Iglesia y Sociedad

El temblor del atole

25 May , 2009  

La mujer maya está sentada delante del Padre Zacarías. Tiene el cabello canoso y el rostro transido por un rictus de tristeza. Cuando la luz del sol vespertino le pega en la cara, de repente, su ceño se frunce y las arrugas que pacientemente se han formado a lo largo de setenta años parecen hacerse más profundas. No es una confesión, dice, solamente vengo a contarle cosas que desde hace muchos años no me dejan dormir en paz. Cada vez que me confieso siento que quiero decirlas, pero no me había atrevido hasta ahora que, no sé por qué, usted me inspiró confianza. Mientras ella habla, el padre Zacarías le contempla las manos callosas que, con cierta gracia y apacibilidad, descansan sobre el albo hipil. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y aún faltan quince minutos para que la Misa comience.

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Miguel termina de envolver el frijol. Entrega el envoltorio de papel de estraza a la clienta que le ha pedido medio kilo. Ve pasar, mientras recibe el dinero del pago, a doña Imelda, la esposa de Gumersindo, el que se fue a trabajar a la zona chiclera. Es un secreto a voces que doña Imelda, cargada de tres chamacos, no encuentra su esquina para sostenerlos. Gumersindo está lejos, trepado allá en los cerros de Tzucacab, y rara vez encuentra quien salga de la selva para mandar con él algo de dinero para Imelda y sus hijos. El sol está que parte piedras, ¿qué buscará doña Imelda dándole vueltas a la manzana? Ya van dos veces que Miguel la mira asomarse a la puerta de la tienda y seguir después de largo.

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Fili abre los ojitos. No es fácil despertarse a las seis de la mañana para irse a la escuela. Ayer anduvo corriendo mientras jugaba busca-busca. Cuando después de desperezarse termina de vestirse, siente que el estómago le punza de hambre. Ayer no cenó. Su madre se acerca a componerle el cuello de la camisa para que el remiendo no se le note. Aprovecha decirle que no hay nada para desayunar, pero que no se preocupen, que seguramente cuando regresen de la escuela les esperará algo sabroso, que ella va a conseguirlo durante la mañana. Fili se agarra de la mano de su hermano mayor y sale para la escuela. Las punzadas en la barriga no lo abandonarán durante todo el día.

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Doña Ausencia anda buscando el saco de las naranjas. No quiere que su marido la descubra. Al fin, en la puerta de la cocina, camino al patio trasero, encuentra el saco gris. Entre las frutas, amarillas y olorosas, doña Ausencia coloca rápidamente los dos kilos de arroz que compró en la tienda de la esquina, los esconde bajo algunas naranjas y cierra de nuevo el costal. No puede dejar de pensar en su amiga Imelda, sola con tres chamacos y con el Gumersindo que sabrá Dios por dónde anda. Mateo, el esposo de Ausencia, ha pasado también largas temporadas en los campos chicleros, así que Ausencia sabe bien lo que se siente no tener ni un bocado para llevar a la boca de los hijos. Mañana por la tarde llevaré el costal a la casa de Imelda, piensa para sí doña Ausencia, no creo que Mateo se moleste porque yo le lleve algunas frutas, al fin que aquí en el patio tenemos tanta…

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Fernando sale apresurado del salón. Fili ya debe andar desesperado porque hace casi media hora que terminó su clase y con el hambre que se carga el canijo… Mañana, Fernando tratará de buscarse algunos centavos. Es sábado, así que podrá preguntarle a don Eusebio si quiere que le desyerbe el patio, o a la señora huachita que vive en el centro si no desea que le lave la camioneta. Hace tanto tiempo que no ve a su papá y que anda sufriendo los apuros a causa de la falta de dinero, que Fernando no entiende por qué su mamá se empeña en que siga yendo a la escuela y no se decide a dejarlo trabajar. De todos modos, mientras va por su hermanito Fili, Fernando piensa que apenas termine el cuarto año se va a amachar con su mamá para que ésta le permita trabajar. Así, Fili podrá terminar toda la primaria completita. Cuando, a lo lejos, Fernando mira a Fili sentado en el banco, casi puede escuchar el chillido de sus tripas. ¿Ya nos vamos? pregunta el chiquito, mientras a Fernando se le hace un nudo en la garganta.

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Miguel aprovecha que en ese momento no hay ningún cliente en la tienda y sale a asomarse a la puerta. Ya son tres veces que Imelda pasa delante de la puerta sin entrar. Apenas está llegando Miguel al umbral cuando Imelda aparece en el quicio de la esquina. Miguel la saluda y la invita a pasar a la tienda. Imelda entra con la cara enrojecida de vergüenza. No he podido conseguir la despensa que cada mes me entregaba el padrecito, susurra Imelda, por eso le vengo a suplicar que me venda usted dos kilos de maíz, yo le aseguro que apenas pueda le saldo todo lo que le debo, ya me avisaron que Gumersindo vendrá pronto para estar en la fiesta del pueblo… Miguel pasa detrás del mostrador y, mientras envuelve los dos kilos de maíz impide que Imelda siga con sus justificaciones metiéndole conversación acerca de los juegos mecánicos que han llegado ya para la feria de Santa María Magdalena, patrona de la población. ¿Ya los vio usted qué bonitos? Nomás que comiencen a funcionar me manda usted al Fili, ya ve que no tengo hijos, así que con mucho gusto lo llevaré a que se divierta en los juegos… ¡Y nada de pretextos! Ya sabe usted cómo quiero a ese chamaco inquieto, y no se preocupe por los dos kilos de maíz, yo se los voy a apuntar a su cuenta y ya me los pagará cuando don Gumersindo llegue. Imelda voltea a ver para otro lado porque descubre que los ojos se le llenan de lágrimas y no quiere que Miguel la vea llorar.

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La puerta está entreabierta. Doña Úrsula es la señora que cada mes entrega las despensas que la iglesia reparte entre las familias necesitadas. Desde hace varios meses Imelda se ha apuntado en la lista de las beneficiarias, casi todas ellas esposas de chicleros. Imelda no entiende por qué hoy el padre Alejandro le ha pedido que pase hasta su cuarto. Como no ha encontrado a doña Úrsula en la sacristía, Imelda supone que no ha podido venir hoy. Entonces entra al cuarto del padre Alejandro con cierta sensación de que pisa un lugar sagrado. El padre Alejandro se levanta de su escritorio para saludarla. Junto a la puerta se apilan las bolsas con las despensas. De pronto el padre Alejandro, después de cerrar la puerta, se acerca a Imelda más de lo acostumbrado. Imelda, asustada, siente el olor de su aliento y la mano del padre hurgando bajo su hipil. Estoy muy solo, Imelda, igual que tú… dice el padre hablando bajito. Imelda retira la mano que el padre ha colocado sobre su pecho y arrebatándose alcanza a decir, ¡ay no, padrecito, si yo solamente vine por la despensa! antes de salir corriendo. El padre solamente acierta a decir ‘regresa por tu despensa’ mientras mira a Imelda marcharse sin voltear atrás.

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Imelda escucha que llaman a la puerta. Son las nueve de la noche y prefiere abrir el postigo para ver quién llega a esa hora y qué es lo que se le ofrece. La sonriente cara de Ausencia aparece entre los barrotes e Imelda se apresura a abrirle. Cuando Imelda se escapó de su casa con Gumersindo, todas sus antiguas amigas le retiraron su amistad, todas menos Ausencia que, desafiando a su familia, no dejó nunca de tratar con Imelda y de visitarla. Cuando Ausencia entró a la casa lo hizo cargando un saquillo de naranjas. Ya sé que es muy tarde, pero aproveché que los juegos mecánicos acaban de comenzar a funcionar para llevar a los chamacos para que los vieran. Claro que no se podrán subir ahora, sino hasta el sábado que su papá de ellos me dé algo de dinero, pero aproveché que están embebidos con los juegos para venir a verte y traerte este regalito. Son naranjas de mi patio para que le hagas unos juguitos a tus chamacos… y adentro le puse dos kilos de arroz, dice Ausencia hablando bajito, como si quisiera ocultar una travesura. Imelda le cuenta rápidamente que ayer no pudo darle a sus hijos más que una taza de atole de maíz, y cuando siente que la voz está a punto de quebrársele, abraza a Ausencia mientras ésta le susurra al oído, ya llegará Gumersindo, ya verás, segurito que para la fiesta lo tendremos por aquí. Es que estoy muy endeudada con Miguel, el de la tienda, dice Imelda. Pero Ausencia le dice, estrechándola aún más fuerte, mira que ese Miguel sí que es una buena persona, de las que no hay muchas en este pueblo tan lleno de prejuicios y de falsedades. Y qué importa que digan que es un maricón, que ya está grande y no ha querido casarse, si lo que Dios ve es el tamañote de corazón que Miguel se carga en el pecho. Mientras a lo lejos escucha la música de la feria, Ausencia continúa acariciando la cabeza de Imelda hasta que ésta para de llorar.

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Fernando atraviesa la oficina de la iglesia que está vacía. Desde el campo de fútbol alcanzó a mirar a su mamá y, dejando el juego, vino para ayudarla. Seguramente viene por la despensa que regala el padrecito, piensa Fernando, y pide a sus amigos que haya cambio, que entre a jugar Papaya, que él ya tiene que irse. Un chamaco de rostro risueño se prepara para entrar a la cancha mientras grita, sólo porque me vas a dar chance de jugar no te doy un madrazo, ya te dije que no me gusta que me digan Papaya. Fernando se aleja del campo de juego rumbo a la iglesia, pero al llegar no encuentra a su mamá por ningún lado. De repente oye el ruido de unos pasos que se alejan corriendo y alcanza a ver la espalda de su mamá que camina rápido, como si hubiera visto a un fantasma. Fernando quiere seguirla cuando escucha un sonido que no alcanza a distinguir. Viene del cuarto del padre Alejandro. ¿Será que este mes no alcanzó para las despensas? piensa Fernando mientras se acerca a la puerta del cuarto. De pronto se para en seco: lo que escucha es el ruido de un chicote. Sigiloso, Fernando se sube en un pretil alto y delgado para asomarse por la ventana del Padre Alejandro. No entiende lo que mira: el padrecito está hincado delante de un crucifijo, tiene la parte superior de la sotana abierta y las mangas le caen por la cintura. La espalda desnuda del padre está llena de marcas. Antes de caerse del pretil, Fernando alcanza a ver cómo el padre dirige el latigazo a su espalda ya enrojecida. El ruido de la caída de Fernando es apagado por el chasquido del látigo. Fernando se va corriendo lleno de miedo de que alguien pueda descubrirlo espiando. Mientras escapa, Fernando piensa que ni de loco se metería de padrecito, y entre jadeos se jura a sí mismo que no contará a nadie lo que acaba de ver.

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Ay padrecito, ya estará usted aburrido de tanta pena que vine a contarle. Gracias a Dios son cosas del pasado. Pero nada me quita de la mente aquel día en que Miguel, el de la tienda, me dio aquellos dos kilos de maíz. Había yo salido con sólo diez centavos en la bolsa. No había nada que se pudiera comprar con tan poquito dinero. Cuando andaba pensando angustiada qué iba a hacer para darle algo de comer a Fernando y a Fili cuando regresaran de la escuela, escuché las campanadas de la iglesia. Ya había tenido aquella mala experiencia con el padre Alejandro, pero no le guardé rencor al pobrecito… estaba tan solo el pobre…, además, no era tiempo de repartición de despensas… el caso es que me metí a la iglesia cuando ya iba a comenzar la santa Misa. Por un momento pude olvidar la angustia que me cerraba la garganta, de manera que cuando pasó la Úrsula para hacer la colecta, no dudé ni un segundo en poner en la canasta los diez centavos que llevaba. Al fin que nada se podía comprar con ello. Fueron diez centavos entregados a Dios por una hora de tranquilidad. Pero cuando salí de la iglesia, estaba sin un solo centavo. Si no hubiera sido por la generosidad de aquel don Miguel… seguro que usted no lo conoció padrecito, era un muchacho muy bien parecido que quién sabe por qué no se casó y que hace algunos años murió de una extraña enfermedad… bueno, fue su generosidad la que me salvó aquel día.

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Gumersindo pasa lentamente los ojos sobre las casas de su pueblo. Le parece que todo ha cambiado. No está arrepentido de haber pasado tanto tiempo en tierra de chicleros. Dios sabe que no había otro remedio, con lo difícil que está encontrar una manera decente de ganarse el pan. Le duele no haber visto algunos de los mejores momentos de Fernando y de Fili. Cuando Gumersindo se fue a los montes de Tzucacab, Fili no caminaba todavía y hoy está ya en tercero de primaria. Y Fernando… tan chambeador como su papá, ya anda comenzando la secundaria. Y todo por la bendita terquedad de su mamá, que prefirió ver cómo hacerle, pero que no permitió que Fernando dejara la escuela. Después de rechazar la cuarta cerveza que su amigo le ofrece, ‘no seas culero Gumersindo, si tienes a tu vieja como reina, te mereces un momento de respiro’, Gumersindo siente que el corazón se le estruja cuando piensa todas las veces en que Imelda tuvo que salir del paso sin dinero. Se despide del amigo insistente, se levanta de la mesa de la cantina y toma el camino a su casa. No volverá a irse otra vez.

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Corrí hasta la casa, padrecito. Eran ya las nueve de la mañana. No quedaba mucho tiempo antes de que los chamacos regresaran de la escuela. Puse a cocer el nixtamal y mientras se enfriaba corrí a pedir prestado el molino de mano que tiene Ausencia… sí padre, la misma Ausencia que ahora es ministra de la Eucaristía… ¡Ay Dios, nos conocemos desde niñas…! Entonces molí el nixtamal y preparé atole. Cuando los niños llegaron estaba yo terminando de servir las tazas. Puse también en el comal unas tortillas. Cuando Fili tomó, con las manos temblorosas del hambre, los primeros sorbos del atole, yo sentí que se me partió el corazón. ¿Por qué lloras mamá? Si está muy bueno el atole y las tortillas están muy sabrosas… Cállate, replicó Fernando a su hermanito, y tómate tu atole despacio, que te vas a atragantar. ¡Ay padre! Fue un día terrible. Hubo muchas veces más en que el hambre tocó a las puertas de nuestra casa, pero esa imagen de Fili con el atole temblando entre sus manos al recibirlo como primer alimento del día todavía tiene el poder de revolverme las entrañas. Gumersindo ya está aquí, es cierto, y que las cosas han mejorado también es cierto, pero… ¡Ay padrecito, es terrible la pobreza! Disculpe que yo le cuente estas cosas, pero con alguien tenía que desahogarme. Y ya le dejo en paz, porque ya es hora de que salga usted a la Misa.

Iglesia y Sociedad

La homofobia, prejuicio asesino

18 May , 2009  

Ojalá fuera solamente un asunto de declaraciones. O una simple discusión de principios morales. O un conflicto de visiones religiosas en pugna. Ojalá así fuera. Pero no es así. La homofobia mata. No solamente en un sentido figurado. Mata de veras. La homofobia secuestra y asesina.

El 12 de mayo de 2008, hace ya un año, decidí dejar de escribir en el Diario de Yucatán. Las razones de mi desistimiento se encuentran explicadas en el artículo más visitado de este portal electrónico, con más de 7,000 visitas. Hoy, un día después del Día Internacional de Lucha contra la Homofobia, vuelvo a referirme al tema censurado porque sigue siendo, me parece, una tarea pendiente que como sociedad y como iglesia tenemos.

Fernando del Collado sabe de lo que habla. Tras un arduo trabajo de investigación que abarcó pesquisas en archivos históricos, revisión hemerográfica, estudio de decenas de expedientes de averiguaciones previas y la realización de entrevistas de campo con familiares y testigos, el escritor publicó hace apenas dos años un libro, «Homofobia. Odio, Crimen y Justicia, 1995-2005» (Tusquets, México 2007), que es una radiografía sobre los devastadores efectos del único prejuicio socialmente justificado y legitimado.

Es en los archivos de la Comisión Ciudadana Contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH) -que agrupa a cerca de treinta líderes de opinión de la talla de Marta Lamas, Carlos Monsiváis, Luis Villoro, Teresa del Conde, Daniel Cazés, Homero Aridjis. Teresa Jardí, Miguel Concha O.P., Cristina Pacheco, por poner sólo algunos ejemplos- que Fernando del Collado encontró una mina de datos que ofrecen un panorama de cuán letal puede terminar siendo el prejuicio de la homofobia. Tan sólo en el último lustro del siglo XX (1995-2000), la CCCCOH documentó 213 ejecuciones contra personas homosexuales.

Se basaron para identificar este tipo de crímenes en tres elementos fundamentales:
– La forma del asesinato, que sigue un patrón bien definido: los cadáveres aparecen desnudos, con manos y/o pies atados, golpeados y con huellas de tortura y casi todos ellos apuñalados y/o estrangulados.
– La redacción de la nota en los medios, que suele informar que la persona asesinada es un hombre o mujer homosexual, que vivían solos y eran visitados por personas del mismo sexo, amén del prejuicio convertido en nota periodística: “individuo de costumbres raras”, y otras expresiones infamantes.
– La información de las fuentes policiales, que suelen calificar este tipo de asesinatos como “procedimientos pasionales que se dan en actos de homosexuales”.

Un acercamiento a esta realidad se hace necesario para que no perdamos las dimensiones del problema. Metidos a veces en sutiles discusiones, corremos el riesgo de olvidar que para muchas personas homosexuales, como lo revela también el reciente éxito cinematográfico “Milk”, este asunto es cuestión de vida o muerte. Vaya pues este sucinto resumen de atrocidades cometidas en nombre del odio a la diversidad sexual. La extrema violencia y la saña con que fueron ultimadas las víctimas reflejan la retorcida lógica de los victimarios que no solamente tienen necesidad de infligir daño a la víctima, sino sienten la urgencia de castigarlas hasta el exterminio. Tal es el resultado de la radicalización patológica de los prejuicios que mantenemos y cultivamos.

Marco Antonio Silva de la Barrera fue descubierto la tarde del 24 de mayo de 1998 en su domicilio de la colonia Culhuacán CTM, en el DF. Había sido amordazado y estrangulado en su domicilio, presumiblemente por tres individuos.

Miguel Ángel Cárdenas Caracheo, de 45 años, fue hallado el 12 de agosto de 1995. Murió ahorcado en la habitación número 40 del Hotel El Dorado, situado en la colonia Nueva Vallejo, del DF. Antes había sido sometido a torturas y violación. Su cadáver fue encontrado atado de pies y manos y la necropsia confirmó la asfixia por estrangulamiento.

Juan Mata Juárez y David Rejón Magaña fueron hallados la tarde del 15 de noviembre de 1995 en su departamento de la Calle Morena 1310, Colonia Narvarte, en el DF. Tenían 31 y 25 años respectivamente. Tenían siete meses de vivir juntos. Fueron encontrados amordazados, con la boca y las narices cubiertas con cinta adhesiva y señales de tortura. Juan fue degollado y abandonado en un sillón. David fue estrangulado con su propia corbata a un costado de la cama de una de las habitaciones.

Horacio Ovando Hernández fue abandonado desnudo en el piso de su recámara, también en la Colonia Narvarte del DF, lleno de golpes y heridas mortales. Recibió seis filosas incrustaciones en el cuello, hombros y antebrazos, realizadas con pedazos de un espejo. El conjunto de heridas le causó una hemorragia que lo llevó a la muerte el 1 de abril de 1998. Tenía 65 años. En enero de 2007, ocho años después del asesinato, la Procuraduría declaró no haber logrado ningún avance en la investigación.

Continuar esta cadena de atrocidades llevaría a un abominable hartazgo como el que describe el trágico libro bíblico de las Lamentaciones. Sirvan estos pocos ejemplos para recordarnos los extremos a los que pueden conducirnos algunas ideas discriminatorias. Las mencionadas víctimas tenían familias, amigos que los querían, compañeros de trabajo que los extrañan, participaban probablemente de alguna comunidad religiosa… ¡Podrían haber sido hijos o hermanos nuestros, por Dios santo!

En el combate contra la homofobia todos tenemos una responsabilidad insoslayable. La conmemoración del 17 de mayo nos permite plantearnos como sociedad todo lo que nos hace falta para desterrar de nuestras mentes y de nuestra convivencia cotidiana este cáncer social. Recientemente, los congresos de Quintana Roo y Tabasco se unieron a otros estados de la república en la declaración del 17 de mayo como Día Estatal contra la Homofobia. Es solamente un primer gesto, pero no deja de tener su valor. Los legisladores y legisladoras de nuestro estado parecen estar muy ocupados en otras cosas…

Colofón: El periodismo consecuente tiene hoy en México nombre de mujer. Se llama Carmen Aristegui. Valiente, congruente, eficaz, Carmen Aristegui sigue siendo una bocanada de aire fresco en una república mediática que tantas vergüenzas nos hace pasar. Quien tenga oído fino podrá escuchar el rabioso rechinar de dientes de los varones encargados del mercado de noticias en Televisa, al verse obligados a comentar la proeza informativa de la vertical periodista, expulsada y perseguida por ese consorcio.

Iglesia y Sociedad

Escándalos sexuales en la iglesia

11 May , 2009  

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, reza el refranero popular. Miro a mi alrededor y tengo miedo que en la iglesia católica no seamos capaces de sacar las lecciones de los más recientes escándalos de connotación sexual en los que han estado implicados ministros o ex ministros de culto.

No todos los casos, es cierto, pueden ser juzgados con la misma medida. El caso de Alberto Cutié, el más reciente y acaso el más publicitado dada la incursión del presbítero en ese nuevo tipo de comunicación televisiva a medio camino entre el periodismo de espectáculos y el ‘talk show’ de superación personal, no es, ni por asomo, el más grave. Tanto el hecho mismo, una relación consensuada entre dos personas adultas, como las justificaciones esgrimidas por el presbítero sorprendido in fraganti, hacen de este caso una especie de vodevil de mediocre factura, por mucho que haga disfrutar a no pocos pícaros observadores y observadoras.

De mayores consecuencias resulta el sainete protagonizado por Fernando Lugo, ex obispo paraguayo, no solamente debido a la función política que hoy desempeña en su patria, sino a la sospecha fundada de la utilización de su poder eclesiástico para el convencimiento de las mujeres con quienes se relacionó y procreó los hijos que, sorpresivamente, han ido saliendo a la luz, con reconocimiento legal o sin él. La esperanza que Lugo despertó en grandes capas de la población paraguaya cuando decidió lanzarse a la arena política estaba, no cabe duda, ligada a su imagen de hombre probo, honesto y responsable. Todo esto parece entrar en crisis debido a sus devaneos y a su irresponsabilidad hacia los frutos de sus relaciones amorosas. La actuación de Lugo ha sido justamente criticada por las corrientes feministas del continente. Duro golpe ha representado también para la corriente liberadora de la teología latinoamericana con la cual, fundada o infundadamente, se liga al ex obispo paraguayo.

Pero, sin duda, el caso de mayor densidad es el de Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, porque implica abuso de poder, pederastia y la comisión de otros delitos contra la infancia, niños que, no hay que olvidarlo, habían sido confiados a su cuidado para participar de un proceso educativo que debería llevarlos al sacerdocio. El caso Maciel puso al desnudo también una red de complicidades que llega a las más altas esferas eclesiásticas, todo ello agravado por el empeño insano de quienes quisieron poner a Maciel en un altar a fuerza de elogios fatuos y de una inmerecida y prematura canonización en vida.

Con la llegada del Papa Ratzinger, el Vaticano se atrevió al fin a tomar cartas en el asunto. A pesar de la sentencia de aislamiento a la que tuvo que someterse el religioso fundador para evitar un juicio en forma en su contra, y no obstante la patética defensa que algunos de sus discípulos y discípulas continuaron haciendo (defensa que implicaba una silenciosa desobediencia al Papa escondida detrás de las fingidas proclamas de adhesión a su magisterio), las acciones delictivas de Maciel cimbraron el edificio eclesial de tal suerte que el Vaticano se ha visto en la necesidad de realizar una visita apostólica de investigación a todas las obras de la congregación por él fundada, ofreciendo así a la Legión una oportunidad de redención que, desde mi punto de vista, pasa por la refundación de ese extendido movimiento eclesial y tiene como condición sine qua non la revocación de cualquier puesto de autoridad a quienes hayan sido cómplices, sea por acción o por omisión, del difunto fundador.

Tengo miedo que todos estos casos, a los que seguramente habría que añadir los escandalitos caseros que corren de boca en boca, se queden solamente en reflexiones espiritualistas que nos impidan, usando lenguaje taurino, tomar al toro por los cuernos.

No niego que estos acontecimientos, que despiertan en mí una especie de vergüenza de familia, sean un llamado a la conversión de los ministros de culto, a la revisión de los valores que rigen nuestras vidas o a la fundamental pregunta acerca de nuestras relaciones con Dios. Creo que, efectivamente, es necesaria la oración y una renovación del espíritu ascético de los ministros religiosos.

Pero no seríamos lo suficientemente audaces si no nos preguntáramos también acerca de nuestra concepción de la sexualidad y hacia dónde nos ha conducido, de las necesarias –y postergadas– reformas de la iglesia en este campo y de la discusión pública, cada vez más urgente, acerca de la obligatoriedad del celibato en la tradición eclesiástica latina. Si no asumimos esta revisión de fondo, los llamados a la oración y a la ascesis no pasarán de ser consejos piadosos, sin impacto estructural dentro de la iglesia.

La tarea pendiente hoy es, justamente, la reforma de la iglesia. Y no es el campo de la sexualidad el único que necesita volver a sus raíces evangélicas. Pero puede ser un buen comienzo…

Iglesia y Sociedad

Libertad y justicia para Atenco

4 May , 2009  

He cumplido al pie de la letra todas las disposiciones de la actual alerta sanitaria. No entiendo gran cosa del funcionamiento de los virus (y poco de nuevo he aprendido a pesar de la aburrida andanada pseudo-informativa de los medios comerciales) pero he debido confiar en la opinión de aquellos que se supone que sí saben. Lo solicitado al público, a fin de cuentas, (lavarse las manos con frecuencia, no saludar de beso o mano, no acudir a lugares con aglomeración de personas) no era gran cosa y cuando algunos empresarios comenzaron a quejarse por tener que cerrar sus negocios, mi prurito antiempresarial, así, a bote pronto, me hizo ver con agrado las medidas.

No obstante lo anterior, no he dejado de darme cuenta que –como siempre sucede– hay gente que se aprovecha de este tipo de acontecimientos inesperados y de la manera como atrapan la atención mediática. No es casual que los legisladores federales hayan terminado sus discusiones sobre la reforma a los sistemas de seguridad pública, que representa una amenaza a la vigencia de los derechos y libertades individuales y que consagra estados de excepción que se antojan francamente anticonstitucionales, justo en los días en que la alerta sanitaria ocupaba todas las planas de los periódicos. Nadie vio, nadie supo. Ninguna discusión pública, ninguna protesta. Bendita influenza.

Es por eso que, a contra corriente, quiero hoy recordar un aniversario que avergüenza a nuestro país y a sus autoridades. El día 3 de mayo de 2006 en el Municipio de Texcoco, Estado de México, elementos de la fuerza pública del Gobierno reprimieron y privaron de su libertad a un grupo de floricultores, que previamente habían acordado con la autoridad municipal el permiso para que se instalaran en las afueras del mercado a comercializar sus productos. En apoyo de los trabajadores, habían acudido diversos integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, los cuales también fueron atacados y encarcelados.

Con el propósito de lograr la liberación de los detenidos durante la intervención emprendida por la Policía Estatal, los habitantes del Municipio de San Salvador Atenco iniciaron diversas acciones de apoyo. En las primeras horas del día 4 de mayo de 2006, una fuerza integrada por elementos pertenecientes a la Policía Federal Preventiva, Militar, Judicial del Estado y Municipal de Texcoco, inició un operativo en contra de los habitantes de Atenco y pueblos vecinos, realizando detenciones masivas, allanamientos de viviendas, e infringiendo a los detenidos tratos crueles, inhumanos y degradantes.

Con vergüenza recordamos el saldo final de los operativos: cientos de personas fueron detenidas sin respeto a sus garantías, dos jóvenes, Javier Cortés Santiago, de 14 años, y Alexis Benhumea Hernández, de 19, fueron asesinados. Especial humillación sufrieron las mujeres de Atenco, convertidas por unas fuerzas del ‘orden’ fuera de todo control en el botín de guerra del operativo: muchas de ellas fueron violadas y torturadas física y psicológicamente. De todo ello hay abundantes testimonios gráficos y acusaciones formales rendidas ante el Ministerio Público.

Convertido en un escándalo que rebasó las fronteras del Estado mexicano, muchas organizaciones de derechos humanos, nacionales e internacionales, emitieron sus recomendaciones. Tanto el gobierno de Vicente Fox, como el de Felipe Calderón, han hecho caso omiso de ellas. Más recientemente, la Suprema Corte de Justicia, en una de sus más discutidas decisiones, determinó que en el operativo de Atenco se violaron flagrantemente los derechos humanos de cientos de ciudadanos, pero omitió señalar culpables y todo quedó en una especie de regaño infructuoso. Los responsables de tales hechos continúan sin castigo.

Las organizaciones de derechos humanos se han encargado de colocar los acontecimientos de Atenco en su justa dimensión. No se trata de una acción casual y aislada, sino que responde a un patrón estratégico destinado a proteger megaproyectos transnacionales, que implica una ofensiva de los órganos de seguridad, ejército y policías, y que criminaliza la protesta social, con el fin de eliminar la disidencia interna. Así, los encargados del orden defienden los intereses del gran capital, mientras que numerosas organizaciones populares son perseguidas y reprimidas en México.

Atenco no es sólo el recuerdo oprobioso de una represión orquestada y realizada por quienes tienen como función defender a los ciudadanos en lugar de agredirlos. Es un asunto del presente porque continúan impunes los funcionarios que intervinieron en el brutal operativo y porque permanecen en la cárcel 12 personas con penas que van de los 31 años de prisión, como en los casos de Oscar Hernández Pacheco, Alejandro Pilón, Julio Espinosa, Juan Carlos Estrada, Jorge Ordóñez, Adán Ordóñez, Narciso Arellano, Inés Rodolfo Cuellar y Eduardo Morales, y también penas de 67 y hasta 112 años de prisión en un penal de máxima seguridad, como ocurre con Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo. Otros, como América del Valle y Adán Espinosa Rojas, se encuentran en condición de perseguidos. Todos ellos fueron condenados a terribles e injustas sentencias por delitos que no cometieron. Contra ellos se empleó el sistema de justicia de manera facciosa. Ellos no son delincuentes, algunos son los líderes más visibles del movimiento en defensa de la tierra, y otros, sencillos y humildes pobladores; algunos incluso, nunca habían participado en ningún movimiento social.

Firmada por más de 100 organizaciones, colectivos, redes y movimientos de 17 estados del país y 6 naciones y encabezada por las firmas de decenas de personalidades del arte, la ciencia y la religión, ha surgido una campaña internacional por la liberación de los 12 presos, que solicita la revocación de las injustas sentencias, el respeto irrestricto a los derechos humanos de los detenidos y perseguidos y el juicio a los responsables materiales e intelectuales de la represión y las violaciones a los derechos humanos.

Entre las personalidades religiosas firmantes están Samuel Ruiz García, Obispo Emérito de la Diócesis San Cristóbal de las Casas; Raúl Vera, Obispo de la Diócesis de Saltillo, Coahuila; Fray Miguel Concha Malo, fraile dominico, Director del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria; el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Por Juárez; el Comité Monseñor Romero, entre otras entidades de inspiración cristiana. Las y los artistas Ofelia Medina, Manu Chao, Julieta Egurrola, Francisco Toledo, Diego Luna, Daniel Jiménez Cacho, Demián y Odiseo Bichir, entre otros. Destacan también periodistas como Miguel Ángel Granados Chapa y Luis Hernández Navarro; académicos y escritores como Adolfo Gilly, Carlos Montemayor, Luis Villoro y Paco Ignacio Taibo II…

Desde este rincón del sureste mexicano, en permanente lucha contra el olvido y la desmemoria, esta columna apoya la campaña “Libertad y Justicia para Atenco”. La influenza ha resultado un conveniente amnésico para muchos comentaristas. No para esta columna.

Iglesia y Sociedad

Profetas de la ternura

27 Abr , 2009  

Hay acontecimientos que quedan prendidos en la memoria colectiva. Uno de ellos es el Auto de fe realizado por Fray Diego de Landa en Maní. Así lo recuerda Eduardo Galeano: “1562. Maní. Esta noche se convierten en ceniza ocho siglos de literatura maya… Al centro, el inquisidor quema los libros… mientras tanto, los autores, artistas-sacerdotes, muertos hace años o siglos, beben chocolate a la fresca sombra de la ceiba, el primer árbol del mundo. Ellos están en paz porque han muerto sabiendo que la memoria no se incendia.” (Maní (fragmento). Memoria del Fuego. Los nacimientos)

Aunque hay versiones encontradas sobre el pasaje histórico y pueden hallarse lo mismo defensores que detractores del obispo franciscano, lo cierto es que Landa, movido por un celo digno de mejores causas, persiguió y castigó a cientos de hombres y mujeres mayas por el delito de idolatría (eran bautizados, pero continuaban el culto maya en la clandestinidad) e incendió cientos de códices y de figuras en los que el pueblo maya guardaba celosamente su memoria y su alma religiosa.

A hechos como el Auto de fe de Maní se refería el Papa Juan Pablo II cuando, en su carta apostólica ‘El tercer milenio que llega’ señalaba: “Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad. Es cierto que un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional a la que sólo los grandes espíritus verdaderamente libres y llenos de Dios lograban de algún modo substraerse. Pero la consideración de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre. De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: «La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas» (TMA 35).

Por eso creo que, junto con el auto de fe de Maní. Las generaciones venideras recordarán otra fecha: el 13 de Abril de 2009. En esa fecha, un lunes por la tarde, al atrio del convento de Maní llegaron los franciscanos que viven en el sureste de México (Yucatán, Campeche, Tabasco, Quintana Roo y Chiapas), pertenecientes a la provincia que lleva por nombre San Felipe de Jesús. Con los pies calzados con sandalias y los raídos hábitos cafés, estos discípulos de Jesús y miembros de la familia de Francisco de Asís, que se toman en serio la vivencia del evangelio, hicieron una celebración en la que pidieron perdón por todas las ‘sombras’ de la tarea evangelizadora realizada en estas tierras por sus cofrades del siglo XVI y los siglos posteriores. De manera especial pidieron perdón por el auto de fe de Maní.

Seguidores de Cristo pobre, despojados de la parafernalia mediática que –hoy más que nunca– no es más que ‘campana que suena y platillo que retumba’, y apoyados solamente en la fuerza desnuda de su testimonio, estos profetas de la ternura, los frailes franciscanos de la provincia sureste, se comprometieron a luchar para que acciones como el auto de fe no se repitan más nunca en el presente ni en el futuro. Comparto con ustedes, el hermoso texto con el que pidieron perdón y manifestaron su compromiso:

Al pueblo maya, extendido más allá de las fronteras humanas
Al pueblo yucateco
A la Iglesia católica y a todas las denominaciones cristianas que se esfuerzan por vivir el mensaje de Jesús de Nazaret
A todas las mujeres y hombres de buena voluntad

Nosotros, Hermanos Menores del siglo XXI, pedimos PERDÓN:

Pedimos perdón al pueblo maya, por no haber entendido su cosmovisión, su religión, por negar sus divinidades; por no haber respetado su cultura, por haberle impuesto durante muchos siglos una religión que no entendían, por haber satanizado sus prácticas religiosas y haber dicho y escrito que eran obra del demonio y que sus ídolos eran el mismo satanás materializado.

Pedimos perdón, porque en muchas ocasiones nos alejamos del mandato de Jesús de Nazaret: Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia… y predicamos una religión de miedo, temor y lucro, y no nos encarnamos e inculturamos en este pueblo, como Jesús se encarnó en el género humano.

Pedimos perdón, porque destruimos sus edificios, sus templos y encima de ellos construimos grandes obras arquitectónicas, muchas veces con el cansancio, el sudor y la sangre de los indígenas. Pedimos perdón porque una vez terminadas esas obras no las pusimos, en muchas ocasiones, al servicio del Reino y del pueblo; nos encerramos en ellas y nos alejamos de los pobres, encontramos en dichos edificios todas las comodidades; hicimos de ellos nuestro claustro, cerramos nuestras vidas y encerramos nuestras ideas y con ello nos olvidamos de que el mundo es nuestro claustro y de que en él hay muchos excluidos, muchos claustros olvidados.

Pedimos perdón. por no haber hecho una evangelización que incluyera a las mujeres, y en muchas ocasiones nos unimos a la práctica común de utilizarlas, humillarlas, excluirlas, someterlas, no darles el justo lugar que deben ocupar en nuestra Iglesia a pesar de que ellas son las que la sostienen.

Pedimos perdón, por haber dudado de la dignidad de la persona humana; por haber callado frente a la violación de los derechos de los hombres y mujeres de estas tierras, pudimos haber gritado, levantado la voz, pero no lo hicimos y con ello nos unimos a la aberrante humillación de nuestro pueblo.

Pedimos perdón, porque no seguimos el ejemplo de Francisco de Asís, de abrazar a los excluidos de todos los tiempos con diferentes rostros del crucificado: niñas y niños; jóvenes, indígenas, campesinos, obreros, migrantes, ancianos, mujeres, infectados de VIH y enfermos de SIDA, homosexuales y muchos otros marginados de la sociedad; nos unimos a la voz inquisidora de quien señala y condena y no les dimos la ternura profética y salvadora que viene de Dios.

Pedimos perdón, porque nos unimos al saqueo de la hermana madre tierra, y con una mentalidad mercantilista, la abandonamos y abandonamos a los que la trabajan.

La historia y el pueblo han juzgado a nuestra Iglesia y a la Orden Franciscana; aceptamos con humildad el juicio y llevamos en nuestra conciencia la condena: cargar en nuestros hombros hasta el final de los días con el perdón y la bondad del pueblo del que un tiempo nos alejamos.

Nosotros hermanos menores, nos COMPROMETEMOS:

A ofrendar nuestra vida, hasta el extremo, hasta entregarla por la salvación y la liberación total de todo pecado, de toda opresión de cualquier tipo, para que las hijas y los hijos de Dios tengan vida en plenitud.

A formar a nuestros hermanos que vienen atrás y a formarnos nosotros, para comprender la cultura de la que hemos salido, promoverla y encarnar el mensaje de Jesús hasta tener un cristianismo maya.

A abrazar a los excluidos de hoy y luchar desde lo más profundo del corazón y con todas las fuerzas que nos da el Dios de la vida, por su inclusión en nuestra sociedad, por el respeto de sus derechos.

A luchar porque las mujeres tengan una vida más participativa en la sociedad y en nuestra Iglesia.

A trabajar por transformar la historia al lado de nuestro pueblo; a cuidar la vida en todas sus dimensiones, especialmente la vida amenazada; a continuar la Causa de Jesús: hacer el Reino. A hacer otro mundo.

Dios, Madre y Padre, que conoce las intenciones y propósitos de sus hijas e hijas nos dé la fuerza de su Espíritu para que, siguiendo a su Hijo, podamos llevar al corazón de nuestro pueblo, la Buena Noticia de la salvación, con la encarnación profética de la ternura.

Maní, Yucatán, 13 de abril de 2009
En el VIII Centenario de Fundación de la OFM

Iglesia y Sociedad

¿Justicia pronta y expedita?

20 Abr , 2009  

La pesadilla duró cerca de diez años. El pasado 8 de abril de 2009, justo al inicio de un período vacacional para el Poder Judicial, el Tribunal Superior de Justicia emitió la sentencia final del conocido caso de las violaciones a los derechos humanos cometidas contra niños y niñas de la Escuela Social de Menores Infractores (ESMI), y denunciadas por sus familiares desde el año 2001.

Cerca de un año después que el equipo de derechos humanos Indignación A.C. interpusiera la queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ésta emitió la recomendación 10/2002 que documentó graves violaciones a derechos humanos cometidas por la entonces Directora de la ESMI, Dra. Rocío Martel, ante la complacencia y complicidad de otros funcionarios de la institución.

En numerosas ocasiones he referido en esta misma columna las vejaciones de que fueron objeto los niños y niñas de la ESMI. Si las repito ahora no es por un prurito morboso, sino para que nunca olvidemos de lo que es capaz el abuso de poder, para que aquilatemos el sufrimiento que han llevado por muchos años sobre sus hombros (y, probablemente seguirán llevando) los niños y niñas agredidos, pero –sobre todo– para que nos aseguremos de que situaciones como ésta no vuelvan a ocurrir nunca más.

La CNDH documentó en su recomendación que funcionarios de la ESMI, bajo el mando de la Dra. Martel, obligaban a los niños a comer alimento para cerdos, los golpeaban en diversas partes del cuerpo con objetos distintos como mangueras, cinturones o zapatos y los encerraban en celdas por lapsos de hasta 15 días. La CNDH también documentó que la entonces directora le tocaba y apretaba los genitales a los varones y los pezones a las mujeres como medio de castigo o amenaza; vestía a los varones de mujer para humillarlos, dejaba a los internos sin comer hasta por lapsos de 3 días, les suspendía las visitas con sus familiares; los amarraba de árboles, los amenazaba con trasladarlos al CERESO de la entidad y también con inyectarles sangre contaminada con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y les administraba psicotrópicos y otros medicamentos sin ningún tipo de prescripción médica ni control.

No obstante la gravedad de los hechos documentados, los órganos encargados de procurar y administrar justicia se llevaron seis años en llegar a una sentencia, en un proceso plagado de irregularidades que puntualmente dio a conocer a la opinión pública el equipo Indignación A.C. El resultado del trabajo de la juez séptimo, Rubí González Alpuche, no pudo ser más decepcionante: en su sentencia de agosto de 2007 no solamente fijó una pena irrisoria a las únicas dos personas a las que encontró culpables (la Dra. Martel, 3 años de prisión, y al chofer Martín Antonio Espínola Escalante, un mes, absolviendo a otros diez ex funcionarios implicados), conmutables por 19 mil pesos en el primer caso y por 555 pesos en el segundo, sino que pretendió justificar la sentencia bajo el argumento de que “llegar a esos excesos, fue con una clara intención de hacer recapacitar a los menores (…) considerados ‘menores incorregibles’ (…) provenientes de familias totalmente disfuncionales”.

A pesar de que las y los adolescentes habían enfrentado un largo y desgastante proceso, la sentencia dejó un grado tan alto de insatisfacción, que, ofreciendo un ejemplo de valor, una de las agraviadas, acompañada del equipo Indignación A.C., decidió interponer el recurso de apelación por la reparación del daño e instar al Ministerio Público a apelar la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia, proceso que se prolongó por casi dos años y que ha resultado en la sentencia final que prevé un aumento de 11 meses en la pena impuesta contra la ex directora de dicho centro, Rocío Martel López, con lo que queda confirmada su responsabilidad.

Estos son, pues, los números vergonzosos de la justicia “pronta y expedita” para los niños y niñas de la ESMI cuyos derechos fueron violados: un proceso que abarcó más de ocho años, tres gobiernos estatales involucrados (Víctor Cervera Pacheco, Patricio Patrón Laviada e Ivonne Ortega Pacheco), y una sentencia que llega casi diez años después de que se cometieron los hechos, ocho años después de que se denunció ante la CNDH, seis años después de que inició el proceso penal y a casi dos de que se presentó la apelación ante el Tribunal Superior de Justicia de Yucatán.

Aunque, a juicio del equipo Indignación A.C., la sentencia no refleja la gravedad de los agravios cometidos contra las y los entonces adolescentes, no todo son malas noticias. No solamente ha quedado confirmada la culpabilidad de la ex funcionaria, sino que de este largo proceso han surgido algunos elementos que serán de mucha utilidad para futuros procesos de defensa de derechos humanos contra los abusos del poder público.

Un primer elemento es que no recordamos que en alguna otra ocasión, en la sentencia de un caso de violación a los derechos humanos, se haya incluido el concepto de reparación moral del daño. Es cierto que 10 mil pesos para cada uno de los niños y niñas denunciantes aparece como una cifra insuficiente, que no alcanza ni siquiera a costear un tratamiento psicológico que les permitiría superar las secuelas de los sufrimientos que padecieron, sin embargo, la inclusión de tal concepto sienta un precedente en materia de derechos humanos en el estado de Yucatán, lo que debe considerarse una victoria, tanto de los denunciantes, como de las organizaciones nacionales que se unieron a esta exigencia ante el Tribunal Superior de Justicia: Infancia Común, la Red Todos los Derechos para Todas y Todos y la Red por los derechos de la infancia.

Un segundo elemento digno de llamar la atención es que, aunque el aumento de la sentencia fue solamente de once meses, el Tribunal Superior de Justicia determinó que tal sanción no podrá ser sustituida por dinero sino, únicamente, por setecientas doce jornadas de trabajo a favor de la comunidad, en los términos que fije el Ejecutivo del Estado. Grave responsabilidad tiene la gobernadora del estado, ya que de ella dependerá fijar cuál será el trabajo a favor de la comunidad por el que la ex directora podrá conmutar su sentencia. Seremos muchos y muchas quienes estaremos pendientes de su decisión. Será una buena oportunidad para medir su compromiso en el combate contra la impunidad, uno de los cánceres que mina nuestro sistema de procuración e impartición de justicia.

Finalmente, aunque la dilación haya sido el signo bajo el cual transcurrió todo este largo proceso judicial, no deja de ser alentador que una demanda ciudadana, llevada adelante gracias a la resistencia de los agraviados, pertenecientes a un grupo en especial situación de vulnerabilidad como son los niños y las niñas, haya logrado evitar la impunidad de la ex funcionaria que, en ejercicio de sus tareas, abusó de su poder y cometió los delitos por los que, finalmente, resultó inculpada.

Colofón: Se estará presentando en fechas próximas en el Centro Cultural Olimpo la pieza teatral, “Guerrero en mi estudio”, escrita y dirigida por José Ramón Enriquez. Quienes tengan la oportunidad de asistir, además de presenciar un espléndido trabajo actoral de la compañía “Teatro hacia el margen A.C.”, podrán tener acceso a la esperpéntica visión del dramaturgo sobre la cuestión, permanentemente abierta, del único caso de mestizaje deseado que nos reporta la historia de la invasión europea de finales del siglo XV.

Iglesia y Sociedad,Pascua

La resurrección, fuente de esperanza

13 Abr , 2009  

La resurrección es un hecho meta histórico. No puede ser clasificado en el mismo tenor en el que ponderamos los otros acontecimientos de la vida de Jesús. En realidad, nadie vio la resurrección. Cuando hacia fines del siglo II, en Siria, aparece el evangelio apócrifo de Pedro narrando cómo Cristo resucita delante de los guardias romanos y los ancianos judíos, las comunidades cristianas (que son las que están al origen del Nuevo Testamento y no viceversa) lo rechazan y no lo reconocen como canónico. El sentido común de los cristianos y cristianas más antiguos no aceptó una manera tan contundente de hablar de la resurrección de Jesús.

Incluso literariamente hablando, los textos de los evangelios que hablan de la resurrección de Jesús rompen la unidad narrativa que puede percibirse en el conjunto de los tres primeros evangelios. Una lectura atenta de los textos manifestará inmediatamente al lector/a avezado/a numerosas divergencias: el número de las mujeres, el número de los ángeles, los motivos por los que las mujeres fueron al sepulcro, el horario de la visita, las palabras del ángel, la reacción de las mujeres ante el sepulcro vacío, etc.

Un dato, sin embargo, es común en todos los textos: el sepulcro está vacío. Pero aun este hecho es ambiguo: no solamente no provocó la fe (a excepción del relato del cuarto evangelio, que merece tratamiento aparte), sino que originó más bien miedo, espanto, temor. El texto de Marcos (16,8), por ejemplo, sostiene que las mujeres “salieron huyendo del sepulcro, porque estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo”. María Magdalena interpreta inicialmente el sepulcro vacío como si hubiera sido un robo (Jn 20,1.13-15) y algunos discípulos lo reducen a “locuras de mujeres” (Lc 24,11). Así pues, el sepulcro vacío es solamente un signo ambiguo, que puede ser interpretado, y de hecho lo fue como señalan los mismos evangelios, de diferentes maneras.

Son las apariciones de Jesús las que destruyen la ambigüedad del sepulcro vacío. Las apariciones, fenómenos que se conceden sólo a testigos escogidos, son las que dan origen a la exclamación apostólica: “Verdaderamente ha resucitado”. Y aunque los relatos de las apariciones parecen responder a dos esquemas distintos (el esquema que muestra a Jesús como una presencia carnal, que come, que camina con los discípulos, que se deja tocar y dialoga con ellos y aquel otro esquema que muestra a Jesús ya no ligado al espacio y al tiempo, sino que aparece y desparece, atraviesa paredes, y se muestra tan distinto, que incluso gente que lo acompañó durante años termina confundiéndolo con un viandante, un jardinero o un pescador), son la experiencia definitiva en la que se basa la posterior fe de las iglesias primitivas.

No obstante la precariedad de estos datos, la resurrección es, desde el origen del cristianismo, una afirmación fundamental. Y lo es, porque es a su luz que alcanzamos a comprender el misterio de la vida y muerte de Jesús. La afirmación apostólica de que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos es una forma de reivindicar la vida de Jesús, su proyecto de mundo, su predicación y, sobre todo, su muerte humillante. Teólogos, tanto de la iglesia católica como de las iglesias reformadas, coinciden en sostener que sólo en la resurrección se revela el significado total de la cruz.

Quisiera abordar brevemente el sentido de la resurrección siguiendo las pistas de los teólogos de la liberación. Jesús de Nazaret aparece anunciando la irrupción del ‘Reino de Dios’ (Mc 1,15). Bajo esta expresión teológica, encontrada 122 veces en los evangelios, se anuncia una transformación total y estructural del mundo. No se trata solamente de algo interior o espiritual, algo que venga de arriba, o que tuviera que esperarse fuera de este mundo o sólo después de la muerte. En su sentido pleno y total, el Reino de Dios es la expresión de la utopía que se esconde en cada corazón humano: la de un mundo en el que el mal, la injusticia, el pecado son liquidados, con todas sus consecuencias, del ser humano, de las estructuras sociales, del cosmos entero.

Tal categoría, el ‘Reino de Dios’, no puede ser aplicada solamente a una zona determinada de la persona humana, como es su alma, o a los bienes espirituales, y ni siquiera a la iglesia. Ya lo decía Leonardo Boff, “el Reino de Dios abarca toda la realidad humana y cósmica que debe ser transfigurada y liberada de todo signo de alienación. Si el mundo sigue como está, no puede ser patria del Reino de Dios”. Y un elemento insoslayable de esta realidad es la aniquilación de la muerte.

La resurrección es la realización del Reino en la persona de Jesús. Así lo entendió el teólogo del siglo III, Orígenes, cuando afirmó que Cristo era la “autobasileia” de Dios, es decir, que el Reino de Dios se había realizado en su persona. En el Señor resucitado fueron vencidos la muerte, el mal, el odio, todas las alienaciones que nos impiden ser plenamente humanos, a imagen de Dios. Quedan realizadas en el Señor resucitado todas las potencialidades que Dios ha puesto en la existencia humana. Es por eso que un escritor del siglo III llegó a afirmar que, cuando Dios dijo “hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza”, estaba pensando en Jesús resucitado.

El Señor resucitado convierte la utopía en ‘topía’. La vida plena, la superación de todas las alienaciones, la victoria definitiva sobre el mal, la injusticia y la muerte, han acontecido ya en una persona: Jesús de Nazaret, el crucificado que ha sido resucitado por el Padre. Dios no ha quedado indiferente ante los crímenes y los lastres de la historia. Los despojados y crucificados de la historia tienen, en la resurrección de Jesús, una fuente inagotable de esperanza. La lucha por la justicia, por el amor, por la transformación del mundo, aunque aparentemente fracase en el proceso histórico, es una apuesta destinada a la victoria. Al final triunfará.

Releo lo que he escrito hasta aquí. Lamento haber escogido el camino de la teología para mi tradicional escrito pascual. Gracias a la diligencia cibernética de mi amigo Luis Peniche puede revisarse ahora, en la sección “descargas” de este mismo sitio, mis reflexiones pascuales de los últimos años. Cualquiera de ellas es mejor que las líneas que anteceden. No cabe duda que el lenguaje descriptivo palidece ante el lenguaje lírico. Sí, sí, ya sé… debí haber escrito un poema o inventado una canción. No hay mediación más acertada para hablar de la resurrección que el lenguaje simbólico. Lástima que los tiempos poéticos han pasado para mí y la inspiración no suele aparecer cuando la busco. De todas maneras, con la pobreza de la prosa explicativa, deseo a todos los lectores y lectoras de esta columna, una muy feliz pascua de resurrección.

Colofón: Eduardo Galeano pisó tierras mayas. Tras de sí dejó la estela de sabia ironía que corresponde a un cronista lúcido de la historia pasada y reciente. Fue una grata oportunidad tenerlo al alcance de la mano y escuchar su palabra. Vaya un cálido agradecimiento a Olga Moguel y Atilano Ceballos, organizadores de la inolvidable visita.

Iglesia y Sociedad

Taj Náach Yano’on… ¡Qué lejos estamos!

6 Abr , 2009  

Ya todo huele a semana santa. La celebración cumbre del triduo pascual resulta para los cristianos y cristianas una conmemoración de aquello que nos identifica en lo más hondo: el aprecio por la entrega salvadora de Jesucristo en la cruz. He insistido ya en otras ocasiones en que me parece un desvío separar el misterio de la pasión, muerte y resurrección del conjunto de la vida de Jesús. Como bien señalara el teólogo brasileño Leonardo Boff en su libro ‘Pasión de Cristo. Pasión del mundo’: “Muerte no es solamente el último momento de la vida. Es la vida toda que va muriendo, limitándose, hasta sucumbir en un límite último. Por eso, preguntar ‘¿Cómo murió Cristo?’ equivale a preguntar cómo vivió, cómo asumió los conflictos de la vida… Él asumió la muerte en el sentido de haber asumido todo lo que trae la vida: alegrías y tristezas, conflictos y enfrentamientos, por causa de su mensaje y de sus opciones de vida”.

Siempre he pensado que la pregunta ‘¿por qué mataron a Jesús?’ es mucho más pertinente de aquella ‘¿por qué murió?’. Y es más pertinente porque Jesús no buscó la muerte. No fue un suicida. No quiso el sufrimiento ni para los demás, ni para él. Es más, una lectura atenta de los evangelios nos muestra a Jesús combatiendo el sufrimiento ahí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en la desesperanza. Por eso el relato de la oración en el huerto de Getsemaní nos muestra que Jesús no corrió tras la muerte… pero tampoco se echó para atrás.

Aquí reside, me parece, la clave para darle al sufrimiento un sentido redentor. Empeñarse en que haya un mundo en el que sea menos difícil el amor y la justicia, la hermandad y la igualdad en la diversidad, implica denunciar situaciones que engendran odio, implica comprometerse en la transformación del mundo, en la gestación de estructuras sociales, ideológicas, psicológicas, políticas y religiosas que hagan posible la justicia y la fraternidad.

Y, como nos lo enseña el testimonio de tantos mártires, este compromiso lleva a enfrentamientos, a sufrimiento, en una palabra, a la cruz. Pero ése es el trabajo de los cristianos y cristianas. Por eso dice Boff que “cargar la cruz hoy como Jesús la cargó significa, por tanto, solidarizarse con aquellos que son crucificados en este mundo, los que sufren violencia, son empobrecidos, deshumanizados, ofendidos en sus derechos”.

Y porque en nuestra sociedad, machista y patriarcal, resulta que los crucificados de este mundo son, muchas veces, más crucificadas que crucificados, es que me alegra que en el marco del mes de marzo y en pleno tiempo cuaresmal, el equipo Indignación A.C. haya publicado el informe “Náach Yano’on” (¡Qué lejos estamos!) sobre la situación de las mujeres y su acceso a la justicia.

El informe, que puede ser consultado completo, en sus 42 páginas, en el portal electrónico www.indignacion.org.mx, fue realizado en ocasión de que, el pasado 20 de marzo, se cumpliera un año de la entrada en vigor de la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida sin Violencia en el Estado de Yucatán. Con datos duros, el documento nos presenta una realidad altamente preocupante: las mujeres yucatecas, especialmente las mujeres mayas, no han experimentado ningún cambio en su acceso a la justicia a raíz de la entrada en vigor de la ley. Las prácticas viciadas siguen siendo las mismas: no solamente continúan en aumento las cifras de la violencia, sino que los ministerios públicos ni siquiera conocen la ley y se perpetúan los obstáculos para denunciar, enjuiciar y sancionar a quienes cometen violencia en contra de las mujeres.

De nuevo, el equipo Indignación A.C. desnuda hasta sus mismas entrañas el sistema de procuración e impartición de justicia en Yucatán. Queda en el informe, a través del relato de acompañamiento de algunos casos (Doña Rafaela, Doña Eduviges, Doña Antonia, Doña Alicia…), el cúmulo de problemas que enfrentan las mujeres yucatecas y mayas en su determinación de buscar la justicia: las trabas en los Ministerios Públicos, las leyes que están mal hechas, aquellas otras leyes que ni siquiera se han hecho, es decir, todas las ausencias que, por negligencia o incompetencia, son atribuibles al gobierno en todos sus niveles.

Como el nombre mismo del informe afirma, asomarse a la realidad del fallido acceso de las mujeres a la justicia es reconocer cuán lejos estamos de cumplir con los más altos estándares establecidos en el derecho internacional de los derechos humanos. A pesar de la flamante adaptación yucateca de la norma federal, el calvario de una mujer en búsqueda de justicia es hoy en Yucatán una realidad vergonzosa.

Para muerta basta un botón: Doña Rafa es una mujer de una comisaría de Conkal. Ha vivido violencia verbal, psicológica, física y sexual por parte de su esposo durante treinta años. Acudió en varias ocasiones al juez de paz de su comunidad y su marido fue arrestado hasta por 36 horas en algunas ocasiones. En septiembre de 2006, doña Rafa acudió de nuevo al juez de paz para denunciar al marido. El juez conminó al agresor a permanecer lejos de su hogar e hizo que firmara un convenio en el que se comprometía a cumplir con esa orden. El mismo juez recomendó a doña Rafa acudir al Ministerio Público para ahí presentar su queja, advirtiéndole que en el ayuntamiento ya no podían hacer nada más.

Doña Rafa interpuso su denuncia penal ante la agencia del Ministerio Público especializada en delitos sexuales y violencia familiar desde el año 2007. Ha ampliado su declaración en varias ocasiones, ha presentado testigos, ha ofrecido una valoración psicológica que le realizaron en la Casa de la Mujer… Sin embargo, hasta marzo de 2009 su expediente no había sido consignado. ¿Qué otra cosa necesitará hacer, dado que en la agencia del Ministerio Público no sabían siquiera de la existencia de la nueva ley y, mucho menos, cómo ponerla en práctica?

Con este informe, el equipo Indignación A.C. nos ofrece un testimonio más del dolo y el desinterés de las autoridades yucatecas en la administración de justicia a favor de las mujeres. Y nos confirma también, con talante profético, aquello que señalaba Boff: “Defender (a quienes se ven privados de sus derechos), atacar las prácticas en cuyo nombre se les convierte en no personas, asumir la causa de su liberación y sufrir por ella, es cargar con la cruz. La cruz de Jesús y su muerte fueron consecuencia de un compromiso a favor de los desheredados de este mundo”.

Colofón: Sigue hablando cuando muchos callan, recuerda cuando muchos apuestan por el olvido, hurga en los entresijos de la historia y comparte la visión de los vencidos: es Eduardo Galeano, el montevideano de América, escritor entrañable, historiador de los nadies… y estará en Mérida, en el teatro de la UADY, hoy lunes 6 de abril a las 19.00 horas, y en Maní, en la Escuela de Agricultura Ecológica “U Yits Ka’an”, mañana martes 7 de abril a las 17.00 horas. Es una oportunidad única que no hay que desaprovechar. La entrada es libre.

Iglesia y Sociedad

Buena noticia para los derechos humanos

30 Mar , 2009  

La Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que, para que las personas y los pueblos puedan vivir dignamente, se necesita el reconocimiento y respeto de las dos clasificaciones de derechos: los civiles y políticos (DCyP), y también los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESC).

Louise Arbour, antigua Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, explicó en qué consisten estas dos clases de derechos: los DCyP hacen que se respete la libertad a vivir sin miedo. Con esta formulación, la entonces Alta Comisionada expresó que la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de movimiento, el derecho a juicios justos, el derecho a elegir a nuestras autoridades, y todos los demás DCyP, nos permiten vivir sin miedo de que los gobiernos nos obliguen a hacer algo que no queremos, que se metan en nuestras vidas. Mucha gente ha sido perseguida por el gobierno debido a su manera de pensar, o a las cosas que ha dicho o publicado. Los DCyP nos garantizan que los gobiernos tienen límites muy precisos y que, siendo ellos nuestros servidores, no tenemos porqué vivir teniéndoles miedo.

Para hablar de los DESC, en cambio, Louise Arbour los nombra como la libertad de vivir sin miseria. Se refiere así a que el derecho a la educación, a la salud, a un nivel de vida digno, al trabajo, a la identidad cultural, a un medio ambiente sano, y todos los demás DESC, son derechos que el estado debe garantizarnos: escuelas, hospitales, empleos, carreteras, lo que hará que no vivamos en la miseria.

Desde que la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue firmada por los países de la ONU, se reconoció que estas dos clases de derechos están íntimamente relacionadas. De nada serviría, por ejemplo, tener libertad de entrar y salir del país (que es un derecho civil) si las personas no tienen trabajo digno para ganarse el dinero suficiente y así poder pagarse un pasaje de autobús o de avión para poder hacerlo (que es un derecho social). Se entendió, ya desde aquellos años, que la pobreza y las condiciones inhumanas de vida eran un obstáculo para el goce de los otros derechos, por lo que no puede llamarse “respetuosa de los derechos humanos” a una sociedad donde la desigualdad se manifiesta en situaciones de miseria.

La influencia de los países capitalistas hizo que durante mucho tiempo se diera mucha más atención a los derechos individuales. Así que muy pronto, en 1976, se inventó un mecanismo llamado “Protocolo Facultativo” para vigilar que todos los países respetaran esos derechos. Como resultado de esto, cualquier ciudadano que sintiera que sus DCyP eran violados tenía instrumentos en su país y fuera de su país, para reclamar que se le respetaran.

Los DESCA, en cambio, han tenido que recorrer un camino mucho más largo para ser reconocidos como verdaderos derechos por los gobiernos de los países. Se creó una categoría de derechos ‘alfa’ –los civiles y políticos—que eran prioritarios en las agendas de política interna e internacional de los países ricos e influyentes. En contraste, los derechos económicos, sociales y culturales a menudo quedaron al final de las listas de ‘pendientes’ nacionales e internacionales”.

El año pasado, 2008, terminó con un evento histórico para el mundo de los derechos humanos: la adopción por la Asamblea General de la ONU del Protocolo Facultativo al Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PF-DESC). Por “protocolo facultativo” entendemos el establecimiento de medios jurídicos concretos, universalmente aceptados, por medio de los cuales un ciudadano puede enfrentar una violación de los derechos humanos en su país y, una vez que se hayan agotado todas las instancias internas, puede también recurrir a tribunales internacionales expresamente creados para ello.

Ya desde hace más de treinta años, si una persona ve violados sus DCyP y agota los canales existentes en su país, entonces puede recurrir a instancias internacionales a las que México está sometido. Eso es lo que hizo, por poner un ejemplo, el ex candidato independiente a presidente de la república, Jorge Castañeda. Él quiso ser candidato a la presidencia, pero quiso hacerlo fuera de la estructura de los partidos. La ley electoral se lo impidió, porque en México no existía la figura de candidatos independientes. Todo el que quisiera ser elegido debería ser presentado por algún partido político. La candidatura de Jorge Castañeda fue desechada por los tribunales mexicanos. Pero Jorge Castañeda, que sabe que existen tribunales internacionales donde podía llevar su caso, apeló la decisión de las autoridades mexicanas, argumentando que el derecho de todo ciudadano a votar y ser votado no implica necesariamente que deba serlo a través del registro de algún partido político. Y ganó el caso.

Pero en el caso de los DESC, como ya hemos mencionado, el camino ha sido más lento. Los países miembros de la ONU firmaron el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, pero habían retrasado la creación de un “protocolo facultativo” que estableciera tribunales internacionales donde casos de violación a los DESC pudieran ser dirimidos. Este retraso es explicable. Los DESC implican la participación decisiva del Estado para respetarlos, protegerlos y garantizarlos. Esto implica que los Estados deben, por ejemplo si hablamos del derecho a la educación, destinar un determinado tanto por ciento de su presupuesto para cubrir gratuitamente las necesidades de educación básica de sus poblaciones. Y lo mismo puede decirse del derecho a la salud o del derecho al trabajo. A los Estados no les conviene que los ciudadanos puedan exigir en tribunales internacionales estos derechos. Por eso argumentan que para cumplir los DESC se necesita dinero y el Estado no siempre puede contar con el presupuesto que necesita para que los DESC sean una realidad para todos y todas.

Pues bien, la lucha de años por conseguir que la asamblea general de la ONU aprobara el Protocolo Facultativo para los DESC, ha culminado. Esto es un éxito importante para los grupos que trabajan en este tema y sobre todo abre valiosos caminos para que víctimas de violaciones a DESC obtengan justicia.

La aprobación del Protocolo Facultativo para los DESC, en diciembre de 2008, es sólo un paso más en un camino todavía largo. Dicho protocolo no entrará en vigor sino hasta que al menos 10 Estados lo ratifiquen. Habrá que garantizar que su inminente entrada en vigor se dé con un alto número y diversidad regional de ratificaciones (mucho más de las diez indispensables). Habrá también que asegurar después su funcionamiento adecuado, trabajando para garantizar la adopción de reglas de procedimiento efectivas y la elección de miembros con fuerte trayectoria en el comité DESC, para facilitar la participación de organizaciones a nivel nacional para la presentación de casos y la implementación de decisiones. Falta mucho, pero la aprobación es el primer paso y merece celebrarse.

En base a las noticias más recientes, el PF-DESC estará disponible para firma (que es el primer paso para una ratificación) en septiembre del 2009. Ojalá que un número considerable de países participe en la ceremonia con su firma. Muchas organizaciones, a lo largo y ancho del planeta, están solicitando a las autoridades de sus países que definan sus planes con respecto a la firma y ratificación del PF-DESC. Esperemos que México se ponga a la vanguardia y sea de los primeros en firmarlo y ratificarlo.

Iglesia y Sociedad

Crónica de la fugaz eternidad

23 Mar , 2009  

El ejercicio poético es una forma de contemplación. No es casual que muchos místicos y místicas sean, al mismo tiempo, entrañables poetas. El hallazgo poético tiene la densidad del fuego; aire inasible, el poema desvela y revela otro lado de la realidad. Es umbral de misterio, oblicua mirada que es, a la vez, opaca y transparente.

Cuando la teología, ese frágil intento de explicar el Misterio, desgasta las argumentaciones, entonces se hace imprescindible la mirada del místico, del poeta. Cuando se lee algunos de los versos cumbres de Juan de la Cruz (“Allí me dio su pecho, / allí me enseñó ciencia muy sabrosa, / y yo le di de hecho / a mí sin dejar cosa; / allí le prometí de ser su esposa. // Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio”) uno intuye mucho más de Dios, así sea con una inteligencia no discursiva, que a partir de la lectura de alguno de los tomos de la Summa Teológica del Aquinate.

Rubén Reyes Ramírez es un poeta. Difícilmente pueda decirse cosa mayor de una persona. Como el místico, el poeta también está tocado por una realidad que lo sobrepasa. Ya en “Estrategia para tomar la flor” (CEPSA Editorial, Mérida 2003), Rubén Reyes había definido su quehacer poético:

Soy al cabo, un amante de la espiga,
obstinado y ebrio amante
de la flor en la región del alba en el latido.

Con mis herramientas:
la llama y la sombra,
del hervor de la rosa
o del milagro en el agua del barro,
soy cazador,
sacerdote y testigo.

Soy el profeta en la oquedad de la intemperie,
huérfano y desnudo,
medio sordo a lo lejos,
algo claro en el aire matutino,
medio triste en la lluvia,
elemental
y terco;
y, al cabo, ausente,
ladrón insomne del silencio.

Ahora, en un nuevo poemario, Rubén Reyes se convierte en cronista de una luz inasible, eterno fuego condensado y fugaz: el relámpago. Publicada por el Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida el pasado mes de enero, la más reciente obra de Reyes Ramírez lleva por título “Crónica de un relámpago” y es un poemario constituido por cinco partes, acompañadas de una introducción y un epílogo.

Uno reconoce en este nuevo libro aquel ritmo al que Rubén nos ha acostumbrado en sus anteriores poemarios. Su prologuista, José Ramón Enriquez, (otro acierto de la reciente publicación: un poeta prologando a otro poeta, aunque el presentador sea más conocido en su calidad de dramaturgo), afirma: “Donde hay un poeta existen sonidos antiguos, y éstos son gemelos de las búsquedas más audaces… Como sonido antiguo o como audacia contemporánea, nunca podremos capturar el relámpago así como tampoco hablar siquiera de él. La esperanza es encontrar poetas que sigan su rastro en su propia experiencia y que nos comuniquen la historia personal de lo inasible y lo inefable”.

A más de sus obsesiones reconocidas (flor, nube, risco, gesto, ritual, resplandor, desvelo) me parece notar, en mi lectura de diletante, un nuevo acento en la poesía de Rubén Reyes que lo emparenta con José Emilio Pacheco: la insistencia en el derrumbe, en los escombros, en la caducidad que marca a nuestra época, aunque aborde el tema siempre con un toque de optimismo, lo cual lo distingue de la desesperanza del poeta capitalino:

De las hojas por el rocío que se esparcen,
de las uvas y el huerto en posesión de las campanas,
sólo me quedan los incendios claros,
sólo el perfume de la sombra sobre el campamento del derrumbe.

****

En la punta del risco del insomnio
hemos de pagarle al buitre eternamente
hasta que el agua limpie los escombros,
el hurto del fulgor
para la edad de la sonrisa.

¿Cómo puede la eterna luz esconderse y revelarse simultáneamente en la fugacidad del instante? He ahí el misterio del relámpago, definido en el diccionario como “resplandor vivísimo e instantáneo producido en las nubes por una descarga eléctrica”, pero por encima de una anquilosada definición, icono de la fugacidad, símbolo de la única y verdadera realidad, aquella que escapa a cualquier intento de posesión, y que, como la palabra misma, no es otra cosa que momentánea vibración del aire.

Yo creo que un poemario, a pesar de ser concebido y elaborado como un conjunto, cifra su suerte definitiva en el momento cumbre del hallazgo poético, aquellas fórmulas felices que atrapan en el ritmo y la imagen, en el reiterado juego entre sonido y silencio, un momento de revelación inefable. Yo encuentro en “Crónica del relámpago”, que por subtítulo lleva “Cantos de fuego amotinado”, muchos de esos momentos.

No quiero ser exhaustivo. Cuando releo lo que hasta aquí he comentado me parece que es ya suficiente para que las y los lectores se sientan invitados a tomar en sus manos la obra más reciente de Rubén. No resisto, sin embargo, la tentación de compartir desde esta columna semanal algunos de los fragmentos que más me han impactado y emocionado. Aquí está Rubén, de nuevo, intentando la definición de su particular ‘poiesis’, de su tarea como atisbador de misterios:

Es lluvia en el aire palpitando
la que incendia en la arena mi deseo:
soy una condición de asombro,
huella en desvarío por la hierba,
apenas un espasmo en la liturgia del sonido.

O esta hermosa descripción del lúcido instante de la revelación poética, momento en que lo cotidiano se quiebra por la irrupción del resplandor y que tanto me recuerda la saeta angelical que atraviesa el corazón de la mística de Ávila:

Soy apenas la intención del agua
anegando las grietas arteriales de la sombra,
soy un gesto lento en remanso por el escombro;
pero ocurre que se astillan los umbrales
y el pulso de los sueños penetra quietud por las comarcas en la arcilla de la tarde;
entonces es el aire puro el que inventa fulgor en la mirada,
entonces, nada qué decir ni qué hacer
ante la saeta crucial del júbilo,
sino dejarse transportar en la altivez de sus coronas ebrias.

Bienvenidos, pues, a este nuevo vértigo, a un sorpresivo látigo de lluvia poética. Bienvenidos a “Crónica del relámpago”, el nuevo poemario de Rubén Reyes Ramírez.