La rasposa voz parecía reverberar en el ambiente cuando Humberto apagó la radio. “Cry, baby, cry” era la canción de Janis Joplin que más le gustaba. Sentía un poco de enojo por haber tenido que apagar la radio sin terminar de escucharla, pero la mirada fija de su madre, de pie frente a él con los brazos cruzados en actitud amenazante, terminó por convencerlo. Ya suficientes problemas tenía para que, además, tuviera a su mamá encima todo el día, criticando su pelo largo, sus lecturas inconvenientes, sus pantalones de mezclilla, ‘es que se paran solos, chamaco, por favor, ya cámbiate’…
Él no tenía la culpa: era justo un hijo de su tiempo. A sus trece años, amaba escuchar “Purple Haze” en la estremecedora guitarra de Jimmy Hendrix, y aunque entendía bastante poco inglés para sus trece años, porque ‘de nada sirven esos pinches cursos de inglés que se toman en las secundarias, sobre todo si te los da esa vieja de la peluca ridícula que me tocó por maestra’, Humberto se pasaba todo el día prendido a la consola que su papá comprara cerca de dos años antes: mueble pesado, de cuatro elegantes y largas patas, con capacidad hasta para cuatro discos de vinil en espera, de madera prensada pero cubierto de un brillante material que la madre pulía con un aceite especial. Pero Humberto no tenía dinero para comprar discos, y su viejo compraba solamente música de tríos… ¡qué hueva! En cambio la radio… hasta parecía tener un sonido especial en un mueble tan elegante.
La madre soltó la frase de sopetón: ‘el padre Lázaro vino a visitarte’. Humberto no preguntó más: apagó el radio y salió corriendo para el comedor, donde el sacerdote ya esperaba. Era un cura amigo de la familia. Humberto lo veía en la iglesia todos los domingos, cuando, obligado por su mamá, iba a misa de ocho de la mañana. El curita no le era antipático, se esforzaba por parecer moderno y utilizar el lenguaje de la onda, pero Humberto no entendía por qué estaba ahora en su casa. Le pareció demasiado ceremonioso cuando, sentado frente a él, el curita le clavó los ojos, ‘tu mamá dice que andas diciendo muchas babosadas… eso no me preocupa, todos los chavos de tu edad dicen babosadas… pero, ¿es cierto que le dijiste que quieres andar desnudo en tu casa y que quieres que ella también se desnude?’
Humberto casi no pudo aguantarse la risa. Un cura desesperado por la desnudez… ¿pues no Adán y Eva andaban desnudos? No tardó en tranquilizar al padrecito explicándole que todo se debía a un artículo de Carlos Baca, de la revista “México Canta”, los hippies, ya se sabía, se deslizaban de la música rock hacia las filosofías orientales… Sí, Humberto recordaba haber comentado alguna vez el asunto con su mamá. No pensó que fuera a tomarlo tan en serio.
Le aseguró al curita que no se iba a desnudar, que las locuras sobre la energía solar y la bondad de caminar bajo la lluvia sin correr para guarecerse, o el asunto que tanto le preocupaba, eso de andar desnudos, ‘justo como nuestros primeros padres en el paraíso’ (el padrecito no pudo dejar de sonreír ante la insolente ironía de Humberto), no iban en absoluto en contra de su fe católica: ‘sigo siendo la misma persona que hasta hace algunos años le ayudaba en la Misa como acólito, padre, ya no chingue y deje de hacerle caso a las neurosis de mi mamá…’
El padre Lázaro se echó una carcajada y le dio a Humberto dos palmadas en el hombro. El tiempo de la despedida pareció interminable. La radio esperaba y el programa estaba a punto de comenzar. La madre le ofreció café con galletitas al padre y Humberto tuvo que aguantarse ahí parado mientras, disimuladamente, le echaba un ojo al reloj de la pared. ‘Si este chingao cura no se va, no alcanzaré el programa de concurso entre The Beatles y Creedence’. Humberto siempre le iba a los Beatles, ‘cuestión de fidelidad a los genios de Liverpool’, pero secretamente se derretía cuando escuchaba “Born on the Bayou” de Creedence.
Sólo se perdió la primera canción del programa. Aunque en toda la cuadra no había teléfono más que en la tienda de la esquina, lo que hacía casi imposible que participara directamente en el concurso, Humberto gozaba cada llamada a favor de los Beatles como si la hubiera hecho él mismo. En el viento se respiraban aires de libertad. Todo parecía ser posible, hasta construir una ciudad en la que estuviera prohibido llevar ropa. Humberto se pasaba buena porte del día pegado a la consola escuchando música en sus programas de radio favoritos… ¿qué otra cosa podía ser más importante para un chavo de trece años en octubre de 1971?
¿Por qué no voté por el PRI?
Porque me parece que su nuevo discurso democrático esconde solamente las más viejas tradiciones autoritarias que pusieron en práctica durante más de setenta años.
Porque son especialistas en la manipulación de las masas, en la compra de conciencias, en la fabricación de delitos, en la corrupción de las personas.
Porque juegan con la pobreza de la gente, pobreza de la que ellos son en parte responsables, manipulan sus necesidades, se parapetan en el sufrimiento provocado por carencias de todo tipo.
Porque hay mucha distancia entre el civilizado discurso de Beatriz Paredes y las prácticas clientelares que son pan de cada día en todos los gobiernos priístas. Y porque estoy más que seguro que ella las conoce y las aprueba.
Porque mantienen en la gubernatura, sin una sola palabra de autocrítica, a Ulises Ruiz, al Góber precioso, a Fidel Herrera y a otros delincuentes que han convertido sus estados en cacicazgos sustentados en continuas y públicas violaciones de la ley.
Porque es un partido que no me despierta la más mínima confianza y porque la mayor parte de los funcionarios emanados de sus filas están interesados exclusivamente en saquear el erario y convertir el servicio público en cantera de trabajos para sus allegados.
Porque es un partido que compra votos, que chantajea, que amenaza, que resuelve sus problemas a través de sospechosas muertes.
Nunca, desde que soy ciudadano, he votado por el PRI. Es mi intención nunca hacerlo.
¿Por qué no voté por el PAN?
Porque de una oposición honrada y a veces heroica pasó a ser un gobierno corrupto y con las mismas viciadas prácticas clientelares que las que pusiera en práctica el que fuera partido hegemónico durante varias décadas.
Porque Vicente Fox fue capaz de despertar un movimiento cívico de grandes proporciones solamente para derrochar después ese capital político en una presidencia llena de frivolidades y de desprecio por los principios que abanderó.
Porque padecen la arrogancia de quienes creen ser “los buenos”, que los incapacita para ejercitar cualquier tipo de autocrítica.
Porque defienden un proyecto económico que promueve la acumulación de capitales y agudiza la pobreza de la mayoría.
Porque intentan imponer un solo modelo de conducta moral, favorecen la discriminación de las minorías sexuales y diluyen la necesaria separación entre las iglesias y el Estado, poniendo en riesgo la laicidad de éste último.
Porque en su práctica política cada vez se parece más al PRI que durante tantos años combatió.
Nunca, desde que soy ciudadano, he votado por el PAN. Es mi intención nunca hacerlo.
¿Por qué no voté por el PRD?
Porque surgidos como un esfuerzo de unidad entre las fuerzas de izquierda, viven en una riña interna permanente que hace que los intereses de los distintos grupos prevalezcan por encima de la discusión de los problemas nacionales más relevantes.
Porque llamados por su tradición ideológica a comprender y apoyar las demandas de autonomía de los pueblos indígenas, se unieron a la contrarreforma que traicionó los Acuerdos de san Andrés y porque las autoridades emanadas de este partido siguen hostigando la autonomía zapatista de los municipios autónomos y las juntas de buen gobierno en Chiapas.
Porque el desaseo de sus procesos electorales internos habla muy mal de su vocación democrática, lo mismo que sus liderazgos unipersonales.
No voté por el PRI, ni por el PAN, ni por el PRD porque los tres partidos se han sometido a la dictadura ejercida por el duopolio de las comunicaciones electrónicas (Televisa y TV Azteca) y votaron de manera unánime en la Cámara de Diputados un proyecto de ley vergonzoso y entreguista, que tuvo que ser declarado inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia. Porque los tres han dado la espalda a los derechos de los pueblos indios. Porque los tres están sometidos al imperio de los grandes empresarios y no han sabido defender el patrimonio agrícola nacional frente a la amenaza de los cultivos transgénicos. Y sólo son algunas de las razones…
El camino de transformación del país, lo sabemos mejor desde hace quince años y seis meses, no parece transitar por las urnas electorales. El otro mundo posible no le ha tenido que pedir permiso al IFE para comenzar a existir en lo más abajo y a la izquierda de la geografía mexicana, que hasta el momento no es otra cosa que la geografía del dolor y la desigualdad. Pero hay amaneceres dispuestos a asaltarnos, y no siguen calendarios electorales.
Como anuncié en la columna pasada, el pasado miércoles 24 de junio tuvo lugar, en la Sala de Arte del Teatro Mérida, la mesa de discusión “Darwin: espejos de la evolución”, organizada por la Red Literaria del Sureste. Los 150 años de la publicación del libro “El Origen de las Especies”, de Charles Darwin, no es una efeméride menor. El impacto de la teoría darwiniana ha ido mucho más allá de la biología de la evolución y ha terminado por cambiar por completo nuestra visión del mundo.
El esfuerzo de la Red Literaria del Sureste es digno de encomio; es una lástima que el Instituto de Cultura de Yucatán haya estado a punto de arruinarlo. Me refiero al hecho de que después de haberse anunciado con tiempo la realización de la mesa de discusión en la Sala de Arte del Teatro Mérida, ésta estuviera sin aire acondicionado y sin servicio audiovisual eficiente. Lo segundo pudo solucionarse en el último momento. El clima artificial, en cambio, nunca funcionó. Solamente la heroica resistencia de los asistentes que llenaron la sala permitió que, a pesar de una temperatura que debió sobrepasar los 45 grados, propia de un espacio cerrado y sin ventilación, la mesa de discusión haya podido llevarse al cabo. No hubo en ningún momento, de parte de la administración del Teatro Mérida, un ofrecimiento de disculpas.
Pero más allá de la penosa ineficiencia de los responsables del abandono de dicho recinto cultural, la mesa de discusión resultó, gracias al interés y la paciencia de los asistentes, una experiencia muy interesante. La primera participación fue la del Dr. Manuel Robert, renombrado biólogo, que presentó una amena introducción a la personalidad de Darwin e ilustró de manera sencilla y accesible el impacto decisivo que su teoría ha tenido en todos los órdenes de la ciencia. Tocó después su turno a la Dra. Martha Pimienta, especialista en antropología física, quien nos condujo también con mucha sencillez por el camino de los hallazgos, en diversas partes del planeta, de fósiles y cráneos de los antepasados del ‘homo sapiens’ que han ilustrado y corroborado la teoría de la evolución. Debe agradecerse a ambos científicos su claridad en la exposición ya que así permitieron que los asistentes, la mayor parte legos en estas profundidades científicas, pudiéramos seguir las exposiciones con agrado, disfrutando incluso del fino humor de los expositores.
El tercer turno correspondió al Dr. Manuel Uc que propuso el marco histórico, social, religioso y político en el que se gestaron los trabajos de Darwin y surgió la teoría de la evolución. Finalmente, tocó el turno a un servidor. En la columna de la semana pasada mencioné que hoy compartiría el contenido de mi ponencia. Paso a cumplir el compromiso contraído presentando un resumen de lo tratado, dado que el trabajo completo será publicado en el blog de la Red Literaria del Sureste o, en su defecto, será colocado como archivo descargable en este mismo sitio debido a su dimensión.
Después de ilustrar como introducción el interés que muchos hombres religiosos han tenido por la investigación científica a lo largo de los siglos, pasé a plantear cuáles son las posiciones radicales que se han asumido frente a la teoría de la evolución y su relación con Dios y con la religión, sobre todo a partir del momento en que los procesos de observación de Darwin y de los científicos que le han sucedido en esta misma senda, replantearon la discusión filosófica sobre el origen del universo. La selección natural no planificada ponía inevitablemente en revisión la idea de un Dios creador y organizador, reviviendo un debate tan antiguo como la filosofía misma.
La primera posición es la del evolucionismo radical, que ve en la teoría de la evolución la comprobación o prueba científica de que la creación no es una explicación admisible del origen del mundo. El origen del universo y del hombre se explicaría sin necesidad de recurrir a la existencia de un Dios creador, noción que habría sido definitivamente superada por el avance científico. En el otro extremo habría que situar a los creacionistas radicales, que a partir de una perspectiva literalista, leen los textos bíblicos como si de textos científicos se tratara. La más moderna versión de este creacionismo lo constituye la teoría norteamericana del Diseño Inteligente.
Posteriormente pasé a exponer la posición de Francisco Ayala, uno de los científicos españoles con mayor prestigio internacional y que actualmente es profesor del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Irvine, USA. Ayala enfrenta las dos posiciones radicales antes mencionadas, señalando con lucidez que los extremos terminan tocándose. Expliqué en mi exposición las razones por las cuales Ayala considera inconveniente una posición que identifique la teoría de la evolución con el principio filosófico del ateísmo, pero también rechaza, con igual fuerza, la teoría creacionista, particularmente en su forma más reciente del “Diseño Inteligente”.
Para Ayala, ciencia y religión se mueven en planos distintos y estudian diferentes aspectos de la realidad. La ciencia estudia algunos de los aspectos cuantificables de la realidad material, de ahí que aplique de un modo lícito y muy exitoso el reduccionismo propio del materialismo metodológico; pero esto no significa que la ciencia afirme que sólo existe la realidad material. Por su parte, la religión responde a la búsqueda del significado y propósito del universo y de la vida, también a la relación entre Dios y el ser humano, así como el valor y el alcance de las normas morales que surgen de esa relación y su influencia en la vida humana concreta. A este respecto, afirma Ayala, “la ciencia no tiene nada que decir sobre estas materias, ni es asunto de la religión proveer explicaciones científicas para los fenómenos naturales”.
Finalmente, presenté algunas conclusiones en las que subrayo la posición de la iglesia católica con respecto al tema de la evolución, haciendo énfasis en la opinión de Juan Pablo II que sostiene que “hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica Humani Generis de Pío XII, nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable que esta teoría se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a causa de una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría”.
Terminé con un alegato a favor de una nueva relación entre la fe y la ciencia que supere las mutuas desconfianzas y que respete las dos parcelas autónomas del saber humano, filosofía y religión por un lado, ciencia por el otro, que no se pueden trasvasar sin caer en extrapolaciones inadmisibles o en una peligrosa pirueta conceptual. La nueva relación se hace posible cuando se advierte que evolución y creación se encuentran en planos distintos y, por lo tanto, no se excluyen mutuamente, aunque haya un tipo de “evolucionismo” que sea incompatible con la admisión de la creación y un tipo de “creacionismo” que sea incompatible con la aceptación de la evolución.
El 12 de febrero pasado se conmemoraron los doscientos años de su nacimiento. Durante todo este año del bicentenario, en diversas partes del mundo, se estarán ofreciendo homenajes a su memoria y organizando reflexiones en torno a su teoría de la evolución de las especies. Se trata de Charles Darwin, el naturalista inglés cuyos descubrimientos se convirtieron en una especie de carta de fundación de la biología moderna. Su obra fundamental, “El origen de las especies”, que cumple este año 150 años de haber sido publicada, ofreció a la comunidad científica de su tiempo elementos reunidos a través de muchos años de observación y que dieron origen a la teoría que explica la diversidad que encontramos en la naturaleza en base a las modificaciones que se fueron acumulando a lo largo de muchas generaciones por un proceso de evolución por él denominado “selección natural”.
Por una inmerecida distinción he sido invitado por la Red Literaria del Sureste (http://redliterariadelsureste.blogspot.com) para participar en una mesa de reflexión en ocasión del bicentenario del nacimiento de Darwin. La mesa tendrá lugar el próximo miércoles 24 de junio en la Sala de Arte del Teatro Mérida y lleva por nombre “Darwin: espejos de la evolución”. En ella tendré el honor de estar sentado junto con distinguidos especialistas en ciencias compartiendo mis opiniones y aprendiendo de las suyas. Mi participación tendrá como eje compartir las reacciones religiosas más relevantes en torno a la teoría de la evolución. La próxima semana publicaré en este mismo espacio las reflexiones que pronunciaré en aquella mesa, o una síntesis de ellas.
En esta ocasión quisiera unir dos efemérides aparentemente dispares. Al bicentenario de Darwin quiero juntar la celebración por los setenta años de nacimiento de quien yo considero el más grande poeta vivo de nuestro país: José Emilio Pacheco. A quien sienta que esta relación pudiera ser forzada, quiero recordarle que la literatura –arte entre las artes– es un prisma en el que acaban reflejándose los problemas humanos fundamentales. La teoría darwiniana ha tenido efectos visibles en la literatura. Uno de ellos, al que lamentablemente no podré referirme en la mesa de reflexión, es la reconsideración que la exégesis ha debido hacer sobre el valor de la literatura mitológica. La teoría darwiniana ha venido a desafiar las viejas lecturas literalistas de los relatos de la creación y ha sido uno de los acicates que ha desembocado en una lectura simbólica de los textos, más acorde con la intención de los sabios postexílicos que los pusieron por escrito. El aprecio que hoy sentimos por la hondura expresiva de los relatos mitológicos, como los de los once primeros capítulos del Génesis, sería impensable sin esta transformación.
José Emilio Pacheco es digno representante de otro tipo de influencia que la teoría de Darwin ha tenido sobre la literatura. Poeta del derrumbe, de la fugacidad del tiempo, insomne vigía de nuestra propia destrucción, J.E. Pacheco ha suscrito referencias tangenciales a Darwin y sus descubrimientos en varios de sus poemas. Hoy, para celebrar su lucidez desde este humilde rincón de la red cibernética, compartiré tres poemas suyos en los que uno puede descubrir la huella del pensamiento darwiniano. Que los disfruten.
LAS MANOS
Viéndolo bien, son monstruosas las manos
y su extraño pulgar (rencoroso
servidor de los otros cuatro).
Pobre bufón que ignora su pasado:
Gracias a él, o por culpa suya,
hemos hecho la historia.
EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
La moda, sí, es imagen de la muerte.
Todo pasa, de acuerdo.
Pero si no pasara yo sería un protozoario
en un mundo de amibas e invertebrados.
LOS MARES DEL SUR (Fragmento)
…Los paraísos duran un instante.
Llegan las aves, bajan en picada
y hacen vuelos rasantes y se elevan
con la presa en el pico: las tortugas
recién nacidas. Ya no son gaviotas:
es la Luftwaffe sobre Varsovia.
Con qué angustia se arrastran hacia la orilla,
víctimas sin más culpa que haber nacido.
Diez entre mil alcanzarán la orilla.
Las demás serán devoradas.
Que otros llamen a esto selección natural,
equilibrio de las especies.
Para mí es el horror del mundo.
Colofón: Tiempos difíciles para la celebración del día del padre. Ser proveedor y castigador ha dejado de ser la característica que en otros tiempos identificaba el ejercicio de la paternidad. La revolución de género ha modificado la relación entre el esposo y la esposa, con inevitables consecuencias en la crianza de los hijos. Los papás de hoy parecen sobrevivir sin brújula… ¿Tendremos la audacia de reformular el rol paterno? ¿Sabemos hoy, bien a bien, lo que significa ser papá?
¿Por dónde comienza uno después de una semana de tanta atrocidad? ¿Cómo puede uno dormir tranquilo después de constatar el cinismo del gobernador de Puebla, que no contento con las fechorías realizadas contra Lydia Cacho y que aún permanecen en la impunidad, arremete ahora contra profesores que ejercían su legítimo derecho a la protesta?
Doscientos granaderos, personas vestidas de civil sin identificación alguna, y un enmascarado, fueron los encargados de aprehender a maestros y observadores de derechos humanos que acompañaban la marcha. El saldo hasta el momento es de 15 maestros que todavía permanecen en la cárcel y decenas de heridos, entre los cuales hay cuatro periodistas. Cuando la abogada de un equipo independiente de derechos humanos preguntó la motivación de la acción represiva, el Secretario de Gobernación de Puebla, digno representante de su gobernador, respondió con alarmante cinismo que “ésta será ahora la forma de enfrentar las movilizaciones de protesta en Puebla”.
Más lejos en la geografía, pero no en el corazón, más de 30 mil indígenas peruanos de la zona de la Amazonia habían bloqueado pacíficamente calles y ríos de la provincia de Bagua solicitando la revisión de una legislación aprobada en 2008 y que entregaba a compañías transnacionales la exploración y explotación de los recursos naturales de la región, incluyendo el oro, el petróleo y la madera. A la demanda de eliminación de la nueva legislación, prototipo de las leyes dictadas por los poderes del dinero apátrida que presiona a los gobiernos e impone esta suerte de capitalismo salvaje que ha sido denominado neoliberalismo, se unieron las voces de los nueve obispos de la amazonia peruana e, incluso, el Defensor Público de los Derechos Humanos (que a diferencia del mexicano parece tener cierto sentido de la vergüenza). Nada de eso fue suficiente.
El gobierno de Alan García, que se había ya estrenado como represor en una anterior gestión, declaró en el mes de mayo el estado de emergencia en la región. No le importó que representantes de los pueblos originarios afectados por la legislación hubieran pasado cerca de un año solicitando negociaciones con el gobierno sin conseguirlas. Tampoco le importó que la repudiada ley hubiera sido aprobada sin ningún tipo de consulta previa con los pueblos indígenas, legítimos propietarios de esas tierras, violando de manera flagrante la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas aprobada desde 2007. Nada de eso le importó al “democrático” gobierno de Alan García. El 5 de junio la Policía Nacional atacó a un grupo de indígenas que permanecía en la protesta a las afueras de Bagua. Las cuentas finales son aterradoras: más de cuarenta muertos y 150 personas heridas.
Ante la condena internacional, el gobierno peruano aprovecha el estado de queda establecido, según denuncia de Human Rights Watch, para ocultar y destruir pruebas incriminatorias contra la Policía. Amnistía Internacional, por su parte, ha reclamado la irregular situación de los más de setenta detenidos cuyos derechos humanos están gravemente amenazados. Incluso a nivel gubernamental, Bélgica ha solicitado de manera oficial una investigación “en profundidad e independiente” sobre los hechos, condenando la violencia desproporcionada.
La democracia, esta democracia cuyo rostro más real es el del gobernador de Puebla y el presidente del Perú, queda así profundamente desacreditada. Los gritos destemplados contra el voto nulo (que dejan metidos en el mismo saco a personajes tan disímbolos como Manlio Fabio y López Obrador, Germán Cazares y Jesús Ortega) no logran desalentar esa expresión, que recibe cada vez mayores adhesiones, del hartazgo que experimenta un buen número de ciudadanos y ciudadanas y del desencanto ante éste, el “menos peor” de los sistemas de gobierno. La criminalización de la protesta es un fruto amargo, y uno no puede dejar de preguntarse si puede provenir de un árbol bueno…
Ante este panorama de impunidad de las autoridades, como pequeña planta que nace en medio del desierto de la represión, el caracol zapatista de la comunidad de Morelia, Chiapas, será sede del Primer Encuentro Continental Americano contra la Impunidad y por la Justicia Autónoma. Personalidades de muchos países latinoamericanos se reunirán para hacer una radiografía de la impunidad en el continente. En el territorio autónomo chiapaneco se reunirán delegaciones de Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, México, Perú, Martinico, República Dominicana, Haiti y Estados Unidos, además de observadores de España, Italia, País vasco y Australia. La reunión parte de la premisa, confirmada por los dos hechos relatados más arriba, de que no existe justicia pronta completa e imparcial en el sistema dominante en nuestros países, y que es derecho de los pueblos buscar otras formas de hacer justicia para procesar, juzgar y castigar a los responsables de las graves violaciones a los derechos humanos que sufren personas y colectivos en nuestros países, de especial manera los miembros de los pueblos originarios.
Briznas de esperanza en el erial de impunidad en el que vivimos. Ya se sabe que, fiel al mito siempre renovado, Nadie se prepara para enfrentar a Polifemo (Sup dixit). Y viene el 2010 con su cabalística carga…
Mi profesor de Sagradas Escrituras en los tiempos en que estudié en el seminario se llamaba Vicente P. Mallon y era misionero de Maryknoll. Él es el directamente responsable de que yo, como él, también me haya dedicado al estudio de la Biblia. Tuve la oportunidad de acompañarlo de cerca cuando, aquejado por una grave enfermedad renal, tuvo que dejar la cátedra y pasar sus últimos años en la residencia para enfermos de su instituto religioso, allá en su país natal, los Estados Unidos.
Una de las últimas lecciones, dado que con él aprendí mucho más fuera de las aulas que dentro de ellas, la recibí en su lecho de enfermo. Frecuentemente nos enfrascábamos en largas discusiones. Nuestras posiciones políticas solían ser radicalmente opuestas. Votante orgulloso del Partido Republicano era casi un milagro que fuera tan paciente con un imberbe discípulo imbuido hasta las cachas en la fascinación de los socialismos y la teología de la liberación.
Pues bien, ya enfermo el Padre Mallon conversamos un día sobre teología y exégesis. Después de recitarle una larga perorata en la que cité a muchos de los teólogos de moda, el Padre Mallon, mirándome a los ojos, me dijo: “¿Sabes qué no me gusta de muchos de esos teólogos modernos? Que se montan en la teología como si fuera un ‘buldózer’ y pasan como aplanadora arrasando con el Misterio…”
Hoy que paso los cincuenta años alcanzo a entender mejor la imagen usada por el Padre Mallon. La teología es, bien lo sabemos, un lenguaje sobre Dios. Como todos los lenguajes el lenguaje teológico es parcial, finito, caduco, sujeto al tiempo y al espacio, a la historia y al contexto de quien lo emite y de quien lo recibe. Hablar de Dios es hablar del Misterio. Hacer teología es, por tanto, pensar y reflexionar sobre el Misterio, sobre algo que nos sobrepasa. Esto es lo que hizo que Tomás de Aquino afirmara en la Summa Teologica I,9.3: “De Deo scire non possumus quid sit, sed quid non sit” (De Dios no podemos saber lo que es, sino sólo lo que no es).
Reconocer esta realidad implica una actitud de respeto que, como bien señala Gustavo Gutiérrez, “no se compagina con ciertos discursos que pretenden con seguridad, y a veces con arrogancia, saber todo a propósito de Dios”. Esta es quizá la más patética cara de los fundamentalismos de todo tipo, hoy tan en boga en todas las religiones.
Hay un texto en el evangelio que ilustra lo que ahora digo. Se trata de la oración de Jesús que nos trae Mateo en 11,25-26: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado ala gente sencilla. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito’. No hay duda alguna que la expresión ‘sabios e inteligentes’ apunta a las autoridades religiosas de Israel: los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, gente social y económicamente relevante. Jesús afirma que la revelación de Dios le es ocultada a este tipo de gente. Desafía así la autoridad religiosa de los expertos en las Escrituras y subraya la capacidad de los ignorantes (la palabra ‘sencillos’, usada en el texto, proviene del peyorativo griego ‘népioi’, con clara connotación de ignorancia) para comprender la revelación. El agradecimiento de Jesús no se refiere sólo a la contraposición de estos dos grupos, los sabios y los ignorantes, sino a lo que se esconde detrás de esta contradicción: el amor libre y gratuito de Dios, su bondad sin condiciones, que hace que los simples, los insignificantes, sean los preferidos. Todo un orden social y religioso es puesto en crisis.
Es siguiendo esta intuición que la teología de la liberación, en su formulación más clásica, afirmaba que hacer teología era un acto segundo, mientras que contemplar a Dios y poner en práctica su voluntad, es decir, su Reino, son el acto primero. Yo creo que, a pesar de todos los intentos por desestimarla o desprestigiarla –algunos de ellos marcados por una ignorancia que podríamos llamar ‘de mala leche’– la teología de la liberación hizo con esta observación metodológica una aportación fundamental al quehacer teológico en general.
Hoy creo que sólo la mística (contemplación orante) y la práctica (militancia por el Reino) autentifican el discurso teológico y religioso y hacen de él un lenguaje respetuoso del Misterio. Sólo entonces la teología podrá aspirar a ser un hablar pertinente sobre Dios. Contemplación y práctica son el primer paso, y ambas son experiencias de silencio. En efecto, contemplar es permanecer mudo, como insomne vigía, ante el Señor. La práctica es también otra forma de silencio, porque cuando amamos, cuando construimos la justicia, cuando experimentamos a fondo la fraternidad universal, cuando luchamos por el respeto a los derechos humanos, cuando nos ejercitamos en el perdón y la tolerancia, no estamos, estrictamente hablando, discurriendo sobre Dios.
Quizá por eso, porque las palabras se alimentan y enriquecen de silencio, es que siempre he considerado como señal de auténtico amor y amistad el poder estar tranquilamente callado con la persona a la que se ama. Con el lenguaje sobre Dios pasa lo mismo: cuando usamos los símbolos –en la liturgia, por ejemplo– es porque somos conscientes de que las palabras no son capaces de expresar lo experimentado. Si nuestras teologías son solamente repetición de fórmulas pasadas, viejas; si ofrecen al mundo discursos, pero no alimentan su esperanza; entonces nos merecemos recibir de los pobres de este mundo aquel reproche que Job dirige a sus muy ortodoxos amigos: “todos ustedes no son más que consoladores inoportunos” (Job 16,2).
Colofón: Me alegra vivir y trabajar en una comisaría de Mérida. Eso me da la oportunidad de no olvidarme nunca de lo inequitativa que es la sociedad en que vivimos. Por el rumbo del Parque del Centenario hicieron una operación de mantenimiento que requirió romper el pavimento. En menos de tres días, las incómodas zanjas estaban ya cerradas y petrolizadas de nuevo. En Chablekal llevamos ya más de tres meses con las calles abiertas y así, estoy seguro, seguirán por varios meses más. Y luego dicen que no hay dos Méridas…
El humus en el que germinó la semilla no podía ser más adecuado. En noviembre de 1990 se orquestó un escandaloso fraude electoral en la ciudad de Valladolid y sus comisarías. Un mes después, como colofón a una serie de actividades de protesta ciudadana en las que participó más del 55% del padrón electoral de esa demarcación, un grupo de choque, infiltrado en un mitin multitudinario, realizó destrozos en el palacio municipal y en comercios de la oriental localidad. La respuesta fue inmediata: fuerzas policíacas detuvieron a 139 personas de las cuales 21 fueron consignadas y permanecieron en la cárcel durante 21 días, en un vergonzoso capítulo de la procuración y administración de la justicia que es especialmente oportuno recordar hoy, que el candidato beneficiado por tal fraude es de nuevo aspirante a un cargo de elección popular.
También en 1990 tuvo lugar la heroica lucha sindical de los trabajadores y trabajadoras del Grupo Avícola Fernández en las granjas de Tetiz y Hunucmá, con saldos tan deleznables como el secuestro del asesor del sindicato, Julio Macossay, y el posterior proceso penal contra él y su hermano Mauricio, proceso que tuvieron que enfrentar junto con 25 dirigentes del sindicato.
Si a estos antecedentes se le añade el despertar ciudadano que estos hechos suscitaron en amplias capas de la población (habría que recordar, por ejemplo, que en el caso del fraude electoral vallisoletano se formaron comités de defensa de la voluntad popular, no solamente en Valladolid y sus alrededores, sino en combativas colonias meridanas como la Vicente Solís, la Sambulá y la Mulsay, entre otras), y la corriente de renovación que aún palpitaba en amplios círculos eclesiales, entonces tenemos listo el panorama que permite el nacimiento del primer equipo formal de derechos humanos en el estado.
Hacia finales de mayo de 1991, nacía el equipo de derechos humanos Indignación A.C. Apenas un mes antes de otra célebre represión contra campesinos y campesinas que tuvo lugar en la Plaza Grande en tiempos del interinato de Dulce María Sauri, iniciado el 14 de febrero de ese año. Este marco de represión, de uso faccioso de las instituciones, de impotencia y cansancio popular fue el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento del equipo que en estos días celebra su mayoría de edad.
Mucha agua ha cruzado bajo el puente en estos dieciocho años. Tras una historia escrita también por quienes han dejado el equipo para incursionar en otros caminos (Nancy, Augusto, Baltazar, Silvia, Claudia, Juan Manuel, Minerva, Fabiola…), el equipo Indignación llega a su mayoría de edad mucho más maduro y profesional. Acompañado de la inquebrantable solidaridad de “Misereor”, organización de la iglesia católica alemana que financia proyectos de desarrollo, y del cariño y el apoyo de mucha gente que comparte los mismos sueños de igualdad y justicia que animan al equipo, Indignación A.C. llega a su décimo octavo aniversario como un equipo bicultural que se plantea nuevos retos de crecimiento.
En su ya no tan breve historia Indignación A.C. ha aprendido a transformarse junto con la realidad. De la revolución de género ha adquirido un insobornable espíritu feminista. Del movimiento zapatista ha recibido su acendrado talante anticapitalista. De la tenaz lucha de los grupos minoritarios heredó su irrenunciable devoción por la igualdad y la no discriminación que le ha llevado a incursionar recientemente en la defensa de la igualdad de derechos para las personas homosexuales, incursión que ha despertado tanta polémica precisamente porque rompe con muchos de los prejuicios tenidos por verdades universales. Congruente con los legados recibidos, el equipo Indignación A.C. ha hecho de la igualdad de género, la pluriculturalidad y la promoción de los derechos económicos, sociales y culturales, el sustento de su visión integral de defensa de los derechos humanos.
Vienen, no cabe duda, tiempos difíciles. La inoperancia cada vez mayor de las instituciones del Estado, el absoluto descrédito de todos los partidos políticos (cuya esperpéntica representación es el fraude llamado “Partido Verde”, alineado en su desesperada búsqueda de votos con las peores causas de la derecha más recalcitrante: la pena de muerte y la homofobia), la criminalización de la protesta ciudadana, el cinismo del aparato político, la embestida contra el estado laico, el deterioro de la mayor parte de los organismos públicos de derechos humanos, la extendida vuelta atrás en derechos que ya habían sido consagrados en las leyes, la exacerbación de la desigualdad en ocasión de la enésima crisis del capitalismo mundial, el combate contra el narcotráfico y la afectación de derechos y libertades civiles que se esconden tras él, todo ello conforma un explosivo cóctel que, aunado a las míticas fechas de 2010 y 2012, avizora un futuro de imprevisibles consecuencias.
Ante este incierto panorama se hace indispensable un equipo de derechos humanos serio, confiable, independiente. Será necesario seguir documentando y haciendo pública toda violación a los derechos humanos. Será necesario continuar con la denuncia puntual y documentada de un sistema sociopolítico y económico que ha traicionado su función primordial: ser garante del disfrute de todos los derechos para todas las personas. Desde esta columna auguramos que el equipo Indignación A.C. pueda seguir prestando este servicio a la sociedad yucateca y al país. Me siento profundamente orgulloso de contarme entre sus filas.
La mujer maya está sentada delante del Padre Zacarías. Tiene el cabello canoso y el rostro transido por un rictus de tristeza. Cuando la luz del sol vespertino le pega en la cara, de repente, su ceño se frunce y las arrugas que pacientemente se han formado a lo largo de setenta años parecen hacerse más profundas. No es una confesión, dice, solamente vengo a contarle cosas que desde hace muchos años no me dejan dormir en paz. Cada vez que me confieso siento que quiero decirlas, pero no me había atrevido hasta ahora que, no sé por qué, usted me inspiró confianza. Mientras ella habla, el padre Zacarías le contempla las manos callosas que, con cierta gracia y apacibilidad, descansan sobre el albo hipil. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y aún faltan quince minutos para que la Misa comience.
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Miguel termina de envolver el frijol. Entrega el envoltorio de papel de estraza a la clienta que le ha pedido medio kilo. Ve pasar, mientras recibe el dinero del pago, a doña Imelda, la esposa de Gumersindo, el que se fue a trabajar a la zona chiclera. Es un secreto a voces que doña Imelda, cargada de tres chamacos, no encuentra su esquina para sostenerlos. Gumersindo está lejos, trepado allá en los cerros de Tzucacab, y rara vez encuentra quien salga de la selva para mandar con él algo de dinero para Imelda y sus hijos. El sol está que parte piedras, ¿qué buscará doña Imelda dándole vueltas a la manzana? Ya van dos veces que Miguel la mira asomarse a la puerta de la tienda y seguir después de largo.
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Fili abre los ojitos. No es fácil despertarse a las seis de la mañana para irse a la escuela. Ayer anduvo corriendo mientras jugaba busca-busca. Cuando después de desperezarse termina de vestirse, siente que el estómago le punza de hambre. Ayer no cenó. Su madre se acerca a componerle el cuello de la camisa para que el remiendo no se le note. Aprovecha decirle que no hay nada para desayunar, pero que no se preocupen, que seguramente cuando regresen de la escuela les esperará algo sabroso, que ella va a conseguirlo durante la mañana. Fili se agarra de la mano de su hermano mayor y sale para la escuela. Las punzadas en la barriga no lo abandonarán durante todo el día.
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Doña Ausencia anda buscando el saco de las naranjas. No quiere que su marido la descubra. Al fin, en la puerta de la cocina, camino al patio trasero, encuentra el saco gris. Entre las frutas, amarillas y olorosas, doña Ausencia coloca rápidamente los dos kilos de arroz que compró en la tienda de la esquina, los esconde bajo algunas naranjas y cierra de nuevo el costal. No puede dejar de pensar en su amiga Imelda, sola con tres chamacos y con el Gumersindo que sabrá Dios por dónde anda. Mateo, el esposo de Ausencia, ha pasado también largas temporadas en los campos chicleros, así que Ausencia sabe bien lo que se siente no tener ni un bocado para llevar a la boca de los hijos. Mañana por la tarde llevaré el costal a la casa de Imelda, piensa para sí doña Ausencia, no creo que Mateo se moleste porque yo le lleve algunas frutas, al fin que aquí en el patio tenemos tanta…
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Fernando sale apresurado del salón. Fili ya debe andar desesperado porque hace casi media hora que terminó su clase y con el hambre que se carga el canijo… Mañana, Fernando tratará de buscarse algunos centavos. Es sábado, así que podrá preguntarle a don Eusebio si quiere que le desyerbe el patio, o a la señora huachita que vive en el centro si no desea que le lave la camioneta. Hace tanto tiempo que no ve a su papá y que anda sufriendo los apuros a causa de la falta de dinero, que Fernando no entiende por qué su mamá se empeña en que siga yendo a la escuela y no se decide a dejarlo trabajar. De todos modos, mientras va por su hermanito Fili, Fernando piensa que apenas termine el cuarto año se va a amachar con su mamá para que ésta le permita trabajar. Así, Fili podrá terminar toda la primaria completita. Cuando, a lo lejos, Fernando mira a Fili sentado en el banco, casi puede escuchar el chillido de sus tripas. ¿Ya nos vamos? pregunta el chiquito, mientras a Fernando se le hace un nudo en la garganta.
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Miguel aprovecha que en ese momento no hay ningún cliente en la tienda y sale a asomarse a la puerta. Ya son tres veces que Imelda pasa delante de la puerta sin entrar. Apenas está llegando Miguel al umbral cuando Imelda aparece en el quicio de la esquina. Miguel la saluda y la invita a pasar a la tienda. Imelda entra con la cara enrojecida de vergüenza. No he podido conseguir la despensa que cada mes me entregaba el padrecito, susurra Imelda, por eso le vengo a suplicar que me venda usted dos kilos de maíz, yo le aseguro que apenas pueda le saldo todo lo que le debo, ya me avisaron que Gumersindo vendrá pronto para estar en la fiesta del pueblo… Miguel pasa detrás del mostrador y, mientras envuelve los dos kilos de maíz impide que Imelda siga con sus justificaciones metiéndole conversación acerca de los juegos mecánicos que han llegado ya para la feria de Santa María Magdalena, patrona de la población. ¿Ya los vio usted qué bonitos? Nomás que comiencen a funcionar me manda usted al Fili, ya ve que no tengo hijos, así que con mucho gusto lo llevaré a que se divierta en los juegos… ¡Y nada de pretextos! Ya sabe usted cómo quiero a ese chamaco inquieto, y no se preocupe por los dos kilos de maíz, yo se los voy a apuntar a su cuenta y ya me los pagará cuando don Gumersindo llegue. Imelda voltea a ver para otro lado porque descubre que los ojos se le llenan de lágrimas y no quiere que Miguel la vea llorar.
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La puerta está entreabierta. Doña Úrsula es la señora que cada mes entrega las despensas que la iglesia reparte entre las familias necesitadas. Desde hace varios meses Imelda se ha apuntado en la lista de las beneficiarias, casi todas ellas esposas de chicleros. Imelda no entiende por qué hoy el padre Alejandro le ha pedido que pase hasta su cuarto. Como no ha encontrado a doña Úrsula en la sacristía, Imelda supone que no ha podido venir hoy. Entonces entra al cuarto del padre Alejandro con cierta sensación de que pisa un lugar sagrado. El padre Alejandro se levanta de su escritorio para saludarla. Junto a la puerta se apilan las bolsas con las despensas. De pronto el padre Alejandro, después de cerrar la puerta, se acerca a Imelda más de lo acostumbrado. Imelda, asustada, siente el olor de su aliento y la mano del padre hurgando bajo su hipil. Estoy muy solo, Imelda, igual que tú… dice el padre hablando bajito. Imelda retira la mano que el padre ha colocado sobre su pecho y arrebatándose alcanza a decir, ¡ay no, padrecito, si yo solamente vine por la despensa! antes de salir corriendo. El padre solamente acierta a decir ‘regresa por tu despensa’ mientras mira a Imelda marcharse sin voltear atrás.
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Imelda escucha que llaman a la puerta. Son las nueve de la noche y prefiere abrir el postigo para ver quién llega a esa hora y qué es lo que se le ofrece. La sonriente cara de Ausencia aparece entre los barrotes e Imelda se apresura a abrirle. Cuando Imelda se escapó de su casa con Gumersindo, todas sus antiguas amigas le retiraron su amistad, todas menos Ausencia que, desafiando a su familia, no dejó nunca de tratar con Imelda y de visitarla. Cuando Ausencia entró a la casa lo hizo cargando un saquillo de naranjas. Ya sé que es muy tarde, pero aproveché que los juegos mecánicos acaban de comenzar a funcionar para llevar a los chamacos para que los vieran. Claro que no se podrán subir ahora, sino hasta el sábado que su papá de ellos me dé algo de dinero, pero aproveché que están embebidos con los juegos para venir a verte y traerte este regalito. Son naranjas de mi patio para que le hagas unos juguitos a tus chamacos… y adentro le puse dos kilos de arroz, dice Ausencia hablando bajito, como si quisiera ocultar una travesura. Imelda le cuenta rápidamente que ayer no pudo darle a sus hijos más que una taza de atole de maíz, y cuando siente que la voz está a punto de quebrársele, abraza a Ausencia mientras ésta le susurra al oído, ya llegará Gumersindo, ya verás, segurito que para la fiesta lo tendremos por aquí. Es que estoy muy endeudada con Miguel, el de la tienda, dice Imelda. Pero Ausencia le dice, estrechándola aún más fuerte, mira que ese Miguel sí que es una buena persona, de las que no hay muchas en este pueblo tan lleno de prejuicios y de falsedades. Y qué importa que digan que es un maricón, que ya está grande y no ha querido casarse, si lo que Dios ve es el tamañote de corazón que Miguel se carga en el pecho. Mientras a lo lejos escucha la música de la feria, Ausencia continúa acariciando la cabeza de Imelda hasta que ésta para de llorar.
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Fernando atraviesa la oficina de la iglesia que está vacía. Desde el campo de fútbol alcanzó a mirar a su mamá y, dejando el juego, vino para ayudarla. Seguramente viene por la despensa que regala el padrecito, piensa Fernando, y pide a sus amigos que haya cambio, que entre a jugar Papaya, que él ya tiene que irse. Un chamaco de rostro risueño se prepara para entrar a la cancha mientras grita, sólo porque me vas a dar chance de jugar no te doy un madrazo, ya te dije que no me gusta que me digan Papaya. Fernando se aleja del campo de juego rumbo a la iglesia, pero al llegar no encuentra a su mamá por ningún lado. De repente oye el ruido de unos pasos que se alejan corriendo y alcanza a ver la espalda de su mamá que camina rápido, como si hubiera visto a un fantasma. Fernando quiere seguirla cuando escucha un sonido que no alcanza a distinguir. Viene del cuarto del padre Alejandro. ¿Será que este mes no alcanzó para las despensas? piensa Fernando mientras se acerca a la puerta del cuarto. De pronto se para en seco: lo que escucha es el ruido de un chicote. Sigiloso, Fernando se sube en un pretil alto y delgado para asomarse por la ventana del Padre Alejandro. No entiende lo que mira: el padrecito está hincado delante de un crucifijo, tiene la parte superior de la sotana abierta y las mangas le caen por la cintura. La espalda desnuda del padre está llena de marcas. Antes de caerse del pretil, Fernando alcanza a ver cómo el padre dirige el latigazo a su espalda ya enrojecida. El ruido de la caída de Fernando es apagado por el chasquido del látigo. Fernando se va corriendo lleno de miedo de que alguien pueda descubrirlo espiando. Mientras escapa, Fernando piensa que ni de loco se metería de padrecito, y entre jadeos se jura a sí mismo que no contará a nadie lo que acaba de ver.
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Ay padrecito, ya estará usted aburrido de tanta pena que vine a contarle. Gracias a Dios son cosas del pasado. Pero nada me quita de la mente aquel día en que Miguel, el de la tienda, me dio aquellos dos kilos de maíz. Había yo salido con sólo diez centavos en la bolsa. No había nada que se pudiera comprar con tan poquito dinero. Cuando andaba pensando angustiada qué iba a hacer para darle algo de comer a Fernando y a Fili cuando regresaran de la escuela, escuché las campanadas de la iglesia. Ya había tenido aquella mala experiencia con el padre Alejandro, pero no le guardé rencor al pobrecito… estaba tan solo el pobre…, además, no era tiempo de repartición de despensas… el caso es que me metí a la iglesia cuando ya iba a comenzar la santa Misa. Por un momento pude olvidar la angustia que me cerraba la garganta, de manera que cuando pasó la Úrsula para hacer la colecta, no dudé ni un segundo en poner en la canasta los diez centavos que llevaba. Al fin que nada se podía comprar con ello. Fueron diez centavos entregados a Dios por una hora de tranquilidad. Pero cuando salí de la iglesia, estaba sin un solo centavo. Si no hubiera sido por la generosidad de aquel don Miguel… seguro que usted no lo conoció padrecito, era un muchacho muy bien parecido que quién sabe por qué no se casó y que hace algunos años murió de una extraña enfermedad… bueno, fue su generosidad la que me salvó aquel día.
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Gumersindo pasa lentamente los ojos sobre las casas de su pueblo. Le parece que todo ha cambiado. No está arrepentido de haber pasado tanto tiempo en tierra de chicleros. Dios sabe que no había otro remedio, con lo difícil que está encontrar una manera decente de ganarse el pan. Le duele no haber visto algunos de los mejores momentos de Fernando y de Fili. Cuando Gumersindo se fue a los montes de Tzucacab, Fili no caminaba todavía y hoy está ya en tercero de primaria. Y Fernando… tan chambeador como su papá, ya anda comenzando la secundaria. Y todo por la bendita terquedad de su mamá, que prefirió ver cómo hacerle, pero que no permitió que Fernando dejara la escuela. Después de rechazar la cuarta cerveza que su amigo le ofrece, ‘no seas culero Gumersindo, si tienes a tu vieja como reina, te mereces un momento de respiro’, Gumersindo siente que el corazón se le estruja cuando piensa todas las veces en que Imelda tuvo que salir del paso sin dinero. Se despide del amigo insistente, se levanta de la mesa de la cantina y toma el camino a su casa. No volverá a irse otra vez.
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Corrí hasta la casa, padrecito. Eran ya las nueve de la mañana. No quedaba mucho tiempo antes de que los chamacos regresaran de la escuela. Puse a cocer el nixtamal y mientras se enfriaba corrí a pedir prestado el molino de mano que tiene Ausencia… sí padre, la misma Ausencia que ahora es ministra de la Eucaristía… ¡Ay Dios, nos conocemos desde niñas…! Entonces molí el nixtamal y preparé atole. Cuando los niños llegaron estaba yo terminando de servir las tazas. Puse también en el comal unas tortillas. Cuando Fili tomó, con las manos temblorosas del hambre, los primeros sorbos del atole, yo sentí que se me partió el corazón. ¿Por qué lloras mamá? Si está muy bueno el atole y las tortillas están muy sabrosas… Cállate, replicó Fernando a su hermanito, y tómate tu atole despacio, que te vas a atragantar. ¡Ay padre! Fue un día terrible. Hubo muchas veces más en que el hambre tocó a las puertas de nuestra casa, pero esa imagen de Fili con el atole temblando entre sus manos al recibirlo como primer alimento del día todavía tiene el poder de revolverme las entrañas. Gumersindo ya está aquí, es cierto, y que las cosas han mejorado también es cierto, pero… ¡Ay padrecito, es terrible la pobreza! Disculpe que yo le cuente estas cosas, pero con alguien tenía que desahogarme. Y ya le dejo en paz, porque ya es hora de que salga usted a la Misa.
Ojalá fuera solamente un asunto de declaraciones. O una simple discusión de principios morales. O un conflicto de visiones religiosas en pugna. Ojalá así fuera. Pero no es así. La homofobia mata. No solamente en un sentido figurado. Mata de veras. La homofobia secuestra y asesina.
El 12 de mayo de 2008, hace ya un año, decidí dejar de escribir en el Diario de Yucatán. Las razones de mi desistimiento se encuentran explicadas en el artículo más visitado de este portal electrónico, con más de 7,000 visitas. Hoy, un día después del Día Internacional de Lucha contra la Homofobia, vuelvo a referirme al tema censurado porque sigue siendo, me parece, una tarea pendiente que como sociedad y como iglesia tenemos.
Fernando del Collado sabe de lo que habla. Tras un arduo trabajo de investigación que abarcó pesquisas en archivos históricos, revisión hemerográfica, estudio de decenas de expedientes de averiguaciones previas y la realización de entrevistas de campo con familiares y testigos, el escritor publicó hace apenas dos años un libro, «Homofobia. Odio, Crimen y Justicia, 1995-2005» (Tusquets, México 2007), que es una radiografía sobre los devastadores efectos del único prejuicio socialmente justificado y legitimado.
Es en los archivos de la Comisión Ciudadana Contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH) -que agrupa a cerca de treinta líderes de opinión de la talla de Marta Lamas, Carlos Monsiváis, Luis Villoro, Teresa del Conde, Daniel Cazés, Homero Aridjis. Teresa Jardí, Miguel Concha O.P., Cristina Pacheco, por poner sólo algunos ejemplos- que Fernando del Collado encontró una mina de datos que ofrecen un panorama de cuán letal puede terminar siendo el prejuicio de la homofobia. Tan sólo en el último lustro del siglo XX (1995-2000), la CCCCOH documentó 213 ejecuciones contra personas homosexuales.
Se basaron para identificar este tipo de crímenes en tres elementos fundamentales:
– La forma del asesinato, que sigue un patrón bien definido: los cadáveres aparecen desnudos, con manos y/o pies atados, golpeados y con huellas de tortura y casi todos ellos apuñalados y/o estrangulados.
– La redacción de la nota en los medios, que suele informar que la persona asesinada es un hombre o mujer homosexual, que vivían solos y eran visitados por personas del mismo sexo, amén del prejuicio convertido en nota periodística: “individuo de costumbres raras”, y otras expresiones infamantes.
– La información de las fuentes policiales, que suelen calificar este tipo de asesinatos como “procedimientos pasionales que se dan en actos de homosexuales”.
Un acercamiento a esta realidad se hace necesario para que no perdamos las dimensiones del problema. Metidos a veces en sutiles discusiones, corremos el riesgo de olvidar que para muchas personas homosexuales, como lo revela también el reciente éxito cinematográfico “Milk”, este asunto es cuestión de vida o muerte. Vaya pues este sucinto resumen de atrocidades cometidas en nombre del odio a la diversidad sexual. La extrema violencia y la saña con que fueron ultimadas las víctimas reflejan la retorcida lógica de los victimarios que no solamente tienen necesidad de infligir daño a la víctima, sino sienten la urgencia de castigarlas hasta el exterminio. Tal es el resultado de la radicalización patológica de los prejuicios que mantenemos y cultivamos.
Marco Antonio Silva de la Barrera fue descubierto la tarde del 24 de mayo de 1998 en su domicilio de la colonia Culhuacán CTM, en el DF. Había sido amordazado y estrangulado en su domicilio, presumiblemente por tres individuos.
Miguel Ángel Cárdenas Caracheo, de 45 años, fue hallado el 12 de agosto de 1995. Murió ahorcado en la habitación número 40 del Hotel El Dorado, situado en la colonia Nueva Vallejo, del DF. Antes había sido sometido a torturas y violación. Su cadáver fue encontrado atado de pies y manos y la necropsia confirmó la asfixia por estrangulamiento.
Juan Mata Juárez y David Rejón Magaña fueron hallados la tarde del 15 de noviembre de 1995 en su departamento de la Calle Morena 1310, Colonia Narvarte, en el DF. Tenían 31 y 25 años respectivamente. Tenían siete meses de vivir juntos. Fueron encontrados amordazados, con la boca y las narices cubiertas con cinta adhesiva y señales de tortura. Juan fue degollado y abandonado en un sillón. David fue estrangulado con su propia corbata a un costado de la cama de una de las habitaciones.
Horacio Ovando Hernández fue abandonado desnudo en el piso de su recámara, también en la Colonia Narvarte del DF, lleno de golpes y heridas mortales. Recibió seis filosas incrustaciones en el cuello, hombros y antebrazos, realizadas con pedazos de un espejo. El conjunto de heridas le causó una hemorragia que lo llevó a la muerte el 1 de abril de 1998. Tenía 65 años. En enero de 2007, ocho años después del asesinato, la Procuraduría declaró no haber logrado ningún avance en la investigación.
Continuar esta cadena de atrocidades llevaría a un abominable hartazgo como el que describe el trágico libro bíblico de las Lamentaciones. Sirvan estos pocos ejemplos para recordarnos los extremos a los que pueden conducirnos algunas ideas discriminatorias. Las mencionadas víctimas tenían familias, amigos que los querían, compañeros de trabajo que los extrañan, participaban probablemente de alguna comunidad religiosa… ¡Podrían haber sido hijos o hermanos nuestros, por Dios santo!
En el combate contra la homofobia todos tenemos una responsabilidad insoslayable. La conmemoración del 17 de mayo nos permite plantearnos como sociedad todo lo que nos hace falta para desterrar de nuestras mentes y de nuestra convivencia cotidiana este cáncer social. Recientemente, los congresos de Quintana Roo y Tabasco se unieron a otros estados de la república en la declaración del 17 de mayo como Día Estatal contra la Homofobia. Es solamente un primer gesto, pero no deja de tener su valor. Los legisladores y legisladoras de nuestro estado parecen estar muy ocupados en otras cosas…
Colofón: El periodismo consecuente tiene hoy en México nombre de mujer. Se llama Carmen Aristegui. Valiente, congruente, eficaz, Carmen Aristegui sigue siendo una bocanada de aire fresco en una república mediática que tantas vergüenzas nos hace pasar. Quien tenga oído fino podrá escuchar el rabioso rechinar de dientes de los varones encargados del mercado de noticias en Televisa, al verse obligados a comentar la proeza informativa de la vertical periodista, expulsada y perseguida por ese consorcio.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, reza el refranero popular. Miro a mi alrededor y tengo miedo que en la iglesia católica no seamos capaces de sacar las lecciones de los más recientes escándalos de connotación sexual en los que han estado implicados ministros o ex ministros de culto.
No todos los casos, es cierto, pueden ser juzgados con la misma medida. El caso de Alberto Cutié, el más reciente y acaso el más publicitado dada la incursión del presbítero en ese nuevo tipo de comunicación televisiva a medio camino entre el periodismo de espectáculos y el ‘talk show’ de superación personal, no es, ni por asomo, el más grave. Tanto el hecho mismo, una relación consensuada entre dos personas adultas, como las justificaciones esgrimidas por el presbítero sorprendido in fraganti, hacen de este caso una especie de vodevil de mediocre factura, por mucho que haga disfrutar a no pocos pícaros observadores y observadoras.
De mayores consecuencias resulta el sainete protagonizado por Fernando Lugo, ex obispo paraguayo, no solamente debido a la función política que hoy desempeña en su patria, sino a la sospecha fundada de la utilización de su poder eclesiástico para el convencimiento de las mujeres con quienes se relacionó y procreó los hijos que, sorpresivamente, han ido saliendo a la luz, con reconocimiento legal o sin él. La esperanza que Lugo despertó en grandes capas de la población paraguaya cuando decidió lanzarse a la arena política estaba, no cabe duda, ligada a su imagen de hombre probo, honesto y responsable. Todo esto parece entrar en crisis debido a sus devaneos y a su irresponsabilidad hacia los frutos de sus relaciones amorosas. La actuación de Lugo ha sido justamente criticada por las corrientes feministas del continente. Duro golpe ha representado también para la corriente liberadora de la teología latinoamericana con la cual, fundada o infundadamente, se liga al ex obispo paraguayo.
Pero, sin duda, el caso de mayor densidad es el de Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, porque implica abuso de poder, pederastia y la comisión de otros delitos contra la infancia, niños que, no hay que olvidarlo, habían sido confiados a su cuidado para participar de un proceso educativo que debería llevarlos al sacerdocio. El caso Maciel puso al desnudo también una red de complicidades que llega a las más altas esferas eclesiásticas, todo ello agravado por el empeño insano de quienes quisieron poner a Maciel en un altar a fuerza de elogios fatuos y de una inmerecida y prematura canonización en vida.
Con la llegada del Papa Ratzinger, el Vaticano se atrevió al fin a tomar cartas en el asunto. A pesar de la sentencia de aislamiento a la que tuvo que someterse el religioso fundador para evitar un juicio en forma en su contra, y no obstante la patética defensa que algunos de sus discípulos y discípulas continuaron haciendo (defensa que implicaba una silenciosa desobediencia al Papa escondida detrás de las fingidas proclamas de adhesión a su magisterio), las acciones delictivas de Maciel cimbraron el edificio eclesial de tal suerte que el Vaticano se ha visto en la necesidad de realizar una visita apostólica de investigación a todas las obras de la congregación por él fundada, ofreciendo así a la Legión una oportunidad de redención que, desde mi punto de vista, pasa por la refundación de ese extendido movimiento eclesial y tiene como condición sine qua non la revocación de cualquier puesto de autoridad a quienes hayan sido cómplices, sea por acción o por omisión, del difunto fundador.
Tengo miedo que todos estos casos, a los que seguramente habría que añadir los escandalitos caseros que corren de boca en boca, se queden solamente en reflexiones espiritualistas que nos impidan, usando lenguaje taurino, tomar al toro por los cuernos.
No niego que estos acontecimientos, que despiertan en mí una especie de vergüenza de familia, sean un llamado a la conversión de los ministros de culto, a la revisión de los valores que rigen nuestras vidas o a la fundamental pregunta acerca de nuestras relaciones con Dios. Creo que, efectivamente, es necesaria la oración y una renovación del espíritu ascético de los ministros religiosos.
Pero no seríamos lo suficientemente audaces si no nos preguntáramos también acerca de nuestra concepción de la sexualidad y hacia dónde nos ha conducido, de las necesarias –y postergadas– reformas de la iglesia en este campo y de la discusión pública, cada vez más urgente, acerca de la obligatoriedad del celibato en la tradición eclesiástica latina. Si no asumimos esta revisión de fondo, los llamados a la oración y a la ascesis no pasarán de ser consejos piadosos, sin impacto estructural dentro de la iglesia.
La tarea pendiente hoy es, justamente, la reforma de la iglesia. Y no es el campo de la sexualidad el único que necesita volver a sus raíces evangélicas. Pero puede ser un buen comienzo…
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