La Guerra de Castas, como popular –aunque inexactamente– se llama a la revolución indígena que inició en 1847 en la península yucateca, y que se diluyó en el tiempo y terminó sin armisticio, de manera que se considera la toma de Chan Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo) por parte del Ejército Federal Mexicano como su fin oficial, fue un misterio para mí hasta que cumplí más allá de los 18 años. Nunca pude entender por qué, en la enseñanza de la historia nacional en primaria y secundaria, se omitía hablar de esta revuelta de los mayas.
A la luz del levantamiento zapatista y el enorme peso que tiene para la construcción de una patria nueva su pensamiento y su práctica, nos vamos atreviendo a analizar más detenidamente la significación de aquella revolución maya que iniciara a mediados del siglo XIX.
Traigo esto a colación porque ha llegado a mis manos, debido a la generosidad de su autor, respetado dramaturgo y amigo dilecto, José Ramón Enríquez, el ejemplar de su más reciente publicación que lleva por título La Expulsión. Se trata de una pieza teatral en trece cuadros que expone al potencial espectador una visión sobre un acontecimiento que sacudió al imperio español y, de manera particular, a las provincias novohispanas en 1767: la expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles.
Digo que relaciono los dos hechos, la Guerra de Castas y la expulsión de los jesuitas, debido a que ambos, en el pasado reciente, están siendo objeto de nuevas miradas después de un vergonzoso, culpable ocultamiento. Antes, hacíamos caso omiso, o pasábamos con prisa las páginas del libro de historia cuando llegábamos a estos dos acontecimientos. Hoy sabemos que la historia se hubiera escrito de manera radicalmente distinta de no haber existido estos hechos. Como la Guerra de Castas adquirió una nueva luminosidad a partir del levantamiento zapatista, así la expulsión de los jesuitas de las provincias novohispanas y sus consecuencias, ha sido reconsiderada a la luz del bicentenario de las independencias de muchas de las antiguas colonias españolas.
El atrevimiento del Maestro Enríquez es singular: en el marco de las conmemoraciones de la Independencia por su segundo centenario, un grupo de amigos, entre ellos Enrique González Torres S.J., quien escribe el prólogo del libro y en él nos lo informa, se reunieron para conversar sobre la posibilidad de llevar a la escena teatral la obra del Padre Francisco Xavier Clavijero –ilustre jesuita, historiador, filósofo, lingüista– y de sus compañeros, en el contexto del surgimiento de las primeras reflexiones por ellos aportadas para el reconocimiento de la mexicanidad: “Ellos afirmaron que éramos México. Que México no era sólo la ciudad capital del virreinato, sino todo el territorio”, señala González Torres en su prólogo.
En este cónclave de amigos fue gestándose la idea de una obra teatral que recogiera las aportaciones de aquellos misioneros novohispanos que, como aquellos de las famosas reducciones del Paraguay, o del gran centro misional de Juli en el lago Titicaca, o del colegio de Cartagena, donde vio la luz la primera pastoral dedicada a la atención de los esclavos negros, dejaron tras de sí una estela sobre la que habría de comenzar la construcción de las nuevas identidades en este continente.
¿Cómo abordar tan complejo tema en una obra de teatro? La apuesta de José Ramón Enríquez se finca en dos pilares: el primero es acercarnos al infausto acontecimiento de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, develando los entretelones del despotismo ilustrado de Carlos III y poniéndonos frente a frente con una decisión absolutista que, solamente por sus formas, causaría profunda indignación en cualquier defensor de derechos humanos de nuestros tiempos.
La Expulsión nos permite vivir de cerca, como sólo el teatro puede hacerlo, aquello que el Padre Daniel Olmedo, famoso historiador, decía en las páginas de su Historia de la Iglesia Católica: “En fechas designadas de antemano, según los diversos lugares, tropas reales se presentaban en la noche para cercar e incomunicar las casas de los jesuitas. Al cabo de algunas horas sorprendían a la comunidad y le intimaban la real orden. Poco después los encaminaban al puerto para el embarque rumbo a los Estados del Papa… con precisión matemática fueron arrebatados a los jesuitas sus cátedras, ministerios, familiares y devotos. De una plumada se derrumbaban centenares de colegios, florentísimas misiones… la herida causada con ello a la cultura hispánica, especialmente en nuestra América, y a la iglesia fue irrestañable. Sus consecuencias funestísimas”. Si el texto parece duro, esperen ver la puesta en escena de La Expulsión.
El segundo pilar es la elección de los personajes de la obra. La resolución del dramaturgo para poder ofrecer un panorama histórico que abarca varios años, desde la expulsión hasta la restauración de la orden jesuítica, es satisfactoriamente lograda a través del personaje de José Ignacio, un novicio que sufre la expulsión cuando acaba de hacer sus primeros votos bienales en Tepotzotlán y que recorre en su persona todas las etapas del ataque a la Compañía: su forzada salida de la Nueva España, su traslado al exilio de Bolonia, su partida como primer misionero mexicano al imperio ruso y su posterior vuelta a México, una vez que la Compañía había sido restaurada en todo el mundo y siete años después de que la guerra de independencia se había consumado.
Guardián de la memoria, José Ignacio nos permite, en el último, entrañable cuadro de la obra, hacer un balance de la significación del acontecimiento: “Expulsos, desterrados y humillados / ¿Y quién explicará / al déspota ilustrado / que se atacó a sí mismo sin saberlo? / ¿Qué minó los cimientos de su reino / y él comenzó la guerra en sus colonias?”
Y, finalmente, en el diálogo último de los novicios que lo han escuchado, la reflexión que a nuestros corazones del siglo XXI llega con su dardo: “¿Y qué hubiese ocurrido / sin la expulsión, en México/ con la lucha insurgente? ¿Los jesuitas / se hubieran colocado en cualquier trinchera?… / Yo pienso, sin embargo, / que sí, la independencia existiría, / pero los humanistas / tal vez hubiesen puesto en el debate / más altura de miras. / Sus ideas, su fervor por los indios / su amor por la paz y la justicia / muchas muertes, yo pienso, / que hubiesen evitado”.
La Expulsión está precedida de un interesante ensayo de Alberto Ruy-Sánchez, en el que aborda los que a su consideración fueron los tres desafíos que encaró el dramaturgo al enfrentar el tema; un texto perspicaz y de amplitud de miras, que ofrece en pinceladas una posible explicación del olvido en el que este acontecimiento estaba sumido: “…con la expulsión de los jesuitas de la Nueva España se nos arrebataron de golpe también los conceptos y los términos, el marco mental para pensar y expresar con facilidad el significado de esta expulsión. Como aquella serpiente mítica de tres cabezas que se mordía la cola y al devorarse a sí misma se comió también las palabras que se estaban forjando para nombrarla. Y así se volvió doblemente invisible… Se trató de una amputación histórica que nos arrebató una posibilidad de civilización distinta”.
La calidad literaria del texto es sobresaliente. El flujo endecasilábico de los diálogos se convierte en palpable muestra de la vinculación estrecha entre lírica y drama y le ofrece al lenguaje teatral las posibilidades que sólo tiene la expresión poética: sugerir, esbozar, evocar, señalar rumbos, apuntar nuevas direcciones. Se agradece de manera especial la inclusión de los bocetos hechos por Jesús Hernández para la escenografía.
La obra de José Ramón Enríquez, de antecedentes jesuíticos él mismo, salda la deuda con uno de los capítulos más olvidados de nuestra historia patria. El prodigio escénico puede pregustarse en la lectura del texto… ¡Pero qué ganas de ver la puesta en escena de la obra, dirigida por el Maestro Tavira!
El pasado sábado 14 de enero se entregaron las constancias a los alumnos y alumnas que terminaron el curso anual de agroecología de la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an en sus cinco subsedes (Peto, Valladolid, Hunucmá, Cuzamá y Yokdzonot) y se anunció el inicio de nuevos cursos a partir del 4 de febrero. Se entregaron también constancias a las familias campesinas que participan en el proyecto “Cuxaan Suum” de rescate de especies en peligro (cerdos criollos y abejas meliponas) y que han terminado su pase en cadena, es decir, que han entregado a otras familias, en un círculo virtuoso que ojalá se multiplicara sin fin, la misma cantidad de ejemplares animales que recibieron un año antes, cuando entraron al programa.
Como cada año, el encuentro de todos los campesinos y campesinas que participan de los proyectos animados por U Yits Ka’an, fue una fiesta de fraternidad. En varias ocasiones, en este mismo espacio, he declarado mi orgullo por colaborar, así sea mínimamente, en este proyecto ecológico de educación y producción comunitaria que, junto con otras iniciativas del mismo tipo, terminarán, estoy convencido, por cambiar, tarde o temprano, el panorama de la agricultura local.
Quiero referirme en esta ocasión, al momento de reflexión científica que le dio a esta clausura/apertura de cursos una significación particular. Estuvo con nosotros el Maestro en Ciencias Ángel Polanco Rodríguez, del Departamento de Medicina Social y Salud Pública del Instituto de Investigaciones Regionales Hideyo Noguchi, de la Universidad Autónoma de Yucatán. Vino a compartir con más de un centenar de campesinos y campesinas los resultados del trabajo de investigación que realizó en 18 municipios del sur del estado, considerados entre los de más alta incidencia en cáncer de mama y cáncer cervico-uterino. El título de la ponencia fue: Riesgos por contaminantes orgánicos persistentes (Cops) -pesticidas organoclorados- y su relación a canceres en municipios de alta prevalencia en Yucatán, México.
Puede ser que me equivoque, pero creo que éste es el primer trabajo científico que, bajo una rigurosa metodología de investigación, ha demostrado la relación causal que existe en la península entre el uso de ciertas sustancias usadas en la agricultura convencional, que usa pesticidas químicos de diversa índole, con la prevalencia de distintos tipos de cáncer. Y no es éste un asunto menor.
Como sabemos, una buena parte de los “apoyos” que otorgan las dependencias gubernamentales de todo signo a los campesinos y campesinas del país, están atados a la recepción de fertilizantes químicos. Las favorecidas son, desde luego, las compañías que producen este tipo de venenos. Los desfavorecidos, ahora lo sabemos, somos todos los que vivimos en ese entorno o consumimos productos que han sido cultivados con estos implementos o tomamos agua contaminada por las abundantes sustancias venenosas que en ella se dispersan.
La presentación del M.C. Polanco Rodríguez nos llevó a dar un paseo por los principales municipios del sur del estado, los mayores productores, por cierto, de la fruta y verdura nativa que en Yucatán consumimos. Un Atlas de fotografías satelitales da cuenta de lo exhaustivo de la muestra y lo contundente de sus resultados. Nadie puede ahora argumentar la inocuidad del uso de pesticidas químicos en la agricultura. El presentador, también candidato al doctorado, continuará el estudio centrándose ahora en el manto freático, de manera especial, en los niveles de contaminación de los cenotes yucatecos. Los resultados, podemos imaginarnos por adelantado, serán igualmente contundentes y aterradores.
La promoción del tipo de agricultura que usa pesticidas químicos es un muy buen negocio para las empresas transnacionales que los producen y, si escarbamos un poquito en ese pozo de corrupción eufemísticamente llamado gobierno, seguramente también para muchos funcionarios y funcionarias de distintas entidades gubernamentales relacionadas con el campo. Sólo que ese enriquecimiento va dejando tras de sí una estela de muerte en el campo yucateco.
La exposición fue esclarecedora. Sus resultados, apabullantes. Qué bueno que los gobiernos se preocupen porque haya más y mejores hospitales. ¿No sería hora de que se preocuparan también por dejar de fabricar a los enfermos que los ocuparán a través de sus erradas políticas agropecuarias? Si se compara el dinero público que se invierte en la compra y entrega obligatoria de pesticidas químicos a los campesinos y campesinas, con lo que se invierte en la promoción de una agricultura sana, sustentable, orgánica, se daría uno cuenta de a favor de quiénes gobiernan los que gobiernan. Y todavía se atreven a pedirnos que votemos por ellos en las próximas elecciones…
Ya deberíamos estar acostumbrados. Los gobiernos siempre mienten. Su trabajo es mentir. En ocasiones lo hacen “limpiamente”, sin que haya nadie que se dé cuenta hasta muchos años después. En otras ocasiones, construyen alambicadas mentiras, como cuando, argumentado la división de poderes, el gobierno federal traicionó los acuerdos de san Andrés, que había anteriormente firmado, alentando en lo oscurito y no tan oscurito, una iniciativa de ley que constituyó una contra-reforma. A pesar de la bizarra explicación con la que el gobierno federal intentó justificar su perversa actuación, los gobiernos de Zedillo y Fox llevan tatuado en la frente el mote de traidores. Otras veces, como la que ahora nos ocupa, la traición es tan burda que uno no entiende como no se le cae la cara de vergüenza al Secretario de Gobernación y cómo se puede, impunemente, hablar de una “reforma” del irremediablemente corrompido Instituto Nacional de Migración.
La historia es conocida para los pacientes lectores y lectoras de esta columna. El 23 de agosto de 2011 el pueblo guatemalteco Nueva Esperanza fue desalojado por la fuerza del territorio que ocupaban por comandos del Ejército guatemalteco, quienes quemaron las casas, destruyeron las plantaciones y obligaron a cientos de familias a huir para salvar sus vidas. Situados en la franja fronteriza, los pobladores de Nueva Esperanza, expulsados de su tierra, atravesaron la frontera con México y se establecieron en las cercanías del poblado Nuevo Progreso, municipio de Tenosique, a pocos metros de la línea fronteriza.
Expulsados de su país por el Ejército, los pobladores de Nueva Esperanza permanecieron más de dos meses sin ningún tipo de ayuda por parte del gobierno mexicano, que incumplió así los deberes humanitarios a los que está obligado por los convenios internacionales que ha firmado. La única ayuda que los desplazados recibieron fue la que pudo proporcionarles el Centro de Derechos Humanos del Usumacinta y “La 72 Casa – Refugio para personas migrantes”, ambas organizaciones presididas por Fray Tomás González OFM. .
El drama de más de 300 personas, entre las cuales más de un centenar eran niños, niñas y adolescentes, permaneció desconocido para casi todo el país en esa olvidada frontera hasta que una Misión de Observación, en la que participación de más de una decena de organizaciones de la sociedad civil, realizó una visita in situ para constatar y hacer pública la situación de este pueblo desplazado. El informe de la Misión de Observación puede verse en el portal del equipo Indignación (www.indignacion.org.mx). Dicha visita desató una serie de acciones que evidenciaron el incumplimiento de los deberes humanitarios a que estaba obligado el gobierno mexicano e hicieron notoria la falta de voluntad del gobierno guatemalteco para ofrecer una salida negociada a la población desplazada.
En medio de esta especie de limbo, sobreviviendo en muy precarias condiciones, expulsados de su tierra y sin recibir ningún tipo de ayuda de parte del gobierno mexicano, los desplazados iniciaron un proceso de negociación con el gobierno guatemalteco para un eventual retorno a su país en condiciones dignas. Por su parte, las organizaciones civiles se entrevistaron con René Zenteno, subsecretario de Migración, con Salvador Beltrán del Río, Comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM) y con funcionarios de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) para exigir el respeto a los derechos humanos de las personas desplazadas. Apenas el pasado 4 de enero las personas desplazadas hicieron saber formalmente al gobierno mexicano, vía la Secretaría de Gobernación, que no deseaban regresar por el momento a Guatemala, sino que preferían esperar en el lugar donde estaban ubicados los resultados de su proceso de negociación con el gobierno guatemalteco. En dicha reunión, los representantes del gobierno mexicano manifestaron que quedarían a la espera de dichos acuerdos.
De manera sorpresiva, traicionando su palabra, el día 9 de enero de 2012, entre cinco y seis de la mañana, amparados todavía por la semipenumbra del amanecer, elementos de la Policía Federal, Ministerios Públicos de la Federación y Policías Municipales, encabezados por el Subdelegado Regional del INM, llegaron en patrullas y camiones y procedieron a desmantelar con lujo de violencia el campamento de los desplazados. El violento desalojo incluyó la detención de niños y niñas usados como señuelo para que sus padres aceptaran entregarse. Y después dicen que los desalmados son los del otro crimen organizado…
Como resultado de la artera acción del gobierno mexicano, hay 71 personas recluidas en la estación migratoria de Tapachula esperando su deportación, una persona de nacionalidad española cuyo paradero se desconoce, y dos guatemaltecos, detenidos e incomunicados en la Agencia del Ministerio Público Federal de Tenosique, bajo el “delito” de ser considerados líderes de la población desplazada. Y luego dicen que los agentes del orden respetan los derechos humanos…
La versión gubernamental del desalojo “pacífico” se ha hecho pública a través de un periodista, que se ostenta como corresponsal de cinco medios de comunicación, entre ellos el periódico Milenio Tabasco, y que reproduce sin el más mínimo asomo de crítica las razones de quienes perpetraron el desalojo. Esta versión puede verse en jorgerivero.wordpress.com/2012/01/09. Por cierto, el periodista, muy celoso él de la libertad de expresión e información, amenaza desde sus primeros renglones con demandar a quien reproduzca el texto que le fue entregado por quién sabe qué funcionario y que servilmente transcribe.
La versión de las organizaciones de la sociedad civil que, desde la Misión Civil de Observación, han seguido de cerca los procesos de negociación, puede encontrarse en el portal de la red de organismos civiles de derechos humanos Todos los derechos para todas y todos (www.redtdt.org.mx) bajo el rubro de “acciones urgentes”. En ese mismo portal se puede firmar la acción urgente dirigida al Presidente de la República, al Secretario de Gobernación, al presidente de la CNDH y al Comisionado del INM, entre otros funcionarios públicos, exigiendo que se abstengan de repatriar a los desplazados en tanto el proceso de negociación con el gobierno guatemalteco no termine y ofrecer las garantías de un trato digno y respetuoso para la población desplazada.
La traición del gobierno mexicano, que sostiene una posición en las reuniones con las organizaciones civiles y, de manera artera, ejecuta acciones violatorias de los derechos humanos que desdicen los compromisos asumidos, es una muestra más de la calaña de camarilla que nos des-gobierna, una razón más para aumentar el descrédito del proceso electoral que se avecina y un motivo para continuar construyendo, desde abajo, la alternativa que este país necesita para refundarse y reconstruirse.
Colofón: Para mayor abundamiento, reproduzco aquí la carta enviada por Fray Tomás González OFM, testigo de primer orden del forzado desalojo de los desplazados:
Estimadas, estimados…
Un doloroso abrazo…
Estamos llenos de rabia, de coraje, de impotencia… Las y los desplazados que encontramos hoy están llorando…
Les contamos…
Hoy, aproximadamente a las 6 de la mañana llegó la Policía Federal y el INM, eran como 300 elementos, uniformados y vestidos de civil. Iban acompañados de autobuses de transporte y camiones grandes de carga. Uno de los encargados del operativo fue el Subdelegado del INM en Tabasco, Erick Gutiérrez Cosío.
Empezaron a forzarlos para subirlos a los autobuses, a los hombres los sometieron con violencia, otra estrategia fue atrapar a los niños para que sus papás o mamás se entregaran. La Policía Federal cercó la comunidad, muchos escaparon. Esto significa que la Policía Federal incursionó en territorio guatemalteco para «atrapar» a los que escapaban.
Otros elementos, empezaron a destruir las cabañas donde estaban y junto con todas sus pertenencias las subían a los camiones de carga, entre las cosas que subían había maíz y frijol cosechado por la comunidad.
Algunas personas de la comunidad le indicaron a Erick Gutiérrez Cosío, Subdelegado regional en Tabasco, que irían a Tenosique a buscarme, él les dijo que yo los estaba engañando, las personas testimonian que el Subdelegado se reía de ellos, diciendo que el camino estaba bloqueado y no me dejarían pasar.
Antes, dos representantes de la comunidad, venían a verme a Tenosique, pues nos trasladaríamos a El Ceibo hoy por víveres que consiguió la Iglesia de Petén. Antes de llegar a Tenosique la PGR los detuvo y los trasladó a su delegación en Tenosique, donde dice el delegado que estaban en calidad de presentados. Cuando hablamos, nos dijeron que ya habían sido trasladados a la Estación de Migración en Tenosique.
Hay varios diarios al servicio del Estado que están informando que el desalojo fue pacífico y que la gente se entregaba. Esto es mentira. Tenemos los testimonios grabados de las personas y de los que quedaron.
Seguimos en comunicación.
Tomás
La llegada del año nuevo me tiene paralizado. No es solamente el estupor semanal ante la página en blanco. No, no. Es una parálisis que encuentra su origen en la revisión que he intentado hacer del año que termina. Un breve repaso por el calendario de 2011 me ha dejado sin palabras: ha habido mucha sangre y mucha muerte, mucha pobreza y mucho despilfarro público, muchas batallas y pocas victorias. Como nunca antes, este año abre ante mí un panorama desesperanzador.
2011 ha sido la fiesta de la desvergüenza. Y no me refiero solamente a Yucatán y México. Han desfilado por las pantallas de todo el mundo la usura de los bancos y los banqueros, los defraudadores de todos los gobiernos, incluidos aquellos que, considerados del primer mundo, se sentían a salvo del demonio de la corrupción y el latrocinio. Si la indignación, ese producto hoy tan fácilmente exportable, ha acabado por extenderse a todas las plazas del mundo, es porque los amos del poder y del dinero andan desnudos y no se han dado cuenta. Algunos, como nuestro local gobierno, hasta piensan y creen que la historia los recordará como los mejores. ¡Vaya ceguera!
La verdad es que uno desearía, ante tanta maldad y estulticia juntas, que las catastróficas predicciones que los canales “más serios” de la televisión privada globalizada atribuyen a las profecías mayas del fin de la cuenta larga, fueran verdaderas. Pero me temo que el fin del mundo no esté tan cerca como Discovery Channel nos anuncia. El deterioro del ecosistema, lo irreversible del cambio climático, la extinción de muchas especies benéficas, el arrasamiento humano que, inmisericorde, convierte en desiertos los bosques y las playas en espectáculos turísticos, todo ello terminará por hacer que el fin del mundo deje de ser una antigua profecía por cumplirse. Es cierto. Y será más pronto de lo que imaginamos.
Pero estoy seguro que la humanidad verá el alba del 1 de enero de 2013. Y solamente por eso, porque mientras haya tiempo –aunque sea corto– hay que hacer algo porque la inevitable catástrofe nos alcance luchando, es que decido llenar mis pulmones de esperanza.
No es solamente un fatuo deseo de fin de año. Mi mirada hacia atrás, recorriendo el 2011, se afina. Y junto a las señas de la decadencia política y económica que nos envuelve, puedo mirar también algunos signos de esperanza.
Hay, sí, transnacionales que depredan nuestros pueblos, nos esquilman y producen hambre y muerte por donde pasan; capitales golondrinos que solamente conjugan el verbo saquear. Pero también hay también cientos, miles de hombres y mujeres que comparten y arriesgan su vida al lado de los más pobres, para favorecer su organización y sus luchas. Personas solidarias y pobres, que unidas a otras personas pobres, se plantan con dignidad frente a los poderosos, los combaten o los desdeñan (que no es lo mismo, pero es igual) y comienzan a construir alternativas más equitativas de humana coexistencia.
Hay, sí, una cultura del consumismo desenfrenado, del úsalo y tíralo, de la ganancia con el menor esfuerzo, que envilece la conciencia de nuestros jóvenes. Pero hay también, abre los ojos y míralos en todas partes, muchachos y muchachas que se atreven a vestir distinto, a pensar distinto, a comer distinto, que vuelven a suspirar por el campo y por el cuidado de la tierra, que renuncian a la ropa de marca y al último grito de la moda en celulares (entre otras cosas, porque no tienen dinero para comprarlos… y eso, a veces, es una bendición).
Hay, sí, políticos corruptos que saben gobernar solo para los ricos y a favor de sus propios intereses; muros de todo tipo que se erigen entre los países para convertir en parias a los que salen de sus fronteras en busca de pan y sustento; hay personas que hacen de la discriminación su vestido diario, y rechazan lo mismo a ancianos que a migrantes, a gueis que a mujeres, a indígenas que a extranjeros. Pero existe también, y eso salva nuestro honor como especie, el zapatismo, las personas y grupos que trabajan por los derechos de los migrantes, comunidades indígenas tercas en la preservación de su identidad y de su autonomía, aguerridos luchadores a favor de todas las diversidades, hombres y mujeres que se agrupan para no olvidar a los muertos y, en honor a su recuerdo, dar la batalla contra esta guerra absurda que no nos conduce a ningún lado.
Hay, sí, jerarcas de todas las religiones que viven rodeados de lujos, promotores de machistas teologías, que –ignorantes de la etimología– confunden antropocentrismo con androcentrismo y se sienten con derecho de apelar a divinas tradiciones para excluir de la mesa de las decisiones a la mitad más valiosa de sus iglesias; cristianos y cristianas más interesados en la conservación de la feligresía que en el anuncio del Reino de Dios. Pero hay también, aunque vivan en las catacumbas, hombres y mujeres que creen en la fuerza liberadora de la espiritualidad, que se niegan a que la fuerza del Espíritu, ese soplo divino que anima todas las religiones, se vea ahogado por las burocracias eclesiásticas: que confiesan que Dios, ese Misterio innombrable, es siempre el defensor de los pequeños y el refugio de los desvalidos;
Porque habrá, estoy seguro, 2013, por esos 365 días que vienen y que acaso sean los últimos que yo vea, no bajaré la guardia ni permitiré que la debacle llegue antes de tiempo debido a mi indiferencia, a mi desánimo, a mis brazos cruzados e inútiles. Indignación, la Escuela de Maní, el Oasis de san Juan de Dios, la capilla de san José Obrero, este espacio cibernético, seguirán siendo las sedes de mi rebeldía, de una inconformidad, espero, cada día más evangélica. Por estos 365 días que comienzan a correr como promesas, me propongo seguir, una vez más y con vigor renovado, las huellas del pobre de Nazaret, aunque no sepa a dónde terminen llevándome.
Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad
Diego Facundo Sánchez Campoo es un entrañable amigo argentino, cristiano a carta cabal, lo que quiere decir también, aunque suene tautológico, revolucionario y anticapitalista. Diego, a quien cariñosamente llamamos Yiyo, ha escrito recientemente un cuento que parafrasea el texto de los caminantes de Emaús de Lucas 24,13-35. Me pareció un buen regalo navideño para ofrecerles a ustedes, pacientes lectores y lectoras de esta columna que me han honrado con su lectura durante este año 2011.
La próxima semana, ya año nuevo, nos veremos en esta página. Ojalá sigan premiándome con su atención durante el año que comienza.
Por el doble camino de Emaús
Lucas 24,13-35
Diego SÁNCHEZ CAMPOO
Aquel día de enero, caminaba con mi compañera por las calles de Cochabamba. Estábamos de vacaciones y nuestra intención era llegar hasta La Higuera. Era la tercera vez que pisaba suelo boliviano y sin embargo… por diversos motivos, nunca había podido llegar hasta el sagrado calvario latinoamericano. Hablábamos de todo lo que ocurría en nuestro continente en aquellos difíciles años en donde la guerra de guerrillas parecía el único camino para derrotar tiranías más que ‘evidentes y prolongadas’ y para sacar de la miseria y la explotación a los pueblos y a su gente. Recordábamos también a aquel hombre, que habiendo conocido la gloria, dejó tierra y familia, casa y arado…para emprender una vez más el dificultoso camino de la revolución. Finalmente y con dolor, pensábamos como habría sido el momento de tan vil asesinato… momento en donde semejante hombre hacía de su propia vida la ofrenda final.
Queríamos estar allí, respirando el aire de esa escuelita que había sido testigo de ese viernes santo de pasión y de muerte. Teníamos poco tiempo y triste fue la noticia de enterarnos que las intensas lluvias de verano habían bloqueado el camino. Nos miramos y caímos en la cuenta de que no habría próxima estación. Quedamos entristecidos. Resignados, decidimos salir a conocer la ciudad antes de emprender el regreso.
La experiencia mística es el culmen de cualquier fe religiosa. Todas las religiones de tradición histórica larga, secular, cuentan con místicos y místicas. Es curioso observar cómo, en este campo, tradiciones religiosas lejanas en la geografía y en el origen, tienen admirables coincidencias. Bajo distintos nombres: iluminación, encarnación mística, samadhi, santidad… todas las religiones reconocen aquellas experiencias de contacto con el Misterio que son capaces de transformar la vida de las personas y hacerlas una sola cosa con el objeto de su contemplación o meditación.
La tradición cristiana cuenta con numerosos místicos en su milenaria historia. Algunos de ellos son mundialmente conocidos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Teresa de Lisieux, Charles de Foucauld, debido a que no solamente han alcanzado la iluminación o santidad, sino han tenido la capacidad de hacer una escuela de pensamiento y oración, de manera que su experiencia es seguida por muchos seguidores y seguidoras de su camino espiritual.
Una semejanza entre todas las tradiciones místicas de distinto origen religioso es la inefabilidad de la experiencia mística. Se recurre, para trasmitir lo experimentado, a lenguajes simbólicos. En la literatura judía, las teofanías contadas en la Biblia traslucen experiencias místicas que, de otra manera, no conoceríamos y no alcanzaríamos comprender.
Señora y Niña mía, la más preciosa de mis hijas, venerado capullo de liberación, Santa María de Guadalupe.
Junto con miles, millones de personas en México y en todo el mundo, celebramos hoy un aniversario más de tus apariciones en el Tepeyac, cuando, en medio del desconcierto de la invasión española, con su carga de sangre y muerte, viniste a dejar claro que Dios, el Padre lleno de misericordia, está siempre de parte de las víctimas y nunca de los victimarios.
Por eso vestiste tu piel del color de la tierra, el color de los habitantes originarios, los verdaderos dueños de estas tierras, y por eso hablaste la lengua de uno de los pueblos que poblaban Mesoamérica, para que los invasores no se confundieran y supieran de una vez por todas de qué lado estaba la madre del verdadero Dios por quien se vive.
Señora y Niña mía, tu presencia fue buena noticia para los abuelos de nuestros abuelos, fue bálsamo de consuelo en medio de la matanza, tierna confirmación de la predicación de los pocos frailes que anunciaban el evangelio y denunciaban a los encomenderos.
Y cuando escogiste a Juan Diego, digno representante del pueblo náhuatl, como tu mensajero y, ante su negativa, parecida a la negativa de Isaías y Jeremías, insististe en que debería ser él tu digno embajador a pesar de sus reticencias (“soy cola, madrecita, escalera, pluma… envía a alguien a quien le hagan caso, no a mí”…), nos diste otra de tus evangélicas lecciones: ¿quién podría imaginar que, tras varios intentos, habrías de lograr lo impensable, que un obispo, español y blanco, se arrodillara ante un indio cuando éste, derramando en el suelo las rosas de la prueba, dejara al descubierto tu retrato en su ayate? ¿Qué mejor manera había de que se cumpliera en este continente, aquel grito alborozado que pronunciaste en otra aldea pequeña, ésta situada en Palestina, cuando proclamaste que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los pobres?
Hace un mes, noviembre de 20011, se celebró el XXI Encuentro Ecuménico de Teología India Mayense en el pueblo de Bachajón, Chiapas. En homenaje a un movimiento eclesial que tanto ha contribuido a los procesos de autonomía en la región chiapaneca, transcribo aquí una reflexión leída en enero de 2004 en la Facultad de Antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Mucho ha llovido desde 2004. El movimiento zapatista se mantiene hoy, a pesar de todo, especialmente a partir de la compleja experiencia de las Juntas de Buen Gobierno, como referente de un nuevo tipo de relación entre los pueblos indios y el Estado Mexicano, en un ejercicio de autonomía que decidieron llevar a la práctica ante la cerrazón y traición de los Acuerdos de San Andrés. La Teología India Mayense, por su parte, continúa su trabajo de reflexión y alimenta la práctica liberadora de muchas comunidades mayas. Debido a que comparten parecidos horizontes utópicos, esta reflexión trataba de subrayar los vasos comunicantes entre las dos experiencias. No sé cuánto conserve de validez el análisis, pero quiero compartirlo con ustedes.
1. Una vinculación dicha en voz baja… y no tan baja
Era 31 de diciembre de 1994 y Roger Gutiérrez Díaz se encontraba en San Cristóbal de Las Casas. Había ido allá para recibir el Año Nuevo en un lugar en el que no hubiera el calor que estaba haciendo en Mérida. San Cristóbal de Las Casas le subyugaba y no era un secreto para nadie que, en aquellos momentos, todo Chiapas era un polvorín.
La entrada de los insurgentes zapatistas a la ciudad lo cogió por sorpresa. Su olfato periodístico se aguzó con el olor de la pólvora y logró ser el primer mexicano, yucateco para más señas, en arrancarle una entrevista a quien se convertiría en los años venideros en uno de los iconos más significativos de la historia reciente de Chiapas y de México: el subcomandante Marcos.
La entrevista, realizada el 1 de enero de 1994 a las 19.30 horas, fue publicada en el periódico La Jornada el martes 4 de enero. Después de un corto intercambio en el que las preguntas versaron sobre la identidad del encapuchado, Roger le lanzó la pregunta a boca de jarro: “¿Tienen ustedes alguna relación con la teología de la liberación?” La respuesta del subcomandante surgió en medio de una desparpajada risa: “No, nosotros nos liberamos pero sin teología… Tenemos entre nuestra gente tanto evangélicos como católicos, ateos, brujos, etc., lo de brujos no es broma. Son los brujos chiapanecos”. La jocosidad de la respuesta hizo que el entrevistador escribiera a renglón seguido: “Constantemente bromea como si no estuviese su vida en grave peligro (1)”.
Roger Gutiérrez no estaba solo en aquella suposición. La diócesis de san Cristóbal de Las Casas, a través de su Comisión de Prensa, había tenido que desmentir públicamente imputaciones que el gobierno de Chiapas había hecho en el sentido de que algunos sacerdotes católicos de la teología de la liberación y sus diáconos se habían vinculado a este grupo armado y le facilitaban apoyo con el sistema de radiocomunicación de la diócesis de San Cristóbal. La respuesta de la diócesis fue inmediata: “Ni ahora, ni antes, ni en ningún momento, la diócesis de San Cristóbal de Las Casas ha promovido entre los campesinos indígenas el uso de la violencia como medio para solucionar sus demandas sociales y humanas ancestrales. Menos todavía ha mantenido ningún tipo de relación operacional y mucho menos institucional con esas agrupaciones armadas que propugnan una solución violenta. La diócesis de San Cristóbal ni siquiera cuenta con un equipo de radiocomunicación” (2).
He tenido la oportunidad, ya desde hace más de diez años, de venir acompañando al Oasis de san Juan de Dios en su encomiable trabajo a favor de las personas afectadas por el VIH/SIDA. Eso me ha permitido ser testigo de grandes avances en relación con el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, pero sobre todo de la denodada lucha de muchas organizaciones de la sociedad civil que, a veces heroicamente, han dado la batalla para la consecución del acceso universal a los tratamientos y han acompañado a cientos de personas que se han visto afectadas directa o indirectamente por esta pandemia que lleva ya más de treinta años establecida entre nosotros.
He visto también, es preciso reconocerlo, avances en las políticas públicas respecto al VIH/SIDA. De hospitales públicos que echaban a los enfermos a la calle hasta contar ahora con acceso a medicamentos y con clínicas especializadas para el tratamiento. Algunas cosas permanecen, sin embargo, como lastres que se arrastran en el tiempo: el estigma y la discriminación contra las personas que viven con VIH, el reforzamiento de este estigma con argumentaciones pseudo religiosas, el descuido asesino del Estado en materia de prevención, lo que obstaculiza la erradicación de la pandemia, etc.
El 1 de diciembre se celebra el “Día Mundial de Lucha contra el Sida”. En ocasión de esta efeméride quiero compartir con los pacientes lectores y lectoras de esta columna, los que, en mi experiencia, considero algunos de los principales pendientes en el combate contra la enfermedad.
Hay asuntos menores, que no suelo tratar en estas colaboraciones semanales. Esta vez haré una excepción y trataré de explicar porqué lo hago. He encontrado una práctica en las celebraciones eucarísticas, cada vez más extendida, que me molesta mucho. Al terminar el Padre Nuestro, mientras la asamblea se prepara para la comunión, los ministros se dirigen al Sagrario para traer las hostias consagradas que completarán el pan que se ha consagrado en la celebración. He aquí que, en algunos lugares, el acólito suena las campanas para acompañar al ministro desde el Sagrario hasta el altar. Lo mismo hace cuando el pan consagrado sobrante en la celebración regresa al Sagrario.
El tinitineo inmisericorde de esas campanillas me exaspera, debo reconocerlo. Las campanas no tienen, en ese momento, sentido alguno. El presbítero que adoctrina a sus acólitos para que suenen así las campanas probablemente piense que el sonido que éstas producen es una muestra de respeto al Santísimo Sacramento. Como se ve, hasta la ignorancia puede ser piadosa. La escena resultaría cómica de no ser tan chocante: el pan recién consagrado en el altar, por dogmática definición Jesucristo mismo presente en cuerpo, sangre alma y divinidad, le tiene sin cuidado al celebrante que, muy ufano, concede al Santísimo conservado en el Sagrario una dignidad mayor que al que está sobre la mesa del altar, como si fueran dos cosas distintas.
No sé qué enseñarán los profesores de liturgia en estos días en el curso sobre la Eucaristía. Supongo que su teología litúrgica continúa siendo postconciliar. Pero, supongamos que no fuera así, y la vuelta al latín deslumbrara a algunos profesores, de todas formas hay una buena manera de distinguir la corrección de un gesto litúrgico, con un método que nos enseñaban en mis tiempos de seminario y que sigue siendo válido, aunque solo sea por aplicación del principio de autoridad: ver cómo funciona ese signo en una celebración presidida por el Papa, modelo por antonomasia de corrección litúrgica. Tómense la molestia, pues, de ver una misa televisada el Papa (los que están en Roma podrán, claro, verla en vivo) y se darán cuenta de la sobriedad con la que se realiza el traslado de las hostias consagradas del sagrario al altar y su regreso: ¡nadie la nota! Y así debe ser, para no romper el ritmo de la celebración y sus tiempos de reflexión y silencio.
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