Iglesia y Sociedad

Pregón pascual 2012

9 Abr , 2012  

Para Miguel Arias

En medio del río de sangre en que se ha convertido este país nuestro, en medio de tanto dolor y tanta sinrazón, me parece ver mi paso solamente crucificados/as por todos los caminos.

Migrantes que, en busca de sustento, atraviesan un país lleno de odio y son víctimas de delincuentes y policías (estos últimos con documentos en orden, desde luego) que los roban, los humillan, los secuestran y los asesinan… sólo para llegar, los que puedan, a otra frontera donde se les tratará con igual desprecio…

Padres y madres que han visto morir a sus hijos e hijas en esta absurda guerra de la que nunca nadie saldrá vencedor, familias enteras desmembradas y con sus pérdidas calificadas desdeñosamente como daños colaterales…

Pueblos indígenas, mujeres maltratadas y sometidas, niños y niñas abusados y vendidos al mejor postor… multitudes sin derecho a un trabajo digno, a la salud… un continente entero, África, condenado a la desaparición, el Oriente Medio, un polvorín alimentado por la estulticia del imperio… Y, last but not least, la pantomima vergonzosa que solemos llamar campañas políticas.

En medio de tanta desolación, brota de las entrañas de la tierra el grito de victoria: ¡Cristo ha resucitado!

Por este anuncio comprendemos que Dios, pese al panorama de injusticia y muerte que he delineado antes, conduce incansablemente todo esfuerzo de vida, de paz y de justicia hacia su realización definitiva y plena. El sepulcro vacío nos anuncia que la muerte no tiene ni tendrá la última palabra. Que hay personas, como Jesús de Nazaret, que han cambiado el rumbo de la historia porque han reivindicado el sagrado derecho de morir amando, entregando la vida, sembrando justicia y consuelo por donde pasan, haciendo la vida de los demás más plena y más feliz.

Sí, desde este rincón del Mayab, yo les anuncio: ¡Jesús ha resucitado!

Ya no habrá que escapar del país propio en busca de futuros promisorios, porque todos haremos del mundo una patria común y solidaria. Habrá un día en que el mundo ya no tendrá fronteras y los nacionalismos serán epidemias del pasado.

A borbotones surgirá de la tierra, del corazón de cada creyente, la esperanza que no se deja vencer por las adversidades. Nuestros esfuerzos por hacer de este planeta un lugar más habitable, más de hermanos y hermanas, más tolerante e incluyente, no están condenados a desaparecer: son semillas que, sea en las montañas del sureste mexicano, como en las grandes ciudades de nuestra patria, han sido sembradas para dar fruto, para no permitir que la muerte siga haciendo de las suyas, para lograr que este país responda a su vocación histórica y deje de desmoronarse en nuestras manos.

Sí, hermanos y hermanas, la resurrección es la garantía de nuestras esperanzas. Un día no habrá más pobreza ni enfermedad, ni desempleo ni muerte, ni trata de personas, ni violencia de género, ni discriminaciones. Entonces se cumplirán las palabras del muerto resucitado: los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el Reino de los Cielos.

Un día, en lugar de balas, tendremos los teatros llenos. Florecerá el arte y la cultura por doquier. Llegará el momento, ya lo veo venir, en que regresaremos a la armonía original con la Madre Tierra, sabremos de dónde viene lo que comemos, desterraremos los agroquímicos y sus mortales consecuencias, haremos la solemne declaratoria de “planeta libre de transgénicos”, consumiremos energías sanas. Amaremos la tierra, no como una mercancía, sino como lo que es, la amorosa, pero no inacabable, fuente de nuestro sustento.

Y, al final de todo, será la Pascua eterna, el abrazo cariñoso y permanente de Dios.

La resurrección huele a esperanza, sí señor. A esperanza florecida. A inmarcesible esperanza.

Iglesia y Sociedad

Yucatán: crímenes de odio por homofobia

2 Abr , 2012  

Daniel Zamudio
In memoriam

Hasta la década de los ochentas no existía la denominación “crímenes de odio”. Es un nombre nuevo para un delito antiguo, que desafortunadamente nos ha acompañado como humanidad a lo largo de muchos siglos. Se trata de una nueva definición de crimen que atiende, para su clasificación, al hecho de que la víctima pertenezca a un grupo socialmente discriminado (las más de las veces minoritario) y, por tanto, en estado de vulnerabilidad y que la acción criminal se haya llevado a cabo justamente con motivo de la pertenencia de la víctima a ese grupo o minoría, sea étnica (indígenas), genérica (mujeres), sexual (diversidad sexual), etárea (niños y/o ancianos), religiosa (convicciones espirituales), por discapacidad, etc. Los crímenes de odio suelen caracterizarse por una saña especial en su comisión: decenas de cuchilladas, estrangulamientos, torturas previas a la muerte, etc.

No siempre es fácil determinar cuál es un crimen de odio y cuál no. No todos los asesinatos de las mujeres son feminicidios, ni todas las personas homosexuales asesinadas lo han sido en virtud de su orientación sexual. Si, por ejemplo, ocurre un asalto en un domicilio, y la familia entera es ultimada, será difícil sostener que las mujeres de la familia fueron víctimas de feminicidio. Ocurre lo mismo cuando algún asaltante golpea en la calle a una persona para arrebatarle su teléfono celular. Aunque, casualmente, la persona agredida fuera homosexual, difícilmente se podrá argumentar que fue víctima de violencia homofóbica.

Sin embargo, los crímenes de odio no son tan difíciles de discernir. La mayor parte de las víctimas sobrevivientes acusan haber escuchado imprecaciones relacionadas con su pertenencia a un grupo social. Como sostiene Carlos Bonfil, “el crimen de odio es una construcción social… debe estudiarse a partir de la prevalencia de discriminación social en sociedades que toleran, e incluso promueven, la violencia ejercida contra las minorías sexuales, religiosas o raciales”(1). Los crímenes de odio están, pues, directamente ligados al fenómeno de la discriminación, sobre todo cuando tal discriminación se encuentra socialmente aceptada y justificada por motivaciones ideológicas o religiosas. A la base de los crímenes de odio se encuentra con frecuencia, lo que los especialistas llaman la “falacia discriminatoria”(2), es decir, una serie de prejuicios que no son evidentemente reconocidos como tales sino que son adoptados por quien discrimina simplemente como una verdad natural e incuestionable, lo que contribuye a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como construcción social. Es por esta vía que, usualmente, la discriminación busca y consigue su aceptación y legitimidad.

La investigación de los crímenes de odio por homofobia no deja de estar permeada de este tipo de prejuicios. No es solamente que la modalidad “crimen de odio” no esté tipificada como agravante en la mayoría de las legislaciones locales de nuestro país, como ocurre, por ejemplo, en España, sino que el mismo proceso de investigación resulta viciado de origen porque la mayor parte de las veces se les califica de “crímenes pasionales” o “típicos de homosexuales”, lo que prejuicia la procuración e impartición de justicia. Esta tipificación policiaca tan reiterada provoca que, generalmente, esta clase de crímenes quede en la impunidad.

El argumento suele ser el mismo: la víctima propició, ya sea por su atuendo, sus insinuaciones, su manera de vestir o por el hecho de haber contratado algún servicio sexual, que se cometiera el delito que finalmente lo privó de la vida.

Responsabilidad especial tienen en esto los medios de comunicación social. Como bien señala Bonfil en el artículo antes citado: “En México se ha vivido durante décadas un importante vacío legal que permite que la discriminación contra una minoría homosexual se practique y difunda libremente a través de los medios masivos de comunicación, desde revistas sensacionalistas como Alarma! o Alerta!, hasta emisiones televisivas y representaciones fílmicas que hacen del homosexual objeto de mofa y escarnio social… En su relación de los hechos, los reporteros se presentan a sí mismos como guardianes de la moral en turno, defensores de las virtudes ciudadanas, y apelan a las buenas conciencias a quienes llaman a indignarse por la decadencia moral que se percibe en las grandes urbes. Los “cínicos”, una variante verbal en la descalificación de los “desviados”, han obtenido al final su merecido, y poco importa entonces que la justicia terrenal siga su curso, si la divina ya hizo lo que le correspondía”.

El caso del reciente asesinato de Daniel Zamudio, joven chileno agredido por un grupo de presuntos neonazis, ejemplifica muy bien de qué hablamos cuando nos referimos a crímenes de odio: sus agresores le arrancaron parte de una oreja, le marcaron el cuerpo con esvásticas, le dejaron caer varias veces una gran piedra sobre el estómago y las piernas y le fracturaron una de ellas. Días después de la agresión (Daniel sufrió una agonía de 25 días), Juventud Guzmán, un grupo ligado a la oficialista Unión Demócrata Independiente, escribió en su twitter: “La enfermedad que portaba Daniel Zamudio no lo hacía peligroso. Era un desviado sodomita”.

Pero no hay que ir tan lejos: en nuestro estado, Yucatán, han sucedido en los últimos años crímenes de odio que parecen seguir el esquema planteado líneas arriba: prejuicios en la procuración y administración de justicia y trato discriminatorio en las notas informativas. Para erradicar los crímenes de odio es necesario, pues, no solamente un cambio legislativo, sino medidas concretas que tiendan a la modificación de patrones de pensamiento y comportamiento social. Para ello resulta de medular importancia que los discriminadores sepan bien a lo que deberán atenerse en caso de que sus prejuicios los impulsen a cometer un delito de este tipo.

Por eso resulta importante cómo se resolverá un caso de violencia homofóbica que se encuentra ahora ante la Fiscalía General del Estado de Yucatán. Un joven, a quien llamaremos Rolando, fue abordado en la Plaza Grande por un individuo que lo invitó a tomar unas cervezas. A los pocos minutos salieron de la cantina para dirigirse a un céntrico hotel, una vez que acordaron sostener un encuentro sexual. Llegados al cuarto del hotel, en el interior del baño, el individuo comenzó a golpear a Rolando a puñetazos y patadas. Lo sometió derribándolo al suelo y colocó su rodilla sobre el pecho de Rolando mientras le ordenaba desnudarse. Una vez sin ropa, le robó una esclava de oro. Cuando Rolando, aprovechando un descuido, intentó defenderse y escapar, el individuo le gritó: “¿te acuerdas que te dije que había estado con otros dos homosexuales antes que tú? Pues a ellos los maté y tú vas a ser el tercero que mate, porque odio a los homosexuales, a maricones y putos”. Entonces continuó golpeándolo en la cara con el puño, intentó ahorcarlo y le estrelló la cabeza contra el piso dejando a Rolando inconsciente por unos minutos, lo que el agresor aprovechó para robarle dinero y un teléfono celular.

Cuando Rolando volvió en sí, caminó tambaleante y ensangrentado hasta la cama. Cuando logró sentarse el agresor volvió a decirle: “odio a los maricones y por eso les hago lo que te hice”. Rolando alcanzó a suplicarle que ya no lo golpeara más, a lo que el agresor respondió “no te voy a matar, me caíste bien, por eso no te mato… pero si me denuncias, ya sé tu dirección y te voy a buscar para matarte”.

La amenaza no fue en vano. Cuatro días después, mientras Rolando esperaba el autobús cerca de su casa para dirigirse a su trabajo, el agresor lo abordó de nuevo, amenazante, y le arrebató el teléfono celular que cargaba, llevándose también la cartera con los documentos de identificación de la aterrada víctima. Superando su miedo y una vez que su agresor se había alejado, Rolando llamó a una patrulla que circulaba por el entorno, la cual después de un rápido operativo, alcanzó al ladrón, deteniéndolo mientras todavía tenía las cosas robadas en su poder. El delincuente fue presentado ante la Agencia Cuarta del Ministerio Público y posteriormente se consignó el expediente dando inicio a la causa penal 220/2011 radicada ante el Juzgado Sexto Penal del Primer Departamento Judicial del estado.

En su denuncia, Rolando no dejó de hacer hincapié en el carácter homofóbico del ataque. Su defensa señala que se está “frente a un caso de evidente agresión por homofobia. Lo anterior implica que esta autoridad investigadora, debe ser especialmente escrupulosa al momento de investigar, pues los crímenes de odio en contra de personas con una orientación o preferencia sexual no heterosexual, suelen invisibilizarse y quedar en la impunidad, a pesar del alto índice y la brutalidad con la que son cometidos”. Rolando ha logrado reunir muchos elementos probatorios, incluyendo la declaración de testigos, entre los que honrosamente se cuenta el encargado del hotel donde sucedió la agresión.

La Fiscalía General y el Poder Judicial del Estado tienen en sus manos la oportunidad de ofrecer a la ciudanía las garantías necesarias de que crímenes de esta índole no serán solapados ni minimizados. El caso de Rolando, uno entre muchos, confirma lo afirmado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que, en su Informe Especial sobre Violaciones a los Derechos Humanos y Delitos Cometidos por Homofobia, señala que “Los delitos y violaciones a los derechos humanos por orientación sexual, identidad o expresión de género no son hechos aislados, obedecen a patrones de conducta de algunos miembros de la sociedad y al proceder recurrente de ciertos servidores públicos, tales como prejuicios, aversiones y rechazos, lo que refleja la existencia de un problema estructural serio de intolerancia, y que requiere de su reconocimiento expreso y de una atención especial por parte de las autoridades encargadas de promover la educación, la cultura, el respeto a la legalidad y la no discriminación en el país …”

Notas:

[1] BONFIL C., Crímenes de odio en México. Suplemento Letra S del periódico La Jornada, disponible en www.jornada.unam.mx/2007/05/03/ls-crimenes.html. Consultado el 27 de marzo de 2012

[1] La Discriminación en México. Por una nueva cultura de la igualdad. Informe General de la Comisión Ciudadana de Estudios contra la Discriminación, México 2001

 

Iglesia y Sociedad

DIAGNÓSTICO PO(E)SITIVO

27 Mar , 2012  

Les comparto las generosas palabras del dramaturgo y poeta José Ramón Enriquez, que mucho agradezco, pronunciadas en la presentación de mi poemario «Diagnóstico: Po(e)sitivo» (Dante, Mérida 2012) que tuvo lugar en el Restaurante Amaro. Presentadores del libro fueron también la Maestra Beatriz Rodríguez Guillermo y el poeta Fernando de la Cruz. Sus textos serán publicados en esta misma columna en próximas entregas.

Una de las contradicciones trágicas del VIH/SIDA es que sus medios de transmisión son a un tiempo los medios de transmisión de la vida: sangre y semen. Instintos fundamentales, bombear la propia vida y participarla, se vuelven enemigos. No es el único caso. El cáncer es otra forma en que la voluntad de reproducir las propias células lleva al organismo a multiplicar las células enfermas.

Enfermedades que marcan tanto el Siglo XX cuanto el XXI: la lucha por vivir, por crecer, por expandirse, debe correr pareja al control de células y fluidos que están en nosotros mismos. ¿Puede haber poesía en algo tan contradictorio y doloroso? ¿No es todo ello, en sí mismo, la negación de lo poético puesto que poesía y belleza están íntimamente asociadas?

Sí. La belleza está en la esencia de la poesía. Sin embargo, no se reduce a los brillos agradables de lo deseado. Va más allá. También habita en la crueldad de no poder abarcarla o, peor aún, de ver cómo se destruye enfrente nuestro. Seguramente tal belleza cruel es la que más páginas memorables ha dado a los poetas.

Quienes en los primeros tiempos de la aparición del VIH/SIDA estuvimos cerca de un ser bello que recibió el diagnóstico de positivo, sabemos del miedo, del dolor y de la rebeldía ante algo que era injusto no sólo por inesperado sino porque su origen estaba en lo más hermoso de los humanos: el amor. Los fluidos del amor se volvieron mortales. Y la belleza se volvió entonces miedo antes de dar paso, en la mayoría de las víctimas, al heroísmo, tanto en la lucha por la propia vida cuanto en la solidaridad con sus iguales.

Aunque cada día más el VIH/SIDA puede ser controlado gracias a cocteles de medicamentos hasta convertirse en una enfermedad crónica, cuando el diagnóstico es tardío o no se tiene acceso siquiera a algún médico, entonces la injusticia resulta infame: son los más pobres, los abandonados de siempre quienes sufren sin los auxilios que existen para otros.

¿Puede surgir también poesía cuando toda belleza parece corromperse? Sí, también de ahí, y gracias al amor, otro de sus elementos esenciales. Amor se necesita para poetizar la belleza cruel que habita en lo indeseable.

Y Diagnóstico po(e)sitivo, el libro de poemas de Raúl Lugo, recientemente publicado en Mérida por la Editorial Dante, es un testimonio que se vuelve poesía. Un testimonio de amor y de confianza desde el conocimiento de los más débiles entre quienes padecen el VIH/SIDA.

Raúl Lugo no es un caso común dentro de la estructura eclesial a la cual pertenece. Él acude a un Cristo crucificado aquí y ahora, no duro, de concreto, y entronizado en el Cubilete.

Pero es además un poeta que maneja con rigor cada palabra y teje en ritmos largos la belleza que habita en los contrarios. Ritmos largos, endecasilábicos, que se recortan no como en el pie quebrado que busca el repique de las campanas, sino como en los gritos de furia o en el ahogo intermitente de los sollozos. La palabra vuela y desfallece. Corresponde a la paradoja de vida/muerte que estructura el VIH/SIDA.

En la misma senda de la gran poesía que surge, sobre todo, tras los horrores de la Primera Guerra Mundial y se hace aún más brutal y contradictoria luego de Hiroshima, esta de Raúl Lugo, desde el VIH/SIDA entiende que el bien, la verdad y la belleza tienen su correlato en el mal, la mentira y la fealdad.

Pero, testigo del miedo y el dolor, el poeta lo es también del amor y de la entrega. El último poema de la primera parte de su libro es una historia de amor maravillosa, la de dos cuerpos jóvenes que después del futbol se entrelazan sobre la maleza y se penetran, sin saber que el fruto de su amor, contra toda razón, será la enfermedad y, tal vez, la muerte.

El poeta enfatiza su vergüenza porque nada consigue borrar la injusticia primigenia. Ante la sinrazón y desde ella, se ríe de sí mismo. No puede negar la cultura aprendida, la que lo arrulla siempre y le permite dormir “tranquilo”, con el peso lacerante que carga una palabra con la cual titula otro poema: “Hoy me acuesto tranquilo. / Mañana llegará una nueva noche / y espero no haber muerto de vergüenza”.

Su libro arranca con un poema que lleva por título “Diagnóstico” en el que la víctima siente “el odio de Dios transformado en palabra” y concluye con otro “Al Crucificado”, a quien ve “enhiesto en el sacrificio. Con altivez / doloroso y gallardo. El Jesús de la Cruz … / ¡Sangrientamente bello!”

Hay un “Soneto después de un concurso” de importancia testimonial pero exagerada autocrítica (finalmente, gracias a concursos como el ganado llega a nuestras manos esta obra) que no cuento dentro del libro. Es una coda irónica que lo acompaña, pero el libro termina con resonancias proféticas que vienen de Isaías y con el heptasílabo tan luminoso como terrible, referido al hoy Crucificado por el VIH/SIDA, que leí y que repito: “¡Sangrientamente bello!”

Además de un acompañamiento, el libro de Raúl Lugo es la historia de una conversión, en el sentido exacto de esta palabra: convertirse en el otro, en la víctima. No sólo participar de la belleza cruel que la define, sino también convertirla en poesía.

Aunque otros sacerdotes han acompañado enfermos, la postura de la Iglesia en el primer momento no pudo ser más vergonzosa. Golpeó como sólo sabe hacerlo cuando se siente martillo de herejes. Definió que “esa peste rosa” era “castigo de Dios para los sodomitas”.

A muchos nos enfurecieron palabras tan estúpidas pero a otros los lastimaron más que el diagnóstico de positivo. La jerarquía ayudó a criminalizar a las víctimas. Entonces, Raúl Lugo publicó un libro en el que, como sacerdote, pedía perdón a los homosexuales por un linchamiento eclesial de siglos.

Hombre de esperanza, Raúl Lugo continúa en la brecha. Recuerdo cómo Kenzaburo Oé, en sus Cuadernos de Hiroshima, cita el final del Infierno de Dante para dar voz a su propia esperanza, luego de la belleza cruel de los testimonios que ahí reúne: “Y entonces salimos para volver a ver las estrellas”. Creo que es válido traer esas palabras aquí, al intentar apenas un breve acercamiento a un Raúl Lugo que ahora, en la pureza de su poesía más íntima, se vuelca entero en un poemario realmente memorable.

Mérida, Yucatán, 21 de marzo de 2012.

Iglesia y Sociedad

De Javier Sicilia al Papa Benedicto XVI

20 Mar , 2012  

Cedo el espacio de esta columna a la importante carta que Javier Sicilia, cristiano a carta cabal, amoroso y valiente hijo de la Iglesia Católica, le dirige al Papa Benedicto XVI en ocasión de su próxima visita a México. Me identifico con sus palabras y sus sentimientos.

Carta íntegra de Javier Sicilia al Papa Benedicto XVI

Cuernavaca, Morelos, 17 de marzo de 2012

Santísimo Padre, hermano en Cristo, Benedicto XVI:

Te hablo de tú, porque Cristo nos enseñó a hablarle al Padre y al hermano con ese tú tan familiar, tan íntimo como el del amor trinitario; con ese tú, que en el yo que habla, se convierte en el nosotros de la comunidad. Te hablo de tú, en nombre de ese nosotros, porque sabemos que vienes a México y que llegas en las proximidades de la Semana Santa, esa semana misteriosa y terrible donde el inocente de los inocentes padece la traición, el sufrimiento y la desesperación, esa semana en la que yo, hace un año y al igual que nuestro Padre, tuvo que padecer el doloroso asesinato de su hijo; esa semana en la que desde entonces como poeta e hijo de la Iglesia me uní a la voz de todas las madres, padres, hermanos, hermanas, hijos e hijas, que han padecido ese mismo dolor del Padre que la Iglesia entera volverá a sentir esta próxima Pascua.

Por eso, antes de tu llegada a México, he venido en nombre de ese nosotros hasta Roma para decirte, desde nuestro dolor de víctimas, que México vive en el sufrimiento de esa semana desde hace cinco años, un sufrimiento que se extiende por el continente americano como el cuerpo vilipendiado de Cristo. Tenemos, según cifras oficiales, 47 mil 551 asesinados de las formas más horribles y despiadadas –esto quiere decir más de los muertos en Irak en el mismo periodo y casi dos veces más del número de víctimas en Afganistán–, más de 20 mil desaparecidos de los cuales el gobierno no puede dar cuenta de su paradero, más de 250 mil desplazados y de migrantes centroamericanos viviendo en condiciones inhumanas –a los que día con día se agregan decenas de más muertos, de más desaparecidos y desplazados– y un 98% de impunidad. Esto quiere decir que si alguien asesina, secuestra o explota a alguien hay sólo el 3% de posibilidad –es decir, casi nada—de que se le atrape y se le castigue conforme a la ley.

México y Centroamérica, amado Benedicto, son en este momento el cuerpo de Cristo abandonado en el Huerto de Getsemaní y crucificado en medio de dos delincuentes. Un cuerpo, como el de Nuestro Señor, sobre el que ha caído toda la fuerza de la delincuencia, de las omisiones y graves corrupciones del Estado y sus gobiernos, de la prohibición del consumo de drogas en Estados Unidos, de su producción de armas que pasan ilegalmente a nuestro país para armar a los delincuentes, del lavado de dinero que deja cuantiosas sumas, de una Iglesia jerárquica que –con sus excepciones y su mejor rostro, los religiosos— guarda un silencio cómplice, y de un mundo –ese american way of life– que ha reducido todo a la producción, el consumo y el dinero, instrumentalizando a los seres humanos; un cuerpo, como el de nuestro Señor, herido, llagado, vilipendiado, humillado, criminalizado, mezclado con asesinos, vive en la inseguridad, la injusticia y el llanto; un cuerpo, que en los miles de rostros que hemos visto en nuestro largo peregrinar por la nación, reuniéndolos, consolándolos y visibilizándolos, en su angustia, en sus palabras de miedo, de coraje y de abandono, pregunta, como Cristo preguntó en Getsemaní y en el Gólgota: ¿Dónde está el Padre? ¿Dónde, después de la Resurrección, están los que representan su amor, los que afirman hablar en su nombre y responder al dolor de Cristo en su pueblo con esa misma esperanza?

Cuando llegues a México, amado Benedicto, y aunque sabemos que sabes de este horror, queremos recordarte que detrás del decorado mediático y político que como siempre te montarán para borrar el cuerpo de Cristo mientras los que dicen representar la palabra de Dios y los que dicen representar la palabra del pueblo lo mantienen secuestrado en el banquillo de los acusados, quienes realmente viene hacia ti son –te lo voy a decir con parte de los versos que María Rivera escribió para describir nuestro dolor– “los descabezados,/ los mancos,/ los descuartizados,/ a las que les partieron el coxis,/ a los que les aplastaron la cabeza,/ los pequeñitos que lloran/ entre paredes oscuras,/ […]/ los que duermen en edificios/ de tumbas clandestinas/ […]/ con los ojos vendados,/ atadas las manos, / baleados entre las sienes./ Vienen los que se perdieron por Tamaulipas, / cuñados, yernos, vecinos,/ la mujer que violaron entre todos antes de matarla,/ el hombre que intento evitarlo y recibió un balazo/ […]/ los muertos que enterraron en una fosa en Taxco,/ los muertos que encontraron en parajes alejados de Chihuahua,/ los muertos que encontraron esparcidos en parcelas de cultivo,/ los muertos que encontraron tirados en Guanajuato,/ los muertos que encontraron colgados en los puentes,/ los muertos que encontraron sin cabeza en terrenos ejidales,/ los muertos que encontraron a la orilla de la carretera,/ los muertos que encontraron en coches abandonados,/ los muertos que encontraron en San Fernando,/ las piernas, los brazos, las cabezas, los fémures de muertos/ disueltos en tambos/ […]”, los desaparecidos, a lo que a nadie importa; vienen también los huérfanos, las viudas, los que perdimos a nuestros hijos y carecemos de nombre, porque es antinatural; vienen los migrantes reducidos a lodo, secuestrados, asesinados y enterrados en fosas clandestinas; vienen los mil rostros del cuerpo ofendido, martirizado, destrozado, irreconocible, inconsolable y olvidado de Cristo.

En nombre de ellos, de ese nosotros, de ese cuerpo, he venido a Roma, Benedicto, para pedirte que en tu visita a México lo abraces, antes que a nadie, como el Padre abrazó el cuerpo adolorido y asesinado de Cristo, para que lo lleves en tus brazos y lo consueles; para que nos hagas sentir la respuesta de la resurrección frente a la muerte y el dolor que los criminales, un Estado fracturado y administrado por gobiernos y partidos corruptos y una Iglesia jerárquica que casi siempre responde por sus intereses políticos, nos han impuesto.

México y Centroamérica somos hoy el cuerpo de Cristo que el poder de la delincuencia, del Estado y de las omisiones de gran parte de nuestra jerarquía convirtió en maldición, ese cuerpo desdichado que en sus lágrimas de sangre busca, como Cristo en Getsemaní y en el Gólgota, la respuesta del Padre.

Si tú no la das, amado Benedicto, si tú no reconvienes a nuestra Iglesia para que, como la madre que debe ser, tome –como lo han hecho, contra el poder y sus intereses, quienes han tomado la causa del hombre, del Cristo vilipendiado, que es la causa de Dios– la esperanza en la comunión profunda de la resurrección quedará destrozada en el cuerpo humillado de Cristo que es hoy México, Centroamérica y todos aquellos que aguardan la respuesta del Padre al mal y la injusticia que nos destroza.

Queremos que, a través de ti, que representas el amor del Padre en Cristo, y no el poder del César, que hace componendas, te pedimos que nuestra Iglesia responda por el dolor del hijo y la ayudes a ser verdaderamente Madre: a responder en los actos, en la encarnación de la palabra, lo que algún día la Virgen dijo al más pobre de los pobres en el monte Tepeyac frente a su dolor y su humillación; “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.

Recordamos, en este sentido, y para terminar, esas palabras que alguna vez escribiste en tu Jesús de Nazareth en relación con la parábola del Buen Samaritano: Esa parábola, escribiste, “nos da a entender que el agapé [el amor] traspasa todo tipo de orden político con su principio do ut des [“doy para que des”], superándolo y caracterizándolo de modo sobrenatural. Por principio no sólo va más allá de ese orden, sino que lo transforma al entenderlo en sentido inverso: los últimos serán los primeros (Mt. 19, 30). Y los humildes heredarán la tierra (Mt. 5, 5). Una cosa está clara: se manifiesta una nueva universalidad basada en el hecho de que, en mi interior, ya soy hermano de todo aquel que me encuentro y que necesita mi ayuda”.

Ese que te encontrarás en México, amado Benedcito, es el cuerpo destrozado de Cristo que pide en sus víctimas la respuesta del Padre por encima del orden político y del desorden criminal.

Por todo el cuerpo del Cristo sufriente en México
Paz, Fuerza y Gozo
Javier Sicilia

Iglesia y Sociedad

Estados de excepción

13 Mar , 2012  

El capitalismo impone sus reglas. Para el sistema todo es un gigantesco mercado donde no hay nada que no se compre o se venda. No solamente se limita a establecer como norma universal que haya algunas personas que se enriquezcan a partir de la explotación del trabajo de otras, sino que pretende organizar la sociedad basado en la ley de la oferta y la demanda.

El capitalismo, sin embargo, está lejos de ser perfecto en su estrategia. Hay algunos lugares que son estados de excepción: los cines y los aeropuertos. Auténticos no men lands, aeropuertos y cines imponen sus precios sin que la ley de la oferta y la demanda pueda ejercer sus beneficiosos oficios. Y no hay poder en el mundo que pueda regular ese abuso. Se trata de un desorden de tal manera naturalizado, que la clientela sabe que protestar no servirá de nada. Por eso, en el caso del cine, a pesar de una ocasional y humillante revisión, mucha gente mete en las bolsas de mano cualquier cantidad de bebidas y botanas que son consumidas apenas las luces se apagan. Es cuando menos paradójico que el hecho de abrir a escondidas una lata de refresco se haya convertido en un acto revolucionario y antisistémico.

Pero ya se sabe que en el capitalismo la administración pública vive de y para agradar a los barones del dinero. El problema verdadero surge cuando la ausencia de límites sale de las salas del cine o los pasillos del aeropuerto y se proyecta a la vida personal y laboral de los ciudadanos. Uno puede vivir sin ir al cine y sufrir los abusos de Cinépolis, Cinemex o Cinermark. Ahí está la reivindicación de los pobres, que consumen discos clonados a bajo precio. Pero no puede vivir sin trabajo.

Menciono esto porque quiero compartir con los pacientes lectores y lectores de esta columna un caso de abuso que ha llamado mi atención. Como no cuento con la autorización de las personas involucradas, les relataré el caso usando nombres ficticios.

Lorenza es una trabajadora doméstica. Desarrolla desde hace varios años labores de limpieza en hogares de La Ceiba. A Lorenza le acomoda mucho trabajar en esa zona residencial porque queda muy cerca de la comisaría meridana donde vive. Fue contratada en agosto de 2011 por una familia para realizar la limpieza de los exteriores de la casa (tres terrazas distintas que posee el predio) y el lavado y plancheo de la ropa de toda la familia. Después de tres meses de desempeñar sus labores sin problemas y recibir su paga puntual al final de cada semana, la patrona le pidió que entrara a la casa para pagarle el trabajo semanal dado que “había un problemita”. Ya dentro de la cocina, Lorenza se vio obligada a depositar sobre la mesa todo lo que llevaba en su bolsa, porque su patrona quería comprobar que se estaba llevando dos iphones que se le habían perdido.

Lorenza accedió a vaciar el contenido de la bolsa sólo para que su empleadora descubriera que no se encontraban en ella los iphones extraviados. No contenta con ello, la señora de la casa insistió en que Lorenza debía tenerlos porque era la única que se quedaba sola en la casa cuando todos salían. De nada sirvió que Lorenza le recordara que no tenía acceso a las recámaras, dado que su trabajo se limitaba a las zonas exteriores de la casa. La señora, a la que se unió su marido, la interrogaron durante varias horas hasta determinar que Lorenza debería pagar con su trabajo los dos iphones perdidos, no sin dejarle claro que el señor de la casa trabajaba “con la gobernadora” y que con solamente una llamada telefónica estarían presentes los judiciales.

Lorenza se mantuvo en su dicho: ella no había robado los aparatos extraviados. Después de una larga discusión, los patrones accedieron a pagarle la semana trabajada y ella manifestó que ya no seguiría trabajando en la casa debido a la desconfianza y al maltrato de que había sido objeto. “Si no regresas a trabajar a la casa la próxima semana, esa será señal de que tú fuiste la ladrona”, le espetó la dueña de la casa. Si, en cambio, Lorenza regresaba a trabajar, sería para ellos la señal de que no tenía nada que esconder. Lorenza aceptó en principio regresar a la casa pero, un día antes de que volviera, recibió un mensaje telefónico que le anunciaba que ya no la necesitaban en la casa porque los patrones habían perdido la confianza en ella. Le avisaban también que podía pasar a recoger en la caseta del fraccionamiento las ropas que había dejado en el cuarto de servicio.

Lorenza había decidido dar por cerrado el asunto y pasó al día siguiente por sus cosas para comenzar a solicitar trabajo en alguna otra casa del fraccionamiento donde se necesitaran sus servicios. Grande fue su sorpresa cuando encontró su fotografía pegada en el cristal frontal de la caseta, junto con la de otros/as empleados/as domésticos/as. Cuando preguntó la razón a los encargados de la caseta, le contestaron que eran fotos de las personas que, a juicio de los propietarios de casas en La Ceiba, habían cometido algún robo y estaban puestas ahí para que no fueran contratadas por ninguno de los dueños de casa y se les impidiera la entrada al fraccionamiento. Lorenza se enojó mucho y se inconformó de que su foto apareciera en la caseta, dado que ella no era una ladrona y que los patrones que recién la habían despedido no pudieron comprobarle nada ni se había iniciado ningún proceso jurídico en su contra que acreditase alguna responsabilidad en la que ella hubiera incurrido. Se veía así privada injustamente de toda posibilidad de trabajar en el lugar donde durante tantos años había prestado sus servicios sin ningún problema.

Lorenza interpuso un recurso de queja ante la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán (CODHEY), que la remitió ante la Procuraduría Social de Atención a las Víctimas (PROVÍCTIMA) donde una funcionaria la acompañó a interponer una denuncia ante el Ministerio Público. Todo inútil. Fue turnada entonces al Área de Mediación donde una funcionaria le dijo que no podían hacer nada porque “ya han pasado muchos casos así y las dueñas de casa nunca aceptan sus errores y, al final, los que salen siempre perdiendo son los empleados”. En el Ministerio Público le dijeron que no había argumentos suficientes para interponer una demanda y que diera gracias de que no le habían puesto una demanda a ella.

Por insistencia de Lorenza, el área de mediación se comprometió a citar a la empleadora que, después de posponer la cita en dos ocasiones, se presentó y terminó aceptando que no tenía ninguna prueba de que Lorenza hubiera sustraído los aparatos telefónicos extraviados. Cuando la funcionaria le preguntó por qué seguía entonces manteniendo la fotografía de Lorenza en el cristal de la caseta de entrada, la señora contestó que ella no puso la foto, sino la administración del Club de Golf. Cuando Lorenza recibió esta información, la misma funcionaria le advirtió que eso era todo lo que podía hacer por ella. Lorenza le dijo entonces que, por favor, citara a los responsables de que su foto siguiera exhibida como si fuera una ladrona. La funcionaria le dijo que ya no podían ayudarla más, y que lo mejor que podía hacer era “continuar con tu vida, irte a trabajar a otro lado, porque si insistes en querer trabajar en La Ceiba, te van a hacer otra vez lo mismo y esta vez sí que te pueden demandar”. Además, finalizó la funcionaria, “tu foto ya no está en los cristales; ahora se manejan por catálogo”.

Lorenza es terca cuando de su fama se trata. Está orgullosa de ganarse la vida con su trabajo honrado desde hace muchos años y le duele que la califiquen de ladrona sin más prueba que la sospecha de una dueña de casa. Sigue buscando la manera de recuperar su prestigio y poder trabajar en el fraccionamiento. Estados de excepción, los fraccionamientos con casetas de vigilancia a la entrada siguen practicando la presunción de culpabilidad en lugar de la presunción de inocencia que las leyes establecen. Encabezan juicios sumarios en los que la investigación y las normas jurídicas que funcionan para todos salen sobrando para ellos. El caso de Lorenza muestra también al desnudo el funcionamiento de las instituciones del Estado que aparecen ineficaces y atadas de mano ante los abusos de los dueños del dinero.

Iglesia y Sociedad

La reserva biocultural del Puuc

5 Mar , 2012  

El pasado 1 de noviembre de 2011 se publicó en el Diario Oficial del Gobierno del Estado de Yucatán el Decreto No. 455 que establece el área natural protegida denominada Reserva Estatal Biocultural del Puuc. Entre sus considerandos, el decreto establece que el establecimiento de las áreas protegidas tiene, entre otras finalidades, “garantizar la protección de los ecosistemas integrantes del patrimonio natural de Yucatán y alcanzar el desarrollo sostenido, en beneficio de la población”. La reserva ocupa territorio de los municipios de Muna, Santa Elena, Oxkutzcab, Tekax y Ticul, todos ellos en Yucatán.

Nadie en su sano juicio podría estar en contra del establecimiento de áreas protegidas. La crisis ambiental es tan grave que este tipo de medidas, aunque se tomen acaso demasiado tarde, puede contribuir a frenar el deterioro del ecosistema. Por otro lado, la propuesta entraña un rasgo novedoso dado que se trata de una reserva biocultural, lo que supone, tal como se expone en el considerando 23, “los objetivos de un desarrollo sustentable en la región y el mejoramiento del nivel y calidad de vida de los campesinos, requiere un tratamiento conjunto”.

A reserva de esperar la elaboración del Programa de Manejo de esta nueva área natural protegida, que deberá ser elaborado por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente, del gobierno del estado, quisiera, sin embargo, manifestar algunas reflexiones.

El establecimiento de áreas naturales protegidas ha servido para muchas cosas y no solamente para preservar los recursos naturales de una zona. Ha sido también ocasión de intervención de grandes empresas turísticas que, basándose en la reglamentación vigente y adoptando el subterfugio del ecoturismo, se apropian de grandes extensiones y convierten dichas zonas en jugosos negocios de cuyos beneficios quedan totalmente ausentes los campesinos y campesinas que habitan la región. En otros casos, la normatividad de las áreas naturales protegidas ha entrado en conflicto con las tradiciones culturales de los pueblos que habitan esos territorios. En casos extremos, lo sabemos por la experiencia chiapaneca, las áreas naturales protegidas se han convertido en parte de una ofensiva contrainsurgente que nada tiene que ver con su finalidad original.

Por otro lado, si la intención del establecimiento de la Reserva del Puuc es la de favorecer al mismo tiempo la conservación del medio ambiente y el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de la zona, me permito hacer unas sugerencias:

– La información acerca de lo que significa el establecimiento del área protegida debe fluir a todos los niveles, particularmente en los municipios involucrados.
– Dado que la intención es la conservación del medio ambiente, los cultivos agroforestales que se realicen en la zona, cuando los haya, deberían ser cultivos orgánicos y debería quedar prohibida la utilización de fertilizantes y pesticidas agroquímicos.
– Para responder a la intención de la declaratoria, debería preservarse la zona de la producción ganadera, que es altamente depredadora en términos ecológicos.
– Es de vital importancia la conservación y consolidación de bancos de germoplasma. Una iniciativa podría ser la inyección de recursos para la recuperación de la milpa tradicional con las familias que habitan los pueblos de la zona. Esto contribuiría a conseguir la soberanía alimentaria de la región.
– En vista de las aprobaciones que se han estado haciendo, a espaldas de los ciudadanos, de la siembra de soja transgénica en el sur del estado, sugerimos que como parte de la protección del área no se permita la siembra de semillas genéticamente modificadas, para así conservar la zona como banco de producción y mejoramiento de semillas criollas.
– Una buena medida sería que en todas las tareas de conservación se tomase en cuenta la participación de los campesinos y campesinas del área, de manera que ellos se constituyan en los primeros responsables del cuidado de sus territorios.
– Algunas de las prácticas, como el uso de leña, deberán modificarse de manera paulatina. Sería bueno que se impartieran cursos y se inyectara recursos para promover el cultivo de cerdos criollos para usar sus excretas en biodigestores, que produzcan gas metano que pueda usarse en la cocina.

En la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Kaan hemos iniciado un proceso de estudio del Decreto 455 en todas las subsedes y comunidades en las que trabajamos. Nos interesa que las mediaciones que se proponen para enfrentar la crisis medioambiental sean efectivas y sirvan para aquello que fueron creadas.

Iglesia y Sociedad

La Sábana Santa y los relatos evangélicos de la pasión

22 Feb , 2012  

He sido invitado a participar en el IV Congreso Mexicano de Sindonología este próximo fin de semana en la ciudad de Poza Rica, en Veracruz, Diócesis de Papantla. Mientras preparo mi intervención, comparto con ustedes, pacientes lectores y lectoras de esta columna, el texto de la participación que tuve en el II Encuentro, en febrero de 2004, y que no había sido publicado en este espacio.

Planteamiento del problema

Santo Tomás de Aquino solía comenzar el tratamiento de algún tema teológico, encarando sus dificultades. “¿Es la Eucaristía verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo? Parece que no…” De esta manera, comenzaba el Aquinate enfrentando las objeciones, para terminar sacando a la luz todas las posibilidades contenidas en la pregunta.

Lo mismo me toca hacer a mí hoy. ¿Es la sábana santa un documento fehaciente de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo? Parece que no. No me referiré aquí a las objeciones que se le ponen a la reliquia desde el punto de vista científico e histórico. Hay muchas personas que dominan a fondo ese tema y algunas de ellas están aquí presentes.

Yo voy a referirme a una objeción de otro tipo, pero que no deja de ser fundamental. No encuentro manera mejor de enunciar esta objeción que como la planteara el exegeta francés Etienne Carpentier. Cito a la letra:

“Mt 27,62-66 y 28,11-15 nos transmite una preciosa referencia sobre el sepulcro vacío y los soldados de este mundo que siguen (que seguimos) realizando allí una especie de señal inútil de poder y prepotencia: vigilan con sus armas y custodian de esa forma una tumba que se encuentra vacía; el verdadero Jesús se encuentra en otra parte, en el camino de la vida y libertad que empieza en Galilea.

“Al amanecer de pascua, quedó vacío el sepulcro, guardando sólo unos lienzos y sudarios doblados, quizá perfumados todavía de perfume sepulcral, pero “sin cuerpo” (sin presencia de Jesús). Juan y Pedro han corrido para ver ese vacío, pero no han quedado allí (cfr. Jn 20,1-10), en contra de aquello que quieren hacer todavía los que buscan la seguridad pascual en las huellas de una “sábana santa” que pudiera encontrarse al parecer en Turín, en Oviedo o en cualquier vieja ciudad de nuestra tierra, sedienta de seguridades y reliquias externas del misterio. Pero las huellas verdaderas de Jesús no son las que pudiéramos hallar en una sábana y sudario; no se encuentran en los lienzos que envolvieron su cuerpo asesinado. Las huellas de Jesús son la existencia misma de la iglesia: son los pobres de este mundo y son aquellos que ayudan a los pobres, conforme al evangelio (aunque quizás no sepan que Jesús se encuentra en esos pobres, conforme a la palabra de Mt 25,31-46).

“Al amanecer de la pascua quedo vacío el sepulcro, pero muchos queremos seguir allí, con los militares romanos: lanza en ristre o cruz en ristre custodiamos, conservamos, un sepulcro muerto, unas estructuras ya vacías, mientras la vida de Jesús se extiende por el mundo. Para anunciar la pascua es necesario que dejemos los sepulcros, que abandonemos las seguridades, los poderes y los miedos de este mundo: la vida pascual se encuentra allí donde se extiende la vida sobre el mundo, donde crece la esperanza y donde el gozo y la entrega del amor se expanden y triunfan por encima de la muerte. Esto es lo que predica, anuncia y testimonia sin cesar la iglesia verdadera de Jesús sobre la tierra (1).

La opinión de Carpentier refleja algunas objeciones no menores a la devoción por la Sábana Santa. No son, como hemos mencionado antes, objeciones que tengan que ver con la veracidad o falsedad de la reliquia, sino con algo más de fondo que podría expresarse de esta manera: ¿Es la Sábana Santa un recurso suficiente para motivar y alimentar la fe apostólica en el corazón del creyente? ¿Puede desligarse la Sábana Santa del conjunto de la revelación que nos transmite la pasión, muerte y resurrección de Jesús? ¿Entraña la Sábana Santa algún peligro o amenaza para la fe de los creyentes?

La transmisión del misterio pascual

El misterio pascual es el centro de la fe cristiana. La pasión, muerte y resurrección del Salvador es un acontecimiento tan importante que, no obstante las diferencias existentes entre los distintos evangelios, ninguno de ellos deja de exponer, cada cual con sus características particulares, el relato de estos hechos (Mt 26-28; Mc 14-16; Lc 22-24; Jn 18-21)

Pero no es la tradición evangélica la más antigua en testimoniarnos la importancia de la pascua de Jesucristo. Antes de que existieran los evangelios que hoy conocemos, san Pablo, apóstol y misionero, había expresado en una de sus cartas: “En primer lugar les he transmitido la doctrina que yo mismo recibí: que Cristo murió a causa de nuestros pecados, en conformidad con las Escrituras, que fue sepultado; que al tercer día resucitó, conforme a las mismas Escrituras; que lo vio Cefas y luego todos los Doce; que luego lo vieron más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayoría de los cuales vive todavía, habiendo muerto algunos; que luego se mostró a Santiago, y luego a todos los apóstoles; y que, al último de todos, se me apareció a mí, como nacido fuera de tiempo” (1Cor 15,3-8)

Este pasaje es, quizá, el primer testimonio escrito de la transmisión del contenido fundamental del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Y no obstante su antigüedad garantizada, dos elementos no dejan de llamarnos la atención.

No hay transmisión de datos fríos, sino de datos teológicamente interpretados. Dos elementos nos permiten asegurar esto: la afirmación “a causa de nuestros pecados”, referida a la muerte de Jesús y la doble alusión “en conformidad con las Escrituras”. Ambas expresiones se refieren, no a hechos escuetos y verificables, sino a la mirada de fe que se lanza por encima de los acontecimientos. Incluso la expresión “al tercer día” es una expresión teológica y no expresión de exactitud temporal.

La ausencia de las mujeres es inexplicable. Todos los textos evangélicos, que años más tarde reunirían los recuerdos de los testigos oculares, insisten en asegurar que las únicas presentes al pie de la cruz y primeras testigos de la resurrección fueron María Magdalena y otras mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea (Mt 27,55-56.61; 28,1-10 y paralelos) ¿Por qué en la tradición recibida por Pablo (o transformada por él) no aparecen las mujeres como testigos de la resurrección?

Estas dos constataciones nos permiten sacar algunas conclusiones que nos serán de utilidad cuando, al final de esta exposición, intentemos relacionar los relatos evangélicos con la reliquia de Turín. En primer lugar, no hay documentos, por antiguos o fidedignos que sean, que produzcan la fe o transformen el corazón de las personas. Los acontecimientos solamente adquieren significado nuevo y pleno a la luz de la fe. Es la mirada de fe la que convirtió la ejecución de un reo, condenado por los poderes judíos y romanos de su tiempo debido a acusaciones de tipo político, en el Sumo Sacerdote que ofreció, en el altar de la cruz, la ofrenda que era necesaria para la salvación de la humanidad. Sin la mirada de fe, la muerte de Jesús no sería sacrificio, sino simple y llano desenlace de un conflicto motivado por las torcidas intenciones de gente que vio lastimados sus intereses por la predicación de un rabino itinerante de pies polvorientos.

Por eso san Pablo no puede predicar el acontecimiento salvífico sin hacer referencia a las Escrituras antiguas, es decir, a las expectativas de fe que se multiplicaban en el Israel de tiempos de Jesús. Para quienes carecían de la mirada de fe, la resurrección no fue más que el intento de los discípulos de crear un mito a base del engaño colectivo (Mt 28,11-15). La fe es, pues, el espacio en el que los acontecimientos revelan su otra cara, su dimensión salvífica. Si ello vale para los acontecimientos mismos del Calvario, cuanto más para la valoración de la Sábana Santa.

Otra conclusión importante se deriva de la constatación del silencio paulino acerca de las mujeres como testigos de la resurrección. La memoria cristiana, particularmente el evangelio de Juan, que tiene mucho de disidente en la conformación primitiva de las comunidades cristianas, rescató el recuerdo de las mujeres, precisamente porque desde antiguo se intentó silenciar el osado intento de Jesús de establecer las relaciones entre los sexos desde una perspectiva más igualitaria. En la sociedad judía de aquel tiempo, recordémoslo, las mujeres no podían ser testigos en un juicio, porque se les consideraba mentirosas de origen debido a una exégesis, muy conveniente para los varones, del texto de Gn 18,15. ¿Cómo apoyar la fe en la resurrección en testigos de tan poca calidad moral para ese tiempo?

Eso quiere decir que la mirada de fe no desactiva, necesariamente, prejuicios humanos que han de ser revisados y corregidos a través del tiempo. Con toda “buena intención”, algunos dirigentes de las iglesias cristianas primitivas rechazaron como escandalosa la equidad de género dentro de las comunidades cristianas. La reaparición de las mujeres propuesta más tarde por los cuatro evangelios, no tendría razón de ser si no fuera un hecho absolutamente histórico, que no podría haber sido negado por mucho tiempo. Pero se debió también a que, dentro de las comunidades cristianas primitivas, hubo movimientos que pugnaron porque no se perdiera la dimensión liberadora del mensaje de Jesús y que lucharon a brazo partido para evitar que la iglesia se convirtiera en una réplica de la sinagoga.

Los evangelios de la pasión

Voy a tratar de exponer, en apretada síntesis, la peculiaridad de cada relato evangélico de la pasión, comenzando por el que consideramos más antiguo de los cuatro: el evangelio de Marcos.

Es muy probable que haya existido desde muy temprano un relato de la pasión que circuló de mano en mano en las primitivas iglesias cristianas. Este relato debió contener datos que iban desde la aprehensión de Jesús en el Huerto de los Olivos, hasta la narración de la sepultura. Sobre esta narración primitiva suponemos que Marcos construyó el más antiguo relato de la pasión que conocemos.

Marcos es, quizá, el evangelista más crudo en su presentación de la pasión y muerte de Jesús. Hay casi un deseo deliberado de escandalizar al lector, presentando con lujo de detalles lo desconcertante que resultó la manera de realizar el designio salvífico: sólo en la cruz se revela que Jesús es el Hijo de Dios. El silencio y la soledad con los que Jesús enfrenta su pasión son impresionantes: abandonado por todos, negado por sus amigos, Jesús entra a su pasión con una extraña lucidez (Mc 14,3-9.22-25). Aunque todo parece desmentir su afirmación, Jesús se autoproclama, después de largos años en que mantuvo el secreto, como Mesías (ante las autoridades judías) y rey de los judíos (ante el procurador romano). Muere en el Calvario abandonado de todos, hasta aparentemente del Padre, y sólo al final, un soldado pagano invita a mirarlo y reconocer en él al Hijo de Dios.

Mateo, que escribe a comunidades judeocristianas, relata la pasión atendiendo más a su sentido profundo que a la exactitud de los hechos: Jesús cumple las Escrituras y, rechazado por el pueblo judío, hace pasar la promesa a un nuevo pueblo, el de los bautizados, pero no en un pase automático, sino en obligada vigilancia, porque también los discípulos y discípulas pueden negarse a seguir el destino de su Maestro. Jesús tiene poder y autoridad, sabe lo que va a suceder y lo acepta, como si previera los acontecimientos. Su muerte señala el fin de un mundo viejo e inaugura uno nuevo, presentado como en cómic: un sismo y los muertos paseando por las calles (Mt 27,51-53). Los guardias puestos a la puerta del sepulcro no hacen más que subrayar la fuerza mayor de la resurrección: ellos se convertirán, sin quererlo, en anunciadores de la vida que nace del sepulcro vacío.

Lucas no relata, sino medita los acontecimientos de la pasión (a la manera de los discípulos de Emaús). Es un relato pleno de delicadeza y cariño (suprime la flagelación, Judas no abraza a Jesús, sino sólo se le acerca, etc.) No obstante, en la pasión se desarrolla la lucha definitiva entre Jesús y las fuerzas del mal, en una pasión que parece enteramente interiorizada. Abandonado en las manos del Padre, Jesús parece olvidarse de su propio sufrimiento para consolar a los demás (Judas, la oreja del criado, la conmoción del corazón de Pedro al mirarlo, el ánimo a las mujeres en el vía crucis, el perdón a los verdugos, la promesa de perdón al ladrón, la triple declaración de inocencia de Pilato, etc. Su grito final es de paz, lo que reafirma la condición orante y meditativa de este evangelio. Por último, no habría que olvidar que es el único evangelista que continúa la pasión de Jesús en la pasión de la iglesia (Hech 4,23-31; 6,8-15.54.60; 20,22s; 21,11)

Juan es el evangelista que presenta la pasión más teologizada: es una marcha triunfal de Jesús al Padre. Jesús sabe que va a morir (Jn 10,18). Hay cierto dejo de majestad en los actos de Jesús en su pasión: “Yo soy”, pronunciado con autoridad en el Huerto de los Olivos, la muerte de Jesús presentada como ascensión a la gloria (Jn 12,32) en la que la cruz es trono y no patíbulo, el costado abierto del que nace la iglesia con sus sacramentos. Toda la pasión está llena de alusiones simbólicas: la túnica sin costura, símbolo de la iglesia por cuya unidad muere Jesús en el Calvario (Jn 19,23-24; 11,52), el papel de la madre de Jesús, la expiración, descrita extrañamente como “entrega del Espíritu”, el cordero de la nueva alianza, traspasado por nuestra salvación (Zac 12,10; Jn 19,31-37), el templo del que manaba agua (Ez 47,1-12; Jn 19,34), el huerto como lugar de la sepultura (Jn 19,41).

¿Mentían los evangelistas al hacernos estas presentaciones teologizadas sobre la pasión de Jesús que hemos tratado de resumir apretadamente? ¿No será que, más bien, que desentonan con el peso actual que le damos a la presentación de los hechos “desnudos” y que es el factor de éxito mayor con el que cuenta la película de Gibson, “La Pasión”? Los evangelistas no mienten: profundizan; no repiten: revelan; no narran apaciblemente: ponen en juego su propia fe en los relatos. La riqueza de los relatos evangélicos estriba en ello: no son reportajes gráficos: son testimonios de fe. Esa es la manera como la iglesia ha decidido transmitir su mensaje.

La Sábana Santa y los relatos evangélicos

No voy aquí a referirme a las señales de los suplicios de la pasión que pueden descubrirse en la Santa Síndone. Ustedes saben de eso mucho más que yo y hay publicaciones que las han documentado en prolijas tablas comparativas. Yo quiero más bien referirme, en la tónica de lo que he venido diciendo, a cómo la Sábana Santa està enmarcada, en su aparición en los evangelios, de esta visión de fe a la que me he referido ampliamente en esta exposición.

La sábana es mencionada ya desde el relato más primitivo de la pasión con el que contamos, el relato de Marcos, que menciona que, una vez concedido el cuerpo a José de Arimatea por parte de Pilato, aquél “compró una sábana, lo bajó de la cruz, lo amortajó con la sábana y lo enterró en un sepulcro tallado en la roca” (Mc 15,45-46). Sobre estas mismas huellas, Mateo afirma que José de Arimatea “tomando el cadáver, lo envolvió en una sábana limpia” (Mt 27,59). Lucas, por su parte, menciona que José de Arimatea, “fue a ver a Pilato, le pidió el cuerpo de Jesús y después lo bajó, lo amortajó en una sábana y lo puso en un sepulcro abierto en la roca…”, resaltando que las mujeres de Galilea “miraron el sepulcro y cómo habían puesto su cuerpo” (Lc 23,53.55). Lucas es el primero en relatarnos una tradición que no aparece en Marcos y Mateo: que Pedro, después de escuchar el anuncio de las mujeres de que Jesús había resucitado y no prestarles crédito, “se levantó y corrió al sepulcro. Se asomó y vio las puras vendas y se volvió a su casa admirado de lo sucedido” (Lc 24,12).

Es Juan, sin embargo, el evangelista que nos ofrece una clave preciosa para el aprecio de la Sábana Santa. María Magdalena, la primera que descubre que la tumba está vacía, corre a avisar a Pedro y al discípulo amado del acontecimiento. Pedro y el otro discípulo salen corriendo para el sepulcro. El discípulo amado llega primero al sepulcro “se agachó a ver, y vio los lienzos en el suelo pero no entró. En seguida llegó Simón Pedro que iba tras él; y él sí entró al sepulcro, y miró los lienzos en el suelo, y el sudario que cubría la cabeza de Jesús enrollado aparte en otro lugar, no junto con los otros lienzos en el suelo” (Jn 20,5-7). Hasta aquí el relato de Juan no es sino un poco más detallado en la información sobre el sepulcro vacío. Pero la clave la ofrece el versículo siguiente: “Luego entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, y vio y creyó” (Jn 20,8). Del encuentro con algunos lienzos desperdigados por el suelo, un sudario enrollado y un sepulcro vacío, el discípulo amado dio el salto a la fe en la resurrección. El paso descrito con la frase “vio y creyó” refleja aquello a lo que nos hemos referido con la frase “mirada de fe”.

De la Sábana Santa a los evangelios. De los evangelios al acto de fe

Procedo ahora a concluir con esta exposición. Replanteo ahora las mismas preguntas que la motivaron: ¿Es la Sábana Santa un recurso suficiente para motivar y alimentar la fe apostólica en el corazón del creyente? ¿Puede desligarse la Sábana Santa del conjunto de la revelación que nos transmite la pasión, muerte y resurrección de Jesús? ¿Entraña la Sábana Santa algún peligro o amenaza para la fe de los creyentes?

La primera pregunta debe recibir una respuesta negativa. Tanto la Sábana Santa como los relatos evangélicos son elementos que están en relación directa con el acto de fe, pero no lo producen por sí mismos. Millones de gentes han leído el evangelio y han visto la reliquia de Turín. Muchos de ellos no han experimentado conversión ninguna. El acto de fe es, al mismo tiempo, regalo de Dios y respuesta generosa. La fe es un acto dialogal o dialógico, no el producto de una lectura o del contacto con una reliquia. Pero esto no hace irrelevantes los relatos evangélicos o el estudio de la Santa Síndone. Por el contrario, para la persona que cree pueden ser excelentes instrumentos para crecer en la fe y profundizar en ella. Pero la experiencia comunitaria de la fe es un requisito previo e indispensable.

La segunda pregunta también recibe respuesta negativa. Los relatos evangélicos, testimonios escritos de la fe de las primitivas comunidades cristianas, nos revelan la dimensión salvífica de los acontecimientos pascuales. La lectura devota de los evangelios es el lugar idóneo para la valoración de la reliquia de Turín. Sin los evangelios, la Sábana Santa no pasaría de ser un acontecimiento extraordinario, como la hibernación de la cigarra que vive años bajo la tierra, o la reciente visita de una computadora a la superficie del planeta Marte. Acontecimientos absolutamente extraordinarios desde el punto de vista científico, pero irrelevantes para la dimensión espiritual de la persona. La meditación orante de los relatos evangélicos de la pasión es, en cambio, el ambiente natural para que la Santa Síndone muestre sus potencialidades evangelizadoras.

La tercera pregunta es más compleja. No podemos ignorar la advertencia de Carpentier con la que iniciamos esta disertación. Efectivamente, la Sábana Santa, como cualquier otro medio asociado a la experiencia de fe, puede convertirse en un fetiche, dejar su lugar instrumental y convertirse en fin y no en medio. Entonces, sí, la Sábana Santa representaría una grave amenaza para la fe de los creyentes. Y no nos asustemos de ellos: es el riego de toda mediación humana. No en balde Jesús de Nazaret dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a demostrar que la Ley de Moisés, aceptada y venerada como revelación de la voluntad divina, se había convertido en un obstáculo para el cumplimiento de la voluntad de Dios y en un pretexto detrás del cual se escudaban los escribas y fariseos para no colaborar con el proyecto de Dios. Así nos lo dice con estrujante claridad el evangelio marcano: “Que bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, cuando escribió: ‘Este pueblo me rinde culto con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando doctrinas que no son sino preceptos humanos’. Porque dejando el mandamiento de Dios se aferran ustedes a las tradiciones de los hombres… anulando de esa manera la palabra de Dios con esas tradiciones que se han ido transmitiendo…” (Mc 7,6-13).

La Sábana Santa puede convertirse en un milagro. No lo es en sí misma, se convierte en ello cuando conduce a una experiencia de fe, a un encuentro con el Jesús vivo, muerto y resucitado por nuestra salvación. Sin ese marco no es más que un documento antiguo que no sirve para otra cosa que para ser guardado en un museo. El milagro acontece cuando la Santa Síndone, unida a una lectura meditada de los textos evangélicos de la pasión, es capaz de conducir el corazón humano a un encuentro de fe con Cristo vivo. La materialidad de la Sábana Santa se transforma, entonces, en un vehículo de la experiencia de fe. Y el milagro ocurre. La virtual amenaza que representa para la fe la Sábana Santa es, al mismo tiempo, su principal potencialidad.

Por último, no quisiera dejar de aludir a la expresión de Carpentier que me llega directo al corazón: “Las huellas de Jesús son la existencia misma de la iglesia: son los pobres de este mundo y son aquellos que ayudan a los pobres, conforme al evangelio (aunque quizás no sepan que Jesús se encuentra en esos pobres, conforme a la palabra de Mt 25,31-46)”. La Buena noticia que se esconde también detrás de la recta devoción a la Sábana Santa es precisamente ésta: que la misión de este hombre, ajusticiado por anunciar un Reino para los pobres, por convivir con publicanos y pecadores, por devolver su dignidad a los poseídos por el demonio y soportar por esta causa ser llamado “hijo de Belcebú”, por tocar misericordiosamente a los que estaban impuros por la lepra, la misión de este hombre no está concluida. Si la Sábana Santa, los estudios que sobre ella se realizan y la devoción que despierta en los corazones sencillos, sirviera para hacernos entender que el anuncio del Reino sigue siendo hoy un reto en un mundo que ha globalizado la injusticia y el afán de lucro, pero no ha logrado globalizar la solidaridad y la desaparición de la pobreza, si la Santa Síndone sirve para que asumamos las mismas causas por las que Jesús de Nazaret soportó tormentos y acabó entregando su vida, la reliquia habrá cumplido su sagrado cometido. De lo contrario no pasará de ser un fetiche. De nosotros depende.

Notas:

(1) CARPENTIER E., Para leer el Nuevo Testamento (Verbo Divino, 18ª. ed., Estella 1999) Las negrillas son mías.
(2) Me inspiro en el libro ya citado de CARPENTIER E., Para leer…

Iglesia y Sociedad

Carta a Marciano Vidal

15 Feb , 2012  

Querido Marciano:

Tú no me conoces, pero yo sí te conozco a ti. Hace muchos años, allá por el inicio de la década de los noventas, conocí y estudié tu libro Moral de Actitudes, intento valiente y lúcido de transvasar la teología moral, del rigorismo y el simple cumplimiento de normas externas, hacia el horizonte de renovación promovido en toda la iglesia por el Concilio Vaticano II y enfrentando, a la luz de las nuevas ciencias sociales, los retos morales que la modernidad y postmodernidad no dejan de plantearle al discípulo/a de Jesús. .

Mi formación en el seminario no fue, debo confesarlo, totalmente postconciliar aunque inició en 1975, diez años después de finalizado el Concilio. Y no lo fue porque la renovación conciliar fue llegando a nosotros en oleadas que se mezclaban con los intentos de reversión de parte de los grupos más reacios al aggiornamento dentro de la iglesia. De la mano del P. Bernardo Häring y su obra, La Ley de Cristo, fuimos entreviendo las consecuencias morales del giro copernicano operado por la teología conciliar, pero también contrasté esta visión con la de la vieja escuela tomista, representada en el seminario yucateco por el padre Salomón Rahaim, entrañable jesuita, para quien la moral no era más que la deducción aristotélica de principios inmutables y para la cual, el evangelio y en general toda la Escritura, servía solamente como argumento probatorio de las tesis concebidas de antemano. Nada de “signos de los tiempos” o de compartir “las tristezas y angustias, los gozos y las esperanzas de la humanidad”. Dos visiones de moralidad que coexistían en el mismo proceso formativo del seminario.

Uno, sin embargo, atribuía esta dicotomía de visiones opuestas a la lentitud con que la asimilación de la reforma conciliar avanzaba en las iglesias particulares. Enojados porque la perspectiva preconciliar, cosificadora y culpabilizante, se resistía a desaparecer, nos consolábamos pensando que el Concilio de Trento, que significó en su época un intento de renovación acicateado por la aparición de la Reforma de Lutero, había tardado cerca de doscientos años en convertirse en lenguaje común para la iglesia universal. En mis tiempos de seminario, sin embargo, estábamos absolutamente convencidos de que no había vuelta atrás y que, tardase lo que tuviera que tardar, la renovación del mundo y de la iglesia estaba, para decirlo con palabras de los padres conciliares, “irrevocablemente decretada”.

Te escribo ahora porque me he enterado, por una nota del periódico español El País, de la reciente decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de prohibir la circulación y retirar de la venta un libro tuyo, Sexualidad y condición homosexual en la moral cristiana, de las librerías católicas de Argentina. Había tomado conocimiento también, hace algunos años, de la revisión que te había ordenado el Vaticano hacerle al manual Moral de Actitudes, que durante más de diez años había servido de libro de texto en muchos seminarios.

Al enterarme no pude menos que recordar (y releer) el valiente libro de un hermano tuyo, también moralista, también redentorista, el Padre Bernhard Häring, en el que narra, con dolorido amor por la iglesia, su experiencia con el antiguo Santo Oficio. Mi experiencia con la iglesia es un libro que me ha servido de consuelo en muchos momentos. La honestidad con que el Padre Häring desnuda los entretelones de una vida acosada por sucesivos e interminables procesos canónicos y pone a consideración de toda la comunidad cristiana los documentos de su proceso, me reafirman en la convicción de que vivimos un cambio de época que no ha sido asumido por la jerarquía de la iglesia en toda su dimensión.

Por eso quiero mandarte un abrazo solidario desde este rincón del Mayab mesoamericano. Y quiero, remitiéndome al libro del Padre Häring, repetirte al oído sus palabras: “A pesar de todo esto, debemos confiar todos en un cambio irreversible. En esa esperanza me baso y confío para hacer público mi caso”.

Con una privilegiada sensibilidad, el Padre Häring había logrado entrever –cuando todavía el lenguaje de los derechos humanos era incipiente– que era indispensable que la iglesia “actuara con la transparencia que exige el mundo actual y, de forma especial, el evangelio”… y añadía el grito adolorido: “Así no se puede continuar”.

La reciente prohibición de la circulación de tu obra me muestra lo poco que hemos caminado en este sentido evangélico de la transparencia al que se refería el P. Häring en el lejano 1989. Por eso, desde esta columna, y como acompañamiento del abrazo fraterno que te mando, repito las palabras sabias del redentorista ya fallecido:

“Sobre el palacio de la antigua Inquisición romana pesa el increíble fardo de un pasado que no hace honor a la iglesia y que ha obstaculizado no poco el servicio del sucesor de san Pedro. El cardenal Frigs, de Colonia, en un memorable discurso conciliar dijo que el Santo Oficio era ‘un escándalo para todo el mundo’… Hubo periodistas que me preguntaron cómo se podía reformar, en mi opinión, el Santo Oficio. Respondí con una palabra: ‘discontinuity’. Para asumir el pasado, la Congregación para la Doctrina de la Fe debe cortar por lo sano. En mi opinión, el primer paso consiste en un largo tiempo de reflexión suspendiendo toda actividad; un verdadero descanso sabático. La iglesia puede vivir sin tal instrumento como lo demuestran las iglesias ortodoxas, que han conservado la fe y la excelsa espiritualidad sin tener una institución semejante… se impone, antes que nada, una nueva institución, sin la deletérea prolongación del pasado, y abierta a todas las escuelas teológicas para un efectivo desarrollo del anuncio del evangelio”.

Hoy más que nunca, estoy de acuerdo con el difunto padre Häring. Dios te sostenga en estos momentos de tribulación. Recibe un cariñoso abrazo.

Colofón: El libro del padre Häring al que hago referencia (y que recomiendo a todos/as) es:
HÄRING Bernhard, Fede, Storia, Morale. Intervista di Ganni Licheri (Edizioni Borla, Roma 1989). Una traducción al castellano puede encontrarse, bajo el título Mi experiencia con la iglesia en P/S Editorial (Madrid 1992).

Iglesia y Sociedad

El libro de Job y El Árbol de la Vida

8 Feb , 2012  

Mientras más leo el libro de Job, más me convenzo de que es una de las obras cumbres de la literatura universal. Fuera del Cantar de los Cantares (o “El Mejor Cantar”, como prefiere traducir la Biblia del Peregrino) es la única obra dramática que encontramos en la lista de los libros de la Biblia judía. El padre Alonso Schökel solía decir que el prólogo y el epílogo de la obra podían ser representados en un plano escénico doble: lo que sucede en el cielo (en un mezzanine, al fondo del escenario) y lo que sucede en la tierra (en el proscenio), en una simultaneidad que resaltaría en un inteligente juego de luces y de oscuros.

El caso es que, entre el prólogo y el epílogo, ambos parte de una adición probablemente inspirada en alguna leyenda oriental conocida por el redactor final, encontramos un espléndido poema dramático que combina cuatro rondas de diálogos: las tres primeras entre Job y algunos amigos suyos que, conociendo su desgracia, vienen a llamarlo a la cordura. El cuarto y último diálogo es un diálogo de Job a solas con Dios.

Y sí, porque Job parece loco a los ojos de sus contemporáneos, tan ortodoxos ellos y tan cultivadores de una imagen ordenada, previsible de Dios. Job, en cambio, se enfrenta con Dios cara a cara a partir de su propia experiencia de dolor inocente. Aborda así, en este drama de cuatro actos, un problema que ha sacudido la vida y el pensamiento de hombres y mujeres de todos los tiempos: la sinrazón del dolor inocente, la consabida pregunta “¿y por qué a mí?”, el grito de angustia que brota del corazón de quien no encuentra explicación ninguna para la aparición del mal en su vida.

La imagen de Job que se desprende del prólogo y el epílogo de la obra, desentona de manera radical con el conjunto del poema dramático central. El Job paciente, que no levanta la voz contra Dios y por ello recibe su recompensa final está muy lejos del rebelde, del iconoclasta, del ser humano profundo que, sin pretenderlo, termina representando a toda la humanidad doliente que busca respuestas para su dolor. Algunas frases audaces de Job podrían ser consideradas blasfemias, si no brotaran de un corazón transido por el sufrimiento: Dios me entrega a los malvados, me arroja en manos criminales. Vivía yo tranquilo cuando me trituró, me agarró por la nuca y me descuartizó, hizo de mí su blanco; cercándome con sus saeteros, me atravesó los riñones sin piedad y derramó por tierra mi hiel, me abrió la carne brecha a brecha y me asaltó como un guerrero… (16,12-14) Dios me niega mi derecho, el Todopoderoso me llena de amargura… (27,1-2) Ahora quiero desahogarme: Él me agarra con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la túnica, me arroja en el fango… te pido auxilio y no me haces caso, espero en ti y me clavas la mirada, te has vuelto mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso, me levantas en vilo, me paseas y me sacudes en el huracán… (30,16-22)

A pesar de lo estremecedor de los diálogos entre Job y sus amigos, sin duda el culmen de la obra se encuentra en el último diálogo entre Job y Dios. Un recorrido por la creación y sus orígenes termina haciendo enmudecer a Job. De un Dios sabido, convencional, encasillado, que premia casi automáticamente a los buenos y castiga a los malos, surge un Dios incomprensible, difícil de entender, misterioso, que es capaz de mirar con otros ojos, en un plano de sabiduría para nosotros impenetrable, el sufrimiento inocente. Y es que el libro de Job, a decir del Padre Alonso Schökel (que, por cierto, ya desde la primera edición de su Biblia Española, conservó la hermosa, poética traducción del mexicano José Luz Ojeda), es un libro singularmente moderno, provocativo, no apto para conformistas.

Es el libro de Job el que desafió a Terrence Malick, director y guionista del estupendo largometraje “The Tree of Life” (USA 2011). Los epígrafes colocados en diversas partes de la cinta lo confirman. Malick aborda el problema de la sinrazón del sufrimiento a partir de la experiencia de la familia O’Brien, que pierde a uno de sus tres hijos. El diálogo de uno de los hermanos sobrevivientes (Hunter McKracken – Sean Penn) con Dios, imitando el de Job, es realizado a través de una impecable, alucinante, luminosa fotografía del coterráneo Emmanuel Lubezki.

Cine denso, con las inconexiones narrativas y temporales propias del nuevo estilo cinematográfico al que pertenecen también las obras de Iñárritu, “El Árbol de la Vida” se atreve a mirar, como si formaran parte de un mismo plano, la casi insignificante historia de una familia media norteamericana, con su padre violento y autoritario, su madre protectora y sus hijos, más despiertos y curiosos mientras más roza la niñez con la adolescencia, junto con el milagro mismo del sentido de la vida, de la Vida –con mayúscula–, de la respuesta última que traspasa, desde el Big Bang hasta la misteriosa formación del genoma humano, todo en un estallido de belleza visual que requiere una disposición nunca mejor definida que en la crítica de Miguel A. Delgado: Estamos ante una oración, y por eso también un poema. Hay una exposición, hay un relato, pero que exige del espectador el mismo esfuerzo del creyente que se arrodilla maravillado en una catedral e intenta buscar, a través del silencio y rodeado por la magnificencia del edificio que le rodea, una respuesta. Como la iluminación, como la fe, nunca viene como una sentencia fácil de comprender, perfectamente legible, sino como indicios, pistas que deben ser tejidas como los hilos de un tapiz.

Con una memorable actuación de Brad Pitt y Jessica Chastain y la estremecedora selección musical de Alexander Desplat, “El árbol de la Vida” es, por todo esto, una cinta altamente recomendable. Hay que atreverse a verla.

Colofón 1: La ficha
Película: El árbol de la vida. Título original: The tree of life. Dirección y guion: Terrence Malick. País: USA. Año: 2011. Duración: 141 min. Género: Drama. Interpretación: Brad Pitt (Sr. O’Brien), Sean Penn (Jack), Jessica Chastain (Sra. O’Brien), Fiona Shaw (abuela), Irene Bedard (mensajera), Hunter McCracken (Jack joven), Laramie Eppler (R.L.), Tye Sheridan (Steve). Producción: Dede Gardner, Sarah Green, Grant Hill, Brad Pitt y William Pohlad. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Montaje: Mark Yoshikawa. Diseño de producción: Jack Fisk. Vestuario: Jacqueline West. Distribuidora: Tripictures. Estreno en USA: 27 Mayo 2011. Apta para todos los públicos.

Colofón 2: En nombre técnico es ejecución extrajudicial, concepto definido por el derecho internacional de los derechos humanos como “un caso de violación a los derechos humanos que consiste en el homicidio de manera deliberada de una persona por parte de un servidor público que se apoya en la potestad de un Estado para justificar el crimen. Pertenece al género de los delitos contra personas y bienes protegidos por el derecho internacional humanitario”. La muerte de Oswaldo Cervera Peraza es precisamente eso: ni más, ni menos.

Iglesia y Sociedad

Las iglesias paulinas

31 Ene , 2012  

Comparto con algunas mujeres, todas ellas profesoras de religión en la tradición educativa católica de la familia religiosa de Jesús María, el estudio de algunos textos bíblicos del Nuevo Testamento que nos muestran cómo era la conformación de las distintas iglesias primitivas. Reconozco, con el corazón agradecido, que disfruto mucho de estas oportunidades de estudio, una sesión mensual de dos horas durante todo el curso escolar, que me hacen leer y releer con ellas las distintas tradiciones eclesiales escondidas en las cartas del Nuevo Testamento y en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

La complejidad del panorama de las iglesias primitivas resulta evidente para cualquier lector atento de los textos. Siempre suelo decir que, si nos fuera concedido transportarnos en un túnel del tiempo al siglo I en un domingo, y pudiéramos, ese mismo día, por el milagro de la teletransportación, visitar las distintas celebraciones dominicales de la Fracción del Pan, ya en una comunidad judeocristiana palestina, en otra comunidad compuesta por judíos liberales de la diáspora, en otra comunidad más, ésta de ascendencia pagana y cuño paulino o, finalmente, en una comunidad de las construidas en torno a la memoria y testimonio del Discípulo Amado, nos llevaríamos la sorpresa de encontrarnos con una pluralidad tal, que las actuales diferencias entre las distintas denominaciones cristianas nos parecerían menores, insignificantes. No solamente encontraríamos variedad en las expresiones de fe y de culto, sino, para poner sólo un ejemplo, hasta el mismo título dado al Maestro sería distinto de un lugar a otro: Mesías para los cristianos procedentes del judaísmo, Cristo para los cristianos de las comunidades paulinas, Logos para los cristianos juánicos…

Y es que las distintas recepciones del mensaje evangélico, siguiendo una lógica de encarnación, son asombrosas en su variedad y complejidad. Cada recepción refleja el molde cultural en el que se recibe el mensaje de Jesús: sea desde la formación estricta de un judaísmo que no encuentra diferencia alguna entre la nueva fe y la fe de los antiguos, sea desde la perspectiva liberal de los judíos de la diáspora que acentúan más la moralidad que el cumplimiento ritual de la Ley de Moisés, sea desde la perspectiva de Pablo, en la que el cumplimiento de la Ley no tiene ya ninguna importancia, hasta la óptica polémica de las comunidades del Discípulo Amado y su visión apocalíptica y sectaria. Una mirada aguda podrá descubrir cómo los condicionamientos sociales y culturales derivaron en prácticas que diferenciaron a las comunidades cristianas primitivas, produciendo un panorama de riqueza plural, pero creando también momentos de tensión y peligros de ruptura.

El modelo de cristianismo más exitoso, sin embargo, es a todas luces el modelo paulino, que fue el que nos correspondió abordar en la más reciente sesión de estudio. Sus aportaciones, para bien y para mal, encausaron la manera de comprender y de vivir la fe hasta derivar en lo que después constituiría, para usar la expresión de algunos especialistas, la Gran Iglesia. Aun en medio de lo conflictiva que podía resultar la personalidad de Pablo de Tarso, el experimento de iglesias abiertas y plurales, que superaron las barreras de división étnica y convivieron –no sin dificultades– con otros modelos distintos de organización eclesial, resultó de importancia decisiva en aquellos años, previos todavía a la existencia de evangelios escritos.

El testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles ha de ser cotejado con las versiones, no siempre similares, que Pablo ofrece en sus cartas sobre los principales acontecimientos que las iglesias primitivas tuvieron que enfrentar, como la polémica admisión de las personas de ascendencia pagana en la iglesia. De la posición de las iglesias paulinas tenemos mucha más información que de las otras iglesias, debido a que Pablo usaba mucho la comunicación epistolar y muchas de sus cartas fueron conservadas dentro de la lista de libros del Nuevo Testamento. Y aunque podemos notar diferencias claras dentro del mismo paulinismo (no es el mismo acento el que se nota en las cartas auténticas de Pablo –Gálatas, Romanos, Corintios, Filipenses, Filemón– que en las post-paulinas –Colosenses, Efesios, Cartas Pastorales–), creo que el retrato que nos deja el Nuevo Testamento de las iglesias que derivan de la acción pastoral y evangelizadora de Pablo encuentra su expresión cumbre en Gal 3,28: “Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, pues en Cristo Jesús todos ustedes son uno”.

Iglesias, pues, que supieron derribar los muros que eran causa de división y construir comunidades fraternas: el muro de las distinciones étnicas (judíos y no judíos), proclamando que no hay cultura que sea “mejor” que otra para recibir la buena noticia del Evangelio; el muro de las distinciones sociales (esclavo y libre), que borra la pretensión de legitimar con el evangelio las desigualdades; el muro de la cultura patriarcal (hombre y mujer), que proclama a las comunidades cristianas como espacios de equidad de género.

Esta expresión cumbre del modelo de convivencia eclesial, propia de la experiencia paulina, permanece brillando en el conjunto del Nuevo Testamento, a pesar de que tendencias conservadoras en el paulinismo posterior intentaron dar marcha atrás. Y continúa, digo yo, iluminando con su fuerza renovadora a nuestras comunidades cristianas actuales, tan alejadas a veces de esa triple equidad –étnica, social y de género– a la que la experiencia de las iglesias de Pablo nos siguen invitando.