Iglesia y Sociedad

ACERCA DE MIS LECTORES

29 Nov , 1993  

-Para Roger y su equipo-

Todo mundo al que consulto acerca del contenido de mis artículos antes de escribirlos y publicarlos («todo mundo» son como cuatro personas, eso sí, de valiosísima opinión), me recomendó escribir acerca de las elecciones. «Salir los lunes en el Diario te da la oportunidad privilegiada de comentar la jornada cívica del domingo y criticarla a fondo», me comentó uno de mis consejeros favoritos; pero se equivocaba, dado que, normalmente, entrego estas colaboraciones desde el día viernes, lo que hacía imposible saber, a menos que uno tuviera cualidades de mago o de adivinador del futuro, lo que iba a suceder ayer domingo. Esas dotes adivinatorias se las reconozco a los partidos políticos en sus cierres de campaña (el PRI y el PAN saben siempre que van a ser los «triunfadores indiscutibles» y todos los demás partidos proclaman su certeza absoluta de convertirse en «la tercera fuerza política del estado»), pero debo reconocer públicamente que casi todos mis ensayos de adivinación política han resultado fallidos en el pasado reciente y remoto. Por ello, y por muchas razones más, decidí no escribir en esta ocasión acerca de las elecciones.
He estado pensando últimamente que, es probable que le falte a mis artículos mayor definición ideológica. Hace unos días, por ejemplo, un amigo me felicitó por el último artículo «comunista» que había escrito. Se refería a mis recientes comentarios acerca del neoliberalismo, tema por demás obsesivo en este servidor (y en más del 90% de los mejicanos que lo padece a la hora de los alimentos y en el momento de llevarse las manos a los bolsillos) y objeto de mis más arduas críticas y señalamientos. El comentario me sorprendió, especialmente porque se me hizo una hora después de que un familiar me había felicitado por mi más reciente artículo «panista», refiriéndose a la colaboración de la semana que acaba de pasar, sobre la participación de los sacerdotes en la política y no, desde luego, a mis comentarios sobre el neoliberalismo. Así que uno es comunista cuando habla de economía, y es panista cuando habla de política. Estas opiniones, que no dejan de ser cómicas y de humorismo involuntario, se parecen a aquella amenaza surrealista que, allá por mis rumbos, dieron en usar algunos políticos en la reciente campaña: que si el PAN ganaba las elecciones, se iba a implantar el comunismo en Yucatán. ¡Lo que son las cosas!
Lo cierto es que aquellas mis cuatro lectoras cautivas ya no son las únicas que leen esta columna: ahora hay como cuatro personas más. Este es ya un buen motivo para seguir escribiendo, aunque le llamen a uno panista y comunista simultáneamente. Claro que hay calificativos que honran y otros que humillan… pero en este caso particular vamos a dejar la clasificación de los adjetivos a la tendencia ideológica de mis ocho lectores. Así todos podremos seguir contentos y saludándonos fraternalmente.

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LOS CRISTIANOS Y EL NEOLIBERALISMO

15 Nov , 1993  

Muchos países de América Latina están pasando por el mismo proceso que se lleva a cabo en Méjico: el proceso, llamado eufemísticamente, de «modernización». Quienes todos los días escuchamos la radio o leemos la prensa, nos hemos acostumbrado a los titulares que proclaman la recuperación económica, la salida de la crisis, el despunte de las finanzas nacionales. Por momentos, llegamos hasta a creer que sólo es cuestión de tiempo para que el bienestar llegue a las mesas de los más pobres, y la mejoría económica se refleje en la canasta básica real a la que tiene acceso el ciudadano común y corriente.
Pero todo ese teatro bien armado se cae cuando nos enteramos que, en una reciente investigación de la UNAM, se ha descubierto que 33 familias poseen más del 27% del producto interno bruto, lo que quiere decir, en palabras menos complicadas, que menos de 40 familias acaparan más de la cuarta parte de la riqueza nacional. Y esto en un país de más de 80 millones de habitantes.
Esta tendencia a la concentración de la riqueza se ha producido en el actual sexenio. No nos engañemos: modernización ha significado entre nosotros favorecer la acumulación de la riqueza en pocas manos. Esto, y no otra cosa, han producido los seis años de gobierno que están por expirar.
Muy graves son los desafíos que esperan al próximo presidente de la república. Desde hace mucho tiempo, en El Salvador, se habla de la concentración de la propiedad de la tierra en manos de doce familias. Esta concentración dio lugar a una guerra civil de más de 11 años, que ha arrojado un saldo de más de 70 000 muertos. Esta violencia no ha terminado: mañana se cumplen 4 años del artero asesinato de 6 sacerdotes jesuitas y dos empleadas domésticas de la Universidad Centroamericana «Simeón Cañas» en San Salvador, y todavía nos siguen llegando noticias de la actividad de los escuadrones de la muerte. Ojalá en Méjico, aprendamos la lección de toda la violencia que puede desatarse por la imposición de un programa económico que estrangula las posibilidades de vida digna de la población.
No cabe duda que tienen razón los cristianos del Ecuador, agrupados en el Comité Nacional Permanente Mons. Leonidas Proaño, cuando afirman: «Consideramos que el neoliberalismo es la implementación extrema del capitalismo transnacional: el mundo entero convertido en un mercado al servicio del capital: el gran capital convertido en dios, frío y calculador, devorador de viudas y huérfanos…
«El neoliberalismo es marginación creciente de las grandes mayorías que sobramos. Para el pueblo, hay prohibición de vivir dignamente; para los niños, hay negación de ser atendidos por la red comunitaria; para los ancianos, recorte de prestaciones en la seguridad social; para los trabajadores, sueldos de hambre y despidos masivos… y por otro lado incremento de sueldos millonarios para los gobernantes.
«El neoliberalismo es una idolatría de muerte que genera muerte, es pecado social que genera pecado social. De ninguna manera podemos resignarnos a su ética de lobos; por eso optamos por sobrevivir dentro de este sistema como en el exilio, en estado de profecía permanente, denunciando los abusos y anunciando la liberación, con el claro compromiso de NO ACOMODARNOS A ESTE MUNDO por amor a la libertad y a la vida. Asumimos así la proclamación de María, mujer de Dios y del pueblo, en la necesidad de «colmar de pan a los hambrientos y a los ricos despedir vacíos…»
Un manifiesto ecuatoriano, pero una realidad continental. La carta podría haber sido firmada por cristianos de Méjico, y no resultaría desfasada de la realidad.
Muy graves desafíos tendrá que enfrentar el próximo presidente de la república: revertir la dinámica de concentración de la riqueza para distribuirla más equitativamente y abrir las puertas a la democracia tantas veces esperada, son solamente algunas de las citas ineludibles del futuro mandatario. No sé quién pueda ser la persona que dé la talla para una empresa de este tamaño. Lo que sí sé, es que el partido de Estado tiene que ponerse a reflexionar, muy, muy seriamente, en que por primera vez, en 1994, hay la posibilidad real de que la presidencia de la república no sea ganada necesariamente por su candidato.

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¡AY GUATEMALA…!

13 Sep , 1993  

Están aquí, muy cerca de nosotros. Son nuestros vecinos y valen tanto como los vecinos del norte. Su historia está plagada de fuego y de lluvia fresca, de batalla y de resistencia, de odio y amor, de muerte y vida, de dictadores y y de mártires, de guerra y de anhelos de paz.
Guatemala es una herida abierta en el cuerpo y el corazón de América Central y de todo el continente. Su sangre india es roja y mancha nuestros vestidos y nuestras conciencias. Su causa, que tendría que ser la nuestra, la causa de la paz y la justicia, del respeto al distinto y de la autodeterminación, ha dado al mundo uno de los premios nobel de la paz más significativos: Rigoberta Menchú; uno de los escritores más críticos y prolíficos: Luis Cardoza y Aragón; uno de los pintores de mayor colorido y expresividad: Carlos Mérida y, lo que es más importante, la causa de Guatemala nos ha legado un pueblo indígena orgulloso de sus raíces, heroico en la resistencia, valiente delante de los poderosos: un pueblo que merece vivir.
ARTURO: «De los hijos que tengo cuatro son míos y cinco recibí. Cuando me preguntan de quién los recibí, les contesto que de la comunidad. Es que nos han matado a muchos compañeros y sus hijos no pueden quedarse al garete. Cada uno de nosotros está levantando varios chamaquitos que se quedaron huérfanos por la guerra. Los niños son todos nuestros hijos, hijos del pueblo, hijos de la comunidad…»
MANUEL: «Esa noche la llevo grabada en el recuerdo. Llegué a la casa después de trabajar en el campo. El ejército había estado rondando desde la noche anterior, y todos estábamos muy preocupados y asustados. Los militares no se andan con cuentos: están adiestrados para matar y lo hacen con la mano en la cintura. Cuando entré en la casa me di cuenta de lo que había pasado: allí, tirados en un charco de sangre, estaban mi mujer y mis hijos, mi amor y mi tesoro más valioso, mi alegría y mis razones de vivir. Fui recogiendo uno a uno sus pedazos y tratando de reconocer en sus rostros desfigurados las sonrisas de mi esposa y de mis hijos. De pronto me di cuenta de que en el suelo, al lado de los cadáveres, estaba el arma asesina: un gigante machete ensangrentado. En ese momento sentí que la sangre se me subió a la cabeza. Tomé el machete y salí corriendo a buscar a los asesinos de mi familia; corrí más de una hora sin poder darles alcance. De repente, me detuve en seco: buscaba a los asesinos para descuartizarlos con el machete que llevaba en las manos. Entonces sentí vergüenza: empezaba yo a ser igual que ellos. Solté el machete y regresé a mi casa. Después de enterrar a mis familiares huí del país. En México estoy rehaciendo mi vida, mientras puedo retornar y aprendo a perdonar de corazón».
JUANITA: «Tuve ocho hijos. Cuando nos quemaron las casas para expulsarnos de nuestra tierra, tuvimos que venirnos para México. En el camino se me murieron tres varones y una mujercita. Al llegar a México ya tenía nueve hijos: a cambio de los cuatro muertos recibí cinco cuyos padres habían sido quemados por los soldados. Los recogí en el camino; no podemos dejar que ni uno solo de nuestros hijos muera, porque cada vida es importante y cada memoria ayuda a que recordemos todo lo que tuvimos que pasar cuando, ya otra vez en nuestras tierras, comencemos a construir la patria que merecemos todos…»
Están aquí, muy cerca de nosotros. Son nuestros vecinos y valen tanto como los vecinos del norte. Viven en Campeche y Chiapas. Por elemental sentido de humanidad, tenemos que sentir como nuestra su historia ensangrentada, tenemos que grabarnos en la carne sus sufrimientos y su esperanza. Tenemos que decirles, con Monseñor Casaldáliga, el obispo poeta, «amigos, hermanos de Guatemala, sean lúcidos, sean firmes, sobre todo, estén unidos. Sepan que el continente entero les acompaña. Son ustedes para nosotros como una señal, testigos de la liberación que se conquista, prueba de que nuestro Dios es verdaderamente un Dios liberador que sabe librar de la muerte…»

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DIOS Y EL DINERO

23 Ago , 1993  

Tengo un amigo que cambió su vida al conocer a Jesucristo; de él escuché una vez este ejemplo que me llamó mucho la atención: «Nuestra vida es como una casa. Tiene muchos cuartos. Algunos de ellos están bien arreglados y listos para ser visitados por los demás; los mostramos con orgullo. Pero hay también otras partes de la casa que escondemos: el baño, la cocina, o algún cuarto de trebejos, no están nunca listos para ser visitados. Los escondemos porque nos avergüenzan. Siempre habrá un pretexto para mantenerlos así, y pasarán días, meses, años, sin que nos atrevamos a limpiarlos o a dejar entrar en ellos a alguien.
«Cuando yo conocí a Jesucristo -prosigue mi amigo- le abrí las puertas de mi casa; quise, sin embargo, reservarme aquellos cuartos sucios y vergonzantes. Lo dejé entrar a mi sala y a mi comedor, pero le prohibí la entrada al baño y a la cocina. Pronto comprendí que mi conversión no era otra cosa que una farsa. Si no era capaz de abrirle a Jesús todos los rincones de mi casa, mal podía llamarme cristiano. Entonces pasé por la experiencia de la humillación; hubo alguien a quien -por fin- le enseñé mis miserias. Y no me arrepiento… al fin y al cabo, la limpieza de esos cuartos se la debo a él. Ahora me esfuerzo por mantener mi casa limpia y sé, en lo profundo de mi corazón, que toda ella le pertenece a Jesús…»
Hasta aquí el ejemplo de mi amigo. Recurro a él porque algo similar puede decirse del campo de la conversión, ya no personal, sino social. Nuestra sociedad es una casa de muchos cuartos. Si pretendemos que esté animada por el espíritu cristiano, debemos dejar que los valores del evangelio la permeen totalmente. Es muy fácil ser cristiano en lo privado, pero vivir como si no hubiera Dios en lo público. No hay que olvidar que los torturadores suelen ir a Misa los domingos.
Uno de los cuartos de la vida social en el que casi nunca dejamos que entren los valores cristianos es la economía. Nos parece a veces que es un campo al que el evangelio no tiene nada qué decir. Es el engaño de la serpiente, la exclusión de Dios de nuestro horizonte, el secularismo que nos convierte en ateos prácticos. No estoy abogando por una economía CONFESIONAL, que se presente como abanderada de los valores evangélicos o de la civilización del amor. No. Me refiero a lo mismo a lo que el Papa Juan Pablo II se ha referido en sus cartas sociales (Laborem Exercens y Centessimus Annus) al hablar de PRIMACIA DEL HOMBRE SOBRE EL DINERO, DEL TRABAJO (trabajador) SOBRE EL CAPITAL. Es decir, que una economía cristiana no será la que se ostenta como tal, sino aquella que es capaz de organizarse en beneficio de todo el hombre y de todos los hombres.
Cuando, en cambio, la economía se rige solamente por las fuerzas de la oferta y la demanda, y el mercado se ve como una especie de dios al que hay que sacrificar todo. Cuando el desarrollo se identifica con crecimiento económico, independientemente de la distribución equitativa de los bienes entre los verdaderos creadores de la riqueza productiva, estamos de frente a un mostruo idolátrico que excluye la justicia y la fraternidad de la organización económica.
Este dejar la economía en manos de la competencia de los más fuertes o en manos de la oferta y la demanda, termina siempre por acumular de manera desmedida los bienes en manos de unos pocos; suprime la participación del comercio y de la industria en pequeño y termina por hacer una sociedad de asalariados, con una exigua minoría de potentados. A este fenómeno social, que excluye los valores de la fraternidad, la justicia, la compasión, del mundo de la producción económica, le llamamos NEOLIBERALISMO.
Es cierto que el NEOLIBERALISMO ha sido propuesto como alternativa a un modelo de organización económica que falló: el modelo de organización estatal al que durante algún tiempo llamamos SOCIALISMO REAL; también es cierto que la caída de los regímenes de la Europa Oriental ha hecho que el NEOLIBERALISMO aparezca como la única solución válida a los problemas de la producción de riqueza y de organización de la sociedad. Se dice, incluso, que el NEOLIBERALISMO no es más que la LIBERTAD en cuanto dinamismo económico.
Sin embargo, la realidad es cruda. En nuestro país, la cruzada neoliberal encabezada por el gobierno actual, ha significado mayor miseria para la mayoría de la gente. Es curioso escuchar hablar de una «recuperación económica» que se advierte sólo en las cifras oficiales y no en las mesas de las casas pobres: en ellas no hay recuperación ninguna. Asombra oír hablar de «apoyos productivos» y ver a Méjico convertirse en un país maquilador, de mano de obra barata. Un país en el que los ricos son cada vez más ricos, a costa de pobres cada vez más pobres. Incluso los más arduos defensores de que la libertad se identifica con el dominio de las fuerzas del mercado, dan marcha atrás cuando contemplan las consecuencias de miseria que trae la aplicación de los planes neoliberales. Surgen entonces los programas correctivos de asistencia social, de combate a la miseria. Y, con ellos, nos vuelve otra vez la duda: ¿no será que estamos creando los enfermos, y después les construímos los hospitales?
La caída del régimen soviético nos enseñó que la IGUALDAD es un ideal inalcanzable a no ser que se aplique por la fuerza, lo que implica despotismo. La actual avanzada del neoliberalismo nos enseña que, al menos en el campo económico, la LIBERTAD tiende a convertirse en tiranía de los más poderosos sobre los más débiles y que, por lo tanto, debe tener un límite. Como dice Octavio Paz, «el puente entre ambas es la fraternidad, la gran ausente de las sociedades democráticas capitalistas. La fraternidad es el valor que nos hace falta, el eje de una sociedad mejor» (Vuelta 195, pag. 28).
No habremos permitido, pues, la entrada de Jesucristo y sus valores al campo de la economía, mientras no organicemos la sociedad de manera que no sea productora de pobreza para las mayorías, sino de vida, y de vida abundante para todos.

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¿DE QUE SE RIE…?

9 Ago , 1993  

1. Se llama Calixto y su educación formal no llegará nunca más allá de la secundaria. Tiene una brillante inteligencia, habilidad para las lenguas (no sólo habla maya y castellano, sino que ya construye frases en inglés), y una sonrisa que nunca desaparece de sus labios. Su padre era henequenero y la liquidación se les acabó más pronto de lo que pensaban. Ya no acompaña a su papá a cortar pencas, porque ya no les resulta cultivar henequén. En la casa no hay medios para que pueda realizar su sueño de estudiar turismo, así que tendrá que irse de la hacienda hasta Can Cun para trabajar de peón de albañil. Cuando me lo cuenta, la sonrisa no se apaga, aunque los ojos le brillen.
2. Felipe quiere casarse, pero todavía no logra juntar lo suficiente. Sólo el padrecito, en la iglesia de su pueblo, va a cobrarle 300 nuevos pesos y -como están las cosas- eso es mucho dinero. No entiende por qué una Misa cuesta tanto. El me lo comenta con ingenuidad y a mí se me cae la cara de vergüenza.

Podría mencionar decenas de casos parecidos: Calixto y Felipe son solamente dos gotas de agua en un mar de problemas económicos por los que pasa el campesino. A este mar de problemas contribuye una sociedad hecha a la medida de los poderosos, diseñada para producir pobres y reproducir esquemas de dominación, y contribuye también una iglesia que olvida sus raíces, que coloca las alcancías antes que la conciencia, que se aleja de aquellos en quienes debiera encontrar su razón de ser: los pobres.
La mención de estos casos se debe a algunos comentarios que el autor de esta columna ha recibido últimamente, especialmente de algunos hermanos presbíteros. Con sincera preocupación me han señalado que mis artículos son poco optimistas, que tienen miedo de que el contacto con la realidad me amargue el alma, que notan en mis escritos cierto resentimiento.
Yo les contesto que es solamente gracias al optimismo irremediable de la gente sencilla y a su terca persistencia, a esa tenacidad que los ha mantenido vivos a pesar de todo durante 500 años, es que se puede sobrevivir en el campo yucateco. Que algo deben haberme contagiado para que yo continúe, en esta sociedad y en esta iglesia, tratando de aportar lo que puedo en la transformación de las cosas, a veces desde la serenidad de espíritu y a veces -es cierto- desde la rabia.
Esto me recuerda una hermosa canción cuya letra inventó el poeta Mario Benedetti en una circunstancia muy particular: al abrir un día el periódico se encontró la fotografía del dictador en turno riendo a mandíbula batiente. Conocedor Benedetti del sufrimiento cotidiano de las gentes de su país, sintió esa risa como una bofetada, y se ensañó contra el dictador componiéndole una canción llena de belleza e ironía, en la que -después de enumerar algunas de las atrocidades que ocurrían en su patria- le preguntaba al dictador: «Señor Ministro… ¿de qué se ríe?»
Benedetti compuso también hermosos poemas de amor y desamor. Describió con hermosas palabras el crepúsculo y le cantó al milagro de la vida en pareja. Pero no dejó por ello de pasmarnos con la fiera ternura del poema Hombre preso que mira a su hijo: «Todas estas llagas, hinchazones y heridas / que tus ojos redondos miran hipnotizados / son durísimos golpes, son botas en la cara, / demasiado dolor para que te lo oculte, / demasiado suplicio para que se me borre». Le agradecemos mucho a Mario Benedetti sus poemas de amor, pero le agradecemos más que no haya escrito solamente dulces poemas de amor.
No soy un pesimista. Todos los días encuentro en mi contacto con la gente razones para creer y esperar. Pero no puedo cerrar los ojos y construirme un mundo de fantasía: eso no es optimismo, sino simple evasión culpable de la realidad. Porque en nuestro estado y en nuestra iglesia, muchas, muchas cosas de qué reírse, no me parece que haya. Digo yo.

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ARTESANA DEL CANTO AMERICANO

2 Ago , 1993  

Era la noche del lunes 26 de julio, y veníamos listos todos para un Moncada de canciones. El lugar era el Teatro Peón Contreras. Una reunión de amigos, un homenaje. Leve como una pluma, delgada como un lirio, subió las escaleras del teatro como si flotara, con el blanco vestido que afilaba su figura y uno de esos rebozos yucatecos jamás portados con tanto garbo.
Voz de futuro sobre el escenario, entristecido canto de los indios, mujer hecha de luces: Amparo Ochoa. ¿A dónde va cuando cierra los ojos, cuando la tibia gota de sudor perla su frente, cuando su mano poderosa señala al infinito con el dedo?
¿De qué silencios nutre su canción?
«Habrá canción mientras un pueblo no se resigne a las cadenas, mientras la risa de los niños no tenga abrigo y pan seguro…», cantaba en 1983 en la plaza de Managua, en Nicaragua. La revolución nicaragüense necesitaba de la solidaridad de los artistas americanos: Méjico estaba presente en la voz de Amparo Ochoa. Y cuando fue Chile, o El Salvador, o Guatemala… siempre estuvo presente la flor de Sinaloa, la voz quebrada al viento, la amiga de las causas grandes.
Desde hace muchos años que su voz acaricia nuestras risas, nuestras ganas de ser, nuestros fracasos, nuestro 68 maloliente, nuestro fraude de julio, nuestro llanto… Y su canción siempre nos ha encendido la lámpara del sueño; y respira en las notas de su música la asfixiada utopía del enojo y la rabia del pueblo.
Tuvimos la fortuna, hace muy poco tiempo, de que su voz acompañara el esfuerzo de una organización local que trabaja por el respeto a los derechos humanos. En el foro «Reflexiones y Experiencias», realizado en el Salón EQUIDAD de la parroquia de Fátima en septiembre del año pasado, Amparo Ochoa cerró el ciclo de conferencias y discusiones con su voz de pájaro sin rejas, voz de pueblo pobre, voz que canta a los débiles.
Amparo de la patria sin fronteras, madrecita de las noches mejicanas, luchadora tenaz que desenvaina su espada de dos filos, artesana del canto americano. Su voz resucitó en nuestros adentros muchas enmohecidas primaveras y las palabras volvieron a tener significado: libertad sonó otra vez fresca y lozana, justicia sin mentiras, paz sin ambigüedades.
Es una suerte haber estado el lunes pasado en el Peón Contreras, con Oscar Chávez y Jorge Buenfil, con Maricarmen Pérez y Ligia Cámara, con el dueto Combinación y Emilio Rosado. Fue una fortuna habernos encontrado en el teatro con amigos de otros tiempos, de trabajos distintos y sueños parecidos. Quizá lo que sobró, lo único ajeno, lo que vale la pena echar al saco del olvido, fueron las palabras de protocolo, la cortesía sin comunión de sueños. Todo lo demás se escribió para siempre en el afecto: «Miedo de amar» interpretada soberbiamente por Oscar Chávez y Jorge Buenfil, la lámpara del teatro rindiendo su homenaje de luces, el público de pie en un aplauso prolongado a la homenajeada y, sobre todo, la grácil figura de Amparo Ochoa, su palabra sincera y su voz rompiendo el aire: «Sol redondo y colorao, como una rueda de cobre…»

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«ESTAS RUINAS QUE VES…»

26 Jul , 1993  

La semana pasada recibí la visita de cuatro amigos y tuve la oportunidad de visitar con ellos las ruinas de Chichén Itzá. Los cuatro son michoacanos y tres de ellos llevan más de 15 años en la sierra purépecha trabajando con los tarascos. Su labor con los indígenas me había admirado en la ocasión que tuve la oportunidad de visitarlos, no hace muchos años. Ahora, son ellos los que quisieron devolverme la visita.
Después de unos días de trabajo y de contacto con la gente en la comunidad de Tecoh, quisieron conocer algún centro arqueológico. Se decidieron por Chichén Itzá, y emprendimos juntos el viaje ya mencionado al inicio de esta columna. Está de más describir la admiración que causó en ellos la majestad de las construcciones antiguas; entramos al campo arqueológico al abrir éste (las 8.00 am.) y salimos hasta que el guardia, con firmeza y amabilidad, nos comunicó que teníamos que abandonar el área. Eran las cinco de la tarde y habíamos tomado un baño de historia antigua y de belleza.
Mis amigos, agudos observadores, preguntaban todo; pero lo que más me llamó la atención fue su interés de relacionar el pasado, grabado por el cincel en la piedra, con el presente del grupo indígena maya. Fue entonces cuando, a la luz de sus 15 años de trabajo con los indígenas purépechas, me dieron una gran lección: en esta empresa en la que estamos metidos -me dijeron-uno sólo es el gran objetivo: ser acompañantes del pueblo indígena en la búsqueda y reafirmación de su identidad.
Este comentario me recordó que, en pocos días más, Juan Pablo II vendrá a Yucatán para tener un encuentro con los indígenas de nuestro continente; esa es la razón última y de mayor relevancia de su presencia en nuestro estado. Por ser los anfitriones, los mayas tendrán una presencia significativa en el encuentro. Nuestras parroquias se están ya preparando para mandar a sus representantes a la histórica reunión de Izamal. Este encuentro del Siervo de los Siervos de Dios con representantes de los pueblos indígenas de nuestro continente, nos plantea importantes cuestionamientos a quienes trabajamos vinculados, de manera más o menos directa, a la vida y problemática de los indígenas de Yucatán.
Algunos sacerdotes yucatecos estamos preguntándonos, en frecuentes reuniones y en espontáneos o sistemáticos encuentros, qué significa realizar una auténtica pastoral indígena. Nos preguntamos por qué en nuestra manera de hablar usamos la palabra «mestizo» para referirnos a quienes son propiamente indígenas, cuánto hay de presencia de iglesia en los sufrimientos de los mayas yucatecos, qué hacer delante de la pérdida de valores autóctonos, y -a fin de cuentas- qué hemos hecho y qué podemos hacer para promover, afianzar, defender la autoestima de los indígenas mayas.
Cultivar el conocimiento de las ruinas arqueológicas y de la historia pasada de los indígenas de nuestras tierras es muy importante, pero es, sin duda, insuficiente. Hablar de los mayas solamente como parte de un glorioso pasado, nos convierte en un pueblo de nostalgia barata y en una avestruz que esconde la cabeza en la tierra del ayer. Es fácil lucir con orgullo el pasado indígena en sus hermosos vestigios arqueológicos, y despreciar a quienes, en medio de la agresividad de la uniforme cultura moderna, conservan su vestido típico y hablan la dulce lengua de los mayas.
Por eso estoy muy contento de que el Papa venga a hablar con los indígenas y no venga, en cambio, a visitar las ruinas de Chichén Itzá. Es una opción por el presente de miseria y agresión cultural en lugar de escoger el camino del regodeo facilón en un pasado de fábula y fantasía. Falta ahora que los agentes de pastoral indígena de la diócesis anfitriona busquen caminos para hacer propia esa opción; en Yucatán tenemos muchos expertos en piedras muertas, pero pocos promotores de la cultura y la identidad de los mayas actuales.
Para quienes están comprometidos en esta difícil y a veces incomprendida tarea de acompañar a los indígenas en la búsqueda y afirmación de su identidad (se me hacen presentes nombres y rostros guardados en la aljaba del afecto y en el archivo de la memoria), la visita del Papa es un apoyo incondicional y la bendición que él trae es, de muy especial manera, para ellos. También para ellos es mi admiración y mi reconocimiento.

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A PROPOSITO DEL PODER

19 Jul , 1993  

«El poder corrompe, y el poder absoluto, corrompe absolutamente». Con estas palabras Lord Acton señalaba la muy común opinión de que el poder es como un demonio que engulle a la persona humana y le hace perder el sentido de la realidad. Que el poder -al menos en muchas ocasiones- corrompe, es una constante en la experiencia humana. Baste recordar los regímenes represivos y totalitarios que la Europa del Este padeció en el presente siglo, o las dictaduras militares que caracterizaron el espectro político latinoamericano, o los escándalos de Watergate en los EE.UU. y de corrupción en el financiamiento de los partidos en Italia. En nuestro país podemos constatar la corrupción del poder todos los días, pero se hace más patente en el último año de cada sexenio.
No podemos negarlo: el poder tiene sus riesgos. La revelación bíblica tiene como una constante la denuncia de los abusos del poder, de parte de quienes gobiernan los ámbitos político y religioso. Los reyes y pastores eran severamente juzgados por los profetas que, desde la perspectiva de Dios y del pueblo pobre, criticaban la actuación de los gobernantes: «Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos… se comen su enjundia, se visten con su lana; matan a las más gordas y a las ovejas no apacientan; no fortalecen a las débiles, ni curan a las enfermas, ni vendan sus heridas; no recogen a las descarriadas, ni buscan a las perdidas; y maltratan brutalmente a las fuertes…» (Ez 34,2-5).
Más tarde, llegada la revelación definitiva, es el ejemplo mismo de Jesucristo y no sólo su palabra, lo que nos da la más grande lección acerca del uso del poder. Inspirado en la profecía de Zacarías 9,9-15, Jesucristo entra a Jerusalén como el príncipe de la paz, el destructor de aquellos poderes que se basan en la fuerza de las armas o de la injusticia. Más tarde, en la cena con sus amigos, asume la posición de esclavo para recalcar que el poder sólo tiene sentido cuando se convierte en servicio a los demás. Al final de su vida, Jesús muere crucificado a mano de los poderosos, indefenso, Dios del no-poder.
Pronto serán las elecciones locales; dentro de no mucho tiempo más, todo el país comenzará a sacudirse con los dolores de parto sexenales. Los cristianos tenemos el reto de hacer que el valor evangélico del servicio modifique las actuales prácticas de poder.
¿Cómo evangelizar el poder político? A esta pregunta responde la iglesia latinoamericana con la proclamación insistente de los valores de una genuina democracia pluralista, justa y participativa. Dice el Papa Juan Pablo II en la encíclica «Centessimus Annus», que «la iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica» (CA 46).
En nuestro continente, la sustitución de los regímenes dictatoriales militares por democracias formales ha sido, indudablemente, un avance. Sin embargo, recientes fenómenos ocurridos en Brasil y Argentina nos muestran que las democracias pueden ser carcomidas por el fenómeno de la corrupción. Por otra parte, el ideal de democracia formal inspirado en el modelo estadounidense no termina de satisfacer las aspiraciones de nuestros pueblos a la justicia distributiva y a la igualdad de oportunidades.
En nuestro país se ha convertido en una obsesión hablar de democracia. Se habla de democracia imperfecta, incompleta, perfectible, formal, transparente, etc.; hay hasta quienes quieren suprimirle todos los adjetivos. Sin embargo, el paraíso democrático mejicano está más cerca del infierno que del cielo. Las aperturas democráticas verbales no encuentran correspondencia en el plano de la práctica. Junto a rimbombantes declaraciones de «esta vez sí habrá limpieza», hay vergonzantes leyes electorales y se enseñorea todavía por el país la cultura del fraude electoral.
La hegemonía de un solo partido en el poder, es signo de primitivismo político y muestra clara de la imperfección de nuestra democracia. Por eso, la llamada de los Obispos en Santo Domingo tiene importantes resonancias para los cristianos de nuestra patria: «(Hay que) iluminar y animar al pueblo hacia un real protagonismo. Crear las condiciones para que los laicos se formen según la Doctrina Social de la Iglesia, en orden a una actuación política dirigida al saneamiento, al perfeccionamiento de la democracia y al servicio efectivo de la comunidad… orientar a la familia, a la escuela y a las diversas instancias eclesiales, para que se eduquen en los valores que fundan una auténtica democracia: responsabilidad, corresponsabilidad, participación, respeto a la dignidad de las personas, diálogo, bien común» (DSD 193).
Pero, en esta tarea, no hay que olvidar el ejemplo del Maestro: la más grande y penetrante crítica al poder, la única que puede motivar su transformación, se hace desde la perspectiva del no-poder, es decir, desde los de abajo, los débiles, los sin-defensa. Sólo así lograremos que el poder sea servicio.

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HUERFANOS DE SUEÑOS

12 Jul , 1993  

Creo que debí haber nacido en otro tiempo y en otro lugar. Una constante sensación de incomodidad me acompaña cuando veo el rumbo actual de la historia y las «verdades», aparentemente inobjetables, a las que el mundo en su conjunto va llegando gracias a la maravillosa red de intercomunicación que nos dan los medios tecnológicos actuales. El mundo de la modernidad no parece estar hecho para mí.
Me gustan la televisión y las computadoras (más las últimas que la primera), me gusta el ahorro de tiempo y de incomodidades que significa viajar en avión, me gustan algunas modas y la música moderna. Pero algunas otras cosas y, sobre todo, algunas otras ideas de nuestra modernidad, reviven en mí esa desazón de vivir a destiempo.
Creo que esta radical incomodidad se acentuó con la caída de los regímenes de Europa Oriental. El final del conflicto este-oeste despertó el ideal de la libertad, pero sepultó consigo algunos de nuestros más amados sueños juveniles.
Yo crecí, al amparo de maestros izquierdosos y curas progresistas, afirmando que la pobreza no es un destino fatal e irremediable, sino el producto de una mala e injusta organización de la sociedad. Crecí pensando que la persona era más importante que los negocios, que el desarrollo económico real se medía en las mesas de los campesinos pobres, y que era un pecado mortal abandonar el sueño de una sociedad en la que no hubiera privilegios ni privilegiados.
De repente, el mundo se me puso de revés. Parece que ahora, a lo más que podemos aspirar, es a conseguir y conservar un trabajo que nos impida morirnos de hambre; a contemplar con resignación histórica el descarado proceso de acumulación de los pocos ricos de nuestro país; a mirar el campo morirse y ver a los campesinos engrosando las filas de los vendedores ambulantes de las ciudades; a medir el crecimiento económico del país en las frías cifras de Wall Street y no en la canasta básica. Hasta los maestros de izquierda reniegan de su pasado para alcanzar algún puesto en gobierno y, en la iglesia, los aires de Medellín y de Puebla van muriendo de muerte natural (o provocada).
Pero todo lo anterior no sería más que un análisis de la realidad, hoy más cruda e injusta que antes, pero simplemente un análisis. Lo grave del asunto es que ahora tenemos que aceptar, no que las cosas SON así, sino que DEBEN ser así. Es lo que algunos intelectuales llaman «la muerte de las utopías» y que ha reducido a nuestra generación a la orfandad de sueños. El mundo del mercado, de la oferta y la demanda, del despilfarro junto a la miseria, de las joyas relucientes al lado del hambre campesina, el mundo de la deshumanización, es presentado como el UNICO mundo posible.
¡Y uno todavía con ganas de escuchar nueva trova, y cantar Mercedes Sosa! Y seguir allí, tercos, en la prometeica tarea de robarnos el fuego. Continuar viviendo en este mundo ajeno, en el que no hay ya más lugar para los sueños, ni para la justicia, ni para la hermandad. Y remar así, contracorriente, y ser el bicho raro, el pre-moderno, la nota discordante.
Llevar, como Caín, una marca en la frente, grabada a sangre y fuego por el Dios de los débiles. Llevar colgada al cuello la leyenda: «sobreviviente del país de los sueños», o llevarla -como Otro- en la parte superior de dos maderos.
Creo que debí haber nacido en otro tiempo y en otro lugar. No tengo soluciones, sólo un hambre insaciable de que las cosas no sigan siendo como hasta ahora. No sé que podría hacerse, pero esta clase de mundo me parece un producto desechable, listo para el basurero. Pero cada vez encuentro más de esos «ajenos», emisarios del pasado (¿o del futuro?), expatriados de la tierra de las utopías, exiliados en el destierro de la modernidad sin corazón. Entonces sí, acompañado, puedo cantar la canción de Fito Páez: «¿quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón».

Iglesia y Sociedad

PARTIDOS Y SOCIEDAD CIVIL

5 Jul , 1993  

A diferencia de lo que han declarado algunos dirigentes de partidos políticos en nuestro país, yo sí pienso que, al menos en algunos importantes aspectos, la sociedad civil ha rebasado a los partidos políticos. Pero quiero explicar mi afirmación: no quiero decir que la sociedad civil esté reñida con los partidos, ni que sustituya el papel que éstos tienen en el conjunto social; tampoco quiero decir que los partidos estén llamados a desaparecer del mapa sociopolítico de nuestro país: ni siquiera han aparecido lo suficiente.
Lo que sí quiero decir, es que la desconfianza de los ciudadanos hacia los partidos políticos es creciente y fundamentada; creciente porque la franja de indecisos y/o abstencionistas no parece haber disminuído en los últimos años. Fundamentada, porque ningún partido político -léase bien: NINGUNO- ha dejado de propinar graves decepciones a sus simpatizantes, no solamente por bruscos cambios de rumbo, sino por simple indefinición política en momentos importantes de la lucha por el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, incluído, claro, el mejoramiento político, es decir, la democracia formal.
Muchas personas han encontrado espacios donde organizar sus esperanzas, al margen de los partidos políticos. No reconocerlo es miopía analítica o ceguera partidista, que es peor. La prueba de este renacer ciudadano, es la nutrida agenda de organizaciones no gubernamentales que operan en el país. También los militantes de partidos políticos son ciudadanos, desde luego; pero la organización popular va tomando cada vez más -aunque no se quiera aceptarlo- cauces no partidistas, y esto dicho más como constatación que como juicio de valor. Decir despectivamente que la sociedad civil es «gelatinosa» es olvidar que cada organización civil, por pequeña y reciente que sea, está formada por hombres y mujeres que aman este país y lo desean mejor, y que desgastan sus horas y sus ansias, sus nervios y sus bolsillos, para que este país nuestro se acerque un poco más al sueño de patria que todo mejicano bien nacido trae bajo la piel.
Hoy quiero mencionar en esta columna a un grupo de ciudadanos que, obteniendo un triunfo reciente, merece una palabra de aliento y de felicitación. Me refiero a los comités de apoyo a los presos políticos de Valladolid.
Digo TRIUNFO, porque aunque el cierre de los expedientes de los 21 vallisoletanos sometidos a injusto proceso ha querido ser presentado como la dádiva generosa de algunos servidores públicos, en realidad es un reconocimiento implícito a la capacidad de los ciudadanos de organizar su indignación y hacerle frente a los abusos y atropellos de quienes ejercen el poder.
Los comités vallisoletanos son una muestra de la posibilidad de conseguir que demandas justas no caigan en el olvido. Los grupos crecieron en madurez organizativa durante esta prolongada lucha y tuvieron que soportar, no solamente presiones externas, sino hasta traiciones internas. Aprendieron en el camino -dolorosamente, a veces- muy buenas lecciones de estrategia: cuándo hablar y cuándo callar; en qué momento presionar y en qué momento abandonar la presión; hasta dónde exigir y hasta dónde ceder. Y todo a fuerza de trabajo de hormiga, de juntas tensas por la rabia, de reconocimiento de los propios errores, de temor ante la terca prepotencia de los gobernantes, en fin, de pedazos de vida desgastados en esa solidaridad que no es bandera política, sino cercanía verdadera a los amigos en desgracia.
El deseo manifiesto de cerrar este capítulo de la lucha, (porque hay todavía muchos que vivir y ganar), con la celebración eucarística en un templo parroquial de la ciudad, San Bernardino de Siena, muestra que en la lucha popular de los comités vallisoletanos hay, además del hambre por la justicia, deseo sincero de perdón cristiano, de esa reconciliación que se construye sobre la justicia y la verdad. Queda mucho todavía por hacer, pero se ha dado, sin duda, un gran paso. Felicidades.