(Inspirados en La Noche de Fuego, de Tatiana Huezo, 2021)
1. Ana Joaquina yace tirada en el suelo. No hay nada que pueda consolarla. Desde que María manchó los pantalones de rojo en la escuela, Ana Joaquina supo que el destino de su hija María estaba sellado. Ahora trae a la memoria, entre sollozos, las largas noches en que la tuvo en sus brazos cuando chiquita. Recuerda sus enfermedades, el llanto por su primer corte de pelo, su gusto por los deportes de varones. Ahora María ya no está. Ana Joaquina siente el dolor de los golpes que le propinaron los malosos para que la soltara. Pero nada es comparable con el dolor de su alma. María tenía apenas 13 años.
2. María fue siempre una niña muy despierta. Pronto se dio cuenta de lo difícil que es ser mujer en la tierra caliente michoacana. “Nomás esperan que tengan la primera regla y, como por arte de magia, como si lo leyeran en las estrellas, esos cabrones llegan y se las llevan… pinches narcos, nos joden la vida…”, escuchó María que su tía Cleofás le decía a su mamá, “…qué bueno que a María le falta todavía harto”. A los seis años, María ya sabía cuál era el futuro que le esperaba. Por eso aprendió de memoria los escondites que Ana Joaquina le preparó: “si estamos en la casa, escóndete en el tapanco que está debajo de la cama, si estamos en el patio, corre al establo y enciérrate en la bodega…”. Cuando María hizo botar la pelota, desoyendo a Ana Joaquina, ésta la jaló del brazo: “deja de jugar, chamaca, y escucha bien a tu madre, que de esto depende tu vida…”
3. Pepe conoció a María cuando entró al quinto año de primaria. Había llegado de su tierra, Badiraguato, para vivir en casa de sus tíos, después que los malosos entraron a la tienda de sus papás allá en su pueblo y los mataron a sangre fría porque no quisieron pagar su derecho de piso. Sólo ver a María hizo que todos sus fantasmas desaparecieran. Entonces, a los 14 años, supo que María era la mujer de su vida. Por eso la invitó cuando terminaron la primaria, para que fuera su pareja en el baile de clausura. Desde entonces comenzaron a verse con frecuencia. Pepe no se enojó cuando María le dijo que no podía aceptarlo de novio, porque ella pensaba crecer así, sin novio, por su cuenta, hasta que terminara una carrera. A María no le importaba que Ana Joaquina le dijera: “estás loca, chamaca, si aquí los maestros apenas si duran un año y salen volando pa’ su casa… les da harto miedo, así que ruégale a Dios que termines la primaria”. María pensaba que quería ser bióloga, no porque entendiera en qué consistía esa profesión, sino porque una vez que andaba jugando con los gusarapos del agua estancada en el patio de la escuela, el profe Juan le dijo: “¿Podrías ser bióloga, sabes…?”. Y es que la María andaba encampanada con el profe Juan, que si estaba chulísimo, que si nunca había visto a alguien con el pelo rizado como el profe Juan, y dale y dale con el profe Juan. Pero cuando el profe Juan, como todos los demás maestros, decidió irse y solicitó su cambio para escapar de la violencia, entonces María permitió que Pepe la abrazara para consolarla y comenzó a fijarse en lo bonita que era la nariz de Pepe…
4. María dice a veces que ya no quiere ser bióloga, como le sugirió el profe Juan. Que lo que ahora quiere ser es maestra. Si algún día logra terminar la secundaria y salir del pueblo, estudiará en la Normal Rural Vasco de Quiroga, en Tiripetio, sí señor. Pepe le conversó de la otra escuela normal, la que está en Guerrero, la de Ayotzinapa: “ahí se estudia para servir a los pobres y yo siempre escucho que tú quieres ayudar a tu gente…” Pero María la ve difícil, no solamente porque Ana Joaquina no la va a dejar ir a donde masacraron a los 43, sino porque le gusta mucho Michoacán y no quisiera dejar su tierra para irse a vivir en otra parte. Su tía Isabel vive en Iguala, pero siempre que llama por teléfono cuenta lo terrible que anda la violencia por esos rumbos. “Aquí tampoco es el paraíso –comenta María a Pepe– pero no se trata de salir de Guatemala para irse a Guatepeor”. María se acuerda entonces de los apuros por los que pasó su tía Chabela. Todavía colgada del brazo de Ana Joaquina, María fue a visitar a su tía para echar la mano en lo que se necesitara cuando Chabela diera a luz. Por poco se le muere el chamaco. Ni en el IMSS ni en el ISSSTE quisieron atenderla. Solamente porque doña Simeona, la partera, se acomidió, el chamaco pudo llegar con bien al mundo. Noooo, le comenta María al Pepe, a Guerrero no voy, aunque tenga que conformarme con Tiripetio.
5. Ana Joaquina no encuentra su esquina. Hace ya cuatro meses que se llevaron a María y no sabe nada de ella. La policía del pueblo solamente le dice que andan investigando. Pero todo el pueblo sabe que, ante las chamacas que desaparecen, la policía no puede hacer nada. Van tres en este año. Y eso que el pueblo es chico. De veras que nomás esperan que les venga la regla para robárselas. El peor miedo de Ana Joaquina, la imagen que no la deja ni dormir, es que le avisen que apareció el cuerpo de María muerto en alguna barranca. Ya pasó con la Magdalena y con la Susana… Por las tardes, Ana Joaquina se sienta un rato en el sillón que tiene en la puerta que da al patio. Desde ahí mira el sol ponerse. A veces se imagina que, con el sol a sus espaldas, María aparece de repente en el horizonte. La mira correr hacia ella, con el pelo suelto al viento. Entonces, cuando María parece estar ya cerquita, la visión desaparece y Ana Joaquina se queda ahí sentada, llorando, hasta que oscurece.
6. La noticia corrió como zarigüeya en estampida: que la María apareció desmayada en las orillas del camino que lleva a Apatzingán. Desmayada, pero viva. Dicen que su mamá, la Ana Joaquina, la recogió y se la llevó a su casa. De eso hace ya dos meses. Todos compadecen a Ana Joaquina porque la alegría de reencontrar a María se empañó luego luego, al saber que estaba embarazada. ¡Qué mala pata! No es la mejor manera de traer un hijo a este mundo. Pero cuando Jezabel se acercó a Ana Joaquina para proponer llevarla con la señora de los menjurjes, Cleofás le asestó un regaño marca diablo: “¡Deja de meterte en lo que no te importa!”, le espetó Cleofás. “Si alguien tiene que decidir aquí es María, ni tú, ni Ana Joaquina. Y la chamaca ya dijo abiertamente que quiere tener al chamaco”. “Es que va a estar viendo siempre la cara de esos hijos de su madre en la cara de su hijo, ¿qué no te das cuenta?”, le reviró Jezabel. “Y eso a ti qué chingados te importa. María ya dijo que va a tener al niño y no está sola. Además, para eso y muchas cosas más le sobran ovarios. Así que lárgate con tus insinuaciones a otra parte”.
7. Pepe siente que nunca, como ahora, había estado en el sitio y el momento adecuados. “Mi lugar es aquí contigo”, le dice a María mientras con su brazo le rodea los hombros. Cuando salen de la clínica, Pepe la invita a un helado. Pepe piensa que María es una mujer gigante. Por eso no hizo caso a sus amigos cuando quisieron disuadirlo de recuperarla para estar a su lado. Ella se merece todo, les dijo, y si quiere tener al niño, yo voy a asegurarme de que la criatura tenga papá.
Pepe mira a María comer su helado y piensa en lo felices que serán cuando tengan al niño en sus brazos. Acerca su rostro al oído de María y le dice quedito: “Estaré a tu lado cuándo y dónde tú quieras, juntos levantaremos al chamaco; si la gente te cansa o el ambiente se hace irrespirable, pues nos vamos un tiempo y nos llevamos a Ana Joaquina a donde tú quieras, al norte o a Yucatán. Es hora de que vivamos sin miedo y sin vergüenza. Y tú cumplirás tu deseo de ser maestra, que para eso voy a rajarme yo el cuero”. María le pide a Pepe que la acompañe a la iglesia, antes de que regresen al rancho. Cuando traspasan el umbral, una bandada de pájaros se levanta del campanario y sus graznidos suenan a anuncio festivo.
La noticia, aparecida en el portal electrónico de la revista Proceso el 19 de octubre de 2021, es escueta. Apenas unas cuantas líneas. El título ya es sobrecogedor: “Veracruz: asesinan de 17 puñaladas al chef Miguel Ángel; colectivo denuncia crimen de odio”.
Miguel Ángel Sulvaran, nos cuenta la noticia, era un chef de apenas 25 años. Había dejado su ciudad natal, San Andrés Tuxtla, para venir a trabajar a Xalapa, la capital del estado. Su cadáver fue encontrado en su departamento, situado en el Centro Histórico de Xalapa. Un amigo fue quien descubrió su cuerpo, ya sin signos vitales, y dio aviso a las autoridades. El asesino le enredó la cabeza con una bolsa de plástico y le asestó 17 puñaladas. No sabemos si Miguel Ángel murió asfixiado y fue apuñalado después o viceversa. Probablemente la autopsia revele la causa física de su muerte.
La muerte de Miguel Ángel viene a sumar un nombre más a la larga lista de personas que, en razón de su orientación sexual y/o identidad de género, son salvajemente asesinadas en nuestro país. Una muestra más, profundamente dolorosa, de que la homofobia no es solamente un asunto de declaraciones en tuiter o feisbuk. O una simple discusión de principios morales. O un conflicto de visiones religiosas en pugna. Ojalá así fuera. Pero no es así. La homofobia mata. No solamente en un sentido figurado. Mata de veras. La homofobia secuestra y asesina. José Luis es el más reciente caso que nos recuerda esa verdad que tratamos de barrer, como el polvo, para esconderla debajo de la alfombra. Lo peor es que nunca solemos pensar que las víctimas tenían familias, amigos que los querían, compañeros de trabajo que los extrañan, participaban probablemente de alguna comunidad religiosa… ¡Podrían haber sido hijos o hermanos nuestros, por Dios santo!
En los archivos de la extinta Comisión Ciudadana Contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH) –de la que formaron parte líderes de opinión, algunos ya fallecidos, de la talla de Marta Lamas, Carlos Monsiváis (+), Luis Villoro (+), Teresa del Conde (+), Daniel Cazés (+), Homero Aridjis, Teresa Jardí, Miguel Concha O.P., Cristina Pacheco, por poner sólo algunos ejemplos– se encuentran los primeros datos que ofrecieron un panorama de cuán letal puede terminar siendo el prejuicio de la homofobia. Tan sólo en el último lustro del siglo XX (1995-2000), la CCCCOH documentó 213 ejecuciones contra personas homosexuales. Ahora, asómbrense: según un reporte de la Fundación Arcoiris, en este año 2021, veinte años después de ese primer recuento, contando solo hasta mayo, se habían registrado ya 87 crímenes de odio en la república mexicana, un repunte con respecto a 2020, año en que se registraron 43 asesinatos. En este año los estados mexicanos que encabezan la lista de crímenes de odio son Morelos, Veracruz, Baja California y Chihuahua.
La caracterización de los crímenes de odio tiene que ver con la forma del asesinato, que sigue un patrón bien definido: los cadáveres aparecen desnudos, con manos y/o pies atados, golpeados y con huellas de tortura y casi todos ellos apuñalados y/o estrangulados. Por otro lado, la información de las fuentes policiales suele calificar este tipo de asesinatos como “procedimientos pasionales que se dan en actos de homosexuales”. Y, aún en nuestros días –la nota de Proceso es una excepción a la regla– no son pocas las ocasiones en que la redacción de la nota en los medios suele informar que la persona asesinada es un hombre o mujer homosexual, que vivían solos y eran visitados por personas del mismo sexo, amén del prejuicio convertido en nota periodística: “individuo de costumbres raras”, y otras expresiones infamantes.
Uno se siente en un túnel del tiempo cuando lee noticias como la del asesinato de Miguel Ángel, no solo porque viene a nuestra mente el recuerdo de amigos y conocidos que han sido ultimados de esta manera, sino porque nos confronta, como un ventarrón que nos golpeara de manera súbita la cara, con la persistencia de la discriminación. Metidos a veces en sutiles discusiones, corremos el riesgo de olvidar que para muchas personas homosexuales, la homofobia es cuestión de vida o muerte. Podríamos hacer un resumen de atrocidades si comenzáramos a nombrar aquí a todas las personas homosexuales y transgénero contra los cuales se ha cometido crímenes en nombre del odio a la diversidad sexual. Pero no es éste un museo del horror. Baste decir que la extrema violencia y la saña con que muchas de las víctimas fueron ultimadas reflejan la retorcida lógica de los victimarios que no solamente tienen necesidad de infligir daño a la víctima, sino sienten la urgencia de castigarlas hasta el exterminio. Tal es el resultado de la radicalización patológica de los prejuicios que mantenemos y cultivamos.
Se ha avanzado mucho en las leyes, se me dirá. Pero la erradicación de la discriminación requiere no solamente de leyes. La discriminación es una enfermedad social, un cáncer que corroe nuestra convivencia comunitaria. A veces da la impresión que todos llevamos un discriminador en nuestro interior, que solamente espera la oportunidad para salir de su letargo y envenenar el ambiente social en el que nos desenvolvemos. La discriminación está basada en prejuicios que sostienen un trato de menosprecio a ciertos tipos de personas consideradas no sólo distintas, sino inferiores. Dichos prejuicios, desde luego, no son reconocidos como tales, sino que son adoptados por quien discrimina como si fueran verdades naturales e incuestionables. Esto es lo que se conoce como “falacia discriminatoria”, que induce a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como lo que en realidad son: una construcción cultural. Es ésta la vía por la cual la discriminación encuentra su aceptación y su legitimidad.
La mentalidad discriminatoria no sólo busca aislar o marginar a quien considera diferente, sino que, en la medida en que lo distinto parece representar una amenaza para sus propios valores y certidumbres, puede llegar al deseo de su aniquilamiento. Uno de los siete tipos de discriminación más persistentes en nuestra sociedad mexicana es la discriminación por orientación sexual. No hay práctica discriminatoria que goce de mayor impunidad social que la homofobia.
Cuando escucho a personas afirmar a la ligera que todo lo que tiene que ver con la reivindicación de los derechos de las personas homosexuales se debe a una campaña internacional de oscuras intenciones, pienso en Octavio, en Sam, ahora en Miguel Ángel… y siento que no hay mejor manera de honrar la memoria de los/as asesinados/as en crímenes de odio, que no quitar el dedo del renglón. A pesar de fuerzas –estas sí, oscuras– que quieren perpetuar la discriminación con argumentaciones filosóficas y pseudorreligiosas, no descansar hasta que éste sea un mundo en el que quepan todos los mundos.
La historia de la aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo tiene ya una larga historia. A partir del año 2000, en que los Países Bajos lo aprobaron en su legislación, cerca de 30 países lo han asumido en sus leyes y otro tanto más lo permite en algunas regiones de su territorio, como es el caso de México.
En nuestro país, son ya 22 de 32 entidades federativas las que lo han incorporado a sus legislaciones. ¿En qué estados de la república pueden contraer matrimonio civil dos personas del mismo sexo? En orden de aprobación son los siguientes: CDMX, Quintana Roo, Coahuila, Nayarit, Campeche, Colima, Michoacán, Morelos, San Luis Potosí, Hidalgo, Baja California Sur, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Sinaloa, Baja California, Chihuahua, Jalisco, Chiapas, Nuevo León y Aguascalientes. Yucatán es el más reciente estado en realizar el cambio legislativo.
¿Cómo interpretar esta realidad? ¿Cuáles son las razones que se esconden detrás de esta aparentemente irrefrenable marcha de las personas de la diversidad sexual hacia la igualdad de derechos y obligaciones con todos los demás ciudadanos y ciudadanas del planeta? ¿Por qué tantos organismos internacionales caminan en esa dirección?
Ante esta situación, se libra una ruidosa batalla entre las posiciones más extremas, tanto a la derecha como a la izquierda. Uno puede encontrarse en la red, opinadores que, sin ofrecer argumento alguno, juzgan las expresiones que provienen de las iglesias que se oponen como trasnochadas, fuera de época, sin sustento. Del lado opuesto están quienes apelan a la teoría del complot, según los cuales todo lo que sucede obedece a un plan detallado que persigue la destrucción de la familia y de los fundamentos de la sociedad occidental. Las acusaciones van y vienen, muchas veces sin argumentación sensata que las sustente, entre el lobby gay, que apostaría, según sus opositores, a la destrucción de la diferenciación sexual y que promovería la promiscuidad, y el lobby pro vida para quienes, también según sus opositores, la misma propuesta del uso del condón como medio de prevención del VIH/SIDA sería suficiente para inscribirse entre los enemigos de la humanidad. Ambas posiciones, por irreconciliables que parezcan, se asemejan en su cerrazón radical y entorpecen el diálogo sensato entre personas que piensan diferente. Lamento decepcionar a los hambrientos de escándalo: yo no voy a montarme en ese chivo.
Tengo que admitir que también dentro de las fronteras eclesiales tenemos nuestros extremos, nuestras posiciones radicales. Por eso pienso que, para promover un sano intercambio entre posiciones diferentes, hay que partir del hecho de que, tanto en la sociedad como en la iglesia, no todos pensamos y sentimos lo mismo respecto a este tema. Y no está mal que así sea. Y creo que las descalificaciones mutuas no sirven de gran cosa: hay que construir un diálogo que privilegie la escucha de la otra parte.
Hay amplios sectores en la sociedad y en las iglesias que piensan que este avance mundial del reconocimiento de uniones entre personas del mismo sexo y la misma despenalización de la homosexualidad, no son avances sino retrocesos, muestra palpable del nivel de degradación al que ha llegado la humanidad. Quizá la muestra más radical de este pensamiento es la que sostenía (ahora, gracias a Dios, lo escuchamos cada vez menos) que el VIH/SIDA no era otra cosa sino un castigo divino destinado a limpiar el mundo de pervertidos. Muchas personas, al interior de las iglesias, piensan que estos cambios en los países se deben exclusivamente a un “lobby” realizado por grupos de homosexuales que, rijosos y manipuladores de los medios de comunicación, van imponiendo sus agendas, aceitadas con inversiones multimillonarias, a una sociedad inerme, que no encuentra políticos capaces de defender las verdades tradicionales. Y seríamos demasiado simplistas si lo único que hiciéramos es decir que todas las personas que así piensan son unas retrógradas, sin tratar de comprender cuál es el punto de vista que los lleva a emitir declaraciones de este tipo.
Pero el mismo tiempo hay que reconocer, sin satanizar, que existen dentro de la iglesia, personas que piensan que la emergencia de la homosexualidad no es solo un dato anecdótico, sino que puede ser un auténtico signo de los tiempos. Muchos cristianos y cristianas van llegando a la conclusión, con el avance de la cultura de los derechos humanos, de que todas las personas, independientemente de cualquier rasgo diferencial, debe ver asegurada su posibilidad de vida plena y que una vida que pueda llamarse digna debe estar ajena a la exclusión, a la marginación y a la desigualdad. Ellos/as piensan, lo que llama más la atención, que ¡esto tiene mucho que ver con su fe religiosa y que bien podría ser calificado como una bendición! Y es que esta nueva manera de ver las cosas, desde la perspectiva de los derechos humanos, no ocurre solamente en el nivel de las leyes internacionales y las decisiones de los países. Es reflejo de un cambio que se está dando en la conciencia de los individuos y las colectividades. Cada vez más personas, creyentes y no creyentes, piensan que las personas homosexuales deben ser vistas, consideradas y tratadas, como personas diferentes, pero sin que esa diferencia marque una desigualdad en su dignidad y sus derechos.
No voy, desde luego, a tratar de resolver en la dimensión de un artículo periodístico, un diferendo tan complejo. Lo que a lo largo de los años he escrito y reflexionado al respecto conformaría ya un volumen de cientos de páginas y no voy a cansarles tratando de resumirlo aquí. Quisiera, en cambio, aprovechar este momento peculiar de la vida pública yucateca, para ofrecer a mis hermanas y hermanos católicos, de un lado y del otro de la discusión, algunos argumentos que ayuden a descubrir que la aceptación legal del matrimonio civil entre personas del mismo sexo no tiene por qué representar una catástrofe. Puede ser, incluso, que descubran elementos de reflexión que no habían considerado antes.
Lo primero que quiero es subrayar el ámbito de la discusión, porque lo que queda claro para quienes participan activamente en la disputa pública no siempre es igualmente claro en la percepción de las personas de a pie. No estamos aquí hablando del sacramento del matrimonio, sino del matrimonio civil. No se trata de una aprobación religiosa de la unión entre personas del mismo sexo, sino de la protección legal a la unión entre dos personas, que incluye la relación sexo afectiva y todos sus derivados: herencia, impuestos, derecho de visita hospitalaria, cobertura de seguridad social, etc. No ofrece la ley ninguna prerrogativa especial al matrimonio que se conformará por dos varones o dos mujeres, sino garantiza solamente que todos los ciudadanos/as tengan acceso a los mismos derechos. Repito: no se trata aquí de una definición religiosa, sino de la posición que la autoridad civil ha de tomar para garantizar la igualdad de todos/as ante la ley. Y todos estamos de acuerdo en que quienes gobiernan han de gobernar para todos/as, no solamente para quienes profesan una fe determinada.
Esto me lleva al segundo punto de mi reflexión. La libertad religiosa que rige en nuestro país es un derivado del respeto al derecho al libre pensamiento y la libre creencia. Después de una cruenta lucha armada en el siglo pasado, los católicos y católicas hemos aprendido a valorar la garantía que nos ofrece un Estado que no se inmiscuye en los asuntos internos de las iglesias. Pero eso tiene también, no lo olvidemos, un viceversa. Espejémonos, si no, en el horror que se vive ahora en Afganistán. Como bien señala el dramaturgo José Ramón Enríquez: ¡Líbrenos Dios Omnipotente de las teocracias!
Otro ámbito de la libertad religiosa resulta aquí importante de subrayar. No todas las iglesias cristianas pensamos lo mismo sobre todos los temas, ni tenemos idénticas prácticas. Se tiene la idea, por ejemplo, de que las iglesias reformadas admiten personas casadas en el ministerio del pastoreo, mientras que la iglesia católica exige la opción del celibato a sus presbíteros. Pero ni siquiera esto es exacto, ya que se universaliza la experiencia de la iglesia católica de rito latino, que es la que mantiene esa práctica, pero se invisibiliza a la tradición católica oriental, no menos católica que la latina, y que mantiene en su reglamentación interna ministros célibes y ministros casados. Pues bien, este arco de diferencias en las iglesias, que no afectan su unidad sustancial de origen (la fe trinitaria, con un solo salvador, Jesucristo) se ha venido manifestando también en el campo del matrimonio. Y es que el matrimonio nunca ha sido una institución estática. Desde sus tempranos comienzos como intercambio de propiedades o como método para garantizar la paz entre naciones, hasta su reconocimiento universal como un sacramento de la iglesia en el siglo XIII y su relación intrínseca con el amor, que le fue adjudicada desde mediados del siglo XIX, la institución matrimonial ha estado siempre en estado de adaptación. Prácticas que alguna vez fueron ilegales y/o inapropiadas, incluso dentro de las iglesias, como la unión entre blancos y negros o el matrimonio de personas con discapacidad mental, ahora se admiten. ¿No será que detener la evolución de la institución matrimonial, podría significar negarle al Espíritu Santo cualquier posibilidad de ejercer influencia sobre nuestro mundo? Considero que es una reflexión que debería plantearse todo creyente. Como refiere Gamaliel en un conocido pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles: “no vaya a resultar que estemos peleando contra Dios…”
Quisiera ofrecer un último comentario, dado que esta entrega se va volviendo demasiado larga. Va éste para aquellas personas que, a pesar de todas las argumentaciones sienten que algo en su interior les impide aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo, sea por una profunda convicción personal o por el bagaje educativo que han recibido. No tienen por qué angustiarse. Los católicos/as defendemos como sagrado el derecho a la libre conciencia. Debemos seguir los dictados de nuestra conciencia, aun cuando esto implique oponerse a la política oficial. Ya lo decía con preclara firmeza Benedicto XVI: “Sólo el carácter absoluto de la conciencia es la antítesis frente a la tiranía”. (Y no quiero meterme en más líos por el momento, pero recuerdo de paso que la libertad de conciencia aplica en relación con todas las autoridades… incluyendo las religiosas).
Pues bien, el creyente no tiene por qué estar de acuerdo con todas las decisiones que se toman en el espacio civil. La ley recientemente aprobada en el congreso yucateco, digámoslo claramente, no obliga a nadie a casarse. Ningún homosexual católico/a, que seguramente los hay, queda obligado por la nueva reforma legal a contraer matrimonio civil. Lo que ni él ni ningún otro creyente puede hacer en un Estado democrático, es pretender que su creencia se vuelva ley para los demás. Invoco de nuevo el recuerdo de Afganistán.
Para un creyente, es Dios siempre quien tiene la última palabra. El Código Penal es una lista de lo que la sociedad considera hoy un delito, no un elenco de pecados. Quienes sientan que no pueden aceptar de ninguna manera el matrimonio entre personas del mismo sexo pueden hallar consuelo en que todos seremos juzgados por Dios y dejarle a Él todos los juicios. Pero incluso en este caso extremo, hay un matiz que dichos creyentes tendrían que considerar: se ha acusado tanto de manera prejuiciosa a las personas homosexuales de promiscuas (como si los antros llamados vulgarmente ‘tumbaderos’, que funcionaban antes de la pandemia en el Anillo Periférico, hubieran sido mayoritariamente homosexuales), que el hecho de que algunas de ellas opten por el matrimonio debería resultarnos significativo. Por tanto, aún alguien que se opone a la homosexualidad en general podría, sin renunciar a su lógica, ver con buenos ojos el matrimonio entre personas del mismo sexo, considerándolo un ‘mal menor’ frente a sus alternativas.
Así, deponiendo posiciones irreductibles, los cristianos/as que asumen distintas concepciones de familia, podrán seguir trabajando en la construcción de una sociedad lo más equitativa posible, como Cristo seguramente querría que hiciéramos, sin tener forzosamente que estar de acuerdo en todo y sin satanizar a quienes piensan distinto.
Nota final a propósito del lobby gay financiado por transnacionales
He sido testigo, desde aquella primera legendaria reunión del 29 de mayo de 2008, hace trece años en el restaurante Amaro, del largo proceso que desarrollaron un conjunto de organizaciones civiles en la búsqueda de una figura que permitiera el reconocimiento legal de las uniones entre personas del mismo sexo. Después de revisar críticamente las distintas figuras que hasta aquel momento habían sido aprobadas en otras entidades del país (las Sociedades de Convivencia, en el Distrito Federal y el Pacto Civil de Solidaridad, en Coahuila) y de algunas disensiones internas, terminaron optando por solicitar el reconocimiento pleno de los derechos de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio y ofrecieron públicamente las razones por las cuales habían llegado a esa decisión. No las repetiré aquí, pero cualquiera puede acceder a ellas en la memoria documental del largo proceso. Solamente menciono esto para desmentir el infundio fácil que sostiene que quienes se dedican a impulsar estos cambios lo hacen financiados por organismos internacionales de oscura intención. Lo que yo percibí es un puñado de gente generosa, que no recibía un quinto por aquel trabajo y que, más bien, ocasionaba gastos al consumir ingentes cantidades de café en sus reuniones, bebida que proveía en Amaro la siempre generosa y participativa Olguita Moguel.
Para José Zi, con afecto solidario
Nota luctuosa
Recuerdo perfectamente el día en que lo conocí. Fue en la casa de las Madres Trinitarias, en Chuburná. Indignación fue invitada a una primera conversación sobre VIH/SIDA. Sin estar seguro, pido piedad para mi maltrecha memoria, calculo que correría el año de 1993. De aquella reunión brotaría la idea del primer taller para despertar el activismo contra aquella pandemia, que se realizaría un tiempo más tarde en el Club de Patos, en el puerto de Sisal. Eran los inicios de la respuesta organizada de la sociedad civil en Yucatán contra el VIH/SIDA.
Yo era entonces un empedernido fumador. Carlos Méndez, también. Así que nos encontramos fumando a las puertas del convento en uno de los descansos. Bastó que supiera que yo era sacerdote para que me narrara toda su historia personal, el apoyo que había encontrado en las religiosas Siervas de María y su idea de conformar un albergue para las personas con VIH/SIDA. Los enfermos seguían siendo echados a la calle de los hospitales públicos y la casa de Carlos ya no era suficiente para poder albergarlos.
Ese fue el inicio de una larga y nunca interrumpida amistad. Ya párroco de Dzemul, en 1995, la vida nos unió mucho más y comencé a visitar semanalmente el albergue Oasis de san Juan de Dios de Conkal. Al lado de Carlos Méndez escuché y asistí espiritualmente a decenas de personas que iban falleciendo sin que pudiéramos evitarlo. Lo hice durante más de diez años. Bebimos muchas lágrimas y despedimos con dolor a quienes se habían convertido en buenos amigos nuestros. En ese largo tramo de tiempo vi cómo se fue convirtiendo el albergue, bajo la dirección de Carlos, siempre sabia y caótica –en inusual oxímoron–, de un lugar para bien morir, a aquello que Carlos terminó denominando elegantemente, un bio-puerto. Para lograrlo, Carlos convocó incansablemente a cuantos pudo, personas y organizaciones, para presionar al gobierno local y nacional por la cobertura de medicamentos para las personas afectadas por el VIH/SIDA y encabezó incontables luchas de las que dan testimonio hoy muchos compañeros y compañeras en sus muros de Facebook o en artículos en línea, en esta hermosa oleada de empatía y solidaridad que ha despertado su inesperada partida.
Recientemente, Carlos estuvo pendiente de mi estancia en el hospital cuando fui tratado de covid. Estábamos preparando el bautismo de su nieta, la hija de Angelito, aquel niño a quien vimos crecer en el Oasis. La inesperada muerte de Carlos me ha dejado un inconmensurable agujero de tristeza en el alma.
Alguna vez conversé con Carlos el tema que abordaré en las líneas que siguen. Le comenté si no le parecía bizarro, a él, que convirtió en realidad tantas ideas bizarras. Me dijo que tenía yo que tratar el tema y me recordó, como siempre hacía, la responsabilidad que tenía debido al peso público de mi palabra: “Lo puedo decir yo y nadie me hace caso, pero lo dices tú, Luguito, y todo mundo lo escucha”. No sé si alcance yo a explicarme del todo en este corto espacio, pero espero que desde el cielo Carlos lea estas insinuaciones y sonría al ver que estoy haciendo caso a su consejo.
Ciencia y paradigma de la sexualidad
El 15 de octubre de 2015 apareció un artículo en la revista digital Aeon, una publicación virtual australiana que comparte ideas provocadoras, venidas de pensadores de todo el mundo, en el ámbito de las ciencias, la filosofía y las artes. Escrito por David Barash, profesor emérito de la Universidad de Washington en Seattle, el artículo fue traducido al castellano por Pablo Duarte y publicado en la edición de abril de 2020 en la revista Letras Libres. El artículo se titula “Paradigmas perdidos: cómo cambia la ciencia”.
El ensayo de Barash no tiene desperdicio. Quien quiera puede disfrutarlo en https://www.letraslibres.com/mexico/revista/mexico-necesita-ciencia-ciencia-y-mas-ciencia Después de ponderar la importancia de la ciencia (“la ciencia es uno de los esfuerzos más nobles y exitosos de la humanidad, y es la mejor manera que tenemos de comprender cómo funciona el mundo…”) se plantea la cuestión que abordará a lo largo de sus páginas: cuál es la causa de la crisis de legitimidad que enfrenta hoy la ciencia y dónde se origina la desconfianza hacia la ciencia y su negación en una buena parte de la gente.
El análisis es luminoso y repasa diversos factores; No se trata sólo de la influencia de los fundamentalismos religiosos o el analfabetismo científico de quienes niegan el cambio climático o simpatizan con los clubes antivacunas. El artículo cava mucho más hondo y enfrenta un factor desatendido; cito: “La capacidad de autocorregirse es la fuente de la inmensa fuerza de la ciencia, pero en cambio al público lo desconcierta que la sabiduría científica no sea inmutable. El conocimiento científico cambia con enorme velocidad y frecuencia –como debe ser–, sin embargo, la opinión pública arrastra los pies y se niega a ser modificada una vez que queda establecida.”
Pienso que esto ocurre con los resultados de las ciencias exactas, como la física o la astronomía, y sucede aún con mayor amplitud en las ciencias sociales. Extrapolando las conclusiones del artículo de Barash, quisiera aplicarlas ahora a la sexualidad y, de manera especial, a la posición de muchas sociedades y religiones, entre ellas las cristianas, con respecto a la diversidad sexual. En el desarrollo de la comprensión científica de las cosas, advierte Barash, “el proceso acumulativo genera no solo algo más, sino también algo completamente nuevo. En ocasiones lo nuevo implica el descubrimiento literal de algo que no se conocía con anterioridad (los electrones, la relatividad, etc.). Por lo menos tan importantes, sin embargo, son las novedades conceptuales; cambios en los modos en que la gente entiende –y con frecuencia malentiende– el mundo material: sus paradigmas operativos.”
La polarización actual entre quienes tienen una visión del afecto humano y la sexualidad, limitada al esquema binario, y quienes se abren a una mayor diversidad, llega a niveles alarmantes, a veces hasta violentos, en la sociedad. En muchas de nuestras iglesias, calificamos de confusión cualquier modificación de los patrones patriarcales y nos cerramos a la posibilidad del surgimiento de un nuevo paradigma de pensamiento y de conducta, porque éste nos priva de ancestrales seguridades. Y cuando los filósofos y científicos sociales enfatizan la relatividad de muchos saberes y apuntan a la necesaria deconstrucción de muchos patrones de pensamiento, calificamos todo de relativismo y nos enconchamos en una atalaya, preparados para una defensa a muerte.
El artículo de Barash es abundante en ejemplos de cómo ideas que se consideraron como científicamente válidas en su momento han sido desde hace tiempo descartadas. No solamente las antiguas creencias de que la Tierra era plana y que el universo entero giraba en torno a ella o el paso de la alquimia a la química, sino también asuntos más recientes, como el mentís de la ciencia a la antigua creencia de que los animales no tenían ningún tipo de conciencia, confrontado con el descubrimiento de que algunos animales son capaces de hazañas intelectuales del nivel de seres humanos normales y sanos. A eso se le llama ahora “etología cognitiva”. Ya en campos más complejos y desafiantes, Barash subraya la manera como la neurobiología ha venido a desafiar la certeza cartesiana de que el ser humano estaba compuesto de dos entidades distintas, alma y cuerpo, y hace que ya no sea sostenible el concepto místico de la conciencia como algo separado de la materialidad de la persona. Lo mismo sucede con el hecho de que, después de siglos de haber considerado a los microbios como organismos esencialmente malos, sepamos ahora que algunos de ellos no solo son benignos, sino esenciales a la salud.
Es en esta misma línea, que los cambios de mentalidad con respecto a la homosexualidad chocan con tanta resistencia. A pesar de que cualquier persona que haya leído un poco sabe que la homosexualidad ha acompañado la historia de la humanidad en todos los tiempos y culturas y que es una conducta sexual que se encuentra incluso en muchas especies animales, la resistencia a dejar ir el paradigma binario puede ser muy fuerte. Por eso no es casual que los grupos que celebran la diversidad sexual como algo positivo y no como el acabóse de la civilización, hayan escogido el 17 de mayo como día de lucha contra la homofobia, justamente la fecha en que la homosexualidad fue retirada de la lista de enfermedades mentales. La patologización de la diversidad sexual terminó revelándose como una máscara de la discriminación.
No se trata, pues, de deshacer todas nuestras costumbres y formas de pensar, sino de revisarlas a partir de una visión nueva de la sexualidad. En este sentido es que se revela el acierto de algunas organizaciones civiles que luchan a favor de la diversidad sexual cuando llaman a defender “a todas las familias”, para desmontar así la falacia de que la diversidad sexual es una amenaza contra la familia heteronormativa, o cuando abogan por el matrimonio –una institución que desde los años sesentas del siglo pasado había sido calificada como en decadencia– entre personas del mismo sexo.
Termino este ya farragoso y extenso artículo, anotando dos consejos de David Barash. No los ofrece él en relación con la diversidad sexual, que no es el tópico de su espléndido artículo, sino hablando de la ciencia en general. Pero los avezados lectores y lectoras de esta columna podrán descubrir la importancia de estos dos consejos para el tema que he tratado de pergeñar en estas líneas:
Si analizamos bien estas recomendaciones y las aplicamos a la diversidad sexual en específico, como fenómeno emergente, podríamos abrirnos a otro ángulo de comprensión de la realidad y, lo que es más importante, evitaríamos mucho sufrimiento innecesario.
Con María Magdalena ocurre una cosa muy curiosa: ya desde sus representaciones más antiguas aparece ante nosotros como la prostituta arrepentida y convertida, modelo de cambio de vida y de penitencia. Sin embargo, esta imagen tiene muy poco qué ver con lo que los evangelios nos dicen de esta mujer que tan importante resulta para la historia de la iglesia primitiva. Vamos a acercarnos a los textos que nos hablan de María Magdalena y a intentar deshacer el equívoco histórico que sobre su persona se ha ceñido.
Lucas es el evangelista que nos presenta por primera vez a María Magdalena. En 8,1-3 la menciona entre las mujeres que acompañaban a Jesús en sus viajes misioneros y lo sostenían económicamente con sus propios bienes. Cuando menciona a María Magdalena el autor la identifica como aquella “de la cual habían salido siete demonios” (Lc 8,2). Es seguramente de este texto de Lucas que algún escritor posterior tomó el dato para referirlo en el final artificial con el que termina actualmente el evangelio de Marcos: “Habiendo resucitado temprano por la mañana del primer día de la semana, se le apareció primero a María Magdalena, de la cual habían echado siete demonios” (Mc 16,9).
¿Cómo hay que interpretar esta expulsión de siete demonios? Cuando Jesús libera a personas poseídas por espíritus inmundos quiere, en todos los casos, manifestar que el poder de Dios vence sobre los poderes del mal y que Él, Jesús, viene a inaugurar el Reino de Dios con estas solemnes proclamaciones de derrota del mal. Quienes gustan de desentrañar qué enfermedad se esconde detrás de las distintas posesiones diabólicas narradas en el evangelio, sugieren que detrás de la mayoría de estas posesiones se encuentra alguna de las dolencias que actualmente clasificamos como enfermedades mentales. En varios casos puede apreciarse, por ejemplo, los síntomas de la epilepsia. Hay quienes, por otra parte, insisten en la posibilidad cierta de que espíritus malignos puedan posesionarse de las personas.
Cualquiera que sea la posición que se adopte, lo cierto es que las intervenciones de Jesús tienen que ver con un estado de opresión experimentado por las víctimas. No hay en los evangelios alusión alguna a que los curados de posesión hubieran hecho algo para merecer tal posesión. Los endemoniados son víctimas, no pecadores. Este es el sentido fundamental de la afirmación de que a María Magdalena le habían expulsado siete demonios: María es alguien que experimentó en su vida el poder liberador de Jesucristo. El número siete, que en lenguaje bíblico significa plenitud, puede querer señalar, sea la grandeza de la opresión que sufría la mujer, o el estado de plenitud de salud corporal y espiritual al que fue devuelta por la acción de Jesús. La curación dejó a María Magdalena totalmente sana e integrada a la sociedad.
En efecto, una de las consecuencias más dolorosas de las enfermedades mentales o estados de posesión demoníaca en Israel, era que la persona quedaba totalmente aislada de su entorno vital. El relato de la liberación del endemoniado geraseno es muy aleccionador en este campo. El muchacho es descrito en Mc 5, 1-20 como ‘viviendo entre los sepulcros’, es decir en el lugar de los muertos a donde los judíos piadosos no se acercaban para no quedar impuros. Después de la expulsión del demonio, el pasaje nos presenta al muchacho ‘sentado, vestido y en su sano juicio’. El endemoniado no tenía voz propia: a la pregunta de Jesús ‘¿cómo te llamas?’, el endemoniado no responde, responde el demonio: ‘Me llamo Legión, porque somos muchos’. Al final del relato el muchacho aparece conversando amigablemente con Jesús. La acción poderosa de Jesús no consistió simplemente en la expulsión del espíritu o la curación de la enfermedad, sino en la restauración de la convivencia fraterna, en la reinserción de alguien que estaba excluido o marginado. Esa realidad también debemos suponerla en el caso de María Magdalena.
Pero, curiosamente, en el relato del geraseno, Jesús no permite al recién liberado que se haga su acompañante (Mc 5,18-20). María Magdalena, en cambio, es descrita como encabezando un grupo de mujeres que acompañaban a Jesús mientras él iba predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios (Lc 8,1-3). Las otras mujeres, nos refiere el texto de Lucas, también habían sido curadas de diversas enfermedades, es decir, eran beneficiarias de la acción salvadora de Jesús. Es el trato igualitario que Jesús les ofrece, el don que Él les ofrece, la posibilidad concreta de participación en la construcción del Reino, lo que las convierte en auténticas discípulas.
Pero sin duda los textos que más exaltan el papel de María Magdalena son aquellos pasajes en que aparece acompañando a Jesús en su muerte, cuando todos los discípulos varones lo han abandonado (Mt 27,55-56; Mc 15,40-41; Jn 19,25-26), y el privilegio que recibe de ser la primera en ver a Jesús resucitado (Mt 28,1-10; Mc 16,9-11; Lc 24,10-11; Jn 20,14-18).
Todos los evangelios son unánimes en decir que María Magdalena fue ‘enviada’ a anunciar a sus hermanos la resurrección de Cristo, sea que la orden la reciba de los ángeles que están sentados a la puerta del sepulcro (Mt 28,1-8 y par.), o del mismo Resucitado (Jn 20,17-18). Y ya sabemos que el verbo griego que significa ‘enviar’ es, precisamente ‘apostelo’, de donde viene la palabra apóstol. Esta palabra aparece como una expresión técnica de la misión apostólica. Siempre se usa cuando Jesús envía a sus apóstoles (Jn 4,38; 17,18). Así que puede decirse con toda legitimidad que Jesús le confía a María Magdalena una misión apostólica. Cualquier diccionario de teología bíblica puede dar testimonio de que el enviado se convierte en representante de quien lo envía y que tiene plenos poderes para tratar en nombre de otro. Esto que se dice del grupo de los Doce, debe decirse también de María Magdalena.
Por si esto no fuera suficiente, otros elementos nos permiten situar mejor la condición de María Magdalena como discípula y apóstol. Magdalena es nombrada en el grupo de mujeres que ‘servían’ a Jesús. Pues bien, Jesús mismo, en Mt 20,26-28, se define a sí mismo diciendo: “El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos”. Es notable que los evangelios no mencionen nunca que algún discípulo varón ‘sirviera’ a Jesús.
Además, en su conversación con el Resucitado, a quien confunde en un principio con el jardinero del cementerio, Magdalena termina reconociendo a Jesús cuando éste menciona su nombre (Jn 20,16). La teología del último evangelista parece hacer alusión al texto de Jn 10,3-5 en el que Jesús, hablando de sus discípulos, los compara con ovejas a quienes el pastor conoce ‘y llama por su nombre’. No en balde, al escuchar su nombre y reconocer a Jesús, María clama ‘Rabbuni’, que quiere decir Maestro y que es una expresión técnica en el lenguaje del discipulado. María es, pues, auténtica discípula y apóstol. No nos extraña, por eso, encontrar que algunos de los escritores cristianos más antiguos como Ireneo, Orígenes y san Juan Crisóstomo no tengan ninguna reticencia en llamar a María Magdalena ‘apostola apostolorum’, es decir, la apóstol de los apóstoles.
El texto del Cantar de los Cantares ha ejercido una enorme influencia en la construcción de algunos textos del Nuevo Testamento. En el caso de la escena en que María Magdalena se encuentra con Jesús Resucitado (Jn 20,11-17), la relación con Cant 3,1-4 parece jugar un papel importante.
En el texto del Cantar la novia busca al esposo en la cama y no lo encuentra, lo busca por las calles y plazas y no lo encuentra, al fin, después de que lo encuentran los guardias, ella también lo encuentra y se abraza a él y no lo suelta hasta que lo lleva a la casa de su madre. María Magdalena va a representar una escena semejante. Según Mt 28,1-10 las mujeres, entre ellas la primera es María Magdalena, buscan a Jesús en el sepulcro y no lo encuentran. Jesús, más tarde, les saldrá al encuentro y ellas se abrazarán a sus pies.
Pero, sin duda, el pasaje más explícito es el de Jn 20,11-17. María Magdalena, aislada de las otras mujeres, parece repetir el personaje de la esposa del Cantar de los Cantares. Busca al amado en el sepulcro y no lo encuentra (20,1-2). Le salen al encuentro dos ángeles que le extraen una confesión. Ellos preguntan: ‘¿por qué lloras, mujer?’, a lo que ella contesta: “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (20,11-13). Después tropieza con quien ella cree que es el jardinero y le pide que se lo entregue. Entonces reconoce al Maestro y lo abraza sin querer soltarlo. Es el Maestro quien tiene que pedirle a ella que lo suelte, porque debe irse a la casa del Padre (20,14.17).
María Magdalena parece jugar, además, otro papel además del de la esposa enamorada del Cantar de los Cantares. Es posible que la palabra con que Jesús se dirige a ella, ‘mujer’, esté revelando un papel superpuesto: el de la Eva de una nueva creación. Es el primer día después de la resurrección, inicio de un mundo nuevo. Jesús y Magdalena se encuentran en un jardín, son una pareja como la del Génesis. Jesús nombra a María Magdalena y ella lo reconoce y lo abraza. Tantos ecos del relato del Génesis podrían no ser casuales. Aunque no podamos tener la certeza de que estas referencias deban atribuirse al autor del evangelio.
Toda esta riqueza de expresiones simbólicas que rodean al personaje de María Magdalena la convirtieron en alguien de mucha importancia en la reflexión cristiana antigua. Por eso encontramos comentarios de los Santos Padres que mencionan este pasaje llenándolo de alusiones al Cantar de los Cantares y al libro del Génesis. Citaré, solo a manera de ejemplo, al más antiguo de los comentaristas cristianos del Cantar de los Cantares, san Hipólito (+ 235):
“Así se cumplió lo dicho: encontré al amor de mi alma… El Redentor contestó: María. Ella dijo Rabbuni, que significa Señor mío. Encontré al amor de mi alma y no lo soltaré. Después de abrazarse a sus pies no lo suelta, y él dice: no me sujetes, que todavía no he subido al Padre. Pero ella lo agarraba diciendo: no te soltaré hasta que te meta en mi corazón; no te soltaré hasta meterte en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en su vientre. Como el amor de Cristo lo siente ella en el cuerpo, no lo suelta. Dichosa mujer que se abrazó a sus pies para poder volar por el aire… Por eso dijo María: No te dejo volar arriba. Sube al Padre a presentarle el nuevo sacrificio. Ofrece como sacrificio a la Eva que no se extravió, sino que se agarró apasionadamente con la mano al árbol de la vida…”
¿Qué pasó entonces, que la imagen más popular de María Magdalena es la de una prostituta convertida? ¿Por qué no se exalta su papel de discípula y apóstol y, en cambio sí, la imagen de una pecadora arrepentida? Creo que hay más de una razón para explicar que quien fuera en el evangelio modelo de apóstol se convirtiera en paradigma de penitencia.
La primera razón es tan antigua como los mismos evangelios. El hecho de que María Magdalena, curada y convertida en un ser humano de dignidad completa, se convirtiera en seguidora y servidora de Jesús, que lo acompañara en sus correrías y que haya sido citada por los cuatro evangelistas como la primera testigo de la resurrección y la que recibió el mandato apostólico de anunciar a los otros discípulos que Jesús estaba vivo, no es más que una prueba clara del papel privilegiado de liderazgo que María Magdalena debió jugar en la iglesia primitiva. Hay quien sostiene que Magdalena habría sido la apóstol encargada de la comunidad de Galilea, a donde los discípulos se habrían dirigido después de la resurrección, según el mandato de Jesús. Esa sería la razón, según esta teoría, de que la vitalidad de la iglesia de Cafarnaúm, comprobada por los hallazgos arqueológicos modernos que maravillaron al mundo a finales del siglo pasado, no aparezca registrada en el libro de los Hechos de los Apóstoles ni en ninguna otra parte del Nuevo Testamento.
En efecto, para la mentalidad patriarcal vigente debió haber sido muy difícil reconocer el lugar privilegiado que la revelación evangélica primitiva concedió a María Magdalena. Una cultura que centraba todas las cosas positivas y todo el poder en los varones, debió haber recibido como un desafío inaudito el hecho de que una mujer hubiera sido la primera testigo del sepulcro vacío, de la resurrección y la primera enviada del resucitado. No nos explicamos de otra manera que, a pesar de tantos testimonios unánimes de los cuatro evangelios, san Pablo, en su lista de personas a quienes Jesús resucitado se apareció, no coloque a María Magdalena ni a ninguna mujer (1Cor 15,3-8). Algunos de los evangelios apócrifos nos dan testimonio del conflicto tan grave que esta realidad provocó en la iglesia primitiva. Entre los textos encontrados en Nag Hammadi en 1945 se halla un evangelio apócrifo de los primeros siglos, conocido como el Evangelio de María Magdalena, que expone esta escena. Después de que María explica a los apóstoles algunas cosas que no están conservadas por escrito, Pedro pregunta cómo puede Dios haberle confiado a María cosas que no les había dicho a ellos. ‘¿Qué os parece, hermanos? ¿Acaso el Señor, preguntado sobre estas cuestiones, hablaría a una mujer de forma oculta y en secreto, para que todos lo escuchásemos? ¿La presentaría, quizá, como más digna que nosotros?’ El pasaje continúa con la intervención de Leví: ‘Si el Señor la juzgó digna, ¿quién eres tú para despreciarla? Necesitamos revestirnos del hombre nuevo para aceptar que el Señor le haya revelado cosas que no nos dijo a nosotros’.
Una segunda razón puede ser la confusión que se creó entre tres mujeres distintas de las que nos hablan los evangelios. Por un lado está María Magdalena (Lc 8,2), descrita ampliamente en todos los textos a los que nos hemos acercado en este artículo. Por otro lado está la anónima pecadora perdonada de la que nos habla Lc 7,36-50 y que, muy probablemente era prostituta. Por último, está María de Betania, la hermana de Marta y de Lázaro, que derrama a los pies de Jesús aceite perfumado como adelanto de su sepultura (Jn 12,1-10).
La confusión de estas tres mujeres se remonta hasta san Agustín, en el siglo V, pero queda fija en la memoria popular cristiana a partir de unas famosas homilías pronunciadas por el Papa Gregorio Magno alrededor del año 600. En estas homilías quedan asociadas, como si fueran un mismo y solo personaje, la pecadora arrepentida, María de Betania y María Magdalena. La tradición ortodoxa griega es la que conservó la nítida distinción entre estas tres mujeres. Lo cierto es que esta confusión, producto de la ignorancia o de la mala fe, deformó la imagen de María Magdalena hasta convertirla en la manera como hasta hace poco tiempo la veíamos: una pecadora convertida cuyo mensaje principal es el arrepentimiento al que deben aspirar los pecadores. Nada de la mujer apóstol, de la valiente testigo de la muerte y resurrección de Cristo. Confusión, hay que decirlo con claridad, bastante conveniente para quienes querían seguir manteniendo a las mujeres fuera del ámbito de las decisiones en la iglesia.
Hoy, cada vez más, la imagen de María Magdalena vuelve a recuperar su auténtica dimensión, aunque las imágenes que de la santa vemos en las iglesias de nuestros pueblos nos la muestren con un frasco de perfume fino en su mano derecha y una corona de espinas en su frente en señal de penitencia. Los esfuerzos seculares por minimizar el destacado papel apostólico de María Magdalena van quedando atrás gracias a muchas mujeres, teólogas y estudiosas de la Biblia, que aplicando una hermenéutica feminista, han rescatado la más genuina tradición de esta apóstol de los apóstoles.
Desde hace ya algunos años el mundo ha conocido la lucha del pueblo de Homún. El gigante de la producción industrial porcina en el país llegó a este pueblo con la intención de establecer una fábrica de cerca de 49,000 cerdos anuales. El pueblo maya de Homún, en cambio, en lugar de rendirse ante el potencial económico de la Compañía y sus secuaces locales, decidió que la autodeterminación de su modo de vida, ligado al cuidado de los cenotes, debería prevalecer por encima de los intereses mercantiles de la industria porcina. El resultado ha sido una batalla, todavía sin terminar, en la que ha debido intervenir incluso el órgano máximo del Poder Judicial, la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Uno de los elementos claves de este proceso de defensa del pueblo maya es la fragilidad del acuífero de la zona peninsular de Yucatán.
El 15 de junio ha sido presentado el informe titulado “Contaminación del acuífero maya. Responsabilidad gubernamental y empresarial”. Fruto de la colaboración entre la Fundación para el Debido Proceso (www.dplf.org) y el equipo de derechos humanos Indignación A.C. (www.indignacion.org.mx), que ha acompañado a lo largo de todos estos años la lucha del pueblo maya de Homún, este informe es un compendio de las principales afectaciones que sufre el acuífero de la península, que se ve amenazado por la llegada de proyectos que afectan la calidad y asequibilidad del agua, lo que resulta en un impacto directo en el derecho humano al agua. Y aunque el aspecto medioambiental es solamente una de las caras de la problemática que enfrentan los pueblos originarios, el informe ofrece también pistas que conducen a reconocer la afectación a la integridad cultural y libre determinación del pueblo maya, aspecto al que muchos ambientalistas no suelen prestar atención.
Los cuatro ejes que forman la columna vertebral de este informe están descritos en su segundo capítulo:
a) La determinación del marco normativo nacional e internacional en materia de protección al medioambiente y al agua, así como algunas de las principales interpretaciones que los tribunales nacionales e internacionales han hecho sobre el deber de los órganos de gobierno de hacer efectivos esos derechos.
b) La contextualización de la situación de contaminación en la que se encuentra el acuífero en la península de Yucatán, a través del planteamiento de algunos de los principales casos que se han podido documentar en el estado, tales como los impactos generados por el establecimiento de granjas porcinas, uso de agrotóxicos y otros proyectos que explotan de manera no sostenible el manto acuífero de la región.
c) La determinación de la responsabilidad de las empresas y del Estado en la situación de afectación ambiental que se vive en la península de Yucatán, a partir del deber de garantizar y respetar el derecho al medio ambiente sano con base en la aplicación del principio precautorio.
d) La identificación de medidas que, desde la sociedad civil, podrían implementarse para hacer frente a esta situación de contaminación y responsabilidad de autoridades y empresas.
Después de dos breves capítulos iniciales (1. Planteamiento del problema y 2. Objetivo de la investigación), el informe entra en materia presentando el derecho humano al medio ambiente sano y al agua y subrayando una importante estrategia jurídica en su defensa: el llamado “principio precautorio” como eje rector que garantiza el ejercicio de estos derechos. Para quienes no manejamos la jerga jurídica y queremos conocer la trascendencia de este nuevo instrumento en la defensa del medio ambiente, el informe resulta especialmente útil.
En un cuarto capítulo, se presenta la caracterización biocultural de la península de Yucatán, territorio en el que habita el pueblo maya peninsular, con un énfasis especial en su calidad de reservorio de agua. Inmediatamente, en el capítulo 5, el informe nos ofrece la enumeración de los principales riegos que enfrenta el respeto al derecho al medio ambiente y al agua, subrayando el impacto de la industria porcina, una de las amenazas más relevantes al acuífero. Los dossiers de los casos de Homún y Kinchil, compilados por el equipo Indignación A.C., ilustran de manera detallada las afectaciones que padecen los pueblos mayas de esas dos regiones. No deja de subrayarse, desde luego, las afectaciones producto de la utilización de agroquímicos en el suelo kárstico de la península, otra de las grandes causas de contaminación del acuífero peninsular, y las recomendaciones emitidas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en esta materia, establecidas en su recomendación 82/2018. No puedo no mencionar un cuadro sinóptico que ofrece los principales hallazgos en torno a la contaminación del agua por los plaguicidas. La información que ahí se contiene debería ser revisada por las autoridades gubernamentales en materia agropecuaria, para erradicar la nociva e irresponsable práctica, común a los gobiernos de distintos signos partidistas, de condicionar los apoyos al campo con la distribución de agroquímicos. Un apartado que concluye este capítulo del informe, hace referencia a otras, distintas prácticas, que atentan contra el respecto al derecho al medio ambiente sano, como las 418,021 concesiones de uso (y abuso) de aguas superficiales y subterráneas.
El informe cierra con el capítulo final, pero no por ello menos importante, que plantea las acciones que pueden ayudar a hacer frente a esta situación devastadora para las aguas de la península. Diecisiete sugerencias marcan los rumbos que tanto la industria como el Estado Mexicano deberían contemplar para hacer valer el respeto al derecho humanos a un medio ambiente sano y al agua. El informe termina con una amplia bibliografía.
Saludamos con entusiasmo la aparición de este informe, que no solo nos permite acercarnos a la situación del acuífero del territorio maya peninsular, sino que ofrece herramientas que pueden ser de mucha utilidad, no solamente para la batalla por la conservación del medio ambiente, sino para caminar hacia el pleno respeto al derecho a la libre determinación del pueblo maya. Enhorabuena a la Fundación para el debido Proceso y al equipo de derechos humanos Indignación A.C.
NOTA: El resumen ejecutivo y el informe completo “Contaminación del Acuífero Maya: Responsabilidad gubernamental y empresarial” está disponible en: dplf.org/es/AcuiferoMaya así como en http://indignacion.org.mx/contaminacion-acuifero-maya/.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha venido ocupando un lugar cada vez más preponderante en la vida de México. Cabeza del Poder Judicial y Tribunal Constitucional, esta Corte, conformada por once magistrados/as, se encarga de un amplio abanico de tareas, además, desde luego, de su contribución específica en la resolución de controversias constitucionales.
Por ser el más alto tribunal en materia judicial, la SCJN es la encargada de dirimir de manera definitiva los asuntos que se le presentan. Entre sus facultades está la establecida en el artículo 10 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, que a la letra dice:
La Suprema Corte de Justicia conocerá funcionando en Pleno:
Pues bien, como seguramente los lectores y lectoras de este espacio saben, el pueblo de Homún, en el estado de Yucatán, lucha desde hace muchos años contra el establecimiento de una mega granja de 49,000 cerdos que amenaza el agua y la salud de la comunidad. Desde octubre de 2016, la empresa porcina logró el permiso del presidente municipal para establecer la granja, sin que el pueblo hubiera sido debidamente consultado y sin existir una Manifestación de Impacto Ambiental (MIA).
Uno de los recursos más relevantes de esta lucha ha sido y es el amparo promovido por un grupo de niños y niñas que, junto con sus representantes legales, demandó a la granja alegando el derecho de la infancia a un medio ambiente sano, a la salud y a la libre determinación, lo que logró paralizar la instalación de la granja y la mantiene, desde septiembre de 2018 hasta hoy, sin operar.
Pero la empresa porcina no ha cejado en sus intentos de echar abajo esta suspensión conseguida por los niños y niñas. Hasta el momento, todos sus intentos y triquiñuelas han fracasado. Afortunadamente, la SCJN decidió atraer el caso porque involucra dos cuestiones claves, no solo para Homún, sino para todos los pueblos originarios que se ven enfrentados a mega proyectos de “desarrollo”:
a) ¿cuál es y cómo se defiende el derecho que los niños y niñas tienen ante el establecimiento de proyectos que terminarán por dejar una huella medioambiental que les afectará gravemente en su vida adulta?
b) ¿cómo debe un juzgador aplicar el llamado “principio precautorio” ante suspensiones dictadas en casos de protección al medio ambiente?
Dado que el interés superior de la niñez es un concepto conocido y fácil de entender, quisiera solamente referirme brevemente a la segunda cuestión, para asegurar la comprensión del desafío al que se enfrenta la Corte.
Un requisito en los juicios de amparo es tener que demostrar los daños inminentes e irreparables que sufre el demandante. Esto, sin embargo, no es tan sencillo en los temas medioambientales porque el daño muchas veces no es inmediato y visible, pero sobre todo, porque cuando el daño se presenta puede llegar a ser ya irreparable. Con el fin de evitar los daños ambientales, como los ocasionados por la industria porcícola, existe el principio precautorio, el cual obliga a todas las autoridades a adoptar medidas que eviten el daño ambiental aun cuando exista incertidumbre sobre la contaminación. La SCJN tiene la oportunidad de pronunciarse sobre esto.
Así que la SCJN tiene una oportunidad inmejorable para pronunciarse sobre estos temas. Se ha anunciado ya que el caso de Homún entrará en la lista de asuntos a tratar por la SCJN este próximo miércoles 19 de mayo. Si quieres enterarte más y apoyar a los niños y niñas de Homún, puedes visitar el portal electrónico del equipo Indignación A.C.: www.indignacion.org.mx
DOLORES
¿Quién podría negar que 2020 / fue un año de espanto y de zozobra, / con la muerte acechando a nuestras puertas / y arrebatándonos gente querida?
¿Quién en su sano juicio apostaría / sólo a la dirección de fondo, al horizonte, / y voltearía el rostro ante las deudas / de la administración actual con las mujeres / y con las artes y con los periodistas / y con los pueblos indios y las nuevas / generaciones que aspiran a un planeta / sin polución y sin hidrocarburos?
¿Quién no se indigna, quién no se enfurece, / ante la caravana de cadáveres / de mujeres violadas, olvidadas, / reducidas a un número sin rostro? / ¿Quién no trinca los dientes, los aprieta, / cuando lee la nota del tuitero / medio de comunicación y se avergüenza: / “Cuerpo femenino encontrado en su casa. / Dicen los vecinos que usaba faldas cortas. / El marido, celoso, cobró venganza”?
ANUNCIO
Hoy les anuncio que se abrió una grieta / que una luz brilla hacia el final del túnel. / Hoy un sepulcro amaneció vacío / y una promesa se abre florecida.
El muro patriarcal se tambalea: / la grieta se agrandó cuando, sin miedo, / una hermosa mujer tomó el petardo / y lo arrojó, cual tea de esperanza, / al otro lado del muro de ignominia / do se escondía el patrón, el macho herido, / de los oídos sordos y la amnesia.
Hoy las vacunas son una promesa / que no ataca, es verdad, las invisibles / raíces que se esconden tras el virus / pero que nos permite alzar el rostro / y replantear a dónde nos iremos, / con qué armas combatir la noble lucha / contra el calentamiento y otros monstruos: / el imperio del lucro y la falacia / el crecimiento sin límite y sin freno.
Emana luz desde el sepulcro abierto / y de la insólita noche luminosa. / Jesús resucitó y eso nos basta / para soñar despiertos (y es que el sueño / lo dejó claro Eduardo, el uruguayo, / es promesa de luz, dulce horizonte, / acicate glorioso, motor limpio) / y orientarnos al fin a otro horizonte / donde la meta final sea la vida / y no tan solo la supervivencia.
COMPROMISO
Retomemos la llama, abramos brecha / saquémosla de nuestra chimenea, / la del rito vacío y las doctrinas / ancladas al medioevo y al pretexto / de una antropología decadente.
Dejemos que Jesús, el siemprevivo, / desbarate teorías e instituciones / que sofocan el aire y el espíritu / y recupere el brillo y la ternura / de aquella noche santa en que la tumba / se revistió de ráfaga y la piedra / estalló con la luz del arcoíris / para marcar, feliz, la nueva ruta / que vuelva a hacer del mundo una casa / donde todos podamos ser felices.
La puerta ya se abrió, sólo nos queda / atravesar su umbral… o regresarnos / al sepulcro de muerte. La moneda / cual viento de la noche, / gira en el cielo y canta.
Carta de los varones de Indignación A.C. al colectivo masculino
Compañeros varones:
Toda la semana pasada ha sido de mucha agitación. Las calles se han llenado de nuevo de pasos y voces de mujeres exigiendo igualdad. Hay mucho dolor en cada grito, mucha indignación. La construcción de una sociedad de iguales ha de partir de este dolor al que no debemos ser sordos. Los repetidos gritos: “Va a caer, va a caer, el patriarcado va a caer”, son para nosotros mucho más que un eslogan: son las compañeras que nos van marcando el rumbo necesario.
Les invitamos, por eso, a pedir perdón. A Fernanda, Karime, Suemy, Ariani, Henrietta, Gladys, Ana, Yazmín, Irlanda, Norma, Yamili, Erika, y a tantas mujeres que han sido asesinadas, que han sido víctimas de la violencia patriarcal, a todas las mujeres que ya no están, a las que tienen miedo y a las que no. A las que tienen coraje, indignación, impotencia. A las que piden justicia, a las que gritan, a todas… ¡A todas les pedimos perdón!
Durante el año pasado, 2020, año primero de la pandemia, al menos 10 mujeres más en Yucatán han venido a unirse a la lista ignominiosa de quienes han visto violentamente terminada su vida a manos de varones agresores: el hijo, el nieto, el esposo, el exnovio, el amigo, el cercano, uno de nosotros que algún día, seguramente, prometió amarla y cuidarla y que terminó asesinándola.
Pedimos perdón porque, como varones, seguimos reproduciendo la violencia machista y heteropatriarcal y hemos naturalizado micromachismos. Por eso hoy, después del testimonio de las marchas del 8 de marzo, pensamos en nuestras hermanas, hijas, madres, esposas, abuelas, y pedimos perdón. En el equipo Indignación, lo hacemos cada uno de nosotros desde nuestra propia identidad, mayas y no mayas.
Pero pedir perdón no es suficiente. El desmantelamiento del patriarcado, ese monstruo que nuestras compañeras han identificado y nos han revelado a los varones, no ocurrirá mientras los varones no aprendamos a des-aprender. Solo des-naturalizando y., des-sacralizando el mandato masculino podremos aportar algo a esta irrefrenable marcha de la lucha feminista. Solo sentándonos a conversarlo, podremos subvertirlo. Los varones de Indignación hemos decidido iniciar un camino de des-patriarcalización. Es indispensable comenzar a cambiar las cosas entre nosotros. Acaso con esta decisión honremos la memoria de tantas mujeres asesinadas y la lucha de tantos colectivos feministas que han empeñado la vida en la transformación de esta desigual sociedad.
Hay, seguramente, muchos más varones que, como nosotros, piensan que este cambio es importante. Ojalá podamos encontrar coincidencias en esta ruta de romper con nuestras violencias chicas y grandes, con esos moldes que nos han dicho cómo ser, pensar y actuar como varones. Nosotros ya no queremos seguir siendo así.
Dicen que ahora la humanidad ha dado un salto en la conquista del espacio, particularmente con las experiencias de investigación en Marte. La destrucción de nuestra casa común nos está llevando a aplicar la misma lógica colonial en otros planetas. Pero esa es una carrera sin futuro. Solo la deconstrucción de un mundo violento y hetero-patriarcal podrá librarnos de la catástrofe.
Por eso les escribimos. Si asumimos nuestra parte de responsabilidad y nos empeñamos en de-construir el ideario y el conjunto de prácticas que han consagrado este mundo de desigualdad, podremos ser parte de esta transformación a la que apuntan, con lucidez, nuestras compañeras feministas, que en estos días han llenado las calles. Les invitamos a hacerlo junto con nosotros.
Los varones de Indignación A.C.
Pepe, Jorge, Randy, Mauricio, Koyoc, Raúl, Orvelín y Beto
La fotografía me llegó a través del whatsapp. Puede verse al presidente López Obrador ante un atril de acrílico y, tanto al frente del atril como en la pantalla del fondo, el logotipo oficial del Gobierno de México. El presidente aparece ataviado con saco y pantalón color verde olivo. El saco no tiene ninguna insignia, pero es inevitable identificar el conjunto con una vestimenta militar. La foto fue tomada el 12 de febrero pasado, mientras el presidente participaba en la inauguración de la primera etapa de la Universidad para el Bienestar Benito Juárez en Xaltocan, Tlaxcala. La foto puede encontrarse fácilmente en la red; basta guglear ‘AMLO vestido de militar’ para encontrarla.
La fotografía ha tenido dos consecuencias inmediatas: recordar al presidente Calderón en 2006, vestido también de militar y –lo que es más grave, porque esto último ya no despierta gracia ninguna– ponderar la relevancia que la actual administración le ha dado al Ejército Mexicano.
Ya en agosto de 2019 el presidente AMLO había recordado el momento en que el entonces presidente Calderón había vestido traje militar. Mientras respondía en Villahermosa, Tabasco al cuestionamiento de un periodista sobre su estrategia de pacificación del país, AMLO hizo memoria de Calderón vestido de soldado y lo llamó con sorna ‘Comandante Borolas’, en alusión a un famoso personaje de la llamada Época de Oro del cine mexicano. En ese entonces, ocho meses después de su toma de posesión, el presidente criticó el manejo que Calderón le había dado a las Fuerzas Armadas.
Es bueno recordar que una de las exigencias sociales antes de las elecciones presidenciales en las que ganó AMLO era el retorno de los militares a sus cuarteles y la conformación de una verdadera policía civil, honrada, capaz y sujeta a los estándares de respeto a los derechos humanos. AMLO asumió esa demanda en su campaña electoral. Lo que hoy tenemos dista mucho de lo prometido. La Guardia Nacional se ha conformado con militares, tanto en su dirigencia como en sus mandos. El Ejército sigue combatiendo la delincuencia y se le han concedido prebendas cuestionables. La preponderancia del Ejército en todos los órdenes, incluyendo el combate al COVID-19, salta a la vista. La imagen de la primera jornada de vacunación publicitada en los medios, con fuerte resguardo de personal militar armado, ha motivado el meme: “cuando no sabes si te van a vacunar o a fusilar”, que se ha vuelto viral.
Si a todo esto añadimos el affaire Salvador Cienfuegos, el ex secretario de la Defensa Nacional detenido en los Estados Unidos por su colusión con el narcotráfico, y la desaseada manera como se le exoneró de toda responsabilidad, comprometiendo incluso la relación con la justicia estadounidense al hacer público el expediente de investigación, aumenta la impresión de que el presidente tiene fuertes compromisos con el Ejército.
Más allá de estas suspicacias, la actual estrategia de seguridad del presidente no parece corresponder a lo que ofreció en campaña. Quienes confiaban en la constitución de cuerpos civiles de seguridad para el combate contra la delincuencia y el retorno del Ejército a sus funciones constitucionales, han de sentirse estafados.
Revisando entre los trebejos encontré un artículo que escribí hace 14 años. Forma parte de una colección de artículos mensuales que, bajo el nombre de Cartas desde Yucatán, fueron publicados durante varios años en una revista uruguaya llamada Factor S. Me asombra cómo la historia se repite. Así que aquí se los dejo como un testimonio resucitado gracias a la fotografía de AMLO vestido de militar.
“Por una de esas cosas de la historia de mi país, entre los mexicanos no se usan los títulos de nobleza ni los tratos preferenciales. República laica y en ciertos momentos anticlerical, la mexicana aplica en sus documentos oficiales solamente un título a todas las personas por igual, sean funcionarios o no lo sean: el título de ciudadano. Nada de ‘excelencias’ y de ‘ilustrísimas’. En México los funcionarios públicos son oficialmente llamados ‘ciudadanos’ y/o ‘ciudadanas’.
A la titularidad del Poder Ejecutivo de la nación mexicana ha llegado, fruto de una elección inequitativa y extremadamente competida, Felipe Calderón Hinojosa, del conservador Partido Acción Nacional. Él es ahora el ‘ciudadano presidente’, aunque por los pueblos y municipios de México anda errante, construyendo un nuevo movimiento político, el que fuera candidato opositor, Andrés Manuel López Obrador, que ha recibido de sus numerosos seguidores el título de ‘presidente legítimo’.
En México, la subordinación del ejército al Poder Ejecutivo es parte de una tradición que se remonta a la época de las asonadas militares. Y como los/as uruguayos/as no tienen por qué saber de historia mexicana, paso a referirles brevemente a qué me refiero. En 1910 estalló en México la guerra civil que conocemos como ‘revolución mexicana’. Esta guerra, que ocupó más de un lustro, derivó en una serie de luchas dirigidas por caudillos militares, que se sucedían una tras otra. Casi todos los héroes del panteón revolucionario, estuvieron en algún momento enfrentados unos contra otros: Emiliano Zapata, Francisco Villa, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, etc.
Esta sucesión de asonadas militares no terminó sino hasta que se estableció, como instrumento de pacificación del país, la hegemonía del partido revolucionario. La hegemonía del partido único nos libró de batallas militares, pero construyó un andamiaje de intereses y de corrupción que mantuvo su vigencia antidemocrática durante cerca de 70 años. Es la ‘dictadura perfecta’ a la que se refirió Vargas Llosa en una reunión de intelectuales que tuvo lugar en México en 1990.
Toda esta historia viene a cuento porque, a partir de la institucionalización de las fuerzas revolucionarias, el Ejército Nacional ha permanecido siempre subordinado al presidente de la república, que entre otros cargos recibe el de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Y, en un equilibrio que se ha mantenido a lo largo de decenios, los generales que dirigen la armada y la marina nacionales han cumplido el juramento de fidelidad al presidente, que rinden cuando son elevados a los máximos cargos militares.
Pues bien, junto con la subordinación del ejército al presidente, se ha cultivado como otra clara expresión de nuestra institucionalidad, que el presidente sea siempre un civil, no un militar. Lázaro Cárdenas, general en retiro, fue el último presidente (1938) perteneciente a las fuerzas armadas. A partir de eso, algunos militares retirados han ocupado cargos ejecutivos en algunos estados, pero la regla no escrita es que los presidentes de la república sean personas civiles, no militares.
Esa es la tradición que ha sido desafiada por el flamante presidente Felipe Calderón. Para promoverse como el presidente del orden, Calderón ha ordenado operativos militares como parte del combate al narcotráfico y a la delincuencia organizada. Nada de esto es novedoso, salvo que, en la visita a uno de esos operativos, que algunos juzgan más mediáticos que realmente efectivos, el presidente se sacó la foto con un quepí y una gabardina militares.
En política mexicana, la forma es el fondo. La imagen del presidente Calderón con vestidura militar no solamente ocupó las primeras planas de los diarios, sino que desató una apasionada controversia política en la opinión pública. Hay quienes, tras el mensaje explícito del presidente soldado, vislumbran el anuncio de un retroceso en la vigencia del estado de derecho. Los militares, ya se sabe, tienen como valor supremo la conservación del orden, no la vigencia de las libertades democráticas. Por eso los mexicanos, en nuestra Constitución, los hemos mantenido recluidos en su función de defensa de la patria ante los embates de potencias extranjeras y como salvaguarda de la soberanía nacional. La incursión del ejército en tareas de combate a la delincuencia tiene en nuestras leyes, límites muy bien marcados.
Ver al presidente vestido de soldado ha significado un impacto considerable para muchos grupos de mexicanos, por mucho que el ‘presidente legítimo’, ex candidato opositor Andrés Manuel López Obrador, haya querido tomárselo a broma llamándolo “soldadito de chocolate”. La referencia jocosa de López Obrador fue pronunciada en Yucatán, este rincón de México desde el cual escribo esta carta. No es casual. Entre los argumentos que alimentan la mentalidad de que Yucatán es ‘otro país’ dentro de México está el hecho de que, durante mucho tiempo, las empresas nacionales no penetraban con sus productos en esta parte de nuestra geografía, porque los industriales y comerciantes locales lo impedían.
Una de las empresas locales que todavía permanecen en el mercado es la embotelladora de refrescos conocida como ‘Sidra Pino’. Uno de los productos más populares de esta compañía, hoy muy venida a menos, es precisamente una bebida de chocolate con leche que lleva por nombre Soldado de Chocolate. Cuando López Obrador habló del presidente Calderón llamándolo ‘soldadito de chocolate’, lo hacía a sabiendas de que sus oyentes conocían la popular bebida yucateca.
Pero no todos se toman a broma el gesto del presidente Calderón. Algunas organizaciones no gubernamentales, especialmente aquellas dedicadas a la defensa de los derechos humanos, están seriamente alarmadas por el posicionamiento público del presidente. El trajecito militar puede tener muchos mensajes implícitos que alarman a algunos. Y aquí vienen las quinielas de interpretación.
Hay quienes dicen que el presidente Calderón se habría vestido de militar, acompañando con este gesto una serie de insistentes menciones laudatorias que ha hecho a propósito de la institución castrense en los primeros 45 días de su mandato, porque habría en el interior de la institución militar muchos mandos intermedios que estarían más contentos si el vencedor de la contienda electoral hubiera sido López Obrador. Felipe Calderón necesitaba agenciarse el beneplácito de estos militares. Por eso habría decretado un aumento de sueldo a los soldados, acuñó la frase: ‘ha llegado la hora de velar por la tropa’ y terminó vistiéndose de soldado.
Otras personas sostienen que la vestidura militar de Calderón, que ha hecho que algunos lo llamen ‘soldado presidente’, en vez de ‘ciudadano presidente’ como dicta la tradición, tendría significados más ominosos. Aprovechando que la inseguridad pública es uno de los mayores desafíos para todos los niveles de gobierno en México, y que un ambiente seguro es una de las más sentidas demandas ciudadanas, Calderón querría enviar un mensaje claro a todos los mexicanos: ya llegó el que va a poner orden, el que no va a dejar que la delincuencia siga avanzando, el que va a acabar con la impunidad de las redes gubernamentales que protegen a la delincuencia.
Finalmente, hay quienes se han puesto a temblar. Si la disidencia política estuvo criminalizada en los hechos ya desde los últimos meses de la gestión del ex presidente Fox, todo podría esperarse de un presidente soldado. La experiencia de la represión en Atenco y Oaxaca está aún fresca en la memoria. Los temblorosos piensan que el trajecito del soldado presidente no hace sino confirmar malos augurios en materia de derechos humanos y de respeto a la diversidad ideológica y política.
Un solo gesto y varias interpretaciones. Nomás para que los lectores y lectoras de Proyecto S, tengan una probadita de cómo se las gastan los ‘opinólogos’ profesionales en este país llamado México. Yo, en tanto se despeja la incógnita sobre qué nos habrá querido decir Calderón cuando se tomó la foto con quepí y casaca militar, he decidido ir a comprarme un Soldado de Chocolate bien frío. En realidad, es una bebida que nunca me agradó. Pero hoy prefiero, sin sombra de duda, el soldado de chocolate por encima del soldado presidente”.
Hasta aquí el viejo artículo, fechado el 20 de enero de 2007. Por eso hay quienes dicen que la historia es cíclica y se repite. Dios nos agarre confesados.
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