Como anuncié en la columna pasada, el pasado miércoles 24 de junio tuvo lugar, en la Sala de Arte del Teatro Mérida, la mesa de discusión “Darwin: espejos de la evolución”, organizada por la Red Literaria del Sureste. Los 150 años de la publicación del libro “El Origen de las Especies”, de Charles Darwin, no es una efeméride menor. El impacto de la teoría darwiniana ha ido mucho más allá de la biología de la evolución y ha terminado por cambiar por completo nuestra visión del mundo.
El esfuerzo de la Red Literaria del Sureste es digno de encomio; es una lástima que el Instituto de Cultura de Yucatán haya estado a punto de arruinarlo. Me refiero al hecho de que después de haberse anunciado con tiempo la realización de la mesa de discusión en la Sala de Arte del Teatro Mérida, ésta estuviera sin aire acondicionado y sin servicio audiovisual eficiente. Lo segundo pudo solucionarse en el último momento. El clima artificial, en cambio, nunca funcionó. Solamente la heroica resistencia de los asistentes que llenaron la sala permitió que, a pesar de una temperatura que debió sobrepasar los 45 grados, propia de un espacio cerrado y sin ventilación, la mesa de discusión haya podido llevarse al cabo. No hubo en ningún momento, de parte de la administración del Teatro Mérida, un ofrecimiento de disculpas.
Pero más allá de la penosa ineficiencia de los responsables del abandono de dicho recinto cultural, la mesa de discusión resultó, gracias al interés y la paciencia de los asistentes, una experiencia muy interesante. La primera participación fue la del Dr. Manuel Robert, renombrado biólogo, que presentó una amena introducción a la personalidad de Darwin e ilustró de manera sencilla y accesible el impacto decisivo que su teoría ha tenido en todos los órdenes de la ciencia. Tocó después su turno a la Dra. Martha Pimienta, especialista en antropología física, quien nos condujo también con mucha sencillez por el camino de los hallazgos, en diversas partes del planeta, de fósiles y cráneos de los antepasados del ‘homo sapiens’ que han ilustrado y corroborado la teoría de la evolución. Debe agradecerse a ambos científicos su claridad en la exposición ya que así permitieron que los asistentes, la mayor parte legos en estas profundidades científicas, pudiéramos seguir las exposiciones con agrado, disfrutando incluso del fino humor de los expositores.
El tercer turno correspondió al Dr. Manuel Uc que propuso el marco histórico, social, religioso y político en el que se gestaron los trabajos de Darwin y surgió la teoría de la evolución. Finalmente, tocó el turno a un servidor. En la columna de la semana pasada mencioné que hoy compartiría el contenido de mi ponencia. Paso a cumplir el compromiso contraído presentando un resumen de lo tratado, dado que el trabajo completo será publicado en el blog de la Red Literaria del Sureste o, en su defecto, será colocado como archivo descargable en este mismo sitio debido a su dimensión.
Después de ilustrar como introducción el interés que muchos hombres religiosos han tenido por la investigación científica a lo largo de los siglos, pasé a plantear cuáles son las posiciones radicales que se han asumido frente a la teoría de la evolución y su relación con Dios y con la religión, sobre todo a partir del momento en que los procesos de observación de Darwin y de los científicos que le han sucedido en esta misma senda, replantearon la discusión filosófica sobre el origen del universo. La selección natural no planificada ponía inevitablemente en revisión la idea de un Dios creador y organizador, reviviendo un debate tan antiguo como la filosofía misma.
La primera posición es la del evolucionismo radical, que ve en la teoría de la evolución la comprobación o prueba científica de que la creación no es una explicación admisible del origen del mundo. El origen del universo y del hombre se explicaría sin necesidad de recurrir a la existencia de un Dios creador, noción que habría sido definitivamente superada por el avance científico. En el otro extremo habría que situar a los creacionistas radicales, que a partir de una perspectiva literalista, leen los textos bíblicos como si de textos científicos se tratara. La más moderna versión de este creacionismo lo constituye la teoría norteamericana del Diseño Inteligente.
Posteriormente pasé a exponer la posición de Francisco Ayala, uno de los científicos españoles con mayor prestigio internacional y que actualmente es profesor del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Irvine, USA. Ayala enfrenta las dos posiciones radicales antes mencionadas, señalando con lucidez que los extremos terminan tocándose. Expliqué en mi exposición las razones por las cuales Ayala considera inconveniente una posición que identifique la teoría de la evolución con el principio filosófico del ateísmo, pero también rechaza, con igual fuerza, la teoría creacionista, particularmente en su forma más reciente del “Diseño Inteligente”.
Para Ayala, ciencia y religión se mueven en planos distintos y estudian diferentes aspectos de la realidad. La ciencia estudia algunos de los aspectos cuantificables de la realidad material, de ahí que aplique de un modo lícito y muy exitoso el reduccionismo propio del materialismo metodológico; pero esto no significa que la ciencia afirme que sólo existe la realidad material. Por su parte, la religión responde a la búsqueda del significado y propósito del universo y de la vida, también a la relación entre Dios y el ser humano, así como el valor y el alcance de las normas morales que surgen de esa relación y su influencia en la vida humana concreta. A este respecto, afirma Ayala, “la ciencia no tiene nada que decir sobre estas materias, ni es asunto de la religión proveer explicaciones científicas para los fenómenos naturales”.
Finalmente, presenté algunas conclusiones en las que subrayo la posición de la iglesia católica con respecto al tema de la evolución, haciendo énfasis en la opinión de Juan Pablo II que sostiene que “hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica Humani Generis de Pío XII, nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable que esta teoría se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a causa de una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría”.
Terminé con un alegato a favor de una nueva relación entre la fe y la ciencia que supere las mutuas desconfianzas y que respete las dos parcelas autónomas del saber humano, filosofía y religión por un lado, ciencia por el otro, que no se pueden trasvasar sin caer en extrapolaciones inadmisibles o en una peligrosa pirueta conceptual. La nueva relación se hace posible cuando se advierte que evolución y creación se encuentran en planos distintos y, por lo tanto, no se excluyen mutuamente, aunque haya un tipo de “evolucionismo” que sea incompatible con la admisión de la creación y un tipo de “creacionismo” que sea incompatible con la aceptación de la evolución.
El 12 de febrero pasado se conmemoraron los doscientos años de su nacimiento. Durante todo este año del bicentenario, en diversas partes del mundo, se estarán ofreciendo homenajes a su memoria y organizando reflexiones en torno a su teoría de la evolución de las especies. Se trata de Charles Darwin, el naturalista inglés cuyos descubrimientos se convirtieron en una especie de carta de fundación de la biología moderna. Su obra fundamental, “El origen de las especies”, que cumple este año 150 años de haber sido publicada, ofreció a la comunidad científica de su tiempo elementos reunidos a través de muchos años de observación y que dieron origen a la teoría que explica la diversidad que encontramos en la naturaleza en base a las modificaciones que se fueron acumulando a lo largo de muchas generaciones por un proceso de evolución por él denominado “selección natural”.
Por una inmerecida distinción he sido invitado por la Red Literaria del Sureste (http://redliterariadelsureste.blogspot.com) para participar en una mesa de reflexión en ocasión del bicentenario del nacimiento de Darwin. La mesa tendrá lugar el próximo miércoles 24 de junio en la Sala de Arte del Teatro Mérida y lleva por nombre “Darwin: espejos de la evolución”. En ella tendré el honor de estar sentado junto con distinguidos especialistas en ciencias compartiendo mis opiniones y aprendiendo de las suyas. Mi participación tendrá como eje compartir las reacciones religiosas más relevantes en torno a la teoría de la evolución. La próxima semana publicaré en este mismo espacio las reflexiones que pronunciaré en aquella mesa, o una síntesis de ellas.
En esta ocasión quisiera unir dos efemérides aparentemente dispares. Al bicentenario de Darwin quiero juntar la celebración por los setenta años de nacimiento de quien yo considero el más grande poeta vivo de nuestro país: José Emilio Pacheco. A quien sienta que esta relación pudiera ser forzada, quiero recordarle que la literatura –arte entre las artes– es un prisma en el que acaban reflejándose los problemas humanos fundamentales. La teoría darwiniana ha tenido efectos visibles en la literatura. Uno de ellos, al que lamentablemente no podré referirme en la mesa de reflexión, es la reconsideración que la exégesis ha debido hacer sobre el valor de la literatura mitológica. La teoría darwiniana ha venido a desafiar las viejas lecturas literalistas de los relatos de la creación y ha sido uno de los acicates que ha desembocado en una lectura simbólica de los textos, más acorde con la intención de los sabios postexílicos que los pusieron por escrito. El aprecio que hoy sentimos por la hondura expresiva de los relatos mitológicos, como los de los once primeros capítulos del Génesis, sería impensable sin esta transformación.
José Emilio Pacheco es digno representante de otro tipo de influencia que la teoría de Darwin ha tenido sobre la literatura. Poeta del derrumbe, de la fugacidad del tiempo, insomne vigía de nuestra propia destrucción, J.E. Pacheco ha suscrito referencias tangenciales a Darwin y sus descubrimientos en varios de sus poemas. Hoy, para celebrar su lucidez desde este humilde rincón de la red cibernética, compartiré tres poemas suyos en los que uno puede descubrir la huella del pensamiento darwiniano. Que los disfruten.
LAS MANOS
Viéndolo bien, son monstruosas las manos
y su extraño pulgar (rencoroso
servidor de los otros cuatro).
Pobre bufón que ignora su pasado:
Gracias a él, o por culpa suya,
hemos hecho la historia.
EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
La moda, sí, es imagen de la muerte.
Todo pasa, de acuerdo.
Pero si no pasara yo sería un protozoario
en un mundo de amibas e invertebrados.
LOS MARES DEL SUR (Fragmento)
…Los paraísos duran un instante.
Llegan las aves, bajan en picada
y hacen vuelos rasantes y se elevan
con la presa en el pico: las tortugas
recién nacidas. Ya no son gaviotas:
es la Luftwaffe sobre Varsovia.
Con qué angustia se arrastran hacia la orilla,
víctimas sin más culpa que haber nacido.
Diez entre mil alcanzarán la orilla.
Las demás serán devoradas.
Que otros llamen a esto selección natural,
equilibrio de las especies.
Para mí es el horror del mundo.
Colofón: Tiempos difíciles para la celebración del día del padre. Ser proveedor y castigador ha dejado de ser la característica que en otros tiempos identificaba el ejercicio de la paternidad. La revolución de género ha modificado la relación entre el esposo y la esposa, con inevitables consecuencias en la crianza de los hijos. Los papás de hoy parecen sobrevivir sin brújula… ¿Tendremos la audacia de reformular el rol paterno? ¿Sabemos hoy, bien a bien, lo que significa ser papá?
¿Por dónde comienza uno después de una semana de tanta atrocidad? ¿Cómo puede uno dormir tranquilo después de constatar el cinismo del gobernador de Puebla, que no contento con las fechorías realizadas contra Lydia Cacho y que aún permanecen en la impunidad, arremete ahora contra profesores que ejercían su legítimo derecho a la protesta?
Doscientos granaderos, personas vestidas de civil sin identificación alguna, y un enmascarado, fueron los encargados de aprehender a maestros y observadores de derechos humanos que acompañaban la marcha. El saldo hasta el momento es de 15 maestros que todavía permanecen en la cárcel y decenas de heridos, entre los cuales hay cuatro periodistas. Cuando la abogada de un equipo independiente de derechos humanos preguntó la motivación de la acción represiva, el Secretario de Gobernación de Puebla, digno representante de su gobernador, respondió con alarmante cinismo que “ésta será ahora la forma de enfrentar las movilizaciones de protesta en Puebla”.
Más lejos en la geografía, pero no en el corazón, más de 30 mil indígenas peruanos de la zona de la Amazonia habían bloqueado pacíficamente calles y ríos de la provincia de Bagua solicitando la revisión de una legislación aprobada en 2008 y que entregaba a compañías transnacionales la exploración y explotación de los recursos naturales de la región, incluyendo el oro, el petróleo y la madera. A la demanda de eliminación de la nueva legislación, prototipo de las leyes dictadas por los poderes del dinero apátrida que presiona a los gobiernos e impone esta suerte de capitalismo salvaje que ha sido denominado neoliberalismo, se unieron las voces de los nueve obispos de la amazonia peruana e, incluso, el Defensor Público de los Derechos Humanos (que a diferencia del mexicano parece tener cierto sentido de la vergüenza). Nada de eso fue suficiente.
El gobierno de Alan García, que se había ya estrenado como represor en una anterior gestión, declaró en el mes de mayo el estado de emergencia en la región. No le importó que representantes de los pueblos originarios afectados por la legislación hubieran pasado cerca de un año solicitando negociaciones con el gobierno sin conseguirlas. Tampoco le importó que la repudiada ley hubiera sido aprobada sin ningún tipo de consulta previa con los pueblos indígenas, legítimos propietarios de esas tierras, violando de manera flagrante la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas aprobada desde 2007. Nada de eso le importó al “democrático” gobierno de Alan García. El 5 de junio la Policía Nacional atacó a un grupo de indígenas que permanecía en la protesta a las afueras de Bagua. Las cuentas finales son aterradoras: más de cuarenta muertos y 150 personas heridas.
Ante la condena internacional, el gobierno peruano aprovecha el estado de queda establecido, según denuncia de Human Rights Watch, para ocultar y destruir pruebas incriminatorias contra la Policía. Amnistía Internacional, por su parte, ha reclamado la irregular situación de los más de setenta detenidos cuyos derechos humanos están gravemente amenazados. Incluso a nivel gubernamental, Bélgica ha solicitado de manera oficial una investigación “en profundidad e independiente” sobre los hechos, condenando la violencia desproporcionada.
La democracia, esta democracia cuyo rostro más real es el del gobernador de Puebla y el presidente del Perú, queda así profundamente desacreditada. Los gritos destemplados contra el voto nulo (que dejan metidos en el mismo saco a personajes tan disímbolos como Manlio Fabio y López Obrador, Germán Cazares y Jesús Ortega) no logran desalentar esa expresión, que recibe cada vez mayores adhesiones, del hartazgo que experimenta un buen número de ciudadanos y ciudadanas y del desencanto ante éste, el “menos peor” de los sistemas de gobierno. La criminalización de la protesta es un fruto amargo, y uno no puede dejar de preguntarse si puede provenir de un árbol bueno…
Ante este panorama de impunidad de las autoridades, como pequeña planta que nace en medio del desierto de la represión, el caracol zapatista de la comunidad de Morelia, Chiapas, será sede del Primer Encuentro Continental Americano contra la Impunidad y por la Justicia Autónoma. Personalidades de muchos países latinoamericanos se reunirán para hacer una radiografía de la impunidad en el continente. En el territorio autónomo chiapaneco se reunirán delegaciones de Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, México, Perú, Martinico, República Dominicana, Haiti y Estados Unidos, además de observadores de España, Italia, País vasco y Australia. La reunión parte de la premisa, confirmada por los dos hechos relatados más arriba, de que no existe justicia pronta completa e imparcial en el sistema dominante en nuestros países, y que es derecho de los pueblos buscar otras formas de hacer justicia para procesar, juzgar y castigar a los responsables de las graves violaciones a los derechos humanos que sufren personas y colectivos en nuestros países, de especial manera los miembros de los pueblos originarios.
Briznas de esperanza en el erial de impunidad en el que vivimos. Ya se sabe que, fiel al mito siempre renovado, Nadie se prepara para enfrentar a Polifemo (Sup dixit). Y viene el 2010 con su cabalística carga…
Mi profesor de Sagradas Escrituras en los tiempos en que estudié en el seminario se llamaba Vicente P. Mallon y era misionero de Maryknoll. Él es el directamente responsable de que yo, como él, también me haya dedicado al estudio de la Biblia. Tuve la oportunidad de acompañarlo de cerca cuando, aquejado por una grave enfermedad renal, tuvo que dejar la cátedra y pasar sus últimos años en la residencia para enfermos de su instituto religioso, allá en su país natal, los Estados Unidos.
Una de las últimas lecciones, dado que con él aprendí mucho más fuera de las aulas que dentro de ellas, la recibí en su lecho de enfermo. Frecuentemente nos enfrascábamos en largas discusiones. Nuestras posiciones políticas solían ser radicalmente opuestas. Votante orgulloso del Partido Republicano era casi un milagro que fuera tan paciente con un imberbe discípulo imbuido hasta las cachas en la fascinación de los socialismos y la teología de la liberación.
Pues bien, ya enfermo el Padre Mallon conversamos un día sobre teología y exégesis. Después de recitarle una larga perorata en la que cité a muchos de los teólogos de moda, el Padre Mallon, mirándome a los ojos, me dijo: “¿Sabes qué no me gusta de muchos de esos teólogos modernos? Que se montan en la teología como si fuera un ‘buldózer’ y pasan como aplanadora arrasando con el Misterio…”
Hoy que paso los cincuenta años alcanzo a entender mejor la imagen usada por el Padre Mallon. La teología es, bien lo sabemos, un lenguaje sobre Dios. Como todos los lenguajes el lenguaje teológico es parcial, finito, caduco, sujeto al tiempo y al espacio, a la historia y al contexto de quien lo emite y de quien lo recibe. Hablar de Dios es hablar del Misterio. Hacer teología es, por tanto, pensar y reflexionar sobre el Misterio, sobre algo que nos sobrepasa. Esto es lo que hizo que Tomás de Aquino afirmara en la Summa Teologica I,9.3: “De Deo scire non possumus quid sit, sed quid non sit” (De Dios no podemos saber lo que es, sino sólo lo que no es).
Reconocer esta realidad implica una actitud de respeto que, como bien señala Gustavo Gutiérrez, “no se compagina con ciertos discursos que pretenden con seguridad, y a veces con arrogancia, saber todo a propósito de Dios”. Esta es quizá la más patética cara de los fundamentalismos de todo tipo, hoy tan en boga en todas las religiones.
Hay un texto en el evangelio que ilustra lo que ahora digo. Se trata de la oración de Jesús que nos trae Mateo en 11,25-26: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado ala gente sencilla. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito’. No hay duda alguna que la expresión ‘sabios e inteligentes’ apunta a las autoridades religiosas de Israel: los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, gente social y económicamente relevante. Jesús afirma que la revelación de Dios le es ocultada a este tipo de gente. Desafía así la autoridad religiosa de los expertos en las Escrituras y subraya la capacidad de los ignorantes (la palabra ‘sencillos’, usada en el texto, proviene del peyorativo griego ‘népioi’, con clara connotación de ignorancia) para comprender la revelación. El agradecimiento de Jesús no se refiere sólo a la contraposición de estos dos grupos, los sabios y los ignorantes, sino a lo que se esconde detrás de esta contradicción: el amor libre y gratuito de Dios, su bondad sin condiciones, que hace que los simples, los insignificantes, sean los preferidos. Todo un orden social y religioso es puesto en crisis.
Es siguiendo esta intuición que la teología de la liberación, en su formulación más clásica, afirmaba que hacer teología era un acto segundo, mientras que contemplar a Dios y poner en práctica su voluntad, es decir, su Reino, son el acto primero. Yo creo que, a pesar de todos los intentos por desestimarla o desprestigiarla –algunos de ellos marcados por una ignorancia que podríamos llamar ‘de mala leche’– la teología de la liberación hizo con esta observación metodológica una aportación fundamental al quehacer teológico en general.
Hoy creo que sólo la mística (contemplación orante) y la práctica (militancia por el Reino) autentifican el discurso teológico y religioso y hacen de él un lenguaje respetuoso del Misterio. Sólo entonces la teología podrá aspirar a ser un hablar pertinente sobre Dios. Contemplación y práctica son el primer paso, y ambas son experiencias de silencio. En efecto, contemplar es permanecer mudo, como insomne vigía, ante el Señor. La práctica es también otra forma de silencio, porque cuando amamos, cuando construimos la justicia, cuando experimentamos a fondo la fraternidad universal, cuando luchamos por el respeto a los derechos humanos, cuando nos ejercitamos en el perdón y la tolerancia, no estamos, estrictamente hablando, discurriendo sobre Dios.
Quizá por eso, porque las palabras se alimentan y enriquecen de silencio, es que siempre he considerado como señal de auténtico amor y amistad el poder estar tranquilamente callado con la persona a la que se ama. Con el lenguaje sobre Dios pasa lo mismo: cuando usamos los símbolos –en la liturgia, por ejemplo– es porque somos conscientes de que las palabras no son capaces de expresar lo experimentado. Si nuestras teologías son solamente repetición de fórmulas pasadas, viejas; si ofrecen al mundo discursos, pero no alimentan su esperanza; entonces nos merecemos recibir de los pobres de este mundo aquel reproche que Job dirige a sus muy ortodoxos amigos: “todos ustedes no son más que consoladores inoportunos” (Job 16,2).
Colofón: Me alegra vivir y trabajar en una comisaría de Mérida. Eso me da la oportunidad de no olvidarme nunca de lo inequitativa que es la sociedad en que vivimos. Por el rumbo del Parque del Centenario hicieron una operación de mantenimiento que requirió romper el pavimento. En menos de tres días, las incómodas zanjas estaban ya cerradas y petrolizadas de nuevo. En Chablekal llevamos ya más de tres meses con las calles abiertas y así, estoy seguro, seguirán por varios meses más. Y luego dicen que no hay dos Méridas…
El humus en el que germinó la semilla no podía ser más adecuado. En noviembre de 1990 se orquestó un escandaloso fraude electoral en la ciudad de Valladolid y sus comisarías. Un mes después, como colofón a una serie de actividades de protesta ciudadana en las que participó más del 55% del padrón electoral de esa demarcación, un grupo de choque, infiltrado en un mitin multitudinario, realizó destrozos en el palacio municipal y en comercios de la oriental localidad. La respuesta fue inmediata: fuerzas policíacas detuvieron a 139 personas de las cuales 21 fueron consignadas y permanecieron en la cárcel durante 21 días, en un vergonzoso capítulo de la procuración y administración de la justicia que es especialmente oportuno recordar hoy, que el candidato beneficiado por tal fraude es de nuevo aspirante a un cargo de elección popular.
También en 1990 tuvo lugar la heroica lucha sindical de los trabajadores y trabajadoras del Grupo Avícola Fernández en las granjas de Tetiz y Hunucmá, con saldos tan deleznables como el secuestro del asesor del sindicato, Julio Macossay, y el posterior proceso penal contra él y su hermano Mauricio, proceso que tuvieron que enfrentar junto con 25 dirigentes del sindicato.
Si a estos antecedentes se le añade el despertar ciudadano que estos hechos suscitaron en amplias capas de la población (habría que recordar, por ejemplo, que en el caso del fraude electoral vallisoletano se formaron comités de defensa de la voluntad popular, no solamente en Valladolid y sus alrededores, sino en combativas colonias meridanas como la Vicente Solís, la Sambulá y la Mulsay, entre otras), y la corriente de renovación que aún palpitaba en amplios círculos eclesiales, entonces tenemos listo el panorama que permite el nacimiento del primer equipo formal de derechos humanos en el estado.
Hacia finales de mayo de 1991, nacía el equipo de derechos humanos Indignación A.C. Apenas un mes antes de otra célebre represión contra campesinos y campesinas que tuvo lugar en la Plaza Grande en tiempos del interinato de Dulce María Sauri, iniciado el 14 de febrero de ese año. Este marco de represión, de uso faccioso de las instituciones, de impotencia y cansancio popular fue el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento del equipo que en estos días celebra su mayoría de edad.
Mucha agua ha cruzado bajo el puente en estos dieciocho años. Tras una historia escrita también por quienes han dejado el equipo para incursionar en otros caminos (Nancy, Augusto, Baltazar, Silvia, Claudia, Juan Manuel, Minerva, Fabiola…), el equipo Indignación llega a su mayoría de edad mucho más maduro y profesional. Acompañado de la inquebrantable solidaridad de “Misereor”, organización de la iglesia católica alemana que financia proyectos de desarrollo, y del cariño y el apoyo de mucha gente que comparte los mismos sueños de igualdad y justicia que animan al equipo, Indignación A.C. llega a su décimo octavo aniversario como un equipo bicultural que se plantea nuevos retos de crecimiento.
En su ya no tan breve historia Indignación A.C. ha aprendido a transformarse junto con la realidad. De la revolución de género ha adquirido un insobornable espíritu feminista. Del movimiento zapatista ha recibido su acendrado talante anticapitalista. De la tenaz lucha de los grupos minoritarios heredó su irrenunciable devoción por la igualdad y la no discriminación que le ha llevado a incursionar recientemente en la defensa de la igualdad de derechos para las personas homosexuales, incursión que ha despertado tanta polémica precisamente porque rompe con muchos de los prejuicios tenidos por verdades universales. Congruente con los legados recibidos, el equipo Indignación A.C. ha hecho de la igualdad de género, la pluriculturalidad y la promoción de los derechos económicos, sociales y culturales, el sustento de su visión integral de defensa de los derechos humanos.
Vienen, no cabe duda, tiempos difíciles. La inoperancia cada vez mayor de las instituciones del Estado, el absoluto descrédito de todos los partidos políticos (cuya esperpéntica representación es el fraude llamado “Partido Verde”, alineado en su desesperada búsqueda de votos con las peores causas de la derecha más recalcitrante: la pena de muerte y la homofobia), la criminalización de la protesta ciudadana, el cinismo del aparato político, la embestida contra el estado laico, el deterioro de la mayor parte de los organismos públicos de derechos humanos, la extendida vuelta atrás en derechos que ya habían sido consagrados en las leyes, la exacerbación de la desigualdad en ocasión de la enésima crisis del capitalismo mundial, el combate contra el narcotráfico y la afectación de derechos y libertades civiles que se esconden tras él, todo ello conforma un explosivo cóctel que, aunado a las míticas fechas de 2010 y 2012, avizora un futuro de imprevisibles consecuencias.
Ante este incierto panorama se hace indispensable un equipo de derechos humanos serio, confiable, independiente. Será necesario seguir documentando y haciendo pública toda violación a los derechos humanos. Será necesario continuar con la denuncia puntual y documentada de un sistema sociopolítico y económico que ha traicionado su función primordial: ser garante del disfrute de todos los derechos para todas las personas. Desde esta columna auguramos que el equipo Indignación A.C. pueda seguir prestando este servicio a la sociedad yucateca y al país. Me siento profundamente orgulloso de contarme entre sus filas.
La mujer maya está sentada delante del Padre Zacarías. Tiene el cabello canoso y el rostro transido por un rictus de tristeza. Cuando la luz del sol vespertino le pega en la cara, de repente, su ceño se frunce y las arrugas que pacientemente se han formado a lo largo de setenta años parecen hacerse más profundas. No es una confesión, dice, solamente vengo a contarle cosas que desde hace muchos años no me dejan dormir en paz. Cada vez que me confieso siento que quiero decirlas, pero no me había atrevido hasta ahora que, no sé por qué, usted me inspiró confianza. Mientras ella habla, el padre Zacarías le contempla las manos callosas que, con cierta gracia y apacibilidad, descansan sobre el albo hipil. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y aún faltan quince minutos para que la Misa comience.
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Miguel termina de envolver el frijol. Entrega el envoltorio de papel de estraza a la clienta que le ha pedido medio kilo. Ve pasar, mientras recibe el dinero del pago, a doña Imelda, la esposa de Gumersindo, el que se fue a trabajar a la zona chiclera. Es un secreto a voces que doña Imelda, cargada de tres chamacos, no encuentra su esquina para sostenerlos. Gumersindo está lejos, trepado allá en los cerros de Tzucacab, y rara vez encuentra quien salga de la selva para mandar con él algo de dinero para Imelda y sus hijos. El sol está que parte piedras, ¿qué buscará doña Imelda dándole vueltas a la manzana? Ya van dos veces que Miguel la mira asomarse a la puerta de la tienda y seguir después de largo.
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Fili abre los ojitos. No es fácil despertarse a las seis de la mañana para irse a la escuela. Ayer anduvo corriendo mientras jugaba busca-busca. Cuando después de desperezarse termina de vestirse, siente que el estómago le punza de hambre. Ayer no cenó. Su madre se acerca a componerle el cuello de la camisa para que el remiendo no se le note. Aprovecha decirle que no hay nada para desayunar, pero que no se preocupen, que seguramente cuando regresen de la escuela les esperará algo sabroso, que ella va a conseguirlo durante la mañana. Fili se agarra de la mano de su hermano mayor y sale para la escuela. Las punzadas en la barriga no lo abandonarán durante todo el día.
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Doña Ausencia anda buscando el saco de las naranjas. No quiere que su marido la descubra. Al fin, en la puerta de la cocina, camino al patio trasero, encuentra el saco gris. Entre las frutas, amarillas y olorosas, doña Ausencia coloca rápidamente los dos kilos de arroz que compró en la tienda de la esquina, los esconde bajo algunas naranjas y cierra de nuevo el costal. No puede dejar de pensar en su amiga Imelda, sola con tres chamacos y con el Gumersindo que sabrá Dios por dónde anda. Mateo, el esposo de Ausencia, ha pasado también largas temporadas en los campos chicleros, así que Ausencia sabe bien lo que se siente no tener ni un bocado para llevar a la boca de los hijos. Mañana por la tarde llevaré el costal a la casa de Imelda, piensa para sí doña Ausencia, no creo que Mateo se moleste porque yo le lleve algunas frutas, al fin que aquí en el patio tenemos tanta…
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Fernando sale apresurado del salón. Fili ya debe andar desesperado porque hace casi media hora que terminó su clase y con el hambre que se carga el canijo… Mañana, Fernando tratará de buscarse algunos centavos. Es sábado, así que podrá preguntarle a don Eusebio si quiere que le desyerbe el patio, o a la señora huachita que vive en el centro si no desea que le lave la camioneta. Hace tanto tiempo que no ve a su papá y que anda sufriendo los apuros a causa de la falta de dinero, que Fernando no entiende por qué su mamá se empeña en que siga yendo a la escuela y no se decide a dejarlo trabajar. De todos modos, mientras va por su hermanito Fili, Fernando piensa que apenas termine el cuarto año se va a amachar con su mamá para que ésta le permita trabajar. Así, Fili podrá terminar toda la primaria completita. Cuando, a lo lejos, Fernando mira a Fili sentado en el banco, casi puede escuchar el chillido de sus tripas. ¿Ya nos vamos? pregunta el chiquito, mientras a Fernando se le hace un nudo en la garganta.
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Miguel aprovecha que en ese momento no hay ningún cliente en la tienda y sale a asomarse a la puerta. Ya son tres veces que Imelda pasa delante de la puerta sin entrar. Apenas está llegando Miguel al umbral cuando Imelda aparece en el quicio de la esquina. Miguel la saluda y la invita a pasar a la tienda. Imelda entra con la cara enrojecida de vergüenza. No he podido conseguir la despensa que cada mes me entregaba el padrecito, susurra Imelda, por eso le vengo a suplicar que me venda usted dos kilos de maíz, yo le aseguro que apenas pueda le saldo todo lo que le debo, ya me avisaron que Gumersindo vendrá pronto para estar en la fiesta del pueblo… Miguel pasa detrás del mostrador y, mientras envuelve los dos kilos de maíz impide que Imelda siga con sus justificaciones metiéndole conversación acerca de los juegos mecánicos que han llegado ya para la feria de Santa María Magdalena, patrona de la población. ¿Ya los vio usted qué bonitos? Nomás que comiencen a funcionar me manda usted al Fili, ya ve que no tengo hijos, así que con mucho gusto lo llevaré a que se divierta en los juegos… ¡Y nada de pretextos! Ya sabe usted cómo quiero a ese chamaco inquieto, y no se preocupe por los dos kilos de maíz, yo se los voy a apuntar a su cuenta y ya me los pagará cuando don Gumersindo llegue. Imelda voltea a ver para otro lado porque descubre que los ojos se le llenan de lágrimas y no quiere que Miguel la vea llorar.
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La puerta está entreabierta. Doña Úrsula es la señora que cada mes entrega las despensas que la iglesia reparte entre las familias necesitadas. Desde hace varios meses Imelda se ha apuntado en la lista de las beneficiarias, casi todas ellas esposas de chicleros. Imelda no entiende por qué hoy el padre Alejandro le ha pedido que pase hasta su cuarto. Como no ha encontrado a doña Úrsula en la sacristía, Imelda supone que no ha podido venir hoy. Entonces entra al cuarto del padre Alejandro con cierta sensación de que pisa un lugar sagrado. El padre Alejandro se levanta de su escritorio para saludarla. Junto a la puerta se apilan las bolsas con las despensas. De pronto el padre Alejandro, después de cerrar la puerta, se acerca a Imelda más de lo acostumbrado. Imelda, asustada, siente el olor de su aliento y la mano del padre hurgando bajo su hipil. Estoy muy solo, Imelda, igual que tú… dice el padre hablando bajito. Imelda retira la mano que el padre ha colocado sobre su pecho y arrebatándose alcanza a decir, ¡ay no, padrecito, si yo solamente vine por la despensa! antes de salir corriendo. El padre solamente acierta a decir ‘regresa por tu despensa’ mientras mira a Imelda marcharse sin voltear atrás.
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Imelda escucha que llaman a la puerta. Son las nueve de la noche y prefiere abrir el postigo para ver quién llega a esa hora y qué es lo que se le ofrece. La sonriente cara de Ausencia aparece entre los barrotes e Imelda se apresura a abrirle. Cuando Imelda se escapó de su casa con Gumersindo, todas sus antiguas amigas le retiraron su amistad, todas menos Ausencia que, desafiando a su familia, no dejó nunca de tratar con Imelda y de visitarla. Cuando Ausencia entró a la casa lo hizo cargando un saquillo de naranjas. Ya sé que es muy tarde, pero aproveché que los juegos mecánicos acaban de comenzar a funcionar para llevar a los chamacos para que los vieran. Claro que no se podrán subir ahora, sino hasta el sábado que su papá de ellos me dé algo de dinero, pero aproveché que están embebidos con los juegos para venir a verte y traerte este regalito. Son naranjas de mi patio para que le hagas unos juguitos a tus chamacos… y adentro le puse dos kilos de arroz, dice Ausencia hablando bajito, como si quisiera ocultar una travesura. Imelda le cuenta rápidamente que ayer no pudo darle a sus hijos más que una taza de atole de maíz, y cuando siente que la voz está a punto de quebrársele, abraza a Ausencia mientras ésta le susurra al oído, ya llegará Gumersindo, ya verás, segurito que para la fiesta lo tendremos por aquí. Es que estoy muy endeudada con Miguel, el de la tienda, dice Imelda. Pero Ausencia le dice, estrechándola aún más fuerte, mira que ese Miguel sí que es una buena persona, de las que no hay muchas en este pueblo tan lleno de prejuicios y de falsedades. Y qué importa que digan que es un maricón, que ya está grande y no ha querido casarse, si lo que Dios ve es el tamañote de corazón que Miguel se carga en el pecho. Mientras a lo lejos escucha la música de la feria, Ausencia continúa acariciando la cabeza de Imelda hasta que ésta para de llorar.
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Fernando atraviesa la oficina de la iglesia que está vacía. Desde el campo de fútbol alcanzó a mirar a su mamá y, dejando el juego, vino para ayudarla. Seguramente viene por la despensa que regala el padrecito, piensa Fernando, y pide a sus amigos que haya cambio, que entre a jugar Papaya, que él ya tiene que irse. Un chamaco de rostro risueño se prepara para entrar a la cancha mientras grita, sólo porque me vas a dar chance de jugar no te doy un madrazo, ya te dije que no me gusta que me digan Papaya. Fernando se aleja del campo de juego rumbo a la iglesia, pero al llegar no encuentra a su mamá por ningún lado. De repente oye el ruido de unos pasos que se alejan corriendo y alcanza a ver la espalda de su mamá que camina rápido, como si hubiera visto a un fantasma. Fernando quiere seguirla cuando escucha un sonido que no alcanza a distinguir. Viene del cuarto del padre Alejandro. ¿Será que este mes no alcanzó para las despensas? piensa Fernando mientras se acerca a la puerta del cuarto. De pronto se para en seco: lo que escucha es el ruido de un chicote. Sigiloso, Fernando se sube en un pretil alto y delgado para asomarse por la ventana del Padre Alejandro. No entiende lo que mira: el padrecito está hincado delante de un crucifijo, tiene la parte superior de la sotana abierta y las mangas le caen por la cintura. La espalda desnuda del padre está llena de marcas. Antes de caerse del pretil, Fernando alcanza a ver cómo el padre dirige el latigazo a su espalda ya enrojecida. El ruido de la caída de Fernando es apagado por el chasquido del látigo. Fernando se va corriendo lleno de miedo de que alguien pueda descubrirlo espiando. Mientras escapa, Fernando piensa que ni de loco se metería de padrecito, y entre jadeos se jura a sí mismo que no contará a nadie lo que acaba de ver.
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Ay padrecito, ya estará usted aburrido de tanta pena que vine a contarle. Gracias a Dios son cosas del pasado. Pero nada me quita de la mente aquel día en que Miguel, el de la tienda, me dio aquellos dos kilos de maíz. Había yo salido con sólo diez centavos en la bolsa. No había nada que se pudiera comprar con tan poquito dinero. Cuando andaba pensando angustiada qué iba a hacer para darle algo de comer a Fernando y a Fili cuando regresaran de la escuela, escuché las campanadas de la iglesia. Ya había tenido aquella mala experiencia con el padre Alejandro, pero no le guardé rencor al pobrecito… estaba tan solo el pobre…, además, no era tiempo de repartición de despensas… el caso es que me metí a la iglesia cuando ya iba a comenzar la santa Misa. Por un momento pude olvidar la angustia que me cerraba la garganta, de manera que cuando pasó la Úrsula para hacer la colecta, no dudé ni un segundo en poner en la canasta los diez centavos que llevaba. Al fin que nada se podía comprar con ello. Fueron diez centavos entregados a Dios por una hora de tranquilidad. Pero cuando salí de la iglesia, estaba sin un solo centavo. Si no hubiera sido por la generosidad de aquel don Miguel… seguro que usted no lo conoció padrecito, era un muchacho muy bien parecido que quién sabe por qué no se casó y que hace algunos años murió de una extraña enfermedad… bueno, fue su generosidad la que me salvó aquel día.
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Gumersindo pasa lentamente los ojos sobre las casas de su pueblo. Le parece que todo ha cambiado. No está arrepentido de haber pasado tanto tiempo en tierra de chicleros. Dios sabe que no había otro remedio, con lo difícil que está encontrar una manera decente de ganarse el pan. Le duele no haber visto algunos de los mejores momentos de Fernando y de Fili. Cuando Gumersindo se fue a los montes de Tzucacab, Fili no caminaba todavía y hoy está ya en tercero de primaria. Y Fernando… tan chambeador como su papá, ya anda comenzando la secundaria. Y todo por la bendita terquedad de su mamá, que prefirió ver cómo hacerle, pero que no permitió que Fernando dejara la escuela. Después de rechazar la cuarta cerveza que su amigo le ofrece, ‘no seas culero Gumersindo, si tienes a tu vieja como reina, te mereces un momento de respiro’, Gumersindo siente que el corazón se le estruja cuando piensa todas las veces en que Imelda tuvo que salir del paso sin dinero. Se despide del amigo insistente, se levanta de la mesa de la cantina y toma el camino a su casa. No volverá a irse otra vez.
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Corrí hasta la casa, padrecito. Eran ya las nueve de la mañana. No quedaba mucho tiempo antes de que los chamacos regresaran de la escuela. Puse a cocer el nixtamal y mientras se enfriaba corrí a pedir prestado el molino de mano que tiene Ausencia… sí padre, la misma Ausencia que ahora es ministra de la Eucaristía… ¡Ay Dios, nos conocemos desde niñas…! Entonces molí el nixtamal y preparé atole. Cuando los niños llegaron estaba yo terminando de servir las tazas. Puse también en el comal unas tortillas. Cuando Fili tomó, con las manos temblorosas del hambre, los primeros sorbos del atole, yo sentí que se me partió el corazón. ¿Por qué lloras mamá? Si está muy bueno el atole y las tortillas están muy sabrosas… Cállate, replicó Fernando a su hermanito, y tómate tu atole despacio, que te vas a atragantar. ¡Ay padre! Fue un día terrible. Hubo muchas veces más en que el hambre tocó a las puertas de nuestra casa, pero esa imagen de Fili con el atole temblando entre sus manos al recibirlo como primer alimento del día todavía tiene el poder de revolverme las entrañas. Gumersindo ya está aquí, es cierto, y que las cosas han mejorado también es cierto, pero… ¡Ay padrecito, es terrible la pobreza! Disculpe que yo le cuente estas cosas, pero con alguien tenía que desahogarme. Y ya le dejo en paz, porque ya es hora de que salga usted a la Misa.
Ojalá fuera solamente un asunto de declaraciones. O una simple discusión de principios morales. O un conflicto de visiones religiosas en pugna. Ojalá así fuera. Pero no es así. La homofobia mata. No solamente en un sentido figurado. Mata de veras. La homofobia secuestra y asesina.
El 12 de mayo de 2008, hace ya un año, decidí dejar de escribir en el Diario de Yucatán. Las razones de mi desistimiento se encuentran explicadas en el artículo más visitado de este portal electrónico, con más de 7,000 visitas. Hoy, un día después del Día Internacional de Lucha contra la Homofobia, vuelvo a referirme al tema censurado porque sigue siendo, me parece, una tarea pendiente que como sociedad y como iglesia tenemos.
Fernando del Collado sabe de lo que habla. Tras un arduo trabajo de investigación que abarcó pesquisas en archivos históricos, revisión hemerográfica, estudio de decenas de expedientes de averiguaciones previas y la realización de entrevistas de campo con familiares y testigos, el escritor publicó hace apenas dos años un libro, «Homofobia. Odio, Crimen y Justicia, 1995-2005» (Tusquets, México 2007), que es una radiografía sobre los devastadores efectos del único prejuicio socialmente justificado y legitimado.
Es en los archivos de la Comisión Ciudadana Contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH) -que agrupa a cerca de treinta líderes de opinión de la talla de Marta Lamas, Carlos Monsiváis, Luis Villoro, Teresa del Conde, Daniel Cazés, Homero Aridjis. Teresa Jardí, Miguel Concha O.P., Cristina Pacheco, por poner sólo algunos ejemplos- que Fernando del Collado encontró una mina de datos que ofrecen un panorama de cuán letal puede terminar siendo el prejuicio de la homofobia. Tan sólo en el último lustro del siglo XX (1995-2000), la CCCCOH documentó 213 ejecuciones contra personas homosexuales.
Se basaron para identificar este tipo de crímenes en tres elementos fundamentales:
– La forma del asesinato, que sigue un patrón bien definido: los cadáveres aparecen desnudos, con manos y/o pies atados, golpeados y con huellas de tortura y casi todos ellos apuñalados y/o estrangulados.
– La redacción de la nota en los medios, que suele informar que la persona asesinada es un hombre o mujer homosexual, que vivían solos y eran visitados por personas del mismo sexo, amén del prejuicio convertido en nota periodística: “individuo de costumbres raras”, y otras expresiones infamantes.
– La información de las fuentes policiales, que suelen calificar este tipo de asesinatos como “procedimientos pasionales que se dan en actos de homosexuales”.
Un acercamiento a esta realidad se hace necesario para que no perdamos las dimensiones del problema. Metidos a veces en sutiles discusiones, corremos el riesgo de olvidar que para muchas personas homosexuales, como lo revela también el reciente éxito cinematográfico “Milk”, este asunto es cuestión de vida o muerte. Vaya pues este sucinto resumen de atrocidades cometidas en nombre del odio a la diversidad sexual. La extrema violencia y la saña con que fueron ultimadas las víctimas reflejan la retorcida lógica de los victimarios que no solamente tienen necesidad de infligir daño a la víctima, sino sienten la urgencia de castigarlas hasta el exterminio. Tal es el resultado de la radicalización patológica de los prejuicios que mantenemos y cultivamos.
Marco Antonio Silva de la Barrera fue descubierto la tarde del 24 de mayo de 1998 en su domicilio de la colonia Culhuacán CTM, en el DF. Había sido amordazado y estrangulado en su domicilio, presumiblemente por tres individuos.
Miguel Ángel Cárdenas Caracheo, de 45 años, fue hallado el 12 de agosto de 1995. Murió ahorcado en la habitación número 40 del Hotel El Dorado, situado en la colonia Nueva Vallejo, del DF. Antes había sido sometido a torturas y violación. Su cadáver fue encontrado atado de pies y manos y la necropsia confirmó la asfixia por estrangulamiento.
Juan Mata Juárez y David Rejón Magaña fueron hallados la tarde del 15 de noviembre de 1995 en su departamento de la Calle Morena 1310, Colonia Narvarte, en el DF. Tenían 31 y 25 años respectivamente. Tenían siete meses de vivir juntos. Fueron encontrados amordazados, con la boca y las narices cubiertas con cinta adhesiva y señales de tortura. Juan fue degollado y abandonado en un sillón. David fue estrangulado con su propia corbata a un costado de la cama de una de las habitaciones.
Horacio Ovando Hernández fue abandonado desnudo en el piso de su recámara, también en la Colonia Narvarte del DF, lleno de golpes y heridas mortales. Recibió seis filosas incrustaciones en el cuello, hombros y antebrazos, realizadas con pedazos de un espejo. El conjunto de heridas le causó una hemorragia que lo llevó a la muerte el 1 de abril de 1998. Tenía 65 años. En enero de 2007, ocho años después del asesinato, la Procuraduría declaró no haber logrado ningún avance en la investigación.
Continuar esta cadena de atrocidades llevaría a un abominable hartazgo como el que describe el trágico libro bíblico de las Lamentaciones. Sirvan estos pocos ejemplos para recordarnos los extremos a los que pueden conducirnos algunas ideas discriminatorias. Las mencionadas víctimas tenían familias, amigos que los querían, compañeros de trabajo que los extrañan, participaban probablemente de alguna comunidad religiosa… ¡Podrían haber sido hijos o hermanos nuestros, por Dios santo!
En el combate contra la homofobia todos tenemos una responsabilidad insoslayable. La conmemoración del 17 de mayo nos permite plantearnos como sociedad todo lo que nos hace falta para desterrar de nuestras mentes y de nuestra convivencia cotidiana este cáncer social. Recientemente, los congresos de Quintana Roo y Tabasco se unieron a otros estados de la república en la declaración del 17 de mayo como Día Estatal contra la Homofobia. Es solamente un primer gesto, pero no deja de tener su valor. Los legisladores y legisladoras de nuestro estado parecen estar muy ocupados en otras cosas…
Colofón: El periodismo consecuente tiene hoy en México nombre de mujer. Se llama Carmen Aristegui. Valiente, congruente, eficaz, Carmen Aristegui sigue siendo una bocanada de aire fresco en una república mediática que tantas vergüenzas nos hace pasar. Quien tenga oído fino podrá escuchar el rabioso rechinar de dientes de los varones encargados del mercado de noticias en Televisa, al verse obligados a comentar la proeza informativa de la vertical periodista, expulsada y perseguida por ese consorcio.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, reza el refranero popular. Miro a mi alrededor y tengo miedo que en la iglesia católica no seamos capaces de sacar las lecciones de los más recientes escándalos de connotación sexual en los que han estado implicados ministros o ex ministros de culto.
No todos los casos, es cierto, pueden ser juzgados con la misma medida. El caso de Alberto Cutié, el más reciente y acaso el más publicitado dada la incursión del presbítero en ese nuevo tipo de comunicación televisiva a medio camino entre el periodismo de espectáculos y el ‘talk show’ de superación personal, no es, ni por asomo, el más grave. Tanto el hecho mismo, una relación consensuada entre dos personas adultas, como las justificaciones esgrimidas por el presbítero sorprendido in fraganti, hacen de este caso una especie de vodevil de mediocre factura, por mucho que haga disfrutar a no pocos pícaros observadores y observadoras.
De mayores consecuencias resulta el sainete protagonizado por Fernando Lugo, ex obispo paraguayo, no solamente debido a la función política que hoy desempeña en su patria, sino a la sospecha fundada de la utilización de su poder eclesiástico para el convencimiento de las mujeres con quienes se relacionó y procreó los hijos que, sorpresivamente, han ido saliendo a la luz, con reconocimiento legal o sin él. La esperanza que Lugo despertó en grandes capas de la población paraguaya cuando decidió lanzarse a la arena política estaba, no cabe duda, ligada a su imagen de hombre probo, honesto y responsable. Todo esto parece entrar en crisis debido a sus devaneos y a su irresponsabilidad hacia los frutos de sus relaciones amorosas. La actuación de Lugo ha sido justamente criticada por las corrientes feministas del continente. Duro golpe ha representado también para la corriente liberadora de la teología latinoamericana con la cual, fundada o infundadamente, se liga al ex obispo paraguayo.
Pero, sin duda, el caso de mayor densidad es el de Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, porque implica abuso de poder, pederastia y la comisión de otros delitos contra la infancia, niños que, no hay que olvidarlo, habían sido confiados a su cuidado para participar de un proceso educativo que debería llevarlos al sacerdocio. El caso Maciel puso al desnudo también una red de complicidades que llega a las más altas esferas eclesiásticas, todo ello agravado por el empeño insano de quienes quisieron poner a Maciel en un altar a fuerza de elogios fatuos y de una inmerecida y prematura canonización en vida.
Con la llegada del Papa Ratzinger, el Vaticano se atrevió al fin a tomar cartas en el asunto. A pesar de la sentencia de aislamiento a la que tuvo que someterse el religioso fundador para evitar un juicio en forma en su contra, y no obstante la patética defensa que algunos de sus discípulos y discípulas continuaron haciendo (defensa que implicaba una silenciosa desobediencia al Papa escondida detrás de las fingidas proclamas de adhesión a su magisterio), las acciones delictivas de Maciel cimbraron el edificio eclesial de tal suerte que el Vaticano se ha visto en la necesidad de realizar una visita apostólica de investigación a todas las obras de la congregación por él fundada, ofreciendo así a la Legión una oportunidad de redención que, desde mi punto de vista, pasa por la refundación de ese extendido movimiento eclesial y tiene como condición sine qua non la revocación de cualquier puesto de autoridad a quienes hayan sido cómplices, sea por acción o por omisión, del difunto fundador.
Tengo miedo que todos estos casos, a los que seguramente habría que añadir los escandalitos caseros que corren de boca en boca, se queden solamente en reflexiones espiritualistas que nos impidan, usando lenguaje taurino, tomar al toro por los cuernos.
No niego que estos acontecimientos, que despiertan en mí una especie de vergüenza de familia, sean un llamado a la conversión de los ministros de culto, a la revisión de los valores que rigen nuestras vidas o a la fundamental pregunta acerca de nuestras relaciones con Dios. Creo que, efectivamente, es necesaria la oración y una renovación del espíritu ascético de los ministros religiosos.
Pero no seríamos lo suficientemente audaces si no nos preguntáramos también acerca de nuestra concepción de la sexualidad y hacia dónde nos ha conducido, de las necesarias –y postergadas– reformas de la iglesia en este campo y de la discusión pública, cada vez más urgente, acerca de la obligatoriedad del celibato en la tradición eclesiástica latina. Si no asumimos esta revisión de fondo, los llamados a la oración y a la ascesis no pasarán de ser consejos piadosos, sin impacto estructural dentro de la iglesia.
La tarea pendiente hoy es, justamente, la reforma de la iglesia. Y no es el campo de la sexualidad el único que necesita volver a sus raíces evangélicas. Pero puede ser un buen comienzo…
He cumplido al pie de la letra todas las disposiciones de la actual alerta sanitaria. No entiendo gran cosa del funcionamiento de los virus (y poco de nuevo he aprendido a pesar de la aburrida andanada pseudo-informativa de los medios comerciales) pero he debido confiar en la opinión de aquellos que se supone que sí saben. Lo solicitado al público, a fin de cuentas, (lavarse las manos con frecuencia, no saludar de beso o mano, no acudir a lugares con aglomeración de personas) no era gran cosa y cuando algunos empresarios comenzaron a quejarse por tener que cerrar sus negocios, mi prurito antiempresarial, así, a bote pronto, me hizo ver con agrado las medidas.
No obstante lo anterior, no he dejado de darme cuenta que –como siempre sucede– hay gente que se aprovecha de este tipo de acontecimientos inesperados y de la manera como atrapan la atención mediática. No es casual que los legisladores federales hayan terminado sus discusiones sobre la reforma a los sistemas de seguridad pública, que representa una amenaza a la vigencia de los derechos y libertades individuales y que consagra estados de excepción que se antojan francamente anticonstitucionales, justo en los días en que la alerta sanitaria ocupaba todas las planas de los periódicos. Nadie vio, nadie supo. Ninguna discusión pública, ninguna protesta. Bendita influenza.
Es por eso que, a contra corriente, quiero hoy recordar un aniversario que avergüenza a nuestro país y a sus autoridades. El día 3 de mayo de 2006 en el Municipio de Texcoco, Estado de México, elementos de la fuerza pública del Gobierno reprimieron y privaron de su libertad a un grupo de floricultores, que previamente habían acordado con la autoridad municipal el permiso para que se instalaran en las afueras del mercado a comercializar sus productos. En apoyo de los trabajadores, habían acudido diversos integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, los cuales también fueron atacados y encarcelados.
Con el propósito de lograr la liberación de los detenidos durante la intervención emprendida por la Policía Estatal, los habitantes del Municipio de San Salvador Atenco iniciaron diversas acciones de apoyo. En las primeras horas del día 4 de mayo de 2006, una fuerza integrada por elementos pertenecientes a la Policía Federal Preventiva, Militar, Judicial del Estado y Municipal de Texcoco, inició un operativo en contra de los habitantes de Atenco y pueblos vecinos, realizando detenciones masivas, allanamientos de viviendas, e infringiendo a los detenidos tratos crueles, inhumanos y degradantes.
Con vergüenza recordamos el saldo final de los operativos: cientos de personas fueron detenidas sin respeto a sus garantías, dos jóvenes, Javier Cortés Santiago, de 14 años, y Alexis Benhumea Hernández, de 19, fueron asesinados. Especial humillación sufrieron las mujeres de Atenco, convertidas por unas fuerzas del ‘orden’ fuera de todo control en el botín de guerra del operativo: muchas de ellas fueron violadas y torturadas física y psicológicamente. De todo ello hay abundantes testimonios gráficos y acusaciones formales rendidas ante el Ministerio Público.
Convertido en un escándalo que rebasó las fronteras del Estado mexicano, muchas organizaciones de derechos humanos, nacionales e internacionales, emitieron sus recomendaciones. Tanto el gobierno de Vicente Fox, como el de Felipe Calderón, han hecho caso omiso de ellas. Más recientemente, la Suprema Corte de Justicia, en una de sus más discutidas decisiones, determinó que en el operativo de Atenco se violaron flagrantemente los derechos humanos de cientos de ciudadanos, pero omitió señalar culpables y todo quedó en una especie de regaño infructuoso. Los responsables de tales hechos continúan sin castigo.
Las organizaciones de derechos humanos se han encargado de colocar los acontecimientos de Atenco en su justa dimensión. No se trata de una acción casual y aislada, sino que responde a un patrón estratégico destinado a proteger megaproyectos transnacionales, que implica una ofensiva de los órganos de seguridad, ejército y policías, y que criminaliza la protesta social, con el fin de eliminar la disidencia interna. Así, los encargados del orden defienden los intereses del gran capital, mientras que numerosas organizaciones populares son perseguidas y reprimidas en México.
Atenco no es sólo el recuerdo oprobioso de una represión orquestada y realizada por quienes tienen como función defender a los ciudadanos en lugar de agredirlos. Es un asunto del presente porque continúan impunes los funcionarios que intervinieron en el brutal operativo y porque permanecen en la cárcel 12 personas con penas que van de los 31 años de prisión, como en los casos de Oscar Hernández Pacheco, Alejandro Pilón, Julio Espinosa, Juan Carlos Estrada, Jorge Ordóñez, Adán Ordóñez, Narciso Arellano, Inés Rodolfo Cuellar y Eduardo Morales, y también penas de 67 y hasta 112 años de prisión en un penal de máxima seguridad, como ocurre con Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo. Otros, como América del Valle y Adán Espinosa Rojas, se encuentran en condición de perseguidos. Todos ellos fueron condenados a terribles e injustas sentencias por delitos que no cometieron. Contra ellos se empleó el sistema de justicia de manera facciosa. Ellos no son delincuentes, algunos son los líderes más visibles del movimiento en defensa de la tierra, y otros, sencillos y humildes pobladores; algunos incluso, nunca habían participado en ningún movimiento social.
Firmada por más de 100 organizaciones, colectivos, redes y movimientos de 17 estados del país y 6 naciones y encabezada por las firmas de decenas de personalidades del arte, la ciencia y la religión, ha surgido una campaña internacional por la liberación de los 12 presos, que solicita la revocación de las injustas sentencias, el respeto irrestricto a los derechos humanos de los detenidos y perseguidos y el juicio a los responsables materiales e intelectuales de la represión y las violaciones a los derechos humanos.
Entre las personalidades religiosas firmantes están Samuel Ruiz García, Obispo Emérito de la Diócesis San Cristóbal de las Casas; Raúl Vera, Obispo de la Diócesis de Saltillo, Coahuila; Fray Miguel Concha Malo, fraile dominico, Director del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria; el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Por Juárez; el Comité Monseñor Romero, entre otras entidades de inspiración cristiana. Las y los artistas Ofelia Medina, Manu Chao, Julieta Egurrola, Francisco Toledo, Diego Luna, Daniel Jiménez Cacho, Demián y Odiseo Bichir, entre otros. Destacan también periodistas como Miguel Ángel Granados Chapa y Luis Hernández Navarro; académicos y escritores como Adolfo Gilly, Carlos Montemayor, Luis Villoro y Paco Ignacio Taibo II…
Desde este rincón del sureste mexicano, en permanente lucha contra el olvido y la desmemoria, esta columna apoya la campaña “Libertad y Justicia para Atenco”. La influenza ha resultado un conveniente amnésico para muchos comentaristas. No para esta columna.
Hay acontecimientos que quedan prendidos en la memoria colectiva. Uno de ellos es el Auto de fe realizado por Fray Diego de Landa en Maní. Así lo recuerda Eduardo Galeano: “1562. Maní. Esta noche se convierten en ceniza ocho siglos de literatura maya… Al centro, el inquisidor quema los libros… mientras tanto, los autores, artistas-sacerdotes, muertos hace años o siglos, beben chocolate a la fresca sombra de la ceiba, el primer árbol del mundo. Ellos están en paz porque han muerto sabiendo que la memoria no se incendia.” (Maní (fragmento). Memoria del Fuego. Los nacimientos)
Aunque hay versiones encontradas sobre el pasaje histórico y pueden hallarse lo mismo defensores que detractores del obispo franciscano, lo cierto es que Landa, movido por un celo digno de mejores causas, persiguió y castigó a cientos de hombres y mujeres mayas por el delito de idolatría (eran bautizados, pero continuaban el culto maya en la clandestinidad) e incendió cientos de códices y de figuras en los que el pueblo maya guardaba celosamente su memoria y su alma religiosa.
A hechos como el Auto de fe de Maní se refería el Papa Juan Pablo II cuando, en su carta apostólica ‘El tercer milenio que llega’ señalaba: “Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad. Es cierto que un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional a la que sólo los grandes espíritus verdaderamente libres y llenos de Dios lograban de algún modo substraerse. Pero la consideración de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre. De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: «La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas» (TMA 35).
Por eso creo que, junto con el auto de fe de Maní. Las generaciones venideras recordarán otra fecha: el 13 de Abril de 2009. En esa fecha, un lunes por la tarde, al atrio del convento de Maní llegaron los franciscanos que viven en el sureste de México (Yucatán, Campeche, Tabasco, Quintana Roo y Chiapas), pertenecientes a la provincia que lleva por nombre San Felipe de Jesús. Con los pies calzados con sandalias y los raídos hábitos cafés, estos discípulos de Jesús y miembros de la familia de Francisco de Asís, que se toman en serio la vivencia del evangelio, hicieron una celebración en la que pidieron perdón por todas las ‘sombras’ de la tarea evangelizadora realizada en estas tierras por sus cofrades del siglo XVI y los siglos posteriores. De manera especial pidieron perdón por el auto de fe de Maní.
Seguidores de Cristo pobre, despojados de la parafernalia mediática que –hoy más que nunca– no es más que ‘campana que suena y platillo que retumba’, y apoyados solamente en la fuerza desnuda de su testimonio, estos profetas de la ternura, los frailes franciscanos de la provincia sureste, se comprometieron a luchar para que acciones como el auto de fe no se repitan más nunca en el presente ni en el futuro. Comparto con ustedes, el hermoso texto con el que pidieron perdón y manifestaron su compromiso:
Al pueblo maya, extendido más allá de las fronteras humanas
Al pueblo yucateco
A la Iglesia católica y a todas las denominaciones cristianas que se esfuerzan por vivir el mensaje de Jesús de Nazaret
A todas las mujeres y hombres de buena voluntad
Nosotros, Hermanos Menores del siglo XXI, pedimos PERDÓN:
Pedimos perdón al pueblo maya, por no haber entendido su cosmovisión, su religión, por negar sus divinidades; por no haber respetado su cultura, por haberle impuesto durante muchos siglos una religión que no entendían, por haber satanizado sus prácticas religiosas y haber dicho y escrito que eran obra del demonio y que sus ídolos eran el mismo satanás materializado.
Pedimos perdón, porque en muchas ocasiones nos alejamos del mandato de Jesús de Nazaret: Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia… y predicamos una religión de miedo, temor y lucro, y no nos encarnamos e inculturamos en este pueblo, como Jesús se encarnó en el género humano.
Pedimos perdón, porque destruimos sus edificios, sus templos y encima de ellos construimos grandes obras arquitectónicas, muchas veces con el cansancio, el sudor y la sangre de los indígenas. Pedimos perdón porque una vez terminadas esas obras no las pusimos, en muchas ocasiones, al servicio del Reino y del pueblo; nos encerramos en ellas y nos alejamos de los pobres, encontramos en dichos edificios todas las comodidades; hicimos de ellos nuestro claustro, cerramos nuestras vidas y encerramos nuestras ideas y con ello nos olvidamos de que el mundo es nuestro claustro y de que en él hay muchos excluidos, muchos claustros olvidados.
Pedimos perdón. por no haber hecho una evangelización que incluyera a las mujeres, y en muchas ocasiones nos unimos a la práctica común de utilizarlas, humillarlas, excluirlas, someterlas, no darles el justo lugar que deben ocupar en nuestra Iglesia a pesar de que ellas son las que la sostienen.
Pedimos perdón, por haber dudado de la dignidad de la persona humana; por haber callado frente a la violación de los derechos de los hombres y mujeres de estas tierras, pudimos haber gritado, levantado la voz, pero no lo hicimos y con ello nos unimos a la aberrante humillación de nuestro pueblo.
Pedimos perdón, porque no seguimos el ejemplo de Francisco de Asís, de abrazar a los excluidos de todos los tiempos con diferentes rostros del crucificado: niñas y niños; jóvenes, indígenas, campesinos, obreros, migrantes, ancianos, mujeres, infectados de VIH y enfermos de SIDA, homosexuales y muchos otros marginados de la sociedad; nos unimos a la voz inquisidora de quien señala y condena y no les dimos la ternura profética y salvadora que viene de Dios.
Pedimos perdón, porque nos unimos al saqueo de la hermana madre tierra, y con una mentalidad mercantilista, la abandonamos y abandonamos a los que la trabajan.
La historia y el pueblo han juzgado a nuestra Iglesia y a la Orden Franciscana; aceptamos con humildad el juicio y llevamos en nuestra conciencia la condena: cargar en nuestros hombros hasta el final de los días con el perdón y la bondad del pueblo del que un tiempo nos alejamos.
Nosotros hermanos menores, nos COMPROMETEMOS:
A ofrendar nuestra vida, hasta el extremo, hasta entregarla por la salvación y la liberación total de todo pecado, de toda opresión de cualquier tipo, para que las hijas y los hijos de Dios tengan vida en plenitud.
A formar a nuestros hermanos que vienen atrás y a formarnos nosotros, para comprender la cultura de la que hemos salido, promoverla y encarnar el mensaje de Jesús hasta tener un cristianismo maya.
A abrazar a los excluidos de hoy y luchar desde lo más profundo del corazón y con todas las fuerzas que nos da el Dios de la vida, por su inclusión en nuestra sociedad, por el respeto de sus derechos.
A luchar porque las mujeres tengan una vida más participativa en la sociedad y en nuestra Iglesia.
A trabajar por transformar la historia al lado de nuestro pueblo; a cuidar la vida en todas sus dimensiones, especialmente la vida amenazada; a continuar la Causa de Jesús: hacer el Reino. A hacer otro mundo.
Dios, Madre y Padre, que conoce las intenciones y propósitos de sus hijas e hijas nos dé la fuerza de su Espíritu para que, siguiendo a su Hijo, podamos llevar al corazón de nuestro pueblo, la Buena Noticia de la salvación, con la encarnación profética de la ternura.
Maní, Yucatán, 13 de abril de 2009
En el VIII Centenario de Fundación de la OFM
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