Hace exactamente cinco años, el 29 de octubre de 2009, tuve el honor de ser invitado a presentar el libro “Constituciones Sinodales del Obispado de Yucatán”, de don Juan Gómez de Parada, con transcripción, edición y notas de Gabriela Solís Robleda. Nunca publiqué las palabras que pronuncié en aquella noche. Hoy tengo ganas de hacerlo, no solamente porque un reciente acercamiento a la historia de los mayas contada por ellos mismos me ha reafirmado en la opinión de que los excesivos cobros en las iglesias son materia de mucho disgusto para los mayas también en nuestros días, sino también porque, al llegar el momento de la renuncia del actual arzobispo de Yucatán, me parece conveniente comenzar un amplio diálogo eclesial en relación con qué clase de pastor necesita la iglesia yucateca, mayoritariamente maya, en nuestros tiempos. Y me parece que la revisión de la historia puede ser un buen punto de partida. Les dejo, pues, con aquel texto leído hace ya cinco años en la librería de la UNAM. Perdonen que sea un poco largo y sobrepase la medida habitual de estas entregas semanales.
La historia es maestra de la vida, dice el lugar común. Por eso, porque se puede aprender de las experiencias pasadas, es que nos alegra la edición de testimonios documentales como el que hoy se presenta públicamente. El libro de las “Constituciones sinodales del obispado de Yucatán”, del ilustre obispo don Juan Gómez de Parada que ahora tenemos en nuestras manos es una muestra clara de cómo la historia de las ideas y el testimonio escrito de las prácticas antiguas, si bien siguen un largo y azaroso camino marcado, a veces por rectas y/o torcidas intenciones humanas, a veces tan sólo por el azar o por la ineficiencia burocrática, terminan iluminando caminos posteriores sobre todo cuando encuentran el empeño, la acuciosidad, la casi obsesiva manía de transcripción de investigadores como Gabriela Solís Robleda.
Editado por el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, de la Universidad Nacional Autónoma de México, el libro que hoy presentamos abre la colección “Documentalia”, a la que auguramos larga vida.
¿Qué de importante puede tener, en estos tiempos de la postmodernidad, rescatar este documento antiguo que parece hablar de cosas que suenan a un pasado ya perdido e irrecuperable, como diezmos y prebendas, fiestas patronales, aranceles y oficios de sacristanía?
Lectura apta para personas curiosas
Una primera mirada puede estar alimentada por la actitud del curioso, de quien le gusta hurgar en costumbres y tradiciones del pasado. Los modernos “paparazzi” nos han hecho odiar la invasión a la intimidad con sus impertinentes persecuciones de los personajes públicos, particularmente del mundo del espectáculo. El hartazgo cada vez más amplio que despiertan los programas televisivos cuyo objetivo es ventilar los más recientes escándalos del cantante o del actor de moda es una muestra de que ciertos picos de obscenidad terminan por cansar a la audiencia y que una de las tareas impostergables es reflexionar y legislar más adecuadamente sobre el derecho a la intimidad personal.
Pero todo esto no debe llevarnos a olvidar que la curiosidad es fuente de sabiduría. No era otra cosa sino curiosidad lo que impulsó a Charles Darwin, cuyo centenario estamos celebrando este año, a iniciar los viajes exploratorios que le permitieron dar cuerpo a una de las explicaciones más convincentes sobre el origen y la evolución de las especies. Curiosidad fue también la que permitió que Galileo terminara inventando el telescopio, el termoscopio, el microscopio…
La curiosidad, referida a las cosas antiguas, tiene además una especial virtud. A mí esto se me reveló en una conversación que sostuve, la última, con el ya fallecido VII obispo de Cuernavaca, Monseñor Sergio Méndez Arceo, que en el momento de nuestro diálogo era ya obispo emérito. El singular prelado me comentó un día que, en su opinión, había solamente dos disciplinas propiamente eclesiásticas que ayudaban al estudiante a ser más libre: el estudio científico de la Biblia y el estudio de la historia de la iglesia. Explicaba así su razonamiento: el conocimiento del pasado es esencialmente antidogmático, porque nos enfrenta con una evidencia que a veces no quisiéramos aceptar: que las cosas no siempre fueron como son ahora. Esta constatación tiene una enorme carga liberadora cuando la proyectamos al futuro, porque si las cosas no fueron siempre como son ahora, eso quiere decir que no tienen por qué seguir siendo de la misma manera como son hoy. Por eso es que hay secuestradores de la historia. Suelen ser aquéllos que piensan que las cosas deben seguir siendo siempre tal cual son ahora, en una especie de inmovilismo que les resulta, las más de las veces, harto conveniente.
Pues bien, la curiosidad es un excelente punto de partida para entrar a una lectura empática con el texto que hoy presentamos.
¿Quiere usted saber cuál era el aprecio de los antiguos españoles por la dulce lengua de los mayas? Libro primero, título primero, sección segunda, párrafo duódecimo:
“A los padres y principalmente a todas las madres de familias españolas de esta nuestra diócesis… les mandamos que tengan especialísimo cuidado de apartar a sus hijos del trato y conversación de los indios de su servicio y casa y que de ninguna manera les permitan hablar su lengua bárbara ni mucho menos las madres desde muy tiernos… les cieguen con hablarles en el trato doméstico y consintiendo que se les hable y hablar ellos como su lengua nativa la ruda y torpe lengua de los indios… pues sólo en lengua castellana podrán cultivarse y no en la ruda y torpe lengua de los indios, en que hay tan poco o nada escrito y tan poco o nada se habla que pueda servirles de provecho alguno…”
¿Está interesado en conocer cuál era la opinión española respecto de los ritos y tradiciones del pueblo maya? Libro primero, título primero sección cuarta, párrafo segundo:
“La memoria de nuestros indios de sus antiguos ritos y supersticiones les sirve de ocasión para volver a sus errores… de ninguna manera permitan a los indios los bailes, cantos y alegres adornos de sus fiestas… y siendo nosotros informados que en esta nuestra provincia se practican este género de bailes y cantares antiguos que no entienden aun los más inteligentes de su lengua… ordenamos que de ninguna manera se permitan los tales bailes y cantos… ni los bailes que acostumbran cuando beben balché, ni el que lo beban en juntas, congresos o de otra cualquier suerte en que les sea ocasión de renovar las antiguas memorias de sus supersticiones y errores…”
Los ídolos del poder y del tener…
Hay, sin embargo, otras perspectivas igualmente válidas para acercarnos a la obra que hoy presentamos. Decíamos al inicio que “la historia es maestra de la vida”, a lo que habría que añadir “pero tiene pésimos alumnos”. Y es que la lectura de las “Constituciones Sinodales del Obispado de Yucatán” nos muestra cuán presentes siguen entre nosotros, particularmente entre los eclesiásticos, antiguos vicios ligados al dinero y al poder.
Cuando la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano tuvo lugar en Puebla, en 1979, los obispos ahí reunidos señalaron que la sociedad en la que vivíamos en América Latina distaba mucho de poder ser llamada cabalmente cristiana, y que más bien era una sociedad sometida al culto de una triple deidad: los ídolos del poder, del tener y del placer. No estaban descubriendo los obispos el hilo negro. Estaban actualizando, con una mirada renovada, su percepción de la naturaleza humana y del misterio de iniquidad que se esconde en la mayor parte de nuestras relaciones interpersonales y sociales.
Las “Constituciones Sinodales del Obispado de Yucatán” tuvieron una azarosa historia. La indispensable introducción y los abundantes anexos (pp. 275-360) que Solís Robleda coloca al inicio y al final de la obra que hoy se comenta, nos permiten hacernos una idea de las reacciones suscitadas por las disposiciones sinodales.
La dificultad mayor, “manzana de la discordia” la llama Gabriela en su introducción, era justamente la cuestión del dinero, de los aranceles. Cito a la investigadora:
“Como se desprende de los alegatos opositores, un punto central en los cuestionamientos del sínodo fue el arancel para normar las obligaciones de los indios en lo concerniente a derechos parroquiales y obvenciones. Con el fin de conseguir que no se aplicase, unieron sus fuerzas (clérigos) regulares y seculares para defenderse de lo que se anticipaba como una disminución en sus ingresos”.
Todas las prescripciones establecidas por el sínodo pasaban a un segundo término cuando se tocaba el bolsillo de los clérigos. En el anexo 13, “Petición de los franciscanos y de los curas seculares representando su oposición al arancel de limosnas y obvenciones, México a 15 de noviembre de 1723”, los clérigos de ambos órdenes se muestran a favor de desestimar los aranceles aprobados por el sínodo y de apegarse, en vez de eso, a “la costumbre”, dando como razón lo siguiente: que una cédula real y la práctica del obispado de Madrid, había ya, desde tiempos antiguos (1712/1701 respectivamente), ordenado que independientemente del arancel establecido, que era considerado por ellos escaso, las demás aportaciones se rigiesen según “la costumbre”, explicada de la siguiente manera:
“Los pueblos de sus comunidades contribuyen con ciertas limosnas, así en el adviento como en la cuaresma para el pescado y en los santos de su advocación en dineros… junto con algunos colmos que voluntariamente daban en las obvenciones de maíz y frijoles, algunas cabezas de ganado de cerda y manteca… y los derechos de funerales y entierros de a cuatro pesos por cada vigilia, misa y responsiva… haría el monto de una congrua competente y nada sobrada para la manutención del culto divino, su ornato y sustento de los curas y ministros…”
Además de esto, los curas:
prec“…no tenían obligación de pagar el servicio personal de los indios porque siempre se había interpretado como parte de la congrua… y considerando que los mantenimientos, que por lo regular tienen corto precio (gallina de Castilla, frijoles y granos), acontece variarle por algunas contingencias, especialmente la carestía de granos… y los géneros de Castilla como vino, aceite, lienzos y otros muy necesarios para el mantenimiento y vestuario de los curas, valen continuamente a muy subidos precios…”
Por eso, sostienen en su oposición a los aranceles sinodales, debe seguirse la práctica de cobrar todas las limosnas establecidas por la costumbre, “Y más, cuando dichos pocos españoles no dan otro provecho a sus curas” más que el pago de sus entierros. De suerte que los mayas terminaban asfixiados por tanta carga, pues debían sostener con dinero, especies y trabajo “voluntario”, la religión que les había sido impuesta por los europeos llegados a sus tierras.
El capítulo final del texto sinodal, “Aranceles”, da cuenta en detalle (pp. 223-274) de los cobros que quedaban establecidos. No nos llamemos, sin embargo, a engaño. La intención del establecimiento de aranceles era de indudable beneficio para quienes debían pagar, especialmente los indios mayas, ya que la inexistencia de aranceles permitía los abusos denunciados y que el sínodo deseaba combatir. La intención del arancel era, precisamente, estipular las cantidades máximas que podían ser solicitadas por los servicios prestados por clérigos o por otros agentes eclesiásticos. Por eso fueron tan combatidos por clérigos de los dos órdenes, seculares y regulares.
Llama la atención la observación realizada por la investigadora Solís Robleda. Señala en la página 31 que “los opositores al sínodo pretendieron achacar a los eclesiásticos la responsabilidad en el espinoso asunto de la dispersión indígena al presentar testimonio de una extensa averiguación hecha en 1718 por el gobernador Vértiz… que condenaba este tipo de asentamiento de los indios. La indagatoria… se encaminó a demostrar que un motivo principal para la fuga de los indios y para que privilegiasen el patrón de dispersión eran los abusos de curas y religiosos”. No es casual que, más de un siglo más tarde, en la revolución indígena conocida como “Guerra de Castas”, hubiera también un ingrediente de cansancio de los mayas respecto a los cobros realizados por los clérigos en el servicio religioso. La documentada ficción de Hernán Lara Zavala en su novela “Península, Península” da buena cuenta de este fenómeno.
Digo que es una observación que me llama la atención porque no dejo de tener noticias de situaciones de este tipo, incluso en nuestros días. Se los contaré a modo de confidencia, sin revelar el nombre de mis fuentes. Resulta que en meses pasados el actual arzobispo de Yucatán realizó una visita pastoral a una comunidad maya de la periferia de la ciudad de Mérida. El objetivo de la visita era entablar contacto y favorecer el intercambio fraterno entre el prelado diocesano y los grupos que trabajan en la iglesia. Una de las personas que participó del intercambio me comentó después, no sin cierta rabia, que el párroco, junto con algunos de sus más leales servidores, había logrado desactivar la intención de un grupo de católicos de dirigirse al arzobispo para manifestar una inconformidad muy concreta. La técnica había sido permitir solamente a las personas designadas intervenir en la audiencia pública ante el prelado. La dictadura de quien tiene el control del micrófono, pues.
Ya en confianza, el católico que me hizo objeto de sus confidencias me comentó que la reclamación que querían plantear delante del arzobispo era, justamente, el hecho de que el párroco exigiera de pago por misas de quince años y matrimonios, la cantidad de mil pesos, una cantidad que a hombres y mujeres mayas que sobreviven exclusivamente del cultivo y venta de hortalizas, les parecía muy alta. Argumentaba mi amigo que el sacerdote no hacía suficiente discernimiento de la compleja conformación de la parroquia, que lo mismo tenía comisarías mayas de alto grado de marginación, que fraccionamientos exclusivos para gente millonaria. “No puede cobrarnos a nosotros igual que lo que cobra en La Ceiba”, me comentó mi amigo.
Habían ya encontrado una solución de emergencia: acudir a la parroquia vecina que, en vez de mil pesos, cobraba, por el mismo tipo de servicio, solamente cuatrocientos. Pero creían necesario plantear su inquietud ante el arzobispo, lo cual –como he mencionado antes– no fue posible. Finalmente, no sin cierta rabia, me comentó algunas de las razones que el sacerdote esgrimía para seguir cobrando mil pesos a pesar de las quejas de los fieles mayas. Decía que, después de pagar los porcentajes que la curia cobraba, le quedaba muy poco ingreso para la parroquia. Además, les decía el cura, “si tienen dinero para pagar fiesta y conjunto, por qué no van a tener dinero para ofrecerle a Dios…”.
Al tal sacerdote habría que remitirlo al anexo 13 de la obra que hoy presentamos, para que descubriera (y se descubriera) en la argumentación ofrecida por los clérigos franciscanos y seculares. Sostenían los curas, en su oposición a los aranceles –por insuficientes, claro– que “ningún agravio reciben los dichos indios, a quienes lo que sobra de sus comunidades, pagadas las cargas del pueblo, sólo sirve para embriagueces de las justicias de ellos y por esto parece que fuera más justo se aplicara a los gastos de las iglesias…”. Los mayas, pues, han de ser agradecidos porque los curas, al quedarnos con su dinero, los libramos de males mayores. Si lo dejan en la iglesia, luego entonces no lo usarán para emborracharse. ¡Lo mismo que hoy sostiene, con otras palabras, el cura del que hablamos!
Me temo que detrás de una respuesta tan parecida a la de 1723 se esconda el mismo prejuicio que a continuación, y sin rubor, exponen los clérigos en su manifiesta oposición a los aranceles: “Es que es bien de notar que se confiese que todo el año entero se les está cobrando a los indios estas limosnas… y aun así suelen quedar sin pagarlas… por ser ellos naturalmente flojos, echados continuamente en las hamacas, faltos de verdad e inclinados a quedarse con lo ajeno… y como dichas limosnas están repartidas por todo el año… que los indios de otra manera no pueden pagar, es inexcusable que aunque sea de cosa tan corta duren todo el año las cobranzas”.
La lectura de las “Constituciones Sinodales del obispado de Yucatán”, pueden ser de extraordinaria utilidad para que los ministros religiosos de hoy cuestionemos algunos antiguos prejuicios que seguimos cultivando con particular esmero. No me extrañaría que, sea la forma que adopte la ruptura social que viene (Muñoz Ledo dixit), los mayas de esta península tuvieran cuentas pendientes con algunos ministros de culto…
No cabe duda que una de las razones por las que las Constituciones Sinodales fueron tan combatidas, fue la defensa de los indígenas contra una multiplicación de abusos que difícilmente podría ser calificada de cristiana. Veamos, si no, algunos de sus más polémicos párrafos:
Sobre los niños huérfanos (libro tercero, título dos, párrafo primero):
“Advertimos a nuestros curas que así como es un acto de cristiana caridad el cuidar de los niños huérfanos de padre y madre poniéndolos al cuidado de personas piadosas… así también es una detestable hipocresía con este pretexto poner a los huérfanos a servir a españoles donde nada les enseñan y sólo se sirven de ellos para sus encomiendas…”
Sobre los abusos de españoles, vía complicidad de los caciques (ídem):
“Sabiendo… que la autoridad que a los caciques se ha permitido sobre los indios de sus pueblos es tanta que los tienen sobremanera oprimidos… y los españoles que sobre el cacique tiene alguna mano, se vale de la suya para que obligue a los desdichados indios a venir desde sus pueblos a venir a la ciudad… a servir a los españoles, dejando sus casas, plantas y corto ganadito y aún a sus hijos pequeños a ajeno cuidado… (decimos que) se les hace un infinito agravio y se comete un gravísimo pecado mortal, robándoles la natural libertad que Dios les dio y el rey les conservó e importa más que todo el oro y plata del mundo…”
O, finalmente, sobre la obligación de los ministros de culto de pagar a la gente que trabaja para ellos, en vez de servirse gratuitamente de su trabajo (ídem):
“…Mandamos a todos los curas de nuestro obispado, el que ninguno cobre ni reciba cosa alguna de indio alguno por título de cantor ni permita el que les sirvan si no es por su justo estipendio por poco ni mucho tiempo, ni a ello le compela so pena de pagar el cuádruplo de lo que importase el trabajo…”
Advertencia, la anterior, igualmente pertinente en nuestros días, ya que hay que recordar que, hasta antes de los acuerdos entre las iglesias y estado firmados durante el periodo presidencial de Carlos Salinas de Gortari, los empleados de las parroquias (sacristanes, secretarias, etc.) no contaban con las prestaciones que establece la ley, ni con Seguro Social, ni con derechos a una indemnización adecuada en caso de despido.
Dos tiempos… ¿dos iglesias?
Esto me lleva a una última apreciación. Si algún avezado lector toma el texto de Las “Constituciones Sinodales del estado de Yucatán” y recorre sus páginas en busca de, por ejemplo, las menciones de la mujer y de los asuntos que hoy llamamos “de género”, encontrará joyas como la que hallamos en el libro primero, título décimo tercio, párrafo cuarto que trata de las ceremonias y cortesías en las celebraciones litúrgicas:
“…A ninguna mujer –de cualquier grado o condición que sea– debe llevársele la paz como se ha practicado con notable deformidad contra el estilo y la práctica de la universal iglesia, que no la ha concedido in a las princesas soberanas por no ser congruente a su sexo, en cuya conformidad lo ha prohibido la ley real”
Lo mismo ocurriría si uno hurgara en el texto acerca de lo que hoy llamamos prejuicios discriminatorios contra los indígenas y que hemos ya mencionado líneas arriba. Hay un abismo entre el texto de 1722 y la manera como pensamos hoy, tocante a la comprensión del papel de las mujeres, su naturaleza y función social. El mundo, en efecto, ha sufrido en esto cambios vertiginosos. Tendríamos que preguntarnos por qué hacia dentro de la iglesia esos cambios tardan tanto en manifestarse.
De 1962 a 1965 tuvo lugar en el Vaticano, no un sínodo como el que hoy comentamos, sino un concilio ecuménico que reunió a todos los obispos del mundo. Dicho concilio, el Vaticano II, se abrió para escuchar a un mundo convulsionado por cambios en los paradigmas culturales y tecnológicos. El espíritu de apertura de sus conclusiones generó un gran movimiento de progreso dentro de la iglesia, entre cuyos frutos destaca la valoración del papel de los laicos y laicas en la iglesia, el impulso hacia la unidad con las otras iglesias cristianas, la participación de la iglesia en la transformación del mundo, etc. Han pasado más de cuarenta años y mucho de ese impulso renovador eclesial parece haberse perdido. La correlación de fuerzas dentro de la jerarquía de la iglesia ha puesto en primer término, después del pontificado de Pablo VI, algunos patrones de pensamiento y de acción de corte tan conservador que, me temo, puedan ser calificados no sólo de pre-conciliares, sino incluso de anti-conciliares.
La lectura del texto que hoy tenemos en nuestras manos me ha servido también como urgente llamado de atención para recordar que probablemente sea necesario recobrar esa antigua vertiente “conciliarista” dentro de la iglesia, de suerte que los asuntos que competen a todos en la iglesia, sean discutidos por todas y todos. Ese sería un signo de renovación eclesial que nuestros tiempos demandan.
Agradecimiento final
Decía yo que es interesante la historia del documento que ahora presentamos. De 1722, fecha de la realización del Sínodo, hasta el momento en que la Audiencia de la Nueva España dio aviso de la revisión de todas las anotaciones a favor y en contra, en 1749, habían pasado ¡47 años! Cantidad extraordinaria de tiempo si consideramos hoy el cambio cultural que se ha producido a partir de los avances tecnológicos que nos hacen rabiar cuando la computadora se toma más de treinta segundos para conectarnos a alguna página de Internet. Tal modificación en nuestra concepción del tiempo nos hace olvidarnos que hubo un tiempo en que las comunicaciones tenían duraciones tan largas.
Sorprende, sin embargo, que una discusión que se prolongó durante tanto tiempo haya terminado en una resolución tan incierta, que le hace decir a la investigadora Solís Robleda, “No tenemos evidencia de que la confirmación aludida se haya expedido en la metrópoli, sin embargo… en 1795,,, se consigna que (el sínodo) no se había aprobado por las contradicciones que se le opusieron…”, lo que convierte la edición actual del texto sinodal en el punto final de un caminar que se viene a concluir en el año del Señor de ¡dos mil nueve!, ¡287 años después de la conclusión del sínodo!
¿Cómo no felicitar a la UNAM, al CIESAS y, en particular a la meticulosa investigadora Solís Robleda por este triunfo sobre los avatares de la historia?
P.D. Y para volver al desafortunado tiempo en que vivimos, esta columna repite el grito que cimbra a toda la patria: ¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!
Es lugar común en la política mexicana sostener que “esta mujer da a luz cada seis años”, para referirse a que las elecciones sexenales para elegir presidente o presidenta son las únicas que acaban concitando pasiones y atrayendo un gran número de votantes. El adagio no ha soportado el paso de los años y la experiencia, sobre todo porque el parto de esta mujer, la patria, si es que no la hemos reducido a una triste y completa esterilidad, está en muy otro lado y no en las urnas electorales. Pero algo queda de cierto en el refrán: las elecciones intermedias apenas si ofrecen un mediocre espectáculo que suele despertar más bostezos que entusiasmo.
Pero si las elecciones eran, hasta hace poco tiempo, un show grotesco y de mal gusto, hoy día, después del sangriento sexenio calderonista y de la gran fosa clandestina en la que el regreso del PRI ha convertido a México, no son otra cosa que un ejercicio que mantiene a gobiernos, partidos e instituciones -las más efectivas agencias de empleo para el grupo político que resulta triunfante- en el nivel de impunidad en el que han actuado en los últimos años, favoreciendo la connivencia de política y crimen organizado.
Pero la clase política, corrupta y corruptora, parece no darse cuenta del hartazgo que despierta en los ciudadanos y ciudadanas. Confía en que una visita de Chayanne o un festival que trata a la cultura maya como pieza de museo, acabarán por desviar la atención de sus tropelías. Con mecanismos de control electoral puestos al servicio de la partidocracia, la danza de los millones ha comenzado aunque la contienda intermedia no sea sino hasta el año próximo.
Spots publicitarios que se repiten en la radio ad nauseam, decenas de espectaculares anunciando a los aspirantes -Paz, Sahui, Vila…- que llenan calles y avenidas (¿qué no había una ley que prohibía los actos anticipados de campaña? ¿o es que piensan que alguien se toma en serio eso de que son informes a la ciudadanía?), el secretario de gobierno y la fiscal del estado en exhibición fotográfica permanente … Y en las otras zonas del estado, los agandalles y golpes bajos entre los distintos grupos hegemónicos. Es el panorama que exhibe de manera obscena qué es lo que hacen y a qué se dedican los que dicen trabajar cobrando de nuestros impuestos. Es el caño en el que, imparable, circula el presupuesto que no se aplica a salud y educación.
Ya vienen las elecciones intermedias. No es que me interesen particularmente las votaciones y sus resultados. Hace ya varias elecciones que no voto. No aconsejaría nunca a nadie no votar. Cada uno tiene que llegar a esa conclusión por sí mismo. Pero, tal como van las cosas, es muy probable que usted, querida lectora o lector, llegue a la misma decisión más temprano que tarde.
Uno se pregunta cómo le harán los políticos el año próximo para colocar las mesas de votación sin ruborizarse, mientras con los pies hacen a un lado los cadáveres para hacerles lugar a las mamparas del flamante INE. La descomposición de la clase política es tal que el mayor triunfo en las próximas elecciones sería lograr que hubiera candidatos que no fueran delincuentes… pero es una apuesta muy difícil.
Hay, se lo aseguro, otros caminos para evitar que esta patria adolorida –la de Acteal, la de Aguas Blancas, la de los 72 migrantes masacrados y los 43 estudiantes de Ayotzinapa desparecidos, la de la impunidad y los crímenes de Estado– siga caminando a lo que parece un inexorable destino: convertirse en un gigantesco cementerio. Y esos caminos, lo reconozco no sin dolor, no pasan hoy por las urnas. Así que desde este rincón del ciberespacio sugiero humildemente que se supriman las próximas elecciones: nos ahorraremos una buena lana y evitaremos que más delincuentes lleguen al gobierno. Con los que tenemos hoy nos sobra y basta.
La semana pasada escribía sobre el impacto que me provocó encontrarme a mi llegada a México con la tragedia de Ayotzinapa. Entre las frases de dolor de la pasada entrega escribí sobre “el silencio de las iglesias”. Estoy aquí para reparar mi dicho.
Es confusión común, contra la que frecuentemente alerto a las y los lectores, decir iglesias y referirnos a las jerarquías de las iglesias. Es más frecuente esto aún en la iglesia católica, donde la jerarquía se empeña en que tal identificación se mantenga no como una confusión, sino como la verdad simple y llana. Pero la teología de las primeras generaciones cristianas desmiente esta pretensión. Y una vuelta al origen, como la que intentó el Concilio Vaticano II e impulsa con singular empeño el Papa Francisco, es hoy indispensable. La iglesia está conformada por todos los bautizados y bautizadas y la jerarquía adquiere sentido solamente cuando está al servicio de la animación del seguimiento de Jesús de sus hermanos y hermanas, no como dominadores, sino –para emplear una palabra neotestamentaria– como sirvientes de los fieles.
Pero ha sido injusto de mi parte, tanto refiriéndome a la jerarquía como al Pueblo de Dios, hablar de “silencio de la iglesia”. Hay iglesia en las manifestaciones que exigen verdad, justicia y reparación ante la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y se unen al grito que recorre toda la geografía nacional y varios foros internacionales: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
De parte de la jerarquía, aunque sea solamente uno, ha habido un Obispo con la decencia de convocar al Pueblo de Dios que peregrina en su Diócesis, don Raúl Vera, que el miércoles pasado presidió la Eucaristía en el marco de la jornada nacional de protesta. Ese acto de dignidad no redime a los responsables de la Basílica de Guadalupe que impidieron que muchos sacerdotes se unieran a otra Misa, aquella en la que se acompañó a los familiares de los desaparecidos, pero los coloca en su pequeña mezquindad.
De parte de laicos y laicas y de parte de la iglesia que no es la jerarquía, debo reconocer que muchos de ellos/as han caminado con los manifestantes. En honor a ellos y ellas quiero compartir el mensaje de la Provincia Mexicana de Religiosas de Jesús María, congregación a la que me unen muchos lazos de afecto. El texto muestra cómo, en el acompañamiento del dolor de las víctimas, muchos católicos y católicas vamos reencontrando nuestra vocación original: hacer de este mundo una casa grande de hermanos y hermanas. Les comparto la carta:
Sean por siempre alabados Jesús y María
A NUESTRAS FAMILIAS, AMIGAS Y AMIGOS Y A TODOS LOS QUE SIENTEN CERCANO Y VIVO EL CARISMA DE JESÚS-MARÍA EN SUS VIDAS:
Dios se revela en la solidaridad
No soy muy amiga de “exponer” el dolor de las personas. Me parece que hay un obligatorio pudor que brota del respeto y de una especie de veneración cuando tocamos realidades muy dolorosas.
Le pedí permiso a María Herrera Magdaleno…
Ella está presente en distintas redes sociales, por lo que no hablaré algo distinto de lo que ella misma ha dicho en estos últimos años.
Tuvimos el privilegio de caminar a su lado desde la Estela de Luz en Reforma, (también llamada estela de Paz) hasta el Zócalo de la ciudad de México el pasado 8 de octubre, cuando alrededor de 500,000 personas (niños, abuelas, gente en sillas de ruedas, muchos jóvenes) acompañábamos el drama de las 43 familias de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa desaparecidos…
La historia la conocemos y nadie como María para entenderla, ella que tiene cuatro hijos desaparecidos desde hace 6 años. Nadie mejor que María para llorar y para tener esperanza junto a las 43 familias que viven un dolor que la mayoría de nosotros seguramente no alcanzamos ni a imaginar.
Y todos ellos, los jóvenes de Ayotzinapa, los hijos de María y tantos más, son nuestros hermanos: ¿Dónde está tu hermano? Gn. 4,9. Tremenda pregunta dirigida hoy y siempre a cada una y a cada uno de nosotros.
Hace un año, las religiosas de Jesús- María celebramos el 36 capítulo General en Roma. Procedentes de 28 países, compartimos y nos preguntamos por “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” (GS 1) de nuestros hermanos y hermanas en los lugares donde somos enviadas.
Y de las preguntas nacieron propuestas y prioridades, acentos que deseamos, junto con cada una y cada uno de ustedes, poner en la vida:
Tres prioridades:
1. VIVIR EL PERDÓN, LA RECONCILIACIÓN Y LA SANACIÓN, para que mujeres como María y como cada uno de nosotros sigamos caminando con la libertad que nace del perdón, de la reconciliación que llama a un nuevo modo de JUSTICIA, la que RESTAURA tanto al ofendido como al ofensor. El perdón de Claudina que se transformó en una propuesta de vida que pronto cumplirá 200 años.
2. DEJARNOS CONMOVER COMO CLAUDINA, POR LAS MISERIAS DE NUESTRO TIEMPO. Con-movernos, dejarnos tocar por las angustias de nuestros hermanos que están en desventaja por la desigualdad, la falta de oportunidades, la pobreza, la violencia, para poder movernos-con ellos y transformar juntos/as la realidad.
3. UN MODO DE VIDA COMPROMETIDO CON LA JUSTICIA LA PAZ Y LA INTEGRIDAD DE LA CREACIÓN, para que sucesos como los de Ayotzinapa nos duelan y despierten nuestra creatividad y generosidad y para que nuestra manera cotidiana de relacionarnos con nosotros-as mismos-as, con las otras personas con lo creado y con Dios, pueda colaborar a construir un mundo más humano.
En algunas de nuestras obras ya se están poniendo medios para vivir estas prioridades.
En próximas comunicaciones iremos compartiendo posibilidades y redes de apoyo, así como distintas reflexiones que despierten nuestra esperanza, que nos hagan preguntas y que inquieten nuestra conciencia y nuestras posibilidades de amor y de servicio.
Me despido con la certeza de que “cuando nos rebelamos contra la injusticia, Dios se REVELA MOVIÉNDONOS A LA SOLIDARIDAD”.
Con cariño y esperanza,
Paola Clerico Medina rjm
H. Provincial
No todo puede planearse en la vida. Muchas veces, las cosas más trascendentales suceden como efecto de un azar no deseado. Eso ha ocurrido con la demorada entrega de esta columna semanal. El título sería incomprensible si no se vieran las tres columnas anteriores, crónicas en las que daba cuenta de los puntos de mi viaje al extranjero. Faltaba la última entrega, aquella dedicada a París, de donde mi avión salió de regreso a México.
Así que esperaba contarles del periplo cortazariano: los lugares mencionados en Rayuela, el cementerio de Montparnasse, el puente de los artistas desde el que la Maga es vislumbrada por primera vez… pero llegué a México, puntual a la cita con la tragedia nacional.
Estoy sin palabras. La desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa me ha dejado mudo. Ya se veía venir el desmoronamiento de todo este sistema que, basado en el lucro, el despojo, el abuso, comienza a resquebrajarse por todas partes. Lo que no imaginaba es que las masacres, en su obscena crudeza y puntualidad, marcarían la debacle definitiva.
En un macabro cóctel se aglutinan políticos, empresarios, crimen organizado, policía, ejército, jueces… Ayotzinapa nos ha mostrado el peor, pero el más realista de nuestros rostros. La impunidad parece ser la gobernante. Las reacciones viles: que si no son estudiantes sino guerrilleros, que si esto no afecta a la economía… ¡Cuánta insensatez!
Duele Ayotzinapa. Duelen los muertos: jóvenes, estudiantes, indígenas, pobres. Duelen las fosas clandestinas. Duelen los familiares que siguen esperando el retorno de sus hijos e hijas. Duele que nuestro país sea internacionalmente conocido como la nación que asesina a sus propios jóvenes. Duele también la indiferencia, la tardía reacción, la nula presencia de las iglesias, la putrefacción cada vez más evidente de los medios de comunicación… En este baile de la sangre (Silvio dixit) hoy todo duele en México. Y a mí me duele el alma y ese dolor me hace enmudecer. Bien dijo el poeta y activista, que en este país no hay ya lugar para la poesía. Y digo yo: tampoco para la prosa. En medio del silencio solo se escuchan los gemidos. ¡Pobre patria!
Nunca me había puesto a pensar por qué Roma es conocida como la ciudad “eterna”. Ahora entiendo que es, quizá, porque todo permanece igual, como estancado, como detenido en el tiempo. Roma siempre llena de turistas, Roma con un tráfico caótico que haría enloquecer al más diestro de los automovilistas, Roma con sus adolescentes encantadoramente fachosos y ruidosos, Roma con sus gatos, Roma con sus imperdibles basílicas, con su algarabía cotidiana. Roma, suavemente asentada a las orillas del río Tíber, Roma llena de curas y monjas, plena de luz por los cuatro costados. Roma, siempre la misma y siempre renovada, con sus viejos edificios recientemente restaurados y sus servicios públicos, como siempre, dejando mucho qué desear, Roma con sus inesperadas huelgas laborales y sus manifestaciones contra el exterminio de los kurdos (si se es de izquierda) o a favor de un mayor control migratorio (si se es de derecha), con sus carteles de propaganda siempre innovadores –“No queremos morir de hospitalidad” reza el xenofóbico cartel contra la inmigración africana– y con su deliciosa e inimitable cocina casera.
Y en medio de todo este conjunto, emerge El Vaticano, la basílica de san Pedro y su milagro arquitectónico, el Estado más singular que haya existido sobre el orbe terráqueo. La figura del Papa Francisco, que tanta esperanza ha despertado en todas las iglesias locales, es también aquí, en su iglesia diocesana, amado y valorado. Un Papa, a decir de un amigo italiano no creyente al que he reencontrado después de muchos años, que constituye “un parteaguas en la iglesia”.
El viaje a Roma es siempre una peregrinación. Como a la Meca se dirigen los musulmanes, así millones de católicos se desplazan cada año a visitar la tumba de san Pedro. Todas las lenguas pueden escucharse cuando uno camina sobre la Vía de la Conciliación, la hermosa avenida que culmina en la miguelangelesca Plaza de san Pedro. La visita a las cuatro basílicas es obligada: san Pedro, para escuchar el miércoles la catequesis de Francisco o rezar con él el Ángelus al mediodía del domingo, subir a la cúpula o hacer cada quien su personal devoción (como, en mi caso, rezar ante la tumba del Papa Pablo VI y musitar, deteniéndome de corazón en cada palabra, el texto del credo niceno-constantinopolitano mientras se yace de rodillas ante el sepulcro de san Pedro); después san Juan de Letrán, la catedral del Papa, Santa María la Mayor y, finalmente, la más distante, la hermosa basílica de san Pablo fuera de las murallas.
En el camino entre una y otra piadosa visita, los lugares imperdibles: la iglesia de san Pedro en cadenas, para admirar una vez más la escultura del Moisés de Miguel Ángel y decirle otra vez: “¡habla!”; la iglesia de santa María de la Victoria para solazarse en la contemplación de santa Teresa en el momento justo de su iluminación, cuando un ángel le traspasa el corazón con una lanza de fuego y la deja transida de gozo; el Coliseo, actualmente en restauración, donde puede todavía sentirse el aroma de la sangre de los mártires… y tantos otros lugares turísticos –el Pantheon, la fuente de Trevi, la Plaza de España– pretexto perfecto para entrenarse en el novedoso arte de las “selfies”, hoy tan en boga.
En mi caso, Roma ha sido también el lugar de entrañables encuentro: algunas familias que he vuelto a ver después de muchos años (Tavano, Vecchio, Capogna…), la casa general de la congregación de Jesús María, a la que me une un afecto singular y agradecido, el encuentro con algunos de los seminaristas y sacerdotes yucatecos que ahora estudian en Roma, la visita a mi antigua Alma Máter, el Pontificio Instituto Bíblico y la renovación de mi pertenencia a la Asociación de ex Alumnos… todos ellos reencuentros que me han sacudido la memoria y removido las entrañas.
Y, luego, la otra Roma, no tan invisible como para no notarla: la Roma de la falta de civilidad y el desorden en la recolección de basura (aunque en Mérida no estamos mucho mejor), la Roma que es un gigantesco estacionamiento público para miles de diminutos automóviles que se apiñan sobre las aceras y/o los pasos peatonales, la Roma del uso de los medios públicos de transporte siempre a la defensa en contra de los potenciales carteristas, la Roma de –en estos tiempos de crisis agónica del capitalismo occidental– los pordioseros que se multiplican en las calles.
Roma, la eterna, la católica, la politizada, la turística, la del Papa, la de las amistades que no reconocen de tiempo ni distancias. No he puesto todavía el pie en la escalerilla del avión y ya quiero regresar.
La señora es muy gentil. Se ha apiadado de este turista mexicano de ojos miedosos. Me invita a sentarme: “si viniese alguien con el asiento numerado, pues se levanta usted y ya. No pasa nada. Mientras tanto, este lugar es suyo”. Le he explicado brevemente mis recientes problemas de viaje. Vengo de Madrid y me dirijo a Génova. La cancelación de varios trenes en esta estación de Milán no estaba dentro de mis planes de viaje. Es cierto que, cancelado un tren no es tan difícil encontrar otro que haga parada en Génova. El lugar asignado al comprar el boleto, sin embargo, se pierde irremediablemente. Yo he tenido hasta ahora una gran suerte pues, no solamente he encontrado un puesto para viajar, sino la compañía de esta amable dama y de dos jóvenes recién casados, seguramente nórdicos, porque hablaban una incomprensible y extraña lengua sajona.
En medio de una larga conversación (el viaje de Milán a Génova dura cerca de dos horas) la señora me ha comentado algo que ha llamado mi atención. Al hablar de la ciudad a la que me dirigía ha dicho: “Génova es como una bella señora: te gusta o no te gusta”. No comprendí la frase sino hasta después de haber recorrido la ciudad durante dos días completos.
La historia de Génova, antes República de Génova, es muy compleja, como casi todas las regiones que ahora conforman la Italia unida. Hunde sus raíces en la época feudal del Medioevo. Génova ha sido siempre una ciudad de familias ricas. Se precian de ser los inventores de la banca en Europa y su privilegiada geografía –un puerto en alto, naturalmente protegido por enormes colinas y dos grandes valles que permiten una natural defensa contra potenciales enemigos– convirtió a sus ciudadanos en viajeros que incursionaron en el comercio y en los títulos de préstamo en muchas partes del mundo, de donde arrancaban incalculables riquezas.
Para hacernos una idea: hay testimonios históricos de que, en tiempos de la colonia española en el Nuevo Mundo, fueron muchos genoveses los que patrocinaron, construyeron y avituallaron las naves. Cuentan las crónicas de la época que, flotas de más de 25 grandes embarcaciones, llegaban al Reino español dos veces al año, cargadas de oro y riquezas traídas a Europa desde nuestro continente. Pues bien, esa documentación testimonia que las dos terceras partes de ese cargamento, sí, leyeron bien, dos tercios de todo el oro y la riqueza que se traía de América, servía para pagar la deuda que los españoles tenían con Génova. Eso permitió a los genoveses no solamente amasar grandes fortunas venidas de muchas partes del mundo, sino también construir suntuosos palacios que todavía pueden admirarse en el Centro Histórico de la ciudad.
Los palacios, sin embargo, son lujosos sólo por dentro. Por fuera, parecen más fortalezas que palacios. A diferencia de la ostentación, hoy tan en boga, sobre todo en los países donde se imita en casi todo a los Estados Unidos, los ricos genoveses son discretos, sin esas obscenas manifestaciones de lujo a las que nos tienen acostumbrados los monegascos, los saudíes o, para nombrar algo más cercano, los grandes ricos de Hollywood.
Una anécdota puede ilustrar esto. Dos hombres conversan cerca de un mercado. Uno le dice al otro: “¿ves a aquella señora?… es la esposa de don Fulano de Tal”. El otro hombre le contesta: “esto solamente se ve en Génova”. Mi acompañante me explicará después que el tal Fulano de Tal es nada menos que el dueño de más de 25 grandes cruceros turísticos en el puerto de Génova. La esposa, sin embargo, estaba así, sencillamente, en la cola del mercado de la colonia, cargando los sabucanes de su compra. Algo equivalente, para hacer una comparación que aclare aún más, a ver a la esposa de Azcárraga Jean comprando en la Merced y cargando las bolsas del mercado. ¿Quién podría imaginar que aquella ama de casa italiana, mujer común y corriente, tan simple como las demás mujeres de la cola, era detentadora de una fortuna tan grande? Nadie. Así son los genoveses.
La ciudad es de un diseño simple y funcional. A la manera de un abanico español cuyo vértice es el puerto y el Centro Histórico, se extiende en una especie de parábola geométrica con edificios que parecen agarrarse con las uñas a las altas colinas para no desprenderse y caer al vacío. Desde cualquier punto de la ciudad se baja con regular rapidez al puerto, a la parte antigua con sus estrechos callejones, a través de callejuelas hechas de ladrillos rojos que son fáciles de transitar en cualquier descenso, pero que pueden convertirse en un infierno cuando de subir se trata.
Los dos días que he pasado en la ciudad han sido maravillosos. La familia Fenzi me ha recibido amablemente y me ha hecho sentir en casa. La joven hija, Giulia, ha llegado apenas hace unas semanas de hacer una estancia de tres meses como voluntaria en Indignación AC, viviendo en la comisaría de Chablekal. Su bella madre, Isabella, estuvo también algunos días en Yucatán para visitar a Giulia. La otra hija, Mariana, avecindada en Mérida durante largas temporadas debido a sus estudios profesionales que versan sobre el maíz y las semillas criollas en México, vive ahora en París. Así que es una familia que ha tenido muchas relaciones con México, particularmente con la región maya. Por eso me han recibido como si fuera yo de la familia.
El padre, Enrico Fenzi, es el mayor experto en Dante y Petrarca, no solamente de Europa, sino del mundo entero. Publica comentarios filológicos especializados sobre literatura medieval italiana, es llamado por muchas universidades europeas para ofrecer ciclos de conferencias y cuenta, además, con un pasado singular en la lucha política de la izquierda italiana en los años 70 y 80. En su compañía hice un extenso paseo por la ciudad y pudimos conversar largamente mientras me enseñaba los lugares más significativos y yo disfrutaba boquiabierto de su sabiduría, su discreción, su bonhomía. Me sorprendió tener con él tantas coincidencias.
Para colmo de la gentileza, no sólo me han hecho pasar un agradabilísimo domingo en su casa de montaña, compartiendo generosamente conmigo sus amistades entrañables, sino que me han preparado una cena de despedida en la que he conocido gente maravillosa, entre ellos/as un culto sacerdote genovés y un afamado escritor de novelas policíacas.
En fin, que no he podido tener anfitriones mejores. Confirmo cada vez más que me interesa cada vez menos el turismo hecho para conocer lugares y crece, en cambio, mi fascinación por el encuentro o reencuentro con personas de otras partes. Sin la familia Fenzi y los amigos que allí he conocido, habría estado contento de haber conocido Génova y basta. Con ellos, este viaje se ha convertido en una experiencia entrañable e inolvidable. Su generosidad conmigo me ha compensado abundantemente las pequeñas disfuncionalidades de los servicios públicos italianos que he debido sufrir. He quedado invitado a regresar, como decía mi abuela, a “recoger el polvo de mis pies”.
La “selfie” frustrada revela mi incompetencia fotográfica, pero son los gajes de iniciar un viaje solo. Así que les debo mi barba blanca y mi cara regordeta con el fondo de la Estación Atocha. De todas formas, no sabría cómo ponerla (“colgarla”, dicen algunos) en este espacio.
Kilómetros acumulados desde antes del año 2000 me han permitido dar el brinco al Atlántico. No es la Estación de Atocha, la célebre central ferroviaria de Madrid, un lugar propiamente turístico, pero me he pasado ahí casi una hora, primera probadita de mis andanzas en Madrid. El hostal en que me hospedo, Hostal Santa Lucía, que tuve la suerte de encontrar gracias a la amable sugerencia de Iván Rubio y Tanicho, está a unos cuatrocientos metros del Museo Nacional Reina Sofía. De allí a la Estación de Atocha hay solamente unos pasos. Entré a la Estación no sin temor: la automatización de casi todos los servicios termina por abrumarme. El propósito de ésta, mi primera salida, es comprar un boleto –billete le dicen aquí– con destino a Ávila, única ciudad distinta de Madrid que conoceré en este viaje, por devoción a la santa Madre Teresa de Jesús, iluminada monja, poeta, literata, y por cumplir promesa solemne hecha a las Carmelitas Descalzas de Yucatán. Una vez conseguido el boleto y reencontrada la vía de salida de la estación – laberinto, salí a mi primera jornada madrileña.
Madrid es una ciudad disfrutable por los cuatro costados. El amplísimo centro histórico, con sus barrios animados y señoriales, puede caminarse libremente porque las principales vías cuentan con espaciosas banquetas. Quizá sea esa la diferencia más notable entre una urbe que se disfruta y otra que se padece: que pueda ser cómodamente caminable. Y Madrid lo es. Incluso las ciudades pequeñas, como Mérida, la de Yucatán, pueden convertirse en ciudades insufribles por falta de aceras cómodas y transitables. Dígalo, si no, el maestro José Ramón Enríquez, que en alguna de sus andanzas por el Centro Histórico, donde vive, se quebró dos costillas y se averió seriamente otras zonas corporales debido a uno de esos imprevistos hoyancos que abundan en las escarpas meridanas. Quizá la clausura al tráfico vehicular de algunas calles, dos o tres tardes / noches a la semana (que caminar en Mérida al mediodía es como introducirse al horno de un panadero) podría ayudar a hacer una Mérida más disfrutable. Pero no la clausura de calles para llenarlas de mesas y sillas de restaurantes cocacoleros, como se hace los sábados y domingos, sino calles amplias y desnudas para los viandantes, de manera que puedan contemplar los edificios que sobrevivieron a la barbarie arquitectónica del medio siglo, sin temor a que una chancla se les trabe en un hueco o un automovilista desesperado los embista. El centro histórico para caminantes y ciclistas, no para engrosar las carteras de los prestadores de servicios (que también se engrosarán, sin duda, pero como consecuencia).
Pero volvamos a Madrid. Visité el Museo del Prado. Su costo, 13 euros, habría valido la pena solamente para poder contemplar Las Meninas de Velázquez una vez más (iba a escribir “por última vez”, pero ya no estoy tan seguro…) y mirarlo de cerca, de lejos, en planos oblicuos, y constatar su belleza, admirarme de su perfección y de su armonía. Pero el gusto se completó con la contemplación de la Adoración de los Magos, de Juan Bautista Maino (1581-1649), cuyo colorido y brillantez, después de más de 400 años, se encuentran intactos, como si hubiera sido pintado ayer. Y, claro, las hermosas mujeres de Rubens, hermosas en las dos acepciones del término, tal como lo usamos en Yucatán, la lánguida luminosidad de El Greco y, la cereza del pastel, una exposición temporal que entrelaza el arte de El Greco con pintores de la Modernidad. Todo un agasajo. Dos horas y media después salía yo del museo henchido de belleza y sin arriesgar el hartazgo, que ya se sabe que en museos tan grandes, después de tres horas de caminar las salas, subir y bajar las escaleras y mirar de reojo la mayoría de las obras ahí expuestas, lo único que quieren los pobres ignorantes como yo, diletantes en la contemplación de los “privilegios de la vista” (Paz dixit), es encontrar la mágica y salvadora palabra: EXIT.
Afuera me esperaba un sol brillantísimo y un reconfortante fresco a la sombra. Caminé y caminé. De la fuente de Neptuno a aquella de La Cibeles (que cantara Joaquín Sabina, pero sin llanto), de la Plaza del Sol a la Plaza Mayor, de la calle de Alcalá a la Gran Vía. Atravesé los barrios Recoletos, Chueca, Salamanca, me saqué una “selfie” –la única medianamente decente entre más de treinta intentos– frente a la mismísima Puerta de Alcalá mientras musitaba en voz bajita Miralá, miralá, miralá…, y descubrí durante todo el día, en plazas y avenidas, rostros y fisonomías de gente viva, bella, palpitante, como la ciudad misma.
Al dar las siete de la noche, cuando las calles se vacían de turistas y se llenan de madrileños y africanos avecindados, yo ya no aguantaba más los pies. Desgracia del sedentarismo. Así que me dirigí al barrio en el que se sitúa el hostal que será mi casa por cuatro días, Lavapiés, a hacer ídem y echarme a la cama. Madrid de noche, el de la diversión y los excesos, tendrá que esperar hasta mañana.
Esta columna se viste de gala al hacerse portavoz de un nutrido grupo de campesinas y campesinos mayas que, reunidos en la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an, han hecho pública esta Declaración, sucedánea de aquella que, hace ya varios años, lanzaran en contra de la ley que pretendía «registrar» las semillas criollas, suplantando así el derecho de los pueblos originarios.
La voz de las y los campesinos mayas se escucha fuerte. Este espacio quiere ser solamenteuna caja de resonancia. Las adhesiones se reciben en el portal electrónico de la Escuela de Maní (www.uyitskaan.org.mx).
Segunda Declaración de Maní
Campesinas y campesinos de las comunidades de Valladolid, Xoy, Hunucmá, Peto, Ticul, Maní, Tipikal, Yokdzonot, Tzucacab, Dzemucut, Chablekal, Tixpehual, Tekit, Mayapán y Mama, Yucatán, y de Hopelchén Campeche y Cancún y Chunhuhub, Quintana Roo, así como representantes de organizaciones de derechos humanos, reunidos en la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka´an de Maní, el día 9 de agosto de 2014, con motivo del Día de los Campesinos y las Campesinas, hemos decidido realizar la siguiente
DECLARACIÓN:
1. Rechazamos la reforma energética aprobada por el Congreso de la Unión promulgada el 20 de diciembre de 2013. Consideramos que carece de legitimidad, por no haber sido resultado de un proceso en el que se considerara la opinión, las realidades y los derechos de los pueblos, además que profundizará las inequidades en el campo. Esto alentará la especulación, el despojo de tierras, el acaparamiento del territorio en pocas manos y el impulso de proyectos incompatibles con el medio ambiente. Afectará la integridad cultural de los pueblos y propiciará la privatización de bienes naturales que son de toda la sociedad. Alertamos sobre la reforma del campo anunciada por el gobierno federal y repudiamos cualquier intento por terminar de despojar a los pueblos y comunidades de sus territorios.
2. Denunciamos que la política del campo impulsada por el gobierno, ha pervertido el sentido original del reparto agrario, generando corrupción en las autoridades ejidales y propiciando un proceso de división entre nuestros pueblos con el objetivo de convertir la tierra y el territorio, elementos esenciales de las y los campesinos y de los pueblos, en meros productos mercantiles.
3. Demandamos la realización de consultas previas e informadas para cualquier cambio de leyes o implementación de proyectos que afecten al campo mexicano. Las consultas deberán realizarse según los estándares que exige la normatividad internacional en la materia.
4. Exigimos a las distintas instancias de gobierno, a nivel estatal y federal, que informen previamente, de manera clara y transparente, sobre los efectos dañinos en la alimentación, la salud y el medioambiente que producen los agroquímicos que han sido autorizados para la siembra de distintos productos y se declare la península como territorio libre de agroquímicos.
5. Exigimos la defensa y el respeto de nuestros montes y nuestros productos agrícolas tradicionales: el maíz criollo, la miel, el frijol, la calabaza, el chile y en general todo producto derivado de la milpa tradicional. Denunciamos el condicionamiento de los programas sociales a la siembra de determinadas semillas que no son compatibles con nuestra cultura y rechazamos de manera terminante la siembra de transgénicos y el impulso a la práctica de monocultivos de cualquier tipo, dado que empobrecen la tierra y la hacen estéril a largo plazo. Exigimos a los gobernadores de los tres estados de la península acatar las disposiciones judiciales en materia de suspensión de siembra experimental de semillas transgénicas y no ceder a intereses de grupos de poder económico.
6. Manifestamos la necesidad de impulsar políticas para el campo que respeten los derechos, la realidad cultural y la autodeterminación de los pueblos, que busquen la soberanía alimentaria a partir de la decidida promoción de una agricultura orgánica, compatible con el medioambiente y la salud de los campesinos y las campesinas. Exigimos que los apoyos y recursos destinados al campo sean entregados y administrados por los mismos productores y productoras y no se destinen a favorecer los agronegocios de las grandes empresas.
7. Exigimos la no discriminación y el respeto a las campesinas y campesinos de la tercera edad, quienes poseen mucha sabiduría para ofrecer y, sin embargo, son tratados con menosprecio, vulnerando sus derechos, situación que se agrava si no dominan el español, principalmente en instituciones gubernamentales como el IMSS, ISSSTE, etc.
¡Por la dignidad y autonomía del pueblo maya!
¡El trabajo campesino, camino de liberación!
El 8 de julio de 2013, a pocas semanas de haber sido nombrado Papa, Francisco realizó su primer viaje. Puesto al frente de una iglesia que a duras penas iba saliendo de una de las más grandes crisis de su historia, motivada en gran parte por el escándalo de Marcial Maciel, el pederasta fundador de los Legionarios de Cristo, Francisco era consciente del simbolismo que la historia atribuye a los primeros gestos públicos del papado. Decidió que su primera salida sería para ir… ¡a Lampedusa!
Lampedusa (wikipedia dixit) es la mayor de las islas del archipiélago de las Pelagias en el mar Mediterráneo. Se encuentra a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de Túnez siendo el territorio italiano ubicado más al sur. Política y administrativamente pertenece a Italia, pero geográficamente pertenece a África puesto que el lecho marino entre ambos no excede los 120 metros de profundidad… ¿qué iba a hacer el Papa en esta desconocida isla italiana? se preguntaron muchos… Lampedusa empezó a ser noticia internacional en años recientes, gracias a un sinnúmero de tragedias ocurridas en sus costas. Es uno de los principales puntos de entrada para inmigrantes que, procedentes de África, Medio Oriente y Asia, pretenden llegar a costas europeas. Así que el gesto papal adquiría un hondo significado simbólico: Francisco quería comenzar su ministerio, más allá de las fronteras vaticanas, enfrentando uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo: la migración.
No resisto compartirles algunos de los conceptos vertidos por el Papa en esta visita: “Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor… “¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios!… “¿Dónde está tu hermano?”. ¿Quién es el responsable de esta sangre? En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha matado al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna, Señor”. ¡Todos y ninguno! También hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?”. Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!…”
Hasta aquí la cita del Papa. Pues bien, la tragedia que viven las personas migrantes no es un asunto solo de esos rumbos. Entre nosotros, tal tragedia ha sido denominada holocausto por quienes viven y trabajan para auxiliar a los migrantes. El paso de miles de migrantes centroamericanos que cruzan México para llegar a las fronteras del país del norte se ha convertido en un infierno en el que, a la indiferencia señalada por el Papa, se ha unido el secuestro, la extorsión, la trata de personas, la desaparición, el asesinato…
En ocasión de la conmemoración de los cuatro años de la masacre de san Fernando, Tamaulipas, en la que perdieran la vida 72 personas migrantes en un asesinato colectivo perpetrado por el cartel de Los Zetas en agosto de 2010, la Casa Hogar para Migrantes “La 72” –denominada así justamente para que la espantosa masacre nunca se olvide– situada en Tenosique, Tabasco, organizó la celebración de la Eucaristía en el borde fronterizo entre México y Guatemala. Ya la prensa ha dado noticia de la oposición de las autoridades del tristemente célebre Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano que obligaron a Fray Tomás González, director de “La 72” y al Obispo de Tabasco, Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López, a tener que solicitar permiso del lado guatemalteco (que, inmediatamente lo concedió) para poder celebrar la Eucaristía. Una vergüenza pública más para ese instituto, uno de los principales obstáculos para una migración digna, que bien haría en reformarse radicalmente o desaparecer.
Lo que, en cambio, no muchos saben, es que tal acción del INM provocó una comunicación solidaria… ¡de Roma! Por eso les comparto con entusiasmo la carta enviada al Obispo de Tabasco por el Cardenal Antonio María Veglió, presidente del Pontificio Colegio para los Migrantes e Itinerantes, en la que deplora lo ocurrido y manifiesta la solidaridad de este organismo pontificio hacia las personas que en la iglesia trabajan por la vida y el bienestar de los migrantes. Les comparto la carta íntegra:
Ciudad del Vaticano, 28 de agosto de 2014
Prot. N. 7867/2014
A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Gerardo De Jesús Rojas López
Obispo de Tabasco, México
Excelencia Reverendísima,
He sabido que ayer, cuando se disponía a celebrar una Misa dedicada a los emigrantes, en la frontera entre su diócesis, Tabasco, y el Vicariato apostólico guatemalteco de El Petén, los agentes del Servicio de Aduanas y del Instituto Nacional de Migración de México le han impedido realizarla. La Providencia ha querido que la celebración pudiese con todo desarrollarse en el territorio fronterizo de Guatemala.
La iniciativa tenía un carácter profundamente pastoral y, por lo tanto, deseo expresarle la cercanía espiritual de este Consejo, que es la voz de la Santa Sede para extender a todas las áreas del mundo afectadas por los flujos migratorios el llamamiento del Santo Padre Francisco a no resignarse a la “globalización de la indiferencia”.
De hecho, usted quería recordar en la celebración de la Eucaristía la masacre de 72 emigrantes centro y sudamericanos, perpetrada en agosto de 2010 en San Fernando por el cártel narcotraficante de los Zetas. Junto a aquella matanza, además, no podemos olvidar que desde 2009 hasta 2011 más de 20.000 emigrantes han sido secuestrados en el área de su diócesis fronteriza, por no hablar de todos aquellos que han caído en la red de los traficantes y de los miles de hombres, mujeres y los niños que han perdido la vida.
Tampoco podemos ignorar que se están intensificando las operaciones para impedir que los emigrantes suban en el tren de carga conocido como “La Bestia”, obligándoles de hecho a elegir rutas alternativas y de mayor riesgo para alcanzar los Estados Unidos de América.
¿Cómo no pensar también en todos aquellos que, en diversas partes del mundo, se ven obligados, por la miseria o por la persecución, a cruzar las fronteras de su patria en busca de una vida humanamente digna? ¿Cómo no recordar los más de 20.000 emigrantes que han muerto tratando de cruzar el mar Mediterráneo para llegar a la Unión Europea? ¿Y a todos los que huyen de países africanos y asiáticos, donde enfurecen guerras y persecuciones, para llamar a las puertas de Australia? Y justamente en estas últimas semanas, ¿cómo cerrar los ojos ante hechos violentos y trágicos, que golpean a las minorías en las regiones de Oriente Medio, donde los cristianos que están huyendo son crucificados o decapitados y sus cabezas son levantadas como trofeos?
El listado de características que acompañan hoy a las migraciones es impresionante: abusos de autoridad y de toda clase, violaciones de las personas y de sus derechos fundamentales, explotación, extorsión, hambre, atracos, robos, mutilaciones, dolor, muerte. Los éxodos que actualmente sacuden diversas zonas del mundo son una denuncia abierta de la decadencia de las instituciones y, peor aún, de la pérdida del sentido auténtico de la humanidad, donde la inicua distribución de los recursos y el acaparamiento egoísta de los bienes se han convertido en objetivos prioritarios con respecto a la respuesta a las emergencias humanitarias.
En este escenario, la tarea de la Iglesia es cada vez más difícil, pero no se detiene y no se asusta. También nosotros nos unimos a la voz del Santo Padre para lanzar un apremiante llamamiento a las instituciones nacionales, a las internacionales y todos los creyentes para que se intensifiquen las iniciativas de oración para encontrar los caminos justos que conduzcan a la convivencia pacífica de los pueblos; invitamos al diálogo y a la negociación para detener a los violentos y a los agresores; solicitamos la apertura de canales humanitarios para facilitar la ayuda a los refugiados y, en definitiva, recomendamos la adopción de normativas adecuadas, locales y supranacionales, que regulen los flujos migratorios en el respeto y en la promoción de la dignidad humana de los individuos y de los miembros de sus familias.
Por lo tanto, manifiesto todo mi apoyo a los esfuerzos de Su Excelencia, de sus colaboradores y de todas las personas de buena voluntad que no están dispuestos a permanecer ciegas y mudas ante las tragedias que lamentablemente afectan a nuestro tiempo. Le aseguro mi cercanía espiritual y la total comunión de sentimientos e intenciones.
Antonio Maria Card. Vegliò
Presidente
+ Joseph Kalathiparambil
Secretario
(Escucho, al golpear la última tecla, la pregunta de mis cinco lectores y lectoras: ¿Qué no hay en el Episcopado Mexicano una comisión que atiende los asuntos de los migrantes? ¿Dijeron algo los obispos mexicanos?… Respondo: Hay un organismo llamado “Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana”, perteneciente a la Comisión Episcopal de Pastoral Social y tiene al frente a Mons. Guillermo Ortiz Mondragón. Tendrán el XV Encuentro de Pastoral de Migrantes del 16 al 19 de septiembre de 2014, justamente aquí en Mérida, Yucatán. Espero de esta reunión pronunciamientos tan claros y contundentes como los del Papa y sus auxiliares en este campo)
Permanencias
Hay permanencias que se salen de los controles. Seguramente así lo pensaría Julio ahora que se cumple el centenario de su nacimiento. Permanencias que no tienen explicaciones racionales: se le ha declarado literariamente muerto, se ha hecho mofa de quienes seguimos cultivando su memoria literaria, se ha anunciado cada determinado tiempo la aparición de la novela que sustituye a Rayuela, se ha decretado la extinción de los escritores del boom, con Julio a la cabeza… pero Cortázar se niega a morir. Como los verdaderamente grandes, el autor de Queremos tanto a Glenda resucita una y otra vez: que si el no sé qué número de aniversario de Rayuela, que si el capítulo 7 leído en voz del mismo Julio se puede encontrar ya en Youtube, que si el cronopio escribía “alrevesado”, que si la aparición de algunos escritos que Julio no alcanzó (y a la mejor ni quiso) publicar… una y otra vez el perpetuo renacedor. Y después de cincuenta años Rayuela sigue estudiándose en las universidades y, lo que es mejor, sigue siendo leída por innumerables jóvenes de todo el mundo. A cien años de su nacimiento, Julio Cortázar, el escritor perpetuamente niño, el constructor de fantasías, sigue, a pesar de sus admiradores y detractores, más vivo que nunca.
El cuarto de un fan
La entrada a la oficina muestra un espectáculo inusual. Uno no se asombra de ver las fotografías de Monseñor Romero, del Ché o de Samuel Ruiz. Es una iconografía de esperarse. Pero voltea uno a la otra pared y descubre una gran fotografía en cuatro tiempos: foto uno, Cortázar joven e imberbe, con un cigarrillo en la boca; foto dos, Julio flaco y languirucho, de traje y corbata (probablemente en la misma fecha de la primera fotografía), apoyado en una descascarada pared mientras era, todavía, maestro de escuela en alguna provincia rural de Argentina; foto tres, Julio de nuevo, con el cigarro en la boca, pero esta vez con la barba abundante y la mirada perdida en el infinito, como emergiendo de una planta silvestre que dibuja sus ramas al fondo de la fotografía; foto cuatro, Cortázar, otra vez, de nuevo, pero en una de sus últimas fotografías, cuando ya cargaba la tristeza de la muerte de Carol Dunlop y, probablemente, el conocimiento de su propia enfermedad.
A pocos metros de la cuádruple fotografía se encuentra otra imagen: es un póster publicado bajo el patrocinio de Alfaguara a los 30 años de la aparición de Rayuela, con la caricatura de Cortázar dibujada sobre el capítulo 7 de Rayuela pergeñado en letra manuscrita. Está firmado por Arroyo y está fechado en el año de 1993. Con trazos cuadrados y angulares, el rostro del eterno cronopio tiene los ojos bien abiertos y el borde superior del suéter destaca al inicio de su largo cuello. Detrás de la imagen alcanza a leerse: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…” y así hasta terminar el célebre capítulo que muchos, a fuerza de leerlo, nos aprendimos de memoria en nuestros tiempos de estudiante.
Todo no sería más que pantalla esnob si el fan, al mismo tiempo, no tuviera en los anaqueles de su biblioteca toda la obra de Julio, desde Los Premios y sus cuentos completos, hasta Rayuela y sus trepidantes Último Round y La Vuelta al Día en Ochenta Mundos. Y lo más inusual: el fan los relee religiosamente, con la misma pasión y contumacia con las que escucha los discos de Silvio (también la colección completísima) o visita con regularidad los libros de la Biblia.
La isla perdida
Es la premiación del Concurso Nacional de Cuento Beatriz Espejo en su versión 2007 en una de las sedes del Ayuntamiento de la Mérida de Yucatán. El que habla desde el estrado es el concursante que no pudo alcanzar el premio y hubo de conformarse con una mención honorífica. En su discurso pondera las razones por las cuales escribe. Antes de terminar menciona la sobada pregunta dirigida a todo lector: ¿qué libros escogerías para llevarte si tuvieras que irte a vivir a una isla desierta? El aspirante a narrador dice que se llevaría los cuentos completos de Julio Cortázar, en la versión de Alfaguara, de ser posible. Termina el discurso que, acaso, ha pecado de solemnidad. Interviene la escritora cuyo nombre lleva el concurso para decirle: yo voy a regalarte esa edición. El aprendiz de cuentista la escucha complacido y esperanzado. El regalo no llega nunca. Pero no importa, el narrador diletante ha encontrado otra edición de los cuentos completos de Cortázar que le gusta más: aquella ordenada por el mismo Julio y dividida en tres tomos que agrupan todos sus relatos cortos. Y más barata. Ya puede irse a su isla desierta.
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