Hacia fines del año 2003, por iniciativa del Dr. Luis A. Várguez Pasos, profesor de la facultad de antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán, nos reunimos en las antiguas aulas de la facultad Elizabeth Juárez, Renée de la Torre, Rubén Ruiz y un servidor. El objetivo era poner en común trabajos que cada uno hubiera elaborado y que tuvieran como denominador común la relación entre religión y derechos humanos.
Durante varias jornadas conversamos animadamente con otros profesores y estudiantes avanzados de antropología social sobre el tema que nos reunía. Cada uno asumió las críticas vertidas en la discusión y reformó el documento inicial con el que había llegado al debate. El Dr. Várguez Pasos, en un minucioso trabajo de edición en el que fue auxiliado por el entonces estudiante Pedro Chalé, ha reunido los cuatro documentos, precedidos por una introducción de su propia pluma, en el volumen titulado “Religión y Derechos Humanos. Perspectivas y realidades múltiples” (Ediciones UADY, Mérida 2008) que ha visto la luz recientemente y que puede adquirirse en las librerías de la UADY.
Ya en aquel artículo de 2003, que ahora es publicado en esta obra, había yo esbozado un tema que me preocupa particularmente porque representa un reto –y a veces un punto de quiebre– en la relación entre las iglesias y la cultura de los derechos humanos: el derecho a la verdad y al disenso.
Como sabemos, la historia de las iglesias cristianas ha estado siempre llena de conflictos. Conforme se fue definiendo el conjunto de verdades que formarían el contenido básico de la religión, fueron surgiendo también personas que opinaban diferente. Así surgieron en la iglesia las primeras herejías. El diccionario define así la herejía: “error en materia de fe, sostenido con pertinacia”. Y define hereje diciendo: “cristiano que en materia de fe se opone con pertinacia a lo que cree y propone la Iglesia Católica”.
Las herejías no fueron otra cosa sino disputas internas mientras el cristianismo fue una religión entre otras. Pero cuando la religión católica se convirtió en religión oficial las cosas cambiaron. La situación se volvió particularmente grave en los siglos XVI y XVII porque las personas acusadas de herejía se convertían, por ese mismo hecho, en delincuentes que eran entregados a las autoridades civiles. En España se modeló la institución eclesiástica conocida como Tribunal de la Santa Inquisición, que no solamente juzgaba y sentenciaba a quienes se apartaban de la recta doctrina, sino que entregaba a los sentenciados al poder civil, para que recibieran el castigo a su falta. De esa manera, muchos disidentes fueron condenados a cárcel y no pocos fueron ejecutados públicamente. Algunos de los casos más famosos son los de Galileo Galilei, obligado a abjurar de sus conquistas científicas, y Giordano Bruno, quemado vivo en un mercado de Roma por no haber querido retractarse de sus pensamientos.
Me ha parecido pertinente analizar en el libro al que hoy hago referencia, cuáles son los presupuestos de acciones de este tipo. Sostengo en dicha publicación que cualquier acción que pretenda la defensa de la verdad se basa en algunos presupuestos:
1. La verdad es un don recibido, no una conquista comunitaria. No buscamos juntos la verdad; lo único que podemos hacer es aceptarla tal como nos fue entregada.
2. Esto implica que la comprensión de la verdad, para que sea recta y no desviada, debe estar de acuerdo con quienes tienen la autoridad en la iglesia. La comunidad de los creyentes se divide así, inevitablemente, en un grupo que enseña con autoridad y otro grupo que recibe la enseñanza. Así lo expresaba el Papa Pío X cuando decía: “Dice la Escritura, y lo confirma la doctrina entregada por los Padres, que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, administrado por la autoridad de los pastores y doctores, es decir, una sociedad de hombres en la que algunos presiden a los demás con plena y perfecta potestad de regir, enseñar y juzgar. Es, por consiguiente, esta sociedad, por la fuerza misma de su naturaleza, desigual. Comprende un doble orden de personas, los pastores y el rebaño… y estas órdenes hasta tal punto son distintos entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad; en cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores”. (Encíclica Vehementer Nos, del 11 de febrero de 1906)
3. Esta iglesia de desiguales, que se entiende a sí misma sólo a partir de la jerarquía y no del Pueblo de Dios en su conjunto, no es comprensible sino leída desde la categoría del poder. La iglesia es concebida como una pirámide en cuya cumbre está el Papa. A esta concepción del Papado como poder sin límites le debemos, por ejemplo, que el Papa se haya considerado con derecho a conceder todos los bienes de América a los reyes españoles, como si le pertenecieran (Alejandro VI, Bula Inter Caetera)
La nueva cultura de los derechos humanos, construida a partir de la ancestral sabiduría de la humanidad y de la dolorosa experiencia de tantos abusos y sufrimientos infligidos por quienes han detentado el poder en todos los ámbitos, plantea algunas interrogantes a esta manera de concebir el derecho a la verdad. Elenco ahora algunas de ellas:
a) ¿Tiene derecho la jerarquía eclesiástica a imponer, aun cuando lo fundamentase en la verdad revelada, un solo modelo de seguimiento de Jesús?
b) ¿Puede la iglesia extender su magisterio a campos que son ajenos al contenido religioso propiamente dicho, como apoyar un determinado sistema político o social en detrimento de otros, como de hecho lo hizo en tiempos pasados al defender la monarquía frente a la república? ¿Qué limitaciones tiene este tipo de intervención?
c) ¿Cómo puede armonizarse la defensa de la verdad revelada con el principio ético del respeto a la conciencia individual, reconocida por la misma iglesia como el tribunal último de las acciones humanas? ¿Es lícito el disenso en la iglesia? ¿Hasta qué punto?
d) La ética de los derechos humanos que se ha ido construyendo a lo largo de los últimos años, ¿podría llegar a ser el punto de referencia para enjuiciar la conveniencia o inconveniencia de una determinada práctica religiosa?
e) El reconocimiento público que hizo en 1995 el Papa Juan Pablo II de los errores de la iglesia en el juicio celebrado contra Galileo Galilei ¿abona algo a favor de una nueva visión de conceptos tales como “naturaleza”, “ciencia”, etc., que pueda ser utilizado en otros campos discutidos como el de la clonación, la manipulación genética o el control de la natalidad?
Son muchas preguntas abiertas a las que solamente una paciente reflexión de la comunidad cristiana en su conjunto encontrará cabal respuesta. Yo considero que la búsqueda de la verdad es una tarea comunitaria en la que todos y todas podemos y debemos participar. Buscar un sano equilibrio entre la verdad revelada y el servicio al mundo puede ser una clave válida. Por otro lado, pienso que las iglesias cristianas aprenderemos de nuestra propia historia y terminaremos aceptando que la acción de Dios se escribe también con las imperfectas letras de la historia, de los acontecimientos, de los cambios de mentalidad, de la evolución de la conciencia colectiva.
La semana pasada asistí a la XX asamblea de la Asociación de Biblistas Mexicanos (ABM), a la que pertenezco desde su fundación. Por una deferencia del actual presidente de la asociación, fui invitado a exponer mi experiencia en el pasado Sínodo 2008, al que me he referido en este mismo espacio.
Las reuniones de la ABM me gustan mucho. A pesar de un formato asaz rígido (la reunión de tres días es una sucesión de conferencias y debates), la asamblea permite a los exegetas enterarse de las discusiones más recientes en el campo de la ciencia bíblica, compartir con los demás las propias búsquedas intelectuales y, dado que la mayor parte de los/as participantes son profesores y/o investigadores, la asamblea resulta especialmente pertinente para quienes por muy diversas razones no ejercemos la docencia.
La asamblea es, además, una magnífica oportunidad de reencontrar viejos amigos, antiguos compañeros de estudios y de parrandas, a quienes vemos solamente en esta congregación anual. Conviven durante tres días de fecundas discusiones algunos de los más connotados biblistas de México, como Carlos Junco, director del proyecto de traducción de La Biblia de la Iglesia en América que deberá ver la luz en el año 2014, junto con estudiantes del área bíblica de la facultad de teología de la Universidad Pontificia de México, profesores de seminarios, biblistas mexicanos que trabajan en el extranjero, religiosos y religiosas cuyo carisma los ha llevado a trabajar en la pastoral bíblica, laicos y laicas profesores de institutos bíblicos, etc. Todo esto aderezado con la hospitalidad de los anfitriones, en este caso, la comunidad parroquial de Barra de Navidad, Jalisco.
Yo recibí en esta asamblea un regalo especial. En estos días borrascosos en que necesito figuras que me ayuden a amar a la iglesia católica, Dios me ha bendecido porque he encontré en Barra de Navidad el más reciente libro del Cardenal Carlo María Martini, arzobispo emérito de Milán. Como se sabe, el Cardenal Martini tiene más de treinta títulos… ¿por qué habría de considerar un regalo especial éste? Lo que pasa es que en esta ocasión el título, originalmente publicado en alemán y hasta hace poco traducido al castellano, no aborda sus acostumbrados temas bíblicos, sino que es una larga conversación con el jesuita austriaco Georg Sporschill, que vive dedicado al trabajo con niños y niñas en situación de calle y jóvenes desamparados en Europa del Este.
El libro, a caballo entre conversación y entrevista, le plantea al cardenal algunas de las cuestiones que más preocupan a los jóvenes con los que trabaja Sporschill. Sin tapujos son enlistados temas apasionantes: el infierno y el purgatorio, lo esencial del cristianismo, cómo relacionarse con personas de otras religiones, cuestiones –faltaba más– de moral sexual, etc.
Las respuestas dan cuenta que el Cardenal Martini, con sus más de ochenta años a cuestas, es con mucho el hombre de espíritu más joven en todo el colegio cardenalicio: pujante, esclarecedor, sin miedo, lúcido, a muchos kilómetros de distancia de tantos jerarcas aburridos y anquilosados. Se trata de un hombre vivo, no de una máquina de obediencias; un pensador de cabeza propia, no un repetidor de fórmulas hechas por otros; un auténtico discípulo de Jesús, no un funcionario de moderna sinagoga; un hombre tembloroso, que espera humildemente una salvación por gracia y no el orgulloso poseedor de la verdad y de la llave de la salvación. Monseñor Martini es, si se me permite la licencia, un contra-cardenal.
No pretendo ahora suplir la lectura que cada uno de los pacientes lectores y lectoras de esta columna podría hacer de este delicioso libro. Quiero solamente ofrecerles una probadita de la audacia del Cardenal Martini, audacia que sólo puede concebirse en un hombre libre, de esos que tanta falta hace hoy a nuestra iglesia:
Sobre el infierno: “Yo tengo la esperanza de que, tarde o temprano, Dios redime a todos… ¿Se le ocurre a Dios alguna otra cosa después de que nosotros hemos frustrado todas nuestras posibilidades en esta vida? Sí. Existe el infierno, sólo que nadie sabe si en él hay alguien… Stalingrado y el Holocausto son verdaderos infiernos. El infierno en la predicación de Jesús es una advertencia en el sentido de vivir de tal manera que nunca produzcamos el infierno y nunca vayamos a parar en él… Yo sigo sosteniendo la fe en que, al final, el amor de Dios es más fuerte”.
Sobre el purgatorio: “El purgatorio es una representación humana de la forma en que se puede ser preservado del infierno. En el purgatorio los hombres –dicho con una expresión moderna– son sometidos a terapia hasta que se abren y pueden recibir el amor de Dios. Que alguien malo pueda ser salvado por el amor misericordioso de Dios es algo que supera nuestra capacidad de imaginación”.
Sobre si Jesús trataría hoy a la iglesia como trató a los fariseos es su tiempo: “Sí. Jesús amaba a los fariseos. Eran sus compañeros, sus colegas. Con ellos se enfrentó y disputó. Creo que si regresara hoy lo haría aún más. Lucharía con los actuales responsables de la iglesia y les recordaría que su tarea abarca al mundo entero. Les recordaría que no deben estar cerrados sobre sí mismos, sino mirar más allá de la propia institución”.
Sobre el ecumenismo: “En el curso de mi larga vida me he encontrado con muchas y diferentes iglesias y comunidades religiosas. Cuanto más vivo con otros, tanto más amo a la iglesia. El contacto con personas de otras creencias es algo que sólo puedo aconsejar. Esas personas te preguntarán por qué eres católico. Entonces buscarás una respuesta y darás testimonio. Te alegrarás de ser católico y también te alegrarás de que el otro sea católico y musulmán”.
Sobre la Humanae Vitae: “Lo más triste es que la encíclica es en parte culpable de que muchos ya no tomen más en serio a la iglesia como interlocutora o como maestra. Estoy firmemente convencido de que la conducción de la iglesia puede mostrar un camino mejor del que logró mostrar la Humanae Vitae. La iglesia recuperará con ello credibilidad y competencia. Es un signo de grandeza y de seguridad en sí mismo que alguien pueda admitir sus faltas y la estrechez de su visión de antaño”.
Podría seguir así con más temas: el papel de la mujer, la consideración de la homosexualidad, las fuerzas contrarias al Concilio Vaticano II, la relación con el Islam, la posición política de Jesús y muchos más. La impresión final es deslumbrante: un cardenal así de cristiano es una perla preciosa. Con un Papa de esa audacia y valentía, otro gallo nos cantara.
Colofón: La ficha bibliográfica es MARTINI Carlo M., Coloquios nocturnos en Jerusalén, (Ed. San Pablo, Madrid 2008). Dado que publicado por los padres paulinos, supongo que estará a la venta en su librería de la 62 con 59. Buena lectura.
A Miguel Arias lo conozco desde hace varios años. Y debo confesar que me he encontrado poca gente que ame tan intensa y profundamente a la iglesia católica. Miguel no es ingenuo: es simplemente creyente. Vive en los Estados Unidos, de manera que conoce de cerca los escándalos de ministros pederastas y otros problemas que, aunque menos escandalosos, no son por ello menos graves.
La última vez que conversamos, Miguel se expresó muy bien de un obispo norteamericano. Me contó que, siendo este obispo todavía párroco, se organizó una actividad muy importante en el templo parroquial donde él trabajaba, que contaría con una gran afluencia de personas. Una señora hispana llegó a solicitar permiso para poder poner un puesto de venta de golosinas. El párroco estaba en su oficina, en el segundo piso. Los encargados le dijeron a la mujer que había normas en la parroquia que no permitían que pudiera venderse nada. La señora dio las gracias con cara triste, comentando que pensó que habría sido una buena oportunidad para juntar un poco de dinero y así poder comprar a sus hijos algunos juguetes para la navidad que se aproximaba.
Antes de que la señora dejara la oficina, el párroco, que había escuchado todo desde su oficina, bajó y, después de saludar a la señora, le entregó 400 dólares para que sus hijos pudieran tener regalos en la navidad. Cuando Miguel terminó su relato dijo con voz emocionada: “Ésa es la gente que salva a la iglesia, chingaos”.
Quisiera que mi amor por la iglesia fuera tan hondo como el de Miguel. Quisiera tener su capacidad de asombrarse ante un gesto fraterno y ver en él a la otra iglesia posible, brotando ahí, entre charcas de lodo burocrático. Por eso, imitándolo, quiero hablar hoy de una persona de ésas que salva a la iglesia.
La ocasión me la da el hecho de que el domingo pasado inició en todo el país una serie de actividades que se realizarán durante todo este año para celebrar los 50 años de servicio pastoral de don Samuel Ruiz García, obispo emérito de san Cristóbal de Las Casas.
Nacido en Irapuato en 1924 y consagrado obispo de san Cristóbal en el año de 1960, don Samuel acompañó y apoyó durante cuarenta años la construcción del único ejemplo de iglesia autóctona en todo el continente. Participó en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín. En noviembre de 1997 fue víctima de un atentado contra su vida, del que resultaron heridos tres catequistas que lo acompañaban. Desde el año 2000 vive en Querétaro como obispo emérito y ha podido desde ahí continuar su ardua labor profética. Su trabajo pastoral ha sido ampliamente reconocido y ha desempeñado labores de mediación entre el EZLN y el gobierno de Zedillo y, más recientemente, con más de ochenta años, entre el EPR y el gobierno de Calderón.
Hombre de fe, acrisolado en medio de un pueblo empobrecido y creyente, don Samuel sigue siendo para muchos un testimonio vivo de seguimiento de Jesús. Son apenas de abril pasado las palabras que hoy comparto con las pacientes lectoras y lectores de esta columna. Una pequeña muestra de que la ni la edad ni las persecuciones (que también las hubo dentro de la iglesia, y por mano de sus mismos hermanos de mitra y báculo… pero no hablaremos de estas bajezas porque este artículo está dedicado a las personas que salvan a la iglesia, no a las que la pierden) han logrado doblegar su ánimo profético. Vayan pues estas palabras pronunciadas por don Samuel Ruiz García en Colombia:
“La hegemonía imperial del gobierno y la economía de los Estados Unidos de Norteamérica pesan de una nueva manera en el mundo, reduciendo los márgenes en que las soberanías nacionales puedan generar alternativas. Somos testigos de cómo la religión es invocada para justificar guerras de invasión y exterminio. Todavía, en pleno siglo XXI, aparecen iluminados fundamentalistas que invocan a un dios que les ordena invadir otros países, someter a otros pueblos, torturar a los indefensos y matar a quienes se opongan a estos mal llamados ‘designios divinos’.
“En otros casos, como en Chiapas, la religión es utilizada por los poderosos —gobernantes, terratenientes, latifundistas o dueños de trasnacionales— como justificante para expulsar y en algunos casos masacrar a comunidades enteras. La práctica de distintas religiones o la pertenencia a distintas Iglesias, es manipulada para inventar los llamados “conflictos religiosos” y así tratar de explicar las invasiones y la persecución a personas, familias o pueblos de la región.
“La paz que buscamos no puede separase de la justicia. ¡No puede haber Paz sin Justicia!, particularmente sin justicia social. Sin justicia social, la verdadera paz está ausente, puesto que paz, bien lo sabemos, no significa simplemente ausencia de guerra. La paz no corresponde a una actitud conservadora. Por el contrario, la paz está asociada a la voluntad de cambio que alienta las transformaciones urgentes de las condiciones de vida de las mayorías.
“Así, además de detener la guerra global y de sanar aquellas sociedades desgarradas, la Paz es la construcción de condiciones de equidad que resuelvan las causas, y no solo ofrezcan salidas a los efectos y actores de los conflictos. La paz es un asunto de derecho y de justicia, no sólo de fuerzas. Por ello, la paz no rehuye a los conflictos, los enfrenta y convierte en oportunidad de cambios en términos de justicia y dignidad. Las religiones y los creyentes debemos estar atentos a estos “signos de los tiempos”, para convertir en oportunidades de cambio real aquellas situaciones de injusticia de la que somos testigos.
“Luchar por la paz significa tomar una posición integral que, pasando por cuestionar al sistema capitalista neoliberal, nos interpele también en la justificación de la violencia, como si fuera ésta el único camino para enfrentar la injusticia. Dentro del conjunto de señales o manifestaciones mundiales diversas que están actuando hacia la construcción de otro mundo, se destaca la emergencia de los pobres, de los pueblos indígenas y de los movimientos sociales encabezados por obreros, campesinos sin tierra y pobladores de las zonas marginales.
“La pobreza agudizada por este sistema dominante, provoca un proceso colectivo de toma de conciencia de la globalización de los derechos humanos. Mientras arriba se globaliza el poder, abajo se globalizan los derechos y se articulan solidariamente los movimientos sociales. Se visualiza con esperanza la fuerza globalizadora de los excluidos, que no aceptan que este sistema sea el definitivo, sino que vehementemente expresan que otro sistema, donde la justicia y la verdad resplandezcan, es urgente, y posible; sistema en el que lo constitutivo no sea la concentración del lucro, sino la distribución de los recursos; en el que no sea el individualismo egoísta, sino la dimensión comunitaria y el respeto a la dignidad humana lo que esté por encima del valor de lo económico”.
Le llaman el ‘aerolito lucano’ dentro del evangelio de Juan. Se trata de un texto evangélico harto conocido. Me refiero al relato que ocupa los primeros once versículos del capítulo ocho. La nota de la Biblia de nuestro pueblo señala que “esta narración se ubicaría muy bien después de Lucas 21,37. En su actual contexto literario rompe el discurso que el evangelista está realizando. El tema y el vocabulario son mucho más cercanos a Lucas que a Juan…”. Pero lo que a mí me interesa ahora es mostrar cómo este relato ofrece, en su deliciosa simplicidad, la confirmación de que los cuatro evangelios, incluido el de Juan, están de acuerdo en que si algo enojaba al Maestro de Nazaret era la utilización de la Biblia y del discurso religioso para mantener situaciones de opresión y/o discriminación.
La historia relata el encuentro de Jesús con una turba furiosa. Dicha turba es encabezada por escribas y fariseos. Camino a la ejecución, la turba se detiene delante de Jesús y los escribas y fariseos se adelantan para presentarle a una mujer sorprendida en adulterio. El planteamiento de los estudiosos de la Biblia parece taxativo: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés ordena que mujeres como éstas sean apedreadas; tú ¿qué dices?”. La trampa está perfectamente preparada. Se trata de una deducción simple: ahí hay una mujer declarada adúltera, hay también un texto bíblico de condena, falta solamente aplicar el castigo previsto. No parece haber ningún espacio de maniobra.
Y no obstante este implacable apego a la palabra revelada por Dios a Moisés, Jesús no parece estar de acuerdo con la medida propuesta por los intérpretes más autorizados de la Biblia. Algo huele mal en esta propuesta. No en balde el mismo evangelista se cuida bien de anotar que los escribas y fariseos le habían propuesto a Jesús este cuestionamiento “para ponerlo a prueba y para tener de qué acusarlo”. Con una estrategia que no puede sino ser calificada de astuta, Jesús logra que la ejecución de la pena sea evitada y que toda aquella turba, incluyendo a los escribas y fariseos, terminen “retirándose uno a uno, empezando por los más ancianos hasta el último de ellos”.
Entre la presentación inicial de la mujer ante el maestro nazareno y el final abandono avergonzado de quienes la acusaban, el texto nos cuenta que Jesús “se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo”. Este gesto de Jesús ha tenido a través de los siglos interpretaciones diversas. La más extendida sostiene que Jesús se habría inclinado a escribir en el suelo las culpas de aquellos cruentos acusadores. Es esta interpretación la que parece subyacer a comentarios como el que trae la Biblia de nuestro pueblo, aquí citada de nuevo, cuando dice: “La narración nos recuerda que todos tenemos techo de cristal, por lo que no debemos tirar piedras al del vecino”.
Sin embargo, a pesar de la seducción que ejerce esta interpretación, yo prefiero aquella que me compartiera alguna vez mi padrino de ordenación, el difunto padre Regino Sánchez, meditador acucioso de los textos bíblicos. Sostenía Regino, en una lectura que puede parecer psicologista, pero que no repugna en absoluto al conjunto del relato, que el gesto de Jesús habría sido la manifestación de un estado de shock. Desconectado por un momento de la realidad, Jesús se habría inclinado hacia el suelo, no para escribir nada inteligible, sino como producto del estado de perplejidad en el que quedó después de la pregunta de los escribas y fariseos.
Me gusta la interpretación de Regino porque apunta a algunos elementos no inmediatamente visibles en el texto, pero que su aguda sintonía con el espíritu del conjunto del relato le hicieron adivinar. “¿Te imaginas –me dijo emocionado– qué impactado debió haber quedado Jesús ante la dureza del corazón de quienes se supone eran las personas más religiosas?… ¡Querer matar a una pobre mujer y, para colmo, usar la Biblia como pretexto!”.
Regino casi saltó de alegría cuando sintió que su intuición fue confirmada por un dato que él no conocía y que yo le compartí en una de las conversaciones sobre la Biblia que algunos presbíteros del decanato sosteníamos en la parroquia de Dzemul: que el texto argumentado por los escribas y fariseos para justificar la condena y ejecución de aquella mujer adúltera (Deuteronomio 22,22; Levítico 20,10) condenaba a muerte no solamente a la mujer, como los escribas y fariseos hacen suponer en su breve intercambio de palabras con Jesús, sino que mandaba castigar con la muerte a ambos, hombre y mujer… ¿Dónde estaba, pues, el varón que fue sorprendido en flagrante adulterio? ¿Por qué no está siendo también él llevado a la lapidación? Si es imposible atribuir ignorancia a los escribas, conocedores profundos de la ley mosaica, ¿cómo explicaresta interpretación del texto, perversa y discriminatoria?
Esta interpretación dolosa de la Ley responde a un esquema de pensamiento que actualmente denominamos machista o patriarcal. No es un error de interpretación que los escribas y fariseos no hubieran detenido al adúltero para aplicarle el precepto mosaico. Era la manera habitual de actuar, la ley del embudo: todas las ventajas para los varones, todas las cargas y desventajas para la mujer. La religión puesta al servicio de una inicua manera de ver la vida.
Las palabras de Jesús dirigidas a la mujer, “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿nadie te ha condenado?… tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más”, constituyen un reproche adolorido contra quienes, entonces y en todos los tiempos, usan el mensaje de Dios, mensaje de compasión y perdón, para asestar condenas contra los más débiles. Pero ya lo decía el obispo poeta: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo. Como si no aprendiéramos la lección de Jn 8,1-11, mutatis mutandi, muchas veces seguimos haciéndonos ciegos ante leyes que producen desigualdad y justificamos con interpretaciones religiosas la permanencia de situaciones que producen sufrimiento a las personas. Y fue por eso por lo que Jesús predicó y entregó su vida: para que ya nadie más, nunca, usara el nombre de Dios para justificar injusticias.
Colofón: Afuera es una tortura que no se soporta por más de cinco minutos. Pero desde adentro, desde la ventana de una tibia habitación, la nevada que de manera interrumpida cae sobre Chicago en estos días es un espectáculo de espectacular hermosura. Uno no puede sino pensar en Dios.
El domingo pasado celebramos en toda la iglesia católica latina la fiesta del Bautismo del Señor, con la que se concluye el tiempo de la navidad. Hay algunas personas a las que les extraña que la celebración de la navidad se extienda hasta este domingo. Acostumbrados a dejarse guiar por los dictados de la mercadotecnia, hay personas para quienes el tiempo navideño comienza desde el mes de octubre, cuando, aun antes de que llegue la celebración de los fieles difuntos, las tiendas se llenan de renos y gordos barbones vestidos de rojo. Y se termina cuando ya no hay árboles navideños ni esferas a la venta en los supermercados. Para la liturgia de la iglesia, en cambio, el tiempo de navidad inicia con la noche buena y concluye el domingo siguiente al 6 de enero, con la fiesta a la que ahora hago referencia.
La fiesta del bautismo del Señor nos recuerda varias cosas importantes a las que quiero referirme en esta entrega. En primer lugar, nos muestra que el misterio de la encarnación que celebramos en la navidad (el Hijo de Dios que se hace hijo de los hombres, es decir, que toma carne de nuestra carne y asume nuestra naturaleza humana) es mucho más que la contemplación de Jesús niño. Terminar el tiempo de navidad fijando la mirada en Jesús adulto que, saliendo del agua del Jordán y lleno del Espíritu Santo, inicia su misión evangelizadora, nos ayuda a mirar el misterio de Cristo Jesús como un todo orgánico.
Me explico. Hay un cierto riesgo en quedarnos solamente con la contemplación de Jesús niño. Invadidos por la ternura que nos provoca el pesebre de Belén, nos olvidamos que ese mismo Jesús es el que anunciará las bienaventuranzas como camino de vida para los cristianos y que enfrentará con valentía los poderes de su tiempo, hasta ser ajusticiado y morir asesinado en la cruz. El mismo evangelista san Mateo, en su relato sobre la infancia de Jesús, nos presenta en el texto de la visita de los magos de oriente una profecía que se cumplirá algunos años después: el rechazo que Jesús experimentará por parte del poder político (Herodes) y religioso (escribas).
Quedarse solamente con la devoción hacia Jesús niño, desligándolo del proyecto de vida que nos ofrecerá cuando adulto y por el que llegará hasta la entrega de su propia vida, es cómodo, paralizante y nos exige poco compromiso. Quizá por eso la iglesia en su liturgia limita a un tiempo intenso, pero breve, a la contemplación del misterio de la infancia de Jesús.
La fiesta del bautismo del Señor está inevitablemente ligada al recuerdo de nuestro propio bautismo. La evocación de Jesús entrando en el Jordán para ser bautizado no puede sino llevar nuestra mente y nuestro corazón, irremediablemente, al bautismo que cada uno de nosotros ha recibido.
Para todas las iglesia cristianas el bautismo es un sacramento. Ya desde muy pronto, en los mismos textos del Nuevo Testamento, se habla del bautismo como de una regeneración, de un nuevo nacimiento. Con estas expresiones las primeras comunidades afirmaban su fe en que el bautismo no era solamente un rito de admisión a la comunidad cristiana, sino que nos configuraba con Cristo de tal manera, que el bautizado se transformaba en una nueva criatura, lleno del Espíritu Santo, capacitado para continuar en la historia la misma misión de Jesús.
El bautismo es, pues, para los cristianos y cristianas un don inmerecido. Por eso lo agradecemos. Hijos/as de Dios, discípulos/as de Cristo, templos del Espíritu Santo, los cristianos descubrimos en el bautismo el mayor de los regalos y la fuente de nuestra dignidad más alta. Pero el bautismo no es solamente un regalo: es también un compromiso. Quien recibe la inestimable dignidad de ser hijo/a de Dios, no puede más que comprometerse a vivir como hermano/a de los demás. Si el mundo no es hoy una casa de justicia y de hermandad, es porque los bautizados no hemos hecho lo suficientemente bien nuestra tarea. A eso se refiere el pasaje de la primera carta de san Juan proclamado como segunda lectura el domingo pasado, cuando dice que el Hijo de Dios vino no solamente por el agua, sino por el agua y la sangre, subrayando así que al gozo de la encarnación se uniría muy pronto la entrega dolorosa de la vida. Así sucede con la persona bautizada: adquiere la elevada tarea de construir el Reino de Dios en medio del mundo, de transformar esta sociedad en la que vivimos en el otro mundo posible en el que la justicia, la libertad, la democracia y la paz sean mucho más que las caricaturas que conocemos. Y ese compromiso es, inevitablemente, un camino de cruz.
Que ser hijos e hijas de Dios es la dignidad fundamental de todo cristiano, es una verdad que fue repetida y consagrada por el Concilio Vaticano II. Desde esta columna ofrezco disculpas a los fieles por todas las veces en que los discursos piadosos pronunciados en los púlpitos, sobre todo cuando se hace referencia a la vida consagrada, dan la apariencia de que en la comunidad cristiana hubiera distintas categorías de personas: las de primera clase, que habrían recibido como regalo una vocación por encima de las demás, y las de segunda clase, llamadas solamente a mirar, acaso con envidia, a quienes poseen una vocación superior que a ellas no les ha tocado en suerte.
Ninguna teología más perniciosa que ésa, porque tiene como objetivo justificar la desigualdad dentro de la iglesia. La dignidad cristiana reside en ser hijos e hijas de Dios. Y esa única dignidad es común para todos los bautizados y bautizadas. La misión que tenemos los cristianos y cristianas es también la misma para todos: construir y hacer presente el Reino de Dios en el mundo a través de la transformación de los corazones y las estructuras de la sociedad. Es solamente en los servicios que prestamos donde se dan las distinciones, ya que el Señor llama a unos a un determinado servicio y a otro a un servicio distinto. Convertir los ministerios o servicios en factor de desigualdad y de acumulación de poder es una de las más vergonzosas desviaciones del evangelio.
Así que cuando escuchen una predicación en la que la santidad se presente como un llamado reducido a solamente una sección privilegiada en la iglesia, o en la que se haga distinción de categorías entre los creyentes, como si hubiera cristianos y cristianas de primera y segunda clase, sepan que están escuchando una herejía, así la pronuncie el ministro más encumbrado.
Colofón: Sucede, decía el poeta chileno, que me canso de ser hombre. La masacre desatada en la franja de Gaza es inaceptable: duele, entristece, avergüenza, merece la condena de todos y todas.
El Padre Roy Bourgeois es un misionero de Maryknoll. Ordenado en 1972, ha sido presbítero católico durante 36 años. Su amor por la iglesia y por su ministerio es reconocido por quienes le conocen de cerca. Sin embargo, el Padre Roy ha sido amenazado de excomunión, amenaza que hasta el momento no ha tenido cumplimiento.
El 21 de octubre de 2008, hace menos de tres meses, recibió una carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe en la que se le daban treinta días para retractarse de sus declaraciones públicas en apoyo a la ordenación de mujeres en la iglesia. De no hacerlo, sería oficialmente excomulgado.
La discusión sobre el acceso de las mujeres a los ministerios ordenados lleva bastante tiempo. Ya en el reciente postconcilio, en 1976, el Papa Pablo VI encomendó a la Pontificia Comisión Bíblica que estudiara la cuestión. El resultado de un largo estudio y reflexión fue que, según estos especialistas entre los que había no solamente escrituristas sino expertos en otras ramas teológicas, no podía encontrarse ninguna justificación en la Biblia para excluir a las mujeres de los ministerios ordenados. A pesar del resultado de esta investigación, el Papa manifestó que la ordenación de mujeres era inadmisible para la iglesia católica “por razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió sus Apóstoles sólo entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia” (Cfr. Respuesta a la Carta del Arzobispo de Canterbury, Rvdo. Dr. F.D. Coogan sobre el ministerio sacerdotal de las mujeres, del 30 de noviembre de 1975).
Esta posición ha sido reivindicada tanto por el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis, del 22 de mayo de 1994, como por el Papa Benedicto XVI en públicas declaraciones hechas el año pasado. Sin embargo, esta doctrina sigue siendo contestada desde diversos sectores de la iglesia. De hecho, desafiantes episodios de ordenaciones de mujeres se han registrado en Suiza, Alemania, Austria, Canadá y Estados Unidos. Por ello, el 31 de mayo de 2008 se dio a conocer la decisión, tomada por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobada por el Papa, de disponer la excomunión automática, sin necesidad de realizar proceso jurídico alguno, contra las mujeres que pretendan acceder al sacramento y quienes protagonicen estas ceremonias de ordenación de mujeres.
Con esta decisión, la iglesia católica se mantiene como una de las pocas instituciones que restringen el acceso a puestos de decisión y gobierno a las mujeres por el mismo hecho de serlo. En medio de un mundo que camina de manera irreversible a la igualdad entre los géneros, la jerarquía vaticana ha confirmado así su posición excluyente. Pero dentro de las comunidades cristianas, es decir, entre los cristianos y cristianas de a pie, la discusión está muy lejos de haberse zanjado. Mujeres católicas, que se han destacado por su participación entusiasta en movimientos sociales contra el patriarcado como sistema normativo, no se sienten representadas en esta toma de posición.
El Padre Roy escribió una carta el 7 de noviembre pasado para explicar ampliamente por qué razones no podía retractarse de su posición. Su primer argumento procede de la realidad que ha palpado: se ha encontrado con mujeres que se sienten llamadas al ejercicio del sacerdocio ministerial. El Padre Roy se pregunta: “¿Quiénes somos nosotros, como varones, para decir a las mujeres: nuestra vocación es válida, pero la de ustedes no lo es?”. En su carta abunda en otros argumentos en contra de esta exclusión de las mujeres de los ministerios ordenados.
El Padre Roy se había pronunciado a favor de la ordenación de las mujeres en la misma sede vaticana. En el año 2000 fue invitado por Radio Vaticana a hablar ante micrófonos sobre su consistente oposición a los trabajos realizado por la Escuela de las Américas, que como se sabe, ha entrenado y patrocinado a los militares golpistas de décadas pasadas y sigue ofreciendo entrenamiento contrainsurgente a un buen número de oficiales de países latinoamericanos. En su intervención el Padre Roy manifestó que sería incoherente si denunciara la injusticia de la Escuela de las Américas y se quedara callado ante las injusticias en su propia iglesia. El final de su entrevista fue lapidario: “Nunca habrá justicia en la iglesia católica hasta que las mujeres puedan ser ordenadas”.
Hay muchos católicos y católicas que han reaccionado ante la amenaza de excomunión que se cierne sobre el Padre Roy. Parece que en nuestros tiempos el adagio latino Roma locuta, causa finita (Roma ha hablado: se acabó la discusión) ya no tiene la misma vigencia. En menos de 50 días se han reunido cerca de 975 firmas en el portal electrónico ATRIO (www.atrio.org) de hombres y mujeres que manifiestan su oposición a la amenaza de excomunión vaticana y su opinión favorable a la plena asunción de la dignidad personal de la mujer en la Iglesia, sin ningún tipo de restricción de sus derechos como bautizada por motivo de género, incluso su posibilidad de asumir las más altas responsabilidades en el gobierno de la Iglesia y recibir los sacramentos que para ello sean necesarios.
Hay mucha gente de acuerdo con la afirmación del Padre Roy en su carta: “Tanto el sexismo, como el racismo, son pecado. Y por mucha energía o tiempo que empleemos en tratar de justificar la discriminación, al final, siempre será inmoral”. Tema polémico si los hay, la ordenación de las mujeres parece ser un asunto que seguirá en el tapete de la discusión todavía por mucho tiempo más.
Colofón: Un pasquín local lo publicó escandalosamente: “Fraile consignado a la autoridad en accidente de tránsito; al parecer en estado de ebriedad”. Lo que el pasquín a sueldo no señaló era que el “accidente” se redujo a que Fray Tomás González, para evitar atropellar a unos ciclistas, lastimó el espejo de un automóvil estacionado. Tampoco dice que el dueño del carro afectado insultó y empujó al fraile cuando lo reconoció. Tampoco señala que dicho licenciado presta servicios al presidente municipal, que tiene cuentas pendientes contra el fraile por su acompañamiento al pueblo de Kimbilá en una reciente lucha social. No dice ni pío sobre la desproporcionada presencia de policías municipales y judiciales en la casa conventual. Tampoco dice que en menos de quince minutos había un médico y una química dispuestos a hacer los análisis toxicológicos (esos que no “estuvieron disponibles” por muchas horas en un sonado y letal accidente en que estuvo implicado un hijo del jefe de la SSP) y menos aún que Fray Tomás salió limpio en todos los exámenes a que fue sometido. Finalmente, no dice el pasquín de marras que el fraile sólo pudo salir después de pagar dos mil pesos por un espejo de tsuru que cuesta trescientos. Así se las gastan en Izamal…
Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad
Junto con las alegrías propias de la navidad y el año nuevo he recibido otra buena noticia en el pasado reciente que quiero compartir con los pacientes lectores y lectoras de esta columna. Se trata de una historia que anima, porque muestra cómo la organización comunitaria se va haciendo cada vez más estratégica y eficaz en la búsqueda de resultados favorables a las demandas ciudadanas.
Los actores de este milagro de fin de año son apicultores de las comisarías de Xcunyá y Santa María Yaxché que, junto con apicultores de Komchén, formaron el Grupo Ganadero de Validación y Transferencia de Tecnología (GGAVATT) “Divino Niño Jesús”, primera experiencia de este tipo lanzada por apicultores. El 23 de junio del año en curso, estos expertos en el manejo de las abejas, recibieron del gobierno del estado 26 sacos de azúcar subsidiada por el que entregaron el pago requerido de 70 pesos por saco.
El 5 de septiembre, once apicultores utilizaron el azúcar para alimentar a sus colmenas. Veinticuatro horas después de haberlo depositado en las colmenas, inició una mortandad en las abejas alimentadas. Quienes no utilizaron el azúcar no tuvieron ninguna afectación en sus colmenas. Resultado de dicha mortandad fue la pérdida total de 221 colmenas de abejas, 30 cámaras de cría y una reina pie de cría, dejando a los apicultores en una grave situación, pues muchos perdieron casi la totalidad de sus colmenas y con ellas su fuente de trabajo y de ingreso.
Los apicultores iniciaron un largo camino. Además de solicitar por escrito la intervención de todas las instancias oficiales implicadas en el asunto (Secretaría de Fomento Agropecuario y Pesquero del estado, Presidencia Municipal de Mérida, Coordinación del Programa de Control de la Abeja Africana de la SAGARPA, Dirección de Apicultura, Avicultura y Porcicultura de la Secretaría de Fomento Agropecuario y Pesquero del estado y la Dirección de Desarrollo Económico del Ayuntamiento de Mérida), se dieron a la tarea de costear, con recursos propios, un dictamen técnico que determinara las causas de la mortandad. La Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UADY descartó, en un estudio realizado sobre muestras de abejas muertas y vivas, que la mortandad en las colonias de abejas obedeciera a alguna de las enfermedades que generalmente afectan al sector apícola.
Un estudio posterior, realizado por un laboratorio privado sobre el azúcar entregado por el gobierno del estado, reveló que ésta contenía residuos de pesticidas. Pudo corroborarse que en la misma bodega en la que se encontraba almacenado el azúcar, también fueron almacenados pesticidas que se entregaron a diversos productores agrícolas para combatir las plagas de sus sembradíos. A estos descubrimientos siguieron meses de vueltas y vueltas ante distintas dependencias para recibir solamente evasivas de parte de los funcionarios.
El 26 de noviembre, los apicultores presentaron los resultados de sus estudios y solicitaron a las autoridades que de una vez por todas asumieran su responsabilidad y, además de reparar el daño ocasionado, iniciaran una investigación seria que permitiera deslindar responsabilidades, sancionar a los funcionarios implicados en la negligencia, ubicar otros grupos que pudieran haber resultado afectados y garantizar que los productos derivados de la actividad apícola en el estado contasen con las requerimientos mínimos para el consumo y la comercialización.
De nuevo, ires y venires a las distintas dependencias. La respuesta seguía siendo solamente dilación y desprecio. El 16 de diciembre los apicultores realizaron una manifestación en las inmediaciones del Palacio de Gobierno para exigir al gobierno del estado el resarcimiento del daño derivado de la muerte de colmenas como consecuencia del azúcar proporcionada por el gobierno del estado. En dicha manifestación, los apicultores hicieron públicas sus fallidas gestiones y señalaron a los responsables, entre ellos la titular del ejecutivo estatal.
La determinación de los apicultores, su sabia combinación de estrategias de protesta con documentación precisa de los hechos, resultó en el triunfo de su movimiento. Las autoridades terminaron por comprometerse a satisfacer todas las demandas planteadas por los apicultores, en un implícito reconocimiento de la negligencia de sus funcionarios. Obligados por la presión pública y la contundencia de las acusaciones documentadas, aquellos secretarios que daban largas a los apicultores tuvieron que tragarse su prepotencia y reunirse con ellos para encontrar una solución satisfactoria.
Se trata de apicultores de comisarías meridanas. Muchos seguramente no conoceremos las comunidades de las que provienen. Xcunyá, Komchén, Santa María Yaxché no suelen ser nombres recurrentes en nuestras conversaciones. Tampoco Belén y Nazaret lo eran al principio de la era cristiana. Quizá esa sea una de las enseñanzas mayores de este tiempo navideño: que el tiempo está a favor de los pequeños y que la construcción de una sociedad más justa y fraterna es fruto del trabajo comunitario organizado, paciente, tenaz. Ojalá recordáramos esto cuando nos venga la tentación de esperar el cambio que necesitamos como si debiera provenir de las instancias de poder.
Colofón: Aprovecho desear a todos los amables lectores y lectoras de este espacio un año lleno de bendiciones. A todos, pero de manera especial a quienes han expuesto sus comentarios en los diferentes artículos, les agradezco su capacidad de escucha, su paciencia, su apoyo y su crítica.
Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad
Fue después de repartir los volantes a las obreras del parque de industrias no contaminantes que Marifé se sentó a descansar en la banca de cemento. Bajo uno de los escasos árboles, la miraban con extrañeza algunas de las obreras que, desafiando a los patrones de las maquiladoras, habían usado su descanso para acercarse a ver la representación que estaba teniendo lugar en el camellón. Marifer parecía a punto de estallar, con la barriga tan grande que parecía que lo que esperaba eran gemelos, en vez del varoncito que el ultrasonido que le hicieron en el Seguro le había revelado.
Desde hace algunos años Marifer es activista. De manera especial lleva en el corazón la celebración de la jornada internacional por la erradicación de la violencia contra las mujeres, el 25 de noviembre. Cada año se une a las actividades que las organizaciones civiles realizan y colabora en lo que puede. Este año, a pesar de lo avanzado de su estado de gravidez, no ha querido que la jornada pase sin que ella participe. Todavía le duele recordar cuando, siendo ella niña, atisbando detrás de la puerta, alcanzaba a ver el brazo de su padre estrellándose contra la cara de su mamá. Cuando su edad se lo permitió y pudo convencer a su madre de sacar de la casa al borracho que tenía por padre, Marifer se enfrentó a su progenitor y se juró nunca permitir que un hombre la golpeara, nunca, por ningún motivo.
Hoy por la mañana, cuando Pepe, su esposo, se despidió de ella, quedaron en verse justo aquí, en el parque donde ahora ella tomaba sombra. Pepe chambeaba de velador y, por las mañanas, después de dormir unas horas, se iba a algunos pueblos cercanos a Mérida para hacer averiguaciones que le fueran de utilidad para su investigación. Pepe llevaba ya varios años juntando información sobre las propiedades alimenticias, curativas y de conservación que tenía el pozole que beben los campesinos cuando van al monte. Su investigación formaba parte de una tesis de maestría en etnohistoria. Marifé siempre le comentaba, jocosa, que había escogido la disciplina más rara en la lista de carreras de la universidad.
Así que Pepe debía estar por llegar. Marifé pensó, disfrutando de la sombra amable del árbol, que José Gabriel, que así se llamaba el Pepe, era lo mejor que le había pasado en la vida. Se habían conocido seis años atrás en san Cristóbal de Las Casas, en una de las reuniones convocadas por el ezetaelene. Bastó que conversaran unas horas, que hablaran de sus parroquias respectivas y ahondaran en la motivación religiosa de su opción revolucionaria, para que ambos comprendieran que habían encontrado, el uno en la otra y viceversa, la compañía adecuada de la que habla Génesis 2. Así que, cuando las circunstancias lo permitieron, Pepe se vino a vivir a este rincón caliente del sureste mexicano, tan cerca del Caribe que sus calores y su humedad no dejan de sorprenderle hasta hoy.
Cuando decidieron tener descendencia se aplicaron a planear todo a detalle. Como les resultaba simpático llamarse María Fe y José Gabriel (María y José), decidieron que el fruto de su amor llegara en tiempo navideño, aunque sabían que sería difícil atinarle a la mera navidad. De ser varón, se llamaría, desde luego, Jesús. La noticia de que sería varón la recibieron como un consuelo venido de Dios, pocas semanas después de que el doctor les anunciara que “el producto”, que es así como en terminología médica se refieren al nené antes de nacer, parecía venir con síndrome de down.
De profundas convicciones religiosas, Marifer y Pepe comenzaron, sin reparo alguno, a informarse sobre la enfermedad y a establecer contacto con parejas en las mismas circunstancias que ellos. Conocieron muchos niños y niñas con el síndrome y aprendieron a fortalecerse en su decisión valorando el esfuerzo amoroso de sus papás. Jesusito nacería en un hogar donde se le querría con un amor incondicional, a borbotones.
De pronto Marifé, sentada a la sombra del árbol, se da cuenta que probablemente haya habido una equivocación en la medición de tiempo por parte de los médicos. Es 25 de noviembre y le parece sentir los síntomas que el doctor le había anunciado que sentiría hasta la semana posterior, hacia principios del tiempo de adviento. En estos momentos en que todos se han acercado para ver lo que le sucede y por qué respira con tal ritmo, Marifé siente que el cielo se le abre cuando ve venir a Pepe que, corriendo como desesperado, se dirige hacia ella. Lo demás ocurre como en un vértigo: el policía que con cara amenazante andaba cuidando la manifestación y que ahora se acerca solícito a ofrecer la patrulla para llevar a Marifé al hospital; las activistas, compañeras suyas, que tratan de tranquilizarla al mismo tiempo que el pánico, contradictoriamente, se pinta en sus caras; el sol que se cuela por la ventanilla de la patrulla mientras la sirena no deja de sonar; la mano de José prendida a su mano, dándole la certeza de que todo saldrá bien…
Cuando Marifé mira desde su cama a Pepe tomando en sus brazos al niño recién nacido, le da gracias a Dios. No es casual, piensa, que Jesusito haya nacido el día en que se lucha para erradicar la violencia que se ejercita contra las mujeres. Cuando Jesús hace las muecas de recién nacido y deja ver su lengua puntiaguda, Marifer y Pepe, que lo contemplan arrobados, saben que este niño los mantendrá más unidos que nunca y que será, no le quepa duda a nadie, un cristiano revolucionario.
1. Fernando ausencia. La fotografía es de mediados de los noventa, varios años antes del paso de Isidoro. Lo sé porque el escenario es la capilla de la escuela de agricultura ecológica de Maní “U Yits Ka’an” y al fondo se ve el mural pintado a mano que la adornó durante muchos años y que actualmente se encuentra en la oficina del director. Delante del altar posamos para la cámara Atilano Ceballos, Luis Quintal, Augusto Romero, Fernando Cervera y un servidor. Nos acompaña, al centro, el obispo emérito de san Cristóbal de Las Casas, don Samuel Ruiz, admirado pastor que nos hacía una visita fraterna. Tengo la fotografía en el tomo I de la Liturgia de las Horas, precisamente el volumen que estamos usando en este tiempo de adviento. Fernando está situado en el extremo izquierdo de la línea formada por estos seis amantes de la teología de la liberación. En la mano derecha sostiene una gorra blanca y lleva puesta una camisa con la imagen del Cuch’ Cruz que se realiza en la comunidad de Maní cada viernes santo. En su rostro se esboza esa especie de mohín con el que comenzaba su sonrisa. Miro prolongadamente la fotografía y siento que su ausencia duele.
2. Fernando rabioso. Había regresado de su experiencia en el Seminario Regional del Sureste en Tehuacán, Puebla, para reintegrarse a la formación en su tierra natal. Aquel seminario, hervidero de ideas postconciliares y de experiencias renovadoras de formación encarnada, fue el semillero de su amor por la teología latinoamericana y la opción por los pobres. Éramos seminaristas. Fue la primera vez que descubrí la vena que cruzaba la frente de Fernando cada vez que lo ganaba la rabia. Un grupo de alumnos manteníamos “Sendero”, un periódico mural que aspiraba a ser espacio de libre expresión para los seminaristas. Un día uno de los artículos publicados fue confiscado, retirado del mural. El entonces rector había considerado imprudente un comentario vertido en el artículo censurado. Fernando reclamó airado la intromisión de los superiores en lo que consideraba un atentado a la libertad de expresión, primera probadita de censura. Muchas veces más tuve oportunidad de ver la vena de rabia surcar la frente de Fernando.
3. Fernando frágil. Como tantas veces, llega a la oficina de Indignación una mañana. Cuando se suelta de mi abrazo veo sus ojos humedecidos. Me confiesa que el día anterior había quedado conmovido. Cuando salía de una relación difícil con uno de sus párrocos y se sentía abandonado a su suerte, sin lugar concreto donde vivir y ejercitar su ministerio, se había encontrado con la solidaridad incondicional de quien menos se imaginaba. “¿Qué relación tenía yo con Pedro Echeverría más que el saludo? Y delante de mí le dijo al padre Heredia que su parroquia era mi casa, que podía llegar cuando yo quisiera… Nunca esperé esta lección de humanidad…” y mientras sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas, yo le agradecía a Dios porque, en un momento de grave fragilidad, Fernando había encontrado una mano amiga que le acompañaría hasta su último suspiro.
4. Fernando generoso. “Esta es la verdadera razón por la que te sacaron”, me dijo mientras me entregaba la copia fotostática de un recorte de periódico que contenía un fragmento del artículo publicado en el Diario de Yucatán el año pasado, justo el 10 de diciembre. Enmarcado en madera y con cristal protector, el fragmento rezaba una de mis últimas confesiones vertidas en aquella columna mantenida por más de quince años: En 1948, hace 59 años, la Organización de las Naciones Unidas lanzó al mundo la Declaración Universal de los Derechos Humanos… A mí, cada diez de diciembre me sorprende una mezcolanza de sentimientos. Por un lado me brota del corazón un canto de agradecimiento. Mi vida no sería todo lo plena que es si no fuera porque el seguimiento de Jesús me llevó, sin yo buscarlo deliberadamente, al oficio de activista de los derechos humanos. Sin ello, no sería el presbítero que soy. A lo mejor la vida me sería más fácil y agradable si me hubiera dedicado a otra cosa. Es posible. Tendría seguramente otro tipo de amistades, sería –sin duda– más rico, ejercitaría otro tipo de influencias en mi entorno. No encontré, sin embargo, en mi ejercicio de discernimiento manera mejor de vivir el evangelio en este tiempo que dedicarme a la promoción y defensa de los derechos humanos. Estoy, pues, muy contento y agradecido de llevar el corazón atravesado por esta causa. “Es un texto que te retrata de cuerpo entero, por eso te lo regalo”. El cuadro cuelga hoy de la pared de mi dormitorio. Tengo otros que me regalara antes. No había lector más fiel de esta columna que Fernando Cervera, amigo generoso.
5. Los cientos de Fernandos que se alojan en el recuerdo. Fernando aplaudiendo cualquier expresión que alguien dijera y le hubiera gustado, aun cuando resultara un aplauso a destiempo o interrumpiera la concentración del grupo. Fernando visitando el albergue Oasis de san Juan de Dios y defendiendo públicamente a los enfermos de SIDA. Fernando en aquellas asambleas diocesanas de las comunidades eclesiales de base animando la participación en las dinámicas. Fernando enamorado del proceso chiapaneco y colgando su hamaca de cualquier palo en una casa perdida en las montañas del sureste mexicano donde, desde luego, no había “eses”, en uno de los tantos encuentros de teología india mayense en que participó. Fernando escribiendo artículos para la prensa con la obsesión de que la doctrina social de la iglesia fuera conocida. Fernando cantándonos las mañanitas cuando el equipo Indignación A.C. cumplía años sorprendiendo a los mismos integrantes del que habíamos olvidado la fecha. Fernando subrayando libros que alimentaran su opción teológica. Fernando en la misa anual de la escuela de Maní. Fernando en la foto publicada por la prensa en la que aparece apoyando un movimiento de vecinos con un cartel que dice “No a la apertura de la gasolinera”. Fernando hermano, incrustado dolor en el pecho, vacío sin relleno posible…
6. Fernando poema. Y con permiso de Sofía Magdalena, pieza clave de este retrato en jirones: “Fernando es un amigo entrañable, un hermano, una presencia conmovedora siempre en nuestro espacio, una ternura, un beso. Llega cualquier día con un artículo fotocopiado y subrayado para documentar nuestra esperanza o con un disco que nos comparte o llama cualquier mañana y escuchamos su voz que, sin preámbulo, comienza a decir ‘Defender la alegría como una trinchera…’ y sigue hasta concluir el poema de Benedetti. Llega a la oración por la paz. Llega a la junta para acordar un pronunciamiento. Llega a la reunión comunitaria. Llega a renovar su suscripción al Varejón, llega siempre en mayo a recordarnos que es nuestro aniversario, llega a felicitarnos por los cien números de la revista. Llega en adviento a anunciar que pronto viene su hermano. Llega con su hermano a favorecer encuentros. Llega con un poema de Casaldáliga enmarcado junto a una foto hermosa. Llega a casi todos los eventos a los que convocamos. Llega. Llega siempre. Siempre con palabras, gestos, detalles que reiteran su afecto, celebran nuestro trabajo y sostienen nuestra esperanza. Llega y comparte nuestra indignación. Deja una tarjeta, un artículo, un libro, una revista de teología, una palabra, una pregunta… Llega siempre. Llega a celebrar misa por una tremenda ausencia y se queda a acompañar y, adivinando desvelos, regresa con algo para comer. Llega a preguntar en qué asunto andamos para difundirlo en su columna. Llega y se queda y vuelve, siempre hermano. Llega a defender la alegría, las causas comunes y también nuestra causa. Y ahora se nos ha ido… …y de qué forma.
Fernando, el abrazo tímido, contenido. Fernando en los campamentos de refugiados. Fernando en cada acto de protesta. Fernando luz. Fernando poema. Fernando profeta, Fernando encuentro, Fernando frágil, Fernando Eucaristía, Fernando caso perdido (otra vez Benedetti), Fernando sur, Fernando sueño, Fernando Alegría, Fernando tristeza…”
El 6 de agosto de 1945 la humanidad se miró al espejo y recibió como respuesta su peor imagen: decenas de miles de muertos por el estallido de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki y más de seis millones de personas asesinadas en los campos nazis de concentración, la mayor parte de ellas judías, además de miles de polacos y homosexuales.
Pero no diríamos la verdad completa si explicáramos el surgimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos únicamente en relación con estos trágicos acontecimientos. La historia de esta Declaración, que el próximo 10 de diciembre cumple sesenta años, también lleva escritos los nombres de innumerables hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a arriesgar su posición, su libertad y su vida misma en la construcción del sueño colectivo de una sociedad organizada bajo normas de convivencia que respetaran la dignidad de cada persona, pusieran coto a los abusos del poder público, y garantizaran para todos y todas una vida plena, libre y segura.
A lo largo de estos sesenta años se han venido construyendo en el nivel internacional algunos instrumentos que presionen y obliguen a los estados nacionales a desempeñar su función de garantes de los derechos de todas las personas. A la Declaración Universal han seguido Pactos que definen con mayor detalle los derechos individuales y sociales de las personas y que han sido firmados por la mayoría de los países pertenecientes a la ONU, y también Protocolos que establecen las instancias internacionales a las que los ciudadanos, una vez agotados los recursos de defensa en el interior de sus países, pueden recurrir para salvaguardar sus derechos humanos.
A este andamiaje jurídico ha venido aparejada una evolución de la conciencia colectiva. No hay sistema social ni partido político alguno que no incluya el respeto a los derechos humanos dentro de su plataforma de presentación. Al igual que lo que ocurre con el rechazo social a la violencia contra la mujer, el respeto a los derechos humanos es una convicción que ha ganado terreno en la conciencia y el discurso cultural, aunque no siempre venga acompañado de un coherente cumplimiento por parte de las mismas entidades públicas que lo proclaman. Por otro lado, el recrudecimiento de algunos fundamentalismos de tipo ideológico y religioso, se constituye hoy en la principal amenaza contra la vigencia y el respeto de los derechos humanos.
Aunque deba reconocerse el surgimiento de organismos públicos de defensa de los derechos humanos como parte de este caminar in crescendo de una cultura de respeto y garantía de tales derechos, no soy tan ingenuo como para no darme cuenta de cuán frágiles son esas construcciones y cómo no terminan muchas veces de convertirse en auténticas experiencias de autonomía y eficacia. En nuestro país el mal ejemplo de la CNDH, ese elefante que absorbe una cantidad escandalosa de recursos y produce resultados tan magros, parece haber cundido en las comisiones estatales. La mayor parte de ellas es ineficaz, dispendiosa y botín político de los partidos. La comisión del Distrito Federal es una honrosa excepción cuyo valor extraordinario reside, precisamente, en mostrar los resultados que se puede obtener cuando se cumple lealmente con la encomienda que se recibe y cuando el responsable de conducir el organismo asume su cargo, no como oportunidad de escalar políticamente, sino como privilegiada oportunidad de ofrecer una significativa aportación en la construcción del otro mundo posible.
En Yucatán celebramos el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal en medio de una grave crisis de la CODHEY, a la que he hecho alusión en mi columna de la semana pasada. Y aunque ya debería estar curado de espanto, no deja de asombrarme la manera tan tibia, por no decir indiferente, como el congreso del estado quiere darle la vuelta a la crisis sin enfrentarla. Repitámoslo: la renuncia de tres de los cuatro consejeros ciudadanos es un desafío mayor. Se trata, estructuralmente hablando, de la crisis mayor que el organismo local haya enfrentado en su ya no tan corta historia. Es también una oportunidad única para iniciar una revisión seria del funcionamiento del organismo y del equipo que lo preside. Basta recordar que los consejeros no se han ido de la CODHEY sin antes denunciar una serie de irregularidades que habían hecho conocer previamente, a lo largo de varios meses, al presidente de la CODHEY y a los legisladores locales. Fuera de algunas declaraciones aisladas y vagas, no ha sido anunciada públicamente ninguna medida de revisión de parte de los diputados y diputadas.
Que algún ciudadano o ciudadana trivialice la crisis de la CODHEY, aunque lo haga de buena fe y lo publique en la prensa escrita, se entiende debido a que la ignorancia –como decía Monseñor Cantón Marín– es atrevida y no siempre es fácil que el ciudadano de a pie cuente con la información suficiente. Pero lo que resulta comprensible en el caso de un ciudadano desinformado se convierte en algo inadmisible si se aplica a los legisladores del congreso del estado, bajo cuya responsabilidad recae el nombramiento del presidente de la CODHEY y la evaluación del funcionamiento de dicho organismo público.
Colofón: La polémica sobre la pena de muerte hace su aparición de manera cíclica en México respondiendo, las más de las veces, a intentos de desviar la atención de la sociedad. La mezquindad política del gobernador coahuilense, a quien se han unido otros políticos y comunicadores, se monta sobre la legítima desesperanza social frente a la ineptitud de las autoridades en el combate contra la delincuencia, esas mismas autoridades a las cuales parece urgirles que el estado se convierta en asesino. Que haya gobernantes que sostengan que el problema de la seguridad reside en las penas que se imponen a los delincuentes en ver de reconocer la obscena impunidad en la que vivimos y de la que ellos son directamente responsables, es cuando menos hipócrita. ¿Cómo matarán a los secuestradores a los que no han podido o no han querido aprehender?
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