Iglesia y Sociedad

Martínez Gordo y Elaine McIness: notas para el fin de año

31 Dic , 2022  

El último día del año nos toma siempre desprevenidos. Quizá porque cuando un año nuevo comienza uno se lo imagina de duración interminable. Arrojados después a las rutinas del trabajo y a los múltiples problemas de la vida cotidiana, caemos de repente en la cuenta del paso de los meses cuando amanece el 31 de diciembre. Es solo, desde luego, un umbral imaginario, pero nos confronta inevitablemente con la fugacidad de la existencia humana. Como dijera con precoz sabiduría el José Emilio de los años sesentas: “no me preguntes cómo pasa el tiempo”. La reciente muerte de quien fuera, de 2005 a 2013, el Papa Benedicto XVI corrobora nuestro sentimiento de estupor ante la fragilidad de nuestras vidas.

Dos acontecimientos se han entrecruzado para acompañar mi fin de año. El primero es haberme dado la oportunidad de participar en un seminario virtual con uno de los teólogos españoles que más respeto, Jesús Martínez Gordo. Concebido como la transmisión de los contenidos de uno de sus más recientes libros, Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad “con carne”, el seminario llevó por título: ‘Las nuevas espiritualidades (ateas y creyentes) y la justicia’ y revisó los elementos que resultan más atractivos de las nuevas espiritualidades hoy en boga (la no dualidad, el silencio y la transpersonalización) confrontándolos con la espiritualidad que emerge de los evangelios –jesu-cristiana, le gusta llamarla– en un ejercicio comparativo respetuoso y lleno de luces.

De especial relevancia me pareció su sistematización de la espiritualidad cristiana en torno a tres montañas presentes en la vida de Jesús: el monte de las bienaventuranzas, desde donde Jesús ofrece las estrategias de vida para quienes quieran seguirlo; el monte Tabor, desde el cual manifiesta anticipada y fugazmente su gloria ante sus discípulos; y el monte Calvario, en el que es ejecutado y culmina una vida de entrega y servicio. Se trata de este tipo de hallazgos que ofrecen tal claridad que nos preguntamos cómo no habíamos caído antes en la cuenta.

El segundo acontecimiento ha sido enterarme de la muerte de la religiosa católica Elaine McInnes, canadiense de nacimiento pero que durante muchos años prestó sus servicios en prisiones inglesas, acaecida el 30 de noviembre pasado. El artículo ‘Remembering the zen nun’, aparecido en la edición navideña de la revista británica The Tablet, ofrece una semblanza de esta religiosa que compartió la práctica del zen y el yoga en las prisiones en las que ejercía su apostolado, como una apuesta para convertir la dolorosa experiencia de la prisión en ocasión para una renovación interior a través de la sencilla práctica de sentarse en silencio, espalda erecta y ojos entrecerrados, enfocando la atención en el ir y venir de la propia respiración.

Nacida en 1924 en Nuevo Brunswick, provincia marítima oriental de Canadá, la hermana Elaine se convirtió en maestra de música después de estudiar violín en Nueva York y enseñó algunos años en el conservatorio de Calgary. Cuando Elaine tenía apenas 19 años, su prometido falleció trágicamente en un accidente aéreo. Diez años más tarde, en Toronto, ingresó al convento de las Misioneras de Nuestra Señora y tuvo su primer destino transoceánico en Japón, a donde partió en 1961 –en plena efervescencia por el Concilio Vaticano II– y donde tuvo su primer contacto con la meditación zen, la convirtió en su disciplina de vida, integrándola a su experiencia de espiritualidad cristiana, y, según sus propias palabras, ‘la escogí finalmente como mi servicio a los demás’. Para ello, vivió por un tiempo en un monasterio budista en Kyoto, bajo la guía del maestro zen Yamada Koun Roshi, y recibió en 1980, una de dos religiosas católicas que alcanzaron el grado, el título de “maestra antigua”. Cuando le preguntaban cómo era posible que fuera al mismo tiempo una religiosa católica y una budista zen, contestaba con sencillez que la meditación zen había venido a enriquecer su espiritualidad cristiana sin ponerla en cuestionamiento. Estas fueron sus lúcidas palabras cuando fue cuestionada en una entrevista: ‘No estoy estudiando una filosofía o una religión. Más bien estoy haciendo algo que requiere ausencia de pensamiento. Y que toma tiempo y silencio. La basura interior va desapareciendo gradualmente. No hay en esto nada de filosofía. No hay filosofía en la experiencia de paz.’

Elaine no se ancló, desde luego, sólo en esta experiencia de Tabor. Consciente también de los otros dos montes de la espiritualidad jesu-cristiana a los que aludía Martínez Gordo en su seminario, asumió la experiencia del calvario, es decir, del sufrimiento humano que repite la pasión de Cristo en los crucificados de todos los tiempos, y se dedicó a ofrecer este método silencioso que permite que la propia espiritualidad florezca (independientemente de la fe religiosa que se profese) y lo convirtió en un servicio a las personas privadas de libertad en las cárceles donde prestó sus servicios por más de veinte años. Sandy Chubb, maestro zen en Oxford, ha querido dejar en claro que la hermana Elaine nunca intentó sustituir la devoción cristiana con la práctica zen, sino que, usando la meditación zen como método preliminar que libera la mente de etiquetas y apegos humanos, pudo alcanzar estados de plenitud devocional cristiana. ‘Ambos son asuntos del corazón, pero no son lo mismo’, agregó.

En tiempos de extremismos que parecen irreconciliables y lejos ya de los aires renovadores del Concilio Vaticano II, la coincidencia de estos dos acontecimientos en mi fin de año personal, ha reactivado en mi interior la esperanza. Sea en la vertiente teórica –el seminario de Martínez Gordo– como en la vertiente práctica –la experiencia de vida de la hermana Elaine McIness– resuena hoy en mis adentros la posibilidad de una experiencia religiosa integral, que apunte a lo esencial del mensaje cristiano y no deje ninguno de los montes evangélicos de lado. Una espiritualidad atenta a los sufrimientos y dolores del mundo (Calvario), a la necesidad de experiencias sensibles del Misterio (Tabor) y a la opción por una vida de entrega, de desprendimiento y de servicio a los demás (Bienaventuranzas). Una auténtica experiencia con el Misterio de aquello que decimos cuando decimos Dios.

Termino deseando a las y los lectores de esta irregular e inconstante columna, un feliz año nuevo y compartiendo las líneas que escribí en honor de la hermana Elaine. Muy feliz 2023.

Los tres enamoramientos

1

Se llamaba Elaine McInnes y solamente sabía respirar.

El ocho de diciembre de 2022 se encontró con el verdadero aire.

La prisión de Phoenix, en el noreste inglés, floreció de repente

y los internos supieron que allá lejos, en Ontario,

había alcanzado vida plena

la que fuera su maestra de zen y yoga,

con ojos entrecerrados y espalda erecta.

2

El camino de Elaine trastocó su rumbo

cuando en 1943 enviudó antes de casarse:

entre hierros candentes yacía Jack

preso de un avión derribado por el viento.

La vida le ofreció una segunda chance

y, diez años después, ella tomó la oferta:

            las misioneras de Nuestra Señora

            fueron su nueva casa y su nuevo amor.

Su tercer enamoramiento fue en Japón,

a donde la llevó su celo misionero.

Escogido como pista de aterrizaje

su cristianismo se vertió en una nueva copa:

conocer el zen y enamorarse fue una sola y misma cosa,

camino de espiritualidad y de servicio.

El Monte Tabor no le hizo olvidar nunca

los montes del calvario y de las bienaventuranzas.

Vivió para todos aquellos que, privados de su libertad,

podían convertir la celda en oratorio

y regó el zen y el yoga

con generosidad incalculable.

3

Cuando la tarde se asoma plácidamente

por las ventanas de la prisión de Phoenix

y el sol su luz derrama sobre los hombros firmes

de un hombre o una mujer sentados

con la espalda recta y los ojos entrecerrados

vigilando en silencio el entrar y salir

del aire por sus narices,

entonces Elaine sonríe y eleva su copa

para hablar desde el cielo del último encuentro deportivo

o la receta de pavo encontrada entre los trebejos de la abuela.

Una mujer de fe y de servicio y de ojos curiosos.

Tras ella va el silencio.

30 de diciembre de 2022

Iglesia y Sociedad

¿Una iglesia que escucha?

7 Dic , 2022  

Poco a poco me he ido haciendo fan de la revista católica británica The Tablet. Es una revista que recoge muchas voces y que mantiene al día a sus lectores/as sobre muchas discusiones que se dan al interno de la iglesia católica en Gran Bretaña y en el mundo. Y como, gracias al llamado del Papa Francisco a vivir la sinodalidad, hemos crecido en la conciencia de la importancia de escucharnos los unos a los otros, me ha parecido relevante este artículo aparecido en una edición de julio pasado (la revista es quincenal). Quiero compartirlo en la columna porque me parece que ya va siendo hora de que abandonemos una idea que ha resultado perniciosa: que en la iglesia hay dos categorías de personas: unas que mandan (que siempre son ‘unos’) y otras que obedecen.

Quien escribe el artículo es Anne Boot, una adulta mayor (nació en 1946) y escritora de libros para niños y niñas (ha publicado ya 23). Las editoriales suelen presentarla de la siguiente manera:

Anne Booth siempre ha querido ser escritora infantil, pero en el camino para convertirse en ello ha trabajado en muchos lugares. Vive en Kent, en un bonito pueblo con su marido y sus cuatro hijos y con el abuelo de los niños al otro lado de la carretera. Tienen dos gallinas, Poppy y Anastasia, y dos perros, Timmy y Ben. A Anne le encanta el té y una vez ganó un premio Blue Peter por escribir un poema sobre dos ratones en un cubo de arroz. Sin embargo, no tiene ningún ratón.

Ya con esta descripción le nace a uno las ganas de leer su obra. Lo que no suelen comentar las editoriales es que Anne Booth creció como una católica ferviente (aunque uno termina imaginándoselo cuando se entera que, hace apenas cuatro meses, publicó su primera novela escrita para adultos titulada “Pequeños Milagros”, que trata de tres religiosas que se sacan la lotería) y se ha mantenido en la fe católica a lo largo de su vida.

Ahora que la pandemia va declinando y las autoridades religiosas vuelven a llamar a la feligresía a retornar a los templos a celebrar su fe comunitariamente, la escritora conoció el llamado de los obispos católicos ingleses y escribió este artículo para The Tablet, convirtiendo la llamada a volver físicamente al templo en una alegoría de lo que significa tener o no tener palabra en la iglesia.

Ojalá que la convulsión que ha causado el llamado del Papa Francisco a caminar en sinodalidad termine escuchando voces sabias como la de Anne Boot. Sin más preámbulos, les dejo con el artículo. Como en otras ocasiones que he traducido algún artículo del inglés, les dejo inmediatamente después, para quienes manejan ese idioma, el texto original, dado que no soy traductor de oficio y, con toda seguridad, mi traducción será inexacta.

Después del encierro estoy tratando de regresar a Misa… pero no estoy segura de que me quieran a mí tal como soy

Anne Booth

Amo el hogar católico de mi infancia. Mis padres irlandeses colgaban cuadros de santos junto a las fotos de la familia. Imágenes de Nuestra Señora, de san Patricio, santa Bernardita y el padre Pío estaban en la repisa de la chimenea, en la consola y encima de la TV. Íbamos a Misa, a bendiciones, al viacrucis y a la confesión cada vez que había oportunidad, y viajábamos a Lourdes y a Walsingham y Knock en peregrinación. Yo le rezaba a mi ángel de la guarda cada mañana y cada noche, hacía el ofrecimiento de los trabajos del día por las mañanas y cada noche rezábamos todos juntos el rosario. Pedíamos por los vivos, pero también por los que habían muerto y esperaban nuestra ayuda mientras aguardaban en el purgatorio. Todos nosotros, vivos y muertos, éramos una familia católica.

Me fui a la universidad en 1983, cuando tenía 18 años. Llevé conmigo una botella de agua de Lourdes, una fuente de agua bendita, mi crucifijo y el libro Oraciones para la mañana y la tarde que pedí de regalo en mi cumpleaños 16, y un casete con cantos gregorianos. Estudié Literatura en la Universidad y conocí a muchas personas, en los libros y fuera de ellos, que no eran católicos, o que no observaban las normas que yo cuidadosamente seguía, y descubrí que de todas maneras los amaba a todos ellos y aprendí de ellos grandes cosas.

Fui a un montón de fiestas, pero no por ello dejé de ir a Misa y de decir mis oraciones, y pude escuchar a la muchacha que se había hecho un aborto, al muchacho que había intentado suicidarse cuando cayó en la cuenta de que solamente podía enamorarse de otro muchacho, a los amigos que convivían siendo de diferentes orígenes, que no creían en Dios o no entendían por qué la Misa era tan importante para mí y sin embargo me aceptaban como era. Encontré también cristianos de otras denominaciones y gentes que profesaban una fe distinta o que no tenían ninguna. Pude aprender mucho en un corto período de tiempo y maduré en mi fe.

Llegó el tiempo de regresar a casa después de la Universidad. Yo estaba verdaderamente emocionada de regresar a casa, con mi pelo largo y rizado, aretes colgando en mis oídos, mis suéteres anchos y mis botas Doc Marten, que era la manera como me vestía cuando iba todos los días a la Misa en la capellanía de la Universidad. Yo estaba ansiosa por regresar a la Misa diaria con mis padres, pero me quedé desconcertada porque ellos parecieron horrorizados por mi cambio de vestimenta.

Mis padres estaban preocupados por lo que pensarían de mí los parroquianos. Insistían en que me pusiera medias y zapatos de salón American Tan y que me pusiera falda, blusa y chaqueta como las de mi madre, para entrar a la Misa. Solo porque amo mucho a mis padres y no quería avergonzarlos, acepté de manera obediente y me cambié. Me sentí como un bicho raro en la Misa y sentía que se me miraba rara. Mi alegría, mi optimismo y mi confianza desaparecieron. Ya nunca más pude ser yo misma con mis amados padres y todos mis intentos para hablar con ellos acerca de todo lo que había yo aprendido de mis estudios y de todas las personas que conocí en mi tiempo de Universidad se fueron por el caño.

Muchos años después, ahora, después del encierro por la pandemia, los obispos han escrito una carta en la que me invitan a regresar a mi hogar, la iglesia. Estoy tratando de regresar a Misa, pero no estoy segura si de veras quieren a quien yo soy realmente o si siguen esperando aún que yo cambie mi manera de vestir.

Tengo 57 años. Se me ha dicho, no solamente que las mujeres no pueden ser sacerdotes, sino que yo, que soy una mujer adulta y madre de tres hijas y un hijo, no puedo nunca comentar acerca de si las mujeres pueden ser sacerdotes, a pesar de que he tenido la suerte de encontrarme con fabulosas mujeres anglicanas que son sacerdotes y que irradian la fe y el amor de Dios.

Como la mujer casada que soy, he tenido la experiencia de estar embarazada y de rechazar realizarme un aborto recomendado por razones médicas por causa de mi fe, y estoy muy agradecida con Dios de haber tomado esa decisión, pero no puedo hablar en la iglesia de cómo mi experiencia de vida me ha hecho convencerme de que es totalmente equivocado criminalizar a las mujeres cuya elección es distinta de la mía, ni tampoco puedo hablar del miedo que me produce que la extrema derecha esté secuestrando el debate sobre el aborto.

Estoy casada con un hombre y me siento bendecida por su amor, pero no puedo comentar que también reconozco el amor de Dios que existe en una pareja gay que conozco de cerca. Tengo cuatro hijos preciosos, los cuatro nacidos en el arco de tres años y un cuarto, pero no me siento bienvenida si quiero conversar sobre mis luchas con la planificación familiar o argumentar sobre un cambio en la posición que la iglesia tiene al respecto, o simplemente hablar honestamente sobre el matrimonio y sobre las relaciones sexuales en general.

Quisiera regresar a casa como lo que soy, una mujer adulta, libremente, volver a la iglesia a la que todavía amo. ¿Pero seré realmente bienvenida tal como soy?

Anne Booth ha publicado 23 libros para niños y niñas. Su primera novela para adultos titulada Pequeños Milagros, acerca de tres religiosas que se sacan la lotería, será publicada en agosto por la editorial Harvill Secker.

(Artículo tomado de la revista católica británica “The Tablet” en su edición quincenal del 16 de julio de 2022)

Texto original

After the lockdown I am trying to return to Mass but I am not sure they want the real me

I loved my childhood Catholic home. My Irish parents hung pictures of saints next to family photographs. Statues of Our Lady, St Patrick, St Bernadette and Padre Pio were on the mantelpiece and sideboard and on top of the TV. We went to Mass, Benediction, Stations of the Cross and Confession at every opportunity, and to Lourdes and Walsingham and Knock on pilgrimage. I prayed to my guardian angel morning and evening, the Morning Offering every morning, and every night we prayed the Rosary together. We prayed for the living, but also for anyone who had died and was hoping for support as they waited in Purgatory. We were all, living and dead, one Catholic family.

Off I went to university in 1983, aged 18. I took with me a bottle of Lourdes water, a holy water font, my crucifix and the Morning and Evening Prayer book I had asked for when I was 16, and a cassette of Gr egorian chant. I went to Mass every day. I studied English Literature, and met lots of people, in books and out of them, who were not Catholics, and who did not keep the rules I carefully adhered to, and I found that I loved them all the same and learnt a great deal from them. I went to lots of parties, but I also kept going to Mass and saying my prayers, and I listened, to the girl who had had an abortion, to the boy who had tried to commit suicide when he realised he could only fall in love with another boy, to the friends from very different backgrounds, who didn’t believe in God or see why the Mass was so important to me, yet still accepted me. I met other Christians, and people from other faiths and none. I learnt so much in such a short time and I grew in my faith.

And then I came home from university. I was so excited to be back home, with my long curly hair, my earrings dangling, my long jumpers and leggings and Doc Marten boots, the way I had dressed when I went to Mass every day at the chaplaincy. I expected to go to weekday Mass with my parents and was completely taken aback by how appalled they were at the change in my clothes. They were very worried at what the parishioners would think. They insisted I wore American Tan tights and court shoes and my mother’s skirt and blouse and jacket to Mass, and because I loved them, and did not want to worry them, I obediently changed. I felt like a freak at Mass, and I knew that I looked odd. My joy and optimism and new confidence disappeared. I could no longer be myself with my beloved parents anymore, and all my attempts to talk to them about what I had learnt from my studies or the people I had met when I was away went nowhere.

And now, after the lockdown, the bishops are asking me to come home. I’m trying to return to Mass, but I am not truly sure if they want the real me, and if I will be expected to change my clothes. I am 57, and I have been told not only that women can’t be priests, but that I, a grown woman, and mother of three daughters as well as a son, can’t even talk about women being priests, even though I have met amazing women Anglican priests who radiate faith and love of God.

As a married woman I have had the experience of being pregnant and refusing an abortion on medical grounds because of my faith, and being so grateful I made that choice, but I can’t talk about how my experience has also made me believe it is wrong to criminalise the women who choose otherwise, or my fear that the far Right are hijacking the abortion debate. I am married to a man and feel blessed by his love, but I also recognise that love from God in a married gay couple I know. I have four beautiful children, all born within three-and-a-quarter years, but I do not feel welcome to talk about my struggles with family planning or to argue for change, or to talk honestly about marriage and relationships in general. I want to come home as an adult, freely, to a Church I still love. But am I really welcome?

Iglesia y Sociedad

¿Tiene futuro la Iglesia Católica?

24 Oct , 2022  

Nota bibliográfica: GÓMEZ HINOJOSA José Francisco, ¿Tiene futuro la iglesia católica? Su actuación ante la situación actual (Editorial PPC, Madrid 2022) 229 páginas.

Estamos ante un libro decisivamente optimista. Encadenado en la reflexión del autor a ensayos anteriores de títulos parecidos (¿Tiene futuro el socialismo? (1992), ¿Tiene futuro el capitalismo? (1993), ¿Tiene futuro la postmodernidad? (1993), la obra que hoy presentamos es de mayor aliento y, desde el principio, el lector o lectora intuye que la respuesta será positiva, sea porque el autor es un ministro católico en toda regla, sea porque la editorial y el mismo lugar de la presentación se inscriben dentro del espectro amplio de la iglesia católica.

El libro es, cuando menos, inusual. Una buena parte de los lectores darían, a bote pronto, una respuesta negativa a la pregunta lanzada por Paco. Vista desde su situación actual, el futuro de la iglesia católica está todo, menos garantizado. Paco nos ayuda a echar una mirada distinta sobre la situación y, sin negar los altos niveles de descrédito en que se ha sumido la iglesia católica debido a la crisis de la pederastia, apunta a reforzar la intuición reformadora del Papa Francisco: la iglesia no tiene salvación si no regresa a sus orígenes, es decir, si no regresa al evangelio de Jesús. Me alegro, por eso, de que Paco haya salido de la zona de la reflexión filosófica y el análisis riguroso de los datos de la realidad al que nos tenía acostumbrados, para entrar decisivamente en la zona de la reflexión teológica, así sea de la llamada teología narrativa.

Pero, además, el optimismo de Paco se enfrenta, no solamente a que la Iglesia católica vive, lo que podríamos llamar, “horas bajas”, sino que también colisiona con una cada vez más extendida desconfianza hacia el ser humano, hacia la capacidad de la humanidad de rehacer su camino. Los anuncios del nuevo orden social que surgiría una vez vencida la peligrosidad de la pandemia se han ido esfumando. Aunque se recomienda no mentar la soga en la casa del ahorcado traigo aquí a colación el reciente informe sobre cómo se usó el agua en esta pasada crisis hídrica en Monterrey, crisis que se presentó ya a finales de la pandemia. La nota del periódico El Norte está fechada el 22 de septiembre pasado y firmada por Daniel Reyes. El título es elocuente: “Son sampetrinos los más ‘gastones’ de agua en sequía” y revela que el consumo de agua en san Pedro, a pesar de que se había llamado a todos al cuidado y la reducción del consumo, no sólo no se redujo, sino aumentó: fue superior a 27 mil litros mensuales por hogar, cuatro veces el promedio de otros municipios, como García. La nueva organización social más solidaria que debía haber surgido en la post pandemia, la cultura de compartir con austeridad un bien preciado como el agua, brillaron por su ausencia. Uno continúa en la duda de si el mundo posterior al coronavirus será en algo mejor a lo que dejamos atrás. Las notas del ensayo traen una abundante muestra de ese escepticismo en las citas de muchos autores (nota 30).

Por eso me parece que el libro de Paco puede ser valioso para las personas que se acerquen a leerlo: ofrece un chisguete de luz al final del túnel y, aunque su propuesta se identifique con la propuesta evangelizadora de Jesús –en tiempos y circunstancias distintas a las del primer siglo, claro– o precisamente por ello, aparece como una nueva proclamación del kerygma original del movimiento de Jesús, adaptado, desde luego, a las circunstancias de un siglo que se asoma a su primera cuarta parte, cargado de incertidumbres y amenazado por varios flancos.

Entremos, pues, en materia. Metodológicamente hablando, Paco subraya la triple misión de la iglesia: predicar, vivir y celebrar, conceptos sucedáneos de la clásica división de la triple misión recibida por el católico en su bautismo: ser miembro de Cristo profeta, Cristo rey y Cristo sacerdote. La misma división con la que se organizó el Catecismo de la Iglesia Católica: Lo que creemos (dogma), lo que vivimos (moral) y lo que celebramos (liturgia).

Una de las cosas que hay que agradecerle a Paco, importante para un texto que, escrito ordenadamente en metodología académica (1, 1.1., 2.3, etc.), puede resultar árido o complejo debido a la gran cantidad de información que nos comparte, son los párrafos conclusivos con los que adorna la reflexión: someros pero completos resúmenes de cada sección. Así que me referiré aquí a algunos de ellos.

En su primer resumen (La reflexión de la fe en tiempos de coronavirus) queda de manifiesto que uno de los elementos que jalonan la reflexión son los asuntos que tienen relación, así sea tangencial, con el ejercicio de la sexualidad: divorciados vueltos a casar, anticonceptivos, matrimonio universal, celibato obligatorio, sacerdocio femenino, etc. Las aportaciones de Paco demuestran que uno de los puntos ciegos en la reflexión de la iglesia católica (por no meternos a hablar de las otras iglesias cristianas) es todo lo relevante a la tradición moral de la iglesia. Existe una deuda en esa materia y no abordar los temas aludiendo a unos puntos “innegociables” no ayuda gran cosa. La mutación antropológica que Paco denomina “cambio epocal” tiene mucho que ver con este orden de cosas. Cerrar todo tipo de reflexión y de disenso en estas materias no ayuda en nada, sino que, contrariamente a lo deseado, se convierte en un obstáculo insuperable para las nuevas generaciones. Hay que revisar, y pronto, estos temas que llevan tanto tiempo en la discusión pública dentro de la iglesia y que no nos permiten avanzar en otras áreas que necesitan urgente reforma.

En su segundo resumen (La vivencia de la fe en tiempos de coronavirus) Paco no registra en la síntesis una de las más interesantes reflexiones de este apartado: la escasa importancia que se ofrece en la práctica eclesial a la pastoral social, considerada como la cenicienta de las pastorales, y el combate contra ciertos presupuestos que descalifican toda labor asistencial pero que no insisten en los aspectos de promoción y cambio estructural.

Respecto a la celebración de la fe en tiempos de pandemia, uno no puede sino saborear la crítica de Francisco, el de Monterrey, a la pastoral juvenil y su método de ver – juzgar – llorar y a la escasa profundidad de los influencers religiosos.

La segunda parte es del todo teológica. Y aunque algunos piensen que la teología narrativa es endeble en su sistema argumentativo, eso depende de quién lo dice y desde dónde lo dice. Es, efectivamente, una teología que no sigue los estrictos canones de la reflexión académica, con un tratamiento de la revelación y de la tradición a la que están acostumbrado los profesores de seminarios, y por eso es calificada como una teología “entregada al espíritu del tiempo”, como menciona atinadamente Jesús Martínez Gordo en la reseña que hiciera del libro de Paco en la revista Vida Nueva Digital. Pero, mucho me temo, es la teología que tiene algo relevante que decir a la gente de a pie.

Ya desde el inicio, Paco establece su diagnóstico sobre la crisis que quedó a la vista en ocasión del coronavirus: “Creo que la progresiva ausencia de los problemas e intereses vitales de la gente, en especial de sus fieles jóvenes, por parte de la doctrina eclesiástica, y la negativa a dar saltos cualitativos, aunque pequeños, en materia de disciplina interna, ha sido la causa principal el deterioro que la IC ha sufrido en los últimos años”, diagnóstico que remata la misma conclusión ya expresada en la sección anterior: temáticas relacionadas con erotismo y sexualidad, con el papel de las mujeres y la acogida a minorías, “son temas que, querámoslo o no, no se irán, y conviene enfrentarlos”. Señalado este aspecto decisivo, Paco puede ya dedicarse a lo que sigue: preguntarse de qué manera el seguimiento de Jesús impacta los tres elementos de la fe que abordó en la primera parte: la manera en que creemos, vivimos y celebramos.

Paco aborda en esta segunda parte la predicación de Jesús, centrándose en la categoría teológica que marcó su mensaje: el Reino de Dios y la necesidad de convertir a él toda nuestra vida entendiendo esta conversión no solo ni principalmente como algo individual o un asentimiento teórico a las verdades propuestas por el Maestro, sino a una actitud de fondo que implica a toda la persona y le hace comprometerse en todos los ámbitos de la vida. En el resumen (p. 75) apunta a tres ejes temáticos básicos en el mensaje de Jesús: Reino, misericordia y conversión, coloreado con el mandato fundamental del amor a Dios y al prójimo.

En el cómo de la predicación de Jesús, Paco se extiende en el poder transformador de las parábolas, consideradas no solamente como un factor pedagógico (hacer fácil lo difícil), sino con poder de plantear al escucha una disyuntiva de vida. Conocimiento del auditorio, fuerza transformadora del lenguaje parabólico y la constante del diálogo son los tres elementos considerados como fundamentales en el cómo de la predicación de Jesús.

A esta altura del ensayo, el lector/a va vislumbrando la propuesta hacia el futuro que ofrece la reflexión de Paco: la vuelta a Jesús implica necesariamente la vuelta al tema del Reino y sus valores. Esto nos permitirá purificar muchas de nuestras ideas sobre Dios. Ya se sabe que los cristianos no creemos simplemente en Dios, ni siquiera en cualquier Dios. Creemos en el Dios que Jesucristo vino a revelarnos. Y es lamentable que estemos todavía anclados en el Dios del Antiguo Testamento.

Esto me lleva a recalcar, en la línea de lo expuesto por el autor, la densidad teológica diferenciada del Nuevo Testamento y, en particular, de los evangelios canónicos. Hay que decirlo sin rubor: todo en la Biblia es Palabra de Dios, pero no todo lo que la Biblia dice tiene el mismo valor. Remarcar la lectura cristológica del Antiguo Testamento nunca estará de más. Es un legado de la tradición que nos viene desde los más antiguos testigos, como Pablo y los sinópticos. La imagen que Jesús nos presenta de Dios es un parteaguas que nos permite acceder con ojos críticos a las imágenes de Dios que Él critica. Por eso Paco insiste en su resumen (p. 86) en la necesaria purificación de nuestra idea de Dios.

Sobre las acciones amorosas de Jesús y sus destinatarios, Paco insiste en las mujeres, los niños, los pobres y los pecadores, para añadir después a los discípulos/as y apóstoles. Las características del amor de Jesús que subraya en el texto: la misericordia, el cuidado amoroso libre y gratuito –de especial pertinencia debido a la pandemia– son actitudes que permitirán a la iglesia tener futuro.

Acercándose ya al final de su reflexión, Paco aborda las celebraciones de Jesús. Un análisis de otras comidas realizadas por el Maestro fuera de las festividades religiosas, como la mencionada con Marta y María o con Leví y su grupo de amigos pecadores, hubiera completado aún más el ya completo panorama que Paco nos presenta. El cómo celebrativo del Maestro es, al mismo tiempo respetuoso de la tradición, pero innovador y libre. Sobre esa senda encontrará la iglesia católica la oportunidad de celebrar la fe en el futuro y abre panoramas en lo que tiene de más arriesgado la propuesta de Paco: la ordenación de mujeres, la bendición de parejas homosexuales y su apuesta por la inculturación de las celebraciones litúrgicas.

Hasta aquí mis observaciones de lector. Las conclusiones enlistadas al final del ensayo no tienen pérdida. Con toda seguridad, Paco tendrá muchas reflexiones más que compartirnos en el futuro. Y yo, espero –además de seguir siendo su amigo hasta la muerte– seguir teniendo la fortuna de continuar como su comentarista de cabecera.

Iglesia y Sociedad

La aplicación del principio precautorio en México

9 Jun , 2022  

Palabras pronunciadas en la presentación del libro de la Lic. Lourdes Medina Carrillo, en Homún, el 8 de junio de 2022

Ficha bibliográfica: MEDINA Lourdes, La Aplicación del Principio Precautorio en México (Ed. Tirant Lo Blanche, CDMX 2022) 197 páginas. ISBN: 978-84-113-125-4

Introducción

Los términos legales son, a veces, difíciles de digerir. Cuando escuchamos expresiones como “juicio de amparo”, “tesis jurisprudenciales”, “convenios y declaraciones internacionales” nos parece que entramos a un terreno de especialistas, minado a cada paso con palabras y conceptos que hemos de buscar en los diccionarios o investigar en las bibliotecas jurídicas. Nos ocurre lo mismo que cuando estamos en la consulta con un médico especialista y sus explicaciones nos dejan aún más ignorantes de lo que entramos, porque los términos que usa para “aclararnos” las cosas son más complicados de lo que imaginábamos. Y, sin embargo, ahí estamos en la consulta. Y la razón es muy simple: tenemos una enfermedad y queremos curarnos. Si para eso debemos aguantar la jerga ininteligible de un doctor, pues lo hacemos, porque lo que nos interesa es sanar.

La Lic. Lourdes Medina nos entrega hoy un libro sobre la aplicación del principio precautorio en México. A quienes no somos especialistas en leyes este título no nos dice gran cosa. Pero nuestras antenas afinan su sensibilidad cuando nos enteramos de que, lo que este libro plantea, es una herramienta jurídica que ha sido especialmente útil para sostener la lucha que el pueblo maya de Homún lleva desde hace ya varios años en la defensa del agua, de los cenotes y del sagrado derecho que las y los pobladores tienen a determinarse libremente, es decir, a decidir por ellos mismos qué tipo de vida quieren llevar y a defender los recursos que la Madre Tierra les brinda. Por eso es que la presentación se hace en este lugar, el Cenote Santa Rosa, en pueblo maya de Homún, Yucatán, donde los Kana’an Dzonot nos han dado ejemplo de perseverancia en la lucha y por ello son reconocidos en todo el mundo.

El principio precautorio es, pues, la medicina que la Lic. Lourdes nos ofrece hoy en su libro. Pero, como ocurre con los medicamentos, lo que nos importa a nosotros no es cuáles son las sales que componen la medicina o cuál es el laboratorio que lo produce, sino si nos cura de nuestra dolencia. La demostración de que una medicina sirve, es útil, es que el enfermo recupere su bienestar o experimente, al menos, una mejoría.

Por eso creo que este libro, la medicina jurídica que Lulú nos ofrece, con todo lo complicado que pueda parecernos, sólo se valora cuando nos queda claro cuál es la enfermedad que está atacando y cuál es la manera en la que opera para realizar la curación.

La enfermedad

Una primera dolencia, especialmente presente en nuestro país, es la falta de respeto a los pueblos originarios. México se ha conformado, a lo largo de los siglos, a partir de la negación de sus raíces. Las referencias al pueblo maya suelen ser para el interés turístico: el pueblo que construyó las pirámides de Uxmal y Chichén Itzá, los sabios astrónomos que hicieron uno de los calendarios más exactos de la antigüedad, los matemáticos que inventaron el cero… todas ellas realidades referidas a un pasado lejano. Todavía hoy, si entramos a google en el teléfono, y escribimos “extinción de los mayas”, encontramos más de medio millón de coincidencias en la red.

Pero no es sólo esta idea turística de un pasado que ha desaparecido, y que ignora a los mayas que hoy habitan estos territorios, la enfermedad que enfrentamos, sino también las decisiones, tomadas desde altas esferas gubernamentales de distintas épocas, de construir una convivencia social que desdeña su raíz, que nos quiere a todos “mexicanos”, pero a costa de dejar de ser mayas, o rarámuris, o purépechas, o tseltales. El ideal, repetido en los libros de texto, machacado en la propaganda de los gobiernos, es ser una nación en la que solamente haya ciudadanos y se diluyan los pueblos. Una sola nación, y no un Estado que reconozca y defienda las diferentes naciones que conformamos este país.

Para esta primera enfermedad hay una cura: la libre determinación de los pueblos, reconocida en la Constitución de la República, pero obstaculizada en la práctica por los gobiernos que deberían defenderla. Una muestra, así sea pequeña e imperfecta, ha sido la consulta abierta realizada en Homún para determinar la prohibición del establecimiento de una gran fábrica de cerdos que se quería imponer en estos territorios. El pueblo maya de Homún organizó una consulta y el resultado fue una abrumadora mayoría en contra del establecimiento de la mega granja.

Pero hay una segunda enfermedad que compartimos con todos los demás pueblos de la tierra. Se trata de la manera como los seres humanos hemos devastado el planeta en el que habitamos. Tarde nos vamos dando cuenta de que no tenemos otro planeta a disposición, de manera que pudiéramos destruir éste y trasladarnos a uno alternativo. El cambio climático y su consecuencia de calentamiento global, con su secuela de devastadores fenómenos meteorológicos y el modelo industrial de producción y consumo de alimentos, ha venido a acelerar el proceso de autodestrucción en el que la humanidad parece empeñada. Las recientes epidemias, que se derivan de transmisiones de enfermedades de especies animales a seres humanos, han prendido los focos rojos sobre la inviabilidad del actual sistema alimentario industrializado. Y uno de los factores que entran en esta ecuación mortal es el hacinamiento de especies animales en espacios artificiales de reclusión, como las fábricas de cerdos.

Por eso el levantamiento del pueblo de Homún en defensa de sus cenotes ha tenido tanto impacto, porque pone el dedo en una llaga sangrante, no solamente en México y América Latina, sino en todo el planeta: si no protegemos nuestra Casa Común, si no favorecemos el cuidado del agua y de los demás recursos naturales, si continuamos en esta espiral de autodestrucción, la misma sobrevivencia de nuestra especie se encuentra en riesgo. La vida en el planeta continuará, con toda seguridad, pero la presencia de seres humanos será cada vez más difícil y sus condiciones de sobrevivencia serán más precarias.

El remedio

El libro que hoy se presenta pretende ser una herramienta, desde el campo del estudio y la práctica jurídica, que sea útil en responder a esta doble enfermedad que nos aqueja. Para nuestra comprensión, aunque no aborde yo los matices que complejizan la aplicación del principio precautorio, bastará hablar un poco aquí del concepto de prevención. Esta es una palabra que ya forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. Decimos, por ejemplo, que es muy importante la medicina “preventiva”, y con eso queremos decir que no hay que esperar tener una enfermedad para medicarse y tratar de recuperar la salud, sino que lo importante es no enfermarse. Para ellos es que se habla de prevenir, es decir, de tratar de antemano de no enfermarse.

La prevención tiene un doble efecto. Por un lado, parte del principio de que el estado ideal de las personas es estar sanos y sanas. La enfermedad es, desde luego, inevitable. Sería muy difícil que alguien viviera toda su vida sin enfermarse. Pero quien vive enfermo todo el tiempo sabe que ese no es su estado ideal. Algo dentro de nosotros nos dice que estamos hechos para vivir en salud y que la enfermedad no es un estado natural y nos hace mucho daño.

Podemos prevenir algunas enfermedades que son causadas, por ejemplo, por los cambios de clima. Por eso en nuestras casas nos recomiendan salir abrigados en días de frío o cambiarnos la ropa si nos hemos mojado con la lluvia. Estas acciones pueden considerarse preventivas porque están destinadas a que no nos enfermemos, a evitar la enfermedad.

Pues bien, nuestro planeta está enfermo. La actividad humana, sobre todo cierto tipo de actividad humana, está echando a perder el clima y está arriesgando la supervivencia de muchas especies. La deforestación, la emisión de gases de efecto invernadero y la industrialización del proceso de elaboración y distribución de alimentos, que ha hecho que la alimentación deje ser un derecho humano para convertirse en una mercancía que persigue solamente el lucro, son algunas de las causas de esta espiral de degradación del medio ambiente.

Es en este marco que se aplica el principio precautorio como una medicina que puede ser eficaz para impedir que la enfermedad del planeta continúe. Como bien se señala en el libro de la Lic. Medina, el principio precautorio persigue que:

Con el fin de proteger el medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el enfoque de la precaución de acuerdo con sus capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica plena no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas coto-efectivas para prevenir la degradación medioambiental

El último caso presentado en el cuarto capítulo de la obra, que se refiere al amparo concedido al pueblo y a la infancia de Homún, nos ilustra cómo este principio llevó a la suspensión de la fábrica de cerdos que se intentaba plantar en este territorio. Esto quiere decir que, aunque no estemos seguros, científicamente hablando, de que los más de 49,000 cerdos contaminen de manera determinante las aguas de Homún, el riesgo es tan grande y, en caso de acontecer, es de tal manera irreversible, que los jueces prefirieron no arriesgarse.

El principio precautorio se ha mostrado como un arma eficaz contra amenazas al medio ambiente. Pero las armas no significan nada si no hay un pueblo que las empuñe. El acompañamiento del equipo Indignación y la aportación de la Lic. Medina apuntan a los responsables de que tal arma se haya usado correctamente: el pueblo y la infancia de Homún. Son ellos los verdaderos héroes y heroínas en esta batalla. Su lucha animará a muchos otros pueblos que están en resistencia y los juicios sobre contaminación de aguas y respeto a la libre determinación ya no serán los mismos después de los triunfos de Homún. Sirva esta presentación para recordarlo y darle honor a quien honor merece.

Iglesia y Sociedad

El Hermano Universal. San Carlos de Foucauld

17 May , 2022  

El domingo 15 de mayo fue proclamado santo Carlos de Foucauld. Llevo una larga, antigua relación con él. En mis tiempos de seminario (1975-1982), cuando la efervescencia postconciliar mantenía a la iglesia en perpetua búsqueda de alternativas para lograr que Dios, el evangelio, la religión (o lo espiritual), mantuviera su pertinencia y siguiera siendo fuente de gozo, inspiración y lucha por la justicia, en un mundo que había cambiado radicalmente de rostro, conversaba yo de estos asuntos con el padre Regino Sánchez, un apasionado de las reformas conciliares y prefecto del seminario en aquellos tiempos. A él fue a quien le escuché que la única experiencia de vida religiosa que él consideraba acorde con el espíritu de la reforma de la iglesia eran los hermanitos y hermanitas de Jesús, experiencia de vida religiosa inspirada en la espiritualidad de Carlos de Foucauld.

Aquella conversación y la llegada a mis manos del libro de Carlos Carretto, “Cartas desde el Desierto”, me cambiaron la vida. Obsesivo como soy, me dediqué a buscar todo lo relacionado con el Hermano Universal, me topé con René Voillaume, Jean-Francois Six y otros biógrafos y comentadores de su vida. Finalmente, en la serie “Escritos Esenciales” de la editorial Sal Terrae, llegué a la fuente misma: los escritos del santo. No he tenido suerte en conocer a muchas personas de los múltiples movimientos religiosos inspirados en el pensamiento y la experiencia del Hermano Universal: unas hermanitas de Jesús que trabajaban en las maquiladoras de Ciudad Juárez ahí en los años noventas, una comunidad de hermanitos de Jesús que trabajaban el campo en Nicaragua, y para de contar. Pero el surgimiento del internet y de las redes se convirtió pronto en la oportunidad para familiarizarme aún más con el carisma de Foucauld.

No quería dejar pasar, pues, esta fecha memorable de su ascenso a los altares después del reconocimiento universal de su santidad por parte de la iglesia católica. Reconozco que uno de los motivos de mi perseverancia en el seguimiento de Jesús es la imagen de este misionero solitario, que encarnó en su propia vida la experiencia de estar en lo que a todo mundo parecía un “wrong place, wrong time” y, sin embargo, mantenerse en fidelidad al evangelio. Creo que la historia de la espiritualidad terminará confirmando el impacto de su testimonio, a la altura de Francisco de Asís, Teresa de Jesús o Ignacio de Loyola.

Por eso he decidido compartirles la traducción de un artículo aparecido en la connotada revista semanal “The Tablet”, la más prestigiada revista católica de Gran Bretaña, que nos transmite la experiencia de una hermanita de Jesús, Kathleen McKee, de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús. He visto reflejada mi experiencia de búsqueda en lo que ella nos comparte en este artículo.

El domingo 15 de mayo, el Papa Francisco canonizó a Charles de Foucauld en Roma. A pesar de que murió en la más completa oscuridad, su mensaje de que el evangelio es mucho más para ser mostrado, testimoniado, que solamente proclamado, ha inspirado a un numeroso grupo de seguidores. / Por KATHLEEN MCKEE.

Tras las huellas de un santo

Nací en Francia, pero crecí en la ciudad de Londres, Ontario. Mi padre era neozelandés y mi madre francesa. Ambos fueron educados en un profundo conocimiento de su fe y tanto los libros como las conversaciones religiosas abundaban en el hogar. Cuando tenía 16 años fui enviada a México en un intercambio estudiantil. El intercambio terminó muy mal y me vi embarcando de retorno a casa nueve meses más tarde. Mis padres estaban esperándome en el aeropuerto. No hubo preguntas, solamente un sentido de gratitud porque estaba de vuelta sana y salva. En ese momento no caí en la cuenta, pero esta experiencia de retornar como la hija pródiga sería el trasfondo de una llamada que me llegaría más tarde.

Durante las siguientes semanas, tomé un ejemplar de las Cartas desde el Desierto, de Carlos Carretto. Apenas comencé a leeerlo tuve el vago sentimiento de estar entrando en una orden de claustro. Pero Carretto hablaba de una contemplación en medio de la plaza pública. Fue al mismo tiempo un shock y una llamada. ¿No habían vivido Jesús, María y José en la pequeña aldea de Nazaret? ¿Podrías tú tomar una decisión mejor que la suya? La encarnación había convertido el bullicio de la vida cotidiana en un lugar de encuentro con el Padre.

Quedé particularmente intrigada y desconcertada por el personaje principal del libro. Su nombre era Carlos de Foucauld. Este francés, ex-oficial de caballería, parecía una personalidad extraña en medio de un relato fascinante. Carretto escribió que Foucauld “estaba convencido que el más efectivo método de predicar el evangelio, era vivirlo. Especialmente hoy, la gente ya no quiere seguir escuchando sermones. Quieren ver el evangelio en acción”.

Decidí investigar sobre las comunidades inspiradas en la vida de Foucauld y finalmente, me uní en 1981 a las Hermanitas de Jesús en Montreal. Ellas vivían en una pequeña casa en medio de un vecindario de clase obrera. Una de las hermanas trabajaba en la kindustria del vestido y otra en trabajos de limpieza. Las otras dos permanecían en casa para poder estar a disposición de vecinos y otras personas que, con cierta frecuencia, se dejaban caer por la casa. Yo estaba encantada. El ruido de la calle se colaba dentro de la capilla a través de las ventanas. Lejos de distraerme, se convirtió en parte de mi oración, transformándola y asemejándola a las condiciones que el mismo Hijo de Dios había escogido.

Durante mis años de formación aprendí mucho sobre nuestra Fundadora, Madeleine Hutin, que tomó el nombre de la pequeña hermana Magdalena. Ella era fácil de querer, pero el hombre cuya vida la había inspirado, Carlos de Foucauld, era un hueso duro de roer. No tuve mi primer profundo encuentro con él sino hasta un poco antes de que tomara mis votos últimos votos. Para entonces, conocía ya a mi comunidad y me conocía a mí misma mucho mejor. Era un momento de crisis. ¿Debía o no seguir adelante y asumir este importante compromiso? La castidad era una dolorosa cuestión que me preocupaba. Estaba yo en París, pasando unos días con mi abuela antes de unirme al grupo que se estaba preparando para dar este paso decisivo, cuando decidí levantarme temprano una mañana y caminar hasta la majestuosa iglesia de san Agustín, en el octavo distrito. Fue el lugar en el que Carlos de Foucauld experimentó un encuentro con el Abad Henri Huvelin que le cambió la vida. Ahí estaba todavía aquel mismo confesionario. Me senté en el escalón por un buen rato desahogando mi corazón. Aquel día, dio inicio mi relación con Foucauld.

Comencé a desempacar a aquel hombre y su mensaje. Nacido en una familia aristocrática en Estrasburgo en 1858, Foucauld había rechazado la iglesia cuando era adolescente y se unió después al ejército francés. Después de su conversión, se unió a un Monasterio Trapense en Ardeche, Francia, y más tarde se cambió a otro situado en Akbes, Siria. Dejó el monasterio en 1897 y se fue a trabajar de jardinero y sacristán para las religiosas Clarisas Pobres, en Nazaret primero y más tarde en Jerusalén. Pasó después 15 años de su vida entre el pueblo tuareg, de religión musulmana, en el Sahara argelino. En 1905 llegó a Tamanrasset, donde vivió una vida pacífica y oculta. No atrajo compañeros. No hubo conversiones. Escribió reglas para unas congregaciones que nunca llegaron a nacer y murió solo en el Sahara, asesinado por rebeldes tuaregs el 1 de diciembre de 1916.

René Voillaume, el sacerdote francés que fundó a los Hermanitos de Jesús en 1933, llevó mi comprensión de Foucauld a un nivel más profundo. Consciente de que las meditaciones de Foucauld sobre el evangelio podían llegar a ser aburridas y repetitivas, sugirió que pusiéramos nuestra atención menos en el contenido y mucho más en la consistencia y celo con que las emprendía. “Constantemente se esforzó por conocer a Jesús mejor, porque no puedes amar aquello que no conoces”. Esta frase arrojó sobre las meditaciones de Foucauld en una luz totalmente diferente.

Después que hice mis últimos votos, fui enviada a Polonia. Me pidieron conducir una serie de sesiones sobre Carlos de Foucauld, y después de unos pocos años llegué a conocer todos los detalles de su vida, pero la pregunta siguiente era siempre: ¿Qué significa esta vida para mí? Encontré respuestas parciales a partir de mis conversaciones con otras personas… mis propias hermanas religiosas, los hermanitos de Jesús, sacerdotes y laicos. Pero aún permanecía sin develarse mi experiencia como Hermanita de Jesús. Las intuiciones de Carlos se fueron haciendo reales en cada casa en la que viví. Es ahí donde terminé de aprender a ser “pequeña”, a ser “hermana” y, la parte más difícil, a ser “de Jesús”.

Hoy vivo en Walsingham, “en Nazaret de Inglaterra”, donde la comunidad ha tenido presencia por cerca de 50 años. Llegué aquí después de pasar 10 años como parte del equipo de formación que se encuentra en Roma. Fue un cambio abrupto encontrarme de vuelta en un pueblo pequeño. Yo había comenzado mi noviciado precisamente aquí en Walsingham 35 años antes, así que fue para mí mucho más un asunto de regresar a mis inicios “y conocer el lugar por primera vez”. Y ahora, en lugar a hablar sobre Foucauld, como había hecho en Roma, me encuentro viviendo su mensaje de nuevo. Foucauld se refería frecuentemente al pasaje de la Visitación de María a su prima Isabel como una especie de icono de su vocación. Fue, antes que nada, una cuestión de “desinstalación”, lo que María experimentó. El Papa Francisco frecuentemente habla de desinstalarnos de nuestras zonas de confort para dirigirnos a las periferias. A la edad de 59 años tuve mucha suerte de encontrar trabajo como mucama en un hotel con vista al mar que está a cinco millas de la casa donde vivo con la comunidad. Esto ha significado para mí una “desinstalación” total en todo el sentido de la palabra: viajo allá en bicicleta bajo todo tipo de climas, pero es también una salida en el sentido de que encuentro muchas personas que son diferentes a mí, con unas vidas marcadas frecuentemente por la pobreza rural.

Hay muchas formas de “estar-con” la gente, pero trabajar con ellos te pone lado a lado de una extraña selección de personas, que tienen diferentes procedencias y maneras de pensar. Todos aquellos con los que trabajo en el hotel saben que soy una religiosa, pero ¿qué es lo que significo para ellos? Foucauld solía decir: “el bien que tú haces no depende de qué es lo que dices o haces, sino de lo que tú eres”. No estoy segura de aparecer ante ellos como un ejemplo luminoso de vida evangélica. Pero mi oración es que a través de mi presencia la gente pueda descubrir el amor y el cuidado que Dios les tiene. Ninguna de las personas con las que trabajo suelen ir a la iglesia y ninguna ha comenzado a hacerlo desde que comencé a trabajar ahí. En esto, no he tenido mayor éxito que el que tuvo Foucauld. Pero me he dado cuenta de que mucha gente tiene un sentido innato de Dios que, aunque a menudo se ve ensombrecido por la sensación de que están viviendo de una manera que no está a la altura de lo que Dios quiere para ellos. Yo creo que compartiendo sus vidas y usando el lenguaje de sus existencias cotidianas, puedo vivir otra imagen de Dios. En la historia de la Visitación, María no dice nada. Ella simplemente lleva a Jesús a la casa de Isabel, y aquel a quien ella carga en su seno le habla a quien la otra lleva dentro del suyo. En la tumba de Foucauld está grabada esta frase: “Quiero gritar el evangelio con mi vida”. Yo creo que algo así acontece. Quizá aquellos que son más conscientes de su condición pecadora tienen mayor oportunidad de descubrir un amor como el de Dios. Ciertamente, esta fue la propia experiencia de Carlos de Foucauld.

Si Foucauld se ha desinstalado hacia el Sahara para llevar el evangelio a la gente de ahí, su primera tarea era aprender su lengua. Él había llegado a Tamanrasset con una traducción del evangelio, pero pronto descubrió qué poco útil era. Un amigo que era especialista en lenguaje bere-bere, le enseñó a comenzar a escuchar. UN lenguaje es mucho más que palabras. Pasaron horas alrededor de la hoguera escuchando a las personas cantar, recitar poesía y narrar sus hazañas valerosas. ¿No es acaso lo que Jesús hizo durante 30 años en Nazaret, donde aquel que es la Palabra de Dios guardó silencio y escuchó? La gente de Nazaret le dio a Jesús un lenguaje en el que pudo hablar de Dios: historias acerca de hijos que huyen a las grandes ciudades, y mujeres que barren sus hogares para encontrar monedas perdidas. Más tarde, la gente quedaría asombrada y cautivada escuchando a Jesús hablar del Reinado de Dios en términos arrancados de su propia vida.

Quizá el regalo especial de ser un contemplativo viviendo entre los pobres, en el bullicio de la vida diaria, es descubrir precisamente cuán abundantemente amó Dios al mundo. Y sentir un amor como el de Dios, bien adentro, y tocar a la gente que nos rodea.

Kathleen McKee es integrante de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús en Walsingham. Es autora de “El Hermano Universal: Carlos de Foucauld nos habla hoy» (ed. New City Press). La traducción es mía. Y, como seguramente tiene muchos errores, les dejo abajo el artículo en inglés, que apareció en la revista The Tablet en su edición del 14 de mayo de 2022.

In the footsteps of a saint

I WAS BORN in France but grew up in the city of London, Ontario. My father was a New Zealander and my mother French. My parents were deeply educated in their faith and religious books and conversations abounded at home. At 16, I was sent to Mexico on a student exchange. It ended rather badly, with me being shipped home nine months later. My parents were at the airport waiting for me. There were no questions, just a sense of gratitude that I was back safe and sound. I didn’t realise it at the time but the experience of the prodigal daughter would be the background on to which a call would be grafted.

During the following weeks, I picked up a copy of Letters from the Desert by Carlo Carretto. Until I began to read it I had vaguely thought of entering a cloistered order. But Carretto spoke of contemplation in the marketplace. It was a shock and a call. Hadn’t Jesus, Mary and Joseph lived in the small town of Nazareth? Could you make a better choice than theirs? The incarnation had made the bustle of everyday life a meeting place with the Father.

I was particularly intrigued and disconcerted by the central character. His name was Charles de Foucauld. This former French cavalry officer seemed oddly out of sync with the rest of an otherwise riveting book. Carretto wrote that Foucauld “was convinced that the most effective method of preaching the Gospel was to live it. Especially today, people no longer want to listen to sermons. They want to see the Gospel in action.”

I decided to seek out the communities inspired by the life of Foucauld. Eventually, in 1981, I joined the Little Sisters of Jesus in Montreal. They lived in a small house in a working-class neighbourhood. One of the sisters worked in the garment industry and another did cleaning jobs. The other two remained at home, so they could be available for neighbours and others who would often drop by. I was enchanted. Noise from the street would pour into the chapel through the window. Far from distracting me, it became part of my prayer, shaping it according to the conditions the Son of God himself had chosen.

During my years of formation, I learnt about our founder, Madeleine Hutin, who had taken the name Little Sister Magdeleine. She was easy to like, but the man whose life had inspired her, Charles de Foucauld, was a harder nut to crack. I only had my first profound encounter with him just before I took my final vows. By then I knew my community and myself much better. But it was a time of crisis. Should I or shouldn’t I go ahead with making this commitment? Chastity had a painful bite to it. I was in Paris, staying with my grandmother for a few days before rejoining the group preparing for this decisive step, when I got up early one morning and walked to the magnificent Church of Saint-Augustin in the 8th arrondissement. This was where Foucauld had had his life-changing encounter with Abbé Henri Huvelin. The same confessional was still there. I sat on the step for a long time, unburdening my heart. And that day a relationship began.

I BEGAN TO UNPACK the man and his message. Born into an aristocratic family in Strasbourg in 1858, Foucauld had turned away from the Church as a teenager and joined the French army. After his conversion, he had joined a Trappist monastery in Ardèche, France, and later transferred to one in Akbes, Syria. Leaving the monastery in 1897, he worked as gardener and sacristan for the Poor Clare nuns in Nazareth and later in Jerusalem. He would spend the last 15 years of his life among the Muslim Tuareg in the Algerian Sahara. In 1905, he came to Tamanrasset, where he lived a peaceful, hidden life. He attracted no companions. There were no conversions. He wrote rules for congregations that never came to birth and he died alone in the Sahara, killed by Tuareg rebels on 1 December 1916.

René Voillaume, the French priest who founded the Little Brothers of Jesus in 1933, took my understanding of Foucauld to a deeper level. He acknowledged that Foucauld’s gospel meditations could be dull and repetitive, but suggested we pay attention less to their content than to the consistency and zeal with which he undertook them. “He constantly strove to know Jesus better because you cannot love what you do not know.” That phrase cast all those meditations in a completely different light.

After I took my final vows, I was sent to Poland. I was asked to lead sessions about Charles de Foucauld, and after a few years I knew the details of his life story inside out. But the next question was: “What did that life mean for me?” I found the answer partly in conversations with other people … my own sisters, the little brothers, priests and laypeople. But it also lay in unpacking my own experience as a Little Sister. Charles’ intuitions were realised in the very house in which I lived. It’s there I was being taught to be “little”, to be a “sister” and, the hardest part, to be “of Jesus”.

Today I live in Walsingham, “England’s Nazareth”, where the community has had a presence for over 50 years. I arrived after more than 10 years as a member of the community’s formation team in Rome. It was an abrupt change to find myself back in a small town. I had begun my novitiate in Walsingham 35 years earlier, so it was very much a question of going back to the beginning “and knowing the place for the first time”. And now, rather than talking about Foucauld as I had done in Rome, I found myself living the message again. He often referred to the Visitation of Mary to her cousin Elizabeth as a kind of icon of his vocation. This was first of all a question of “setting out” as Mary had. Pope Francis often speaks of leaving our comfort zone in order to set out for the “peripheries”. At age 59 I was lucky enough to get a job as a housekeeper in a seaside hotel five miles away from the community’s home. It is a “setting out” in every sense of the word: I travel there by bicycle in all kinds of weather, but it is also a departure in the sense that I meet people who are very different from me, their lives often marked by rural poverty.

THERE ARE many ways of “being with” people, but taking a job puts you side by side with a random selection of people from very different backgrounds. All those I work with in the hotel know that I’m a nun, but what do they make of me? Foucauld liked to say: “The good you do depends not on what you say or do but on what you are.” I’m not sure that I come across as a shining example of an evangelical life. But my prayer is that through my presence people might discover God’s love and care for them. None of the people I work with is a churchgoer, and none has become a churchgoer since I started there. In this, I’m no more successful than Foucauld. But I have noticed that many people have an innate sense of God, though it is often overshadowed by a sense that they are living in a way that falls short of the life God wishes for them. I believe that through sharing their lives and using the language of their daily existence, I can live another image of God. In the story of the Visitation, Mary says nothing. She simply brings Jesus into Elizabeth’s house, and what she carries speaks to what the other carries deep within. Etched on Foucauld’s grave are the words: “I want to cry the Gospel with my life”. I believe that something like that happens. Perhaps those who are more aware of their sinfulness have a better chance at discovering a love of the kind God is. Certainly, that was Charles de Foucauld’s own experience.

If Foucauld had set out for the Sahara to bring the Gospel to the people there, his first task was to learn their language. He had arrived in Tamanrasset with a translation of the Gospel but soon discovered how worthless it was. A friend who was a specialist in Berber dialects taught him to begin by listening. A language is bigger than words. They spent hours around the campfire listening to people sing, recite poetry and narrate their valiant deeds. Isn’t that what Jesus did for 30 years in Nazareth, where the Word of God kept silence and listened? The people of Nazareth gave Jesus a language in which to speak about God: stories about sons that ran away to the big cities, and women who swept their homes to find lost coins. Later, people would be amazed and enthralled to hear Jesus speak of the Kingdom of God in terms of their own lives.

Perhaps the special gift of being a contemplative living among the poor, in the hubbub of the everyday, is to discover just how much God loved the world. And to feel a love of the kind that God is, well up inside, and to touch the people around us.

Iglesia y Sociedad

Pregón Pascual 2022

17 Abr , 2022  

EL PROFÉTICO INTENTO DE ASESINATO (Lc 4,16-30)

Cuando el hermoso Maestro entró a la sinagoga / palideció la cátedra. / De sus labios benditos brotó la sinfonía / del Tercer Isaías. / No sabía el Maestro (¿o sí sabía?) / que su anuncio correría presuroso / al barranco cercano / donde sus enemigos pretenderían / unas horas más tarde/ arrojarlo al abismo.

El anunció voló y sus estentóreas / ráfagas de sonido y de silencio / se colaron en ojos, en oídos, en sedientos cerebros y corazones rancios. / Lo que ocurrió después es que, en la tierra buena, / la semilla se hundió y produjo brotes. / Ya nada pudo ser de la manera en que todo era antes.

Se cumplieron los tiempos y el imperio / y el templo descubrieron / que el hermoso Maestro era peligroso. / Decidieron que aquel grito rebelde debía ser acallado. / Y en una cruz lo clavaron recio, como dijo el poeta.

Ahora entiendo, ahora comprendemos, / que aquel escabullirse junto al despeñadero / en la Nazaret de sus recuerdos infantiles / era una profecía. / “Pasó por en medio de ellos y siguió su camino”, dice el texto. / ¿Eran estas palabras un adelanto límpido? / ¿Eran, acaso, una oblicua insinuación hacia la pascua? / ¿Era hacia allí que ‘siguió su camino’?

EL ANUNCIO DEL TRIUNFO

Hoy les anuncio / y lo hago a voz en cuello / que el hermoso Maestro ha pasado en medio de nosotros, / frente a nuestras narices, / vivo y resucitado. / Que ha emergido del fondo del abismo, donde intentaron / matar su voz y cancelar sus ecos. / Ha roto la rugosa piedra del sepulcro / y ha hecho estallar de luz la cueva oscura.

Pero somos nosotros los que ahora / deberemos seguir con su camino. / Por eso les anuncio que ya pronto / el litio será nuestro / y que los autobuses del futuro, / en los que viajará el pueblo sencillo, / serán eléctricos y confeccionados / por las manos callosas de obreros mexicanos. / Y Violeta y Ledesma se ahogarán de la risa / y el clima será menos (ojalá mucho más que menos) / una puerta al infierno.

Les anuncio que, así como el Maestro, / el hermoso Maestro, / hizo estallar la tumba sellada / con la potencia de su luz y de su gloria, / así también los varios coronavirus, / amenazantes pústulas de un planeta herido / terminarán con las manos atadas / cuando los animales no sean más mercancías / que se hacinan en granjas industriales / y regrese triunfante el equilibrio / entre las diferentes especies del planeta. / La lucha de Homún, de sus niños y niñas, / del pueblo maya entero / no habrá sido en vano.

Les anuncio también que, ayer noche, / la esperanza surgió reflorecida / de una tumba sin cuerpo. / Eso quiere decir, ni más ni menos, / que ningún cuerpo más deberá ver la muerte / ni sufrir el oprobio. / Quiere decir también que no hay pretexto, / después de la sentencia del Maestro allá en mateo cinco veintiocho, / en la blusa apretada o en la falda corta / y que los violadores deberán recordar que el único culpable / es el macho que no supo acertar / a apaciguar la bestia de su alma. / Los jueces fallarán, siempre y sin falla, / a favor de las víctimas.

La puerta abierta del sepulcro y la / sólida piedra que antes la cubría / son una invitación para la gloria. / Atrás queda, como sueño entre brumas, / el borde gris de los despeñaderos. / El hermoso Maestro no cayó en el abismo / y se abrió paso entre sus enemigos. / No es otra nuestra suerte y nuestro reto.

Iglesia y Sociedad

MANIFIESTO SOBRE LA GUERRA ENTRE RUSIA Y UCRANIA

18 Mar , 2022  

Manifestamos nuestra plena solidaridad con el pueblo ucraniano; exigimos a las autoridades rusas que detengan inmediatamente sus ataques y acaben con la invasión de un Estado soberano; y apoyamos las medidas justas que tomen los gobiernos europeos para ayudar con eficacia a ponerle fin. Todo ello, sin perjuicio de recordar que es muy difícil que los conflictos se resuelvan mediante escaladas de violencia y sin ausencia de la mediación adecuada.

Tenemos la firme convicción de que la invasión rusa de Ucrania liderada por Vladimir Putin no tiene justificación y que es moralmente condenable desde cualquier punto de vista. La consideramos un acto criminal porque es cruel, inhumano, contrario a todas las normas del derecho internacional, innecesario y de consecuencias y riesgos extraordinarios y graves, pues puede provocar una guerra mundial que acabaría con nuestra civilización.

Sin embargo, con la misma convicción y firmeza creemos que no se puede condenar este acto criminal sin contextualizarlo; olvidando acciones similares, por no decir idénticas, que se han realizado en el pasado o incluso en estos mismos días, por otros Estados; utilizando la mentira y la manipulación para combatir al contrario; o mientras se sigue haciendo negocios con el patrimonio de los oligarcas rusos.

No lo podemos callar: la acción criminal que está ocurriendo en Ucrania es gravísima pero no un hecho aislado. Estados Unidos y otras potencias han invadido y ocupado también Estados soberanos declarando guerras ilegales en las que han muerto millones de personas; han promovido golpes de Estado contra gobiernos democráticos; han masacrado población civil en diversos países; han consentido y consienten la anexión de territorios por Marruecos o Israel, y la criminal guerra no declarada de este último país contra Palestina.

Casi todos los medios de comunicación occidentales se han convertido en un eficaz instrumento para despertar la solidaridad y difundir el justo clamor global contra el crimen del ejército ruso. Pero también es cierto que se está manipulando la información, que constantemente se vierten mentiras para hacer creer que la comisión de ese tipo de crímenes es solo de ahora y propio tan solo de una de las partes; incluso se ha impuesto la censura de los medios cuya información no cuadra con la oficial.

Condenamos también ese tipo de respuesta y nos oponemos a cualquier límite a la libertad de expresión, aunque sí exigimos rendición de cuentas y castigo a los medios, de cualquier parte, que difundan falsedades para confundir a la población e impedir que decida y actúe con libertad efectiva.

No aceptamos que Rusia ponga como excusa de la invasión los ataques del gobierno ucraniano a la población rusófila de la Ucrania oriental, o las promesas de neutralidad de Ucrania o de no expansión de la OTAN hacia el este que no hayan sido cumplidas. Ni aun cuando fueran ciertas se puede justificar la invasión de un Estado soberano y el sufrimiento y la muerte, por su causa, de millones de personas.

Pero, dicho esto, condenamos también que los gobiernos occidentales hayan alentado y armado a milicias claramente totalitarias e incluso nazis en Ucrania y que hayan callado ante los desmanes allí ocurridos.

Denunciamos que la OTAN ha antepuesto los intereses estratégicos de Estados Unidos a la creación de condiciones proclives al entendimiento y la paz en Europa; y lamentamos que las autoridades europeas no hayan sido capaces de erigirse en un vector de diálogo y arbitrio que frene el afán imperial de las demás potencias.

Condenamos con toda nuestra fuerza y sin fisuras la acción criminal de Putin, pero tenemos la obligación de señalar que no es un acto aislado sino una expresión más del idioma de violencia, guerra, prepotencia e impunidad con que las grandes potencias se han acostumbrado a plantear los conflictos en los que se ven inmersas (casi siempre, por cierto, por una egoísta ambición neocolonial e imperialista).

Condenamos la invasión de Rusia como un acto criminal y creemos que sus responsables deben ser denunciados ante la Corte Penal Internacional cuya misión es juzgar a las personas acusadas de cometer crímenes de genocidio, guerra, agresión y lesa humanidad. Pero ¿cómo y con qué fuerza moral se puede llevar eso a cabo con Putin, si Estados Unidos no reconoce dicha Corte, precisamente porque sabe que algunos de sus máximos dirigentes han sido responsables de acciones tan abyectas como los que ahora se están cometiendo?

Nuestra radical condena de la invasión rusa de Ucrania va unida, finalmente, a un doble y urgente llamamiento.

En primer lugar, contra la ingenuidad de creer que nos encontramos ante un conflicto circunscrito al espacio ucranio-ruso. Se trata, en realidad, del primer episodio de una tensión de mucho mayor alcance y peligro entre Estados Unidos y China. La potencia oriental está decidida a poner fin a la era de Estados Unidos como “la nación indispensable y necesaria”, “ancla de la seguridad global” o “único poder” que domina el planeta. Y Estados Unidos, por su parte, quiere debilitar a China generando en Ucrania una especie de nuevo Vietnam que acabe con el régimen de Putin como su principal aliado. Nuestra posición es clara: no queremos la sustitución de un imperio por otro, sino que llamamos a luchar por un mundo multipolar, libre y comprometido con la práctica efectiva de la cultura de la paz y el desarme, la justicia y el buen gobierno.

En segundo lugar, llamamos a nuestros compatriotas y hermanas y hermanos de todo el mundo a ser conscientes de que es materialmente imposible que nuestra civilización sobreviva si nos seguimos gobernando por el totalitarismo, en cualquiera de sus formas, y por su otra cara, la avaricia y el afán de lucro. Son esos dos monstruos los que obligan a multiplicar constantemente el armamento, incluido el nuclear, y a renunciar a las instancias de acuerdo, consenso y administración de justicia internacionales; los que concentran cada día más la riqueza y el poder y hacen caso omiso de las leyes del cuidado y la naturaleza, destruyendo así las relaciones humanas, el medio ambiente y el futuro de la vida en el planeta.

Grupo promotor

Leonardo Boff, Juan Torres, Benjamín Forcano, Joaquín García Roca, Nidia Arrobo, Víctor Codina, Jaume Patuel, Argentina Méndez, Jonny Pereira, Timoteo Cruces, José Mª Castillo, Avelino Seco… a quienes uno mi firma: Raúl Lugo Rodríguez

Iglesia y Sociedad

CNDH vs FGR: el caso de José Eduardo Ravelo

9 Feb , 2022  

Con el propósito de “probar la existencia de violaciones graves a los derechos humanos a la vida, libertad e integridad personal y seguridad jurídica con motivo de la retención ilegal y tortura derivada del uso excesivo de la fuerza, y como consecuencia la privación de la vida de PV, imputables a autoridades del estado de Yucatán y el municipio de Mérida”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) publicó el pasado 5 de enero –exactamente un mes antes del momento en que estas líneas se escriben– la recomendación CNDH/1/2021/6671/VG, de 104 páginas, en la que describe todos los entresijos del caso de tortura que sacudió a la sociedad yucateca y nacional en julio del año pasado y que culminó con la muerte de José Eduardo Ravelo Echavarría el 3 de agosto de 2021, días después de que fuera detenido, golpeado y abusado sexualmente por policías del Municipio de Mérida.

La recomendación de la CNDH arroja nueva luz sobre la posición que asumió la Fiscalía General de la República, la cual declaró, después de una investigación que descartó tortura por parte de los cuerpos policiacos, que José Eduardo habría muerto de una neumonía atribuible a negligencias del personal médico del hospital en el que fue atendido. La PGR realizó el 4 de octubre una nueva necropsia que contradijo lo asentado por el personal médico en el momento del acontecimiento, y que señalaba “politraumatismo, ruptura de tejidos musculares y choque séptico pulmonar, producto de la supuesta brutalidad policiaca”. La PGR afirmó que en dos meses y medio recabó más de 50 testimonios, así como la realización de 45 diligencias periciales en medicina, forense, química, genética, criminalística, audio, video e informática, entre otros. También dijo haber recibido 35 informes de la Policía Federal Ministerial bajo sus órdenes y haber realizado tres inspecciones.

Pero no paró ahí la PGR. En una posible y oblicua alusión a las diferencias políticas entre los dos niveles de autoridad involucrados, el Gobierno del Estado de Yucatán y el Gobierno del Municipio de Mérida, la dependencia federal señaló en declaraciones que la Fiscalía General del Estado de Yucatán habría ejercido presiones con el fin de que se ejerciera acción penal en contra de policías municipales.

Pero he aquí que ahora contamos con la recomendación de la CNDH, que, a diferencia de las declaraciones de la PGR, sí señala como responsables a las corporaciones policiacas y otras autoridades de los gobiernos estatal y municipal y reconoce el ejercicio de la tortura. La recomendación, como he expresado ya, cuenta con 104 páginas, pero no quisiera hacer esta columna farragosa. Por ello, voy solamente a referirme a algunos elementos que me parecen relevantes, incluyendo algunas de las inconsistencias que se desprenden de los testimonios analizados por la CNDH y haré posteriormente un resumen de las recomendaciones que el organismo público federal encargado de velar por los derechos humanos ha hecho a las autoridades involucradas, para terminar con algunas lecciones que extraigo.

Elementos contenidos en la recomendación de la CNDH que llaman la atención:

  • En el recuento de los hechos se señala que, para que la CODHEY comenzara el proceso por violación a los derechos humanos de la víctima, transcurrió, a partir de la llamada de la madre de la víctima el 3 de agosto, una semana completa hasta el 10 de agosto en que inicia el proceso de la queja.
  • Entre el momento en el que la PGR ejerció su poder de atracción del caso, 18 de agosto, hasta la clasificación del caso como VIOLACIONES GRAVES a los derechos humanos por parte de la CNDH, 7 de enero de 2022, pasaron cinco meses, lo que presume una reclasificación no realizada de prisa, sino después de considerar los elementos probatorios a mano.
  • Que entre la detención de José Eduardo (9.40) y su puesta a disposición ante la autoridad respoonsable en la sede de la Policía Municipal (13.26) pasaron casi cuatro horas y no los once minutos de su traslado, registrado en las grabaciones entregadas por la Policía Municipal.
  • Las autoridades responsables (AR), en entrevistas por separado, arrojan datos disímiles. Según AR4 la detención fue a las 9.40; según la AR2 fue a las 10.00; según AR6 fue a las 10.20. Según AR11, a las 10.45 José Eduardo estaba detenido ya en la celda 8 de la cárcel municipal, mientras que AR7 afirmó que fue a las 13.26 que José Eduardo fue puesto a su disposición y hasta entonces se le impuso un arresto de 24 horas, mientras que AR8 y AR11 señalan la entrada a la celda a las 11.15 del día 21 de julio, permaneciendo en reclusión hasta su salida el 22 de julio a las 11.05.
  • Personal de medicina forense entregó a la CNDH, en octubre de 2021, testimonios de que la muerte de José Eduardo se derivó de un “trauma de tórax cerrado y una contusión pulmonar severa” (y no de una neumonía, como sostiene la PGR), atribuibles a los golpes recibidos en el proceso de su detención.
  • Figura también en la recomendación de la CNDH el acta del médico legal de la Fiscalía del Estado que sostiene que en “la exploración proctológica practicada, se observó la presencia de diversas zonas equimóticas en ambos glúteos, además de huellas de penetración anorrectal reciente”, hecho negado por la PGR. Figura también la necropsia primera, realizada el día mismo de la muerte, y que determina como causa de la muerte “síndrome de disfunción orgánica múltiple, secundaria a politraumatismo”.

La exhaustiva revisión de testimonios y grabaciones realizada por la CNDH concluye con precisas indicaciones para lograr la reparación integral del daño, incluyendo medidas de rehabilitación, de compensación, de satisfacción y de no repetición. Entre las más relevantes podríamos mencionar la obligación de ofrecer a los deudos, de manera relevante a la madre de la víctima, la atención psicológica y tanatológica que requieran, así como un monto económico de resarcimiento por los daños materiales e inmateriales infligidos a la víctima. También se hace referencia a la obligación de las autoridades involucradas de restablecer la dignidad y la reputación de la víctima, y se ofrecen instrucciones precisas para evitar la repetición de este tipo de hechos.

Recomendaciones: La parte final del documento (pp. 97-104) establece las recomendaciones dirigidas a las autoridades responsables. Menciono las más relevantes:

A LA FISCALÍA GENERAL DE JUSTICIA DEL ESTADO DE YUCATÁN se le recomienda continuar con todos los expedientes de investigación abiertos y llevarlos a juicio, así como coadyuvar con la Fiscalía General de la República en la integración del expediente por tortura y llevar adelante el proceso de queja contra las omisiones de la necropsia. Una recomendación de especial relevancia es la que obliga a la FGE a concluir, en un lapso no mayor a seis meses, un diagnóstico completo de todos los procesos de investigación en curso contra agentes de la policía municipal por la comisión de delitos en ejercicio de su función.

AL PRESIDENTE MUNICIPAL DE MÉRIDA se le dirigen doce recomendaciones: deberá ofrecer una disculpa pública institucional a la madre de la víctima y prever para los familiares la compensación económica adecuada y el tratamiento psicológico que necesiten. Le recomienda además coadyuvar con las investigaciones que se realicen en torno a los servidores públicos involucrados en la tortura y muerte de José Eduardo, incluyendo las quejas ante la Comisión de Honor y Justicia de la Policía Municipal y las que se formulen ante la Contraloría del Ayuntamiento por la omisión de servicios médicos a la víctima cuando estuvo a disposición de la Policía Municipal ya con afectaciones graves a su integridad física.

¿Qué lecciones nos deja la Recomendación 1/2021/6671/VG de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos? Apunto seis que alcanzo a notar:

  1. El señalamiento de la CNDH respecto al ejercicio de la tortura por parte de agentes policiacos (aunque, debido al caso analizado, se refiera solamente a los policías del municipio de Mérida) muestra de manera fehaciente un patrón de conducta que no ha logrado desarraigarse de las corporaciones. En Yucatán, la policía tortura. El caso de José Eduardo es un botón de muestra, pero ya organizaciones de la sociedad civil han demostrado que es solamente la punta del iceberg.
  2. En este mismo campo, ha quedado en evidencia también la ineficacia de las modificaciones legales ante la falta de mecanismos de control y de voluntad política. Tenemos Ley contra la Tortura en Yucatán desde 2003. Pregunte usted cuántas demandas ha judicializado la Fiscalía del Estado por este delito: cero. Y esto a pesar de que, según cifras reveladas por Alberto Pradilla (Animal Político, 9 de octubre de 2021), la Fiscalía ha recibido, solo en los últimos cuatro años, 1,025 denuncias por tortura… ¡Una cada dos días!
  3. La recomendación de la CNDH vuelve a poner sobre el tapete de la discusión pública lo que varias organizaciones, entre las que destaca Indignación AC, han puesto de relieve: la cantidad extraordinaria de muertes en las cárceles o bajo custodia policiaca. Sólo entre los años 2018-2020 se registraron 22 casos. Es uno de los grandes pendientes de la procuración y administración de justicia en el Estado de Yucatán, que justifica la acusación que señala a Yucatán como estado torturador. .
  4. La CNDH emite recomendaciones que no son vinculantes, porque es un órgano autónomo de autoridad moral. Sin embargo, la aceptación de las recomendaciones honra a los gobernantes y muestra la voluntad firme de poner fin a la ilegal e inhumana práctica de la tortura. Está aún por verse la respuesta de la Fiscalía del Estado y del Ayuntamiento de Mérida.
  5. La recomendación deja en claro que la detención de José Eduardo puede clasificarse como arbitraria. Una repetida queja contra la policía en Yucatán es que hay un alto contenido de discrecionalidad en las detenciones realizadas, sea por la forma de vestir o, lo que es peor, por el color de piel o el origen étnico de las personas detenidas. Hay una alta carga de racismo.
  6. Finalmente, es inevitable sospechar si tortura y detenciones arbitrarias son medidas toleradas o aún buscadas, con tal de mantener la imagen de Yucatán como estado seguro. Un precio demasiado alto para sostener la vanidad de algunos políticos.

Iglesia y Sociedad

Alison en el debate de la sinodalidad

5 Ene , 2022  

En 2011, hace ya diez años, invitado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, participé en la Semana Cultural de la Diversidad Sexual para ofrecer mi punto de vista en torno a las relaciones entre la religión y la sexualidad, particularmente con la diversidad sexual. Mi intervención, titulada “Entre leyes divinas y prejuicios: la homosexualidad”, fue después incluida en el libro PEÑA – HERNÁNDEZ Coords., Diversidad Sexual, Religión y Salud. La emergencia de las voces denunciantes (Ediciones del INAH, México 2013, pp. 75-104)

En dicha intervención, me preguntaba si los avances de la lucha contra la discriminación y el reconocimiento de los derechos de gays y lesbianas en el mundo no podía tener una lectura distinta de la convencional dentro de la iglesia. Si los datos de la realidad y de la ciencia no nos estaban invitando a abordar este asunto, que impacta la vida de muchas personas ocasionándoles sufrimiento, desde un ángulo distinto. Lo expresaba yo, en aquel entonces, de la siguiente manera:

“En las iglesias, no todos pensamos y sentimos lo mismo respecto a este tema; es necesario promover un diálogo que privilegie la escucha mutua. Hay amplios sectores en la sociedad y en las iglesias que piensan que el avance mundial del reconocimiento de uniones entre personas del mismo sexo y la misma despenalización de la homosexualidad, no son avances sino retrocesos, muestra palpable del nivel de degradación al que ha llegado la humanidad. Muchas iglesias piensan que todos estos cambios en los países se deben exclusivamente a un “lobby” realizado por grupos de homosexuales que, rijosos y manipuladores de los medios de comunicación, van imponiendo sus agendas a una sociedad inerme, que no encuentra políticos capaces de defender las verdades tradicionales. Otras personas pensamos que este cambio de mentalidad es obra del Espíritu, que nos va haciendo entender las cosas cada vez mejor, y que, desafiando barreras culturales, quiere que todas las personas, cada una en su situación específica, respondan de la mejor manera posible al llamado del evangelio. Y pensamos que la orientación sexual no es un obstáculo para esto si se vive en el marco del amor y de la responsabilidad”.

Hubiera querido desarrollar más adelante, de forma más amplia, qué es lo que quería yo decir cuando hablaba de que el actual cambio de mentalidad podría ser leído como “obra del Espíritu”, pero ni mis capacidades argumentativas lo permitieron, ni tampoco la enfermiza cerrazón de ciertos ambientes en los aparatos de conducción en la iglesia.

Por eso ahora me alegro de encontrar la iluminadora palabra de James Alison.

Explicaré un poco el contexto. Como todos sabemos, está en marcha un proceso amplio de consulta a todos los niveles de la iglesia católica. El causante es Francisco, esa buena noticia sentada en la silla del apóstol Pedro, que ha promovido una reflexión a nivel mundial acerca de qué significa hoy, en las actuales circunstancias, caminar juntos en el seguimiento de Jesús. Es lo que en la iglesia se define como sinodalidad.

Pues bien, en el marco de este proceso sinodal –que afortunadamente no tiene que pasar por la convocación de las estructuras diocesanas que están obligadas a promoverlo, puesto que Francisco ha provisto de canales independientes a través de los cuales la opinión de los católicos y católicas puede llegar a Roma sin cortapisas– le fue pedida su palabra al teólogo Alison, que, desde su perspectiva girardiana, borda fino, cuando de hacer teología se trata.

En una intervención amplia, el teólogo inglés pone el dedo en la llaga: una conversación, un diálogo respetuoso en toda forma, en el que gays y lesbianas católicos/as puedan participar, sólo es posible “entre quienes han empezado a cuestionar el esquema sagrado”. ¿Y a qué esquema “sagrado” se refiere con ironía Alison? Pues al hecho de considerar “que la existencia de la homosexualidad es una especie de defecto o falla dentro del orden querido por Dios”.

Alison despliega en su intervención una mirada alternativa que parte de un recorrido histórico. Los hace de manera sencilla, sin apelar a teorías o ideologías, sino describiendo con sencillez lo que históricamente ha ocurrido. Lo dice así: “Varios factores confluyeron finalmente para que, en los años 50, se consolidara un momento auténticamente científico. Entre estos factores se encuentra la desmovilización masiva de cientos de miles de hombres y mujeres jóvenes tras las dos guerras mundiales. Entre ellos, muchos que se encontraron por primera vez con otros como ellos, ya sea bajo las armas o en las fábricas de armamento. Éstos pudieron trasladarse a las grandes ciudades, donde encontrarían aún a otros como ellos, en lugar de volver a sus hogares en pequeñas comunidades rurales. El siglo XX hizo que la vida en pequeños apartamentos, y por tanto la relativa privacidad, fuera cada vez más normal en las grandes ciudades. Así, las personas que no se preocupaban por su “homosexualidad” empezaron a poder decir: “Sí, lo soy, ¿y qué?”. Por primera vez se dispuso de una masa crítica de “sujetos” que no se presentaban como “problemas”, y las nacientes disciplinas de la psicología y la psiquiatría empezaron a reconocer su incapacidad para señalar cualquier patología intrínseca a la orientación hacia el mismo sexo. Resulta que, teniendo en cuenta los factores de estrés normales de las minorías, los gays y las lesbianas están tan jodidos como los demás. No menos, pero tampoco más…”

Con particular destreza, Alison desarrolla después su argumentación teológica desde un lugar epistemológico diferente: el del reconocimiento de que la orientación estable hacia el mismo sexo es una variante minoritaria y no patológica de la condición humana, dato que se ha convertido en algo cada vez más seguro y pacíficamente aceptado tanto por los científicos como por la población en general. El resultado es una nueva mirada al misterio de la salvación desde una perspectiva novedosa: como un camino –largo y sinuoso, diríamos con la metáfora de McCartney– para reconocer, aceptar y amar la verdad que el Espíritu nos revela.

Pero no quiero ‘espoilearles’ más la lectura de año nuevo que a través de estas líneas les recomiendo. Baste decirles que la considero un buen punto de partida para iniciar un diálogo que supere, ya con los datos que la ciencia y la investigación actual nos ofrecen, el impasse en que nos encontramos en este ámbito desde las declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1986.

Para acceder al artículo de James Alison, basta con entrar al siguiente vínculo:

https://www.religiondigital.org/mundo/Verdad-penitencia-evangelio-perdon-iglesia-gays-lesbianas-homosexualidad-james-alison_0_2410258954.html

Iglesia y Sociedad

Flashazos para un cuento de navidad

15 Dic , 2021  

(Inspirados en La Noche de Fuego, de Tatiana Huezo, 2021)

1. Ana Joaquina yace tirada en el suelo. No hay nada que pueda consolarla. Desde que María manchó los pantalones de rojo en la escuela, Ana Joaquina supo que el destino de su hija María estaba sellado. Ahora trae a la memoria, entre sollozos, las largas noches en que la tuvo en sus brazos cuando chiquita. Recuerda sus enfermedades, el llanto por su primer corte de pelo, su gusto por los deportes de varones. Ahora María ya no está. Ana Joaquina siente el dolor de los golpes que le propinaron los malosos para que la soltara. Pero nada es comparable con el dolor de su alma. María tenía apenas 13 años.

2. María fue siempre una niña muy despierta. Pronto se dio cuenta de lo difícil que es ser mujer en la tierra caliente michoacana. “Nomás esperan que tengan la primera regla y, como por arte de magia, como si lo leyeran en las estrellas, esos cabrones llegan y se las llevan… pinches narcos, nos joden la vida…”, escuchó María que su tía Cleofás le decía a su mamá, “…qué bueno que a María le falta todavía harto”. A los seis años, María ya sabía cuál era el futuro que le esperaba. Por eso aprendió de memoria los escondites que Ana Joaquina le preparó: “si estamos en la casa, escóndete en el tapanco que está debajo de la cama, si estamos en el patio, corre al establo y enciérrate en la bodega…”. Cuando María hizo botar la pelota, desoyendo a Ana Joaquina, ésta la jaló del brazo: “deja de jugar, chamaca, y escucha bien a tu madre, que de esto depende tu vida…”

3. Pepe conoció a María cuando entró al quinto año de primaria. Había llegado de su tierra, Badiraguato, para vivir en casa de sus tíos, después que los malosos entraron a la tienda de sus papás allá en su pueblo y los mataron a sangre fría porque no quisieron pagar su derecho de piso. Sólo ver a María hizo que todos sus fantasmas desaparecieran. Entonces, a los 14 años, supo que María era la mujer de su vida. Por eso la invitó cuando terminaron la primaria, para que fuera su pareja en el baile de clausura. Desde entonces comenzaron a verse con frecuencia. Pepe no se enojó cuando María le dijo que no podía aceptarlo de novio, porque ella pensaba crecer así, sin novio, por su cuenta, hasta que terminara una carrera. A María no le importaba que Ana Joaquina le dijera: “estás loca, chamaca, si aquí los maestros apenas si duran un año y salen volando pa’ su casa… les da harto miedo, así que ruégale a Dios que termines la primaria”. María pensaba que quería ser bióloga, no porque entendiera en qué consistía esa profesión, sino porque una vez que andaba jugando con los gusarapos del agua estancada en el patio de la escuela, el profe Juan le dijo: “¿Podrías ser bióloga, sabes…?”. Y es que la María andaba encampanada con el profe Juan, que si estaba chulísimo, que si nunca había visto a alguien con el pelo rizado como el profe Juan, y dale y dale con el profe Juan. Pero cuando el profe Juan, como todos los demás maestros, decidió irse y solicitó su cambio para escapar de la violencia, entonces María permitió que Pepe la abrazara para consolarla y comenzó a fijarse en lo bonita que era la nariz de Pepe…

4. María dice a veces que ya no quiere ser bióloga, como le sugirió el profe Juan. Que lo que ahora quiere ser es maestra. Si algún día logra terminar la secundaria y salir del pueblo, estudiará en la Normal Rural Vasco de Quiroga, en Tiripetio, sí señor. Pepe le conversó de la otra escuela normal, la que está en Guerrero, la de Ayotzinapa: “ahí se estudia para servir a los pobres y yo siempre escucho que tú quieres ayudar a tu gente…” Pero María la ve difícil, no solamente porque Ana Joaquina no la va a dejar ir a donde masacraron a los 43, sino porque le gusta mucho Michoacán y no quisiera dejar su tierra para irse a vivir en otra parte. Su tía Isabel vive en Iguala, pero siempre que llama por teléfono cuenta lo terrible que anda la violencia por esos rumbos. “Aquí tampoco es el paraíso –comenta María a Pepe– pero no se trata de salir de Guatemala para irse a Guatepeor”. María se acuerda entonces de los apuros por los que pasó su tía Chabela. Todavía colgada del brazo de Ana Joaquina, María fue a visitar a su tía para echar la mano en lo que se necesitara cuando Chabela diera a luz. Por poco se le muere el chamaco. Ni en el IMSS ni en el ISSSTE quisieron atenderla. Solamente porque doña Simeona, la partera, se acomidió, el chamaco pudo llegar con bien al mundo. Noooo, le comenta María al Pepe, a Guerrero no voy, aunque tenga que conformarme con Tiripetio.

5. Ana Joaquina no encuentra su esquina. Hace ya cuatro meses que se llevaron a María y no sabe nada de ella. La policía del pueblo solamente le dice que andan investigando. Pero todo el pueblo sabe que, ante las chamacas que desaparecen, la policía no puede hacer nada. Van tres en este año. Y eso que el pueblo es chico. De veras que nomás esperan que les venga la regla para robárselas. El peor miedo de Ana Joaquina, la imagen que no la deja ni dormir, es que le avisen que apareció el cuerpo de María muerto en alguna barranca. Ya pasó con la Magdalena y con la Susana… Por las tardes, Ana Joaquina se sienta un rato en el sillón que tiene en la puerta que da al patio. Desde ahí mira el sol ponerse. A veces se imagina que, con el sol a sus espaldas, María aparece de repente en el horizonte. La mira correr hacia ella, con el pelo suelto al viento. Entonces, cuando María parece estar ya cerquita, la visión desaparece y Ana Joaquina se queda ahí sentada, llorando, hasta que oscurece.

6. La noticia corrió como zarigüeya en estampida: que la María apareció desmayada en las orillas del camino que lleva a Apatzingán. Desmayada, pero viva. Dicen que su mamá, la Ana Joaquina, la recogió y se la llevó a su casa. De eso hace ya dos meses. Todos compadecen a Ana Joaquina porque la alegría de reencontrar a María se empañó luego luego, al saber que estaba embarazada. ¡Qué mala pata! No es la mejor manera de traer un hijo a este mundo. Pero cuando Jezabel se acercó a Ana Joaquina para proponer llevarla con la señora de los menjurjes, Cleofás le asestó un regaño marca diablo: “¡Deja de meterte en lo que no te importa!”, le espetó Cleofás. “Si alguien tiene que decidir aquí es María, ni tú, ni Ana Joaquina. Y la chamaca ya dijo abiertamente que quiere tener al chamaco”. “Es que va a estar viendo siempre la cara de esos hijos de su madre en la cara de su hijo, ¿qué no te das cuenta?”, le reviró Jezabel. “Y eso a ti qué chingados te importa. María ya dijo que va a tener al niño y no está sola. Además, para eso y muchas cosas más le sobran ovarios. Así que lárgate con tus insinuaciones a otra parte”.

7. Pepe siente que nunca, como ahora, había estado en el sitio y el momento adecuados. “Mi lugar es aquí contigo”, le dice a María mientras con su brazo le rodea los hombros. Cuando salen de la clínica, Pepe la invita a un helado. Pepe piensa que María es una mujer gigante. Por eso no hizo caso a sus amigos cuando quisieron disuadirlo de recuperarla para estar a su lado. Ella se merece todo, les dijo, y si quiere tener al niño, yo voy a asegurarme de que la criatura tenga papá.

Pepe mira a María comer su helado y piensa en lo felices que serán cuando tengan al niño en sus brazos. Acerca su rostro al oído de María y le dice quedito: “Estaré a tu lado cuándo y dónde tú quieras, juntos levantaremos al chamaco; si la gente te cansa o el ambiente se hace irrespirable, pues nos vamos un tiempo y nos llevamos a Ana Joaquina a donde tú quieras, al norte o a Yucatán. Es hora de que vivamos sin miedo y sin vergüenza. Y tú cumplirás tu deseo de ser maestra, que para eso voy a rajarme yo el cuero”. María le pide a Pepe que la acompañe a la iglesia, antes de que regresen al rancho. Cuando traspasan el umbral, una bandada de pájaros se levanta del campanario y sus graznidos suenan a anuncio festivo.