Iglesia y Sociedad

La poesía mística de Michèle Najlis

7 Feb , 2020  

La Revista Cultural Centroamericana llamada Carátula, publicó en su número 94 algunos poemas de La Hija del Viento, poemario de Michèle Najlis, junto con un comentario titulado: Hija del Viento: un poemario sobre Dios, escrito por el Obispo Auxiliar de Managua, Mons. Silvio José Báez. El ilustrativo comentario del Obispo es de dimensiones que sobrepasan el espacio de esta columna, pero recomiendo vivamente su lectura. Puede verse en www.caratula.net/edicion-94-poesia

La sección dedicada en la revista a la poeta nicaragüense, cristiana a carta cabal, dilecta amiga y también narradora y teóloga, está precedida por unas palabras provenientes del músico e islamólogo Halil Bárcena, que desde la tradición mística musulmana, la tradición sufí, nos deja constancia de su aprecio por la concreción literaria de los poemas de Najlis:

 “Son breves los poemas que Michele Najlis, poetisa de largo recorrido, nos brinda en este su último libro. Semejan eso que los sabios sufíes, los iniciados espirituales del islam, denominan perlas de sabiduría, que son algo así como la mínima expresión de lo máximo. Los poemas de Najlis son breves y ponderados en el uso de la palabra cual perlas sufíes. Nada sobra en ellos, nada les falta, rasgo inequívoco de que nos hallamos ante una poetisa de verdad cuya verdad son sus poemas. Y en eso, justamente, consiste la gran poesía: en decir mucho con bien poco, como La hija del viento”.

Entre poesía y mística hay una relación que tiene que ver con la naturaleza de ambas: nombrar lo que no puede nombrarse, aludir a aquello que no puede ser apresado por las palabras, referir experiencias hondas e intransmisibles. El poeta, en este caso la poeta, labra siempre en el mar y  el poeta místico lo hace en el mar del espíritu. Es inevitable por eso que la palabra que nombra lo inefable use las expresiones propias del amor, del erotismo, que entre las experiencias humanas es aquella que más nos acerca a lo innombrable. La poesía mística es siempre una poesía amorosa.

Pondré aquí solamente dos párrafos del comentario de Silvio Báez que ilustran lo inusual de un poemario de este tipo en nuestros tiempos. Después, para gozo del lector, pondré los poemas publicados en la revista Carátula, que nos hacen apreciar, así sea a partir de una probadita, la hondura espiritual de estos poemas y la fuerza poética que encierran.

Dice Don Silvio Báez: “No es usual en nuestra época encontrar un libro de poemas que nos queme las manos y nos haga –utilizando una expresión muy querida a la autora de libro y ya usada por el profeta Oseas: «hacer girar» o «dar vuelta» al corazón–. Somos herederos de la Modernidad, que ha tenido como rasgo original un fuerte antropocentrismo. Ya se le considere como la época del descubrimiento de la dignidad humana y de los derechos fundamentales de la persona; o como el momento de la conquista de la autonomía de la razón; o como el tiempo de la aparición de la igualdad entre los seres humanos; o como la etapa del desarrollo del individualismo y de la búsqueda del bienestar para todos; o como la época de la liberación de la servidumbre de la naturaleza, la Modernidad no ha sido ciertamente una época histórica caracterizada por la afirmación de la experiencia de Dios.

“Es más, hablar de la Modernidad es hablar de secularización, fenómeno que significa sobre todo la toma de conciencia de la autonomía y del valor del mundo y de la vida en él, frente a la necesaria referencia y sometimiento a los agrados propios de las épocas sacralizadas. ¿No es atrevido publicar una serie de breves poemas, que traslucen una experiencia inefable y transformadora del Misterio? ¿No es atrevido hablar de experiencia interior, de viento que empuja y quema, del vino divino que embriaga las entrañas, en una sociedad como la nuestra, que debe enfrentar tantos urgentes y graves retos frente a una descomposición política y social de proporciones gigantescas y un país que una oligarquía se empeña en construir y describir exclusivamente centrado en la ilusión de un progreso económico que a la larga favorecerá solo a unos pocos?

“Pues bien, Michèle Najlis se ha atrevido a compartirnos su más íntima experiencia y ha puesto en nuestras manos un libro de poemas que nos ponen delante de la «Presencia» por excelencia. Presencia que nos precede, presencia que nos da continuamente el existir y en la cual vivimos y hacia la cual –queramos o no, lo sepamos o no–, nos encaminamos. Estamos ante un fascinante librito que narra «poéticamente», –entre otras cosas, el género literario más adecuado para hacerlo– una historia de amor. Un libro que habla del amor, del amor descubierto, anhelado y sufrido, pero del amor que da sentido y plenitud a todo cuanto existe. Un libro de poemas sobre Dios. Del Dios que es amor. Amor recibido, amor sufrido, amor que es viento y fuego”.

Dejo hasta aquí los comentarios y abro la puerta a los poemas de Michèle Najlis. En la tradición del versículo bíblico, estos poemas / aforismos llegan al alma y nos dejan llenos de la nostalgia de Aquel, como decían nuestros abuelos mayas, “cuyo nombre se dice como un suspiro”.

Él,

cuyo nombre

impronunciable

quema.

A quienes generosamente

me han acompañado,

animado y soportado

en este no-camino

1

¿A dónde me llevarán tus alas?

2

Amando a la intemperie
sin tregua ni resguardo
como el noble samurai
que lucha con su sombra
y muere.

¿Consolarás mi corazón
herido de Tu herida,
sin saberlo?

5

Fuego de amor quemando la memoria.
Fuego de viento
inasible
insaciable.

Fuego de amor en la memoria

7

Perdida de mí
me busco en Tu silencio.

12

Odio las manos del aire
que me arrebatan Tu aliento

13

Fuego sobre fuego
¿por qué ardes?

Viento sobre viento
¿por qué lloras?

Sobresalto de amor
¿por qué no me despiertas?

14

Tu vino en mis entrañas
embriagándote.

26

Herida de Tu Amor
¿a dónde iré mientras no muera?

29

Olvidar para poderte amar
Cegarme para poderte ver
¿Dónde me llevarán mis pasos
en este laberinto de la nada?

32

Si yo te olvido, Amor
¿quién se acordará de mí?
¿quién me llevará en la palma de su mano?

35

Si dejo de buscarte
¿encontrarás la entrada
de mi jardín secreto?

38

Soy
la hoja
que cae
y el viento que la sostiene.

41

¡Este amor
cuya carencia
abrasa,
cuya presencia
incendia!

42

En mí y no estando.
En mí y sin saberte.
¿Cuándo podrás al fin ¡oh Dios!
mirarte con mis ojos?

44

Quedé sola
con mi sola soledad a cuestas.

Entonces
sin saberlo
sin que nadie lo dijera
oí Tu Nombre
en mi silencio.

Iglesia y Sociedad

De los que leen

12 Ene , 2020  

Dice Roberto Cruz Arzabal (Letras Libres 243, “El  mito letrado”, pp. 70-71), que para darle sentido a la distinción entre personas que leen y personas que no, construimos relatos que justifican nuestras prácticas. Lo hacemos no solamente con el hecho de leer, sino con casi todas las experiencias que conforman nuestra manera de vivir y convivir. Ya lo había planteado Harari en “Sapiens”, ese libro de historia de la humanidad que se convirtió en bestseller, cuando afirmó que la posibilidad de que un simio inteligente haya llegado a la cumbre de la pirámide animal se debe principalmente al hecho de que es capaz de crear relatos explicativos, invenciones que dan sentido a nuestra vida y la humanizan, en el sentido estricto de la palabra.

Dice Cruz Arzabal en su artículo, “lo que en la conversación había sido una pregunta práctica, se devela muy pronto como una pregunta metafísica: ¿a los cuántos años te diste cuenta de que eras uno de los que leen?… el relato que nos contamos sobre cómo nos hicimos parte del club de los que leen es una disposición, una manera ritualizada en la que deseamos explicar nuestra pertenencia a un campo específico de relaciones…”.

A estos relatos son a los que se refiere el crítico literario bajo la denominación que da título a su artículo: el mito letrado. Así que he decidido compartir aquí mi relato que, como todo relato de origen, se remonta hasta la infancia, esa bruja que, después de Freud, se ha convertido en la causante de (casi) todos nuestros males y de algunos de nuestros bienes.

El primer registro tiene que ver con Hilma Mauri, una antigua catequista de la parroquia de San José de la Montaña, que vivía a escasos cien metros de mi casa de infancia. En la esquina de las calles 54 con 83, la casa de Hilma Mauri se me figuraba una de esas casas de fotografía norteamericana: una reja amplia seguida de algunas escaleras hasta llegar a la puerta principal de la sala. Además de ser el hogar de Hilma Mauri, aquella casona albergaba los sábados un centro de catecismo al que acudían decenas de niños del rumbo a aprender el ABC de la religión católica.

Pues bien, tendría yo unos seis años, eso quiere decir, a despecho de revelar mi edad, el año 1964, y la televisión era un aparato que no estaba todavía al alcance de todas las familias. La casa de Hilma Mauri fue una de las primeras en el rumbo en tener televisión. El aparato, de pantalla cóncava y en exclusivo blanco y negro, estaba situado en la sala de la casa, justo en el rincón del lado izquierdo de la entrada, colocado sobre un mueble alto que nos obligaba a todos a tener que levantar la mirada al sentarnos frente a él.

Hilma Mauri era una catequista consciente de las diferencias sociales y con ganas de remediar el abismo, en ese entonces feroz, entre quienes tenían televisión y quienes no la teníamos. Por eso ponía la televisión al servicio de todos los niños y niñas del rumbo. A las cinco y media de la tarde, una vez terminada la clase vespertina en la escuela de las Medina, la Benito Juárez, – única escuela con solo tres cursos (párvulos, primero y segundo de primaria) y dos maestras (Paulita y María)– cualquier niño del rumbo podía llegar a casa de Hilma a ver la televisión. Las bancas del catecismo estaban ya a esa hora convenientemente colocadas para que hubiera cupo para todos… con una salvedad que a continuación refiero.

Catequista al fin, Hilma Mauri ponía, en la entrada de la casa, una alcancía en la que cada niño o niña que quería disfrutar de un rato de televisión debía poner un donativo para la parroquia de San José. Lo hacía porque, me comentó una vez, “además de que es poca la gente que ayuda a la iglesia, yo uso para que ustedes vean la televisión las bancas destinadas al catecismo. De lo contrario no tendría tantas sillas para todos los que vienen a ver la tele. Así que en algo que salga beneficiada la parroquia…”

Una realidad difícil de comprender en estas épocas en que contamos con cientos de canales, es que la televisión tendría, en aquellas épocas, solamente dos o tres canales. Así que no era cosa que uno pudiera elegir qué ver, sino sentarse y ver qué le tocaba a uno presenciar en la pantalla. El canal 3, probablemente el decano de la televisión en Yucatán, reproducía la programación del Telesistema mexicano. A veces nos tocaba ver una serie de programas navideños en el mes de julio, con nieve y todo, pero eso a quién le importaba: la televisión era, sí señor, una puerta a otros mundos.

Uno de los programas que más gustaba a la chiquillada, yo entre ellos, eran las caricaturas de Popeye el Marino. No entendíamos bien por qué razón esa extraña hierba (no conocí la espinaca en vivo sino hasta los diecisiete años) daba tanto vigor al marinero, pero nos encantaba el enfrentamiento de Popeye con Brutus y su loco enamoramiento por aquella flaca llamada Olivia Olivo.

Voy al punto del mito letrado. Las caricaturas de Popeye estaban en inglés, así que venían con subtítulos en español. Yo llegaba temprano, ponía mi donativo en la alcancía, y me sentaba a ver las caricaturas de Popeye. Al escuchar mis carcajadas, algunos me pedían que les explicara de qué me estaba riendo. Entonces caí en la cuenta que muchos de los niños de mi edad no sabían leer los subtítulos.

Mi suerte había sido distinta. Mi tío Raúl nos traía de la Ciudad de México, que era donde vivía, nuestros regalos de navidad. Durante muchos años él fue nuestro Santa Claus particular. Debido a que en una ocasión mi mamá le contó a su hermano que ella me había descubierto, a los cuatro años y medio, leyendo el periódico, mi tío Raúl le traía regalos a todos mis hermanos, mientras que a mi me traía solamente libros. Así leí El Conde de Montecristo, los Tres Mosqueteros, La Vuelta al Mundo en Ochenta Días y algunas otras novelas de Julio Verne. Desde la infancia quedé marcado y supe que leer sería mi vida.

Pero el relato de cuándo comencé a saber que era del grupo de los que leen se dio justo frente a la televisión, en casa de Hilma Mauri. Una de aquellas tardes, compadecido de mis compañeritos iletrados, comencé a leer los subtítulos en voz alta, para que todos pudieran reírse junto conmigo. Al día siguiente, al llegar a casa de Hilma Mauri puntual para mi cita con Popeye el Marino, Hilma no permitió que yo echara mi colaboración en la alcancía que para ello tenía destinada. Me detuvo la mano, me devolvió el dinero y me dijo: “tú lees los subtítulos a tus compañeritos por lo que ya no tienes que pagar tu entrada”. Mi deleite se duplicó: no era solamente un gozador de las aventuras de Popeye sin tener que pagar, sino que había conseguido mi primer trabajo: leer subtítulos a los que no sabían leer. A los seis años caí en la cuenta, por primera vez, que formaba parte de los que leen. Me alegra sobremanera que haya sido leyéndole a los demás.

Iglesia y Sociedad

La huella de doña Socorrito

21 Dic , 2019  

A: 26 de octubre de 1922

Z: 18 de diciembre de 2019

El legado

De mi madre aprendí a caminar, no sólo en el sentido de que ella me tomó de la mano cuando quise, en mi primer gesto de audacia infantil, dejar de gatear y convertirme en uno de aquellos animales que caminan sobre dos pies, sino que me enseñó a hacer de la caminata un ejercicio placentero. Fue así caminando, a los seis años, colgado de su mano y apoyando mi sien en sus caderas, que me pregunté por vez primera por qué las mujeres caminaban con una cadencia distinta de la de los hombres. Hacerme esa pregunta y mirar a otras mujeres caminar fue una sola y la misma cosa. Desde ese entonces quedé fascinado por las mujeres, para decirlo con las palabras de Joaquín Sabina, “en cuyas caderas no se pone nunca el sol”.

La recuerdo ahora, valiente y luchadora, buscando cómo hacerle para ayudar a su marido en el gasto, para comprar los libros, para pagar las deudas. La miro hacer gelatinas y queso napolitano, vender ropa para niños, luchar consigo misma para poner los precios sin que los pobres dejaran de comprarle. La miro zurciendo calcetines, marcando las ropas de sus hijos para que no se le confundan, inventando modas con retazos de tela de cortina, ahorrando a duras penas para celebrar los quince años de su primogénita.

De ella aprendí el amor filial. La vi gastarse y desgastarse en el servicio de su madre anciana, criarla y bañarla cuando el peso de los años convirtió a su madre en la abuelita de la canción de Cri Cri. La miré llorar cuando en la penumbra de la estancia se acercó a su madre anciana y ésta no la reconoció: “¡qué vas a ser mi hija… si yo no me he casado!” Y, aun en medio de los peores momentos de la demencia senil de su madre, nunca descubrí una falta a la exquisita caridad con que la atendió en sus últimos años.

Fue también ella la que me contagió el amor fraterno, no sólo por su preocupación por sus propios hermanos, sino por aquellos días en que, a las seis de la mañana, me levantaba de la hamaca y me arrastraba poniéndome un regalo entre las manos, para cantarle las mañanitas al hermano que cumplía años. Pero esas desagradables desveladas se compensaban cuando el del cumpleaños era uno, y me dormía entonces desesperado porque ya fueran las seis de la mañana y mis hermanos me despertaran con sus cantos y sus regalos.

De ella aprendí el amor a Dios y a la vocación sacerdotal. También tomado de sus callosas manos fue que dije por vez primera a un sacerdote ejemplar: “yo quiero un traje como el de usted”, para escuchar de respuesta: “pues tienes que entrar al seminario”. La recuerdo sentada en la hamaca, meciéndose con los pies, mientras sus manos desgranan el rosario, con cincuenta penas ocultas, cincuenta dolores de esos que solamente conocen las que son madres. La miro haciendo “La caminata de la Encarnación” o alguna otra de esas devociones antiguas de desconocidos orígenes. Un día me confesó que fue la fuerza de su oración la que logró que yo cambiara mi motocicleta, después de tres accidentes sin mayores consecuencias, por el primer Volkswagen usado que pude conseguirme. Para mí, el mayor logro de esa extraña oración fue poder marcharme de casa sin dejarla a ella con el ¡Jesús! en la boca.

De ella aprendí el amor a los pobres. No dejaba nunca que alguien que llamara a su puerta para pedir limosna se fuera sin un taco. Una imagen imborrable es la de una mujer acercándose al mostrador de la tienda de abarrotes para comprar pan francés. No entendía a mis pocos años el misterio que rodeaba a esa mujer, ni por qué todos callaban o desviaban la mirada cuando ella se acercaba. Ni siquiera entendía qué quería decir prostituta o qué significaba “trabajar en la zona”. Cuando mi madre le dio las cuatro barras de pan a la mujer, ésta, bajando los ojos de vergüenza, le dijo “ahí me lo apunta…”. Nunca la vi apuntar nada en su lista de deudores. Cuando me vio mirándola con ojos de “no entiendo por qué no apuntas la deuda”, se volteó hacia mí para justificar su caridad: “es que es muy pobre y tiene una hija enferma”.

Cuando pienso en todas las batallas que tuvo que dar, y en la decisión inquebrantable con que las enfrentó, me preguntó desconcertado cómo es que después, ya entrada en la vejez, no podía escoger ningún platillo del menú, o no sabía decidirse por un color de ropa, o titubeaba largas horas frente a la estufa pensando en qué comida haría para el mediodía. Es como si las grandes decisiones de la vida, esas en las que se basa la sobrevivencia de un amor matrimonial o de un hogar con hijos, la hubieran dejado indefensa ante las decisiones cotidianas, pequeñas, intrascendentes.

De madre pasó a abuela con gran donaire. Quería que sus nietos se casaran ya mayorcitos, como ella: a los 29 años, para que gocen su juventud. Decía que no le pesaban los años, pero no olvido aquella frase que repetía cada vez que la conversación se desviaba hacia el tema de las edades de los asistentes: “Esa es conversación de cocheros”.

Las manos de mi madre

Cuando no era una cosa, era la otra, pero mi madre siempre encontraba algo qué vender: vestiditos para niñas, ropa interior de mujer, desodorantes y perfumes, flanes y gelatinas, un queso napolitano que fue durante muchos años la envidia de cuanta repostera lo probaba, juguetes en abonos para la navidad, etc., etc.

La vida no era fácil, es cierto. Yo nunca entendí por qué, al responder a la pregunta “en qué trabaja tu papá”, y decir: “tenemos una tienda”, la gente pensaba automáticamente que éramos ricos. La realidad de los tendejones de esquina es muy distinta a lo que la mayoría de la gente piensa: normalmente los tenderos viven sobregirados, sobre todo si, como hacían mis padres, daban fiado a medio vecindario. Los sábados de quincena eran buenos días de recuperación económica y de inversión inmediata. Los hijos salíamos en bicicleta hacia el mercado a hacer las compras que resurtirían la tienda para otros quince días: veinticinco kilos de maíz, un saco de azúcar, seis paquetes de cigarros. Con cuatro hijos en la escuela, solía yo escuchar de cuando en cuando la queja: “nos estamos comiendo la tienda”.

Entonces surgía el ingenio de mi madre para sacar alguna ganancia extra. Un aparador especial lucía las prendas de vestir, los regalos y las curiosidades. “Se lo puede llevar hasta en tres pagos”, era la fórmula invencible en la tarea del convencimiento al cliente, que en la mayoría de los casos era la clienta. Y vuelta a los abonos y al apuro por resurtir el aparador. Las ganancias más inmediatas venían, en cambio, de la venta de gelatinas, flanes, refresco de cebada perla, y el queso napolitano que se vendía en rebanadas y que estaba estrictamente prohibido para los de casa.

El más álgido momento de esta batalla campal por la supervivencia llegaba cuando se acercaba la navidad. Todavía de pantalones cortos y de la mano de mi madre, me asomaba a la famosísima tienda Farah de la calle ancha del bazar. Mi madre escogía los juguetes con exquisito olfato comercial: “Estas muñecas seguro que se venderán”. Y junto con algunos juguetes caros, mi madre se preocupaba siempre por llevar juguetes baratos, pero vistosos, “ya ve usted, don Abdala, que hay gente que con trabajo le alcanza…”. La tienda se llenaba, ya desde el mes de octubre, de aquel singular muestrario. Entonces comenzaba el desfile de los padres de familia que iban a apartar el juguete que querían: “usted escoge y lo va pagando poco a poco, pero recuerde que entregamos solamente los juguetes que se hayan terminado de pagar”, decía mi madre. Y la gente acudía feliz a ese casero sistema de apartado, y llegada la navidad la casa era un pandemónium. Entre ponerle los nombres a las cajas, checar si todo estaba pagado y hacer la entrega de los juguetes a las horas más inverosímiles del día, apenas si nos quedaba tiempo para bañarnos antes de la cena navideña. Siempre había algunas personas que no alcanzaban a llevarse los juguetes y trasladaban la entrega para el año nuevo o la fiesta de los reyes magos, así que, invariablemente, nuestra fiesta navideña estaba adornada con hermosísimos juguetes ajenos y sin abrir.

Mi madre fue una gran trabajadora, sí señor. Siempre anduvo empeñada en extrañas empresas comerciales que casi siempre le dejaban más pérdidas que ganancias. De tienda de abarrotes pasó a tienda de regalos. Y cuando ya no hubo necesidad que trabajara y la tienda de regalos se cerró, ella siguió vendiendo Fuller y Avon, cobrando y entregando mercancía. Así percibí desde niño las manos de mi mamá: trabajando. Con las mismas manos me acariciaba por las noches o me peinaba con un fijador verde después del baño. Pasando el tempo vi sus coyunturas expandirse como efecto de una artritis que, gracias a Dios, pudo controlarse a tiempo. Cuando la enfermedad se hizo presente, las manos de mi mamá tenían siempre una bolita de plástico que jugueteaban como ejercicio terapéutico. A las tres de la tarde, en cambio, las manos de mi mamá estaban siempre llenas de aves marías.

En una ocasión mi madre se lastimó una mano. Ya bastante mayor, por una inconfesable herencia, mi mamá se empeñaba siempre en lavar los trastes: “cómo voy a estar sentada mientras otros hacen todas las cosas”, suele decir. Pues bien, lavando un vaso, éste se quebró y le hizo una cortada en el dedo meñique, de esas cortadas que no son profundas ni peligrosas, pero que ¡aaah! cómo duelen. Cuando me mostró la herida miré de cerca las manos de mi madre. Vi en ellas la marca de muchos años, las huellas de la mercancía de la tienda, de la ropa zurcida, de los flanes y las gelatinas, de los perfumes y de la ropa de niña. Tengo que confesar que nunca he visto manos más hermosas.

A nadie como a ella le convienen aquellos versos de una canción de la Negra Mercedes Sosa: “Las manos de mi madre parecen pájaros en el aire, / historias de cocina entre sus alas heridas de hambre. / Las manos de mi madre saben qué ocurre por las mañanas, / cuando amasan la vida, horno de barro, pan de esperanza. / Las manos de mi madre me representan un cielo abierto, / un recuerdo añorado, trapos calientes en los inviernos. / Ellas se brindan cálidas, nobles, sinceras, limpias de todo: / ¿cómo serán las manos de quien las mueve gracias al odio? ¡no las conozco! / Las manos de mi madre llegan al patio desde temprano, / todo se vuelve fiesta cuando ellas juegan junto a otros pájaros / que aman la vida y la construyen con los trabajos, / arde la leña, harina y barro, / lo cotidiano se vuelve mágico, / se vuelve mágico”.

Los ojos de mi madre

En el atardecer de su vida su mirada, de casi ochenta primaveras, se concentraba en enhilar la aguja. La nieta mayor sería la propietaria de aquel milagro que una tarde se extendió ante mis ojos. Con retazos de tela de cortina mi madre había cosido sin descanso una colorida sobrecama. Se preguntaba cómo luciría sobre la cama, si las medidas eran las correctas, si acabaría la labor antes del cumpleaños… Abeja laboriosa, mi madre escondía sus penas entre el olor de telas nuevas y sin usar. La sobrecama iba entretejiendo su inaudito colorido mientras yo contemplaba sus manos laboriosas y encallecidas.

En el ayer del recuerdo, enmarcado en una fotografía antigua, se dibujan los anteojos de aristas puntiagudas, dando el toque sesentero al rostro de mi madre. Más tarde, después de operada, los lentes fueron invisibles (intraoculares, les llaman los oftalmólogos) y suplieron de manera sobrada las deficiencias que dejaron a su paso las cataratas. Con anteojos o sin ellos, los ojos de mi madre se desgastaron siempre cosiendo para otros: las valencianas de mi padre, el zurcido sin fin de mis calcetines infantiles, el botón pegado velozmente sobre la camisa del uniforme escolar, ya puesta, los bajos posteriores del pantalón de mezclilla que amenazaba con pararse solo (“voy a esconderte ese pantalón para que no vuelvas a ponértelo nunca…”), la bolsa para mi ropa sucia en los lejanos tiempos del seminario. Por las tardes, remendando la ropa detrás del mostrador de una tienda de esquina. Después, en la tarde de su vida, cosiendo sobrecamas para sus nietas. Ojos desgastados entre lágrimas e hileras. Los ojos de mi madre.

El ombligo

Desde hace años, algunos historiadores han insistido en la necesidad de observar y narrar lo que ellos llaman “microhistoria”. Los libros de historia suelen contarnos las grandes hazañas de los héroes, las batallas memorables, las guerras que cambiaron al mundo (aunque ninguna lo haya cambiado de veras), etc. Pero siempre pasa desapercibida la historia cotidiana, la que se teje en el interior de los hogares, en el calor de las cocinas, en las relaciones interpersonales, en las angustias familiares.

Sin embargo, las vidas de quienes somos seres comunes y corrientes, de los que no estamos a la altura de los grandes héroes sino que somos mitad ángeles y mitad demonios, aunque muchas veces no merezcan ser escritas, son las que realmente hacen la historia. Como decía una célebre canción de Silvio: “los hombres sin historia son la historia”. Todo esto viene a cuento porque la despedida de mi madre se convierte en una oportunidad de reflexión, día de microhistoria.

El ombligo es la marca que nos recuerda el íntimo lazo que un día nos uniera a nuestras madres; es señal de unión y memoria de dolorosa separación, secreto testimonio de dependencia. Sí, nuestras madres marcan nuestras vidas; somos un poco su prolongación y ellas nuestra raíz. Aprendemos a hablar pronunciando las sílabas de su nombre y nos encorvamos de ancianos como queriendo encontrar de nuevo la forma de su vientre. Ella está al principio y al final de nuestras vidas. Quizá por eso, todas las cosas que se refieren al origen y al destino final están tan llenas de maternidad: la madre tierra, la lengua madre y, hasta la madre patria (¿por qué no “matria”?).

La madre es una síntesis: ternura y fortaleza, pasión y calma, celos y generosidad. Es la imagen más cercana de Dios, que -como enseñaba Juan Pablo I- es más madre que padre. Su presencia en nuestras vidas nos habla de lo imprescindible que resulta la mujer en nuestra historia, en esa historia que se escribe en libros de hazañas, sí, pero también en la microhistoria que se desarrolla en nuestro barrio y en nuestro corazón.

Hoy quiero honrar la vida de mi madre que nos deja, rendir un homenaje a su fecundidad, esa fecundidad que significó mucho más que tener hijos. La muerte de doña Socorrito es una excelente oportunidad para que yo deje, al menos por un momento, de hablar de política o de religión, y despida con el corazón agradecido, desde esta columna, a la autora de mi ombligo y de mi microhistoria: mi madre.

Iglesia y Sociedad

Finitud y teatro: reflexiones sobre lo efímero

22 Nov , 2019  

Para Paco Marín

Es curioso que el adjetivo efímero no tenga el sustantivo correspondiente. De finito puede encontrarse finitud; de caduco puede encontrarse caducidad; de fugaz, fugacidad. Pero la palabra efímero no tiene sustantivación. Como si su fuente etimológica (del griego bizantino ephemerós, ‘que dura un solo día’) se estrechara aún más y no le alcanzase ni siquiera el tiempo de pasar del adjetivo al sustantivo.

La condición humana está sujeta al tiempo y al espacio. Nunca antes, como en esta época de avances tecnológicos, habíamos tenido tan en cuenta el paso del tiempo. Yuval Noah Harari, un escritor de moda, señala con acierto lo bizarro que resulta que en nuestros días tengamos presente la cuenta del tiempo por doquier: en el teléfono, en el reloj de mano o de pared, en la grabadora, en la radio, en el automóvil y hasta en el horno de microondas. Vivimos como impasibles observadores del paso inexorable del tiempo. La experiencia de nuestra caducidad está siempre a la mano. Nos vamos junto con el tiempo. Como menciona José Emilio: “Mi único tema es lo que ya no está / Y mi obsesión se llama lo perdido / Mi punzante estribillo es nunca más / Y sin embargo amo este cambio perpetuo / este variar segundo tras segundo / porque sin él lo que llamamos vida sería de piedra.”

Dicen que el deseo de aprisionar el tiempo es tan fuerte que ha hecho nacer tecnologías avanzadas para suspenderlo, para no dejarlo ir, para eternizarlo. Eso y no otra cosa es la escritura, prisión de la palabra. O los discos, que preservan voces y música. O la pintura y la fotografía, que intentan enjaular el instante supremo de belleza. El arte como remedio de la finitud, como vacuna contra la caducidad. Lo efímero tiene una hija ilegítima: la nostalgia.

“El de edad quisiera ser un niño / y el rapaz se raspa sus pelusas en flor”, suena Silvio en su canción. Vivimos entre el pasado y el futuro, lo que fuimos y lo que queremos ser. Porque el presente es efímero y no se puede aprisionar, se desvanece de nuestras vidas como el agua se desliza entre las manos. Quizá por eso los budistas apuntan a la iluminación como a forma más elemental y consagrada de “estar en el presente”. Con extraordinaria simplicidad lo dice Osho: “Compréndelo: eres incapaz de moverte en el presente. En el presente no existe el tiempo. El presente siempre es un único instante. Nunca estás en dos momentos al mismo tiempo.”

Hay artes que, a diferencia de otras, consagran el momento presente. Las obras maestras de estas artes no pueden conservarse porque son efímeras, finitas, caducas. No existen en sí mismas, solo acontecen. Me refiero a las artes escénicas: danza, música y, entre todas ellas, la celebración del presente único e irrepetible: el teatro. Me dirán que la partitura, la coreografía y la dramaturgia remedian la fugacidad de la obra artística. No estoy de acuerdo. Estoy contento, sí, de que la dramaturgia vaya conquistando el espacio literario que le corresponde, que las detalladas instrucciones de los coreógrafos intenten establecer las normas de la danza y que las limpias páginas pautadas se llenen con las pulcras notas musicales y sus anotaciones marginales. Pero ningún manuscrito pautado es igual a un concierto ejecutado un viernes por la noche en el recinto del Peón Contreras, ni se repite igual el Lago de los Cisnes aunque se monte cinco sábados seguidos en el Lago de Chapultepec. El teatro, paradigma de las artes escénicas, es –con todo– un mundo aparte. El acontecimiento teatral es único e irrepetible. Tiene que ver no solo con el texto, sino con la conjunción de dirección, actuación, sonido, desplazamientos, gestualidad y muchas cosas más. Por eso es la celebración por excelencia del presente, de lo efímero. Para ser fieles a la honda significación que una obra de teatro ha tenido en nuestra vida, tendríamos que mencionar no solamente que hemos visto la obra, sino qué día preciso, con qué actores, en qué teatro, bajo qué dirección. Cada puesta en escena es una epifanía.

El pasado 20 de noviembre recibió la Medalla Yucatán el actor, director, dramaturgo y poeta Paco Marín. La medalla se ofrece, a decir de la Secretaria de Gobierno, que fue quien entregó el reconocimiento, a personas cuya trayectoria enaltecen el nombre de Yucatán. La vida artística de Paco Marín está llena de méritos conquistados a pulso y ha logrado acuñar un nombre, que se pronuncia siempre relacionado con el arte teatral, conocido y valorado más allá de las fronteras peninsulares. De mirada amplia y horizonte generoso, Paco Marín convirtió su premiación personal en una evocación poética del valor del teatro, esa casa abierta para todos y todas, que ofrece espacio a la emoción y a la denuncia, al recogimiento y a la explosión de gozo, al sueño y a la crueldad de nuestra realidad cotidiana.

De las puestas en escena surgidas del talento de Paco Marín podría decirse lo que José Emilio dice de la poesía: “Otros hagan aún el gran poema, / los libros unitarios, las rotundas / obras que sean espejo de armonía. // A mí sólo me importa el testimonio / del momento inasible, las palabras / que dicta en su fluir el tiempo en vuelo. // La poesía anhelada es como un diario / en donde no hay proyecto ni medida.”

Con su estética propia, su dirección atinada, su palabra poética al vuelo, Paco Marín es un icono del teatro en Yucatán y México y es un hombre entrañable, para quienes tenemos la fortuna de ser sus amigos. Estoy muy contento por el reconocimiento que se le ha otorgado. Estoy contento por Paco, estoy contento por Yucatán, estoy contento por el teatro.

Iglesia y Sociedad

Carta abierta a los influencers católicos

8 Nov , 2019  

La dimensión digital de la comunicación humana va en aumento. Cada vez surgen más canales en la red digital y sus diferentes plataformas y la batalla por los públicos se desarrolla, sobre todo, en las plataformas de uso común, sobre todo whatsapp y Facebook. La comunicación social, sea a través de estos medios digitales como los convencionales, representa siempre una oportunidad para compartir contenidos, pero entraña algunos riesgos que un buen comunicador tendría que tratar de enfrentar a toda costa: compartir contenidos falsos, relajar el control de sus fuentes, evitar esparcir rumores, ofrecer contenidos con cierto grado de objetividad (aunque ya sabemos, después de Gadamer, lo que eso significa), etc. El resto lo hará el público consumidor. Los comunicadores serios permanecen y ganan credibilidad; aquellos, en cambio, que se suben a la ola de la comunicación para montarse sobre el escándalo del día, terminan por hablar consigo mismos y contribuyen a promover una desorientación de la que, no lo duden, hay beneficiarios con nombre y apellido y que pueden descubrirse con cierta facilidad.

Esto que digo de la comunicación digital en general puede decirse, con ribetes peculiares, sobre la transmisión de contenidos religiosos por las redes sociales. No dudo que la creciente presencia de sacerdotes, religiosos y laicos católicos que mantienen alguna columna o video semanal en las plataformas digitales se deba a un deseo de compartir la fe y a un ardor misionero que ve en las redes sociales un medio de evangelización. No pongo en duda la intención apostólica de quienes emiten sus opiniones sobre asuntos religiosos en las redes sociales. Sin embargo, pienso que no hay que olvidar que los riesgos que anoto en el primer párrafo de este artículo también están presentes en este ámbito.

La reciente celebración del Sínodo sobre la Amazonía nos ha dado a muestra de lo relevante que es, sobre todo para el sector que consume este tipo de comunicaciones, la transmisión de contenidos religiosos y la sensatez y ponderación que debe prevalecer en quienes los transmiten. Por eso decidí escribir esta carta dirigida a quienes han asumido este tipo de trabajo. El Sínodo de la Amazonía se inscribe en la larga marcha de renovación que arrancara a partir del Concilio Vaticano II, momento privilegiado de la acción del Espíritu Santo en la historia reciente de la iglesia. Podríamos discutir largamente sobre si los últimos treinta y cinco años de pontificado previos al Papa Francisco fueron de aliento o de bloqueo de la renovación conciliar, pero eso es asunto de otro momento y otros foros. Quienes no reconocen la acción del Espíritu en el Concilio Vaticano II, liderados en su inicio por Monseñor Marcel Lefebvre, se han separado cismáticamente de la iglesia desde hace ya varios años y, a pesar de las concesiones y buenos oficios desarrollados por el Papa Benedicto XVI, han decidido permanecer en el cisma. Para ellos, como sabemos, el último Papa legítimo fue Pío XII.

Recuerdo esto porque, entre la enorme cantidad de desatinos teológicos sostenidos por muchos influencers religiosos en estos últimos tiempos, ha circulado la falacia de que el Papa auténtico es Benedicto XVI y que Francisco sería una especie de administrador que se ha extralimitado en sus encomiendas. Una especie de reedición del “sedevacantismo” lefebvriano. No voy a ocuparme ahora de argumentar contra esta insensatez ya desmentida por el mismo Papa emérito desde hace varios años (www.larepublica.ec/blog/gente/2016/09/09/benedicto-xvi-rompe-silencio). La menciono solamente ejemplificar los extremos a que ha llegado un cierto tipo de comunicación. Otro ejemplo extremo: después de una larga y farragosa perorata para decir las obviedades que dice no querer decir, un presbítero colombiano acusa al Papa de apostasía en las redes sociales. ¡Al Papa! No sé si será consciente de que al hacerlo, bordea el cisma.

Y es que algunos portales electrónicos y canales de televisión por internet han asumido, desde ya, una posición cismática. Se cuidan de no mencionar ni siquiera el nombre del Papa, pero atacan todo lo que dice y plantea. Algunos otros coquetean con esa posición, sosteniendo que “el humo de Satanás se ha infiltrado en la iglesia”, en una frase de Pablo VI que ha sido usada, sea para los cambios litúrgicos de la Misa (¡Que el mismo Papa Pablo VI promovió!) como para hablar del Sínodo de la Amazonía y así confrontar las propuestas reformistas del Papa Francisco sin más argumentaciones que las potencias diabólicas a las que, curiosamente, prestan tanta atención. Algunas arengas dirigidas a los fieles para motivar una lluvia de reclamos a las nunciaturas apostólicas o la ceremonia del ex vocero de la arquidiócesis de México, redivivo Torquemada, transmitida por él mismo mientras quema una imágenes “diabólicas”, rayan en lo ridículo y moverían a risa, si no fuera por el daño tan grande que hacen a los creyentes. La libertad de expresión dentro de la iglesia, como se ve, puede ser también ocasión para que las pantallas se llenen de basura.

Por eso, más allá de la necesaria discusión sinodal de largo aliento que el Papa Francisco está empeñado en empujar dentro de la iglesia, quiero hacer una reflexión y una sugerencia. La reflexión va sobre el papel del primado de Pedro dentro de la recta teología católica. En mis años de formación (1975-1982) aprendí la función de garante de unidad que desempeña en la iglesia el ministerio petrino. Bajo el pontificado de Paulo VI y todavía bajo el impulso renovador del Concilio Vaticano II, nunca hubo menoscabo en el papel del Papa y el juramento de obedecerlo se tomaba muy en serio. Ni siquiera en los mayores tiempos de efervescencia de la teología de la liberación, ni durante el pontificado de Juan Pablo II en el que se castigó tan severamente la disidencia teológica, había escuchado yo a ningún presbítero insinuar siquiera un atentado a la función del sucesor de Pedro como los que he escuchado en las últimas semanas desde muchas plataformas sociales. Solíamos ser soldados leales. La posición de muchos de los actuales influencers religiosos, algunos de ellos presbíteros católicos, ha rebasado ya la desobediencia y banaliza de tal manera la realidad teológica del primado de Pedro, que los coloca al borde del cisma. Por menos de la mitad de los desatinos que se han pronunciado en estos días a propósito de las representaciones amazónicas de la Madre Tierra, los comentaristas religiosos de las redes sociales habrían sido reconvenidos y sancionados en anteriores pontificados.

Comprendo que los presbíteros que ahora agitan a sus públicos contra el sínodo de la Amazonía, algunos muy jóvenes, hayan sido formados en tiempos de involución teológica y de conservadurismo eclesial. De todas formas, asombra que se escandalicen de los símbolos amazónicos y los acusen de diabólicos aquellos mismos que en sus columnas semanales están dispuestos a arrodillarse delante de cualquier reliquia o promueven la espiritualidad intimista del vidente en turno o de la supuesta aparición mariana de moda. Así que si van a prestar el servicio, como proclaman, de “evangelizar en las redes sociales”, lo menos que pueden hacer es estudiar un poco. La renovación del Vaticano II ha permeado ya todos los campos del saber teológico. Ampararse en las declaraciones de los cinco cardenales desleales y rebeldes, vergüenza del episcopado mundial, es una chapucería que no abona mucho para el esclarecimiento de los temas en discusión. Tendrían que revisar la amplia reflexión teológica que se ha desarrollado a partir de la renovación conciliar en los campos de la teología de la misión, el diálogo interreligioso, la cristología, la exégesis bíblica, el ecumenismo … por no hablar del recurso a los avances de las ciencias humanas (antropología, sociología, psicología) y sus desarrollos. Si desean hacer decorosamente su trabajo, hagan la chamba, por favor.

Me preocupa también, debo confesarlo, el alto grado de ingenuidad con el que se desarrollan los comentarios religiosos en las redes sociales. En primer lugar porque muchas veces se olvida que la teología es apenas un lenguaje sobre lo indecible, lo inefable, el Misterio con mayúscula. Pero, además, porque advierto un cierto candor irresponsable: uno tiene que saber a qué intereses está sirviendo cuando comenta algo. Es evidente, para quien quiera verlo, que el escándalo de las figurillas amazónicas tiene como propósito silenciar los contenidos de la reflexión sinodal. La apuesta parece ser: si calificamos de idólatra la acción del jardín vaticano, eso descalificará al sínodo en su conjunto.

Con la misma enjundia con que se promueven actos de reparación o rosarios pactados a una misma hora, como si Dios tuviera un reloj en su muñeca izquierda, habría que ayudar a los fieles a descubrir el paso del Espíritu en estos grandes acontecimientos del quehacer eclesial. Hay ejemplos excelentes, provenientes de teólogos serios, para abordar los contenidos del Sínodo sobre la Amazonía. Pienso, por ejemplo, en el notable trabajo de Agenor Brighenti, un teólogo que ha dirigido diversas instancias de la academia teológica en la iglesia latinoamericana y que difícilmente podría calificarse de radical, que en unas cuantas páginas nos ofrece un panorama crítico de la historia y los alcances del Sínodo (puede verse en www.religiondigital.org/opinion/Agenor-Brighenti-Sinodo-Amazonia-inaugura-asamblea-ecologia-integral_0_2173882598.html). Pero una reflexión de ese calado implica seriedad en el estudio, capacidad de transmisión, vocación de servicio a la iglesia. Por eso advierto a los influencers católicos: no es conveniente dejarse vencer por la seducción de la superficialidad reinante en las redes sociales, sino ofrecer contenidos sólidos y no solamente piedad a la carta. Nada peor que sacrificar la reflexión seria en el altar de los “likes”. Hay ya demasiado espectáculo en las redes sociales.

La obra del Espíritu, que renueva la faz de la tierra, continuará imparable. El “aggiornamento”, la reforma continua de la iglesia, seguirá su marcha (LG 48). Va, pues, la sugerencia: a los influencers anti Francisco, especialmente los que visten de sotana, si deciden seguir siendo católicos les recomendaría bajar el volumen a su tremendismo conspiracionista (“el mundo se va a acabar”, “la apostasía gobierna la iglesia”, “los masones se apoderan del timón de la barca de Pedro”) y orar mucho y estudiar mucho y pensársela dos veces antes de hablar de cosas divinas ante una cámara de vídeo. Nunca olviden que quienes estamos al otro lado de la pantalla pensamos con cabeza propia. En anteriores pontificados se conminaba a los teólogos disidentes a guardar un año de silencio y de oración. El Papa Francisco es un Papa de otro talante. Sin embargo, si alguno de ustedes ofreciera voluntariamente, como reparación a tanta basura pseudo-religiosa que tenemos que soportar en las redes sociales, un año de silencio, la ofrenda sería recibida con agrado, al menos por este servidor. No se angustien: les aseguro que nuestra fe podrá sobrevivir sin las opiniones que ustedes publican en sus vídeos.

Iglesia y Sociedad

Una experiencia Kerouac

21 Oct , 2019  

Era 1974. Debe haber sido en julio o agosto. Estaba yo en la preparatoria. No sé de quién fue la idea, pero el viaje se armó rápidamente. Se trataba de que tres amigos, Renán, Alvar y un servidor, fuéramos a pasar el día a Sisal, donde el abuelo de Renán tenía una casa y donde ellos dos, aficionados a la pesca, querían enseñarme a disfrutar del mar, a mí, que apenas sabía nadar y a quien el mar no despertaba otra cosa más que miedo. Originalmente estaba invitado también Ricardo, pero era demasiado bien portado como para meterse a una aventura como la nuestra.

La ocurrencia final fue irnos desde la noche anterior, para aprovechar así todo el día desde muy temprano en la mañana. Un hermano de Alvar nos llevaría hasta el puerto, aunque más tarde supimos que el hermano de Alvar sólo podría llevarnos hasta Hunucmá. Eso no alteró en nada nuestra sed de aventura sino le dio un giro todavía más apasionante: haríamos que Amílcar, que así se llamaba el hermano de Alvar, nos dejara en el cabo del pueblo. De ahí, estábamos seguros, podríamos llegar a Sisal pidiendo botada (que en jerga moderna equivale a raid). Bastaba con esperar a que algún camión de redilas o alguna familia que fuera de vacaciones nos llevara hasta el centro del puerto. No hace falta más, decía Renán, la casa de mi abuelo está a pocas cuadras del centro.

En mi casa, desde luego, mis padres ignoraban esta última parte de la historia. La versión que me permitió salir de la casa fue que el hermano de Alvar nos llevaría hasta Sisal y se quedaría con nosotros. Era, desde luego, una media verdad. En efecto, el hermano de Alvar, pasó por mí, lo que tranquilizó a mis padres. Lo demás era lo de menos: yo tenía en ese entonces 16 años, y quién dice la verdad al pedir permiso cuando se tiene esa edad-.

Todo salió como lo habíamos planeado hasta Hunucmá. Amílcar nos dejó como a las nueve de la noche a las puertas de la clínica del Seguro Social, ya a la salida del pueblo, para que desde ahí pidiéramos botada. Los minutos pasaron entre bromas y planes inmediatos, qué haríamos al llegar, si habría hamacas para los tres o alguien tendría que dormir en el suelo, si había dónde comprar cervezas y si tendríamos alguna grabadora para escuchar música… y aunque los temas de conversación parecían no terminarse, pronto nos dimos cuenta de que no pasaría ningún vehículo al cual pedirle botada. Cuando llegó la medianoche la decisión estaba tomada: comenzaríamos a caminar hacia Sisal y, con un poco de suerte en el camino, algún carro pasaría y nos daría el aventón.

Nunca pasó  nadie. Caminamos, de 12 de la noche a 5 de la mañana, los casi 25 kilómetros de distancia que separan a Hunucmá de Sisal. Los pantalones de mezclilla acampanados (¿en qué momento dejamos que nos entrara el raid y los yins?) se arrastraban por el pavimento. Yo quería ser hippie. No estoy seguro de que Alvar y Renán lo quisieran también, pero lo de sexo, drogas y rocanrol no parecía despreciable a nadie de nuestra edad. Uno de los temas de conversación fue el programa Ruta 66 que alguna vez vi en mi niñez, cuando apenas estrenábamos televisor. Les comenté que en algún lugar había yo leído que dicho programa estaba inspirado en una novela de Jack Kerouac, para entonces ya legendario escritor de la generación Beat, los antecesores inmediatos de aquelos hippies que nosotros, sin confesarlo, aspirábamos a ser. Había yo buscado durante meses alguna versión al español de la novela On the Road pero no había dado con ella. Era todavía 1974. Faltaban aún 6 años para que Editorial Anagrama publicara la primera versión al español de la icónica novela de Kerouac. Muchos años después, hasta finales de los ochenta, pude leerla. Sentí nostalgia de no haberla leído a los 16 años, sino ya cerca de los treinta. La vorágine Beat habría dejado, acaso, una huella imborrable en aquel adolescente, con el nivel de impresión que me causó Demian, de Hermann Hesse, o la película “Carrera contra el destino”, (Vanishing Point, de Richard C. Sarafian, 1971), con un Barry Newman inolvidable. A los 30 años, la lectura fue ya bastante desangelada, aunque no dejó de remover fibras importantes.

Hubo momentos en que la caminata a Sisal se hizo interminable. Hasta el himno nacional cantamos cuando los temas de conversación se acabaron. Llegamos al puerto de Sisal cuando la luz del sol ya había salido. El resto de la historia no se las cuento: dormimos, fumamos, bebimos… una historia de jóvenes de los años setentas,  con todos los ingredientes incluidos. Nunca he tenido otra emulación local de On the Road en mis referencias personales. Mi biografía, con todo y lo bizarro de la época, nunca estará a la altura de la de Jack Kerouac, a quien ahora, releyendo On the Road (¡ah maravillas de internet! La novela inencontrable está ahora al alcance de un piquete de tecla en https://freeditorial.com›books›en-el-camino), recuerdo nostálgicamente a los cincuenta años de su fallecimiento. Un hombre, Kerouac, cuya novela mayor fue su vida. Difícilmente encontraremos en su obra algo que no sea autobiográfico. Su tragedia personal puede consultarse en wikipedia.

El 20 de octubre de 1969, un día como ayer hace cincuenta años, alrededor de las once de la mañana, Kerouac bebía güisqui y licor de Malta sentado en su silla favorita. Sintió ganas de ir al baño. Ya no pararon los vómitos de sangre hasta llegar al hospital. A pesar de transfusiones y cirugía, Kerouac fallecía a las 5:15 de la mañana siguiente, un 21 de octubre como hoy. La causa fue hemorragia interna causada por la cirrosis. Desde su entrada al hospital hasta su muerte, Kerouac no recuperó nunca la conciencia. Nunca pude averiguar si aquel católico devoto, que de niño, en 1928, a la edad de seis años, al rezar un rosario, escuchó la voz de Dios que le hablaba diciéndole que tenía un alma buena, pero que moriría en dolor y horror, recibió o no los últimos sacramentos. El excesivo consumo de alcohol durante largos años le cobró la factura. Su nombre hoy es recordado como el padre o rey de la generación Beat, cuyo representante más reconocido es, sin embargo, Allen Ginsberg. La influencia de Kerouac alcanzó en retrospectiva, no obstante, a aquellos tres amigos que encarnaron, durante un loco fin de semana, a la generación Beat en una vieja carretera yucateca en el año de 1974. Yo también tuve mi On the Road.

Iglesia y Sociedad

El Sínodo de la Amazonía y sus detractores

27 Sep , 2019  

Los próximos días 30 de septiembre y 1, 7 y 9 de octubre, tendrá lugar en el Centro Cultural Loyola (a espaldas del Colegio Mérida) una serie de conferencias sobre el próximo Sínodo sobre la Amazonía, convocado por el Papa Francisco para realizarse del 6 al 27 de octubre en la Ciudad del Vaticano. Una conferencia más, el 4 de noviembre, nos dará una síntesis de los resultados del Sínodo. Los conferencistas tienen amplia experiencia en estos temas: Esteban Krotz y Patricia Tamayo organizan el ciclo; participan también Daniela Patrón, el Dr. Alexander Zatyrka Pacheco SJ, Atilano Ceballos, Lorena Ceballos y Patricio Sarlat Flores.

El Sínodo sobre la Amazonía es de vital importancia para la reforma de la iglesia que conduce el Papa Francisco. Y lo es, no solamente porque la Amazonía es una especie de representación de los principales retos que nuestra época nos presenta, retos sociales, ambientales y religiosos, sino sobre todo porque la sinodalidad, es decir, este proceso de escucha atenta de los signos de los tiempos por parte de la iglesia comienza a tomarse verdaderamente en serio. El documento preparatorio y una amplia encuesta realizada por todas las conferencias episcopales que confluyen en el territorio amazónico a los grupos y comunidades locales, han desembocado en un Instrumento de Trabajo sobre el cual conversarán los Obispos en el Sínodo.

Este estilo sinodal que impulsa el Papa Francisco no es, como era de imaginarse, del agrado de todos. Por eso las redes están llenas de comentarios injuriosos contra el Papa, sobre todo en esos portales que tienen nombres católicos pero que representan al sector más conservador de la iglesia. Resulta ahora que, aquellos que en otras épocas nos restregaban en la cara el adagio latino “Roma locuta, causa finita” para conminarnos a aceptar las decisiones de los dos anteriores pontificados, hoy despotrican por lo que consideran amenazas contra la ortodoxia católica que ellos dicen representar. Francisco se toma con mucha calma toda esta guerra desatada contra él. Es un hombre de Dios y, además, un hombre sensato. Sabe que le ha tocado promover esta reforma y es consciente de la conversión que ella requiere. Las amenazas de cisma no le quitan el sueño.

Por eso, volviendo al tema, me parece importante que aprovechemos esta oportunidad de reflexión que nos brinda el Centro Loyola de Mérida. Me apena que ninguna estructura diocesana parezca interesada en el tema. La oferta de reflexión del Centro Loyola es una gota de agua en un desierto de indiferencia. Y lo que se juega en este Sínodo es, desde mi punto de vista, muy importante para el futuro de la iglesia.

Los ultras de derecha, en cambio, lo saben bien. Por eso han montado una campaña de desprestigio del Sínodo que ha llegado al extremo de la calumnia. He escuchado, en un canal de televisión por internet, la arenga semanal del fundador de una congregación religiosa de reciente aparición. Su animadversión contra el Papa es inocultable, aunque bien se cuida de mencionar siquiera su nombre. El pasado 24 de junio, una vez que fue dado a conocer el Instrumentum Laboris del Sínodo, este predicador de las redes sociales emprendió una arenga contra los contenidos del documento que raya en lo delirante. Sostiene que el documento tiene un “fondo ideológico difícil de digerir por una mente medianamente ortodoxa en el sentido católico”. En una diatriba que confunde “lugar teológico” con “fuentes de revelación” (por menos me habrían reprobado en clases de teología en el seminario), el sacerdote español se refiere con desprecio a las conferencias episcopales de la Amazonia, que están detrás del Instumentum Laboris, acusándolas de “tapadera” para introducir cambios que le interesan, no a la Amazonía sino a… ¡los obispos alemanes! que, según su opinión, estarían a punto de un cisma para hacer lo que se les dé la gana.

El ataque a Francisco, sin mencionarlo, es de tan baja ralea que califica a la Amazonía como “el paleolítico que quiere convertirse en futuro”, mientras que acusa al documento de ser vehículo de una gran conspiración comunista, encabezada por los teólogos de la liberación, que al quedar sin argumentos por la caída del muro de Berlín, se han decantado por los pueblos originarios como su nuevo bastión, y lo único que pretenden es acabar con el occidente cristiano. Bueno, qué más puedo decirles… si esos son los argumentos de los contra reformistas, es normal que no nos quiten el sueño. La verdad es que un cisma en el que los conservadores quedaran fuera no lo quiere nadie en su sano juicio. Nadie que quiera a la iglesia. Mucho más aguantaron algunos teólogos y pastores en los más de treinta años de involución que precede a Francisco. Pero la tentación de imaginarse una iglesia sin ese tipo de rémoras, me asalta a veces.

La argumentación del predicador al que aludo, como todos pueden comprobar en el video de youtube si lo buscan bajo el nombre: “El Amazonas desemboca en Alemania”, no se sostiene ni racional ni teológicamente. Se trata de una exposición, bastante pobre en sus argumentos, de lo que el nuevo arzobispo del Perú llama “pasadismo”, esa mentalidad opuesta a cualquier tipo de cambio en la iglesia (cualquier análisis demostraría que no es por celo de la fe sino por la conservación de sus privilegios) y que intenta socavar la agenda reformista del Papa Francisco.

El predicador de las redes sociales al que me he referido, califica al Sínodo de la Amazonía como el regreso al paleolítico. Él, tan moderno, no quiere regresar al paleolítico. Prefiere quedarse en la Edad Media.

Iglesia y Sociedad

El cambio de época (3 de 3)

19 Sep , 2019  

Con el subtítulo «Un desafío de múltiples rostros para la interpretación bíblica», he tenido la oportunidad de participar con esta intervención en una mesa de conversación sobre los desafíos que los nuevos tiempos presentan a la exégesis e interpretación bíblicas, sostenida en el marco del Congreso Bíblico Internacional que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires del 16 al 19 de julio del presente año. Presento el contenido de mi intervención en tres partes, que serán publicadas una cada semana. Esta es la última de tres entregas.

Sociedad del conocimiento. Biblia y nuevo paradigma posreligioso

En 1973 Harvey Cox, pastor y teólogo bautista, publicó el libro profético “La ciudad secular. La urbanización y la secularización desde una perspectiva teológica”. Más tarde, en 1984, publicaría “La religión en la ciudad secular. Hacia una teología postomoderna”. Fue quizá unos de los primeros teólogos en plantearse de manera sistemática la irrupción de un nuevo paradigma que parecía relegar a Dios y a lo sagrado a un segundo plano. Hoy, la sociedad del conocimiento se ha vuelto una realidad al alcance de todos y la religión comienza a sufrir un embate antes insospechado, porque las religiones han tenido siempre enemigos acérrimos, pero nunca habían estado sometidas a un grado tal de indiferencia por un porcentaje cada vez más alto de la población.

En 2011, la Asociación de Teólogos/as del Tercer Mundo, en el marco del IV Congreso Internacional de Teología y Ciencias de la Religión realizado en la Pontificia Universidad Católica de Minas, en Belo Horizonte, Brasil, lanzó una Consulta Latinoamericana sobre Religión, cuyos resultados, acompañados de las ponencias de una gran variedad de teólogos de renombre, fueron publicadas en el volumen XXXV No. 2012/1 de la revista VOICES. En la consulta participaron instituciones de Brasil, Bolivia, Argentina, México, Costa Rica, Colombia y Panamá, además de la colaboración del Centro de Estudios de las Tradiciones Religiosas de Barcelona (CETR).

En un panorama donde la religión parece estar dividida en dos grandes bandos, de un lado la emergencia del movimiento pentecostal carismático en una buena parte de la América Latina y el Caribe y el retorno a ciertos elementos de piedad pre-Vaticano II hacia dentro de la iglesia católica, y del otro lado la crisis religiosa que implica el abandono de un gran número de fieles en las iglesias constituidas, ambos fenómenos a veces pegados el uno al otro, comienza a perfilarse un agotamiento del sistema religional, es decir, de la consideración de las iglesias como los medios legítimos de relacionarse con el Misterio al que llamamos Dios. Es cada vez más frecuente escuchar a personas que afirman que son espirituales, pero no religiosas. Como bien señala Marià Corbí:

Las transformaciones culturales que hemos señalado, –la desaparición completa de las sociedades preindustriales o su camino a la extinción, la generalización de la industrialización, el asentamiento de las sociedades de conocimiento y cambio continuo y la globalización–, han transformado el paradigma desde el que se interpreta y vive la totalidad del fenómeno axiológico humano, incluido lo que nuestros antepasados llamaron espiritualidad... (1)

El atrevimiento de la Asociación de Teólogos/as del Tercer Mundo ha consistido en ser la primera organización teológica que ha planteado los elementos que configuran este abandono de las iglesias y los ha reelaborado en un paradigma llamado post-religional. Veamos las características con las que la Comisión Teológica Internacional de la mencionada Asociación, describe algunos de los elementos de este nuevo paradigma. Remarco en la larga cita a continuación, en negritas, aquella característica que nos incumbe de manera especial:

Concluyendo, llamamos «paradigma pos-religional» a esa forma de vivir la dimensión profunda del ser humano que se libera y supera «los mecanismos propios de las religiones agrario-neolíticas», a saber:

• su «epistemología mítica»,

• su monopolio de la espiritualidad,

• su exigencia de sumisión, de aceptación ciega de unas creencias como reveladas por Dios,

• su ejercicio del poder político e ideológico sobre la sociedad, ya sea en regímenes de cristiandad, cesaropapistas, islámicos, de unión de Iglesia-Estado, de imposición de las leyes eclesiásticas sobre la sociedad civil…

• su imposición de una moral heterónoma, venida de lo alto, con una interpretación de la ley natural desde una filosofía oficialmente impuesta, con una moral no sometida a un examen riguroso, comunitario y democrático,

• su control del pensamiento humano, con los dogmas, la persecución de la libertad pensamiento, la Inquisición, la condena y ejecución de “herejes”, la pretensión de infalibilidad, de inspiración divina, de detentar el poder de interpretar autorizadamente de la voluntad de Dios…

su proclamación como «Santas Escrituras» reveladas (en el caso de las «religiones del libro») de las tradiciones ancestrales acumuladas, exaltadas como Palabra directa de Dios, como normativa suprema e indiscutible para la sociedad y para las personas…

• su interpretación premoderna de la realidad como un mundo en dos pisos, con un mundo divino sobrenatural encima de nosotros, del que dependemos y hacia el que vamos…

• su interpretación de la vida y de la muerte en términos de prueba, juicio y premio/castigo de manos de un Juez Universal que es el Señor supremo de cada religión… (2)

Debo confesar que expreso este desafío con temor y temblor, no solamente porque puede significar que los que estamos aquí nos quedemos sin objeto de estudio y sin trabajo, sino porque el planteamiento de un paradigma postreligional puede identificarse, para muchas personas, con la renuncia al horizonte mismo de la fe. Es quizás este desafío el que, de manera más comprehensiva, muestra las consecuencias de levantar nuestras construcciones religiosas en pugna constante con el desarrollo de las ciencias, aunque los dos desafíos anteriores compartan también esta característica. El tema es tan actual que la revista Reseña Bíblica, de la Asociación Bíblica Española, se refería a esto en el número con el que cerró el año 2018. (3)

A este desafío se ha venido a sumar el llamado “nuevo paradigma arqueológico bíblico”, que ha tenido una magnífica exposición por parte del Dr. Ademar Kaefer en este mismo congreso, y es una muestra más de la discordancia entre interpretación bíblica y avance de las ciencias.

Cierre

Termino esta serie de provocaciones señalando que la división entre quienes conocíamos los entresijos de la Escritura y podíamos hablar con libertad de sus procesos de redacción y de las distintas teologías que acompañaban a los textos, frente a una multitud de fieles con los cuales seguíamos leyendo la Biblia sin mencionar esos recursos, con tal de no escandalizar y/o conservar la fe sencilla del pueblo, ha terminado. No abogo aquí por la desaparición de planos diferenciados. Ya en este mismo congreso Eduardo de la Serna argumentaba la conveniencia de distinguir entre el plano popular, el plano pastoral y el plano exegético, todos ellos en una relación de mutuo enriquecimiento. Hablo más bien de la inveterada costumbre de escamotear a los fieles elementos de reflexión bíblica y teológica bajo el pretexto de “cuidar su fe sencilla”, expresión que revela una relación tutelar y no igualitaria y no deja de tener cierto tufo a colonialismo. Continuar con la distancia entre exégesis y pastoral, entre ciencia bíblica y práctica religiosa, entre lectura crítica y fe devocional acrítica, no funciona más.

Este tímido recuento de algunos de los desafíos de la exégesis y hermenéutica que he alcanzado a pergeñar, podría leerse como manifestación de la situación caótica en que la postmodernidad ha metido a las doctrinas y prácticas religiosas. Pero puede ser también leído, como promesa de un nuevo tipo de religión y de espiritualidad que este cambio de época puede estar haciendo surgir y en el que nuevas aproximaciones al texto bíblico, nuevas miradas hermenéuticas, tendrán una importancia decisiva.

NOTAS

  1. Corbí, ”Elementos constitutivos” 255
  2. Comisión Teológica“Hacia un paradigma”, 284
  3. Ramis, “La Biblia como interpretación” 25-37

BIBLIOGRAFÍA

Comisión Teológica Internacional de la EATWOT, “Hacia un paradigma postreligional. Propuesta teológica” VOICES Vol XXXV No. 2012/1 (2012) 275-288

Corbí M., “Elementos constitutivos del paradigma pos religional” VOICES Vol XXXV No. 2012/1 (2012) 255-260

Ramis F., “La Biblia como interpretación de la ciencia”. Reseña Bíblica 100 (2018) 25-37

Iglesia y Sociedad

El cambio de época (2 de 3)

7 Sep , 2019  

Con el subtítulo «Un desafío de múltiples rostros para la interpretación bíblica», he tenido la oportunidad de participar con esta intervención en una mesa de conversación sobre los desafíos que los nuevos tiempos presentan a la exégesis e interpretación bíblicas, sostenida en el marco del Congreso Bíblico Internacional que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires del 16 al 19 de julio del presente año. Presento el contenido de mi intervención en tres partes, que serán publicadas una cada semana. Esta es la segunda de tres entregas.

Irrupción de la igualdad de género. Biblia y nuevo paradigma sexual

Como hemos visto, la irrupción de un nuevo paradigma cosmológico pone en cuestión muchos aspectos de nuestra vida y de nuestra reflexión religiosa. Sin embargo, solamente algunas pocas y obsesivas personas perderían el sueño por este asunto. Otras mutaciones propias de esta época, en cambio, son polvorines sociales continuos. Una de ellas es la revolución de género.

El siglo pasado ha sido el escenario en que pudimos comprender cosas que, por sencillas que parezcan, han terminado por cambiar el panorama de la vida cotidiana. Una de ellas ha sido la noción de género. Distinguir sexo de género es, probablemente, una de las más grandes aportaciones de las ciencias sociales en el siglo pasado. Pero no ha sido un descubrimiento neutro, no. Hemos llegado a distinguir entre sexo y género debido a que, gracias a la participación de muchas mujeres, ha venido haciéndose cada vez más intolerante la desigualdad que ellas sufren. No tengo que hacer aquí una descripción detallada de tal situación. Todos sabemos que, tanto a nivel mundial como nacional y local, las mujeres, a pesar de ser más del 50% de la población, padecen desigualdades en todos los planos: ganan menos por el mismo número de horas trabajadas, sólo el 1% son titulares de propiedad de la tierra, no sobrepasan el 20% de los cargos políticos, una de cada tres sufre maltrato en el interior de su propio hogar, etc.

Gracias al desarrollo de las ciencias sociales hemos llegado a entender que las diferencias entre hombres y mujeres pueden ser biológicas y sociales. El sexo hace referencia a las características biológicas que distinguen al hombre de la mujer, diferencias de carácter universal. El género, en cambio, hace referencia a las diferencias sociales entre mujeres y hombres, que han sido aprendidas e interiorizadas a lo largo de los años. Estas diferencias no son universales, sino que dependen de la cultura y sufren transformaciones con el paso de los años. La gran ventaja de este descubrimiento, es que permite identificar lo que es natural de lo que es socialmente construido y revela con claridad que no es el sexo en sí mismo la causa de la desigualdad de las mujeres, sino su posición de género, que es socialmente construida (1).

Para evitar excesos radicales en el uso de esta noción de género, solemos hacer dos precisiones: a) la deconstrucción de estos estereotipos de género no tiene como objetivo negar las diferencias que existen entre los sexos, sino poner fin a las desigualdades que se derivan de tales estereotipos. Y b) La visión androcéntrica no daña solamente a las mujeres, sino que hace que pierdan los dos sexos, porque, aunque las más perjudicadas son las mujeres, los varones también resultan castrados en algunas cualidades y capacidades humanas.

La irrupción de este nuevo paradigma, que propone partir de la igualdad fundamental entre varones y mujeres, se ha enfrentado a algunos textos bíblicos, de cuya lectura se ha derivado la visión de la mujer como causante de todos los males, de la maternidad como única redención posible para las mujeres, del esquema de valoración social que conocemos como “honor y vergüenza”, en el que el papel de la mujer es tan desafortunado, y en la visión de la mujer como objeto de deseo y asco al mismo tiempo. (2).

Afortunadamente, las mujeres han venido en nuestro rescate. El feminismo ha tocado a las puertas de la exégesis y ha emergido, en los últimos años, un gran número de biblistas y teólogas que han asumido la tarea de despatriarcalizar la Biblia. Estaría fuera de propósito intentar resumir ahora los grandes avances de la hermenéutica bíblica feminista (3). Quisiera más bien fijarme en otro aspecto del mismo desafío, igualmente trasgresor, pero que no ha tenido tanta fortuna en las investigaciones bíblicas: la diversidad sexual.

Nadie lo ha explicado de mejor manera que el teólogo James Alison:

En los últimos más o menos 50 años hemos sido testigos de un genuino descubrimiento humano, uno de los que como humanidad no hacemos a menudo. Se trata de un auténtico descubrimiento antropológico cuya naturaleza no pertenece a la moda o al capricho ni es el resultado de una decadencia de la moral o del colapso de los valores familiares. Ahora sabemos algo objetivamente verdadero sobre los seres humanos, algo que no sabíamos antes: que existe una variante minoritaria de la condición humana cuya aparición es constante, no patológica e independiente de la cultura, el entorno, la religión, la educación o las costumbres, una variante que ahora designamos con la expresión “ser gay”… Nos parece fácil concebir el descubrimiento de continentes desconocidos o especies animales de las que no sabíamos nada. Más difícil es concebir un descubrimiento de orden antropológico, ya que las cosas que pertenecen a esta esfera se nos manifiestan a través y desde patrones de convivencia humana preexistentes. Esto, sin embargo, no hace que tal descubrimiento sea menos real ni sus consecuencias menos sorprendentes. (4).

Como bien reflexiona el teólogo inglés, este descubrimiento, que podría ser una muy buena noticia para quienes han estado acostumbrados a escuchar que sus sentimientos son erróneos, enfermos, distorsionados, y también para sus padres que se verían liberados de pesados fardos de culpa, se ha convertido, sin embargo, en una arena de lucha a muerte dentro y fuera de la iglesia.

Será necesario aquí, como en el desafío anterior, asumir la necesidad de una relectura bíblica y una aproximación hermenéutica que acompañe esta nueva realidad. Habrá que hacerlo conscientes de que la Biblia y sus relatos fueron escritos para sancionar un estado de cosas con el que todas las fuentes de sabiduría humana antigua estaban de acuerdo. O como afirma de mejor manera Alison: “nos exige reescribir nuestros mapas de la misma forma en que el descubrimiento de América exigió nuevas explicaciones para las corrientes y los patrones climáticos de las costas atlánticas de África y Europa” (5).

A diferencia, sin embargo, de la enorme respuesta de las estudiosas feministas frente al descubrimiento de la categoría de género, en el caso de la cuestión homosexual no ha habido una propuesta de cambio de paradigma hermenéutico y casi todos los intentos se han enfocado en intentar desmantelar los llamados “textos de terror” o argumentar, anacrónicamente, que Jesús nunca habló de la homosexualidad. Existen algunos intentos de aplicar a los textos algunas herramientas exegéticas del feminismo y ofrecer nuevas aproximaciones hermenéuticas. Pienso aquí en la tesis del Dr. Manuel Villalobos (6), presentada en el CTU de Chicago y su propuesta de una hermenéutica “del otro lado”, que asume en su lectura del evangelio de Marcos la perspectiva migrante y homosexual.

Un nuevo horizonte hermenéutico se hace necesario para enfrentar la realidad que muestra que la heterosexualidad no es la constitución intrínseca de los seres humanos, no es la condición humana normativa, sino mayoritaria, y permitir así que, finalmente, también las personas no heterosexuales puedan ser consideradas como espacios de epifanía.

NOTAS

  1. Berbel “Sobre sexo” 1
  2. Byler, “Patriarcado y feminismo” 4
  3. Vélez “Biblia y Feminismo”, 663-682
  4. Alison, “La cuestión gay”, 4
  5. Ib. 4
  6. La tesis ha sido publicada bajo el título Cuerpos abyectos en el evangelio de Marcos (Ed, El Almendro, Córdoba 2015)

BIBLIOGRAFÍA

Alison J., “La cuestión gay”, http://www.jamesalison.com.uk/es/textos/la-cuesion-gay/  [consulta 15/06/2019]

Berbel A., “Sobre sexo, género y mujeres”, http://www.mujeresenred.net/spip.php?article33 [consulta 26/04/2019]

Byler D., “Patriarcado y feminismo en perspectiva cristiana. Apuntes para la asignatura de ética cristiana”, http://www.menonitas.org

[consulta 23/05/2019]

Vélez C., “Biblia y Feminismo. Caminos trazados por la hermenéutica bíblica feminista”, Theologica Xaveriana 144 (2002) 663-682

Villalobos M.,  Cuerpos abyectos en el Evangelio de Marcos, Córdoba 2015

Iglesia y Sociedad

El cambio de época (1 de 3)

29 Ago , 2019  

Con el subtítulo «Un desafío de múltiples rostros para la interpretación bíblica», he tenido la oportunidad de participar con esta intervención en una mesa de conversación sobre los desafíos que los nuevos tiempos presentan a la exégesis e interpretación bíblicas, sostenida en el marco del Congreso Bíblico Internacional que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires del 16 al 19 de julio del presente año. Presento el contenido de mi intervención en tres partes, que serán publicadas una cada semana. Esta es la primera de tres entregas.

Hay un quiasmo de historia reciente que, de tanto repetirse, terminó por convertirse en un lugar común: “no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época”. Lo que era un cliché, sin embargo, nos ha asaltado de manera frontal en los últimos tiempos: el futuro nos ha alcanzado. No solamente contamos ahora con una serie de elementos que nos permiten distinguir con claridad cuáles son las dimensiones de este cambio epocal, sino que más de una de dichas dimensiones plantea un verdadero desafío a la tarea de la exégesis y la hermenéutica bíblica y su consecuente dimensión pastoral evangelizadora.

Lo señala, con meridiana claridad, Blanca Heredia cuando nos espeta:

Un cambio de época supone una transformación en la estructura real del mundo, pero también y sobre todo, una experiencia compartida de que la partitura básica que, hasta antes del quiebre nos permitía organizar significados y sentidos inteligibles, resulta cada vez más inútil para entender el mundo e intentar predecirlo. Una situación análoga a como si, de pronto, las notas musicales asociadas a las teclas de un piano dejaran de emitir los sonidos previsibles desde la pauta vivida como cierta: Fa cuando pulsamos la tecla Do y Sol cuando pulsamos la negrita del Fa menor. Y eso, a veces, a ratos, y a ratos otra cosa; todo desordenado, todo patas para arriba. Así es este cambio de época que estamos viviendo. A eso sabe, así se siente. Patrones, asumidos como inmutables, evaporándose. Dificultad in crescendo para construir narrativas, explicaciones, mediciones y predicciones que nos permitan entendernos y sentir que entendemos y controlamos el mundo que nos rodea (1).

Una buena parte de los documentos eclesiales de nuestros países (planes pastorales, proyectos de acción eclesial) hace referencia a esta nueva realidad. Se describe, unas veces, como una “profunda crisis antropológico-cultural (2)”, mientras que otras veces, con mayor optimismo, se nombra como “nuevo momento de la humanidad”, que trae cosas buenas y maravillosas (3). Cualquiera que sea la posición que se tome ante este cambio de época, hay una sensación de estupor que puede ser paralizante. Lo expresan así los obispos mexicanos en su nuevo Proyecto Global de Pastoral:

Estamos en una nueva época en el camino de la humanidad. El proceso de esta transformación que vivimos, trae consigo cambios, que incluso nosotros como Obispos y muchos presbíteros, no alcanzamos aún a comprender, por lo que se nos dificulta tener una respuesta adecuada y pronta ante la profundidad y rapidez con la que están sucediendo (4).

Esta mesa de conversación nos invita a plantear los desafíos para el futuro de la exégesis, no a resolverlos. Así que, aun cuando nos sintamos copartícipes de la perplejidad que nos producen las transformaciones de este cambio de época, podemos intentar descubrir los desafíos que nos plantea. Dado que el tiempo es breve, quisiera referirme solamente a tres paradigmas emergentes que han venido a cambiar radicalmente nuestra manera de percibir la realidad y que presentan retos para los estudios bíblicos.

Crisis climática y antropocentrismo. Biblia y nuevo paradigma cosmológico

Desde hace ya muchos años, el teólogo Leonardo Boff no ha dejado de insistir en las cuatro grandes amenazas que se ciernen hoy sobre la humanidad: el sobrepasamiento de la capacidad del planeta para sostener el ritmo actual de crecimiento (Earth Overshoot Day), la gran cantidad de armas escondidas en el vientre de la tierra, la cada vez mayor escasez de agua potable y la crisis climática, cuya mayor expresión es el calentamiento global. El deterioro del planeta es innegable y hay datos suficientes que confirman que tiene su fuente principal en la actividad humana, es decir, es de naturaleza antropogénica y, a decir del teólogo brasileño, “tiene su génesis en un tipo de comportamiento humano violento con la naturaleza” (Columna de Leonardo Boff 2017-03-14).

Y aunque la preocupación por la ecología es relativamente reciente, la pertinencia de su discurso se ha confirmado a una velocidad vertiginosa: lo que hasta hace unos treinta años era considerado el pasatiempo de unos ricos excéntricos ocupados en salvar ballenas, se ha convertido en preocupación de todos los días y ha introducido innumerables cambios en nuestras existencias cotidianas.

Considero que hay dos momentos claves en la reflexión sobre este fenómeno y la búsqueda de alternativas globales. El primero ha sido la aprobación de la Carta de la Tierra, que habiendo comenzado como una iniciativa de las Naciones Unidas, terminó publicándose el 29 de junio de 2000 en La Haya, Holanda, como producto del proceso más inclusivo y participativo que se conozca en la elaboración de un documento de carácter internacional. Esta declaración de principios éticos, que goza de unas altísima legitimidad como marco del necesario cambio de paradigma en las relaciones seres humanos – naturaleza, se fortalece día con día. Aunque su enfoque es primordialmente ecológico, la Carta de la Tierra no deja de lado las interrelaciones que existen entre preservación del medio ambiente, pobreza, justicia, derechos humanos, paz y democracia.

La segunda desembocadura reflexiva de alcance internacional en este esfuerzo por enfrentar la crisis planetaria ha sido, sin duda, la Encíclica Laudato Si’ del papa Francisco, un hito fundamental en la reflexión ecológica de índole religiosa. Esta sola encíclica, con su visión sobre la ecología integral, hubiera sido suficiente para que el papado de Francisco dejara una huella definitiva en la iglesia y en el mundo.

Nuestra lectura de la Biblia se ha caracterizado por una perspectiva antropocéntrica. No podría ser de otro modo: no solamente los relatos de origen, contenidos en el libro del Génesis, mantenían esa impronta, sino que a través de los siglos ha habido muchas relecturas de esos textos que, usadas como argumento justificador, favorecieron prácticas que contribuyeron a la devastación del medio ambiente.

El capítulo II de la Encíclica Laudato Si’ avanza algunas perspectivas hermenéuticas en la búsqueda de revertir el paradigma antropocéntrico: atender más a las relaciones entre seres humanos y el resto de la creación, considerar que la ruptura provocada por el pecado afectó también las relaciones de los seres humanos con la tierra, comprender que la tierra nos precede y nos ha sido dada (Nosotros somos tierra, LS 2), rescatar el sentido de las normas bíblicas sobre animales y plantas, reconocer el valor propio de todo ser creado, independientemente de su utilidad, partir del conocimiento de la naturaleza con el corazón (razón emocional), etc.

Pero el esfuerzo por dejar atrás esta perspectiva antropocéntrica no tiene posibilidades de éxito si no enfrentamos también otro desafío que le subyace: la superación del paradigma cosmológico. No sólo los textos de la Escritura, sino también el cúmulo de reflexiones teológicas que ha alimentado la fe de las iglesias cristianas, está basado en la concepción de un mundo en dos niveles: el cielo arriba, donde Dios habita; y abajo el mundo como escenario de la vida humana, con tiempo y espacio. Desde el cielo, Dios gobierna la tierra según su voluntad, que el ser humano desconoce. Esta concepción no funciona más. Si ya la irrupción de la modernidad había echado abajo la pretensión racionalista de poseer un conocimiento directo de la realidad y el avance de las ciencias había ido mostrando la naturaleza relativa de todos nuestros conocimientos, los adelantos de la física moderna y todo lo que ahora sabemos del universo, del surgimiento del planeta y, en él, la aparición de nuestra especie, ponen en crisis el modelo cosmológico que manejamos y sobre el cual basamos, por poner un ejemplo, nuestras plegarias para pedirle a Dios ‘un buen tiempo para nuestras cosechas’.

Es cierto que, ya desde hace años, ha habido un esfuerzo por relacionar la descripción bíblica con la teoría de la evolución de las especies, del que la introducción al libro del Génesis en la Biblia Latinoamericana es un magnífico ejemplo, insistiendo en la dimensión simbólica de los textos antiguos y la cosmología oriental sobre la que están basados, pero también es cierto que esos tímidos acercamientos no han bajado a la predicación y la catequesis y todavía hace unos meses, los fieles de una parroquia vecina a la que trabajo, me contaban que una catequista había sido relevada de sus funciones porque había comentado con los niños algo sobre el Big Bang… ¡que los niños escuchan ahora ya desde la primaria! Pero que le había parecido al párroco razón suficiente para la expulsión de la catequista.

Ya hace varios años, la Agenda Latinoamericana proponía una mirada al año cósmico (5): señalaba que en 1997, el telescopio Hubble había situado la edad del universo en torno a 15.000 millones de años, y mediciones más rigurosas venidas de una sonda de la NASA, situaron en 2006 las mediciones más aproximadas hasta el momento: 13,700 millones de años, con una incertidumbre de 200 millones de años. Lo que significa que hasta hace muy poco habíamos vivido en una total ignorancia de las dimensiones y los elementos del cosmos y también sobre los orígenes del planeta en el que habitamos.

La ciencia siempre camina, dirán algunos. Y sí. Antes, sin embargo, el caminar científico era asunto de unos pocos académicos enterados. Hoy, con los medios de comunicación que poseemos y la cantidad de información a la que libremente puede accederse desde las plataformas digitales, no hay reflexión que haga relación con la cosmología y la historia humana que no tenga que confrontarse con estos nuevos conocimientos, al alcance de cualquier persona que posea la plataforma Netflix o haya leído Sapiens. A brief history of humankind, de Yuval Noah Harari, por cierto uno de los mayores éxitos de ventas en librerías de todo el mundo (Traducido al castellano como “De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad”).

Tenemos, pues, que confrontarnos con este desafío porque, como bien señalaba lúcidamente Jose Comblin en una de sus últimas reflexiones:

…En la religión de las masas esta cosmología tenía un papel importante. Era como el fundamento intelectual de la religión. Era lo que justificaba todas las prácticas de la vida religiosa cristiana, así como justificaba las antiguas religiones paganas. Una vez que se produjo la ruina de esa cosmología los jóvenes tuvieron la convicción de que la religión no tenía fundamentos intelectuales, era pura imaginación sin relación con la realidad. (6)

Como señala Bruno Latour, las herramientas occidentales nos impiden aprehender el mundo. La Naturaleza conocida por la ciencia, o la Creación conocida por la religión, deben poder hacer lugar a “otras maneras de ser en el mundo” (7). ¿Podremos encontrar la fórmula hermenéutica para que la dimensión constitutiva de la revelación bíblica respecto a la creación del mundo y de la especie humana no haga caso omiso de los conocimientos cosmológicos con los que ahora contamos gracias a los avances científicos? ¿Cómo haremos para conservar la dimensión simbólica del mensaje de los relatos bíblicos de origen más allá de su forma histórica y su cosmología de origen? Un desafío que exigirá de una capacidad imaginativa enorme.

NOTAS

  1. Heredia, “Cambio de época” 1
  2. Conferencia del Episcopado Mexicano, Hacia el Encuentro, 20
  3. Ib, No. 25
  4. Ib. No. 23
  5. Sagan, Los dragones del Edén, 119
  6. Vigil, ”La crisis” 80
  7. Latour, Cara a cara, 242

BIBLIOGRAFÍA

Conferencia del Episcopado Mexicano, Hacia el Encuentro de Jesucristo Redentor, bajo la mirada amorosa de Santa María de Guadalupe. Proyecto Global de Pastoral. México 2018

Heredia B., “Cambio de época ¿Qué significa?” https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/blanca-heredia/cambio-de-epoca-que-significa.

[consulta 24/06/2019]

Latour B., Cara a cara con el planeta, Buenos Aires 2017

Sagan C., Los dragones del Edén  Barcelona 1993

Vigil J.M., “La crisis de la religión en el pensamiento último de José Comblin” VOICES Vol XXXV No. 2012/1 (2012) 76-84