Este domingo se leyó en las iglesias católicas de todo el mundo la parábola conocida como del “administrador astuto” (Lc 16,1-9). Acompaña una enseñanza de Jesús sobre las riquezas, enseñanza que termina con una de las frases que la gran mayoría de los especialistas considera como auténtica, es decir, como muy probablemente salida de la boca del mismo Jesús: “no se puede servir a dos amos… no podéis servir a Dios y al dinero”.
La parábola pone en aprietos a los predicadores, que muchas veces se sienten incómodos de la alabanza que el texto parece lanzar a la “astucia” mostrada por el administrador. Pero esto ocurre porque pretende sacarse de este texto una enseñanza simplemente moralizante. Ya suficiente sería con que miráramos la parábola en todos sus términos sin centrarnos solamente en la acción del administrador que defrauda a su amo. Es decir, que atendiéramos a lo que el evangelista añade al final de la parábola para definir la actitud que es la consecuencia lógica de la enseñanza parabólica. La astucia del administrador no estriba en su capacidad de robarle a su amo, sino en la decisión que toma de perdonar las deudas de los pobres, así sea con el mismo dinero de su amo, que así sale doblemente defraudado, y no obstante eso, es capaz de admirar la astucia de su administrador.
Como bien señala José Antonio Pagola en su homilía semanal: “La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Sólo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia. En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de Profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.
“Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce ‘dinero limpio’. La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos. ¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. «Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
“Jesús viene a decir así a los ricos: “Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre”… Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la Ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
“Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, la visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida. Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres”.
Insisto que con esto bastaría para que la parábola fuera ya importante en el marco de la predicación de Jesús. Pero hay algo más. Juan Luis Segundo, ese lúcido teólogo uruguayo ya fallecido, leía en esta parábola un sentido hermenéutico más amplio. “Lo que constituye el tema de la parábola –dice el jesuita– es una cuestión interpretativa: cómo es que una persona que parece ir de manera obvia en contra de los intereses que administra, resulta, al final, casi se diría que por arte de magia, coincidir con la tácita intención del propietario. ¿De dónde surge esta ‘astucia’ interpretativa?”
Lo que hace Juan Luis Segundo (reconozco que soy muy aventurado en querer resumir aquí la lectura de este teólogo… habría que dirigir a los lectores interesados a su libro de más de seiscientas páginas) es colocar esta parábola entre la serie de parábolas cuyo objetivo es mostrar cuál es, según Jesús, la auténtica lectura de la Palabra de Dios, porque hay muchas lecturas y no todas aciertan con el querer de Dios. Para decirlo más claro: la Palabra liberadora de Dios ha sido leída tan mal en tiempos de Jesús (aun por las autoridades encargadas oficialmente de su interpretación, los sacerdotes y doctores de la Ley) que ha sido convertida en instrumento de opresión de pobres y pecadores. Y esta parábola, junto con la comparación de la sal (Lc 9,50), la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), la parábola del juicio final (Mt 25,31-46) y –sobre todo– la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37), tienen como objetivo, justamente, enseñar desde dónde se puede acudir a la lectura de la palabra normativa de Dios para hallar en ella el sentido que Dios puso (lo cual no es nunca algo inmediato): desde un proyecto liberador y humanizador.
En efecto, puesto entre la espada y la pared, el administrador decide confiar su suerte a sus compañeros de infortunio, los deudores, aunque solamente su propia desgracia ha hecho que los vea como compañeros. Sorpresivamente, elige bien. Le da otro sentido a su administración, pero ahora en beneficio de los deudores de su amo, que sufren por no poder pagarle. Misteriosamente, coincide con el verdadero interés del propietario, que lo alaba. Si leemos la parábola no solamente en relación con el uso de la riqueza, sino en relación con la revolución hermenéutica que Jesús está planteando en su discurso del Reino, entonces la parábola muestra su virtualidad mayor. Para decirlo con palabras de J.L. Segundo:
“¿Cuál es entonces para un rico (como el administrador antes de que le pidieran cuentas) el modo de dar con la verdadera intención del dueño: el cumplimiento literal de lo que la Ley dice sobre la propiedad o una respuesta basada en los valores y amigos del propietario? El administrador acosado se decide por lo que hoy llamaríamos una ‘opción por el pobre’ que parece dejar a Dios de lado… y Dios parece alabarlo por su ‘habilidad’”.
Colofón 1: Reconozco al releer lo escrito que la argumentación queda lejos de estar clara para el potencial lector o lectora. Perdón. La fuente, para quien se interese, es SEGUNDO J.L., “La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret. De los sinópticos a Pablo” (Sal Terrae, Santander 1991).
Colofón 2: Escribo desde hoy domingo porque estaré fuera tres semanas. Salgo mañana a una peregrinación a Tierra Santa. Les pido que recen por mí. Si las circunstancias son propicias durante el viaje (hablo del fácil acceso a Internet… pero no solamente) estaré presente en este espacio. Si no es posible, ustedes habrán de disculpar.
Como cada año, desde hace treinta, la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, de España, realizó su Congreso anual de Teología, en esta ocasión del 9 al 12 de septiembre. De talante ecuménico y comprometido con la realidad, el Congreso selecciona sus temas de conversación de acuerdo con acontecimientos y/o necesidades relevantes. El año pasado, los participantes centraron su atención en “El cristianismo ante la crisis económica”. Este año, en cambio, el centro de sus reflexiones ha sido la persona de “Jesús de Nazaret”. ¡Cómo me hubiera gustado estar ahí! La combinación de alta calidad y rigor teóricos de los ponentes, junto con su inserción vital en los procesos de las comunidades y movimientos eclesiales, le dan a los congresos de la Asociación Juan XIII un atractivo particular.
Este año el programa incluyó ponencias de sumo interés: “La búsqueda de Jesús histórico”, sustentada por Rafael Aguirre, probablemente el especialista más relevante de habla hispana en este campo (¡y ex maestro mío!); La teóloga africana Clarisse Tchala Kabanga, de la República Democrática del Congo, expuso “Jesús de Nazaret en África: liberación y diálogo interreligioso”; Mariola López habló de “Jesús y las mujeres”; Jon Sobrino, el jesuita salvadoreño, acaso el cristólogo vivo más importante en nuestro continente, presentó la ponencia “Jesús de Nazaret en América Latina: liberación y solidaridad”. Y muchos más ponentes que sería largo aquí enunciar, pero entre los que se encuentran José Ignacio González Faus –que sigue siendo fecundo y sugerente después de tantos años– , el teólogo evangélico Félix González Moreno, el teólogo ortodoxo Teófilo Moldaván, cristianos y cristianas de base que expusieron sus experiencias y, alentadora sorpresa, un buen número de jóvenes que, no solamente asistieron como espectadores, sino que participaron activamente en la reunión en una mesa de reflexión nombrada “Los jóvenes ante Jesús de Nazaret”.
Como parte del Congreso, se ha hecho costumbre, ya desde hace algunos años, que los participantes consensen un mensaje abierto, que pueda sintetizar y expresar la experiencia vivida durante los días de reuniones y discusiones fraternas. Ya se sabe que los mensajes de este tipo no alcanzarán nunca a expresar la riqueza del encuentro (en mi experiencia solamente en los congresos de teología indígena –algunos– se alcanza a reflejar en sus mensajes finales algo del ambiente vivido, quizá por la profunda carga simbólica de su discurso), pero no dejan de ser un buen punto de partida para conocer la materia debatida, conocimiento que podrá ampliarse cuando las memorias del congreso sean publicadas.
Sin más preámbulos, presento a continuación el mensaje del XXX Congreso de Teología, aprobado apenas terminado el congreso, es decir, el día de ayer.
“Al finalizar las sesiones del XXX Congreso de Teología sobre Jesús de Nazaret, celebrado los días 9 al 12 de septiembre de 2010, que ha contado con una asistencia creciente con respecto a los últimos años, queremos hacer público un resumen de las reflexiones que han dado sentido a este congreso:
1. Siguiendo el Concilio de Calcedonia (año 451), aceptado por las diferentes Iglesias cristianas, reafirmamos en la doctrina de que Jesucristo “es perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre”, por lo cual sus dos naturalezas, la divina y la humana, están unidas “sin confusión”. Se funden el Jesús histórico y el Cristo de la fe.
2. Desde planteamientos testimoniales, procedentes de cristianos de diferentes confesiones, comprometidos tanto en su dimensión espiritual como social, se reivindica, y reivindicamos, la figura de Jesús en la experiencia cristiana, como el objeto central de la fe y redentor de la humanidad. Hemos enfatizado la plena vigencia y actualidad de la figura de Jesús.
3. A la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Y vosotros ¿quién decís que soy?”, creyentes católicos, ortodoxos y protestantes, en una manifestación de ecumenismo activo, han expresado la dimensión de la fe en un Jesús liberador, compañero de viaje, con plena actualidad para un mundo que sufre la violencia, la discriminación, la intolerancia, los fanatismos, los abusos hacia las clases más desfavorecidas, el hambre… Un Jesús con frecuencia invisible pero que sigue estando próximo a quienes le invocan; un Jesús que dejó una herencia incorruptible: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.
4. Las mujeres han ocupado un papel relevante, tanto por su presencia, como por las intervenciones femeninas en diversas sesiones del Congreso. Jesús mantuvo una relación de amistad con las mujeres, una relación en la que queda patente la complicidad y la sintonía que había entre ellos; capacidad de diálogo y de convivir en el silencio. La casa de Betania, con Marta y María, se convierte en un lugar de intimidad y de paz. Jesús de Nazaret abre una puerta de esperanza y produce seguridad, respeto y dignidad a las mujeres en medio de una sociedad que con excesiva frecuencia la rechaza, y en la que los órganos de decisión y poder procuran someterla y convertirla en instrumento de placer o servicio, reduciéndola a un plano de subordinación con respecto al varón; todo lo contrario a la práctica de la lapidación o a la negativa a la ordenación de mujeres, considerada arteramente por la jerarquía como un grave delito, al mismo nivel que la pederastia.
5. Los jóvenes han tenido una presencia activa, igualmente desde la dimensión ecuménica, en distintos momentos del Congreso, sobre todo en la parte festiva y en las mesas redondas. Son jóvenes que viven la fe en sus lugares de estudio o de trabajo, colaborando solidariamente en proyectos de testimonio y servicio, tanto en el terreno educativo como el social. Ellos también han dado respuesta a la pregunta ¿quién es Jesús para mí? Y ante las dificultades de diálogo entre generaciones, lanzan un reto: es más importante hablar con los jóvenes que hablar de los jóvenes. Es una juventud comprometida con la fe más allá de tomar la religión como un simple club social.
6. No ha faltado la perspectiva de Jesús desde otras latitudes, como ya es tradicional en estos congresos: África, un continente en guerra permanente, sometido a la explotación al servicio de multinacionales, y Latinoamérica, que lucha denodadamente por liberarse de leyes despiadadas del mercado al servicio de los poderosos. Jesús sigue presentándose como: camino de liberación para las clases más oprimidas, anunciando el Reino de Dios que, aún siendo una pequeña semilla, se afirma contra los imperialismos de toda índole; reafirmación de la intervención de Dios en la historia para producir una honda transformación; programa para construir una sociedad alternativa y contribuir a la solución de los desequilibrios sociales que existen entre el primer y el tercer mundo.
7. La actitud dialogante, acogedora, pacífica y respetuosa de Jesús ante los disidentes, adversarios e incluso enemigos, constituye la alternativa y el mejor antídoto frente a los fundamentalismos que resurgen con violencia y están instalados en las cúpulas de las religiones, de la economía y de la política. La voz de Jesús nos convoca a no olvidar el diálogo interreligioso como medio de aproximación y forma de resolver los conflictos ideológicos.
8. Revindicamos la hospitalidad como una de las actitudes fundamentales de Jesús de Nazaret que cuestiona en su radicalidad los comportamientos xenófobos y racistas de un sector importante de la ciudadanía y de algunos gobiernos europeos, que expulsan de su territorio a etnias y pueblos y enteros.
9. Desde el XXX Congreso de Teología se lanza un reto a los creyentes en Jesús: se ha acabado el tiempo de los silencios. Son tiempos de testimonio, de compromiso, de avivar la fe en Jesús de Nazaret, de seguir sus huellas, de hacer nuestras las demandas de servicio y solidaridad con los más deprimidos, de ayudar a implantar el Reino de Dios entre nosotros como reino de justicia, de paz, de libertad, de igualdad y de fraternidad-sororidad.”
Nacido el 26 de julio de 1919, James Lovelock cumplió hace poco más de un mes 91 años. Su brillante inteligencia, su espíritu curioso, su talante polémico, parecen gozar de muy buena salud a pesar del paso de los años. Hace dos años (07 de marzo de 2007), Gala Carrero publicó en el periódico español “El País”, un artículo-entrevista en que se basan, en gran parte, las siguientes líneas.
En casa de Lovelock hay una estatua de tamaño natural de Gaia, la diosa griega de la Tierra, en cuyo honor Lovelock nombró su revolucionaria teoría. La mayoría de los científicos trabajan en los márgenes del conocimiento humano, incrementando nuestro entendimiento del mundo. Lovelock es uno de los pocos científicos vivos cuyas ideas han desatado, no solo una revolución científica, sino que también una espiritual. “Los futuros historiadores de ciencia verán a Lovelock como un hombre que inspiró un giro copernicano en cómo nos vemos a nosotros mismos en el mundo”, dice Tim Lenton, un investigador inglés. Y es que antes que llegara Lovelock, la Tierra era vista por la comunidad científica mundial como una acogedora roca a la deriva alrededor del sol. Según la sabiduría aceptada, la vida habría evolucionado aquí porque las condiciones eran las correctas – no tan caliente, no tan fría, mucha agua. De alguna forma, las bacterias crecieron a organismos multicelulares, los peces gatearon fuera del mar, y algún tiempo después habrían surgido los seres humanos y, con ellos/ellas, las culturas y civilizaciones.
En los años setenta, Lovelock terminó con todo esto con una simple pregunta: ¿Por qué la tierra es diferente de Marte y Venus, en donde la atmósfera es tóxica para la vida? En un instante de clarividencia, Lovelock entendió que nuestra atmósfera no fue creada al azar por fenómenos geológicos, sino por el derrame acumulado de todo lo que ha respirado alguna vez, crecido y se ha degradado. Nuestro aire “no es meramente un producto biológico”, escribió Lovelock, “sino que más probablemente es una construcción biológica: no viviente, sino como la piel de un gato, las plumas de un pájaro o el papel de un nido de avispas, una extensión de un sistema vivo diseñado a mantener un ambiente escogido.” Así elaboró su teoría de Gaia, que sostiene que la vida no es solo un pasajero en la Tierra, sino un participante activo, que ayuda a crear las condiciones que la sostienen.
Lovelock se ha vuelto famoso en tiempos recientes por sus advertencias a propósito de las consecuencias desastrosas e irreversibles del calentamiento global. En estos tiempos apocalípticos, es uno de los científicos más citados, sea para aceptar su teoría o para rebatirla. Pero Lovelock no es un alarmista por naturaleza. El mayor error en su carrera, de hecho, fue justamente haber fallado en no ser lo suficientemente alarmista. En 1973, después de haber sido el primero en descubrir que los químicos industriales llamados clorofluorocarbones (CFCs) habían contaminado la atmósfera, Lovelock declaró que la construcción de los CFCs “no planteaban amenaza alguna”. Finalmente resultó, en efecto, que los CFcs no eran tóxicos de respirar, pero se estaban comiendo un agujero en la capa de ozono. Lovelock rápidamente revisó su opinión, llamándola “uno de mis mayores errores”. Este error parece haberle costado el Premio Nóbel.
Al principio, Lovelock no vio el calentamiento global como una amenaza urgente para el planeta. “Gaia es una perra dura”, decía con frecuencia. Pero hace unos pocos años, alarmado por el rápido derretimiento del hielo en el Ártico y otros cambios relacionados con el clima, Lovelock se convenció que el sistema del piloto automático de Gaia –la gigantesca red de retroalimentación positiva y negativa que mantiene en equilibrio el clima de la Tierra– está seriamente fuera de servicio, descarrillada por la contaminación y la deforestación. Lovelock cree que el planeta mismo eventualmente recobrará su equilibrio, incluso si le toma millones de años. Lo que está en juego, dice él, es la civilización. “Usted podría seriamente ver el cambio climático como respuesta del sistema destinado a deshacerse de una especie irritante: nosotros, los humanos… o por lo menos reducir de nuevo su tamaño”.
Lovelock no tiene interés en las religiones organizadas, especialmente las que fomentan el antropocentrismo, poniendo la existencia humana sobre todo lo demás. Cuenta Gala Carrero que, estando Oxford, Lovelock amonestó en una ocasión a la Madre Teresa de Calcuta por instar a una audiencia a cuidar de los pobres y “dejar a Dios que cuidara de la Tierra”. Como Lovelock le explicó a ella, “Si nosotros, las personas, no respetamos y cuidamos la Tierra, podemos estar seguros de que la Tierra, en el rol de Gaia, se ocupará de nosotros y, de ser necesario, nos eliminará.”
¿Qué es lo que modula la temperatura de la superficie de la tierra, manteniéndola habitable? La vida misma, concluyó Lovelock. Cuando la tierra se calienta, las plantas jalan hacia abajo los niveles de dióxido de carbono y otros gases que atrapan el calor; al enfriarse, los niveles de esos gases suben, calentando el planeta. Justamente de allí nació la idea de la Tierra como un súper-organismo. La idea no era enteramente nueva: Leonardo da Vinci creía lo mismo ya desde el siglo XVI. Pero Lovelock fue el primero en ensamblar todos los pensamientos existentes hacia una nueva visión del planeta. Nombró su teoría en honor a Gaia, para capturar la imaginación popular. Cuando las revistas científicas se rehusaron a publicar sus ideas, Lovelock sacó un libro llamado “Gaia: Una Nueva Visión De La Vida En La Tierra”, en el cual ofrecía, en sus propias palabras, “una alternativa al deprimente cuadro de nuestro planeta como una nave espacial demente, viajando eternamente sin conductor y sin propósito alrededor de un círculo interno del sol”.
Gaia ofrece una visión esperanzadora de cómo funciona el mundo. Recientemente, en 2006, Lovelock presentó en los Estados Unidos su más reciente trabajo: “La venganza de Gaia”. A juicio de Lovelock, las fallas en el ordenador de los modelos climáticos son dolorosamente evidentes. “Todo el sistema, afirma, está en el modo del fracaso”. No es gratuito que Lovelock se haya vuelto tan pesimista ante sus últimos descubrimientos. Para él el uso de las energías renovables, aunque ayude, no hará mucha mella. Toda la idea del desarrollo sostenible está encabezada, a su juicio, equivocadamente: “Deberíamos estar pensando acerca de un retiro sostenible”. Retiro, en su opinión, significa que es hora de empezar a hablar acerca de cambiar nuestra manera de vivir, dónde vivimos y cómo conseguimos nuestro alimento.
A pesar de todo su pesimismo y fatalidad, su noción del planeta como un solo sistema dinámico sigue siendo una idea esperanzadora. Sugiere que hay normas que operan el sistema y mecanismos que la impulsan. Estas normas y mecanismos pueden ser estudiados y, posiblemente ajustados. De muchas maneras, la visión holística de Lovelock es un antídoto al caos de la ciencia del siglo veinte, que fragmentó el mundo de manera excesiva. En la Escuela de Agricultura Ecológicas “U Yits Ka’an” nos sentimos atraídos por la visión de Lovelok. Junto con él, creemos que a pesar de nuestros teléfonos móviles (iPhones) y transbordadores espaciales, somos todavía animales tribales, bastante incapaces de actuar por el mayor bien, o de tomar decisiones para nuestro propio bienestar. “Nuestro progreso moral, dice Lovelock, no se ha mantenido a la altura de nuestro progreso tecnológico.”
Frecuentemente, Lovelock cuenta la historia de un accidente de avión hace años en el aeropuerto de Manchester. “Un tanque de combustible se incendió durante el despegue”, dice Lovelock. “Hubo tiempo de sobra para que todo el mundo saliera, pero muchos de los pasajeros no se movieron. Solamente se quedaron en sus asientos como les dijeron los sobrecargos en las instrucciones iniciales. La gente que escapó tuvo que trepar sobre ellos para salir. Era perfectamente obvio cómo salir, pero muchos no se movieron y murieron intoxicados por el humo o se quemaron hasta la muerte. Muchísima gente, me entristece decirlo, es así. Y esto es lo que pasará con el calentamiento global, solamente que a una escala mucho mayor”. Lovelock saca la moraleja de la anécdota: ante el calentamiento global y el acelerado deterioro ecológico, muchas personas permanecen sentadas en sus asientos y no harán nada, paralizados por el pánico. Otras se moverán. Verán lo que está a punto de suceder y tomarán acción, y sobrevivirán. “Ellos son los portadores de la civilización que viene”, señala Lovelock. No es otro el objetivo de los esfuerzos que, desde hace cerca de 15 años, lleva adelante la Escuela de Agricultura de Maní. Por eso nos cae tan bien James Lovelock, a quien, desde este rincón del sureste mexicano, esta columna saluda por sus fecundos 91 años.
Colofón: Raúl Hernández ya está en libertad… un pedacito de justicia en un país que se nos cae a pedazos
La Organización del Pueblo Indígena Me’phaa (OPIM) fue creada en 2002 para defender y promover los derechos de los indígenas Me’phaa, también conocidos como indígenas Tlapanecas. El territorio de este pueblo originario se encuentra en el sur del Estado de Guerrero, donde viven alrededor de 116.000 Me’phaa, y sus comunidades cuentan con uno de los mayores niveles de marginación y los indicadores de desarrollo humano más bajos de México.
La OPIM y sus líderes han logrado, en los años que llevan existiendo como organización de derechos indígenas, llevar a instancias nacionales e internacionales graves casos de violaciones a los derechos humanos de algunos de los miembros de su comunidad, han logrado exponer los abusos cometidos por autoridades y por el cacique que opera en el área, y han desarrollado importantes proyectos de desarrollo económico y social en beneficio de su pueblo.
Diversas organizaciones nacionales e internacionales han documentado un patrón de hostigamiento e intimidación en contra de miembros de organizaciones que defienden los derechos indígenas en el estado de Guerrero, como la OPIM, desde hace muchos años. El año pasado, por poner solamente un ejemplo, el Secretario y el Presidente de la Organización para el Futuro del Pueblo Mixteco (OFPM), otra organización de defensa de derechos humanos, fueron hallados muertos la noche del 20 de febrero de 2009 en el municipio de Tecoanapa, estado de Guerrero. Los cadáveres de los dos hombres estaban enterrados a treinta minutos en automóvil del lugar donde fueron secuestrados por hombres armados siete días antes. Los dos cuerpos fueron identificados por sus familias y presentaban señales claras de tortura.
En el caso de la OPIM, su labor de defensa de los derechos del pueblo tlapaneco ha derivado en duras represalias. Consecuente con uno de los patrones de actuación más recurrentes en los últimos años, cinco miembros de la OPIM fueron detenidos acusados de asesinato. En efecto, el 17 de abril de 2008, Manuel Cruz, Orlando Manzanares, Natalio Ortega, Romualdo Santiago y Raúl Hernández fueron detenidos y acusados del asesinato de Alejandro Feliciano García, acaecido el 1 de enero de 2008 en la comunidad de El Camalote, Estado de Guerrero. El ejército arrestó a los cinco integrantes de la OPIM cuando cruzaban un control militar de seguridad instalado habitualmente en la zona. Además, se emitieron órdenes de arresto contra otros 10 miembros de la OPIM en relación con el asesinato, pero ninguna llegó a ejecutarse.
En marzo de 2009, un año después de su injusto encarcelamiento, cuatro de los detenidos fueron puestos en libertad, debido a que los cargos fabricados no pudieron sostenerse ante el juez, quedando claro que el juicio en contra de estos defensores de los derechos humanos tenía una motivación política, estaba basado en evidencia fabricada y poco fiable y buscaba castigarlos por sus actividades legítimas de promoción y defensa de los derechos humanos de su comunidad. Susan Lee, Directora del Programa de las Américas de Amnistía Internacional, señaló que dicha liberación era un paso positivo debido a que “nunca hubo suficientes pruebas para justificar el encarcelamiento de estos indígenas defensores de los derechos humanos,” y reclamó al Estado Mexicano dar el siguiente, urgente paso: acabar con la detención y juicio injusto contra Raúl Hernández, el único detenido que aún continúa en prisión.
El gobierno mexicano, de manera particular el guerrerense, se ha mostrado sordo a este llamado. Queda cada vez más claro que la detención prolongada e injustificada de Raúl Hernández es parte de una serie de ataques y agresiones que buscan desarticular a la OPIM en represalia por los logros que han obtenido en la defensa legítima y activa de los derechos humanos de su pueblo. De ahí que la organización Amnistía Internacional lo haya nombrado “preso de conciencia”. Como parte del prolongado juicio, durante la visita de los representantes del Ministerio Público, de la defensa y del juez encargado del proceso a la escena del crimen, se evidenció que los dos testimonios en los cuales se basó la Procuraduría para la detención de Raúl Hernández no son fidedignos y por lo tanto deberían haber sido desechados.
Pero México parece seguir siendo el país donde todo puede lograrse, así sea contraviniendo las normas legales y pasando por encima de los derechos de las personas. Ahora resulta que las varias pruebas, incluidos testimonios de testigos presenciales que la defensa ha presentado, han sido ignorados por la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero. La Procuraduría insiste en dar solamente credibilidad a los dos testimonios a todas luces fabricados, en no agregar prueba adicional alguna para sostener la acusación, y, en no tener en cuenta la evidencia o los argumentos presentados por la defensa.
El pasado viernes 6 de agosto, la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero presentó conclusiones acusatorias contra Raúl Hernández, prolongando así los dos años y cuatro meses que este defensor de derechos humanos lleva privado de su libertad. Existe la posibilidad, el riesgo real, de que un defensor de derechos humanos sea condenado injustamente por un crimen que no cometió y en represalia por sus acciones legítimas a favor de los derechos humanos. Será ahora el juez quien tendrá que tomar la decisión sobre la situación de Raúl Hernández en los próximos días.
Es por eso que los representantes de Amnistía Internacional han enviado la semana pasada, el 16 de agosto, una carta a Felipe Calderón haciéndole un llamado para la inmediata e incondicional liberación de Raúl Hernández y señalando, después de un estudio detallado de los archivos ministeriales del caso, las graves fallas de que está plagada la conclusión acusatoria del ministerio público guerrerense. A esta noble acción quiere unirse esta columna semanal.
Colofón: Publico esta columna antes de llegado el fin de semana, porque me he enterado que el Juez debe dictaminar sobre la situación de Raúl Hernández el día de mañana.
En 1543, el año mismo de la muerte del autor, fue publicada la obra “De revolutionibus orbium coelestium”, de Nicolás Copérnico. Esta obra representó una ruptura con la ideología religiosa medieval, que sostenía que el ser humano era el centro de un cosmos cerrado y jerarquizado. El modelo heliocéntrico propuesto por Copérnico significó para sus contemporáneos el resquebrajamiento de la mentalidad dominante. Por eso suele usarse la expresión “revolución copernicana” cuando se habla de una transformación que implica un cambio de paradigma.
En la colaboración de la semana pasada mencionaba yo algunas de las ideas que sostienen y justifican el actual modelo de relación con la naturaleza, que nos ha llevado a una crisis ecológica de proporciones gravísimas. Insinuaba yo que, para enfrentar este problema a cabalidad, se hacía necesario pugnar, no solamente por remedios que atendiendo sólo a los síntomas no hacían más que prolongar y agudizar la crisis, sino por cambios sustanciales en el nivel de las ideas y las prácticas que nos permitan modificar, mientras hay tiempo para hacerlo, el paradigma dominante de la relación ser humano – naturaleza. Por eso es que hablo de revolución ecológica copernicana.
Pues bien, la Agenda Latinoamericana propone algunos cambios de actitud para llegar a una mentalidad ecológica integral o “profunda”, como muchos especialistas gustan de llamar. Simplificando, hago una lista:
– Buscar el bien, no sólo de los seres humanos, sino de toda vida, por su propio valor intrínseco.
– Privilegiar el cambio de estilo de vida, de autocomprensión de nosotros mismos y de valores éticos, por encima de acciones paliativas.
– Aplicarse a la ecología interior, es decir, aquella que no pretende solamente el cambio de la naturaleza, sino el cambio de la mentalidad humana frente a ella.
– Superar el antropocentrismo, que considera que todo existe en función del ser humano, para poner en el centro la vida (biocentrismo) y al ser humano en una valoración justa entre los demás seres.
– Reconsiderar la “supremacía” del ser humano que infravalora la naturaleza y lo coloca como su dueño y señor absoluto.
Las hondas raíces filosóficas y religiosas que subyacen a estas ideas, convierten a este cambio de paradigma en una auténtica revolución copernicana. Se trata de un cambio radical del lugar desde el cual miramos y entendemos las cosas. Acaso lo entenderemos mejor si apelamos a lo que ocurrió en la teología cristiana con el surgimiento de la teología de la liberación (TdL). La propuesta de la TdL era, justamente, que el teólogo (y el cristiano/a) cambiara su lugar social, es decir, que optara por los pobres, y no por el sistema y sus injustas normas, como el lugar desde el cual vivía y experimentaba su fe. Este cambio, que los filósofos llamarían “epistemológico”, produjo una nueva manera de vivir la fe, de relacionarse y organizarse, produjo prácticas propias en la pastoral y en la liturgia, una revisión y nueva acentuación de los contenidos de la fe, etc.
El reto ahora es mucho mayor. No se trata de un cambio de “lugar social”, sino un cambio de “lugar cósmico”. Hablamos de la superación de una mentalidad que nos ha acostumbrado a vernos a nosotros mismos como fuera de la naturaleza y por encima de ella. No nos consideramos naturales, sino sobre-naturales, lo que nos ha llevado a un desprecio de la historia cósmica, como si los 13.700 millones de años previos a la aparición del ser humano no significaran gran cosa. El cosmos soy yo, parece decir el ridículo dictador racional.
Para pasar de este antropocentrismo al nuevo paradigma, es necesario que comencemos a considerarnos cosmos, polvo de estrellas, naturaleza evolutiva, Tierra que, en nosotros, toma conciencia de sí misma. Esto implica muchas transformaciones. Menciono algunas:
– Un auto-destronamiento, que nos baje del endiosamiento en el que hemos puesto al ser humano y supere la incomunicación con la naturaleza.
– La superación del antropocentrismo para pasar al biocentrismo y la valoración de todas las formas de vida por sí mismas.
– Asumir que formamos parte de una historia cósmica de la que somos un resultado final, para aprender a valorar la nueva cosmología que la ciencia nos va develando y para evitar reducir la Historia, con mayúscula, a la historia de los últimos tres mil años.
– La revalorización de lo natural, superando la idea de que las cosas se estropearon primordialmente y que todo es “peligroso” para la supervivencia humana, lo que nos ha llevado a negar en la práctica, que todo, incluyendo el mundo material, el sexo y el placer, son bendiciones originales.
Estas transformaciones operarán en nosotros la revolución copernicana que se traducirá en acciones concretas para frenar y solucionar de manera definitiva el deterioro del ecosistema. Implica, como he señalado, comenzar a mirar las cosas desde el todo (la naturaleza) y dejar de mirarlas desde la parte (el ser humano). Aunque pueda parecer ocioso, es preciso recordarlo: la naturaleza se las arregla muy bien sin el ser humano, pero no viceversa. La visión que sostiene que es el ser humano el único portador de valores y de significado ha terminado por ponernos en guerra contra la naturaleza, y debe ser erradicada. No se trata de cuidar la naturaleza sólo porque nos interese o porque su descuido amenace nuestra vida, o por motivaciones económicas o en vista de la catástrofe que se avecina. Se trata más bien de una “conversión ecológica”, un cambio en nuestra mentalidad y nuestro estilo de vida e, incluso, en nuestra espiritualidad, volviendo a la naturaleza como Casa Común, de la que nos autoexiliamos. Es la única manera de dejar de ser los eternos Sísifos, empeñados en llevar la enorme piedra del “desarrollo” hacia alturas mayores, pero condenados a ser arrollados por ella.
Colofón: Esta columna no se publicará los lunes faltantes del mes de agosto. El columnista se toma unos días de reposo. Nos veremos aquí el lunes 6 de septiembre,
Hace cerca de quince años dio inicio el proyecto de la Escuela de Agricultura Ecológica “U Yits Ka’an”, de Maní. Recuerdo que en la sesión de inicio se proyectaba a los alumnos un vídeo que, aportando datos científicos, hacía referencia al deterioro generalizado del medio ambiente. La sentencia final del vídeo sonaba aterradora: le quedaba a la humanidad un arco de cincuenta años para revertir, con medidas de emergencia, dicho deterioro antes de la aparición de catástrofes que pondrían en riesgo severo la sobrevivencia de la especie humana. Los gobiernos de los Estados han rehusado tomar las medidas de emergencia necesarias. El arco temporal se ha reducido.
Aunque la preocupación ecológica ha ido extendiéndose en los diversos estratos de la sociedad, la mayor parte de las veces se queda en niveles bastante superficiales. Casi siempre se apunta a la curación de los síntomas, dejando de lado la enfermedad que los genera. Así, con muy buena intención, se piensa en medidas cuya finalidad termina en mantener los daños que el medio ambiente ha venido sufriendo, dentro de los límites soportables. Se pretende falazmente dar solución al problema ecológico apelando a la misma mentalidad que lo ha producido, con soluciones que no atajan el mal, sino que solamente lo prolongan.
La mentalidad ecológica superficial se preocupa de la contaminación y los desastres naturales. Y está bien que lo haga. Eso es necesario, pero no resuelve el problema de fondo. Es el modelo capitalista de relación con la naturaleza el que está en crisis. Es muy bueno que nos preocupemos por el cuidado de la naturaleza ahorrando energía, no dilapidando recursos, reparando en los costos ecológicos de las nuevas tecnologías, pero eso no es suficiente. Se necesita un cambio de ideas, de presupuestos filosóficos, de estilos de vida, de valores éticos, incluso de la autocomprensión que tenemos de nosotros mismos.
Por eso la Agenda Latinoamericana, que este año 2010 se dedica al tema ecológico con el lema “Salvémonos con el planeta”, insiste en la necesidad de que identifiquemos las ideas y representaciones que han posibilitado la depredación de la naturaleza que ha originado la actual crisis ecológica. Hay algunas ideas profundas en las que se sustenta nuestro modelo de civilización y de desarrollo y que configuran el tipo de relación que establecemos con la naturaleza, que deben ser urgentemente revisadas y cambiadas.
El viejo paradigma que hemos de superar, si aspiramos a sobrevivir junto con el planeta, sostiene una primacía absoluta a los criterios económicos y materiales para definir qué significa ser felices. Así, una idea inscrita en el subconsciente colectivo, es que no se puede vivir feliz, disfrutando de la vida, sin tener acceso a una multiplicidad de recursos externos, lo que conlleva un patrón de consumo insostenible.
Unido a esto, juega también un papel importante la extendida creencia de que se puede siempre seguir creciendo de manera ilimitada, tanto en lo económico y en el nivel de comodidad al que se pretende acceder, como en el número de personas que conformamos la especie humana. Se trata de una creencia que nos hace vivir como si no hubiera límites o no estuviéramos ya sobrepasándolos. En este sentido, si aplicáramos a la especie humana el análisis que aplicamos a otras especies, tendríamos que concluir que la actuación del ser humano haría que lo catalogáramos como una plaga depredadora.
Finalmente, insensibles a la complejidad del equilibrio de la vida en el planeta, nos manejamos por otra creencia más: que la tecnología y el crecimiento solucionarán todos los problemas, llegando al absurdo, como afirma la Agenda Latinoamericana, de vivir en “una economía que lo cuantifica todo… ¡menos los costos ecológicos!”.
Estas son algunas de las ideas que sustentan nuestra forma tradicional de ver el mundo y relacionarnos con los seres humanos y la naturaleza. Han sido justificadas e infundidas en nuestras mentes con razonamientos filosóficos y religiosos. El resultado es palpable: esta guerra contra la naturaleza, contra la biodiversidad, contra bosques y ríos, contra la atmósfera y los océanos… una guerra, huelga decirlo, en la que la especie humana está condenada al fracaso.
Enfrentar la crisis ecológica actual con el afán de resolverla implica, pues, un cambio radical en nuestra forma de relacionarnos con el planeta, de manera que podamos reconciliarnos con él. Las soluciones a la cuestión ecológica han de ser radicales, es decir, han de ir a la raíz. De lo contrario no resolveremos los problemas. Nos quedaremos, a lo más, en la curación de algunos síntomas, en el emparchamiento de la realidad, permitiendo que el problema principal, la causa, siga sin ser tocado.
En la segunda parte de este artículo, que publicaré en este mismo espacio la semana próxima, ofreceré algunas pistas de los cambios que se requieren para una actitud ecológica (o ecofílica) integral que nos permita llegar a una nueva comprensión del cosmos y de nosotros mismos como especie situada dentro de él.
Probablemente nunca como en estos tiempos, las iglesias enfrentan conflictos al interior de las mismas. El secularismo o mentalidad moderna es vista por algunos como la peor amenaza, mientras otros abrazan sin crítica sus postulados. En medio de estos dos extremos, un vasto número de cristianos y cristianas se preguntan si el rumbo seguido por las iglesias institucionales es el correcto, si no habrá necesidad de una profunda renovación. Esta crisis no deja de lado ninguno de los aspectos del culto cristiano: la manera como se celebra la fe (la liturgia), el modelo de lectura bíblica que se adopta en la iglesia, la relación entre la fe que se vive en los templos y el mundo de desigualdad que se consolida aun en los países de más honda raigambre cristiana…
En la iglesia católica, las divergencias en asuntos de moral sexual son cada vez mayores. No se trata solamente de lo que se debe o no se debe hacer ante los casos de ministros que hayan incurrido en actos de pederastia, sino una larga lista de “peros” que la mentalidad actual extiende ante la doctrina sexual de la iglesia: el menosprecio de la diversidad sexual; la misoginia institucional que se legitima en un texto sagrado indudablemente patriarcal; la exclusión de las mujeres en el ámbito del gobierno de la iglesia; la inconfesable, pero evidente en muchos casos, connivencia de jerarcas religiosos y poder económico y político, oculta bajo las discusiones sobre sexualidad; etc.
Las iglesias primitivas enfrentaron, ya desde sus inicios, conflictos graves. Cada tiempo tiene los suyos. La iglesia de Jerusalén y las primeras iglesias paulinas nos dejaron el testimonio de su conflictividad interna en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Hay una realidad que se hace presente en el libro de los Hechos: cuando el evangelio es anunciado con fidelidad, aparece el conflicto. En el conflicto, las comunidades y las personas maduran y crecen. Dentro del conflicto suelen fortalecerse la fe, la esperanza y el amor. Por eso este libro del Nuevo Testamento puede ser una inspiración para quienes, hoy, se ven desanimados ante la cantidad de desafíos que las iglesias cristianas tienen que enfrentar.
El evangelio y su difusión aparecen en el libro como una fuerza de vida nueva que brota de la resurrección de Jesús, transmitida por el Espíritu Santo y anunciada por los apóstoles. Al resucitar Jesús, el Padre reveló su voluntad sobre la vida humana y condenó todas las fuerzas de la muerte que dañaban la vida. El anuncio de esta realidad se convirtió pronto en una fuente de conflictos. Por ser fuerza de nueva vida, el evangelio entra en conflicto con todo aquello que ata, reprime o mata la vida: enfermedades, malos espíritus, hambre, pobreza, males de toda clase, tristeza, muerte. El evangelio irrumpe en la historia y procura liberar la vida de esos males (Hech 3,6-8; 9,18; 8,7).
Hay, temáticamente hablando, cuatro bloques de conflictos en el libro de los Hechos: conflictos con el judaísmo, conflictos con la mentalidad y religión paganas, conflictos con el imperio romano y conflictos entre el mismo grupo de los cristianos. Como es de imaginarse, son estos últimos los más graves, ya que amenazan con romper la unidad de la comunidad y frustrar su trabajo de evangelización. No mencionaré aquí los más de 45 conflictos que he identificado dentro del libro de los Hechos. Propondré solamente algunas de las características de lo que a mi parecer fue la respuesta que las comunidades primitivas ofrecieron a dichos conflictos.
1. Las comunidades cristianas primitivas tenían la conciencia clara de que el anuncio del evangelio iba a provocar conflictos de diversa índole.
2. Nunca buscaron el conflicto en sí mismo y, al menos en el caso de la relación con las autoridades, buscaron la manera de evitarlo por el bien de la tarea evangelizadora. En los Hechos Lucas quería influir en la opinión pública y quitar prejuicios contra los cristianos, impedir la persecución y así garantizar un espacio de vida dentro del imperio para las comunidades. Por ello se señala en algunas partes del libro, la simpatía que el Camino despierta en los romanos, lo que hace que muchas veces éstos decidan en favor de los cristianos, aun en contra de las autoridades judías (13,12; 18,12-17; 28,30-31). Ésta es la posición de casi todos los escritos del Nuevo Testamento, salvo el libro del Apocalipsis: evitar el conflicto con el imperio para permitir la expansión de la tarea de la evangelización. Esto se hace en los diferentes escritos con matices diversos: Pablo en sus cartas, por ejemplo, hace uso de una conservadora teoría del origen divino del poder con tal de promover la obediencia al imperio de parte de los cristianos. Pedro, en cambio, en su primera carta, toma una posición mucho más distanciada del poder y evita subrayar demasiado la obediencia en detrimento de la libertad que siempre debe caracterizar al cristiano. El libro del Apocalipsis, por último, delante de una persecución organizada en contra de la comunidad y conciente de la pretensión absolutista y autoritaria del estado romano, llama a combatirlo como a una bestia que se opone a los mandamientos de Jesús. No parece haber, entonces, una sola actitud ante las autoridades de parte de la comunidad cristiana, sino que cuenta mucho las circunstancias.
3. Las comunidades cristianas nunca rehuyeron los conflictos, sino que supieron enfrentarlos con valentía. Ante la verdad del evangelio, no hubo nunca cesión ni componendas.
4. Las comunidades recurrieron siempre al diálogo para resolver sus problemas internos. Los actos de autoridad valen solamente cuando se ha agotado el recurso al diálogo. Es un diálogo en el que siempre debe hablarse con la verdad.
5. La comunidad cristiana primitiva buscó soluciones inclusivas a los conflictos. Siempre se tomó en cuenta la posición de los adversarios y la necesidad de ambas partes de ceder en favor de la unidad de la iglesia
6. La criteriología de las comunidades primitivas para resolver sus conflictos estaba condicionada por las circunstancias concretas y por el progresivo proceso de inculturación del evangelio. El único absoluto era el reino de Dios y la responsabilidad de continuar la tarea evangelizadora.
Algunas luces puede ofrecernos esta invaluable experiencia de las comunidades que nos han antecedido. Los problemas que hoy enfrentamos son, sin duda, de distinto tipo, pero algunas de las actitudes que contemplamos en las comunidades de la primera generación pueden sernos de utilidad a la hora de tomar decisiones o normar nuestro criterio a la hora de asumir alguna de las partes del conflicto.
En solidaridad con Cayetano y los huelguistas del SME
Una de las medidas de la transición democrática del país es, sin duda, la atención que se preste a la promoción y respeto a los derechos humanos. En éste, como en muchos otros aspectos, la transición mexicana aparece como fallida, incompleta, coja. Aun cuando el sistema de ombusman mexicano cuenta con un presupuesto público garantizado para la realización de sus tareas y es considerado por muchos estudiosos como envidiable (una comisión nacional y tantas comisiones estatales cuantas entidades federativas haya), lo es solamente en su propuesta estructural, porque en la práctica las comisiones estatales de derechos humanos, con cada vez menos excepciones, se han convertido en un lastre más que en un apoyo al proceso de transición democrática.
La decepción que provoca la actuación de las comisiones de derechos humanos es de distintos niveles. Las más de las veces, han sido convertidas en trampolines políticos para sus presidentes/as. Otras veces viven escondidas al amparo del poder en turno y tan silenciosas que muchos ciudadanos y ciudadanas no se enteran de que existen. Otras conciben su actuación como una especie de performance permanente y andan firmando convenios públicos hasta el hartazgo con cuanta institución pública se encuentren (universidades, sindicatos, policías, escuelas…), aunque nunca se alcance a ver con claridad qué es lo que consiguen con dichos convenios. Algunas veces, lamentablemente con frecuencia, el sentimiento que despierta la actuación de algunas comisiones públicas es de rabia.
Hoy quiero referirme a la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Campeche (CDHEC). Recientemente declaró cerrado el expediente 219/2009-VG “por haber quedado sin materia los hechos que motivaron la queja, por falta de interés de los presuntos agraviados, y por haberse resuelto durante el trámite del expediente el conflicto medular…”. El problema es que dicho expediente atendía el caso del desalojo violento de que fue víctima el pueblo de san Antonio Ebulá, que ha sido profusamente tratado en este espacio.
Conozco el caso de cerca porque fue precisamente el equipo Indignación el que lo presentó ante la CDHEC desde el 13 de agosto de 2009. El razonamiento de la CDHEC se basa, como hemos escrito más arriba, en tres consideraciones: a) han quedado sin materia los hechos denunciados; b) hubo falta de interés de parte de los agraviados y c) el conflicto medular se resolvió durante el trámite del expediente.
No repetiré aquí la narración del desalojo violento de que fue víctima el poblado de Ebulá. Puede consultarse el informe completo en el portal electrónico de Indignación (www.indignacion.org.mx). Solamente haré hincapié, en el estrecho espacio de esta colaboración, a la sinrazón de los argumentos esgrimidos por la CDHEC.
Que “los hechos han quedado sin materia” resulta de una consideración aparentemente ortodoxa, pero, en este caso, falaz. Las comisiones de derechos humanos tienen como materia los conflictos entre ciudadanos/as y autoridades. La CDHEC sostiene que el desalojo violento de los ebuleños habría sido obra de un particular, el Sr. Escalante, que se ostenta como legítimo propietario de los terrenos. Por tanto, la CDHEC no podía intervenir en un asunto entre particulares. La comisión campechana omite decir que hay pruebas fehacientes de la participación, por aquiescencia, de la Policía Estatal. Varias personas de Ebulá recibieron golpes, seis resultaron lesionadas, dos fueron detenidas (y liberadas esa misma tarde, sin cargos), todas las viviendas de la población fueron destruidas y algunas, además, fueron quemadas; todos los árboles frutales fueron tumbados y los pobladores perdieron también a sus animales. Todos esos ilícitos se cometieron ante la presencia de los elementos de la Policía Estatal Preventiva, encabezados por el Comandante Samuel Salgado, que omitieron cumplir su obligación de proteger la integridad física y patrimonial de los pobladores de Ebulá y protegieron a los agresores.
Que hubo “falta de interés de parte de los presuntos agraviados” es también una mentira (además de que los “presuntos”, en todo caso, serían los agresores, que los agravios recibidos constan en fotografías y vídeos que la CDHEC seguramente conoce porque son públicos). La queja fue interpuesta desde agosto de 2009. Quince días después de realizado el desalojo, cuando la prensa escrita y electrónica se había volcado sobre el acontecimiento, la CDHEC no había visitado a los quejosos, aunque sabía que estaban asentados en los bajos del palacio Municipal. La desinteresada fue, indudablemente, la CDHEC.
Dice finalmente la CDHEC, que el “conflicto se resolvió”. Hace alusión, seguramente, al convenio por el cual el gobierno del estado ha restituido 31 hectáreas del territorio. Se olvida la CDHEC, sin embargo, que “el conflicto” está lejos de haberse resuelto, dado que el litigio sigue en los juzgados agrarios y el convenio no se ha cumplido a cabalidad. Permanece impune el violento desalojo del 13 de agosto de 2009 y permanecen impunes también anteriores ataques que el empresario dirigió contra el poblado San Antonio Ebulá, contra sus habitantes y contra sus pertenencias. Permanecen impunes las acciones y omisiones del gobierno y no se les ha garantizado a los agraviados el resarcimiento de los daños. El expediente abierto en el Ministerio Público no registra avances, a pesar de que los pobladores ya han acudido a declarar. Con esta inacción la procuraduría de Campeche protege al empresario y al anterior gobierno. Pero, además, la función de la comisión no se agota en la resolución de un conflicto, sino que debe determinar la comisión de violaciones a los derechos humanos, señalar a los responsables y emitir recomendaciones que detengan las violaciones y resarzan los daños. Nada de eso ha hecho la CEDHEC.
Bien lo ha señalado Indignación A.C. en la impugnación que ha presentado ante la CNDH: “La inacción de la CDHEC denota una grave negligencia, patente a lo largo de todo el proceso, que ha permitido que violaciones a los derechos humanos tan graves como las sucedidas en Ebulá queden en la impunidad y los agraviados en desprotección: no realizó ninguna investigación, ni mucho menos documentó graves violaciones a derechos humanos, justificando una acción que es a todas luces contraria a derechos fundamentales básicos”. Podríamos decir del respeto a los derechos humanos, lo mismo que decía mi abuela: “con amigos así, para qué queremos enemigos”.
Ya se sabe que la regla de muchos de los gobiernos de nuestro planeta para mantener a la gente tranquila es pan y circo. El mundial de fútbol no se salva de esa regla: ha sido un gran circo, que ha mantenido entretenida a la gente por un buen lapso de semanas. Ha servido también para que muchas empresas hagan dinero rápido, es cierto, pero es tal la voracidad no controlada de muchas de ellas, que hay que reconocer que, para ganar dinero, lo mismo les sirve el mundial que la extravagancia más reciente de alguno de los ídolos mediáticos de la música o el cine.
No discuto aquí, desde luego, el valor del fútbol o de los deportes en general. Cualquier actividad en la que se ocupe el cuerpo de manera sana y disciplinada merece elogio. Es esta parafernalia de cada cuatro años la que me hace un poco (o un mucho) de ruido, no solamente por el grado de enajenación que representa, sino porque suele pasar sin que aprovechemos las buenas oportunidades que nos ofrece.
El mundial ha sido, en esta ocasión, la oportunidad de conocer algo sobre un país que, por razones geográficas e históricas, nos resulta muy ajeno: Sudáfrica. Hemos de agradecer al mundial que muchas personas sepan ya hoy lo que era el apartheid y tengan algunos conocimientos acerca de una figura clave del siglo XX, como es Nelson Mandela. Los medios masivos, sin embargo, que conciben la comunicación humana solamente como un lucrativo negocio que les reporta hartas ganancias, han perdido la oportunidad de poner en contacto a sus audiencias con la realidad actual de Sudáfrica y los retos y problemas que esta nación enfrenta. Amén de que no comentaré aquí, por vergüenza ajena, el espectáculo racista y discriminatorio que dieron algunos de los canales más vistos de la televisión abierta al pintar de negro a algunas personas y representarlos como ignorantes en ciertos programas que suelen combinar resultados deportivos con una comicidad de poquísima creatividad y muy dudosa calidad.
Al terminar el mundial, más allá de identificar la fotografía de Mandela y de tener algunas nociones de lo que fue el sistema de segregación racial de aquella nación, muy poco más sabemos de Sudáfrica. Breyten Breytenbech, pintor y poeta sudafricano, señalaba en una carta abierta a Mandela publicada por el Harper’s Magazine en diciembre de 2008 y reproducida en español por Letras Libres en su número del mes de junio, sus impresiones de una reciente visita hecha a su patria natal:
“La sensación de inminente catástrofe en el aire debida a la violencia y la crueldad con la que se cometen los crímenes: ser torturado y asesinado por un celular o por un puñado de monedas. Uno se vuelve paranoico. Me fui asustando más y más cada día que permanecía en el país. Comencé a calcular la posibilidad de ser el siguiente en ser asaltado, violado o baleado. El círculo se vuelve cada vez más estrecho. La abuela de un amigo cercano les suplica a sus asaltantes que no la ataquen sexualmente, dice incluso estar infectada con una enfermedad contagiosa; el sobrino de un amigo escritor recibió un disparo en la cara y murió en su propia casa a manos de un intruso nocturno al que confundió con una rata; el hijo de mi hermano mayor fue apuñalado en el estacionamiento de un restaurante, el cuchillo le perforó un pulmón, la policía nunca llegó y lo salvó que su acompañante le marcara a Australia a su novio, quien desde ahí llamó a una enfermera que estaba de visita en Johannesburgo. Era la primera visita de esta mujer, quien decidió irse al día siguiente y no volver”.
Aterrador el panorama que nos presenta el artista sudafricano. La pregunta que, hacia la mitad del largo artículo, le dirige a Mandela, es aterradora: “¿Sabes cuál es la peor pesadilla de los hombres jóvenes de clase media en Sudáfrica en estos momentos? Ser arrestados por sobrepasar el límite de velocidad o por manejar alcoholizados y ser encerrados en una celda con criminales de verdad, quienes por lo común están infectados de VIH, para ser liberados unos días después. Un joven sale a celebrar con sus amigos antes de su boda. En el camino de regreso es detenido por su modo de conducir. Las celdas de las cárceles son oscuras. Toda la noche será sodomizado. Sus gritos de angustia y dolor no provocarán reacción alguna en los policías. A la mañana siguiente uno de sus agresores se le acercará y le susurrará: ‘Después de anoche, ya eres uno de los nuestros’”.
La violencia sin freno que azota a Sudáfrica después de terminado el apartheid, sus causas ancestrales y recientes, no es un fenómeno conocido. El final del sistema de segregación racial no ha sido la panacea que muchos imaginaban. La escritora Nadine Gordimer, premio nobel de literatura 1991, conversó con Alberto Lati. No sé que Televisa haya pasado ningún fragmento de tal entrevista, aunque no seguí en detalle, debo confesarlo, los programas relativos al Mundial. La serena palabra de Nadine Gordimer dice mucho más que los cientos de ridiculeces realizados por pseudo periodistas de espectáculos en los programas de mayor audiencia de la televisión abierta.
“Sólo pensábamos (en aquellas épocas): ‘hay que acabar con el apartheid, hay que acabar con el apartheid’. ¿Quién hubiera imaginado, por ejemplo, que tendríamos ese tremendo problema de salud? Somos el país más altamente infectado de VIH. Es una tragedia y amenaza nuestro futuro… Tampoco podíamos anticipar que Mugabe se convertiría en lo que se convirtió, al lado de nuestra puerta, en Zimbabue. Entonces tenemos grandes cantidades de refugiados… ahora tenemos un excedente de población que, de la mano de la recesión mundial, se traduce en muchos desempleados nacionales y en muchos extranjeros que buscan ese mismo sustento, ese mismo techo para cubrir sus cabezas. Un dolor de cabeza que no pudimos preveer”.
Esos ‘dolores de cabeza’ pudimos haber conocido de no haber desperdiciado la oportunidad. Al final de la justa deportiva habríamos tenido algo más que el comentario insulso sobre el beso de la periodista a su novio, el futbolista ganador, o, peor aún, la nota del permanente ridículo de Mauricio Clark o las procacidades cada vez más anquilosadas de un Brozo que da más lástima que risa. Pero el mundial terminó siendo eso: sólo circo. Ya Nadine Gordimer lo había profetizado: “El mundial es un gran circo. Desafortunadamente para mucha gente el pan todavía falta… espero que también traiga algo de pan, pan en el sentido de dinero y desarrollo. Pero no lo creo…”.
Durante muchos años los grupos de derechos humanos han luchado por la prevención y sanción de la tortura. La imagen de un funcionario público (policía, soldado, judicial) aplicando castigos físicos con el fin de obtener confesiones, de comprobar hipótesis, de castigar al delincuente, es una de las imágenes más ominosas para un régimen democrático. Los toques eléctricos, los intentos de ahogamiento, los tratos degradantes y humillantes, conforman el imaginario colectivo, exhibido una y otra vez en denuncias, en estudios y películas, de la conducta de muchas autoridades en la persecución del delito y la identificación de los delincuentes. La tortura no solamente atenta contra el sentido mismo de la dignidad humana, base de cualquier sistema democrático que se precie de ser tal, sino que es el rostro más inhumano de la incapacidad de investigar para sancionar a los responsables de la comisión de algún delito. La tortura es una confirmación de la crueldad y la estupidez humanas.
Hay, sin embargo, necesidad de tipificar muy bien la conducta que se califica como tortura, para que quede bien diferenciada del abuso de autoridad. De la definición de tortura que se establezca en las leyes o códigos penales, dependerá la posibilidad de inhibir este tipo de conductas degradantes. Ya he insinuado más arriba que la tortura es muestra clara de la incapacidad de los órganos de procuración de justicia. En efecto, recurre a la tortura quien no tiene preparación (o no quiere usarla) para llevar adelante una investigación en toda la regla que permita establecer quién es el culpable del delito. La tortura puede dar la impresión de alcanzar “más rápidamente” el reconocimiento de quien, atormentado por los dolores físicos, termina confesando su culpabilidad. Tiene una gran aceptación social la idea de que los delincuentes (a quienes suele clasificarse como tales antes de que se les inicie juicio alguno) necesitan una “calentadita”, porque de propia voluntad nunca confesarán su acción delictuosa. Pero tal mentalidad puede llevar, y de hecho nos ha llevado, a lo que señalaba una vieja tira cómica que presentaba al torturador aplicando una serie de sufrimientos graves contra un detenido y, cuando éste, extenuado por los dolores, terminaba gritando: “¡Sí, soy culpable, pero ya no me golpeen más!”, el torturador afirmaba guiñando el ojo: “Ya ven, se los dije, siempre supe que él lo había hecho”.
El 27 de diciembre de 1991 se publicó la nueva Ley Federal para Prevenir y Sancionar la Tortura. En nuestro estado, después de una larga batalla dada por la sociedad civil organizada, se promulgó la Ley para Prevenir y Sancionar la Tortura del Estado de Yucatán el 26 de noviembre de 2006. No tengo conocimiento de que, a la fecha, haya habido ya alguna denuncia formal ante la Procuraduría, acusando la comisión del delito de tortura.
La definición del delito en las dos leyes antes mencionadas es muy parecida, aunque tiene sus distinciones sobre las que valdría la pena decir una palabra. La ley federal define la tortura de la siguiente manera: “Comete el delito de tortura el servidor público que, con motivo de sus atribuciones, inflija a una persona dolores o sufrimientos graves, sean físicos o psíquicos con el fin de obtener, del torturado o de un tercero, información o una confesión, o castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche ha cometido, o coaccionarla para que realice o deje de realizar una conducta determinada. / No se considerarán como tortura las molestias o penalidades que sean consecuencia únicamente de sanciones legales, que sean inherentes o incidentales a éstas, o derivadas de un acto legítimo de autoridad” (Artículo 3º).
La definición estatal quedó como sigue: “Comete el delito de tortura el servidor público que actuando con ese carácter o aduciendo su cargo, por sí o a través de un tercero, inflija intencionalmente a un inculpado, procesado, sentenciado o a cualquier persona lesiones con fines de investigación o procedimiento legal de hechos delictivos o infracciones, para obtener información o confesión del torturado o de un tercero, como medio intimidatorio, como castigo de una acción u omisión en que haya incurrido o se sospeche que incurrió, o las coaccione para que realicen o dejen de realizar una conducta determinada. / No estarán comprendidos en el concepto de tortura, las penas o sufrimientos físicos o psíquicos que sean únicamente consecuencia de sanciones penales inherentes o medidas incidentales a éstas o derivadas de un acto legítimo de autoridad, siempre que no se encuentren entre las prohibidas por el artículo 22 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos” (artículo 4º).
Como se ve, la definición estatal habla de “lesiones”, mientras que la ley federal especifica “dolores o sufrimientos GRAVES”, lo que constituye una diferencia sustancial. Ya el primer Ombudsman del Distrito Federal, el Dr. Luis de la Barreda, señalaba que “para que se dé ese delito es imprescindible que el sufrimiento del sujeto pasivo revista cierta magnitud. No cualquier dolor producido por el sujeto activo constituye tortura. Ésta surge históricamente para vencer la resistencia del acusado a fin de, atormentándolo, obligarlo a confesar el delito o la falta que se le atribuye, o a revelar los nombres de sus cómplices. Para lograrlo se le somete a sufrimientos que exceden lo humanamente tolerable, martirizando su cuerpo o su mente de manera intensa, cruel y despiadada”. Que nuestra ley local carezca, pues, de la especificación “graves” puede llevar a equívocos.
Otra noción que requeriría precisión es la motivación que la ley establece. En esto, ambas leyes me parecen demasiado restrictivas. Cuando se enmarca en la ley que la tortura solamente puede ocurrir cuando la autoridad está en el ejercicio de una acción penal, se omite que una autoridad puede ejercitar dolores o sufrimientos graves por muy otros motivos, como sadismo, resentimiento, afán de mostrar poder o, más recientemente, criminalización de la protesta social. Aunque puede ser que no sean los casos más frecuentes, es necesario que la ley no deje de considerarlos. Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de las prostitutas, forzadas a sufrimientos infamantes por parte de policías, sin que se les persiga por la comisión de ningún delito. Para evitar una definición legal restrictiva, aunque, como hemos dicho antes, los casos más frecuentes de tortura se realicen en el marco de un proceso penal, bastaría añadir que también es tortura que una autoridad inflija dolores o sufrimientos graves con cualquier otra finalidad. Ya seguiremos con el tema…
Colofón: El artículo 217 del Código Penal de Yucatán señala como delincuente a quien “públicamente… haga apología de un delito o de algún vicio, O DE QUIENES LOS COMETAN…”. ¿No es esto lo que hizo el Cabildo meridano al aprobar la colocación de la estatua de los Montejo? El genocidio es, en la legislación internacional, un delito. Eso, ni más ni menos, fue la llamada conquista. Y ningún beneficio traído por los invasores opaca ese mal fundamental.
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