Totatzin es la palabra náhuatl para decir “Padre Nuestro”. Según alcancé a entender, la raíz Tat está precedida por el prefijo To, que significa nuestro. El sufijo Zin, en cambio, es señal de exclamación de respeto. Por eso algunos traductores comienzan la oración diciendo: “Oh, Padre Nuestro”.
El náhuatl es la lengua originaria con mayor número de hablantes en nuestro país. A diferencia de la lengua maya peninsular, la segunda lengua indígena más hablada y concentrada geográficamente en la península de Yucatán, el náhuatl está disperso en varias regiones del país, considerablemente distantes las unas de las otras.
Cuando recibí la invitación para participar en el primer congreso de teología náhuatl me sentí honrado. Mi amigo, el padre Mario Pérez Pérez, vicario episcopal para la zona indígena de la sierra norte de Puebla y entusiasta promotor de la inculturación del evangelio, me extendió la invitación debido al acompañamiento bíblico que he ofrecido durante algunos años en los encuentros ecuménicos de teología indígena mayense, algunos de los cuales han tenido lugar en Yucatán en años pasados, en Maní, Buctzotz e Izamal.
A diferencia de otras diócesis, donde los esfuerzos por construir un discurso teológico desde las coordenadas de las ricas tradiciones indígenas de nuestro país tienen que hacerse sin aprobación ninguna y de manera casi clandestina, en la arquidiócesis de Puebla no solamente existe un vicario episcopal para la zona indígena, sino que dicho decanato tiene un plan pastoral específico que se lleva adelante con mucho éxito. Fruto de dicho plan es la exitosa experiencia socio-religiosa que ha tenido lugar en el pueblo totonaca de Huehuetla, en el Totonacapan poblano, y ahora este Primer Encuentro de Teología Indígena Náhuatl que ha convocado a presbíteros, religiosas/os y laicas/os de las más significativas regiones donde el náhuatl (antiguamente conocido como “mexicano”) es una lengua viva.
Cuetzalan, un hermoso pueblo serrano, fue la sede de los trabajos. El tema elegido para convocar a este primer encuentro fue la oración del Padre Nuestro. La mecánica de trabajo siguió los pasos del ver, pensar y actuar. En un primer momento se compartieron los usos más comunes, litúrgicos y extra litúrgicos, de la oración de Jesús en las comunidades de lengua náhuatl representadas. Los participantes abundaron durante el primer día y medio en la realidad de sus parroquias y en el papel que la oración del Padre Nuestro ha jugado en la expresión de la relación del pueblo náhuatl con Dios. Cayeron en la cuenta de que las traducciones del Padre Nuestro en uso en las comunidades eran varias y distintas.
Además de mi modesta participación en la que compartí los elementos evangélicos de la oración dominical (comparación de las dos versiones textuales, acentos teológicos de cada una de ellas…), el momento de la iluminación o “pensar” estuvo auxiliado por el Dr. Justino Cortés, un sacerdote dedicado en cuerpo y alma, desde hace muchos años, al estudio de la lengua náhuatl. Explicó, con una paciencia de santo, la primera traducción de la oración dominical por parte de Fray Pedro de Gante y enseñó a descifrar el lenguaje de signos jeroglíficos (pictogramas, los llama él) en los que el Padre Nuestro se vertió en antiguos códices. Un paseo apasionante por el pasado náhuatl.
La última jornada fue dedicada por los participantes a construir los consensos necesarios para unificar en las zonas representadas, una versión de la oración dominical que expresara no sólo la literalidad de la oración, sino la riqueza de sentido que encierra. Fue un espectáculo para alguien como yo, lego en esta temática, mirar los procedimientos de consenso y ser testigo de las amplias discusiones sobre algunos términos. Desafortunadamente, aunque la fascinación de la montaña poblana ejerció en mi todas sus artes de seducción, no pude permanecer hasta el final del encuentro que, además del consenso provisorio (tendrá que ser llevado y consultado con las comunidades) ofrecía la peregrinación a una ciudad antigua, santuario de tiempos prehispánicos.
Me queda un muy buen sabor de boca. No solamente por la atención exquisita que la comunidad de Cuetzalan ofreció a quienes participamos en el encuentro, sino porque pude refrendar que la teología indígena goza de cabal salud. Este Primer Encuentro de Teología Náhuatl es una de las muestras. Y lo mismo ocurre en la zona mayense, donde ya se rebasa los quince encuentros anuales, y preparan ya su próxima reunión que tendrá lugar en una comunidad de Palenque hacia fines de este mes. Como ocurre desde hace ya varios años, dicho encuentro contará con la participación de representantes de comunidades de nuestro estado: Valladolid, Ticul, Dzan, Tipikal, Maní, Izamal… El empuje inculturador brotado del Concilio Vaticano II y animado en nuestras tierras por insignes pastores, tiene el futuro garantizado, a pesar de la ignorancia y la mala voluntad de muchos de sus detractores.
La ciudad del poder
Me sobrecoge la amplitud de los espacios. En medio de un inmenso jardín miro hacia mi izquierda y veo el obelisco dedicado a la memoria de George Washington. Miro hacia la derecha y veo el Capitolio. Ambos extremos parecen al alcance de la mano hasta que intento caminar del obelisco hasta el edificio de los diputados y me parece que no voy a llegar nunca. Estoy en la zona de los museos, aquéllos de las sosas películas “Una noche en el museo”.
Es la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos. Aquí todo habla de poder. Una ciudad concebida para que la persona que la visite sepa bien quién manda en el mundo. Edificios suntuosos, espacios inagotables. Aquí se encuentra la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA). Aquí también se halla el edificio que alberga a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH), organismo dependiente de la OEA. Hasta aquí hemos debido llegar para que la voz de don Ricardo Ucán fuera escuchada por el Estado Mexicano.
De las autoridades yucatecas don Ricardo ha recibido solamente desprecio. El entero proceso, plagado de irregularidades, ha sido una fehaciente muestra de lo poco que importan los derechos humanos de un maya a los tres poderes del estado. Lo sabe quien haya leído detenidamente el informe “Los agravios”, que cuenta con lujo de detalles el calvario por el que ha debido pasar don Ricardo en los últimos nueve años (puede consultarse en www.indigacion.org.mx). Lo sabe también la CIDH. Quizá por eso fue tan puntual y severa en los cuestionamientos que planteó a los representantes del Estado Mexicano el jueves pasado en la audiencia que concedió con motivo de este caso.
Flashes de la audiencia
1. Los dos peticionarios, representantes de don Ricardo, esperan con impaciencia poder entrar al salón de sesiones. Tienen los nervios crispados. Revisan una y otra vez sus documentos y apuntes personales. Simpatizan con los juicios orales, así que ponderan bien la importancia de la precisión y la mesura de sus dichos. Odian más que nunca no poder fumarse un cigarrillo para calmar la ansiedad. Miran cómo, uno a uno, van llegando los miembros de la delegación del gobierno mexicano. Paran de contar cuando llegan al número once, entre funcionarios y chalanes. Por chismes de pasillo se han enterado que, cuando menos uno de ellos, lleva ya una semana en Washington, acompañado de su esposa. Piensan en el dispendio económico que la presencia de tal número de servidores públicos significa. La disparidad numérica entre las dos delegaciones resulta abrumadora. El único consuelo de los peticionarios es que la razón está de su parte. Su única prenda de honor es ser vehículo para que los reclamos de don Ricardo puedan ser escuchados en esta alta tribuna.
2. La audiencia comienza. Una frente a la otra las dos partes confrontadas esgrimen sus argumentos. Los minutos se desgranan con angustiante velocidad. La delegación gubernamental insiste en su argumentación y en la defensa a ultranza de la defensora de oficio. Su prueba maestra: un vídeo donde la abogada y el juez hablan en maya. El torpe manejo de la lengua por parte del juzgador hace esbozar sonrisas de pena ajena. El tiro les saldrá por la culata. Un asesor del gobierno yucateco es interrumpido por uno de los comisionados de la CIDH cuando cuestiona la admisibilidad del caso: ese es asunto que ya se ha definido. La CIDH conoce bien los entresijos del caso y los funcionarios deberán cuidar más sus argumentos.
3. La sesión de preguntas y respuestas entre los comisionados y las dos partes en confrontación terminan por arrojar algunas luces extras. La delegación gubernamental se muestra incapaz de convencer a los comisionados acerca del buen desempeño de la abogada defensora en todo el proceso. Éstos señalan a los funcionarios la obligación que el Estado tenía de ofrecer a don Ricardo el servicio de un traductor intérprete, independientemente de que él lo hubiera solicitado o no. Los representantes de don Ricardo aprovechan para dar dos golpes de gracia: la mención del ilegal intento de falsificación de documentos en que se involucró el Poder Judicial para tratar de cubrir las deficiencias de la defensora y el señalamiento de que dicha defensora argumentó en la solicitud final de amparo la falta de un traductor en el juicio, es decir, una argumentación en la que se autoincrimina… ¡una de las joyitas que asombró al comisionado Carozzo!
4. Una intervención final sorprende a todos: el ministro Alejandro Negrín, director de derechos humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, anuncia la voluntad del gobierno federal de coadyuvar con el gobierno yucateco en la resolución de este conflicto y ofrece involucrarse en la búsqueda de una salida. Sorprendida queda la delegación del gobierno yucateco de que la única intervención federal haya sido para aceptar implícitamente la responsabilidad del Estado ante la situación de don Ricardo. Se sorprenden también los representantes de don Ricardo, que antes de esta audiencia habían recibido del gobierno federal solamente indiferencia. Sorprendidos también quedan los comisionados, particularmente Florentín Meléndez, por lo inusual de una tal oferta pública que suena a reconocimiento de responsabilidad. Cuando la audiencia termina los dos peticionarios respiran relajados y satisfechos. De cuando en cuando David saca su honda y le pega en la frente a Goliat. De cuando en cuando, en extraño prodigio aritmético, dos suman más que once y el tiempo se pone a favor de los pequeños. Ahora el Estado Mexicano está muy preocupado y ofrece poner todo de su parte para buscar una solución a su desaguisado. Pronto veremos si honran su palabra. El pronunciamiento de la CIDH no debe ya estar muy lejos.
Solidaridad sin fronteras
Se ríe cuando le digo que nació en el lugar equivocado. Californiana de nacimiento, esta joven vive y trabaja en Washington. Se llama Patricia Kupfer. El apellido delata su ascendencia alemana. Kupfer quiere decir “cobre”. Pero es solamente su apellido: en realidad, esta muchacha es de oro puro.
Trabajó durante algunos años en México. Ahora vive en el centro mismo del imperio, trabajando para impulsar una reforma que reconozca los derechos de los migrantes y acabe de una vez por todas con las razzias que son una vergüenza para la nación de la pretendida “justicia y libertad para todos”. Patricia nos ofreció alojamiento durante nuestra estancia en Washington. Su hospitalidad es cálida en medio del clima frío del otoño que finaliza. Nos presenta a muchos de sus amigos. Todos ellos han trabajado en algún país de América Latina y han dejado allá jirones de su corazón; a su regreso, en intercambio fecundo, se han traído nuestra hambre de justicia. De manera generosa y desinteresada, Patricia nos comparte su casa y su vida.
Cuando oigo su risa franca pienso que este país tiene salvación mientras tenga como ciudadanos a gente como ella. Patricia hace que esta ciudad del poder sea también, al menos en una de sus esquinas, ciudad de la solidaridad. A las grandes distancias que ostenta el poder gubernamental, Patricia opone una cercanía cálida que desaparece fronteras. A los amplios espacios de avenidas y museos, Patricia contrapone una casa pequeña y acogedora siempre abierta. Washington es mejor ciudad porque Patricia Kupfer vive en ella.
Este próximo jueves 5 de noviembre es una fecha muy importante para don Ricardo Ucán y para todas las personas que hemos seguido su caso. Como es de público conocimiento, don Ricardo Ucán fue juzgado por haber causado la muerte a don Bernardino Chan Ek. El homicidio, sin embargo, tiene un excluyente de responsabilidad: don Ricardo mató a don Bernardino en defensa propia, después que fue amenazado con un rifle por parte del hoy occiso.
Don Ricardo fue auxiliado por una defensora de oficio que no proveyó al inculpado de una auténtica defensa. No solamente no presentó agravios ni conclusiones como parte del proceso legal, sino que desestimó en la defensa pruebas irrefutables de que el hoy occiso había disparado su arma antes de ser ultimado, lo que demostraba que don Ricardo mató en defensa propia. La negligencia de la defensora de oficio provocó que don Ricardo, que en ningún momento del juicio recibió la ayuda de un traductor, tal como lo exige la ley en el caso de personas pertenecientes a etnias indígenas, fuera condenado por homicidio calificado. Después de recurrir a sucesivas instancias, la sentencia contra don Ricardo fue ratificada por el Tribunal Superior de Justicia, agotándose así todos los recursos jurídicos que pudieran resarcirle el daño que le ocasionó una defensa ineficiente.
La violación al derecho a un juicio justo cometida contra don Ricardo no es un asunto solamente de él: pone al descubierto que existen todavía fallas estructurales en la administración de justicia: ausencia de traductores para la etnia maya, defensores que no defienden, etc. En el caso de don Ricardo este trato discriminatorio ha sido bien documentado. Por eso don Ricardo Ucán, con ayuda del equipo Indignación A.C. y de la Red “Todos los derechos para todos y todas”, presentó su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), institución dependiente de la Organización de Estados Americanos, a la que pueden recurrir los ciudadanos y ciudadanas de aquellos países que hayan firmado y ratificado los más relevantes tratados de derechos humanos vigentes en nuestro continente. Esta apelación puede hacerse solamente cuando, en el propio país, el demandante haya agotado todos los recursos legales, cosa que, como hemos señalado, ocurrió desde hace ya varios años con don Ricardo Ucán.
Pues bien, después de haber aceptado el caso de don Ricardo, la CIDH ha decidido conceder una audiencia para escuchar, de propia voz de los demandantes, algunos elementos que le aclaren más el caso e iluminen la decisión que se apresta a tomar. En la audiencia estarán presentes dos miembros del equipo Indignación y la secretaria de la Red “Todos los Derechos para Todas y Todos” como co-peticionarios en el caso de don Ricardo. Estarán también representantes del Estado Mexicano, que es la parte demandada. Dicha reunión tendrá lugar en Washington, sede de las oficinas de la CIDH, el próximo jueves.
¿En qué radica la importancia de esta reunión? Como ya hemos dicho, el caso de don Ricardo pone al desnudo el sistema de procuración y administración de justicia, especialmente en lo que toca al trato discriminatorio que en dicho sistema se da a las personas que forman parte de los pueblos originarios, en este caso el pueblo maya. Es la primera vez que el Estado Mexicano es llevado a juicio por un caso de este tipo acontecido en la región de mayor concentración indígena del país, la península de Yucatán.
En efecto, la audiencia que se efectuará el día 5 de noviembre tiene por objeto que, tanto los representantes de don Ricardo como la representación del Estado mexicano, expongan sus argumentos en torno al caso y representa una de las últimas etapas del procedimiento antes que la CIDH determine si existieron violaciones a la Convención Americana por parte del Estado. En caso de que la CIDH determine la existencia de violaciones a los derechos humanos, sería la primera vez que el Estado mexicano fuese señalado como responsable por violaciones a derechos humanos, cometidas por autoridades del estado de Yucatán.
No es el recurso a la CIDH la primera acción que la sociedad civil ha impulsado para lograr la libertad de don Ricardo Ucán. El Poder Ejecutivo ha desestimado peticiones apoyadas por personas de muchas partes del mundo para que se utilizase el recurso de reconocimiento de inocencia y se dejara libre a don Ricardo, como una manera de resarcir las violaciones a los derechos humanos que contra él se cometieron durante todo el proceso. Otra campaña, apoyada también por gente de nuestro país y del extranjero, solicitó al Poder Legislativo del estado que legislara el indulto, de manera que don Ricardo pudiera salir libre aplicándosele esa figura legal. Pero todos los poderes del estado han permanecido sordos a estos esfuerzos por resarcir las violaciones cometidas contra don Ricardo en un juicio a todas luces irregular y discriminatorio.
Por eso tiene razón el equipo Indignación cuando nos recuerda en uno de sus más recientes comunicados, que “a pesar de haber transcurrido tres administraciones desde que sucedieron los hechos (las encabezadas por Víctor Cervera, Patricio Patrón e Ivonne Ortega, respectivamente), ninguno de los representantes del ejecutivo ni de las diversas legislaturas, han realizado acciones tendientes a facilitar la liberación de don Ricardo, a pesar de los insistentes llamados de organizaciones civiles nacionales e internacionales del prestigio de Amnistía Internacional, así como del Relator Especial de Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de los Indígenas”.
Pero a todo mundo le llega su hora…
1. Profesor sin miedo.
Era septiembre de 1979. Regresábamos de nuestro año en el seminario de Puebla, después de aquella apoteósica batalla que fue la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Entraba yo al segundo año del cuatrienio teológico. Recuerdo que nos tocó llevar la materia “De Gratia” (que todavía llevaban las materias, aunque fuera de manera simbólica, el nombre en latín). El profesor era el padre Lázaro Pérez Jiménez. Durante toda nuestra formación teológica no tuvimos otro profesor en el área de la teología dogmática más que él. Siempre Lázaro. Cuando terminaba la clase me acerqué para conversar con él. Le comenté que, como único fruto de una beca ganada en Puebla, había yo recibido de regalo el libro “Gracia y Liberación del Hombre”, del teólogo brasileño Leonardo Boff. Era, por así decirlo, la versión del tratado “De Gratia” desde la perspectiva de la teología de la liberación. Estuvo encantado de que yo expusiera en la clase una síntesis del libro. A partir de entonces, nunca estudié otro tratado teológico sin que el padre Lázaro me pidiera hacer una presentación de la otra versión de la materia, la liberadora… “De todas formas, no te olvides que el examen será sobre mis apuntes, ¿eh? No sobre esas novedades…”
2. Guardián fraterno
Octubre de 1986. Había yo terminado mi ciclo de formación en el extranjero y regresaba a la diócesis de Yucatán para iniciar mi servicio ministerial. Fui nombrado vicario de la parroquia de Lourdes y profesor del seminario conciliar. El padre Lázaro fue a visitarme un día a la parroquia. Su propósito era convencerme de ayudarlo en la conducción del equipo de paternidad responsable. Le dije que sí. Trabajamos juntos por algunos meses. Paulatinamente fue dejando la responsabilidad completa en mis manos, pero manteniendo siempre conmigo una fraterna comunicación. Más tarde, ya con mayor confianza, me reveló que aquella invitación no había sido decidida por él. El arzobispo Castro Ruiz, preocupado por algunos conflictos que tuve en Roma con el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, le había pedido a Lázaro que me invitara a trabajar con él en el equipo de paternidad responsable de manera que, estando así cerca de mí, vigilase la rectitud de mis posiciones teológicas. “Que nunca vaya a saber don Manuel que yo te conté esto…”, me dijo Lázaro. Don Manuel nunca lo supo.
3. Con el pie en el episcopado
De 1987 a 1996 fui profesor de la Universidad Pontificia de México. El padre Lázaro era ya profesor de tiempo completo, de manera que durante varios años compartimos casa y trabajo. Preocupado siempre por los seminaristas yucatecos que estudiaban en la UPM, Lázaro propiciaba salidas comunitarias, encuentros festivos, reuniones de conversación, de manera que, yucatecos en el exilio, conserváramos siempre vínculos de comunicación. Una noche nos invitó a todos a cenar. Una extraña alegría le brillaba en los ojos. Dos días más tarde recibimos la noticia de que había sido preconizado obispo de Autlán. Supimos entonces que, sin decirlo, quiso celebrar con nosotros su nombramiento. “Claro que ya lo sabía… pero ni modo de decírselos… ¡Estaba yo bajo secreto pontificio!”. Le susurré que yo, previamente, algo había sabido de la intención de la Santa Sede de elegirlo para el episcopado. Me preguntó que qué es lo que yo había sabido. No le contesté. Entonces se echó una carcajada: intuyó enseguida que también yo, como él, estaba “sub secreto pontificio”.
4. La amistad del Padre Obispo
Con la pícara sonrisa de un niño travieso me hizo pasar a la cabina. Era una estación de radio en Autlán desde la cual el padre obispo predicaba domingo a domingo. Escuché su sermón y los saludos que dirigía a las personas: “Mando un abrazo fuerte a doña Juanita, una abuelita adorable a quien conocí en una parroquia que visité esta semana. Ojalá que este saludo le ayude a recuperarse de su dolor de pies… Un saludo a don Ernesto, sacristán de la parroquia del Sagrado Corazón. Dice que siempre me escucha, así que le mando un abrazo agradecido…” y así por varios minutos. Siempre quiso ser llamado “padre obispo”, desterrando hacia su persona cualquier tipo de trato reverencial como “Excelentísimo” y “Reverendísimo”, títulos de los que siempre hacía mofa llamándolos “anticonciliares”. En repetidas ocasiones me invitó a ofrecer cursos a su presbiterio, tanto en Autlán como en Celaya. Lo hizo a pesar de las expresas desautorizaciones y suspicacias que circulaban a mis espaldas. Siempre se lo agradecí. Cuando me vio titubear en la aceptación de una invitación suya (tan escamado estaba yo de las presiones en mi contra), me dijo no sin cierta sorna: “Hey Raulito, yo te estoy invitando… no te olvides que también yo soy sucesor de los apóstoles…”. El curso que me propusiera para el año próximo, a través de su coordinador de pastoral bíblica, el padre Jerónimo Cabrera Muñoz-Ledo, ya no podrá llevarse a cabo.
El adiós intempestivo
Otros tantos recuerdos llevo grabados en la memoria y en el corazón. Algunos de ellos, como el sacrificio que significó su traslado repentino a la diócesis de Celaya, vivido con entereza y confiado solamente a contados amigos, deberán ser guardados con la discreción que ameritan. Otros, como sus desvelos pastorales, su prudencia doctrinal al frente de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la CEM que atemperó infames cacerías de brujas, su cariño por la gente sencilla, serán, con toda seguridad, proclamadas a los cuatro vientos ahora que nos ha dejado por un presbiterio y un pueblo que aprendieron a quererlo y valorarlo. No es poca cosa, si de obispos hablamos. Me queda a mí el recuerdo del profesor, del amigo, del colega, del pastor… Su muerte me ha llenado de tristeza.
Se acerca el cumpleaños número 87 de mi madre. Ella ha sido para mí una de las más claras y seguras señales del amor de Dios en mi vida. Pensando en ella quiero compartir hoy con los pacientes lectores y lectoras de esta columna algunas reflexiones acerca de una perspectiva bíblica poco considerada: la que presenta a Dios como madre.
Comenzaré, para salir al encuentro de quien pueda sentir cierta suspicacia ante un tema tan inusual, refiriéndome a la óptica desde la que hago esta reflexión. Para conocer a fondo a una persona hemos de atender no solamente a lo que dice, sino sobre todo a lo que hace. No basta, por ejemplo, que alguna persona diga que sabe ser buen amigo, falta ver sus acciones, particularmente en los momentos de dolor y de necesidad. Los gestos y las palabras van juntos cuando se trata de conocer a alguien.
Lo mismo ocurre en la revelación que Dios nos va haciendo de su persona y de su rostro. Yo creo que tanto en la primera parte, las Escrituras Judías, como en la segunda, el Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo, debemos fijarnos no solamente en las palabras, sino también en los gestos y las acciones. Solamente así comprenderemos mejor lo que Dios quiere decirnos a través de ellas.
Un texto tiene, normalmente, muchos significados. Comprender lo que leemos depende, en gran medida, de quién es el que lee, qué situación está viviendo, cuáles son sus preocupaciones etc. Cuando hablamos de hermenéutica nos referimos precisamente a la reserva de significado que tiene un texto, reserva que suele ser múltiple y plural. Esta pluralidad de sentidos solamente sale a luz cuando un texto es leído desde perspectivas diferentes.
La cultura judía, como muchas de nuestras culturas, es una cultura patriarcal. Eso no es necesariamente malo, pero puede llevar a que menospreciemos el punto de vista de la mujer y veamos todo con ojos de varón. Así, la mayor parte de los textos bíblicos del Primer Testamento nos habla de Dios como padre, llenándolo de características masculinas: Dios es el fuerte, el poderoso, el providente, el creador, el ordenador, el vengativo, el guerrero, etc.
Sin embargo, la Biblia habla mucho de las mamás. En muchas ocasiones la Biblia, particularmente en los relatos que nos hablan de los patriarcas, retrata la vida familiar, dándonos algunos rasgos que nos permiten descubrir en qué consiste ser madre para el pueblo judío. Les propongo unnos ejemplos:
1. La mujer es fuente de vida. Eva, la primera mujer, recibe ese nombre que significa, precisamente, vitalidad (Gn 3,20).
2. La madre es la que alimenta a sus hijos, la que les da de comer de su propio cuerpo, la que prodiga cuidados. (Gn 21,14-21).
3. La madre posee un sexto sentido, la intuición, para proteger a sus hijos y velar por la realización del plan de Dios (Gn 27,5-13)
4. La madre es reconciliadora en la familia, pone paz entre los hijos y sufre por la división (Gn 27,42-45).
5. La madre es arriesgada, defiende a su hijo aun con el peligro de la propia vida (Ex 2,1-3).
6. La madre es sacrificada, prefiere la vida del hijo que la conservación de su propia vida (1Re 2,16-28)
7. Madre verdadera es la que busca el bien del hijo, no quiere al hijo para sí, sino para el servicio de Dios y el cumplimiento de su misión (1Sam 1,1-18)
Algunos de estos rasgos aparecen a veces en las descripciones que los textos dan de Dios. En estos casos, aunque no se llame a Dios “madre”, se le colocan rasgos que nos ayudan a descubrirlo con sentimientos maternales. Los profetas entendieron muy bien esto y llegaron a referirse a Dios casi directamente con atributos maternos.
Estos textos, sin embargo son poco valorados por los lectores varones y por algunos especialistas porque en ellos los rasgos de Dios no corresponden a la imagen clásica del varón. Pongamos un ejemplo: cuando se habla de cómo mostró Dios su rostro a Moisés, es decir, cómo se le manifestó, se hace referencia comúnmente al texto de Ex 3,1-12 en el que Dios le habla a Moisés en medio de un arbusto en llamas. Dios se presenta como el liberador, que escucha los gemidos de su pueblo y que baja con mano fuerte para luchar a su favor en contra de los opresores de Egipto.
Sin embargo, casi nadie hace referencia a un texto que describe a Dios con otros rasgos “menos masculinos”, podríamos decir. Se trata de Ex 33,18 – 34,7, en el que Moisés le pide a Dios que le muestre su gloria. Dios le responde: “mi rostro no lo puedes ver”, pero le promete que pasará delante de él y le mostrará quién es. La descripción del paso de Dios no puede ser más hermosa. Dios pasa gritando su nombre delante de Moisés, y su nombre no es simplemente “Yo soy el que soy” como en Ex 3,14, sino “Yo soy el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados…” (Ex 34,6-7).
Por eso creo que sería un punto de partida inadecuado buscar dónde dice la Biblia que Dios es madre. Si obráramos así, quizá nunca encontraríamos un texto que nos fuera útil. Lo que tenemos que hacer es fijarnos en las características maternales con las que Dios es descrito. Otra vez, tenemos que atender más a los gestos significativos que a las palabras.
En el Primer o Antiguo Testamento, un pasaje nos revela la dimensión significativa de la maternidad. Se trata de 1Sam 1,1-18, pasaje en el que Ana solamente recibe de Dios el regalo de la maternidad cuando decide dejar de pedir el hijo para sí misma, y lo ofrece gratuitamente a Dios. La maternidad aparece así como símbolo, acaso el más claro de los símbolos, de lo que significa vivir para los otros. Lo mismo puede decirse de 1Re 3,16-28, el caso de las dos prostitutas y del niño muerto.
Para los cristianos, Jesús es la imagen más clara de quién y cómo es Dios. Por eso no nos extraña que Jesús, aun siendo varón, tenga actitudes que podríamos calificar de “femeninas” e incluso “maternales”. En el Nuevo Testamento Jesús aparece como aquel que ama y que es capaz de dar la vida por sus amigos. Jesús es tierno y misericordioso y concibe su muerte en la cruz como un acto de entrega definitiva. Recomienda perdonar siempre y a toda costa. Algunos gestos suyos, como cuando se describe el misterio de la Eucaristía en el evangelio de san Juan, nos muestran rasgos maternales de Jesús. Lo mismo puede decirse de ciertos ejemplos que Jesús usó para hablar de su propia misión, como el texto de la vid y los sarmientos, que encierra un notable sentido maternal, o el texto en el que Jesús le reprocha a Jerusalén su rechazo y para hacerlo escoge la imagen de una gallina con sus pollitos (Mt 23,37-39)
Muchas cosas más podrían decirse de este tema, pero sobrepasarían las dimensiones de esta columna. Baste por ahora señalar que una lectura desde esta perspectiva de algunos textos del Primer o Antiguo Testamento (Os 11,1-11; Is 49,14-21; Jer 31,15-20) o del Nuevo Testamento (Jn 6,51-57; Jn 8,1-11; Jn 15,9-17) enriquecería nuestra comprensión de Dios y de Jesús y de sus rasgos maternales. Baste esto por ahora para rendir un homenaje a la autora de mis días en su ya cercano cumpleaños.
Los miro mientras conversan en sus equipos de trabajo. Vienen de varios estados: Ohio, Indiana, Illinois, Michigan… Algunos han debido viajar hasta ocho horas en automóvil para llegar hasta aquí. Son cerca de cien personas y pasarán en Detroit todo el fin de semana. La mayor parte de ellos son de origen mexicano, aunque haya contados guatemaltecos, salvadoreños y boricuas. Una gran mayoría son indocumentados, no tienen papeles en regla y de vez en vez tienen cambiar de trabajo o escapar de las redadas de la migra. Los demás son residentes legales y una pequeña minoría está constituida por personas que, después de muchos años de trabajar en este país, han adquirido la ciudadanía norteamericana.
Todos tienen el rostro curtido y las manos callosas por los trabajos rudos que desempeñan. Todos llegaron a estas tierras en busca de oportunidades de trabajo y deslumbrados por el espejismo del sueño americano. Las peripecias que envolvieron su entrada clandestina a este país aportarían material suficiente para varios documentales de terror, con carreras a salto de mata, peligros de muerte y tragedias familiares. Como el Israel cautivo en Egipto, este pueblo de migrantes no tiene, para la cultura dominante, más que un solo rostro mestizo y uniforme. No entienden los anglosajones la riqueza de diversidad cultural que representa esta comunidad de habla hispana. Para los gringos no hay mexicanos o peruanos, salvadoreños o ecuatorianos: sólo hay latinos.
Empujados por la incapacidad de sus gobiernos nacionales y locales y por una inicua organización social que terminó de expulsarlos de sus propios países de manera inmisericorde, llegaron aquí para enfrentarse a la cruda realidad de la discriminación, del trabajo mal pagado, del abuso convertido en cultura del desprecio al diferente. Vinieron persiguiendo un espejismo y se desengañaron dos kilómetros después que se adentraron más allá de la frontera.
Mientras los miro trabajando en sus equipos de reflexión recuerdo aquella película que vi en mis años de adolescente y que se llamaba “De qué color es el viento”. Era la historia de dos infantes, un niño y una niña, que eran ciegos y, aunque pertenecían a clases sociales diferentes, se hicieron grandes amigos en la escuela de invidentes en la que eran condiscípulos. Con frecuencia se divertían imaginando cómo sería el sol, los caballos, las noches estrelladas. Un día, el varón fue operado y pudo recuperar la vista. Conversando algún tiempo después con su amiga ciega, ella le dirige la pregunta que da nombre al film: “Oye… ¿De qué color es el viento?”. El niño que era ciego y ahora ve, le contesta con amargura: “Ni preguntes, está muy sucio, no vale la pena verlo”
Pero la luz de la vida se abre paso en medio de las sombras de muerte. En medio de adversas circunstancias, la comunidad hispana va encontrando en sus raíces culturales y religiosas la fuente de una reconstrucción social de su propio valor y dignidad, rodeados de una sociedad racista que los mira con indiferencia, cuando no con desprecio. No es extraño que en muchas de las iglesias católicas de estas regiones haya ya más misas en castellano que aquellas que se celebran en inglés. El espacio de las parroquias ha funcionado de vientre generador para la creación de nuevas relaciones entre los migrantes hispanos, para la reapropiación de su propia identidad y de sus raíces, para la revaloración de sus personas y de sus ancestrales culturas.
El crecimiento y expansión de la comunidad hispana en el seno de las iglesias católicas del Medio Oeste norteamericano es un acontecimiento digno de un estudio socio-religioso. No soy yo, por ventura, la persona calificada para realizarlo. Estoy convencido también que, a la larga, será reconocido como una buena noticia para la entera sociedad norteamericana. Yo, por el momento, me conformo con mirar con ojos arrobados y acompañar, así sea de manera intermitente y marcada por la lejanía, sus esfuerzos por abrirse espacios en la construcción de una interculturalidad que puede ser la salvación, no sólo para la iglesia católica de este país, sino incluso para la existencia misma de esta nación tan llena de contrastes.
A este centenar de agentes de pastoral de distintas parroquias y diócesis, de cuyas vidas he aprendido tanto y con quienes he compartido este encuentro bíblico titulado “La Voz y el Rostro de la Palabra”, debo añadir en mi recuerdo agradecido a los miembros y auxiliares del Instituto Cultural de Liderazgo del Medio Oeste (ICLM), el organismo que lleva adelante un heroico trabajo de acompañamiento pastoral de la comunidad hispana, cuyos rostros y nombres llevo grabados en el corazón a sangre y fuego: Tom y Miriam, Cecilia y Carmen, Félix, Andrea y Sandra, a cuyo lado he trabajado y de cuyo testimonio cristiano he salido tan enriquecido. Me siento profundamente honrado de haber sido, a su lado y durante los últimos seis años –así sea en esporádicas temporadas– compañero de camino.
En esta ocasión, al esfuerzo del ICLM se han unido de manera generosa la jesuita “University of Detroit Mercy”, que gentilmente nos ha facilitado sus instalaciones para el curso y de cuya exquisita hospitalidad he tenido la suerte de disfrutar, la American Bible Society que nos ha favorecido con una parte de los recursos financieros y al Obispo auxiliar de Detroit, también él de ascendencias mexicana, Monseñor Daniel Flores, de cuyo espíritu de fe, sencillez de trato y cercanía con el pueblo hispano he quedado tan edificado.
Como en toda esta región del Medio Oeste y de los Grandes Lagos, en la ciudad de Detroit las estaciones del año están bien caracterizadas. La belleza y colorido de su vegetación son, en pleno otoño, una delicia para los ojos: morados tenues, púrpuras encendidos, verdes amarillentos, colorean el follaje de los árboles y se combinan con los límpidos azules del cielo. Aunque el clima anuncia ya la cercanía de un inverno frío, uno puede disfrutar la variedad de la naturaleza en estos lares como en pocas regiones del país del norte. Nada se compara, sin embargo, con la belleza de la gente hispana que aquí he conocido y su fascinante historia de coraje y de inquebrantable esperanza.
Colofón: Todo lo anteriormente dicho no me hace olvidar el mal rato y las horas de tensión que la irresponsabilidad de la compañía Mexicana de Aviación me hizo pasar en el viaje de ida. Una historia de horror que, de no prosperar el reclamo que contra ellos interpondré en estos días, tendré el placer de contar con pelos y señales en este mismo espacio.
Mercedes Sosa, in memoriam
La muerte de Mercedes Sosa duele aquí, en el centro mismo del pecho. Duele en el recuerdo, en los trozos de pasado que fueron acompañados por su canto, en las utopías rotas. La muerte de Mercedes Sosa es inesperada, aunque uno supiera de las enfermedades que la aquejaban, aunque uno recuerde como si fuera ayer las muchas veces que ella había vencido a la otra muerte, a la que se viste de tristeza y desconsuelo, y había salido victoriosa de la depresión y sus demonios.
Mercedes Sosa se lleva consigo jirones de nuestra vida. Al igual que Serrat o los Beatles en la música o Mario Benedetti en la poesía, Mercedes Sosa está ligada a lo mejor de nuestro pasado. Mercedes cantando “Gracias a la Vida” mientras dábamos vueltas al mimeógrafo para sacar las copias de los volantes en los que se exigía la aparición del Charras en febrero de 1974; Mercedes cantando “La paciencia” en nuestras reuniones de seminaristas; Mercedes cantando “María” en las incontables marchas y plantones por la igualdad de género; Mercedes entonando “Sólo le pido a Dios” en las manifestaciones contra la guerra en Irak; Mercedes cantando “Ojos Azules” mientras estudiábamos el evangelio en maya en la fraternidad de presbíteros de Maní; Mercedes lanzando al viento “Vengo a ofrecer mi corazón” en las asambleas diocesanas de CEB’s en la primera mitad de los noventas; Mercedes, todavía ayer, tarareando esperanzas en el plantón de san Antonio Ebulá… Mercedes, siempre Mercedes, con su canto florecido, con la esperanza a flor de música.
Yo he pensado muchas veces en la muerte. A veces pienso que –incluso– de manera un tanto obsesiva. He mirado mi propia muerte, tanto en sueño como en vigilia. Una vez me soñé en el hospital, en el lecho mismo de la partida definitiva. La escena era de una claridad meridiana y hubiera sido aterradora si no fuera porque, desde lo más hondo del subconsciente, la visión estuvo acompañada por el canto de Mercedes Sosa. Eso fue hace ya varios años. Recuerdo que, llegado a la vigilia, escribí casi en escritura automática estas líneas que, como homenaje póstumo, hoy comparto con ustedes.
Con M de Mercedes y de Muerte
Tú conoces la muerte,
la que se clava hondo aquí en el pecho,
la de la depresión y de la angustia.
Tú conoces la muerte, madrecita.
Permíteme decir que tus canciones
la hacen menos pesada.
¡Gloriosa madre nuestra,
amuleto tucumano,
Mercedes de todas las batallas!
Adormece mi noche pletórica de espantos,
de huesudos fantasmas, de aterrador letrero:
“Departamento: oncología. Afección: leucemia galopante”.
Acurrúcame tú allá en tu pecho,
tus abundantes pechos de ambrosía.
Quiero ser el negrito que se duerme
pensando en la mamá que está en el campo,
«Trabajando sí, trabajando y no le pagan,
Trabajando sí, trabajando y va tosiendo
Trabajando sí… trabajando sí…»
¡Ay negra mía! En mis desvelos sucios,
mis sudorosas horas y mi insomnio,
sólo tu canto convoca la esperanza.
Hazme, Mercedes, una sola merced:
no dejes de cantar, que desfallezco.
La muerte nuestra, esta muerte cercana,
será menos de muerte con tu canto.
Tú que saliste de la muerte, madre,
que la brincaste como galgo enfurecido,
como conejo blanco que escapó de la noche,
como naranja tierna que superó la escarcha.
Tú que saliste de la muerte, madre,
voz de los indios, de los diversos todos,
compadécete de mí y abre la boca:
deja salir tu canto de zinzontle,
llena mi aljaba de tu melodía.
Así quizá mi muerte sea más dulce,
más mojada, quizá, más de la lluvia,
más llena de poesía y de rebozo,
más tucumana, de zamba y chacarera.
Todo esto se me ocurre cuando estiro
una mano desde esta mugrienta cama
para encender tu voz y tu recuerdo:
Gracias a tu cantar voy menos solo
al encuentro de la nada y del silencio.
Es el obispo poeta, Dom Pedro Casaldáliga, emérito de San Félix de Araguia en Brasil, el responsable de la frase ‘Toda ruta es puerto’. La frase tiene sabor a tragedia griega y hace recordar aquel memorable poema de Cavafis, algunos de cuyos versos no resisto transcribir:
“Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca / debes rogar que el viaje sea largo, / lleno de peripecias, lleno de experiencias. / No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes, / ni la cólera del airado Poseidón… / Debes rogar que el viaje sea largo, / que sean muchos días de verano, / que te vean arribar con gozo, alegremente / a puertos que tú antes ignorabas… / Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: / llegar allí, he aquí tu destino. / Mas no hagas con prisas tu camino; / mejor será que dure muchos años / y llegues, ya viejo, a la pequeña isla, / rico de cuanto habrás ganado en el camino. / No has de esperar que Ítaca te enriquezca: / Ítaca te ha concedido un hermoso viaje… / Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado. / Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, / sin duda sabrás qué significan las Ítacas”.
Largo es el viaje de la transformación de este país, tan largo que a veces perdemos de vista el destino final. Entonces, de repente, como flor crecida en medio de la nieve, aparece la sombra de Ítaca en el horizonte y podemos saborear, así sea en una visión todavía harto lejana, la dulzura de sus costas.
En este país que parece desbaratarse en nuestras manos, toda reivindicación tiene sabor a triunfo. Mayor es la alegría cuando la victoria, así sea incompleta, viene de mero abajo y a la izquierda, de donde nos llegan las victorias verdaderas.
Por eso me parece que el poema de Cavafis ilumina de manera peculiar la realidad que hoy están viviendo los habitantes de san Antonio Ebulá. El pasado 25 de septiembre, a 42 días del violento desalojo cometido ilegalmente por el empresario Eduardo Escalante Escalante, y después de haber resistido todo este tiempo en plantón permanente en los bajos de la sede del poder ejecutivo campechano, los ebuleños firmaron un convenio con el gobierno de Campeche en el que éste les garantiza la inmediata posesión de 31 hectáreas ubicadas en el mismo polígono en el que estaban establecidos y la propiedad legal sobre esa superficie.
No es aún el destino final. La gente de Ebulá confía en recuperar todo su territorio, dado que unos días antes fueron informados de que el Juez primero de distrito de Campeche les otorgó el amparo y protección de la justicia federal, ordenando la reposición de un procedimiento de dotación de tierras tramitado por los pobladores desde hace varios años y que había sido mañosamente integrado para perjudicarlos. Este amparo reposiciona el añejo litigio agrario, revive la esperanza de los desplazados y evita que, impunemente, el empresario siga obrando como si el terreno fuera ya suyo.
El camino a esta pequeña victoria ha sido largo y espinoso. No me refiero aquí solamente a las incomodidades pasadas por los pobladores en más de un mes de dormir en el suelo, cocinar al aire libre, pasar días y noches sin los servicios mínimos que caracterizan a una vida digna, sino a los embates que tuvieron que soportar venidos de la dádiva que intenta corromper, de la infiltración de personas destinadas a sembrar división, del cansancio y la humillación a que pretendieron someterlos quienes, sentados indignamente en la silla de quienes gobiernan, no saben sino mirar a los pobres con desprecio.
La recuperación de un lugar donde vivir dignamente y la inquebrantable decisión del pueblo de Ebulá de continuar su lucha por la tierra, son atisbos de aurora. En medio de esta cerrada noche, vale la pena celebrarlos. No es Ítaca aún, lo sabemos bien. Pero en este tramo del viaje, la entereza de los desplazados y su pacífica astucia, unidas a la solidaridad de las organizaciones que los acompañaron, ha hecho la diferencia.
Ítaca puede parecernos aún lejos (‘falta lo que falta’ se oye susurrar desde las montañas chiapanecas) pero este tramo del viaje, bebido con fervor hasta las heces (‘hasta no verte, Jesús mío’) nos ha dejado a todos muchas enseñanzas.
Con el mes de septiembre parece desbordarse, particularmente en los medios de comunicación electrónicos, tan patrióticos ellos, esta rara forma de cursilería que llamamos “nacionalismo”. La cercanía del bicentenario del inicio de la independencia y el centenario de la revolución mexicana lo único que han hecho es subrayar esta tendencia. De manera que es posible que la patriótica melosidad del mes de septiembre se extienda a todo el año.
Las televisoras están convencidas de que pueden tocar los corazones de todos los que vivimos en este país y congregarnos, como rebaño conducido a pastos de felicidad, en torno al mensaje “el orgullo de ser mexicanos”. Yo cada vez que escucho la propaganda con que intentan llenarnos el cerebro, recuerdo aquella frase de la hermosa canción de Fito Páez, “Un vestido y un amor”, que reza: ‘Ya sé, no te hace gracia este país…”
Y sí, este país no me hace ninguna gracia. No puedo estar orgulloso de un país que no ha querido reconocer en los hechos la pluriculturalidad que lo caracteriza y combate a capa y espada cualquier intento de autonomía indígena que intente ponerse en marcha. Que hablen, si no, las juntas de buen gobierno en Chiapas o los municipios indígenas que, como hongos, van multiplicándose ahí donde habitan los pueblos originarios, para testimoniar el hostigamiento permanente del que son víctimas.
No solamente no me enorgullece, sino que me avergüenza que, en pleno siglo XXI, haya pueblos como el de san Antonio Ebulà, en el vecino estado de Campeche, que hayan sido arrasados impunemente por un particular que, en uso del poder que le ofrece su potencial económico y la sumisión servil de las autoridades campechanas, desaloje con vándalos a una población establecida en un territorio en litigio, sin presentar orden de ningún juez y sin recibir ningún castigo por sus fechorías. No puedo sentirme orgulloso de un país en el que sucede esto y el delincuente, en vez de ser detenido y sancionado, es defendido por las fuerzas del orden.
¿Cómo podría estar orgulloso de un país en el que, uno a uno, todos los intentos de democratizar la vida pública han caído en un hoyo oscuro? Las instituciones “ciudadanizadas” no son más que botines políticos y arena de lucha entre los partidos. Las comisiones estatales de derechos humanos, salvo una o dos honrosas excepciones –entre las que no se encuentra, desde luego, la yucateca– son organismos inútiles y dispendiosos, más prestos a justificar las acciones del gobierno que a vigilarlas. Lo mismo puede decirse de los institutos electorales y los de acceso a la información.
Y cuando la ciudadanía, cansada de que sus intentos por enderezar el rumbo de este país y decepcionada de la venalidad de los poderes ejecutivo y legislativo, volteó los ojos hacia el más alto tribunal, la Suprema Corte de Justicia, recibió de premio los dictámenes que exoneraron al gobernador de Puebla y dejaron en la impunidad los delitos cometidos contra Lydia Cacho, contra los pobladores de Atenco y que, en la hazaña más reciente de la Corte, han dejado en libertad a los asesinos materiales de los mártires de Acteal. Junto con don Raúl Vera, digno prelado mexicano, también él ‘rara avis’, dan ganas de decirle a los señores y señoras de la Suprema Corte: ‘Por favor, señores, tengan piedad de este pueblo’.
¿Orgullos yo de que el Poder Legislativo de nuestro estado haya hipotecado el futuro aprobando una deuda que arrastraremos durante 25 años y sin que nadie, nadie, nos explique a los ciudadanos cómo le haremos para vigilar el destino de esos recursos, si no hemos podido recibir siquiera cuentas claras del concierto de Plácido Domingo en Chichén Itzá? ¿Bromea usted?
No hay, en el horizonte de mi corto entendimiento, muchas razones para sentirme orgulloso de ser mexicano. No me seducen las notas del mariachi ni los tres colores de la bandera. Si no fuera por el empeño de quienes, en el esfuerzo cotidiano, a veces criminalizados sin motivo, no dejan de creer y trabajar por justicia y vida digna para todos, este país sería uno de los más invivibles el planeta.
No quiero ser ave de mal agüero, y menos en un mes de patriótica sensiblería. Disculpe usted, paciente lector y lectora, el desfogue de rabia de las líneas precedentes. Quizá opine usted que mi visión es demasiado oscura y que, a pesar de la clase política que nos gobierna, de la corrupción y el espíritu discriminatorio que permea muchos estratos de nuestra sociedad, México sigue teniendo un futuro promisorio, tal y como lo anuncian a voz en cuello los anuncios de Televisa y TV Azteca. De ser así, lo felicito por su espíritu optimista.
Quiero, sin embargo, advertirle que, pese a las notas de ‘México lindo y querido’ y a las luces multicolores que adornaron el Palacio Nacional en la fiesta del 15 de septiembre pasado, cuando a un puñado de gente le va muy, pero muy bien, mientras la gran mayoría sufre penurias, el riesgo de que la soga se rompa por lo más delgado es previsible. Hace 200 años una elite de ricos españoles vivía sin darse cuenta que cientos de criollos y miles de miembros de los pueblos originarios estaban ya cansados del yugo que los sojuzgaba. Y vino la guerra de independencia.
Hace cien años los grandes comerciantes y el círculo de allegados al régimen dictatorial de don Porfirio banqueteaban despreocupadamente, mientras en el campo mexicano, tanto en el sur como en el norte, la gente se moría de hambre. Y estalló la revolución. Celebrar el bicentenario sin escuchar –Marx dixit– ‘cómo crece la hierba’ en la dolorosa realidad de este país, es uno de los peores errores que podríamos cometer. Ojalá me equivoque y este túnel oscuro tenga otra salida. Ojalá me equivoque…
Hay algunos escritores que son muy severos con su propia producción. Así como puede encontrarse, aun entre los grandes, escritores que son de pluma ligera y que publican más de lo que debieran, puede uno hallar también autores que enjuician sus propios escritos con una vara tan alta que deciden dejar impublicados textos de excelente manufactura.
El asunto adquiere una dimensión dramática cuando el escritor muere. ¿Quién toma la decisión de publicar o no su legado? La edición de textos póstumos es una tarea no exenta de polémica. Incluso entre los lectores hay divergencias. Dice Álvarez Garriga que hay dos corrientes de pensamiento que se enfrentan en torno a este hecho: los “lectores héroe”, que quieren leer todo lo escrito por el autor amado, incluso sus notas para el panadero o sus recados de teléfono; y los “lectores vinagreta” que se han hecho ya una imagen acabada del escritor y que consideran una traición a su memoria la publicación de obra que él decidió no publicar o no alcanzó a hacerlo.
Quizá el caso más emblemático sea el de Franz Kafka. Max Brod, su más íntimo amigo, también él notable escritor y crítico, señala que “casi todo lo que Kafka publicó tuve que arrancárselo a fuerza de astucia y de elocuencia… Era preciso vencer muchas resistencias antes de lograr que publicara un volumen”. Cuando Kafka murió lo hizo sin dejar ningún testamento escrito. En su escritorio, entre muchos otros papeles, se encontró uno dirigido a su amigo Max Brod en el que señalaba:
“Todo lo que se encuentre al morir yo (en cajones de libros, en armarios, en el escritorio, ya sea en mi casa o en la oficina o en cualquier otro lugar en que se te ocurra que pudiera haber papeles), me refiero a diarios, manuscritos, cartas, ya sean ajenas o propias, esbozos y toda cosa de este género, debe ser quemado sin leerse; también todos los escritos o notas que tú u otros tengan en su poder deben seguir el mismo camino; en cuanto a los que otras personas posean tendrás que reclamárselos en mi nombre. Si no quieren devolverte cartas mías, por lo menos procura que te prometan que han de quemarlas”.
Más tarde se encontró entre otros papeles, tras una búsqueda más acuciosa, una hoja de papel escrita a lápiz, en la que el escritor reiteraba su decisión: “He aquí pues mi última voluntad respecto de todo lo que escribí para el caso de que se produzca lo que preveo: de todo cuanto he escrito pueden conservarse sólo las siguientes obras: La condena, El proceso, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Un médico rural, y el relato Artista del hambre. Los pocos ejemplares de Contemplación pueden también conservarse; no quiero dar a nadie el trabajo de destruirlos, mas no han de imprimirse de nuevo. Al decir que pueden conservarse esos cinco libros y el relato no quiero significar que tenga el deseo de que vuelvan a imprimirse para ser trasmitidos a la posteridad; por el contrario, si se perdieran por completo, ello respondería a mi verdadero deseo. Sólo que no puedo impedir a nadie, puesto que ya existen, que los conserve si así le place… Pero todo lo demás escrito por mí (publicado en revistas, contenido en manuscritos o en cartas) sin excepción alguna, en la medida en que puedas obtenerlo mediante ruegos a las personas que lo poseen (tú conoces a la mayor parte de ellas), todo esto, sin excepción, y preferiría que sin leer (sin embargo no te impido que lo hojees, aunque en verdad preferiría que no lo hicieras; en todo caso nadie más tiene derecho a mirarlos), ha de ser destruido y te ruego que lo hagas cuanto antes”.
Una conversación mantenida entre Kafka y Brod en 1921, y conservada por este último, nos revela la reacción del amigo ante la petición de Kafka. Brod le dijo en aquella ocasión: “Si me encargas seriamente eso, te digo desde ahora que no cumpliré tu ruego”. Continúa Brod su relato: “Toda la conversación se llevó a cabo en el tono de broma que nos era habitual, pero, sin embargo, con esa secreta seriedad que siempre estaba supuesta entre nosotros. Si Franz hubiera estado verdaderamente persuadido de que me negaría a cumplir su voluntad y si hubiera tomado esas disposiciones verdaderamente en serio y con un carácter definitivo, habría designado otro ejecutor testamentario”.
Quienes vivimos enamorados de la literatura de Julio Cortázar, estamos agradecidos de que él no hubiera sido tan inclemente con sus lectores. En su testamento, Cortázar dejó establecido con claridad que Aurora Bernárdez, quien fuera esposa del cronopio mayor y fuera nombrada por él como su albacea y heredera universal de su obra, era a quien correspondía la potestad de seleccionar y decidir entre todo el material que Julio hubiera dejado sin publicar.
A esta decisión debemos la aparición de “Papeles Inesperados”, una colección de textos inéditos de Julio Cortázar, publicados ahora en ocasión del 25º aniversario de su fallecimiento. Aparición extraña, sin consideramos que circula desde hace años una edición de sus obras completas (que no resultaron, pues, tan completas, dado que el volumen que ahora sale a la luz tiene nada menos que ¡450 páginas!). Se confirma así aquella expresión de Borges, proferida en referencia a las versiones de Homero, que señalaba que la expresión ‘edición definitiva’ “es un concepto que no corresponde sino a la teología o al cansancio”. Y ya se ve que los amantes de Cortázar están todo, menos cansados de leerlo.
El libro, que puede ya conseguirse en las librerías mexicanas, es una miscelánea de textos que contiene poemas, auto entrevistas y prosa, ésta última subdividida en narrativa breve (“Historias”, “Historias de cronopios” y “De un tal Lucas”), textos de emergencia (“De los amigos” y “Otros territorios”) y páginas inclasificables (“Fondos de cajón”). El prólogo nos ilustra acerca de la historia que se esconde detrás de estos textos, a partir de la noche en que Aurora Bernárdez mencionó a Carles Álvarez Garriga que tenía en su domicilio “algo, unos papelitos a los que quizá te interese echar un vistazo”. Una vez visitada la casa y revisados los textos, el crítico sólo acertó a protestar: “¿Cómo se le ocurre tener todo esto aquí?”.
“Papeles inesperados” está ya al alcance de la mano en cuidada edición de Alfaguara. A los seguidores del narrador argentino no puede sino hincharnos de alegría. ¡Buena lectura!
Colofón: Cada declaración pública de sus propulsores corrobora la intención y el carácter discriminatorio de la recientemente aprobada reforma de ley que define a la familia. En el caso de la adopción por parte de personas solteras, los extraviados diputados y diputadas podrían anotar en las correcciones que vienen: los solteros y solteras podrán adoptar… exclusivamente si son heterosexuales.
Comentarios recientes