Iglesia y Sociedad

La hermenéutica “Del Otro Lado”

29 Abr , 2013  

Para Cristina Muñoz, hermeneuta feminista, en su cumpleaños

La exégesis católica no ha dejado de renovarse en los últimos años. Desde el empuje otorgado a la investigación exegética en la iglesia por Pio XII en su Encíclica Divino Afflante Spiritu, sobre los estudios bíblicos, de 1943, hasta la oficialización de la renovación bíblica católica en el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum (1965), el acercamiento científico al texto bíblico ha tomado carta de ciudadanía en la comunidad católica.

En abril de 1993, al cumplirse los cincuenta años de la promulgación de la Encíclica Divino Afflante Spiritu, el entonces Papa Juan Pablo II recibió, de la Pontificia Comisión Bíblica -un órgano de asesoría a la Santa Sede sobre asuntos bíblicos- el documento La interpretación de la Biblia en la iglesia. En este documento, una vez reafirmada la necesidad de la metodología histórico-crítica para acceder a la recta comprensión e interpretación de los libros bíblicos, la Comisión planteó un abanico de posibilidades interpretativas que asume la legitimidad de muchas aproximaciones al texto: desde los nuevos métodos de análisis literario (retórico, narrativo, semiótico), hasta los acercamientos contextuales más relevantes (liberacionista y feminista), pasando por los acercamientos a partir de las ciencias sociales (lectura sociológica, psicológica o desde la antropología cultural). En cada uno de los casos, la Pontificia Comisión emite un juicio mesurado sobre las virtudes y riesgos de cada una de estas aproximaciones al texto bíblico. La única lectura descalificada por el documento, por obvias razones, es la lectura fundamentalista, que tanto daño ha hecho en comunidades cristianas católicas y no católicas.

El pasado 27 de abril fui invitado a participar en la presentación del libro de Manuel Villalobos Mendoza titulado Cristianos de la segunda generación. Las Cartas Pastorales desde el otro lado (Ediciones El Almendro, Córdoba 2013). En la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, en el sur de Chicago, y con la presencia de numeroso público hispano, dos sacerdotes católicos, una religiosa, un exégeta de la Iglesia Reformada, y un laico católico, doctor en Escrituras, comentamos animadamente el libro en presencia de su autor.

Además del interés que pueda suscitar el estudio mismo de las Cartas Pastorales (dos cartas a Timoteo y una a Tito, tres documentos que reflejan las preocupaciones de un sector de las comunidades cristianas post-paulinas) la particularidad del texto que se presentaba públicamente estriba en su aproximación hermenéutica, que el mismo autor denomina hermenéutica desde el otro lado.

Asociada al impulso mejor de la teología latinoamericana, la opción por los pobres, la hermenéutica del otro lado intenta recuperar las voces silenciadas en el texto bíblico. El autor, en su introducción al libro, lo expresa así: “Cuando leemos la Escritura, usualmente nos ponemos del lado del escritor o autor del texto, y algunas veces del lado de los interlocutores, pero muy rara vez nos situamos ‘del otro lado del texto’, es decir, del lado de aquellos a quienes se refiere, de las personas sin voz propia en el escrito. Ese otro lado es lo que está más allá de nosotros, no nos pertenece ni nos identificamos con él, y está marcado por la distancia (y la exclusión) respecto de quien habla o escribe. Esas personas situadas a distancia y marginadas en el discurso se vuelven diferentes; son otras personas y tienen otra perspectiva sobre la realidad que el texto descubre y define. Esa posición incómoda es la que adopto para estudiar las Cartas Pastorales, con los riesgos que ello implica”.

La aproximación hermenéutica desde el otro lado se funda en experiencias múltiples: la de los emigrantes que cruzan el Río Grande y que se van al otro lado, un lugar en el que muchas veces vivirán sin nombre y hasta sin historia, donde tienen que negociar su existencia en un mundo que los excluye, que los necesita y abusa de ellos pero sin reconocerlos, con leyes que les niegan la existencia y una cultura que los considera distantes, rechazados.

Lo mismo sucede con las mujeres, vistas histórica y socialmente como del otro lado, por no poder entenderse separadas del varón. El sistema patriarcal, que reparte implacablemente tareas y roles, ha determinado que las mujeres sean lo complementario al varón, seres esencialmente dependientes, lo que ha terminado por convertirlas en presas y víctimas del poder patriarcal. Y ni qué decir de las personas homosexuales, seres del otro lado por antonomasia, que experimentan silencio y exclusión en casi todos los ámbitos de su vida. Estos grupos de personas (migrantes, mujeres, gays y lesbianas) conforman el horizonte de lectura de esta novedosa aproximación hermenéutica.

Este es el segundo ensayo de Manuel Villalobos a partir de esta perspectiva. El primero fue su disertación doctoral, plasmada después en el libro Abject Bodies in the Gospel of Mark (Sheffield Phoenix Press, Sheffield 2012). El estudio sobre las Cartas Pastorales, de poco más de 120 páginas, en cuya presentación tuve el honor de participar, nos deja con ganas de más.

Como todo libro que abre camino, el de Villalobos es un libro de búsqueda. Plantea más preguntas que respuestas. Nos invita a echar una mirada muy otra sobre los textos bíblicos y sobre la difícil conformación de una ortodoxia que terminó por silenciar y excluir voces y movimientos de finales del primer siglo que pudieron haber aportado mucho a la conformación de una legítima pluralidad cristiana. La historia, dice el antiguo adagio, la escriben los vencedores. Lo mismo puede decirse de los textos de la Escritura. Recuperar la vitalidad comunitaria en toda su diversidad, silenciada por algunos autores bíblicos, es tarea de la aproximación desde el otro lado. Una tarea más necesaria que nunca, en la medida que las y los constructores del otro mundo posible se hayan enfrascados en la lucha contra el ‘pensamiento único’ y a favor de la pluralidad y la inclusión.

Iglesia y Sociedad

¿Pecadoras o Víctimas? Pastoral y Trabajo Sexual

23 Abr , 2013  

Servidoras del sexo… ¿una opción?

“Y era un pajarillo de blancas alas, / de balcón en balcón, de rama en rama / vendedora de amor, ofrecedora, / para el mejor postor, de su tonada”. Así decía la canción que hace muchos años hiciera popular el cantautor Napoleón y que trataba uno de los temas más populares en la canción popular mexicana: las prostitutas. Desde aquella mujer de quien habla la canción “Mujer de Cabaret”, hasta el travesti engañador de “Gavilán o Paloma”, los y las trabajadoras del sexo han formado siempre parte del imaginario mexicano.

¿Puede alguien, haciendo uso de su libre albedrío, dedicarse por propia voluntad al oficio de vender placer? Es posible. Rius comentaba (aunque después de la caída del muro de Berlín casi todos dejaron de creerle) que en su viaje a Rusia, en los mejores tiempos de la Unión Soviética y su planificación central, se había encontrado con trabajadoras sexuales en el hotel donde se hospedó y que él podía atestiguar que tenían lo suficiente para llevar una vida digna. Así que, según Rius, ellas eran trabajadoras sexuales así, por simple gusto.

Pero, sin duda, en nuestro ambiente esos son casos rarísimos. Regularmente las trabajadoras sexuales son víctimas desde todos los ángulos: víctimas de la pobreza, del régimen patriarcal, del machismo, de la corrupción, de la violencia… hasta del amor. Víctimas porque, muchas veces, no tuvieron otra oportunidad en la vida. Víctimas porque tienen bocas que mantener, porque tienen que comprar la protección de los agentes del orden, porque entregaron el corazón a un hombre que después se dedicó a explotarlas. Víctimas porque saben que la sociedad no tiene para ellas más que desprecios.

Aprendiendo humanidad

Mi madre tenía una tienda de esquina, en aquellos dorados tiempos en que los supermercados eran contados y en las zonas populares todo mundo se abastecía de lo que necesitaba en el estanquillo más cercano. Tenía mi madre, además, un curioso sistema de crédito: los vecinos podían pedir en la tienda lo que quisieran, siempre que el fin de semana saldaran su cuenta puntualmente. Lo de puntualmente, como se imaginarán, era la batalla continua de mi madre, mujer de corazón misericordioso. Pues bien, a cuadra y media de la casa vivía Doña Melba. Yo la conocía porque pasaba frente a su casa todos los días para ir a la escuela. Doña Melba trabajaba en la zona de tolerancia que, en aquellas épocas, estaba situada en la calle 66 sur. Tenía una hija, enferma de una rara enfermedad cuyo nombre me estremecía: síndrome exoftálmico. Doña Melba, como todas las vecinas, compraba en la tienda de mi mamá. Yo miraba y saludaba a doña Melba todos los días y me parecía siempre delgada, pálida y ojerosa. Ha de ser porque la veía cuando ella salía de compras, antes de las siete de la mañana. Un día que no tuve clases mi madre me levantó temprano para que la ayudara en la tienda. A las 7.15 vi entrar a Doña Melba que iba a comprar el desayuno para ella y su hija: medio litro de leche y algunas galletas. Cuando terminó le dijo con voz apenas audible a mi madre: “Doña Soco, me lo apunta en mi cuenta, por favor…” Mi madre le contestó: “claro que sí, doña Melba, que pase un buen día y le da un beso a su hijita”.

Cuando vi que mi madre no apuntó nada en su libreta de deudores, le pregunté qué pasaba. Mi madre solamente dijo: “Doña Melba tiene un trabajo muy duro y no le alcanza para la enfermedad de su hija, así que hemos hecho un pacto sin palabras: ella lleva la mercancía y yo le anoto su deuda en una cuenta imaginaria. Así, su pago semanal es también imaginario. Cuando inicia la semana, comenzamos de nuevo”. “Pero… ¿y el dinero?”, pregunté yo. “Ah, eso es lo menos importante… ya crecerás y sabrás quién es doña Melba y todos los sacrificios que hace para sostener a su hijita…” Nunca mi madre me pareció tan enorme.

La iglesia y el trabajo sexual

No es casual que el trabajo sexual sea conocido como el oficio más antiguo del mundo. Ya en los albores de la historia de Israel, la Biblia conserva con afecto la memoria de Rahab (Jos 2) porque ofreció un servicio invaluable a los espías hebreos y recibió de ellos respeto y reconocimiento a pesar de ser extranjera y pagana. El recuerdo de Rahab es tan fuerte que la Carta de Santiago, en el Nuevo Testamento, insiste en ponerla de ejemplo de quien fue salvada por la obra de misericordia que realizó (St 2,24-26).

Este mensaje veterotestamentario hubiera bastado para que los lectores comprendiéramos que el juicio de Dios sobre las trabajadoras sexuales atiende a cosas mucho más importantes que el ejercicio de su oficio. Pero, por si eso no hubiera sido suficiente, la revelación de Jesús termina por aclararnos el panorama, no solamente porque el Maestro de Nazaret afirma que “las prostitutas se nos adelantarán en el Reino de los Cielos” (Mt 21,31), sino porque el relato de san Lucas nos ha mostrado el incondicional amor de Jesús por estas mujeres en el hermoso pasaje en que Jesús afirma, frente a una pecadora pública: “sus numerosos pecados le quedan perdonados porque ha amado mucho” (Lc 7,47).

Evangelizar el mundo que rodea el trabajo sexual no es empresa fácil. Desde hace muchos años ha habido en la iglesia iniciativas de trabajo pastoral con quienes viven del servicio sexual, pero no siempre han sido comprendidas y apoyadas. Y es que este tipo de trabajo requiere una gran dosis de sensibilidad y capacidad de empatía. Nada más doloroso que recibir un juicio en vez de una acogida, una reprensión en vez de dos brazos incondicionalmente abiertos. En la iglesia tendríamos que aprender más de Jesús, de su misericordia a toda prueba, de su empatía con los débiles y marginados.

Trabajar con las servidoras sexuales en una sociedad machista significará, muchas veces, empujar para romper el círculo de la violencia, ofrecer oportunidades de trabajo digno y bien remunerado, denunciar la cadena de la corrupción que corroe las instituciones que, en lugar de velar por el orden público se hacen cómplices del abuso, señalar a los explotadores, pero también, y sobre todo, acoger con cariño a las víctimas, llorar junto con las trabajadoras sexuales y participar de sus dolores, alegrarse de sus triunfos y ofrecerles la certeza del amor que Dios les tiene, abriéndoles una puerta a la Trascendencia que pueda dar un sentido nuevo a sus vidas. Conozco a muchas personas que, movidas por su fe, hacen este trabajo callado e incomprendido. Ojalá fueran más quienes se empeñasen en la humanización del mundo y en la dignificación de las trabajadoras sexuales.

Iglesia y Sociedad

Migración y desigualdad

15 Abr , 2013  

Para Alberto Patishtán
Esperando pueda celebrar su próximo cumpleaños en libertad

Con honda preocupación nos llegan noticias de la dolorosa situación de las y los migrantes centroamericanos que intentan cruzar nuestro país rumbo a la frontera con los Estados Unidos. El sufrimiento a manos de la delincuencia organizada y su cómplice, el Instituto Nacional de Migración, convierte el tránsito de los migrantes a través de nuestro país en un verdadero infierno.

Este sufrimiento, sin embargo, al que se une el de los defensores de los derechos de los migrantes, constantemente amenazados de muerte en los diversos albergues del país, puede oscurecer las raíces de la tragedia. El fenómeno migratorio no es una realidad reciente. Ha acompañado la historia de la humanidad desde sus inicios. Los desplazamientos humanos han creado, a través de los siglos, nuevas poblaciones y ciudades y han enriquecido muchas culturas. El actual holocausto migratorio, como lo llama el entrañable Fray Tomás González, es no obstante un fenómeno nuevo. Y esto es así porque el mundo entero vive sometido a un ‘orden’ económico injusto que aumenta las desigualdades y decreta la muerte de los seres humanos sobrantes. El sistema de capitalismo salvaje que vivimos cumple a la perfección aquel adagio bíblico: “Mata a su prójimo quien le arrebata el sustento; vierte sangre el que quita el jornal al jornalero” (Sir 34,22).

Como si fuera una ley inexorable, Adam Smith sostenía en su obra La riqueza de las naciones (1983) que los mercados siempre dejaban morir a quienes en el interior de las leyes del mercado no tiene posibilidad de sobrevivir, y afirmaba que así debía ser. Carlos Marx, mucho más en la línea del libro del Eclesiástico, afirmaba en cambio que una sociedad regida solamente por el mercado desembocaba en el asesinato.

Y es que de eso se trata cuando hablamos de desigualdad: de asesinato, no por silencioso y legitimado menos mortal. Como dice Frank Hinkelammert “el poder económico condena a la muerte por medio del mercado, y ejecuta. Es la ley, la ley del mercado, quien ordena estas condenas. Da el permiso para matar y los portadores del poder económico ejecutan”.

Pueden a algunos parecer duras estas afirmaciones, pero son desgraciadamente ciertas. Cuando todas las relaciones sociales se someten bajo las leyes del mercado y todas las instituciones de la sociedad se privatizan, entonces no hay más remedio que dejar morir a los seres sobrantes. El holocausto migratorio es, desde esta perspectiva, una muestra de lo que puede llegar a convertirse en un verdadero genocidio económico. Ya Shakespeare lo señalaba por boca de Shylock, el personaje del Mercader de Venecia: “Me quitan la vida si me quitan los medios por los cuales vivo”.

Los migrantes que resultan expulsados de sus propios países y que, arrastrados por un espejismo, atraviesan el infierno mexicano, son la muestra patente del fracaso de una economía en la que las leyes del mercado son santa palabra. El panorama de la desigualdad en el mundo no nos deja duda. La Agenda Latinoamericana 2013, empeñada en construir ‘La Otra Economía’ nos ofrece un retrato despiadado de la desigualdad. Les comparto algunos datos escalofriantes:

El 1 % de la población controla aproximadamente el 40% de la riqueza mundial
El 10% de los hogares más ricos concentran el 85% de la riqueza mundial
Mil millones de personas viven con el 4% de la riqueza mundial
En 2008 la ayuda al desarrollo de los países donantes no alcanzó a ser una décima parte de su gasto militar anual
Los ingresos de las 500 personas más ricas del planeta son superiores a los ingresos de los 416 millones de personas más pobres
En un mundo que produce alimentos para cubrir sobradamente las necesidades de toda su población, 1,000 millones de personas se acuestan hambrientas todas las noches
3,500 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, vive con menos de dos dólares al día

Es cierto que este panorama de desigualdad muestra su rostro más feroz cuando hacemos comparaciones con cifras de nivel global. Cualquiera de los porcentajes arriba mencionados, si ocurrieran en un solo país, causarían un verdadero cataclismo social y político. Sin embargo, la situación de algunos países sometidos a esta dictadura del mercado mundial es suficiente para convertirlos en países expulsores de migrantes.

Considero importante no perder esta perspectiva. Hay personas que culpabilizan a los migrantes que son solamente víctimas. Esta óptica también nos ayuda a centrarnos en lo fundamental: la humanización de la vida de los migrantes es solamente una pieza del gran rompecabezas de lo que tenemos que construir para que otra economía sea posible. Una “otra economía” que Monseñor Casaldáliga define espléndidamente:

“Hablamos de Otra Economía, otra de verdad, radicalmente alternativa, no simplemente de ‘reformas económicas’. De reformismos baratos nos libre el Dios de la Vida. La Otra Economía no puede ser sólo económica: ha de ser integral, ecológica, intercultural, al servicio del buen vivir y del buen convivir, en la construcción de la plenitud humana, desmontando la estructura económica actual que está exclusivamente al servicio del mercado total, apátrida, homicida de personas, genocida de pueblos. Soñamos con un cambio sistémico que atienda a las necesidades y aspiraciones de toda la familia humana reunida en esta casa común, el oikos. “Oiko-nomía” es “la administración de la casa”, que tiene como ley la fraternidad/sororidad. Esta Otra Economía sólo puede darse a partir de una conciencia humana y humanizadora que se niegue a la desigualdad escandalosa en la que está estructurada la sociedad actual. Una economía para todas las personas y para todos los pueblos, en comunión de luchas y esperanzas. Como soñaba un campesino para sus nueve hijos: ‘más o menos para todos’. En nivel de familia, de vecindario, de ciudad, de país, de continente, de mundo. Siempre a partir de los pobres y excluidos, construyendo desde la tierra del pueblo, desde su sudor, desde su grito y su canto, desde la sangre derramada por tantas muchedumbres de mártires testigos… Es necesario llegar a la civilización de la sobriedad compartida… el crecimiento capitalista neoliberal sólo puede vencerse con un decrecimiento armónico y mundial…” (Agenda Latinoamericana 2013, pp. 10-11)

Iglesia y Sociedad

Magdalena, la esposa del huerto

10 Abr , 2013  

Para Jorge Muñoz Menéndez, resucitado

La Biblia es un diálogo a muchas voces, semejante a una sinfonía en la que el todo se explica por sus partes. En la tradición judía, de la que procede el Primer Testamento y cuya lógica permea también el Nuevo, uno de los principios básicos de la interpretación midrásica es que la Escritura explica la Escritura, es decir, que un pasaje ilumina al otro. Este principio interpretativo, que se antoja extraño para un lector moderno de las Escrituras, que reconoce los distintos tiempos y autores que dan su pluralidad a los diversos textos, es una constante a lo largo de la construcción del conjunto de libros que judíos y cristianos reconocen como revelados y es una aproximación que permite una lectura actualizada de los textos. Así, muchos pasajes bíblicos aparecen como relecturas de algún otro texto más antiguo, como el relato de la salida del pueblo de Israel de Egipto, casa de la esclavitud (Ex 11-17), se convierte en paradigma del regreso del pueblo de Israel a su territorio después del exilio de Babilonia, en una especie de nuevo éxodo (Is 41.53).

En los relatos de la resurrección podemos encontrar este tipo de lectura midrásica en todos los evangelistas, pero de manera especial en los relatos del cuarto evangelio. En el relato de la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena (Jn 20,1-18), en la conversación que ésta mantiene con el Resucitado, a quien confunde en un principio con el jardinero del cementerio, ella termina reconociendo a Jesús cuando éste menciona su nombre (Jn 20,16). Al interior de la teología del último evangelista parece haber aquí una alusión al texto de Jn 10,3-5 en el que Jesús, hablando de sus discípulos, los compara con ovejas a quienes el pastor conoce ‘y llama por su nombre’. No en balde, al escuchar su nombre y reconocer a Jesús, María clama ‘Rabbuni’, que quiere decir Maestro y que es una expresión técnica en el lenguaje del discipulado. María es, pues, auténtica discípula y apóstol. No nos extraña, por eso, encontrar que algunos de los escritores cristianos más antiguos como Ireneo, Orígenes y san Juan Crisóstomo no tienen ninguna reticencia en llamar a María Magdalena ‘apostola apostolorum’, es decir, la apóstol de los apóstoles.

Quiero, sin embargo, centrarme aquí en las relaciones que podemos encontrar entre el relato de la aparición a María Magdalena y el texto del Cantar de los Cantares. Es sabido que este texto sapiencial ha ejercido una enorme influencia en la construcción de algunos textos del Nuevo Testamento. En el caso de la escena específica en que María Magdalena se encuentra con Jesús Resucitado (Jn 20,11-17), la relación con Cant 3,1-4 parece jugar un papel importante.

En el texto del Cantar la novia busca al esposo en la cama y no lo encuentra, lo busca por las calles y plazas y no lo encuentra, al fin, después de que lo encuentran los guardias, ella también lo encuentra y se abraza a él y no lo suelta hasta que lo lleva a la casa de su madre. María Magdalena va a representar una escena semejante. Según Mt 28,1-10 las mujeres, entre ellas la primera es la Magdalena, buscan a Jesús en el sepulcro y no lo encuentran. Jesús, más tarde, les saldrá al encuentro y ellas se abrazarán a sus pies.

Pero, sin duda, el pasaje más explícito de esta influencia del Cantar de los Cantares es el de Jn 20,11-17. María Magdalena, aislada de las otras mujeres, parece repetir el personaje de la esposa del Cantar. Busca al amado en el sepulcro y no lo encuentra (20,1-2). Le salen al encuentro dos ángeles que le extraen una confesión. Ellos preguntan: ‘¿por qué lloras, mujer?’, a lo que ella contesta: “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (20,11-13). Después tropieza con quien ella cree que es el jardinero y le pide que se lo entregue. Entonces reconoce al Maestro y lo abraza sin querer soltarlo. Es el Maestro quien tiene que pedirle a ella que lo suelte, porque debe irse a la casa del Padre (20,14.17).

María Magdalena parece jugar, además, otro papel además del de la esposa enamorada del Cantar de los Cantares. Es posible que la palabra con que Jesús se dirige a ella, ‘mujer’, esté revelando un papel superpuesto: el de la Eva de una nueva creación (Gn 1-2). Es el primer día después de la resurrección, inicio de un mundo nuevo. Jesús y Magdalena se encuentran en un jardín, son una pareja como la del Génesis. Jesús nombra a María Magdalena y ella lo reconoce y lo abraza. Tantos ecos del relato del Génesis podrían no ser casuales. Aunque no podamos tener la certeza de que estas referencias deban atribuirse al autor del evangelio.

Toda esta riqueza de expresiones simbólicas que rodean al personaje de María Magdalena la convirtieron en alguien de mucha importancia en la reflexión cristiana antigua. Por eso encontramos comentarios de los Santos Padres que mencionan este pasaje llenándolo de alusiones al Cantar de los Cantares y al libro del Génesis. Citaré, para terminar, sólo a manera de ejemplo, al más antiguo de los comentaristas del Cantar de los Cantares, san Hipólito (+ 235):

“Así se cumplió lo dicho: encontré al amor de mi alma… El Redentor contestó: María. Ella dijo Rabbuni, que significa Señor mío. Encontré al amor de mi alma y no lo soltaré. Después de abrazarse a sus pies no lo suelta, y él dice: no me sujetes, que todavía no he subido al Padre. Pero ella lo agarraba diciendo: no te soltaré hasta que te meta en mi corazón; no te soltaré hasta meterte en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en su vientre. Como el amor de Cristo lo siente ella en el cuerpo, no lo suelta. Dichosa mujer que se abrazó a sus pies para poder volar por el aire… Por eso dijo María: No te dejo volar arriba. Sube al Padre a presentarle el nuevo sacrificio. Ofrece como sacrificio a la Eva que no se extravió, sino que se agarró apasionadamente con la mano al árbol de la vida…”

¡Felices Pascua de Resurrección!

Iglesia y Sociedad

Pregón Pascual (femenino y migratorio)

31 Mar , 2013  

¡Ha llegado el día!
La oscuridad se ha roto en medio de la noche.
Del sepulcro vacío dan testimonio las mujeres
Las únicas que permanecieron firmes
Rodeadas de tantas tempestades.

De ellas viene el grito
El anuncio de alegría:
¡Jesús ha resucitado!

Me sacaron a empujones del tren. Uno de ellos tenía el cuerpo todo lleno de tatuajes. Dicen que son salvadoreños pero yo he visto a personas así en todos los países por los que he pasado para llegar hasta aquí. Venir desde Bolivia te da otra manera de ver las cosas. Mi mamá me decía que probablemente no llegaría viva a los Estados Unidos. No me importa. Creo que ahí podré tener todo lo que quiero y hasta podré mandarle dinero a mi mamá. Vivir en mi pueblo llegó a convertirse en un infierno, no solamente por la escasez económica, sino porque nadie entendía que me gustaran las mujeres y no los hombres. En Estados Unidos las cosas son diferentes. Pero no pensé que me doliera tanto enfrentar la violación. Me resistí todo lo que pude, pero eran varios y tenían más fuerzas que yo. No sé qué miraron en mí: sucia, desaliñada, casi masculina –como me decía mi mamá–. A lo mejor era solamente que estuve en el lugar equivocado. Los golpes me dolieron, es cierto, las piernas rasgadas y la ropa, la poca ropa que llevaba, hecha jirones. Pero lo que más me dolió no fue lo físico, sino esa sensación de impotencia, de rabia, cuando uno tras otro entraron en mi cuerpo sin mi permiso, a pesar de mis rasguños y mordidas. Cuando, tendida entre las hierbas, fui encontrada sangrante, tuve suerte de que alguien me mostrara el camino hacia aquí. “Ve a La 72” me decían, “ahí te cuidarán y te curarán.

María Magdalena llora junto al sepulcro.
Se han llevado a su Maestro y no puede encontrar el cadáver.
En la iglesia, como ella, vamos perdidos y llorando.
El Maestro nos habla, pero no lo reconocemos.
“¿A dónde vas María, tan de madrugada?”
En medio del frío de la noche
Se escucha la voz, quebrada por la emoción:
“María”, dice la voz, “María”
Y el invierno se vuelve primavera
Y al solio pontificio va un párroco de clase media
Bonaerense, para mayores señas.
Hemos de hacer el mismo viaje de María, la de Magdala,
Hacia adentro, no hacia afuera,
Para que la iglesia resucite
Y repita con gozo la noticia:
¡Jesús ha resucitado!
Y seamos creíbles.

La primera vez que me invitaron no quise participar. Una cosa es tratar de ser buena cristiana y otra muy distinta ponerse en riesgo en las meras vías del tren. Pero una vez que las visité a la hora del cruce el ferrocarril y pude ver sus caras, las caras de los que van en La Bestia, desde luego, supe que Las Patronas hacían lo que debían. Y me uní a ellas. Juntamos la mercancía en las mañanas, cuando sabemos que el tren va a pasar. Aunque es divertido hacerlo, tenemos que cuidarnos al paso de La Bestia. Por llevarse una bolsa con dos tortas algunos son capaces de todo. Se les ve tan vulnerables… Yo tuve a dos niños y a su madre por dos semanas en mi casa. Alguien les dijo que aquí preparábamos comida para los migrantes. A mis hijos no les gustó mucho tener que compartir su cama ni sus juguetes. Pero aprendieron. Ahora, hasta nos ayudan a preparar las tortas.

Pueden gritarlo mientras corren sobre las vías del tren:
¡No habrá más lugar para La Bestia!
México es una patria nueva
Y todos pueden disfrutar de su dignidad y entereza.
Este país volverá a ser una casa de acogida
Y no un infierno de silencio e indiferencia.
¡Jesús ha resucitado!
Y eso puede hacer cambiar todas las cosas.

Francisca ha dejado ya de buscar el paraíso. Salió de Honduras con la panza gigantesca y dos niños tomados de su mano. Se detuvo en su camino a los Estados Unidos. No porque sus sueños se hubieran detenido, sino porque ha encontrado un mejor lugar para convertirlos en realidad. Otoniel y Christian van a la escuela. Zoé, al fin, comienza a engordar. No se paga en dólares, pero no hay reclamos por la mano amiga que se le tiende. No son los Estados Unidos, pero en la periferia de la ciudad de Mérida se puede vivir bien y de manera modesta. Los niños juegan con otros niños. Están permanentemente rodeados de amor… ¿qué otra cosa se necesita para vivir bien y ser feliz? Francisca cocina pupusas de manera colosal y ya hay mucha gente que le encarga la comida de sus fiestas. No es California, pero en este paraíso posible hay mucho de fraternidad y de resurrección. Por eso Francisca sonríe en esta pascua como nunca antes lo había hecho.

Desde Tenosique, en La 72,
Desde Belén, la posada del migrante,
O desde el lugar en el que Las Patronas reparten tortas,
O en Ixtlán, con los Hermanos en el Camino,
O desde tantas manos y carteras que se ponen en acción
Para ofrecer otro horizonte a los migrantes.
Desde esos lugares de acogida y de martirio,
De llantos secados y vida derramada
Les anuncio hoy una gran alegría:
¡Jesús ha resucitado!
Y eso también, estoy seguro,
Se escucha tras los muros vaticanos.

Primavera 2013

Iglesia y Sociedad

Vaticano II: La disputa hermenéutica

21 Mar , 2013  

La proclamación del Año de la Fe convocado por Benedicto XVI, que abarca desde el 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre de 2013, conmemora el inicio, hace cincuenta años, del Concilio Vaticano II. Paulo Suess, teólogo germano-brasileño y especialista en misionología, se refiere en un reciente artículo a una controversia en relación con el Concilio. La llama “disputa hermenéutica”.

Quien puso sobre la mesa de discusión el tema fue, ni más ni menos, que el mismo Benedicto XVI. En un discurso dirigido a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005, al celebrar los 40 años de la clausura del Concilio, el Papa formuló unas preguntas: “¿Cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien? ¿Qué ha sido insuficiente o equivocado? ¿Qué queda aún por hacer?”.

La recepción del Vaticano II remitió a Benedicto XVI, y así lo mencionó en el discurso al que hacemos alusión, a las palabras que san Basilio pronunciara a propósito del Concilio de Nicea (325). San Basilio dice: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe…” (De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524)

Las preguntas planteadas en aquel entonces por el ahora Obispo Emérito de Roma, abrieron una discusión que está lejos de haber terminado. Los llamados a “regresar a la letra del Concilio” que se han oído en los últimos meses se sitúan en medio de esta polémica. En esta discusión, Benedicto XVI parece haber tomado posición cuando sentencia que en la disputa entre la hermenéutica de la reforma o continuidad, y la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, señala que ésta última “corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia postconciliar”. La hermenéutica de la discontinuidad “afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio”.

Hasta aquí la posición de Benedicto XVI. Con acierto y tino, Paulo Suess argumenta que la posición del Obispo Emérito de Roma es razonable en un aspecto: Al producir teología, dice el misionólogo germano brasileño, “se debe apostar pedagógicamente a la ‘reforma’ y no a la ‘ruptura’. Cuanto mejor se consigue mostrar la continuidad de la teología contextualizada con la tradición apostólica, tanto más fácil serán recibidas las ‘profundizaciones’ latinoamericanas. Un ejemplo claro es la ‘opción por los pobres’, que obligó al sector hegemónico a asumirla formalmente, no con referencia a la Teología de la Liberación, sino con referencia a la Biblia y a la patrística”.

Quedarse en esto, sin embargo, haría del Concilio Vaticano II solamente un punto de llegada y no de partida. No hay continuidad auténtica sin discontinuidades. La vida camina también a saltos y no solamente se desliza sobre los rieles. Una muestra bíblica es, para poner un ejemplo, la Carta a los Hebreos. En este sermón sacerdotal contenido en el Nuevo Testamento se establece con claridad el trípode: semejanza – diferencia – superación. Para decirlo en otras palabras: Jesús es sacerdote, pero no lo es a la manera de los sacerdotes levíticos (ni por su origen –Jesús no era de la tribu levítica– ni por su función –Jesús era laico–), sino de una manera nueva, radicalmente distinta y superior. A demostrar cuál es esa manera distinta y superior se dedican los capítulos del 8 al 10 de la carta neotestamentaria.

De la misma manera, como bien señala Suess más adelante en su artículo, “la ‘verdadera reforma’ incluye revisión, cambio y corrección”. El mismo Benedicto XVI, párrafos más adelante de su discurso a la Curia Romana, señalaría que “el Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad”.

Aunque no es fácil zanjar esta discusión, las posiciones de Benedicto XVI y Suess pueden armonizarse como dos matices de una posición que concuerda en lo fundamental. Hay ocasiones, y ése me parece el caso de la recepción del Vaticano II en América Latina y su derivación reflexiva conocida como Teología de la Liberación, en que la “corrección” no tiene que ver con una discontinuidad con el Depositum Fidei, sino con un verdadero retorno a una legítima tradición apostólica o, para decirlo con mayor claridad, la corrección de una tradición desfigurada. Eso me parece que ha sucedido con la opción por los pobres y con la primacía del Jesús histórico en la reflexión teológica latinoamericana.

A contrapelo de las interpretaciones conservadoras de los textos conciliares, las correcciones que se derivan del espíritu del Vaticano II no dejarán de desplegar sus posibilidades en el futuro próximo a menos que, uniéndonos a los lefevrianos, terminemos por declarar como inválido el esfuerzo más serio de renovación que la iglesia católica ha realizado en los últimos tiempos.

Iglesia y Sociedad

Ovejas negras

14 Mar , 2013  

Presentación del libro

“Ovejas Negras. Rebeldes de la iglesia mexicana del siglo XXI”
de Emiliano Ruiz Parra (Océano, México DF, 2012)

Christopher Sykes, en su libro “Black Sheeps” (Viking Press, 1983) señala que en Inglaterra, durante los siglos XVIII y XIX, las ovejas color negro eran consideradas como ovejas marcadas por el diablo. Lo cierto es que la oveja negra, que ocasionalmente nacía en un hato de ovejas blancas por predominio de los llamados genes recesivos, tenía el problema de que su cotización en el mercado era mucho más baja que aquella de las ovejas blancas. La denominación “ovejas negras”, pues, tiene ya desde su origen una cierta connotación negativa. Es a partir de este origen que se ha derivado el modismo que califica con este nombre a miembros de un grupo que se caracterizan por su singularidad o diferencia con el resto. Esta diferencia suele ser vista con recelo, como bien afirma la Wikipedia: “(El término) deriva de la presencia indeseable y poco común de individuos de lana negra en rebaños de ovejas blancas, lo cual no era bueno para el criador ya que la lana de dichas ovejas no era cotizada en el mercado”. Cuando el término se aplica a grupos humanos, regularmente, como es el caso de la obra que ahora comentamos, el modismo “ovejas negras” tiene connotaciones de disidencia, de rebeldía.

Emiliano Ruiz Parra optó por este término para titular el libro en el que nos comparte las semblanzas de algunos de los varones católicos más emblemáticos de nuestros tiempos, sea por su posición disidente frente al tratamiento que la iglesia jerárquica da a algunos temas, sea por el riesgo, para su prestigio y para su vida, que ha conllevado dicha posición disidente.

A mí me gusta la disidencia. Me parece un signo de buena salud. Una de las discusiones más candentes entre las personas que aspiran a construir sociedades más democráticas, es la discusión acerca del pensamiento único o, como es llamado en otras partes, pensamiento fuerte. James Scott define el pensamiento único y su contraparte, la insubordinación o disidencia, cuando afirma: “Las instituciones cuya identidad depende de una doctrina necesitan que la unanimidad se exprese públicamente, aunque la sinceridad de estas expresiones les preocupa poco. La duda personal o el cinismo introvertido son importantes, pero representan algo muy distinto de la duda pública y el rechazo abierto a una institución. La negativa abierta a cumplir con una puesta en escena hegemónica es, por tanto, una forma especialmente peligrosa de insubordinación… y un acto único de insubordinación pública exitosa perfora la superficie uniforme del aparente consenso…”

De ahí que el rescate de las figuras de estos disidentes que pueblan el libro de Emiliano sea tan importante. Se trata, ni más ni menos, de mostrar con estos testimonios que la iglesia católica es una casa muy amplia, donde caben pensamientos muy diversos, y que mal haríamos con identificar a la pluralidad de la iglesia con el modelo de pensamiento único propugnado por algunas de sus autoridades. Se trata de disidentes públicos, de esos que, al decir de James Scott, “perforan la superficie uniforme del aparente consenso”.

La disidencia en la iglesia tiene mucho de amor y de resistencia. Brota, sí, de la constatación cada vez más palpable de un modelo de organización que ha terminado por alejarse de su origen. Jesús de Nazaret, el rabino itinerante de pies descalzos que, en la Palestina del siglo I apareció anunciando la irrupción del Reino de Dios y que construyó un movimiento alternativo que se distinguió por la igualdad y la fraternidad horizontal entre todos sus miembros y miembras, no parece tener gran cosa que ver con una iglesia en la que su autoridad máxima es un Jefe de Estado, los asuntos vitales para todos son decididos por una gerontocracia masculina y célibe y las mujeres son ciudadanas de tercera clase.

Pero la disidencia no se autoexcluye. Se siente parte de una familia de siglos que la sobrepasa. La disidencia de hoy es pariente de aquella del siglo XIII con Francisco de Asís, de la disidencia del siglo XVI con Giordano Bruno, o aquella, por femenina aún más audaz, de Teresa de Jesús. Por eso la disidencia católica se asemeja mucho a una fotografía que, en tiempo de las pasadas elecciones, circuló profusamente por la red: se trata de la foto de una casa de clase media que tiene en su fachada una lona grande de propaganda del PRI. La lona reza: “En esta familia, todos somos del PRI y estamos con Peña Nieto”. Junto a la lona, en una cartulina hecha a mano, aparece la leyenda del disidente de la familia. La cartulina contiene la frase simple, pero revolucionaria: “No todos”. Hay en la frase disidente un reconocimiento implícito: efectivamente, yo también soy parte de esta familia, pero no por ello tengo que pensar todo como lo piensa el resto. Siempre he sostenido que una de las mayores victorias de la civilización puede palparse cuando un ciudadano o ciudadana de a pie, común y corriente, sin pretender representar a ‘las mayorías’ y sin ostentar más autoridad que la de su propia palabra, se levanta y dice la frase clave: ‘no estoy de acuerdo’ y argumenta su disenso.

Son cuatro los capítulos en que Emiliano Ruiz Parra presenta a sus ovejas negras: Los Precursores, que incluye a Don Sergio y a J-Tatic Samuel; Los Dolientes, donde se enlista a Javier Sicilia, el Padre Solalinde y Pedro Pantoja; Los Defensores, capítulo en el que se presenta al obispo Raúl Vera y al cura obrero Carlos Rodríguez, y, finalmente, Los Disidentes Sexuales, que presenta al tenaz Dr. José Barba y una somera recolección de personas y posiciones titulada “Sacerdotes Casados y Mujeres en el Púlpito”, la sección más floja del libro, puesta, me parece, más bajo la presión de no soslayar esta temática en el libro, pero que resulta poco representativa de las discusiones y testimonios que se dan actualmente en la iglesia en este conflictivo ámbito y que tendría que haber contemplado a personajes como James Alison, el teólogo dominico, Roberto Coogan, el capellán de la pastoral de la diversidad sexual saltillense o a las siempre combativas Católicas por el Derecho a Decidir.

El libro me ha gustado. Me ha gustado su incorrección política. En un tiempo en que lo que vende es la descarnada exhibición de las bajezas cometidas por algunos ministros ordenados, un libro que rescata para la memoria colectiva las apasionantes vidas de cristianos y cristianas comprometidos con causas concordantes con el evangelio de Jesús no puede menos que agradecerse. Por muchas razones este libro es una buena noticia. Lo es, sí, por el prisma plural desde el cual se retrata la disidencia (tres obispos, tres presbíteros y dos laicos, de distintas procedencias y ámbitos diversos de testimonio e influencia), pero lo es también porque los personajes retratados aparecen todos como fascinados por la figura de Jesús de Nazaret. Si uno se pregunta si, en el marco de esta iglesia absolutista, desigual y patriarcal en la que vivimos, persiste como realidad viviente la utopía del evangelio, este libro le dará una respuesta positiva. El impacto de Jesús y de su testimonio, dos milenios después, sigue fascinando personas, alimentando vidas e impulsando proyectos de humanización. Y sobrevive a despecho de una institución que, más preocupada por sí misma y por sus privilegios que por el anuncio del Reino de Dios y la consecuente transformación del mundo, se ha convertido para muchos en un obstáculo para la aceptación del evangelio. Es quizá esta oscuridad generalizada la que hace que estos testimonios luminosos brillen de especial manera.

No se piense, sin embargo, que el libro de Ruiz Parra pertenece al género de las hagiografías. No se trata de una edición actualizada de aquella literatura que llenó nuestra infancia y que llevaba el nombre de “Vidas Ejemplares”. Las Ovejas Negras de Emiliano Ruiz Parra no son objeto de culto ni pretende el autor, como sí se hiciera de manera vergonzosa con el pederasta fundador de la Legión de Cristo, proponerlos como “colmados de los dones del Espíritu Santo” o “guías eficaces de la juventud”. No. Los personajes del libro son de carne y hueso, cruzados por un sinnúmero de contradicciones, sumergidos en esta vorágine de acontecimientos que llamamos historia, tan plena de ambigüedades. Las personas retratadas en este ensayo son, desde mi perspectiva, discípulos de Jesús. Hacen honor a una de las relaciones dialécticas que el autor esboza en su introducción: “entre el pasado (la interpretación de los evangelios) y el presente (la militancia por la justicia social y la libertad) de los protagonistas de este libro: el evangelio se lee a la luz de las urgencias políticas y morales de nuestra hora y con las herramientas científicas de nuestro tiempo; la narrativa revisada de ese pasado, a su vez, se convierte en inspiración de la acción militante en el presente concreto”. Es eso lo que los hace religiosa y políticamente peligrosos. Discípulos de Jesús: nada más, pero nada menos.

Alguna vez, el subcomandante Marcos, mientras peregrinaba por la geografía nacional, dijo lo siguiente con su peculiar prosa: “Hay de iglesias a iglesias… Hay, es cierto, la Iglesia que heredó la soberbia, la estupidez y la crueldad del conquistador hispano. El alto clero que elige estar del lado del poderoso y encima de los que abajo son el color de la tierra, sin importar el tiempo que marque el calendario. El Onésimo Cepeda que se reproduce en todo el territorio mexicano, con otros nombres, repartiendo bendiciones en los campos de golf, en los restaurantes de lujo, en las soberbias mesas en las que todo abunda, menos la dignidad y la vergüenza… La Iglesia de la opresión y la soberbia. La que, hereje, adora a los dioses del poder y del dinero. La que ora porque la conquista continúe y no se detenga hasta eliminar a los habitantes más primeros de estos cielos. La que es indulgente con el crimen hecho gobierno y empresa, y condena al fuego infernal y terrestre la rebeldía de quienes piden justicia y paz.
Pero también hay, es cierto, otra Iglesia. La que heredó la humildad, la honestidad y la nobleza. El bajo clero que está en la opción por los pobres. La Iglesia que elige estar del lado de los marginados sin importar la festividad religiosa. Los párrocos, monjas, seglares y creyentes que no imponen ni se imponen, que trabajan abajo, hombro con hombro, con quienes hacen parir la tierra, andar las máquinas, caminar los productos. Esta otra Iglesia la forman los equivocados. Porque donde dice “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, ellos leen “amarás a tu prójimo más que a ti mismo”. Y donde dice “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, ellos leen “bienaventurados los que se acercan a los pobres, porque con ellos será el reino de justicia en la tierra”. Y donde dice “no robarás”, ellos leen eso: “no robarás”. Y donde dice “no mentirás”, ellos leen “no predicarás la resignación y el conformismo”. En Puebla, y en toda la República Mexicana, esta otra Iglesia camina de la mano de los pueblos indios y con ellos resiste y lucha”.

Esa es la iglesia que queda retratada en Ovejas Negras. Con un talante utópico de tal envergadura, no es extraño que los movimientos de resistencia estén plagados de este tipo de discípulos y discípulas. No serán la mayoría ni ocuparán puestos de relumbre o escaños relevantes en la geografía de las jerarquías de arriba. No pidamos peras al olmo. Tampoco se suele encontrar auténticos revolucionarios en las curules de los diputados y senadores. ¿Cuántos cristianos y cristianas, en cambio, encontramos en trabajos que tienen que ver con el respeto a los derechos humanos de diversos grupos sociales en nuestro país? Miles. Sólo en la Red Nacional de Organismos Civiles “Todos los Derechos para Todas y Todos”, que cuenta con cerca de ochenta organizaciones en el territorio nacional, cerca del 70% son organizaciones con raíces cristianas.

Una cosa nada más tendría que reclamarle al autor: la casi total ausencia de mujeres. Puede comprenderse que en la institución occidental más empapada del espíritu patriarcal no sobresalgan per se mujeres. Pero Cristina Auerbach, Jackie Campbell y Janet Collin-Smith, mencionadas en el libro, hubieran merecido cada una su propio capítulo. Si me preguntaran ahora si en Yucatán existen personas que habrían dignamente ocupado las páginas de este libro, como testimonio de resistencia y rebeldía al interior de la iglesia católica, mi boca y mi corazón se llenarían de nombres de mujeres. Ellas lo saben, porque varias de ellas están aquí presentes. Pero nadie sabe si Ruiz Parra nos entregará, en algún futuro posible, algún libro sobre la presencia rebelde de las mujeres católicas en la iglesia mexicana.

Hay algo de lucha contra el olvido en este libro, porque rescata para la historia el testimonio de personas que, de otra manera, sería difícil que conociéramos. Aunque, hay que reconocerlo, la historia parece a veces no ser otra cosa sino el registro de las mayores disidencias. Quizá una de las pocas alegrías de los estudiosos de las disidencias sea precisamente esa: todo mundo sabe quién fue Giordano Bruno. Muy pocos recuerdan quién era el inquisidor que se le acercó al pie de la hoguera para reconvenirlo y llamarlo al arrepentimiento. A los que ejercen de inquisidores la historia los trata como lo que son, marionetas del poder, sucumbidos al olvido, conocidos únicamente gracias a sus víctimas.

A propósito de Giordano Bruno: Cuentan que el anónimo inquisidor le dijo a Giordano, antes de encender la hoguera: ¿reniegas de las proposiciones heréticas que has sostenido? A lo que Bruno respondió: No. Entonces, le dijo el inquisidor, quedas expulsado de la iglesia militante y de la iglesia triunfante. Giordano Bruno lo enfrentó diciéndole: “¡Espera! De la iglesia militante puedes expulsarme, pero no de la triunfante. No tienes en ello competencia”. Como una vez me dijera María Sarquiz, una mujer íntegra, luchadora contra los prejuicios que circundan al VIH/SIDA: “Yo, con Dios, no tengo ningún problema. Mis problemas son con el personal de tierra”.

Quede pues la invitación a la lectura de Ovejas Negras. Un libro que se disfruta. Lean ustedes el testimonio de estos disidentes. Les aseguro que documentarán su esperanza y fortalecerán su espíritu de resistencia.

Iglesia y Sociedad

El Papa y el Papado

5 Mar , 2013  

“El problema no es el Papa, sino el Papado”, titulaba el teólogo español José María Castillo uno de sus más recientes artículos. Creo que es una formulación muy afortunada. Ahora que la Sede está vacante es una buena oportunidad para que todos los bautizados y bautizadas comencemos a conversar sobre los cambios estructurales que nuestra iglesia necesita. No se trata de mirar solamente quién será el nuevo Papa nombrado, sino atrevernos a revisar con ojos de Evangelio la manera como estamos organizados.

En este sentido puede resultar interesante leer el artículo de Eduardo Hoornaert titulado ¿Cómo entender el Papado? Algunos apuntes de orden histórico, que se publica en el portal electrónico de Koinonia. Un repaso histórico de las circunstancias en las que creció el poder el Obispo de Roma son una buena medicina para quienes piensan que el gobierno de la iglesia fue siempre de la misma manera como es hoy y que se imaginan a Jesús casi casi poniéndole la mitra y el báculo a Pedro, el pescador.

Nos recuerda Hoonaert que es hasta el siglo IV cuando el Patriarca de Roma comienza a ostentar títulos que subrayan desigualdad, como Sumo Pontífice, Príncipe de los Apóstoles, etc., y avanza la estrategia romana de buscar el control de los demás obispos. Antes de esta fecha, hasta mediados del siglo IV, el Papa no intervenía en las decisiones tomadas en las reuniones de Obispos, que eran libres y soberanos. El cisma de 1054, que dividió la iglesia entre católicos y ortodoxos, fue justamente la reacción final de los patriarcas de oriente a las tensiones generadas por el intento del Patriarca de Roma de imponerse sobre los otros patriarcados de Oriente.

Esta visión histórica (es un artículo largo el de Hoornaert, que vale la pena leer) nos sirve para que, en palabras del propio autor, sea más fácil “comprender que el papado es una construcción histórica condicionada por el tiempo y por el espacio, como todo lo que el ser humano hace. Y todo lo que el ser humano construye puede ser de-construido, remodelado o substituido por algo que sea más adecuado a las exigencias del momento”. La intención del Concilio Vaticano II fue, entre otras cosas, indicar los caminos para la superación de un papado absolutista con la introducción de la categoría de colegialidad en toda la iglesia. En ese campo, sin embargo, el Concilio es todavía una higuera que no da frutos.

Y sí: una de las tareas más importantes que toca realizar a nuestra generación es la de-construcción de un modelo de relaciones intraeclesiales que, no solamente resultan inviables para responder a la nueva cultura de los derechos humanos, sino que no parecen tener mucho que ver con los principios evangélicos. Construir una iglesia de iguales, respetando el mandato de Jesús (“porque todos ustedes son hermanos…” Mt 23,8), es una de las tareas que podrá contribuir a reconciliar a la iglesia con los hombres y mujeres de hoy, y eso requiere de una profunda reforma que recoloque al Papado en su servicio auténtico y lo aleje de los peligros absolutistas.

Mucha gente se siente inquieta por las críticas que se escuchan en los medios de comunicación. La renuncia de Benedicto XVI ha tenido, entre otras cosas, el efecto de replantear muchas de las asignaturas pendientes para la iglesia y de sacar a la luz pública algunas de las malas decisiones tomadas por autoridades eclesiásticas, sobre todo respecto al doloroso problema del abuso de niños y niñas a manos de ministros religiosos. Esta avalancha de críticas puede causar cierta desazón en las y los creyentes, pero en medio de tanta alharaca podemos escuchar la urgente llamada del Espíritu a una reforma radical de la iglesia. Si, en lugar de solamente defendernos, comenzáramos por aceptar que ha habido debilidades severas en el encaramiento de algunos de los problemas que nos han aquejado en los últimos años, iniciaríamos, sin duda, un camino de conversión.

Un problema, al que sólo me referiré breve y tangencialmente, es el de los comunicadores católicos, presbíteros y laicos/as, que en prensa y radio insisten solamente en el aspecto “espiritual” de la elección del Papa como si la inspiración del Espíritu Santo fuera el único elemento del que dependiera el resultado del proceso electoral, dejando de lado las necesidades de la iglesia, las angustiosas situaciones por las que el mundo pasa (pobreza, desigualdad, desastre ecológico…), y como si la utilización de un discurso teológico medieval pudiera ocultar los graves problemas a los que tiene que enfrentarse la institución debido a sus conflictos internos. Esta es una irresponsabilidad de parte de comunicadores y voceros de la iglesia que dejan a los católicos y católicas de a pie sin argumentaciones serias y razonamientos sólidos frente a la avalancha de severas críticas que se esparcen en los mismos medios en los que ellos hablan. Quedé sorprendido hace algunos días cuando, escuchando una estación local de radio, oí a un comentarista católico decir que la primera decisión fundamental del nuevo Papa era… ¡la elección de su nombre! Como reza el refrán: con amigos así, para qué queremos enemigos. A propósito de este tema puede servir mirar el artículo de la teóloga Ivone Gebara La elección de un nuevo Papa y el Espíritu Santo.

Diré una última palabra sobre el Papado. Muchas personas se preguntan cómo será posible iniciar la reforma que la iglesia católica necesita si toda la maquinaria institucional, incluyendo su normatividad canónica, defienden de hecho el absolutismo papal. El asunto no es simple. Pasa, sí, por la elección como Papa de un hombre abierto al Espíritu y a los desafíos de nuestro tiempo, dialogante y conciliador, que apueste por la colegialidad e inicie el desmantelamiento y renovación de las estructuras que le otorgan el poder absoluto. Pero también, al mismo tiempo, requiere que los católicos y católicas de base comencemos a hablar sin miedo de estos temas, a dejar de considerar cada crítica a la institución como una traición, a empeñarnos en una búsqueda sincera de una convivencia intraeclesial que nos acerque más al mensaje del Evangelio.

Hay formas en las que la iglesia podría comenzar a cambiar sin necesidad de muchas modificaciones legales. Incluso en asuntos tan difíciles como los procesos de elección de un nuevo Papa. Como bien señala Giovanni Franzoni (antiguo Abad benedictino, presente en la última sesión del Concilio) en la revista “Confronti”, en un artículo reproducido en el portal electrónico Redes Cristianas, “…en el pasado también ha habido cardenales laicos. Si se esto pudo hacerse para honrar a las grandes familias de los patricios católicos, también podría hacerse para enriquecer el Colegio con el que el Papa se confronta y se aconseja antes de convocar los Sínodos. Esta ventana abierta en el Colegio de los Cardenales existe. Y a través de las ventanas abiertas pueden entrar moscones molestos pero – ¿por qué no? – también golondrinas. Una vez, en el Concilio Vaticano II, un obispo de la India preguntó si para las tareas de alto nivel que pudieran ser encomendadas a los laicos (tales como la administración o las nunciaturas apostólicas) no podrían ser nombradas también las mujeres. Así, sin pasar por la difícil cuestión de la ordenación sacerdotal de la mujer –vista con recelo por las mismas feministas y detestada por los conservadores– el nuevo Papa fácilmente podría ampliar el Colegio de Cardenales a 50 mujeres. Nada que objetar ni siquiera por el Derecho Canónico actual”. Esta opinión de Franzoni, por audaz que parezca, modificaría sustancialmente el panorama electoral de un nuevo Papa y es una muestra de cómo podemos ir encontrando entre todos un itinerario en el que se aborden los cambios parciales que vayan contribuyendo a la reforma de la iglesia.

Termino estas reflexiones con las palabras de Koldo Aldai, en un artículo ¿Nuevo Papa?, publicado en el portal electrónico de Eclesalia: “No desearíamos un nuevo y pomposo Papa, desearíamos una refundación integral de una institución tan anclada en la Edad Media… La humanidad, en vías de emancipación de tutelas de todo orden, no puede aceptar más sumisión que a los principios y valores universales que pregonó Jesús; no puede asumir más devoción que aquella debida al resto de la humanidad, sobre todo a aquella más sufriente… Lo proclamamos por supuesto con todos los respetos: no desearíamos nuevo Pontífice, preferiríamos un hermano en Roma, falible, de carne y hueso, camisa y pantalón. Si alguien nos preguntara, quisiéramos un conocedor del ser humano y sus desafíos, no de la letra y las formas que caducan; un abridor de nuevos caminos, un abrazador de otros sentires, un ingeniero puenteador con otros credos. Desearíamos un hombre, una mujer en el Vaticano que día a día se preguntara, no cómo defender el imperio de la fe, sino cómo extender el principio de solidaridad universal, de fraterno amor; que en cada momento se interrogara cómo caminaría el Nazareno por las inciertas, convulsas, pero al mismo tiempo esperanzadoras, avenidas de nuestros días”.

Iglesia y Sociedad

Pluralidad Religiosa en México. Cifras y Proyecciones

27 Feb , 2013  

Presentación del libro
Pluralidad Religiosa en México. Cifras y Proyecciones
De Elio Masferrer Kan
(Libros de la Araucaria S.A., Buenos Aires, 2011, pp. 256)

Reza la enciclopedia que la Estadística “es una ciencia formal que estudia la recolección, análisis e interpretación de datos de una muestra representativa, ya sea para ayudar en la toma de decisiones o para explicar condiciones regulares o irregulares de algún fenómeno o estudio aplicado, de ocurrencia en forma aleatoria o condicional. Sin embargo, la estadística es más que eso, es decir, es el vehículo que permite llevar a cabo el proceso relacionado con la investigación científica”.

Hasta aquí la definición. Nadie tendría ningún problema con ella. Pero hay algunos que practicamos la sospecha como si fuera un deporte. Seguramente en gente como nosotros tuvo su origen aquel refrán que aquí en Yucatán escuchamos desde niños (y practicamos con religiosa obediencia): “piensa mal y acertarás”. Así que ante las encuestas y sondeos de opinión, hay gente que dudamos, que preguntamos, que no nos tragamos la píldora.

El problema es que los sospechosistas somos cada vez más. Cunde por todas partes la percepción de que el conocimiento estadístico, las encuestas y su interpretación, pues, son intencionadas y frecuentemente usadas para llevar agua al molino de alguien. Es decir, que los datos brutos que arroja algún sondeo pueden ser interpretados de muchas maneras y hay la posibilidad cierta de favorecer algunos intereses si se opta por una interpretación o por otra. Las encuestas en las campañas políticas son el mejor ejemplo de cómo los datos pueden presentarse para favorecer a un determinado candidato o candidata. El escándalo de las encuestas organizadas y/o financiadas por Milenio en la elección presidencial próxima pasada, por poner solo un ejemplo, muestra cómo se puede hacer campaña con las estadísticas y cómo la confiabilidad de un medio de comunicación se ve seriamente dañada cuando el engaño es puesto al descubierto por la terca realidad.

Quizá es ese creciente escepticismo el que llevó a Benjamín Disraeli a decir que “hay tres tipos de mentiras: mentiras pequeñas, mentiras grandes y estadísticas”. No se trata, muchas veces, del falseamiento de los datos, sino de una presentación con sesgos intencionados de parte de quien realiza las encuestas o de quien las interpreta. En algunos casos, dicho sesgo intencionado puede constituir un verdadero fraude social. Esto ha llevado a muchos especialistas a ser muy cuidadosos en las metodologías que las instituciones encuestadoras utilizan y a no aceptar cheques en blanco en cuestión de estadísticas. Recordamos aquí que ya en 1909 el Decano de la Universidad de Harvard, Lawrence Lowel, escribía que “las estadísticas, como algunos pasteles, son buenas si se sabe quién las hizo y se está seguro de los ingredientes”. Si a esto le aunamos el uso que los medios de comunicación hacen de los resultados estadísticos, simplificando informaciones, ya podemos imaginar el crecimiento de la desconfianza social respecto de estos ejercicios. Y aunque a la mayor parte de la gente las estadísticas las dejen sin cuidado y les hagan lo que el viento a Juárez, a veces –como cuando uno tiene que presentar un comentario sobre un libro que lo que hace es precisamente analizar las estadísticas, como es ahora mi caso– uno tiene que ocuparse de ellas, así sea para volver a enterrarlas, más pronto que tarde, en el cajón de escritorio de algún especialista.

Elio Masferrer Kan, además de un estudioso del fenómeno religioso, es un sospechosista de primera. No he podido averiguar si Santiago Creel inventó el término inspirado justamente en su persona. Y creo que nunca lo averiguaré dado que, con los escandalazos que Carmen Aristegui saca cada día en su noticiero matutino acerca de los casinos en nuestro país, Santiago Creel, católico de nacimiento y educado en su primaria por Hermanos Lasallistas, debe andar escondido porque fue él, que no se nos olvide, el que aprobó en mayo de 2005, en tan solo cinco días, siendo secretario de gobernación del sexenio foxista, 432 centros de apuestas remotas y salas de sorteo a un grupo de acaudalados empresarios mexicanos, entre ellos algunos relacionados con los medios de comunicación como Emilio Azcárraga Jean, de Televisa; Olegario Vázquez Raña del Grupo Imagen, y Carlos Enrique Abraham Mafud, entonces concesionario de TV Azteca en Yucatán.

Pero volvamos a lo nuestro. Elio Masferrer, que estudia el comportamiento religioso en México y América Latina desde hace muchos años, comenzó a sospechar de los censos realizados por el INEGI. Algo parecía no cuadrarle. La diversidad religiosa de nuestro país no le parecía bien reflejada en las cifras de los censos decenales. No solamente porque no percibía en los resultados censales la crisis de disminución que experimentaba la iglesia católica, sino porque la enorme cantidad de entidades religiosas, particularmente de la corriente evangélica pentecostal, no se distinguían en las cifras finales de los censos.

Entonces decidió realizar una investigación sobre las cifras que arrojan los censos del México independiente en torno a la pregunta “Religión”. El resultado es el libro que estamos presentando, fruto del trabajo de varios años de Masferrer y su equipo de colaboradores. Al análisis de los resultados censales, a través de los cuales demuestra la inconsistencia de las distintas metodologías que ha adoptado el INEGI a lo largo de los años y lo incompleto y sesgado de sus resultados, añade algunas hipótesis para explicar el fenómeno de la diversidad religiosa.

En la investigación que este libro reporta, el equipo de estudiosos, dirigido por Elio Masferrer, cuestiona la metodología utilizada en la recolección de datos censales sobre religión, analiza el crecimiento de lo que el libro llama “disidencias” religiosas (sobre todo evangélicos y pentecostales) –y que yo preferiría llamar minorías religiosas– y estudia los datos que quedan clasificados bajo los ambiguas categorías “sin religión” o “religiones no especificadas” ponderando, en base a estos datos, la significación de los errores o inexactitudes censales.

Destaco algunos elementos de la investigación que me parecen útiles e incontrovertibles:
1. La disección de los datos censales realizada por el equipo de Masferrer tiene la virtud de complejizar el panorama religioso. Este resultado me parece oportuno para la sana convivencia en la actual pluralidad religiosa, porque no solamente nos ayuda a no mirar un panorama de blancos y negros, mayorías y minorías, ortodoxos y disidentes, sino que muestra la vigencia de decenas de factores que explican el crecimiento de las religiones minoritarias y las transformaciones que ha venido sufriendo la religión mayoritaria.
2. Las metodologías usadas para la elaboración de los cuestionarios censales en materia de religión son ambiguas, disparejas, no aportan luz sobre la diversidad religiosa en nuestro país y pueden esconder sesgos que desorientan al ciudadano de a pie y favorecen a una religión sobre las otras. Hay un sobredimensionamiento de los católicos romanos en los resultados censales, producto de múltiples factores.
3. La elaboración de las preguntas censales en materia religiosa encuentran una explicación amplia y una clave de interpretación en las relaciones que las distintas iglesias, especialmente la católica romana, tienen o han tenido con el poder político y económico. No tomar esto en consideración es ingenuo.
4. La diversificación religiosa en el campo protestante (iglesias históricas, pentecostales, cristianas o de nuevo cuño) no se refleja convenientemente en los resultados de los censos, aunque no hayamos de atribuir esto solamente a las preguntas que realizan los encuestadores o a la metodología que utilizan los censos, sino también a que, más allá de las macroidentidades, la diversificación evangélica es un maremágnum un tanto caótico para quien la mira de fuera y, me temo, hasta los que lo hacen desde dentro.

Aceptar el sobredimensionamiento de los católicos en los datos censales y la subvaloración de la pluralidad religiosa y del crecimiento de las minorías cristianas y bíblicas no evangélicas, no significa tener que estar de acuerdo en todos los aspectos de las hipótesis que el autor del libro plantea a lo largo de sus páginas. Y como el sospechosismo ha sido altamente valorado a lo largo de esta exposición, me permito también expresar las sospechas que despiertan en mí algunas insistencias del autor que pueden revelar un sesgo en el análisis de los datos.

Me parece respirar a lo largo de toda la investigación algo que puede terminar constituyendo un prejuicio en la valoración de los datos: que el concepto de pluralidad religiosa, para ser tal, exigiera la destrucción de las mayorías y las paridades numéricas. Los católicos, que aun en la más audaz de las consideraciones numéricas, continúan siendo una sólida mayoría religiosa, parecen no entrar en el panorama de la pluralidad sino como un obstáculo. Algo equivalente a decir que la transición democrática requiriera, para ser llamada tal, la desaparición del partido que representa el sistema autoritario que se pretende dejar atrás: No habrá democracia hasta que el PRI desaparezca. Y espero que nadie diga mañana que estoy comparando a la iglesia católica con el PRI (aunque lo esté haciendo… pero esto queda en confianza). Esto se manifiesta también en las numerosas veces que el abandono de la iglesia católica es identificado en el libro como reflejando la incapacidad de dicha institución de dar respuesta “a los desafíos de la postomodernidad”, lo cual puede ser cierto desde muchos puntos de vista, pero las conversiones de una denominación protestante a otra nunca se explican de esa manera. Es decir, para no ahondar más en este sesgo autoral (sobre todo si el autor está presente), considero que no es pecado mortal sospechar que en muchas partes del texto que comentamos, el autor desliza de manera perceptible una valoración siempre negativa de la institución católica romana con la que puede estarse o no de acuerdo, pero que arriesga comprometer la imparcialidad de todo el estudio.

Propongo algunos ejemplos que, me parece, muestran a lo que me refiero. En la página 46 se hace la afirmación: “Muchos disidentes tienen temor a las presiones institucionales y gubernamentales, porque están conscientes de que su preferencia religiosa puede ser causa de agresión y no sólo no será sancionada, sino que contará con el respaldo gubernamental de los grupos de poder local e incluso federal”. Aunque no es esta una experiencia común en nuestro estado uno puede entender que sea una afirmación creíble y comprobable. El problema es cuando, para justificar dicha afirmación, la nota reza: “Sirve para formular esta hipótesis la postura que adoptó la Secretaría de Gobernación cuando declaró que el cardenal Sandoval no había violado la Constitución al afirmar que el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México había maiceado (sobornado) a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, ni que había discriminado a alguien al opinar que a nadie le gustaría ser adoptado por dos maricones”…

Entiéndase lo que digo: a mí también me parece que las opiniones del entonces Cardenal de Guadalajara son patéticas, y que la declaración del Secretario de Gobernación en su favor fue vergonzosa (a pesar de la loable declaración de la CONAPRED que tomó la posición contraria respecto a lo dicho sobre las personas homosexuales, registrada también por la nota). Pero proponer estos ejemplos como corroboración de la hipótesis de que los disidentes religiosos sabrían que las agresiones en su contra por ser minorías religiosas no serán sancionadas me parece cuando menos excesivo. Es una prueba que no prueba nada, salvo que se extienda arbitrariamente. Algo así como lo que a propósito he hecho yo al principio de esta intervención, al recordar que el católico Creel aprobó los casinos que tantos dolores de cabeza nos causan hoy en día, sin que tenga nada que ver con el tema que estamos tratando, sino sólo para explicar el sospechosismo del autor y para concederme el placer, ese sí, casi pecaminoso, de recordar cada vez que puedo esta incongruencia del panista (que podría, desde luego, ser admirado por otras acciones… pero no por ésta).

Lo mismo podría decir sobre algunos otros sesgos, como la desestimación del priismo tradicional de los protestantismos (al menos de los históricos), la subvaloración de la teoría de la conspiración en el caso de los intereses del gobierno de los Estados Unidos en la difusión de las denominaciones de origen norteamericano (que comparto) en la página 40, pero la afirmación, solo una página antes, de que “En 1950… tanto Manuel Ávila Camacho como Miguel Alemán (que) eran católicos estaban interesados en revertir las tensiones con la iglesia católica…” y por eso habrían definido preguntas censales cargadas –como los dados– hacia un solo lado, suena también a teoría conspiratoria.

Lo bueno es que, aun cuando estos sesgos pudieran ser discutidos y hasta comprobados, no hacen menoscabo alguno en las sólidamente probadas inconsistencias de los resultados censales reveladas en el libro y en las consecuencias que esto reporta en la caracterización de la complejidad religiosa del México contemporáneo. El trabajo de Masferrer y su equipo son un aporte insustituible para los especialistas en estudios de la religiosidad en México y para cualquier lector o lectora que quiera acercarse con datos críticamente valorados al fenómeno de la pluralidad religiosa en nuestro país.

No puedo terminar sin una nota regionalista. Los datos sobre Yucatán nos dejan, por así decirlo, bien parados. A la consolidación de la presencia evangélica en el estado (p 49), atestiguada incluso por los resultados censales a pesar de sus insuficiencias metodológicas, se corresponde una disminución del fenómeno de la intolerancia, según las encuestas sobre discriminación realizadas por la CONAPRED (p 66), lo que hace que el autor posicione a Yucatán entre las entidades de “pluralidad consolidada”. Enhorabuena. Lástima que ese respeto de los yucatecos a la pluralidad religiosa no se extienda, por ejemplo, a la diversidad sexual. Yucatán es el tercer estado en crímenes de odio por homofobia. Y a la conservación y perpetuación de esta mentalidad discriminatoria contribuyen a mi parecer, desafortunadamente, tanto mayorías como minorías religiosas. Pero esa es otra discusión.

No me resta sino invitar a la audiencia a echarle una ojeada a la obra que hoy presentamos. Es una temática que interesa sobre todo a quienes se ocupan desde el ámbito de su trabajo de la situación religiosa mexicana pero que, como bien sostiene la presentación, “su estructura ágil permite que sea leído por un público amplio y diverso”.

Iglesia y Sociedad

Sabina Rivas y los Sonderkommandos

21 Feb , 2013  

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de ver la película La vida precoz y breve de Sabina Rivas. Dirigida por Luis Mandoki, el filme es una adaptación de la novela La Mara, de Rafael Heredia. La película retrata, de manera cruda y sin concesiones, la realidad de miles de centroamericanas que, en su afán por llegar a los Estados Unidos, salen de sus países dispuestas a atravesar México y alcanzar la frontera norte. La peligrosidad de ‘La Bestia’, la corrupción de las autoridades migratorias mexicanas, las bandas del crimen organizado que sacan ventaja de la vulnerabilidad de las y los migrantes, los giros negros –escuelas de prostitución– que se ofrecen a las migrantes como oportunidades para aligerar y asegurar su camino hacia el sueño gringo, aparecen en una imagen policromática en la película producida por Abraham Zabludovsky.

Pero no quiero hacer aquí, en esta ocasión, crónica cinematográfica. Tampoco quiero abundar sobre la paradójica asistencia financiera de Televisa y del gobierno de Chiapas a este proyecto fílmico. Quiero solamente hacer alusión, como punto de partida para la reflexión que hoy quiero compartirles, a una escena de la película que me hizo pensar.

La protagonista (una joven que de niña fue violada por su propio padre, que no encontró apoyo ni ayuda en su madre que no hizo nada por evitar las violaciones continuas, que fue testigo presencial de la muerte de sus progenitores a manos de su hermano que, enamorado de ella y por defenderla, terminó ultimando a padre y madre) trabaja en una cantina-prostíbulo en una ciudad fronteriza de Guatemala, a orillas del Suchiate. Es protegida y explotada por una matrona que alimenta el sueño de la muchacha de llegar a los Estados Unidos y se vale de ello para explotarla y sacar provecho. En un momento determinado, cuando un corrupto policía mexicano la persigue y quiere obligarla por la fuerza a mantener relaciones con su jefe, la matrona sale en defensa de la muchacha y aleja, con arma en la mano, al policía abusador.

La relación matrona – pupila no deja de ser ambigua a lo largo del filme: la mujer explota a la joven, sí, pero es también el único afecto cercano que la muchacha experimenta. Por momentos se antoja casi como un sustituto materno. Mientras veía las escenas de ellas dos conversando, en un dejo algo parecido a la ternura, el hígado se me revolvía. ¿Cómo puede aparentar ternura quien vive de la explotación de otras mujeres?

Mis pensamientos se vieron de pronto interrumpidos. Mi compañero de butaca, ignorante de los sentimientos que este tipo de relación despertaba en mí, cuando vio a la matrona defender con el arma en la mano a su pupila en contra del policía corrupto y amenazante, hizo un comentario que me sembró una daga: “seguramente ella también es alguien a quien violaron de niña, o la obligaron a hacer servicios sexuales que rechazaba…”

La diferencia entre víctima y victimario no desaparece. La explotación a la que esa mujer sometía a sus muchachas no queda justificada. Sin embargo, el comentario surgido de la butaca de al lado introdujo un matiz que no es nada despreciable. Algo parecido a la vieja canción italiana que, allá por los años ochenta, entonaba el cantautor Claudio Baglioni y que subrayaba que el terrorista que hizo estallar la bomba también se cayó de un árbol cuando era niño, y lloró, y agradeció a su mamá cuando ella lo abrazó y le curó la herida… O aquella sentencia de mi antiguo párroco, que sostenía que en el cielo habríamos de encontrarnos con grandes sorpresas, como, por ejemplo, tomarnos de la mano de un Hitler o de un Mussolini en la alegría final, gracias al perdón de Dios y a quién sabe cuántos elementos externos que produjeron monstruos como aquellos.

Repito: no se tome esta reflexión como una justificante para los males objetivos que produjeron personas como Hitler o Pinochet. Se trata solamente de introducir un matiz que apunta a que, en cuestión de comportamientos morales, la línea entre víctima y victimario no es siempre tan clara. No todo es blanco y negro: una buena parte de nuestras vidas y actuaciones se ejecutan en una amplia gama de grises. Saber apreciar y valorar esta gama cromática es fuente de sabiduría y equilibrio.

El número 169 de la revista Letras Libres, correspondiente al mes de enero de 2013 y dedicado a reflexionar sobre El Holocausto, hace un guiño a este misma temática en el artículo En el corazón del infierno (pp. 22-27). En la introducción al artículo, transcripción de las notas de Zalmen Gradowski, un Sonderkommando, Ana Nuño nos alerta:

“Los Sonderkommandos eran escuadrones especiales de trabajo, destinados a operar en las cámaras de gas y los crematorios. Todos sus miembros eran deportados judíos. Hubo Sonderkommandos en los seis campos de exterminio para judíos construidos en territorio polaco (Chelmno, Treblinka, Majdanek, Sobibor, Bełżec y Auschwitz-Birkenau). Los de Auschwitz fueron los más numerosos, y uno de ellos protagonizó la única revuelta que se produjo en este campo. Estaban obligados a retirar los cadáveres de las cámaras, limpiarlas y prepararlas para el siguiente gaseamiento, conducir los cuerpos al crematorio anexo y quemarlos. Asimismo, debían dispersar las cenizas en los lugares designados a este efecto. Vivían en régimen de estricto aislamiento respecto de los otros prisioneros del campo. Gozaban del privilegio de una ración extra de comida y, ocasionalmente, bebidas alcohólicas. Periódicamente eran, a su vez, exterminados en las cámaras de gas y reemplazados por otros deportados. En la primavera de 1944, cuando se inició el gaseamiento masivo de los judíos húngaros deportados a Auschwitz, el Sonderkommando de Birkenau estuvo integrado por un millar de hombres que trabajaban en equipos por turnos de doce horas ininterrumpidamente… Los miembros de los Sonderkommandos de Auschwitz han sido objeto de una de las más tenaces leyendas negras divulgadas después de la Segunda Guerra Mundial. Bien por desconocimiento de la lógica del proceso de exterminio de los judíos europeos ejecutado por el régimen nazi, bien por voluntad de borrar lo que durante mucho tiempo los sobrevivientes consideraron episodios especialmente vergonzosos del mismo, la realidad de estos ‘comandos especiales’ se mantuvo discretamente apartada del estudio general del proceso de internamiento, selecciones y asesinato en las cámaras de gas de los seis campos de exterminio levantados por los alemanes en territorio polaco”.

Esa leyenda negra ha cambiado gracias a algunos documentos que han sido descubiertos, enterrados in situ, en los campos de Auschwitz-Birkenau. Se trata de manuscritos de los Sonderkommandos, que sabiéndose ellos mismos condenados a la muerte, tomaron la decisión de compartir el horror del que eran testigos y del que se les obligaba a ser partícipes, con la expresa voluntad de evitar que todo ello pereciera en el olvido. Lo hicieron elaborando los manuscritos que después fueron enterrados y más tarde, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, descubiertos y publicados. Son precisamente las notas de uno de esos manuscritos, las que constituyen el artículo En el corazón del infierno, ya señalado líneas arriba.

Los Sonderkommandos, y la superación de la leyenda negra que los había acompañado durante tantos años, se sitúa en el mismo canal que mis reflexiones sobre la matrona de Sabina Rivas: no todo es lo que parece, y aun las acciones más abyectas tienen causas previas y un pasado que es preciso conocer para tener una visión equilibrada.