La semana pasada publiqué en este espacio algunos de los puntos más relevantes de las observaciones que el Comité de la ONU que vigila el cumplimiento de la Convención de los Derechos de los Niños/as, recibiendo y revisando los informes que periódicamente los Estados que han firmado y ratificado la Convención deben presentar, ha hecho al estado Vaticano o Santa Sede. Mi propósito al publicarlas en esta columna era propiciar una mirada a las observaciones como un conjunto y en su contexto original, para no basar nuestras opiniones y comentarios solamente en lo que la prensa de distintas tendencias ha estado publicando.
No cabe duda que la comparecencia del Vaticano ante el Comité es un hecho histórico. Después de la presentación de un primer informe en 1995, diez años antes de la muerte de Juan Pablo II, el Vaticano regresa ante el Comité –con un considerable retraso, como bien se señala en las Observaciones– habiendo enfrentado en este tiempo una de las más grandes crisis de su historia. La develación de los abusos cometidos por cientos de ministros ordenados contra menores de edad en diversas partes del mundo y el emblemático caso del fundador de los Legionarios de Cristo minaron la credibilidad de la iglesia y llevaron su prestigio internacional a uno de los niveles más bajos que hayamos conocido en la historia. Quien no parta del reconocimiento de este dato, difícilmente podrá comprender por qué la comparecencia de la Santa Sede ha suscitado tanto revuelo mediático.
Las recomendaciones de la ONU pueden parecer duras, pero apuntan a asuntos sustanciales. La Convención es uno más de los instrumentos internacionales que han ido forjando la llamada cultura de los derechos humanos, quizá el mayor signo de los tiempos de nuestra época. La respuesta que la iglesia ofrezca ante este nuevo paradigma definirá su pertinencia para los tiempos modernos.
Algunos articulistas que han salido en defensa de la Santa Sede interpretan las Observaciones del Comité de la ONU como un ataque de los enemigos de la iglesia. Lo hacen seguramente de muy buena fe y con amor a la institución. Pero a mí me parece una posición errónea. Argumentar, por ejemplo, que la ONU no parece preocuparse de que en los Estados Unidos hayan sido cinco veces más los casos imputados a pastores de comunidades protestantes que a sacerdotes católicos, no apunta a la resolución del problema que tenemos que enfrentar los católicos, sino que nos recuerda solamente el adagio de las abuelas: mal de muchos, consuelo de tontos. No habrá posibilidad de asumir la responsabilidad de la iglesia si no comenzamos por reconocer la gravedad de lo que ha pasado y tomamos medidas claras, transparentes y verificables de que estamos decididos a no permitir que tales cosas vuelvan a repetirse.
Y no me refiero a los crímenes de pederastia. Probablemente habrá siempre algunas personas que, explicable o inexplicablemente, incurran en ese delito. Lo que tenemos que entender es que la vergüenza mayor de la iglesia no ha sido que algunos de sus miembros más cualificados hayan incurrido en acciones criminales contra menores de edad, sino que la institución haya encubierto a los perpetradores de esos delitos y haya puesto su prestigio (éste sí, mundano en lenguaje de la teología del cuarto evangelio) por encima de la compasión hacia las víctimas.
Y todo parece partir de una verdad que, de tan clara, resulta apabullante: los abusos sexuales contra menores de edad son un delito, un crimen que debe ser perseguido. La conciencia actual del bienestar pleno de niños y niñas implica garantizarles una vida en la que ellos/as estén libres de ese tipo de violencia. A nadie se le ocurriría que un ministro religioso que ha robado un banco, que ha defraudado a alguien o que ha participado en un secuestro, evada la acción de la autoridad civil y la sanción que le corresponde. Da un poco de vergüenza que haya jerarcas que públicamente insistan en la distinción entre pederastia y efebofilia, no porque no sea algo que deba discutirse objetivamente en otros ámbitos, sino porque dan la impresión de hacerlo para exculpar a los criminales y seguir garantizándoles impunidad.
Por eso me ha gustado que, a contrapelo de los “defensores” de la iglesia, el Papa Francisco haya impulsado, como un gesto de alto simbolismo, que unos días después de la publicación de las Observaciones del Comité la plana mayor de los Legionarios de Cristo haya hecho público un documento en que, de manera abierta y por primera vez en la historia de la Congregación, se haya reconocido los actos criminales de su Fundador. Al quebrar la contumacia de esa institución se da un signo sencillo y tardío, pero claro, de que la tolerancia cero va a seguirse estableciendo en toda la iglesia.
No es cierto que el Comité de la ONU haya minusvalorado lo que en la iglesia universal se ha hecho para combatir el problema de la pedofilia entre el clero. En varias ocasiones el Comité reconoce los esfuerzos emprendidos por la Santa Sede. Pero es cuando menos ingenuo afirmar que las Conferencias Episcopales de muchos países hayan asumido con toda energía los esfuerzos por limpiar la iglesia de la impunidad que ha rodeado a ese tipo de casos. El encubrimiento continúa y en los corrillos clericales abundan las justificaciones que impiden que la seriedad con que la Santa Sede quiere enfrentar el problema se haga una realidad universal.
Diré una última palabra como discípulo de Jesús y miembro activo de la iglesia católica. Si esta crisis de credibilidad no nos impulsa a regresar al evangelio, a desempolvar nuestra teología, particularmente nuestra teología moral, de tantas telarañas que no forman parte del mensaje original del Maestro de Nazaret; si no comprendemos que la cultura de los derechos humanos representa el desafío civilizatorio más relevante de este cambio de época y nos dejamos confrontar por ella descubriéndola como un signo de los tiempos y no interpretándola, en cambio, como si fuera un ataque a nuestra identidad cristiana; si seguimos manteniendo como si fueran verdades eternas posiciones morales que pueden ser renovadas a la luz de las mejores conquistas de las ciencias; entonces creo sinceramente que estaremos perdiendo una oportunidad histórica y seremos responsables de la irrelevancia cada vez mayor de esta institución a la que, en medio de sus virtudes y defectos, sigo amando con dolorido, pero sostenido amor.
El mundo, aquel al cual Dios tanto amó hasta el grado de entregarle a su Hijo único, espera de nosotros un testimonio cada vez más claro de fidelidad al evangelio. La iglesia, para ser fiel a su Fundador, tiene que ponerse de parte de las víctimas. Y en los casos de pederastia clerical las víctimas, no nos equivoquemos, son los menores agredidos, no los perpetradores del delito. La exigencia de que los abusadores y sus encubridores institucionales rindan cuentas claras de sus actos y afronten la sanción que les corresponde, no es un ataque a la iglesia, como algunos quieren hacer ver, sino la oportunidad de que entremos en un camino de sincera conversión que nos ayude a sacar a la institución eclesiástica de la profunda crisis en la que se haya sumida. No es, por mucho, el único campo en que la iglesia necesita una profunda reforma. Pero es urgente para dar un signo claro que reivindique el sufrimiento de tantos niños y niñas y muestre al mundo la intención firme de que no permitiremos que delitos tan graves vuelvan a cometerse impunemente.
El silencio de esta columna la semana pasada tiene explicación. He querido escribir sobre la comparecencia de la Santa Sede ante el Comité que vigila el cumplimiento de los Estados parte que han firmado y ratificado la Convención sobre los Derechos de los Niños y Niñas. Desafortunadamente, me he encontrado solamente con notas de prensa que hacen referencia a otras notas de prensa. Por eso decidí buscar el documento completo del organismo de la ONU en la red y me topé con la dificultad de que solamente puede conseguirse el original en inglés.
Así que la tarea se me fue complicando. Las recomendaciones son muchas más de aquellas que han difundido los medios de comunicación social. Yo quería que mi opinión fuera amplia e informada. Y heme aquí tratando de comprender, en mi elemental inglés, las recomendaciones del Comité de la ONU. El documento completo, de unas dieciséis páginas, llegó a parecerme interminable. Al fin concluí la lectura y me di a la tarea de traducir (en una libre y pobre traducción, ustedes disculparán) las recomendaciones para poder después opinar sobre ellas.
Y en eso se me fueron casi dos semanas. Así que he optado por proponerles ahora en este espacio el conjunto de recomendaciones, ya bastante amplias en sus dimensiones, y dejar para la próxima semana mis reflexiones a propósito de ellas. Si no está usted interesado/a en el contenido del documento de la ONU, puede saltarse la lectura esta semana. La próxima semana, es una promesa, propondré mis reflexiones a la consideración de los estimables lectores y lectoras de este rincón de opinión. Hasta entonces.
Recomendaciones a la Santa Sede por parte del Comité sobre Derechos de Niños y Niñas (en adelante “Comité”), que tiene la encomienda de recibir y comentar los informes presentados por los Estados firmantes de la Convención de los Derechos del Niño/a.
Se trata del segundo informe periódico que presenta la Santa Sede ante la ONU, dado que es firmante de la Convención. El Comité se lamenta de que la Santa Sede haya presentado con mucho retraso este segundo informe, lo que ha impedido que el Comité vigilase la implementación de la Convención por la Santa Sede durante 14 años.
En los números del 5 al 7 de las Observaciones el Comité muestra su complacencia por la buena voluntad de la Santa sede y su Delegación y celebra algunas adaptaciones que ha hecho a su legislación interna y la adopción de algunas políticas para cumplir con el compromiso de la Convención.
Al hablar de la especificidad de la Santa Sede, el Comité recuerda la naturaleza dual de su estatuto como Estado: es cierto que obispos y sacerdotes no son representantes o delegados del Romano Pontífice, sin embargo, de acuerdo con los cánones 331 y 590, quedan subordinados por obediencia al Papa. De esto se desprende que la ratificación de la Convención obliga al Estado vaticano no solamente en su territorio (Ciudad del Vaticano) sino a todos los individuos e instituciones que quedan bajo su autoridad.
Recomendaciones:
A. Sobre la necesidad de tomar medidas generales para la implementación de la Convención:
1. El comité urge al Estado Vaticano a tomar todas las medidas necesarias para implementar la Convención, sobre todo en lo que toca a la no discriminación del niño/a y al derecho del niño/a de expresar sus puntos de vista.
2. Dado que la Santa Sede ha puesto algunas reservas en la firma y ratificación de la Convención, el Comité recomienda a la Santa Sede a desechar sus reservas y asegurar la precedencia de la Convención en relación con su legislación interna.
3. Dado que permanecen algunos cánones del Derecho Canónico sin haber sido revisados y modificados de acuerdo con la Convención, el Comité recomienda una revisión del Derecho Canónico desde esta óptica.
4. El Comité recomienda a la Santa Sede establecer un mecanismo del más alto nivel, con el propósito de implementar los deberes que derivan de la firma y ratificación de la Convención en todas las conferencias episcopales e instituciones bajo la autoridad de la Santa Sede.
5. El Comité reconoce y alaba todo lo que las iglesias realizan para acompañar situaciones de niños/as en estado de vulnerabilidad. Recomienda una valoración de los recursos económicos que se aplican a este fin, para garantizar, con estudios de impacto, que estén encaminados a la defensa de los derechos de los niños/as.
6. El Comité recomienda establecer un mecanismo independiente de monitoreo de los derechos de los niños/as con claro mandato de recibir e investigar cualquier queja de niños/as, con el debido respeto a su privacidad y sin herir su sensibilidad, asegurando que este mecanismo estará al alcance de los niños que atiende la Iglesia Católica, incluyendo escuelas, albergues y otras instituciones. Este mecanismo deberá tener una fluida colaboración con las autoridades civiles del país.
7. El Comité recomienda que la Santa Sede se preocupe por difundir ampliamente los derechos de los niños/as establecidos en la Convención que firmó y ratificó, especialmente en el ambiente familiar y en las escuelas a su cargo.
8. El Comité urge a la Santa Sede a ofrecer capacitación sistemática sobre los derechos establecidos en la Convención a los miembros del clero, a los profesores de sus escuelas y a los formadores de los seminarios.
B. Sobre los principios generales de la Convención
– La no discriminación
9. El Comité re reconoce el valor del proceso iniciado para eliminar la expresión discriminatoria “hijos ilegítimos”, que hasta hoy permanece en el canon 1139 y celebra algunas declaraciones del Papa Francisco. Recomienda que este proceso culmine en la eliminación d ela categoría “hijos ilegítimos” y urge a la Santa Sede a usar toda su autoridad moral para condenar toda forma de hostigamiento, discriminación o violencia contra los niños basada en su orientación sexual o la de sus padres y apoyar los esfuerzos internacionales por la despenalización de la homosexualidad.
10. El comité urge a la Santa Sede a usar terminología que asegure la igualdad entre varones y mujeres y a tomar medidas para remover de sus textos escolares cualquier estereotipo de género que limite el desarrollo de talentos y habilidades de chicos y chicas o afecte sus oportunidades de educación y de vida.
– El interés superior del niño/a
11. Después de manifestar su consternación por los testimonios de que, cuando ha habido alegatos a raíz de abuso sexual de niños/as, la Santa Sede, de manera consistente, ha puesto por encima la preservación de la reputación de la iglesia y la protección de los agresores por encima del bien del niño/a. Por eso, el Comité recomienda a la Santa Sede reforzar en todos los ámbitos, legislativo, administrativo y judicial, el interés superior del niño/a y ofrecer acompañamiento a todas las personas relevantes en el ejercicio de la autoridad para que lo respeten, incluso los casos de abuso sexual infantil y diseminen este derecho en todas las iglesias, instituciones y organizaciones católicas del mundo.
– Respeto por los puntos de vista del niño/a
12. Sabiendo que la Santa Sede considera que el derecho a la libre expresión de los puntos de vista de los niños/as socava los derechos y deberes de sus padres, el Comité recuerda a la Santa Sede que el derecho de los niños/as a la libre expresión constituye un componente esencial de la dignidad del niño/a y no admite discrecionalidad de parte de los Estados firmantes. El Comité subraya que en las familias en las que los niños/as pueden expresar libremente sus opiniones, dichos niños/as resultan mejor preparados para ejercitar su derecho a ser escuchados en la sociedad. Por eso, en una de las recomendaciones más largas, urge a la Santa Sede a combatir actitudes negativas hacia el derecho de los niños/as de ser escuchados; tomar medidas para asegurar la implementación de este derecho en los procedimientos legales; alentar oportunidades para que padres y guardianes escuchen el parecer de los niños/as y le den el debido peso a sus opiniones en cuestiones que les conciernan y promover programas de educación para padres; finalmente, promover el rol activo de los niños/as en todos los servicios a las familias que tenga la Iglesia Católica y en la planeación de la currícula y programas escolares, asegurando siempre que el niño/a será escuchado también en relación a las medidas disciplinares.
C. Sobre derechos y libertades civiles
– Derecho a conocer y ser cuidados por los padres
13. El Comité está preocupado por la situación de los hijos/as de sacerdotes que no conocen la identidad de sus padres y porque tiene conocimiento de que algunos de los acuerdos de sostenimiento de tales niños/as solo se firman a condición de que las madres firmen un acuerdo de confidencialidad sobre el asunto. Por eso recomienda a la Santa Sede conocer el número de hijos/as de sacerdotes católicos, saber quiénes son y tomar las medidas necesarias para asegurar los derechos de esos niños/as a ser cuidados por sus padres. Urge a Santa Sede a no imponer más acuerdos de confidencialidad a las madres para otorgarles ayuda financiera para sus hijos/as.
– Derecho a la identidad
14. Después de encomiar la insistencia de la Santa Sede en el derecho de los niños/as a vivir con sus padres y a conocer su identidad (la de ellos), el Comité hace referencia a la práctica de abandono de niños conocida como “baby boxes” y urge a la Santa Sede a cooperar en el estudio de las causas de este fenómeno y a promover alternativas que permitan el respeto al derecho del niño/a a conocer a sus padres. Invita además a la Santa Sede a comprometerse en la tarea de evitar el abandono de niños informando sobre planificación familiar y salud reproductiva, con el fin de evitar embarazos no planeados y asistir a las familias vulnerables para que den a luz confidencialmente en hospitales, de manera que no abandonen a sus hijos/as.
D. Violencia contra los niños/as
– Tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes
15. Esta recomendación (No. 37 en el documento original) hace referencia a la preocupación del Comité por la falta de justicia hacia las niñas internadas en el Instituto de Las Magdalenas, en Irlanda, una institución conducida por cuatro distintas congregaciones religiosas hasta 1966. El Comité tiene noticia cierta de las condiciones de esclavitud a que fueron sometidas esas niñas, fueron privadas de su identidad y del derecho a la salud y se les prohibió contacto con el exterior obligándolas al silencio. La Santa Sede nunca tomó ninguna medida al respecto ni quiso colaborar con las autoridades civiles en la investigación contra los responsables de los malos tratos y el lucro del trabajo no pagado de esas niñas. Por eso el Comité recomienda a la Santa Sede investigar, sancionar e informar a las autoridades civiles para que se les siga proceso. Asimismo, recomienda una compensación a las víctimas como reparación del daño y tomar las medidas apropiadas para que las víctimas se recuperen física y mentalmente, garantizando que tales hechos no puedan volver a repetirse.
– Castigo corporal
16. Después de recordar a la Santa Sede que todo tipo de violencia contra los niños/as está terminantemente prohibida por la Convención y de ponderar la buena disposición del Vaticano a acatar esta disposición, el Comité recomienda oponerse a los castigos corporales contra niños/as, incluso en el interior de la familia, con el mismo énfasis con que se opone a la tortura. Incluir esta disposición en el Código de Derecho Canónico y establecer mecanismos para que sea una norma respetada en todas las escuelas e instituciones católicas, asegurándose que ninguna interpretación basada en textos sagrados apoyará la violencia contra los niños/as.
– Abuso y negligencia
17. El Comité se manifiesta preocupado por la posición de la Santa Sede que sostiene que la autoridad civil debe intervenir en el ámbito familiar solo en el caso de que haya un abuso comprobado, para no minar la autoridad de los padres, posición que socava los esfuerzos de prevenir y evitar abusos en el seno de las familias. Por eso recomienda a la Santa Sede formular estrategias para prevenir abusos infantiles y difundir campañas a este propósito en su ámbito de influencia. También desarrollar mecanismos de apoyo para las víctimas de abuso y desarrollar procesos de capacitación para que las personas sepan cómo actuar en estos casos y denunciarlos antes las autoridades.
– Abuso y explotación sexual
18. El Comité manifiesta su preocupación por las decenas de miles de niños/as que han sido víctimas de abuso por parte de clérigos y de la falta de medidas y políticas necesarias para evitar el abuso de niños/as. Esto ha permitido la continuación de los abusos y la impunidad de los perpetradores. Llama la atención también en el hecho de que se ha cambiado de parroquia a los agresores como cobertura de sus crímenes, manteniendo a los ofensores en contacto con otros niños/as. La Congregación para la Doctrina de la Fe, organismo responsable de este tipo de casos, no ha proporcionado al Comité datos de los casos de abuso sexual que han llegado a sus manos. El abuso sexual ha sido atendido solamente como crimen moral, así la Santa Sede ha impedido que los ofensores sean llevados ante la justicia civil de sus países. Se ha impuesto un código de silencio a los clérigos bajo pena de excomunión, lo que ha impedido que tales casos de abuso sean conocidos por las autoridades. Por el contrario, hay testimonios de que han sido castigados clérigos y religiosas que se han opuesto a este código de silencio y casos en que se ha promovido ascensos a las personas que se han negado a hablar de los abusos de los que tenían conocimiento (el Comité refiere una carta del Cardenal Castrillón Hoyos al Obispo Pierre Pican en 2001). Señala el Comité que se ha rechazado explícitamente llevar a los ofensores ante las autoridades civiles (cita la carta del obispo Morero y del Nuncio Storero de 1997, dirigida a la Conferencia Episcopal Irlandesa). Debido a todo esto, el Comité recomienda a la Santa Sede asegurar el buen funcionamiento de la Comisión que creó en 2003 para investigar todos los casos de abusos por parte de clérigos de que se tenga noticia, incluyendo en ella a víctimas y organizaciones civiles y haciendo públicas en informes periódicos los resultados de las investigaciones para prevenir el abuso de niños/as dentro de la iglesia. Recomienda remover de su cargo inmediatamente a todo abusador sexual conocido o de quien se sospeche y hacer llegar el caso a las autoridades civiles para que sea investigado y procesado. Compartir con transparencia de todos los archivos que puedan servir para traer a los abusadores ante la justicia, así como aquellas personas que ocultaron sus crímenes y permitieron con conocimiento de causa que siguieran tratando con otros niños/as. Recomienda también asegurarse que el Código de derecho Canónico considerará estas acciones como crímenes y no solo como faltas morales y rechazar cualquier código de silencio en esta materia. Establecer reglas claras y mecanismos para reportar toda sospecha de abuso o explotación sexual a las autoridades civiles. Asegurarse de que sacerdotes y personal religioso es consciente de que el abuso infantil es tan grave que, en caso de conflicto, la obligación de evitarlo prevalece por encima de los ordenamientos canónicos. Desarrollar programas de prevención de este tipo de delitos y para la recuperación y reintegración social de las víctimas. Finalmente, recomienda a la Santa Sede desarrollar programas que enseñen a los niños habilidades para identificar los abusos y defenderse de ellos. Se invita a la Santa Sede a firmar y ratificar la Convención Europea para la Protección de Niños/as contra el Abuso y la Explotación Sexual.
– Vida infantil libre de toda forma de violencia
19. Después de saludar la posición de la Santa Sede de promover la dignidad de mujeres y niñas, el Comité deplora que el Vaticano haya objetado en 2013, ante la Comisión sobre el estatus de las mujeres, un texto que sostiene que ninguna religión, costumbre o tradición servirá como excusa para que los Estados evadan sus obligaciones de proteger a mujeres y niñas de la violencia. Por eso, el Comité recomienda a la Santa Sede que use toda su influencia para apoyar el combate contra toda forma de violencia doméstica o basada en razones de género, incluyendo medidas para corregir costumbres y/o tradiciones que la justifiquen. Armar una estrategia coordinada para prevenir cualquier tipo de violencia contra niños/as, atendiendo a su dimensión de género y colaborando con los organismos de la ONU que se ocupan de estos asuntos. Recomienda, finalmente que la Santa Sede apoye y haga conocer las “helpline” o líneas de ayuda telefónica o por internet, para que niños/as puedan acceder a ellas en caso de necesidad.
E. Entorno familiar y cuidados alternativos
Entorno familiar
20. Aunque la Santa Sede ha informado que habrá cambios y revisiones sobre el tema de la familia en el derecho canónico próximamente, el Comité se muestra preocupado porque la iglesia no reconozca la diversidad familiar y discrimine a niños/as en sus instituciones basados en su situación familiar. Por eso recomienda a la Santa Sede asegurarse de que su legislación reconozca la diversidad de familias y no discrimine a los niños basados en el tipo de familia del que proceden.
Niños/as privados/as de entorno familiar
21. El Comité reconoce el énfasis de la Santa Sede sobre el derecho del niño/a a desarrollarse en el seno de una familia. Por eso le preocupa la práctica desarrollada por los adolescentes reclutados por los Legionarios de Cristo y otras instituciones religiosas de separarlos de sus familias y aislarlos del mundo. Recuerda el Comité que, aunque la Santa Sede defiende el derechos de los padres a escoger las escuelas y seminarios para sus hijos, hay una carta pública del presidente de la Conferencia Episcopal Francesa que reconoce, en 2013, el ejercicio de la manipulación de conciencia en algunas de estas instituciones. Por eso el Comité recomienda a la Santa Sede a investigar los alegatos de adolescentes que acusan a la iglesia de haberlos separado de sus familias bajo manipulación psicológica y hacer que los responsables den cuenta de sus actos. También urge a la Santa Sede a adoptar políticas de des-institucionalización de niños/as para reunificar a las familias donde sea posible y asegurarse que niños menores a los tres años no puedan ser ubicados en instituciones. Deberá la Santa Sede asegurarse también de que sus instituciones que cuidan de niños/as, alternativas a la familia, sigan los estándares establecidos para prevenir y evitar abusos.
F. Discapacidad y cuidado básico de la salud
Salud
22. El Comité lamenta profundamente el caso ocurrido en 2009 de una niña brasileña de nueve años que fue violada por su padrastro y que recurrió a un aborto de emergencia para salvar su vida. El arzobispo de Pernambuco sancionó a la madre de la niña y al médico que realizó la intervención, sanción avalada más tarde por la Congregación de Obispos del Vaticano. Por eso el Comité recomienda a la Santa Sede revisar su posición ante el aborto, posición que pone en riesgo la vida y salud de niñas preñadas y enmendar el canon 1398 para contemplar circunstancias en que el recurso al aborto pueda ser permitido.
Salud de adolescentes y VIH/SIDA
23. El Comité manifiesta su preocupación por las consecuencias de posición de la Santa Sede de oponerse al acceso de adolescentes a la contracepción y a información sobre salud sexual y reproductiva. Por eso el Comité recuerda a la Santa Sede los peligros que conllevan los embarazos no deseados y abortos clandestinos en la salud de las adolescentes, incluyendo el riesgo de contraer VIH/SIDA. Le recomienda evaluar las implicaciones de mantener esa posición y poner el interés superior del adolescente en el centro de sus posiciones. Para asegurar el acceso de información sobre salud sexual y reproductiva a las y los adolescentes, el Comité recomienda a la Santa Sede a incluir este tipo de información en el currciulum de las escuelas católicas con el objeto de prevenir embarazos tempranos no deseados y infecciones de transmisión sexual. Asimismo recomienda asegurar el interés superior de las adolescentes embarazadas y aconseja contribuir a difundir información sobre los daños de los embarazos y matrimonios temprano, al mismo tiempo que garantiza los no discriminación de las adolescentes preñadas y madres adolescentes y sus hijos. Tomar medidas para hacer conciencia sobre sexualidad y paternidad responsables, sobre todo a los varones.
G. Medidas especiales de protección
Trata de niños/as
24. El Comité recuerda los casos documentados en España e Irlanda de niñas/os arrancados de sus madres y puestos en orfanatos católicos o entregados en adopción a otras familias. Lamenta que la Santa Sede no haya tomado medidas para investigar y sancionar estos casos y no se haya preocupado después por localizar a esos menores y permitirles reunirse con su madre biológica, Por eso recomienda a la Santa Sede abrir investigaciones en todos los casos de separación de niños/as de sus madres y colaborar con las autoridades civiles desclasificando la información que tengan las instituciones católicas para dar con esos niños/as en orden a reunirlos con sus madres biológicas, tomando medidas para que tales casos no se repitan.
Niñas/os víctimas o testigos de crímenes
25. El Comité deplora que la Santa Sede, en el caso de niños/as víctimas de diferentes formas de abusos, haya preferido preservar su prestigio que proteger a las víctimas, dejando de entregar a los ofensores a las autoridades civiles. Manifiesta su preocupación porque las niñas/os ofendidos y sus familias hayan sido sometidos a descrédito y humillación por parte de líderes religiosos por haberse atrevido a exponer públicamente sus casos, imponiéndoles silencio para poder recibir compensación económica y, en algunos países, incluso oponiéndose a los esfuerzos civiles para extender los límites legales del abuso sexual infantil. Por eso recomienda a la Santa Sede desarrollar procedimientos para identificar tempranamente a las víctimas de abuso sexual y garantizar canales confidenciales y efectivos para denunciar casos de abuso y así se eviten futuros casos. Garantizar asistencia psicológica y compensación económica a las víctimas sin que la asistencia esté condicionada a que las víctimas no denuncien.
H. Ratificación de instrumentos internacionales
Las últimas cuatro recomendaciones del Comité (números 64-67 en el original) tienen el propósito de invitar a la Santa Sede a ratificar instrumentos internacionales de derechos humanos que hasta la fecha no ha firmado: el Protocolo de la Convención de los derechos del niño/a, los Pactos de derechos civiles y políticos y el de derechos económicos, sociales y culturales y sus respectivos protocolos; al Pacto para la eliminación de la discriminación contra las mujeres; la Convención de derechos de trabajadores migrantes; el Pacto de derechos de personas con discapacidad; la Convención contra la tortura, etc.
También tienen el propósito de asegurar que la Santa Sede de a conocer estas recomendaciones del Comité al Papa, la Curia, los Consejos Pontificios, las Conferencias Episcopales e instituciones católicas. Recomienda también el Comité que las declaraciones de la Santa Sede ante el Comité puedan ser difundidas públicamente por internet, para finalizar señalando la fecha en que la Santa Sede deberá presentar su siguiente informe: 1 de septiembre de 2017.
Los días 5 y 6 de febrero tuvo lugar, en la ciudad de Mérida, Yucatán, la I Jornada de Promoción y Protección de Derechos Humanos de los Migrantes. Organizada por un entusiasta grupo de jóvenes estudiantes de distintas universidades, la Jornada contó con la presencia de Norma Romero Vázquez y Sonia Romero González, ambas del grupo “Las Patronas”, Fray Tomás González Castillo, director del albergue “La 72 Casa – Refugio para personas migrantes” de Tenosique, Tabasco, y el padre Alejandro Solalinde, director del albergue “Hermanos en el camino”, de Ixtepec, Oaxaca.
Con una apretada agenda de trabajo, las y los activistas de los derechos humanos de los migrantes compartieron experiencias con un amplio auditorio, en su mayoría jóvenes. El miércoles 5 por la noche, en una mesa panel abierta a todo público, los visitantes pudieron contestar preguntas del auditorio y dirigir sus mensajes acerca de la situación de los derechos humanos, particularmente de las personas migrantes que atraviesan México en busca de llegar a la frontera con los Estados Unidos. Presento ahora un pequeño vocabulario de cuatro conceptos que fueron vertidos en la conversación y que pueden ayudarnos a entender la situación de la migración centroamericana que cruza por nuestro territorio.
Holocausto del pueblo migrante: Metáfora usada para comparar la Shoah judía con el infierno por el que atraviesan los migrantes a su paso por México. La palabra holocausto tiene origen judío: se llama así al sacrificio descrito por el libro del Levítico (1,1-17) y que consistía en despedazar un ganado mayor o menor y luego prender fuego a los trozos sobre el altar del Templo de Jerusalén hasta su completa consumación para apaciguar a Dios con el olor de la carne quemada. Esta metáfora tuvo una primera aplicación después de la Segunda Guerra Mundial para referirse al drama de más de seis millones de judíos exterminados en los campos de concentración y las cámaras de gas y de cientos de miles de polacos, homosexuales y Testigos de Jehová exterminados con la misma saña en tiempos del nazismo. Es a esta acepción, el horror mayor del siglo XX, a la que los judíos llaman Shoah.
Esta misma metáfora se aplica ahora, de manera pertinente a mi juicio, a la trágica realidad de la movilidad humana cuando ésta es castigada sistemáticamente con secuestros, comercio ilegal, bandas de crimen organizado, corrupción de las autoridades migratorias, renacimientos de las xenofobias y racismos de todo tipo. Y las víctimas se cuentan por millones, tanto en África, Asia como en América Latina. Entre nosotros, estas víctimas que transitan por nuestro suelo, provienen sobre todo de América Central.
Sistema patriarcal: Llámase así al sistema de organización en el que el varón domina a la mujer y la considera de su propiedad. El origen de la palabra se remonta a un tipo de organización social primitivo en el que la autoridad total era ejercida por el varón, tanto en la familia como en la vida comunitaria y social. Actualmente se considera patriarcal toda actitud o acción que esté dirigida a que los varones ejerzan una opresión sobre las mujeres apropiándose, por medios pacíficos o violentos, de su fuerza productiva y reproductiva y rebajando al sexo femenino a la categoría de objeto. En el caso de la tragedia migratoria, el sistema patriarcal se hace presente en la gran cantidad de violaciones ejercitadas contra mujeres y niñas y en la trata de personas para el comercio sexual.
Capitalismo depredador o sistema neoliberal: Dícese del sistema económico, social y cultural, que pone el lucro en la cumbre de todos los valores y que define al ser humano en cuanto consumidor. Este sistema, basado en la ilusión de un crecimiento permanente, está en los orígenes de la actual crisis medio ambiental, aumenta escandalosamente las desigualdades entre los grupos humanos y decreta la muerte de los seres humanos sobrantes. Uno de sus ideólogos, Adam Smith, sostenía en su obra La riqueza de las naciones, que los mercados siempre dejan morir a quienes, en el interior de las leyes del mercado, no tienen posibilidad de sobrevivir, y afirmaba que así debía ser. Hoy, este sistema económico se ha convertido también en un sistema cultural, porque alienta una mentalidad, sobre todo a través de los medios de comunicación, que sostiene que una persona puede ser feliz solamente si puede consumir de manera indefinida y si compite con los demás. Propugna una sociedad en la que todo está supeditado a las leyes del mercado, incluso realidades como el sentimiento, el arte, el dolor. En el caso de la tragedia migrante, el sistema neoliberal se encuentra en su mismo origen, porque los migrantes son personas expulsadas de sus propios países justamente por no encontrar espacios para integrarse a la máquina de la producción y son, por ello, decretados como personas sobrantes, inútiles, no dignas de sobrevivir. Esta realidad se prolonga a lo largo de las rutas migratorias, con las extorsiones, secuestros y corrupción que persiguen solamente el lucro a costa de la dignidad de las personas que migran.
Otra iglesia posible: Expresión usada para referirse a los creyentes, hombres y mujeres, que inspirados por su fe y por el seguimiento de Jesús, asumen la causa de los desposeídos y luchan, desde variadas trincheras, por construir un mundo a la medida de la utopía del evangelio, es decir, un mundo de respeto, igualdad, justicia, fraternidad, paz, respeto a las diversidades, amor a los enemigos… Casi siempre es mencionada en relación conflictiva y dialéctica con la llamada iglesia oficial, que se caracteriza por su pompa, sus obsesiones de pureza doctrinal y su connivencia con los poderes de este mundo. La iglesia oficial suele ser fuente de persecución y hostigamiento hacia la otra iglesia posible. En el caso del fenómeno migratorio centroamericano, más de 60 casas del migrante distribuidas a lo largo y ancho de las principales rutas migratorias, son atendidas y administradas por hombres y mujeres de fe que sueñan y trabajan para que otra iglesia, cercana al sufrimiento de las personas migrantes, sea, en realidad, posible.
Colofón: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé!”.
Así comienza el famoso poema Los Heraldos Negros, del poeta peruano César Vallejo. Pues bien: es absolutamente cierto.
México amaneció esta mañana sin José Emilio Pacheco. El país es más gris y monstruoso sin su presencia, sin su lúcido verbo, sin su decencia ciudadana. Hay poca, muy poca gente, que sabe lo que José Emilio Pacheco ha representado y representa para mí en el campo de las letras y del afecto. Su poesía, destello entre los escombros, ha sido un faro en mi vida. Poeta de la degradación inevitable y el derrumbe, José Emilio es en eso parecido solamente a T.S Eliot, a quien tanto le gustaba traducir.
Se habla mucho hoy, a escasas horas de su deceso, de su último Inventario, la columna de periodismo cultural que publicaba en Proceso y que reiteradamente se negó a convertir en libro (aunque ahora, seguramente, la colección de columnas será publicada por alguna editorial, indecencia por la que algunos estaremos eternamente agradecidos), pero en realidad su última colaboración escrita de índole poética la encuentro en el Letras Libres de este mes de enero, en la que nos da una lección de la fecunda correspondencia que se establece entre el acto de traducir y el de crear y nos ofrece su versión del segundo de los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot, el titulado East Coker, con una profusa y profunda serie de notas en las que va explicando algunas de sus decisiones de traducción y con las que enmarca el poema en su amplio contexto histórico y de significado.
Pocas orfandades son tan dolorosas como la que me causa la muerte de José Emilio Pacheco. Permítanme unos momentos con mi luto y en silencio. Hoy prefiero ofrecer aquí a los pacientes lectores y lectoras de este espacio, algunos de los textos que esta columna ha dedicado a la obra de José Emilio. Descanse en paz.
LA ARENA ERRANTE
Leí la noticia editorial en un periódico de distribución nacional: José Emilio Pacheco acaba de publicar un nuevo libro de poemas. José Emilio Pacheco es para mí una sorpresa continua desde que lo conocí en cuento y narrativa. Animal de libros, anónimo constructor de arquitecturas literarias diversas, José Emilio Pacheco tiene alma de voyeur. Me recuerda un poco a nuestro coterráneo Juan García Ponce, otro gran visualizador del mundo, espíritu aprisionado que otea desde la inmensidad de su interior la realidad que parece escabullirse, y le pone los pies en la tierra, y la ata con los grilletes de la palabra, un escritor que hace resbalar sus ojos sobre las cosas, los cuerpos, las vestimentas, los acontecimientos históricos, las pinturas, las obras literarias de otros y otras. Juan García Ponce y José Emilio Pacheco son, sin duda, dos de nuestras más grandes glorias literarias vivientes.
Antes de que pueda conseguir la obra más reciente de José Emilio, no quisiera dejar de decir en esta columna, a manera de fervoroso homenaje, unas palabras acerca de la que era, hasta hace unos días, su última colección de poemas, La arena errante, que reúne su obra lírica de 1992 a 1998, y que fuera publicada hacia finales de 1999. Nunca como ahora había notado en José Emilio Pacheco esta especie de culto a la fugacidad de la vida, al tiempo que se escapa, al presente que un día será memoria: “advierto que también este día se ha de volver algún día / la más remota prehistoria. / Y en la Pompeya futura, / nuestra ciudad de ahora mismo, / otro equipo de excavación / rescatará las cosas humildes / que gastamos gastando la triste vida / -sin pensar nunca / en que también serán a largo plazo vestigio, / ruinas de lo impensable inmemorable.”
No es casual que la edición de los poemas de José Emilio haya visto la luz cuando estábamos en la transición entre dos siglos, hacia el final de una de las etapas más sangrientas de la historia de la humanidad. La consideración del tiempo es una de las obsesiones de las mentes lúcidas, cómo se juegan las relaciones íntimas entre lo que hoy llamamos ayer y mañana, qué sobrevivirá y nos sobrevivirá, cuánto de vida puede llevarse en el puño cerrado el cadáver del amigo más próximo. ¿Algo se salva? La mirada de José Emilio Pacheco no quiere ser complaciente. Desde el epígrafe de Jorge Luis Borges con el que inicia el libro aparece el desencanto: “Todo lo arrastra y pierde este incansable / hilo sutil de arena numerosa. / No he de salvarme yo, fortuita cosa / de tiempo, que es materia deleznable”.
Y, sin embargo, los poemas de José Emilio, en su deslumbrante lucidez, son también cánticos celebrativos del único privilegio que nos es concedido a todos y a todas, aunque sea por un breve espacio de tiempo: estar vivos. Cuando canta al desvanecimiento de la memoria, a la posibilidad cierta de ser solamente un momento fugaz en una historia que nos sobrepasa y que nadie controla sino el azar, las imprevisibles coincidencias, los acontecimientos sin causa y sin efecto, no puede uno dejar de celebrar el momento presente, el único en el que en verdad somos lo que somos: “La luz dibuja el mundo en el rocío. / De las tinieblas brota el nuevo sol. / Es la hora en que se nace / y acaban su trabajo los mataderos”.
La poesía de José Emilio, desde el reverso de la medalla, se hace eco de aquella reflexión del Ombudsman del Distrito Federal: “No lo registran los periódicos, las revistas ni los noticiarios. No está publicado en ningún libro de historia contemporánea ni de sucesos actuales insólitos. No lo explican los psicólogos, los antropólogos ni los sociólogos. No lo curan los médicos. No aparece en mi currículum. Pero está aquí, me acompaña siempre, indeleble, omnipresente, trémulo. Lo guarda un ángel de sueño. Echa a tañer al viento sus legiones de luz. Traza en el cielo naranja amores en diluvio. Está en el aire de mi voz. Es como una respiración de flautas y un aleteo de violines. Es como una bruma de magnolias. Es un alborozo delirante que penetra los secretos del mundo, un júbilo que por su intensidad y sus alcances pareciera que no podrá durar sino un instante, pero que consigue la hazaña diaria no sólo de continuar, sino de llegar cada vez más alto. Sé de qué magnitud es el prodigio de estar vivo”.
No obstante, José Emilio Pacheco es, en sus poemas, testigo de una realidad que desencanta. No hay ni la más mínima sombra de autocomplacencia: “No tomes muy en serio / lo que te dice la memoria. / A lo mejor no hubo esa tarde. / Quizá todo fue autoengaño. / La gran pasión / sólo existió en tu deseo. / Quién te dice que no te está contando ficciones / para alargar la prórroga del fin / y sugerir que todo esto / tuvo al menos algún sentido”.
Cuando miro hacia atrás el siglo que termina, cuando sigo detalladamente su cauda de infamias y de sangre, me digo que ningún programa televisivo puede sintetizar la experiencia que ha cincelado un dolor tras otro. No hay descripción histórica que pueda transmitir, en su acumulación de datos exactos y de nombres impronunciables, la sensación de vorágine que nos coloca desnudos y desarmados ante el sinsentido de las pasiones humanas y el caos que produjeron las ideologías. Ante un tiempo como el nuestro, síntesis del azoro contemplativo ante la belleza, pero también de los hondos abismos a los que puede llegar la estupidez humana, sólo la poesía puede dar al ser humano un asomo, tan breve y tan endeble como lo es la palabra misma, pero al mismo tiempo tan certero y deslumbrante, de lo que significa la honda experiencia de existir. Lo dice con mejores palabras Joseph Brodsky: “En ciertos períodos de la historia, sólo la poesía –la suprema versión del lenguaje- es capaz de tratar con la realidad gracias a que la condensa en algo asible, algo que la mente no podría captar de otra manera”. La poesía, pues, no los programas informativos de la televisión.
Recibir la colección de poemas que encierra La arena errante ha sido uno de los regalos más grandes del año que termina. Yo también, junto con el poeta, he sido, gracias a estos poemas, capaz de asomarme al futuro: “Ternura / de los objetos mudos que se irán. / Me acompañaron / cuatro meses o cincuenta años / y no volveré a verlos. / Se encaminan / al basurero en que se anularán como sombras. / Nadie nunca podrá rehacer / los momentos que han zozobrado. / El tacto de los días sobre las cosas, / la corriente feroz en la superficie / en donde el polvo dice: / nada más yo / estoy aquí para siempre”.
Gracias a José Emilio Pacheco y a la magia de su pluma poética, he podido una vez más mirar la vida y acariciarle el rostro.
8 de enero de 2001
JOSÉ EMILIO PACHECO, POETA DE LA LUCIDEZ SIN CONCESIONES
Me sucede lo mismo cuando leo en la prensa la noticia del inicio de la veda del molusco, que cuando en el bar de mediodía me sirven en un plato, como botana, el pulpo recién capturado. En ambos casos no puedo desprenderme de la imagen soberbia que me legó José Emilio:
“Oscuro dios de las profundidades, / helecho, hongo, jacinto, / entre rocas que nadie ha visto, / allí en el abismo, / donde al amanecer, contra la lumbre del sol, / baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe / con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
“Qué belleza nocturna su resplandor si navega / en lo más penumbrosamente salobre del agua madre, / para él cristalina y dulce. / Pero en la playa que infestó la basura plástica / esa joya carnal del viscoso vértigo / parece un monstruo. Y están matando / a garrotazos / al indefenso encallado.
“Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte / por la segunda asfixia que constituye su herida. / De sus labios no mana sangre: brota la noche / y enluta el mar y desvanece la tierra / muy lentamente mientras el pulpo se muere.”
El poema describe como anillo al dedo el talante del poeta. La imagen genial: el pulpo que se traga la noche en el fondo del mar, vampiro interoceánico, chupador de penumbra. Después, la aparentemente ingenua pregunta que subyace al poema y que revela la pasión del poeta por la oscuridad: ¿adónde se va la noche cuando el sol, sin pudor, abre sus rayos? La noche emigra al fondo del mar, a esperar de nuevo su tiempo de grisura y negritud. Y mientras dura la errancia obligatoria de la noche ignorante que espera distraída, bajo el mar, la hora de su venganza de sombras, el pulpo, escondido entre las rocas, realiza su obra mayor: se roba el corazón de la noche y se llena de su negra tinta.
Pero la sombría belleza del molusco que navega centelleante por las nocturnas aguas se ve interrumpida por su apocalipsis personal. Su belleza se torna monstruosa cuando, en el marco de una playa devastada por los signos del ‘progreso’ desenfrenado, aparece atravesado por el arpón. Y la imagen del Armagedón se concentra como en una fotografía: el pulpo muere a garrotazos en medio de desteñidas botellas de plástico no degradable. ¿Hay acaso imagen más cruda del fin del mundo que todos nos venimos preparando, de este asesinato cruel del ecosistema, que este molusco que se retuerce ante el doble embate de la doble violencia: la basura eterna y el golpe brutal?
Es entonces que el pulpo deja escapar de la boca su tesoro resguardado. El pulpo recibe muerte y a cambio, en inusitada muestra de obligada generosidad, nos devuelve la noche que se había robado. El molusco se convierte de víctima en verdugo, cuando la oscuridad que vomita en su agonía, llena de oscuras sombras el mar y hace que la tierra desaparezca en medio de la noche.
José Emilio Pacheco es así: profeta del desastre, mirada vigilante ante el derrumbe, lamentación que brota desde el caos. Su poesía es acuciosa, penetrante, devastadora. Ya en El reposo del fuego (1963-64) clamaba con voz adolorida: “¿Para qué estoy aquí, cuál culpa expío, / es un crimen vivir, el mundo es sólo / calabozo, hospital y matadero, /ciega irrisión y afrenta al paraíso?”. Y después de la experiencia de Tlatelolco, en que el autoritarismo tomó la forma de bala asesina, escribía: “Muchachas y muchachos por todas partes. / Los zapatos llenos de sangre. / Los zapatos sin nadie llenos de sangre. / Ya todo Tlatelolco respira sangre”.
José Emilio Pacheco no es otra cosa que un testigo lúcido de nuestro tiempo. Él sabe muy bien, como lo afirma en el libro que dedicara a su mujer en 1969 y que tituló No me preguntes cómo pasa el tiempo, que “La poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento”. Por eso observa insomne las señales del deterioro del mundo y de las cosas. Sabe que el tiempo es fugaz, veloz, que todo será devorado y que la eternidad es solamente un deseo, la proyección ilusoria de todo lo que quisiéramos detener. José Emilio es implacable: “El tronco de aquel árbol en que un día / inscribí nuestros nombres enlazados / ya no perturba el tránsito en la calle: / ya lo talaron, ya lo hicieron leña”.
José Emilio Pacheco es, quizá, el poeta mexicano que más ha reflexionado en sus poemas sobre el oficio poético. En este campo también sus conclusiones son lúcidamente desalentadoras: “Escribir / es vivir / en cierto modo. / Y sin embargo todo / en su pena infinita / nos conduce a intuir / que la vida jamás estará escrita”. O cuando, en un hermoso poema mínimo que titula Oficio de poeta afirma: “Ara en el mar. / Escribe sobre el agua.” O, finalmente, cuando en su poema titulado Escrito con tinta roja afirma: “La poesía es la sombra de la memoria / pero será materia del olvido. / No la estela erigida en la honda selva / para durar entre sus corrupciones, / sino la hierba que estremece el prado / por un instante / y luego es brizna, polvo, / menos que nada entre el eterno viento.”
Algún versado lector se preguntará por qué no hago referencia al Pacheco de la narrativa o de la crítica, por qué no hablo de la ya legendaria columna Inventario que José Emilio mantuviera, con inquebrantable espíritu crítico e insaciable curiosidad de investigador, durante muchos años en la sección cultural de la revista Proceso, o por qué no hago referencia a sus novelas cortas o a sus libros de cuentos. Tengo una respuesta que va por dos caminos. El primero transita por mis aficiones personales: tengo una especial debilidad por la poesía de Pacheco. Su obra narrativa, igual de sopesada y laboriosa que la poética, me sorprende y me entusiasma, pero su poesía me deslumbra, me deja sin palabras, me hace rozar, por un momento apenas, el umbral del misterio, el abismo de una lucidez total y, por lo mismo, aterradora.
La segunda razón es que éste no es un estudio exhaustivo sobre la obra de José Emilio Pacheco, ni sería yo el más indicado para realizar tal tarea cuando el único título académico que puedo ofrecer a los pacientes lectores y lectoras de esta columna es el de ser un apasionado devorador de literatura, un permanente disfrutador de la palabra escrita y hablada.
En realidad, estas líneas no son más que la manifestación del afecto a toda prueba que siento por José Emilio Pacheco (que se puede querer de manera entrañable a las personas sólo por las palabras que brotan de sus manos, ¿verdad Cortázar?), de la alegría que me produce el que haya recibido recientemente el premio Octavio Paz, y del gozo inefable que experimento al leer su poesía. En realidad, todo este rollo era para que todos y todas supieran que me enorgullezco de que José Emilio Pacheco sea mexicano, yo que soy tan poco dado a la patriotería, y que le deseo a México y al mundo, como se le desea al oído al festejado en un cumpleaños, ‘muchos poetas como éste’.
11 de agosto de 2003
DARWIN Y JOSÉ EMILIO PACHECO
El 12 de febrero pasado (2009) se conmemoraron los doscientos años de su nacimiento. Durante todo este año del bicentenario, en diversas partes del mundo, se estarán ofreciendo homenajes a su memoria y organizando reflexiones en torno a su teoría de la evolución de las especies. Se trata de Charles Darwin, el naturalista inglés cuyos descubrimientos se convirtieron en una especie de carta de fundación de la biología moderna. Su obra fundamental, El origen de las especies, que cumple este año 150 años de haber sido publicada, ofreció a la comunidad científica de su tiempo elementos reunidos a través de muchos años de observación y que dieron origen a la teoría que explica la diversidad que encontramos en la naturaleza en base a las modificaciones que se fueron acumulando a lo largo de muchas generaciones por un proceso de evolución por él denominado “selección natural”.
Por una inmerecida distinción he sido invitado por la Red Literaria del Sureste (http://redliterariadelsureste.blogspot.com) para participar en una mesa de reflexión en ocasión del bicentenario del nacimiento de Darwin. La mesa tendrá lugar el próximo miércoles 24 de junio en la Sala de Arte del Teatro Mérida y lleva por nombre Darwin: espejos de la evolución. En ella tendré el honor de estar sentado junto con distinguidos especialistas en ciencias compartiendo mis opiniones y aprendiendo de las suyas. Mi participación tendrá como eje compartir las reacciones religiosas más relevantes en torno a la teoría de la evolución. La próxima semana compartiré en este mismo espacio las reflexiones que pronunciaré en aquella mesa, o una síntesis de ellas.
En esta ocasión quisiera unir dos efemérides aparentemente dispares. Al bicentenario de Darwin quiero juntar la celebración por los setenta años de nacimiento de quien yo considero el más grande poeta vivo de nuestro país: José Emilio Pacheco. A quien sienta que esta relación pudiera ser forzada, quiero recordarle que la literatura –arte entre las artes– es un prisma en el que acaban reflejándose los problemas humanos fundamentales. La teoría darwiniana ha tenido efectos visibles en la literatura. Uno de ellos, al que lamentablemente no podré referirme en la mesa de reflexión, es la reconsideración que la exégesis ha debido hacer sobre el valor de la literatura mitológica. La teoría darwiniana ha venido a desafiar las viejas lecturas literalistas de los relatos de la creación y ha sido uno de los acicates que ha desembocado en una lectura simbólica de los textos, más acorde con la intención de los sabios postexílicos que los pusieron por escrito. El aprecio que hoy sentimos por la hondura expresiva de los relatos mitológicos, como los de los once primeros capítulos del Génesis, sería impensable sin esta transformación.
José Emilio Pacheco es digno representante de otro tipo de influencia que la teoría de Darwin ha tenido sobre la literatura. Poeta del derrumbe, de la fugacidad del tiempo, insomne vigía de nuestra propia destrucción, J.E. Pacheco ha suscrito referencias tangenciales a Darwin y sus descubrimientos en varios de sus poemas. Hoy, para celebrar su lucidez desde este humilde rincón de la red cibernética, compartiré tres poemas suyos en los que uno puede descubrir la huella del pensamiento darwiniano. Que los disfruten.
LAS MANOS
Viéndolo bien, son monstruosas las manos
y su extraño pulgar (rencoroso
servidor de los otros cuatro).
Pobre bufón que ignora su pasado:
Gracias a él, o por culpa suya,
hemos hecho la historia.
EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
La moda, sí, es imagen de la muerte.
Todo pasa, de acuerdo.
Pero si no pasara yo sería un protozoario
en un mundo de amibas e invertebrados.
LOS MARES DEL SUR (Fragmento)
…Los paraísos duran un instante.
Llegan las aves, bajan en picada
y hacen vuelos rasantes y se elevan
con la presa en el pico: las tortugas
recién nacidas. Ya no son gaviotas:
es la Luftwaffe sobre Varsovia.
Con qué angustia se arrastran hacia la orilla,
víctimas sin más culpa que haber nacido.
Diez entre mil alcanzarán la orilla.
Las demás serán devoradas.
Que otros llamen a esto selección natural,
equilibrio de las especies.
Para mí es el horror del mundo.
22 de junio de 2009
UN DISCO, UN LIBRO, UNA COMUNIDAD
El agorero de desastres, profeta de desventuras, descansa hoy. Entre las noticias salpicadas de sangre con que se llenan los periódicos y la evasión que se viste de patriota cursilería y patea balones en canchas africanas, quiero compartir hoy, con los pacientes lectores y lectoras que decidan despegarse de las pantallas futboleras para echar un vistazo a esta columna, tres experiencias que hicieron que esta semana no me pareciera, como tantas otras, una semana perdida. Tres regalos en una misma semana.
Silvio Rodríguez Domínguez
Soy silviófilo. Lo saben quienes me conocen. He rehecho al menos en cuatro ocasiones la colección completa de los discos oficiales del cantautor y cuento también con grabaciones no comerciales de algunas de sus presentaciones juveniles, incluyendo una grabación inencontrable que gentilmente me regalara el maestro Pedro Carlos Herrera, director de la Orquesta Típica Yucalpetén, también él silviófilo y serratiano, y que contiene ese raro ejemplar danzonesco llamado ‘Imaginada’, que alguna vez Angélica Balado interpretara en el Peón Contreras en un homenaje al compositor cubano. Mi compulsión por poseer todo el registro de las canciones de Silvio Rodríguez ha resistido robos, préstamos sin retorno (que no es lo mismo, pero es igual), descuidos, extravíos…
Por fin tengo entre mis manos su disco más reciente. Se llama Segunda Cita, en una obvia referencia a su disco anterior Cita con los ángeles, del que lo separa solamente la edición de su disco doble Érase que se era, una especie de reanimación de antiguas canciones suyas que no habían pasado nunca de la guitarra al disco. Puede decirse entonces que Segunda Cita representa la continuación de una referencia simbólica a los ángeles, quizá por última ocasión, a juzgar por la frase de la canción que da nombre al disco: ‘Quisiera dar vuelta a la rueda / que para en lo mismo; / un simple mortal que se juega / abismo y abismo. / Y, antes de darle al perchero / mis alas de atrezo, / quisiera dejar como fuero / certeza y progreso’.
Salvo dos canciones (‘Demasiado’ y ‘Bendita’), las piezas contenidas en este disco son recientes, la mayor parte de ellas escritas en 2008. Como es su costumbre, Silvio eleva el ejercicio de la política al lenguaje erótico y poético. En la canción ‘Sea, Señora’ habla con autocrítica sobre el proceso revolucionario y sus actuales condicionamientos. La petición le sale del alma: “a desencanto, opóngase deseo. / Superen la erre de revolución. / Restauren lo decrépito que veo”, y como haciendo un guiño a sus feroces críticos, el compositor cubano señala: “Las fronteras son alas sin coraje. Quiero que conste de una vez aquí. / Cuando las alas se vuelven herrajes / es hora de volver a hacer el viaje / a la semilla de José Martí”.
Amado y odiado, Silvio Rodríguez es hasta hoy referencia ineludible de la música cubana. Convencido de que su juventud es cosa del pasado (y las fotografías del cuadernillo que acompañan al disco se nos aporrean en los ojos como testimonio incontestable), algo de la sensatez que sólo da el paso del tiempo tienen algunas canciones de este disco. Bien lo señala en la canción ‘Trovador antiguo’ cuando dice: “Ahora soy de la memoria, / ahora pertenezco al viento; / otro dirá en su momento / si fui más pena que gloria. / Lo que fue nuevo, es historia…”. ¿No suena, acaso, un poco, a nuestro José Emilio Pacheco?
José Emilio Pacheco
El pensamiento vuela al segundo regalo que la semana que acaba de pasar dejó en mis manos. Poeta del derrumbe, de la fugacidad del tiempo, insomne vigía de nuestra propia destrucción, José Emilio Pacheco ha cumplido ya setenta años. Esta columna lo celebró el 29 de junio de 2009 cuando, a propósito del centenario de Darwin, transcribí aquí tres poemas de Pacheco que hacían relación al autor de la teoría de la evolución. Pues bien, en ocasión de sus setenta años, Ediciones Era y el Colegio Nacional han publicado Como la lluvia, el más reciente libro del poeta.
Como generosa matrioska, la obra nos ofrece en su interior cinco libros distintos entre sí: ‘Los personajes del drama’, poemas que retratan pequeñas, dramáticas historias. ‘Como si nada’, poemas breves, algunos brevísimos, cincelados en la tradición de los epigramas griegos o los haikús japoneses. ‘El mar no tiene dioses’, poemas disímbolos que, en ocasiones, se agrupan temáticamente. ‘Celebraciones y homenajes’, poemas hechos para celebrar a otros artistas entre los que destacan Safo, Rubén Darío, Francisco Toledo y Hugo Gutiérrez Vega. Y, finalmente, ‘Los días que no se nombran’, donde está de regreso el poeta con sus reflexiones sobre la caducidad, la enfermedad, el paso del tiempo, la muerte.
Quizá no haya mejor atisbo al contenido de este libro, como todos los de Pacheco, tan desgarradoramente humano, que la observación que hace del mundo de una pequeña con autismo y que retrata en el poema El viento en los metales. Se trata de una imagen que nos revela, a partir de una realidad concreta, el mapa de nuestra incapacidad de comunicarnos. Dice el poeta: “Poema del silencio su discurso, / Discurso del silencio su poema. / ¿Qué traduzco / si no tengo la clave?”.
San Antonio Chemax
Año con año, la comunidad de Xcanatún realiza una tradicional, surrealista peregrinación. Hombres y mujeres, niñas/os y ancianas/os, caminan hacia sus orígenes. Como en el cuento de Carpentier, hacen el viaje a la semilla. Sí, Xcanatún encuentra sus raíces en este pueblo abandonado, dejado atrás por el tiempo y el progreso, pero que entre sus ruinas esconde el misterio de su originalidad (¿o habría que decir ‘origenalidad’?).
Cada 13 de junio es transportada, desde Xcanatún hasta San Antonio Chemax, la imagen del santo nacido en Lisboa, pero más conocido en el mundo de habla hispana por el lugar en el que vivió y murió, la italiana ciudad de Padua. Cerca de tres kilómetros de romería que año con año recorren centenares de habitantes de Xcanatún y sus familiares. En el lugar, la misa y la novena en honor del santo. En las mentes y los corazones, el apego por la tierra, la fiesta de los orígenes, las raíces de la identidad. En este rito anual la comunidad se reencuentra consigo misma.
Uno se extraña de encontrar tanta calle pavimentada en el transcurso de la peregrinación. Pasto de ambiciones y corrupción, los campos que se extienden entre Xcanatún y Dzibichaltún están ya todos fraccionados, y de estos despojos ejidales han sacado provecho, dice la vox populi, connotados políticos panistas de la administración anterior. Huellas de desprecio por las tradiciones de las familias de los otrora ejidatarios aparecen a la vista de quien por allá cruce: muros grades que se extienden cercando propiedades, interrupción de antiguos caminos por la insolencia de quien, con el poder del dinero, convierte en privado lo que siempre fue público.
En medio de este ejemplo de depredador neoliberalismo, que para sorpresa de los analistas, puede asumir colores patrios, azules, naranjas o amarillos sin mucha distinción, la tenacidad de un pueblo que conserva la memoria, que rehúsa olvidarse de sí mismo para perderse en una masa informe, que valora su pasado y expresa en simbolismos religiosos el amor por sus raíces, es, sin duda, una buena noticia. No dejo de agradecerle a Dios el honor de haber sido testigo de esta terca resistencia.
14 de junio de 2010
Les comparto tres reflexiones sobre las autodefensas. Hay muchas aristas más, pero creo que estas tres son suficientes para plantear la gravedad de la situación.
La incapacidad del Estado
La construcción de los estados nacionales es bastante reciente. Las tareas que el Estado debe desempeñar son varias y diversas, y la mayoría de ellas ha sido dejadas de lado debido al avasallamiento de los poderes económicos que han terminado por dominar las decisiones de los Estados. Que los poderes económicos y los monopolios que los representan han terminado por dictarle al Estado qué es lo que debe hacer, encuentra una confirmación aterradora en México, donde los poderes fácticos han llegado al extremo de ¡elegirnos presidente de la república!
Y aunque esta realidad provoca que hablar de Estado hoy sea referirse a una entelequia, hay una tarea irrenunciable para los Estados nacionales: la seguridad de las y los ciudadanos. Y esto porque uno de los consensos en la construcción de Estados democráticos es, precisamente, el monopolio del uso de la fuerza. Esa encomienda, que muchos califican de logro civilizatorio, permite, en teoría, que haya un árbitro en la resolución de conflictos y que podamos disentir, pero no matarnos. No es, en mi opinión, el único deber de un Estado, pero si el Estado cumpliera con esta simple tarea, su existencia estaría justificada.
Pues bien, la aparición de las autodefensas es señal inequívoca de que el Estado no ha cumplido con esa encomienda. La incapacidad del Estado mexicano de ofrecer seguridad a las y los ciudadanos es más que evidente. No tengo noticia de muchos países más en donde una extensa porción del territorio nacional esté gobernada por el crimen organizado. Hoy Michoacán es el tema del momento, pero la falta de gobernanza es problema cotidiano en muchas otras entidades federativas, regiones y comunidades. En este sentido, la aparición de autodefensas en Michoacán, Guerrero, Oaxaca… son un ominoso signo de que el Estado mexicano va en camino de perder su última razón de ser (digo última, porque la entrega sumisa del gobierno a los poderes económicos nacionales y supranacionales parece no tener vuelta atrás).
Los riesgos de la estrategia defensiva
Hay una distinción necesaria entre lo que quiero hacer y aquello que me veo obligado a hacer. Uno no siempre puede hacer lo que quiere, Benedetti dixit, pero siempre tiene el derecho de no hacer lo que no quiere. Y no es que yo quiera contradecir al difunto poeta uruguayo, pero hay ocasiones en que la realidad nos obliga a hacer lo que no queremos. Creo que ese es uno de los dilemas a los que se ha enfrentado la gente que se ha involucrado en las autodefensas. Y es un punto de partida que no debe dejarse de lado en cualquier reflexión sobre el tema. Supongo que la mayor parte de de las personas que se han involucrado en las autodefensas lo ha hecho motivada por la ineficacia del Estado en la salvaguarda de la seguridad de las y los ciudadanos. No es su deseo tener que patrullar pueblos y comunidades para evitar extorsiones y secuestros, pero no tienen más remedio que hacerlo, porque el Estado, que es quien debiera cumplir con esta misión, ha abdicado de ella.
Sin embargo, esta realidad no está exenta de riesgos. No sé cuánto de exactitud tenga el dato, pero he escuchado repetidamente que la Familia Michoacana fue, en sus inicios, una especie de grupo de autodefensa. Surgidos para combatir a los zetas, terminaron convirtiéndose en una organización criminal. No puedo documentar la veracidad de este rumor, pero me parece verosímil. Esto señala lo que, a mi juicio, es el riesgo principal de las autodefensas: su transformación en organizaciones criminales. Destruido el monopolio de la violencia por parte del Estado, ¿quién decide cómo y para qué se usan las armas? ¿quién garantiza que las autodefensas no puedan convertirse en la cobertura de otro grupo criminal en disputa?
La exaltación de la venganza
Finalmente, me parece preocupante que las autodefensas, en una muy ambigua relación con el gobierno, se constituyan como alternativa al estado de derecho. Podemos estar hartos de la corrupción de las autoridades y de su connivencia con el crimen organizado. Podemos indignarnos con la cantidad de personas que han sufrido y sufren diariamente los actos vandálicos de las organizaciones criminales… ¿Es, sin embargo, una respuesta el aliento de la venganza social? ¿Debe transformarse nuestra convivencia en la ocasión para el surgimiento de súper organizaciones que defiendan a los débiles, cual héroes de cómic?
Creo que una de las cosas que ha hecho que avancemos como especie humana es, precisamente, la conformación de estructuras de resolución de conflictos en todos los campos. Así hemos ido construyendo nuestra convivencia y haciéndola más humana. Contar con un sistema de reparación de daños, de punición a los culpables de hacer daño, de confrontación de nuestras diferencias, de autoridades que se hagan responsables de la salvaguarda de la seguridad ciudadana, son asuntos no menores. Ahí reside, me parece, la principal consecuencia de la incapacidad del Estado de garantizar la seguridad: que abre la posibilidad de hacer de la justicia por propia mano la norma de convivencia. Y eso es, a mi juicio, extremadamente peligroso. El refrán lo señala con acierto: a río revuelto, ganancia de pescadores. El caos solamente termina beneficiando a los más débiles.
La Agenda Latinoamericana 2014 (de venta en Mérida, Yucatán, en el Restaurante y Foro Cultural Amaro, calle 59 entre 60 y 62, en el Centro Histórico) tiene como tema la libertad. Fiel a la metodología “ver, juzgar y actuar”, la Agenda coloca una serie de datos iniciales para confrontar el momento en el que vivimos: algunos índices de desarrollo en el mundo, datos sobre el hambre en el mundo, tendencias de clase en las diferentes regiones del planeta, la situación de la libertad de las mujeres, el ascenso de la economía China en el panorama mundial, etc.
Quiero referirme aquí a una aportación de Alfredo Gonçalves, historiador brasileño, que hace un repaso sobre las dos caras de la libertad en América Latina: la libertad de y la libertad para. Advierte el especialista que la urgencia de los movimientos de liberación que proliferaron el siglo pasado a raíz del surgimiento del pensamiento nazi y su cauda de pérdidas humanas en la Segunda Guerra Mundial y la aparición de dictaduras militares en América Latina, opacaron la segunda dimensión de la libertad, es decir, que trabajamos tanto en liberarnos de la dictadura, del latifundio, del colonialismo, de la dependencia, de las oligarquías, del machismo, de la pobreza, del hambre… que olvidamos que la liberación de Egipto, operada por el movimiento liderado por Moisés y referencia obligada en el estudio del nacimiento de Israel, tenía como objetivo, no sólo el abandono de la opresión por parte del Faraón, sino la búsqueda de la Tierra Prometida, o sea, la construcción de una sociedad marcada, justamente, por vivir a contracorriente del modelo de opresión egipcia: un pueblo de hermanos y hermanas, un pueblo de hombres y mujeres libres.
Los textos recogidos en el libro del Éxodo resultan paradigmáticos cuando nos remiten a la experiencia del miedo a la libertad. En efecto, después de salir de Egipto, el pueblo cae en una especie de nostalgia del tiempo en que, incluso siendo esclavos, tenían algo para comer. El regreso a Egipto se vuelve un estribillo que no abandonará a los recién salidos de la esclavitud. Cierta similitud encuentro en los relatos que se escuchan a veces de boca de las abuelas y abuelos mayas sobre el tiempo de las haciendas y la rememoración nostálgica de las “bondades” de los hacendados. Y es así porque la libertad puede llegar a convertirse en una carga aún más pesada que la esclavitud. Es tremenda la responsabilidad de ser libre.
El caso es que el empeño por lograr la libertad de, pospuso el imperativo de pensar la libertad para, dejándola para después tanto en la reflexión como en la práctica. Las necesidades inmediatas, como combatir la pobreza, la miseria, la persecución política, la tortura… han hecho que pongamos menos atención al modelo de sociedad que queremos construir. En México, por ejemplo, bregamos durante muchos años para lograr la alternancia y una democracia electoral que nos permitiera ir confiados a las urnas. Era, sí, muy importante hacerlo. El agravio de una dictadura perfecta (Vargas Llosa dixit) tan prolongada lo exigía. Lamentamos ahora que la construcción se haya limitado al aparato electoral y no haya previsto que los partidos políticos terminarían por adueñarse y maniatar todas las estructuras que fueron concebidas como instituciones ciudadanas en un principio. No hubo ni hay una reflexión y una práctica que acompañe el camino hacia una democracia participativa… En fin, que no hemos profundizado en pensar y repensar el modelo de país que quisiéramos. Todo esto ha venido a agudizarse con la nueva mentalidad ecológica. Sabemos hoy que la suerte de los seres humanos está indisolublemente ligada al porvenir del planeta.
Estamos, pues, ante unos retos de sobrevivencia como especie que se antojan gigantes. Hemos sido, y cito ahora a Gonçalves, “extremadamente capaces de una crítica profunda y eficaz en términos económicos, sociales, políticos y culturales. Los intelectuales y líderes de este subcontinente sabían perfectamente lo que no era bueno para la población en general, pero continuaban reticentes ante lo que era necesario hacer”.
Para el intelectual brasileño, el gran desafío de nuestro siglo es profundizar en la dimensión positiva de la libertad, es decir en la libertad para. Se hace necesario construir un proyecto de sociedad, o mejor aún, los fundamentos de una nueva civilización. No basta, nos recuerda, “destruir las relaciones antiguas de explotación y opresión” (lo cual, añado yo, sigue siendo importante), sino que tenemos que encontrar formas novedosas de reconstruir la solidaridad, la justicia y la paz, repensar las relaciones humanas y sociales, todo buscando –como débiles visuales que somos, a tientas– nuevas fórmulas de organización que nos permitan dar el vuelco hacia el otro mundo posible que buscamos.
Gonçalves nos remite en su artículo a tres desafíos que ahora les comparto:
1. El combate de la mentalidad que coloca como panacea el crecimiento, como único remedio para la crisis del mundo. La experiencia nos va mostrando que esta fórmula, tan preciada por los economistas neoliberales, es una medicina de gravísimos efectos colaterales que ya estamos padeciendo: amenaza para la salud del planeta y reducción de la calidad de vida de la gran mayoría de la población humana. El diagnóstico de la crisis medioambiental por la que pasamos debe llevarnos a una nueva cura: no el crecimiento, sino el decrecimiento y la búsqueda de nuevas formas de redistribución del progreso tecnológico. Se trata, pues, de ejercitar una libertad responsable, con los límites que nos imponen los efectos destructores del crecimiento. Promover una mentalidad que identifique la libertad no con hacer lo que yo quiera, sino aquello que lleva al bien común del ser humano y de las demás especies del planeta. Dar el paso decisivo del antropocentrismo hacia el geocentrismo.
2. El segundo desafío es el paso a una nueva conciencia de la interdependencia del ser humano con su entorno. No tenemos el derecho de condenar a las generaciones futuras a nuevas formas de esclavitud derivadas de la desertificación del planeta, del agotamiento de sus fuentes de energía, de la escasez y los cada vez más frecuentes desastres “naturales”, del calentamiento planetario y su origen: la contaminación del aire y de las aguas… El desafío es, pues, construir las bases de una nueva civilización, más sobria, más responsable, más sostenible, más solidaria. Elegir el buen vivir sobre la buena vida.
3. Finalmente, Gonçalves menciona el desafío de la ampliación de la participación popular en los cambios que urgen. El paso de la democracia entendida como un rito de votos y urnas a la creación de nuevos canales de participación y control para toda la población. Ejercicios como el modelo zapatista que baje a la población, para usar la imagen futbolística de Gonçalves, “de las gradas de los espectadores, al campo, a tomar parte activa en el juego.
Estos son los desafíos que menciona el artículo. Me parece tema de honda reflexión que he querido compartir con ustedes.
Enrique Peña Nieto acaba de anunciar, con bombo y platillo, que su siguiente reforma, después de haber puesto a la venta pública los hidrocarburos de este país, será la reforma del campo. Intenta, y seguramente logrará, que el Congreso de la Unión modifique cuanta ley haya que modificar para, en sus palabras, “hacer al campo más competitivo”. Y yo me pongo a temblar.
Tiemblo, porque en el discurso presidencial no aparece la soberanía alimentaria, no aparecen las demandas de las y los campesinos empobrecidos, no aparece la conservación de las semillas criollas, no aparece la conversión de negocios agrícolas convencionales a una agricultura sostenible… aparece solamente la mágica palabra “competencia”, una especie de mantra tras el cual se esconde el mito que sostiene el capitalismo neoliberal: hagamos crecer la economía y todo quedará resuelto por añadidura. A contramano, desde hace más de treinta años que este tipo de política económica se ha dictado como la norma a seguir, a golpes de ‘recomendaciones’ del FMI en la renegociación de las deudas de los países, la competencia es la gran ausente y lo que tenemos es el fortalecimiento de los grandes monopolios. No sé dónde escuché que, si pusiéremos juntos a los grandes potentados, verdaderos dueños del mundo (¡hasta escogen presidentes de los países!), cabrían todos en un solo jet comercial.
Ya Karl Polanyi, el economista húngaro-americano, en su obra clásica “The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time”, ya advertía en 1944 que la raíz de los males de sistema capitalista de nuestro tiempo es haber pasado de la economía de mercado a la sociedad de mercado. Esto significa que todo se convierte en objeto de lucro, todo es mercancía, aún las cosas más sagradas y vitales. Son una mercancía la tierra y lo que ella produce, el agua, el aire, el arte, la religión. Y como todo se rige por la competencia individualista, el resultado termina siendo la ausencia de cualquier límite. El efecto ha sido atroz: una recurrencia de crisis económicas que empobrecen a grandes sectores de la población y enriquecen a unos pocos y que promueve una globalización de la indiferencia. A eso, ni más ni menos, suena la reforma que Peña Nieto propone para el campo.
Me alegra que Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, sea tan claro cuando afirma, hablando de la seguridad, que “cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.
¿En qué reside esta injusticia radical del sistema neoliberal? Francisco, en un diagnóstico certero y sin concesiones, afirma que la radical injusticia del sistema reside en que es un sistema asesino, un sistema que produce muerte. Lo dice con palabras que los barones de Wall Street y sus secuaces deben escuchar con pavor: Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas”.
Y para estar a tono con la teología de las cartas juánicas, Francisco añade: “Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin horizontes, sin salida… Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»
Como el fantasma que recorre al mundo ahora ya no es el comunismo, no he escuchado a nadie acusar al Papa de comunista. Lo llaman ignorante, mal informado, desconocedor de las leyes del mercado. Es el precio de denunciar la idolatría del dinero. Pero es una verdad patente lo que Francisco denuncia: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del « derrame », que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia”. No se necesita ser un sabio economista para estar de acuerdo en que el Papa habla de una realidad lacerante que no ven solamente quienes no quieren verla.
Vivimos tiempos de gran inhumanidad. Siento vergüenza de las formas primitivas de barbarie que se van estableciendo en nuestra convivencia como resultado de este injusto sistema económico. Celebro que la voz de Francisco enarbole esta mirada alternativa que le va conquistando el respeto de los pueblos y la inquina de los grandes barones del capital y sus sostenedores.
El año nuevo me pone nostálgico. Es un lugar común, lo sé, pero no puedo evitarlo. Uno siente que la vida comienza a escapársele, sobre todo cuando se ha traspasado la temible frontera de los cincuenta. Los recuentos de fin de año son buenos, a condición de que no se conviertan en un recuento de enfermedades y dolencias. Y como mi recuento adolecería de tal defecto, me propongo solamente hacer un recuento de impresiones, cuatro cosas que se me quedaron grabadas en el alma en este 2013.
Libertad, libertad, libertad. Es el tema de la Agenda Latinoamericana 2014. Asombra la coincidencia. La larga lista de exigencias zapatistas se ha ido reduciendo en los últimos años a una sola: libertad, libertad, libertad. Será porque ellas y ellos, los zapatistas, las zapatistas, han aprendido y nos han enseñado que libertad es lo único que hace falta para convertir la aspiración a una vida digna en una realidad. Libertad, no imposiciones. Libertad, no partidos políticos. Libertad, no dádivas de los administradores del erario, funcionarios de los barones del dinero. Las zapatistas, los zapatistas, lo anuncian en su consigna y ahora lo muestran en los hechos. La escuelita zapatista, los acercamientos a las bases, la oportunidad de aprender su ejercicio de la libertad, ha sido una de las mejores noticias de este 2013 que termina.
Me encanta la bendición que se lee, año con año, en la primera lectura de la Misa del día 1 de enero: “Así bendecirán a los israelitas: el Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz. Así invocarán mi Nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré” (Num 6,22-27). Cualquiera puede darse cuenta que el leit-motiv del texto es el rostro de Dios. En alguna traducción recuerdo haber leído “el Señor te muestre su rostro sonriente”, en lugar de “rostro radiante”, quizá porque la sonrisa es el más grande de los esplendores, si de rostros hablamos. Esa es la invocación que suelo pronunciar sobre las personas que solicitan de mí una bendición: que Dios te muestre su rostro sonriente. Pienso en los rostros de Dios que me han sonreído en este año que termina y me siento profundamente agradecido: Indignación, U Yits Ka’an, Oasis, Kimbilá, Amaro, Tecoh, Chicago, Cucá, san José Obrero, Tenosique, Nicaragua, Nueva Esperanza, Ecuador… Dios parece no cansarse de reír y reír.
Me gustó la Noche Blanca. No el nombre, que tiene tufo al racismo tan preciado y extendido en esta ciudad capital. Me gustó una noche de galerías y museos abiertos, de gente caminando por las calles con un mapa cultural, me gustaron los espacios que se abrieron a nuevas propuestas, la generosidad de artistas que compartieron sus galerías con otros nuevos y jóvenes creadores, los grupos de teatro, los espectáculos musicales… Hay una oferta cultural, no siempre apoyada por mecenas gubernamentales, que crece y crece en Mérida. El teatro que se hace por estos lares es sobresaliente, el quehacer literario se le acerca mucho. No sé cuántas ciudades tengan un movimiento cultural tan agitado. A mí me gusta Mérida.
El Tribunal de los Pueblos camina hacia el enjuiciamiento al Estado mexicano. En la senda hacia la audiencia final se han desarrollado muchas pre-audiencias de una gran variedad de temas. En el local de la Escuela de Agricultura Ecológica de Maní se realizó la pre-audiencia sobre las políticas de exterminio contra el pueblo maya. Una asamblea de víctimas y organizaciones que las acompañan. Una feria de encuentro y de denuncia. Las resistencias siguen teniendo colores y dolores diversos, pero saben encontrarse, saludarse, enriquecerse mutuamente. Algo se mueve en la planicie peninsular. Estoy feliz de haber sido parte de este atisbo.
¡Feliz año!
Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad
-“Si lloras otra vez, no regreso contigo a Misa”.
Así le dijo José Leocadio a María Martina, su esposa. Le enojaba que cada vez que llegaba la hora de la comunión Martina se pusiera a llorar como una Magdalena. Es cierto que el padrecito le había comentado a Leocadio en varias ocasiones que no era cierto que la Magdalena anduviera llorando sus pecados y que eso era un cuento muy bien inventado por los curas machistas que, en lugar de resaltar la figura de María Magdalena, la habían convertido, de apóstola de los apóstoles, en una prostituta que andaba llorando sus pecados por todo el mundo. Pero Leocadio piensa que el padrecito está un poco acelerado. La ocasión en que el arzobispo visitó la parroquia, Leocadio escuchó muy bien de sus labios que el padre estaba un poco ideologizado. Leocadio, campesino que no alcanzó a estudiar mucho, no entendió qué era eso de “ideologizado”, pero sí se daba bien cuenta de que el padre no predicaba como los otros sacerdotes que habían pasado por la parroquia, que por primera vez había pasado un año completo sin escuchar un llamado a la resignación, que el padre visitaba todas las casas, hasta las más pobres, y nunca lo veías rechazar nada de lo que le ofrecían, aunque fuera huevos revueltos nadando en aceite o frijoles aguados. Así que se imaginó que ideologizado quería decir cercano al pueblo. Pero eso de que Magdalena no lloraba no se lo creía al padrecito: una expresión tan antigua, eso de llorar como una Magdalena, no podía estar equivocada.
El llanto de Martina era justificado. Desde niña creció muy metida en la iglesia: que si catequista, que si cantora en el coro, que si coordinadora de apostolado… toda su vida giraba alrededor de la iglesia. Por eso cuando fueron a pedirla a su casa, se empeñó en no salir de su casa sino bien casada y vestida de blanco. Aunque le costó trabajo convencer a Nicanor, que ya desde esos primeros tiempos se veía un hombre muy canijo, que no quería casarse por la iglesia y que después resultaría tan borracho y golpeador.
Cuando Martina no aguantó más la mala vida que Nicanor le daba, decidió separarse de él. En la iglesia había aprendido que todos somos dignos, así que no estaba dispuesta a llevar una vida de animal. Y esa era la vida que le daba Nicanor: cuando no era el escándalo de encontrarlo con otras mujeres, eran los golpes que le propinaba cuando estaba borracho. No había día tranquilo en la vida de Martina. Por eso decidió separarse. El mismo sacerdote de aquellas épocas, un viejito bien gracioso, le recomendó que no solamente se separara, sino que iniciara el proceso de divorcio, porque el Nicanor no quedaría tranquilo sino hasta que supiera que ya no era dueño de Martina. Fue así como Martina se salió de la casa de Nicanor llevándose a Tinita, su hijita de tres años. Sin saber dónde ir, sus pasos se dirigieron a la casa de sus padres, que la recibieron y la apoyaron. Martina comenzó a trabajar y, aunque nunca recibió de Nicanor ni un peso para la manutención de Tinita, pudo sacarla adelante.
No había pasado ni dos años de haberse divorciado de Nicanor, cuando José Leocadio le propuso matrimonio a Martina. Siempre estuvo enamorado de ella, pero se sentía poca cosa. Mientras Nicanor había estudiado más allá de la preparatoria, Leocadio era un campesino que no había llegado sino al cuarto año de primaria. La miraba de lejos cuando, en la iglesia, Martina cantaba o daba catecismo a los niños. Hasta entró con los adoradores nocturnos con tal de tener razones para ir a la iglesia y verla desde lejos. Martina siempre se portó muy amable con él y, en algún momento, hasta le pareció a Leocadio que ella lo miraba con especial simpatía, pero nunca se atrevió a acercársele. La noche en que Martina se casó con Nicanor, Leocadio se emborrachó por primera vez en su vida.
Cuando Leocadio supo que Martina se había separado de Nicanor, se le hizo encontradizo. Martina lo recibió como amigo, pero estaba lo suficientemente escaldada como para pensar de nuevo en hombres. Leocadio, a fuerza de ternura y de paciencia, terminó por enamorarla: siempre atento, se preocupaba por la niña, la esperaba a la salida de su trabajo, se ofrecía para apoyar en las labores de la casa. Martina se resistió porque no quería dejar de comulgar en la Misa, pero el cariño de Leocadio terminó por convencerla.
Por eso Martina lloraba cuando llegaba la hora de la comunión. Para ella ése era el momento más importante de la Misa. “Es una cena –solía decir– y nosotros no podemos sentarnos a la mesa…”. Una vez el padre, el viejito gracioso, le dijo que por qué no metía su proceso ante el Tribunal Arquidiocesano para buscar la declaración de nulidad. El rostro de Martina se iluminó ante la posibilidad de poder comulgar de nuevo y anduvo de aquí para allá consiguiendo papeles, asistiendo a las citas en el Tribunal… hasta que, como espada que se clava en el alma, recibió las palabras definitivas: tu caso no procede. A Martina siempre le pareció incongruente que la declaración de nulidad pudiera conseguirse por muchas causales, pero que entre ellas no figurara la violencia de género. El marido podía malmatarte, pero tú seguías bien casada, como dijo el cura el día de la boda, “hasta que la muerte los separe”.
Así que Martina terminó por resignarse, pero nunca dejó de llorar a la hora de la comunión. Ahora que está embarazada de nuevo y tendrá un hijo de Leocadio, le contó su historia al nuevo padre, al “ideologizado”. El padre, después de escuchar toda la historia, intentó de nuevo hablar con el juez del Tribunal para decirle que la violencia de género tendría que funcionar como causal de nulidad. Pero la ley es dura y el padre recibió una carajeada de parte del Instructor de Causa, que lo acusó de no haber estudiado bien el derecho canónico. Indignado, el padre comunicó a Leocadio y Martina su frustrado intento, pero les anunció que los autorizaba a hacer una buena confesión para que pudieran comulgar, pero eso sí, les advirtió el cura, deberán comulgar en otro pueblo, no aquí en Kimbilá.
Leocadio se puso feliz, pero Martina nunca se animó a pasar a comulgar. Le parecía vergonzante tener que ir a otra iglesia. Además, ella había tomado clases de religión cuando era catequista, y aunque apreciaba mucho la intención del padre de ayudarlos, sentía que se iría al infierno si se atrevía a acercarse al altar para comulgar, siendo divorciada vuelta a casar.
Así que ahora que escuchaba a Leocadio quejarse de su llanto en la Misa, Martina se lo tomó muy a pecho. Leocadio era en extremo comprensivo con ella, así que sabía que un exabrupto como el que ahora le escuchaba significaba que el enojo iba en serio. Martina cerró los ojos. Así, arrodillada, le pidió a Dios consuelo. Le prometió no llorar más durante la comunión y que acompañaría a Leocadio a la manifestación a la que antes se había negado a ir, nomás para que él se sintiera contento.
Leocadio, junto con un grupo grande de su pueblo, se había opuesto a uno más de los caprichos del presidente municipal. Como Kimbilá no era municipio, sino apenas comisaría, el presidente en turno pensaba que podía tratar a la gente como si empleados de su rancho se tratara. Decidió el presidente cumplir una promesa de campaña, hacer un mercado, pero decidió hacerlo donde a él le dio la gana: justo sobre el campo de fútbol que el pueblo, no el ayuntamiento, había hecho y mantenido durante años en el centro de la población. La gente se manifestó en contra. Querían el mercado, pero no en el lugar de los caprichos del presidente. El alcalde se amachó. Comenzaron las manifestaciones. En Kimbilá eso no es extraño: ya habían logrado en una ocasión enfrentar el abuso de un presidente municipal que quiso imponerles a un comisario que la gente no quería. Las mujeres ocuparon la sede de la comisaría durante varias semanas hasta que lograron que se hicieran nuevas elecciones. El presidente no tuvo más remedio que aceptar repetir la contienda y, por segunda vez, fue derrotado en las urnas. Así que ahora, antes de que el pueblo se calentara más, el alcalde comenzó la construcción del mercado con la esperanza de que los recursos que ellos interpusieran en contra de su decisión se encontrasen ya con el mercado terminado.
Así que Leocadio, como lo hizo en ocasión de las elecciones, ahora estaba también en el movimiento contra la imposición del mercado. Martina, ya con el embarazo avanzado, no lo había acompañado a ninguna reunión. Por eso fue que, delante del altar, le prometió al Santísimo que, si le ayudaba a no llorar más a la hora de la comunión en la Misa, ella acompañaría a Leocadio a la manifestación, aunque su estado de gravidez estuviera tan avanzado.
Al llegar los dos juntos a la plaza del pueblo se llevaron una sorpresa: el juez había fallado a favor del pueblo y la obra del mercado quedaba suspendida. La manifestación se convirtió en una fiesta. Algunas señoras corrieron a comprar jamón y queso e improvisaron unas tortas. Los señores prepararon una olla muy grande de horchata. Cuando Martina recibió su torta y su vaso de horchata, pudo mirar el rostro alegre de su marido. Mientras agradecía a Dios ese momento en el fondo de su corazón, el padrecito, que estaba muy metido en el movimiento de protesta, se le acercó sonriente. Mientras ella se llevaba la torta a la boca, el padre le dijo:
-“Ya ves, Martina, en esta comunión sí que puedes participar. Aquí no hay nadie que te excluya”.
A Martina se le abrió el cielo. Comprendió que la improvisada cena era una verdadera Eucaristía. El triunfo de la unión del pueblo, la alegría de su marido, las palabras del padre, todo se juntó para que Martina se sintiera bendecida en aquel momento de privilegiada comprensión. Quizá por esa emoción, cuando sintió las primeras convulsiones, no se imaginó que el alumbramiento estuviera tan cerca. Apenas alcanzó a comentárselo a Leocadio cuando se le rompió la fuente. No hubo ya tiempo para trasladarla al hospital. Doña Deysi, que vive en la casa que está frente al campo, prestó su sala para que el niño naciera y para que doña Teté, la partera del pueblo que también estaba en la manifestación que se volvió fiesta, lo recibiera sin novedad.
En Kimbilá, en la noche del segundo triunfo de los pobres, María Martina tuvo un hijo. José Leocadio está feliz. Dios también.
P.D. Un abrazo grande a los pacientes lectores y lectoras de esta columna. Que tengan una feliz navidad.
P.D.2 Subyugado, esa es la palabra. Quedé subyugado por la voz y el talento de Gina Osorno. Hacía años, la última vez que escuché a Betsy Pecanins, que no oía tan bien interpretado blues. No la perderé de vista.
La aprobación de la reforma constitucional en materia energética en el Congreso de la Unión y la vertiginosa cadena de aprobaciones en los congresos estatales de la mayoría de los estados de la república es un tema nacional de suma importancia. Para unos, la reforma es la panacea que resolverá el problema del subdesarrollo en nuestro país y permitirá un salto cualitativo en su proceso de crecimiento económico. Para otros es el demonio de la traición a la patria que se nos ha colado y que desdibuja la identidad nacional. El encono entre las dos versiones se manifiesta en las descalificaciones mutuas y en la acusación de ignorancia que lanza una parte contra la otra.
Pienso que, más allá del aspecto político que entraña este choque de visiones (izquierdas contra derechas), vale la pena mirar cuál es el piso desde el cual cada uno de los grupos –y aquellos ciudadanos y ciudadanas que no forman parte de ninguno– formula su apreciación. Y pienso que esto tiene que ver, fundamentalmente, con el modelo de economía por la que cada uno apuesta.
En cualquier mirada, aun superficial, de los datos que nos arrojan los medios de comunicación y los análisis sociales que se dan a conocer queda clara una cosa: los indicadores económicos están por encima de los indicadores sociales. La mayor parte de los análisis que presentan los partidos políticos y los gobiernos se basan en cierto tipo de termómetros: la bolsa, la cotización del dólar, el PIB… mientras que no se toma en cuenta la situación del trabajo y del salario, la realidad de la salud y de la educación, del transporte y la vivienda, la seguridad social… La presentación de estos termómetros como los únicos “datos científicos” para medir la realidad, oculta el hecho de que tales datos se sitúan en el marco de una determinada concepción de desarrollo. Se trata de una visión en la que todo se mercantiliza y se mide por el proceso de inversión y retorno, costo-beneficio. La política pública, un servicio que se ofrece a las y los ciudadanos, se contempla como una moneda de cambio en la que los tres poderes de la nación convierten los derechos sociales en un mercado de servicios públicos.
En este marco ¿cuál es la solución a los problemas del país? Más crecimiento. La modernidad y la revolución industrial han terminado por imponer su modelo: crecer y crecer. Cuidadito y cuestiones que este modelo de desarrollo lleve inevitablemente al lucro exacerbado, a la acumulación de capital y a la inequitativa distribución de la riqueza (como si el hecho de que Slim y Salinas Pliego estén entre las personas más ricas del mundo en un país en el que casi la mitad están en la pobreza no fuera un dato duro de la realidad)… Para la enfermedad del mercado solamente se ofrece un remedio: más mercado.
Hay, sin embargo, otros datos que no suelen tomarse en cuenta: que la explotación del trabajo humano y la disponibilidad de recursos naturales no son inagotables. El crecimiento a toda costa está llevando al planeta a la agonía, tanto a la biodiversidad como a la sobrevivencia de la especie humana. La obsesión de producir, comercializar y consumir no parece tomar en consideración este dato que no ve solamente quien no quiere verlo.
La Agenda Latinoamericana (pp. 212-213) nos ofrece el testimonio de tres pensadores cuyas ideas valdría repensar en este debate: Marc AUGÉ (Oú est passé l’avenire? Ediciones Panama, Paris 2008) que cuestiona la tiranía del mercado total en la que predomina la búsqueda de la buena vida, con el acceso a lo que ofrece el marketing y la propaganda, sobre el buen vivir, cuyo acento está en el cuidado y la convivencia de la naturaleza. El segundo es el polaco Zygmunt BAUMAN (Modernidad líquida, FCE Buenos Aires 1999) que alerta contra la ruptura del contrato social y el derretimiento –de ahí el adjetivo líquido– de las grandes referencias en este tipo de economía mercantilista y la opción por las recetas publicitarias por encima de las planificaciones lentas y laboriosas. Finalmente, Gilles LIPOVETSKY (El imperio de lo efímero, Anagrama. Barcelona 1996 y La era del vacío, Anagrama, Barcelona 2007) que analiza la convergencia de civilización occidental con el consumismo sin límites y la irresponsabilidad ante el medio ambiente. Nomás para que los defensores de la reforma, que repiten a la saciedad a los opositores que deben informarse (de lo que ellos quieren, claro), se informen también de perspectivas distintas a las dictadas por los grandes organismos internacionales consideradas como verdades “naturales” que solo los rebeldes –idiotas y opositores al progreso de la patria– no quieren acatar.
Por su parte, el brasileño Alfredo Goncalves, nos ofrece en el mismo artículo de la Agenda Latinoamericana, algunos criterios de lo que él llama “la otra economía” y que resultan pertinentes en este debate que por momentos se antoja un diálogo de sordos: hay que romper con la panacea del crecimiento ilimitado. No basta con mantener los niveles de producción y de productividad: hay que poner el acento en el compartir de los bienes producidos. Un modo de vida sostenible y digno se sobrepone al simple desarrollo técnico y al crecimiento económico.
Se trata de una economía, y aquí cito: “que tiene en cuenta el ritmo de la naturaleza, que respeta los diferentes ecosistemas y sus ciclos, y que intenta extender a todos los habitantes del planeta los beneficios de la producción y de la tecnología… en síntesis: una economía justa, fraterna, solidaria y socializadora, abierta a una constante redistribución… el ideal no expandir a todos los países el nivel practicado por los países del Primer Mundo, sino construir una nueva civilización más sobria, más frugal, más responsable, sostenible… se trata de realizar una inversión de valores: sustituir la capacidad de producir, hacer, tener, aparentar y consumir… por la capacidad de convivir con la naturaleza y con las demás formas de vida. El cuidado toma el lugar de la explotación; la coexistencia pacífica sustituye a la colonización histórica y el consumista “darse la buena vida” da lugar al “buen vivir” de la sabiduría milenaria de los pueblos. En una palabra: es preciso vencer las asimetrías y la disparidad socioeconómica, en vista de la defensa de los derechos humanos en todas sus dimensiones: económica, social, política y cultural”.
Y, desde mi punto de vista, esta reforma energética no conduce al país a este modo de vida sostenible, claramente descrito por Goncalves, sino que reforzará la tendencia de desigualdad social que venimos padeciendo desde hace muchos años. Por eso no estoy de acuerdo con ella.
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