y la justicia,
míranos aquí, sumidos en el fango del miedo a la libertad.
Señor, libéranos tú,
haznos verdaderamente libres.
Que nada ni nadie nos ate más que tu amor,
que no seamos esclavos de nada ni nadie fuera de ti, Dios de libertad,
que nunca usemos nuestra libertad para dañar a otras personas,
que nunca confundamos la libertad con el libertinaje.
Haz que nuestro único objetivo sea amar,
amar en libertad y en plenitud,
amarte a ti, Señor, y amar a nuestros hermanos y hermanas.
Que no le tengamos miedo a la inseguridad
porque tú eres, Señor, la roca en que nos apoyamos.
No queremos, Señor, más certeza que tú,
que tu presencia amiga,
que tu llamada invitándome a seguirte.
Que no tengamos, Señor, más patria ni más refugio que tu corazón.
Arranca de nosotros el miedo a ser libres,
para que podamos servirte plenamente.
Que tu Hijo Jesucristo, paladín de la verdadera libertad,
nos conceda vivir libres hasta la hora de nuestra muerte.
Amén.

Iglesia y Sociedad

Maximiliano Kolbe y las elecciones

10 Jul , 2012  

Sumido todavía en mis reflexiones sobre lo ocurrido a lo largo del proceso electoral que llegó a uno de sus puntos culminantes con la jornada del domingo pasado, emprendí un viaje a Acatzingo, Puebla, para visitar a una entrañable familia amiga y participar con ellos en la celebración de un bautismo. Llevé conmigo, de compañera de viaje, la más reciente novela de Javier Sicilia titulada El fondo de la noche, que me regalara Marthita en la pasada Feria Internacional de la Lectura de Yucatán (FILEY 2012).

Emparentada por el tema con El Diario de Ana Frank y con El hombre en busca de sentido, quizá los libros más conocidos sobre la Shoa, la novela de Sicilia asume en su discurso narrativo los extremos del horror que marcaron el siglo pasado y lo exhibieron como el fracaso civilizatorio que fue. No parte en esta ocasión de la mirada infantil de una niña judía o del discurso reflexivo del psiquiatra iniciador de la logoterapia, sino de la experiencia de Franciszek Gajowniczek, el sargento polaco al que Maximiliano Kolbe salvó de la muerte entregándose para morir en su lugar.

La novela es un acercamiento al dolor y al horror que despierta el misterio del mal. Es, sí, una novela sobre Auschwitz, pero es mucho más que eso. Cuando el poeta morelense revisó la penúltima versión del manuscrito antes de viajar a Filipinas en marzo de 2011, ignoraba que el asesinato de su hijo lo enfrentaría a él mismo con el misterio de iniquidad, el mismo que el novelista describía presente en el campo de concentración y que ahora tocaba a su puerta para arrancarle la vida de su hijo Juanelo.

Esta es quizá la virtud mayor que admiro en una novela y que pone a prueba, desde mi humilde perspectiva de empedernido lector, su calidad y su posibilidad de trascendencia: que sea cual sea el tema de la trama, la hondura de los personajes sirva de reflejo de realidades que podemos constatar en nuestra propia experiencia. Esta cualidad crea una especie de connaturalidad entre la obra y el lector y convierte la narración en algo relevante para quien la lee. Nada peor en una novela que la irrelevancia.

En la novela de Sicilia desfilan los diferentes rostros del mal, desde el cabo Krott, renegado polaco al servicio de las fuerzas nazis, que llevaba el corazón lleno de “un odio natural, como de perro a perro”, hasta el coronel Fritsch, que con crueldad inusitada, decretó que el precio por un intento de escapatoria del Lager era la muerte por inanición de diez detenidos, pasando por el kapo Jan Claussner, sacerdote polaco que asumiera el trabajo sucio de los nazis para sobrevivir y que espetara al rostro de Kolbe: “he tomado el partido de la traición”.

No es una narración en blanco y negro. El misterio del mal, en todos los tiempos, está lleno de grises. No se trata de dividir el mundo en buenos y malos, sino de apreciar cómo podemos ser sobrepasados por la iniquidad y, en medio de su profunda oscuridad, descubrir el rayo de luz que arroja, inútilmente según los criterios de este mundo pero con efectos salvadores si se ve desde la mirada de quien, aferrado al pequeño trozo de fe que puede conservarse en medio de un mal que alcanza a corroer desde dentro todas las estructuras de la convivencia y de la personalidad misma de los convivientes, el rayo de luz que arroja, repito, la convicción de concebir la vida como un don para entregarse en favor de otras personas. Es quizá la más genuina enseñanza del cristianismo.

Me alegra haber llegado a la novela de Sicilia en el marco del proceso electoral que hemos vivido recientemente. No es, desde luego, la más honda experiencia de iniquidad que se da en nuestra patria, pero es la que está a flor de piel en estos días. El sistema capitalista tiene armas mucho más sofisticadas para hacer sufrir: explotación, desigualdad, violencia, muerte. Pero estas elecciones nos han dado la oportunidad de distinguir los matices de mal que se esconden detrás del ejercicio de elegir gobernantes de la manera como lo hemos hecho en México a lo largo de toda nuestra historia. De manera sorprendente, y a pesar de que hemos logrado blindar el proceso electoral de forma tal que en cualquier otro país se antojaría excesiva, el simple conteo de los votos no ha significado mayor calidad en nuestra tan cacareada transición democrática.

Quiero, por eso, compartirles uno de los estremecedores diálogos entre Maximiliano Kolbe y Jan Claussner que me ha arrojado mucha luz para comprender (y asumir) el proceso electoral pasado y sus inevitables consecuencias. A punto de dejar el corrillo de prisioneros reunido en torno a Kolbe, Claussner escucha de voz de Maximiliano diciéndole: “La noche es el sitio donde debemos irrumpir para existir. Siempre olvidamos que lo esencial, la luz, solo aparece si vivimos resistiendo a la más profunda de las sombras. Hay que arrebatarle el bien al mal; hay que resistir la noche y recuperarse de nuevo para el día; hay que ser luz en la muerte”.

Claussner, que había sido un mal sacerdote, confrontado con la fe que antes había profesado, le dice: “¿Qué cree que hacemos? La diferencia es que usted cree en el martirio como la forma de iluminar la noche. Un hermoso sueño en el que desde que llegué aquí dejé de creer. Auschwitz no es una noche, es la noche sin Dios, el retorno al caos, el mal originario en donde Cristo, al menos el Cristo que usted quiere hacer vivir, está sepultado. En casi dos mil años de cruz, no es la luz la que brilla, sino la más profunda de las noches… Creo, padre, que hemos llegado a una época en la que, ausente Dios o muerto, qué importa, sólo traicionando se puede amar y salvar el honor, la patria y la vida de otros. Este tiempo, por desgracia, es el del fracaso del hombre racional: el fracaso del registro ético y de la integridad privada; una época en la que debemos pagar la responsabilidad de asumir el mal y su noche para salvar a otros y, cuando sea posible, tomar la revancha. De lo contrario, la noche será absoluta”.

La siguiente, estrujante intervención de Maximiliano en el diálogo, reza como sigue: “No puedo decir que esté equivocado. Cuando se ha perdido la fe cualquier forma de resistencia es mejor que nada. Estos tiempos no nos preparan para otra cosa. Yo mismo, de estar en otras condiciones, quizá, en medio de esta noche, tomaría otro camino. Sin embargo, mi condición me permite ver algo más: no es la noche lo que está antes, después y en medio, sino Dios. No puedo traicionar lo que creo… Sólo… me pregunto si al final… cuando hayamos triunfado por esos caminos no terminaremos inoculados por el mismo virus con el que está infectado el nazismo y, lejos de haber salvado a la civilización, llevemos a ella la técnica nazi maquillada de humanismo. Entonces, ellos habrán tenido la razón contra nosotros… Aunque admiro su decisión, Claussner, nunca podría pasar como un traidor. Resistiré hasta el final desde este lado de mi fe… Tengo una ventaja sobre ustedes. Estoy enfermo, muy enfermo, y aunque me cuidara no duraré mucho en el Lager. Pronto seré parte de la chimenea.”

¿No contiene este emotivo diálogo, sugerencias más que actuales sobre el proceso electoral en el que aún estamos metidos? ¿No se esconden aquí y allá en estas reflexiones, estímulos para repensar lo que significó el voto nulo, la compra (¡y la venta!) de votos, los desgastados mesianismos, la maquinaria del fraude, la apuesta zapatista, la mediocridad de los partidos? Me alegra, sí, haber llegado a la novela de Sicilia en el marco del proceso electoral que hemos vivido recientemente. Me ha ayudado a plantearme muchas preguntas y a atisbar una que otra respuesta.