Iglesia y Sociedad

El Hermano Universal. San Carlos de Foucauld

17 May , 2022  

El domingo 15 de mayo fue proclamado santo Carlos de Foucauld. Llevo una larga, antigua relación con él. En mis tiempos de seminario (1975-1982), cuando la efervescencia postconciliar mantenía a la iglesia en perpetua búsqueda de alternativas para lograr que Dios, el evangelio, la religión (o lo espiritual), mantuviera su pertinencia y siguiera siendo fuente de gozo, inspiración y lucha por la justicia, en un mundo que había cambiado radicalmente de rostro, conversaba yo de estos asuntos con el padre Regino Sánchez, un apasionado de las reformas conciliares y prefecto del seminario en aquellos tiempos. A él fue a quien le escuché que la única experiencia de vida religiosa que él consideraba acorde con el espíritu de la reforma de la iglesia eran los hermanitos y hermanitas de Jesús, experiencia de vida religiosa inspirada en la espiritualidad de Carlos de Foucauld.

Aquella conversación y la llegada a mis manos del libro de Carlos Carretto, “Cartas desde el Desierto”, me cambiaron la vida. Obsesivo como soy, me dediqué a buscar todo lo relacionado con el Hermano Universal, me topé con René Voillaume, Jean-Francois Six y otros biógrafos y comentadores de su vida. Finalmente, en la serie “Escritos Esenciales” de la editorial Sal Terrae, llegué a la fuente misma: los escritos del santo. No he tenido suerte en conocer a muchas personas de los múltiples movimientos religiosos inspirados en el pensamiento y la experiencia del Hermano Universal: unas hermanitas de Jesús que trabajaban en las maquiladoras de Ciudad Juárez ahí en los años noventas, una comunidad de hermanitos de Jesús que trabajaban el campo en Nicaragua, y para de contar. Pero el surgimiento del internet y de las redes se convirtió pronto en la oportunidad para familiarizarme aún más con el carisma de Foucauld.

No quería dejar pasar, pues, esta fecha memorable de su ascenso a los altares después del reconocimiento universal de su santidad por parte de la iglesia católica. Reconozco que uno de los motivos de mi perseverancia en el seguimiento de Jesús es la imagen de este misionero solitario, que encarnó en su propia vida la experiencia de estar en lo que a todo mundo parecía un “wrong place, wrong time” y, sin embargo, mantenerse en fidelidad al evangelio. Creo que la historia de la espiritualidad terminará confirmando el impacto de su testimonio, a la altura de Francisco de Asís, Teresa de Jesús o Ignacio de Loyola.

Por eso he decidido compartirles la traducción de un artículo aparecido en la connotada revista semanal “The Tablet”, la más prestigiada revista católica de Gran Bretaña, que nos transmite la experiencia de una hermanita de Jesús, Kathleen McKee, de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús. He visto reflejada mi experiencia de búsqueda en lo que ella nos comparte en este artículo.

El domingo 15 de mayo, el Papa Francisco canonizó a Charles de Foucauld en Roma. A pesar de que murió en la más completa oscuridad, su mensaje de que el evangelio es mucho más para ser mostrado, testimoniado, que solamente proclamado, ha inspirado a un numeroso grupo de seguidores. / Por KATHLEEN MCKEE.

Tras las huellas de un santo

Nací en Francia, pero crecí en la ciudad de Londres, Ontario. Mi padre era neozelandés y mi madre francesa. Ambos fueron educados en un profundo conocimiento de su fe y tanto los libros como las conversaciones religiosas abundaban en el hogar. Cuando tenía 16 años fui enviada a México en un intercambio estudiantil. El intercambio terminó muy mal y me vi embarcando de retorno a casa nueve meses más tarde. Mis padres estaban esperándome en el aeropuerto. No hubo preguntas, solamente un sentido de gratitud porque estaba de vuelta sana y salva. En ese momento no caí en la cuenta, pero esta experiencia de retornar como la hija pródiga sería el trasfondo de una llamada que me llegaría más tarde.

Durante las siguientes semanas, tomé un ejemplar de las Cartas desde el Desierto, de Carlos Carretto. Apenas comencé a leeerlo tuve el vago sentimiento de estar entrando en una orden de claustro. Pero Carretto hablaba de una contemplación en medio de la plaza pública. Fue al mismo tiempo un shock y una llamada. ¿No habían vivido Jesús, María y José en la pequeña aldea de Nazaret? ¿Podrías tú tomar una decisión mejor que la suya? La encarnación había convertido el bullicio de la vida cotidiana en un lugar de encuentro con el Padre.

Quedé particularmente intrigada y desconcertada por el personaje principal del libro. Su nombre era Carlos de Foucauld. Este francés, ex-oficial de caballería, parecía una personalidad extraña en medio de un relato fascinante. Carretto escribió que Foucauld “estaba convencido que el más efectivo método de predicar el evangelio, era vivirlo. Especialmente hoy, la gente ya no quiere seguir escuchando sermones. Quieren ver el evangelio en acción”.

Decidí investigar sobre las comunidades inspiradas en la vida de Foucauld y finalmente, me uní en 1981 a las Hermanitas de Jesús en Montreal. Ellas vivían en una pequeña casa en medio de un vecindario de clase obrera. Una de las hermanas trabajaba en la kindustria del vestido y otra en trabajos de limpieza. Las otras dos permanecían en casa para poder estar a disposición de vecinos y otras personas que, con cierta frecuencia, se dejaban caer por la casa. Yo estaba encantada. El ruido de la calle se colaba dentro de la capilla a través de las ventanas. Lejos de distraerme, se convirtió en parte de mi oración, transformándola y asemejándola a las condiciones que el mismo Hijo de Dios había escogido.

Durante mis años de formación aprendí mucho sobre nuestra Fundadora, Madeleine Hutin, que tomó el nombre de la pequeña hermana Magdalena. Ella era fácil de querer, pero el hombre cuya vida la había inspirado, Carlos de Foucauld, era un hueso duro de roer. No tuve mi primer profundo encuentro con él sino hasta un poco antes de que tomara mis votos últimos votos. Para entonces, conocía ya a mi comunidad y me conocía a mí misma mucho mejor. Era un momento de crisis. ¿Debía o no seguir adelante y asumir este importante compromiso? La castidad era una dolorosa cuestión que me preocupaba. Estaba yo en París, pasando unos días con mi abuela antes de unirme al grupo que se estaba preparando para dar este paso decisivo, cuando decidí levantarme temprano una mañana y caminar hasta la majestuosa iglesia de san Agustín, en el octavo distrito. Fue el lugar en el que Carlos de Foucauld experimentó un encuentro con el Abad Henri Huvelin que le cambió la vida. Ahí estaba todavía aquel mismo confesionario. Me senté en el escalón por un buen rato desahogando mi corazón. Aquel día, dio inicio mi relación con Foucauld.

Comencé a desempacar a aquel hombre y su mensaje. Nacido en una familia aristocrática en Estrasburgo en 1858, Foucauld había rechazado la iglesia cuando era adolescente y se unió después al ejército francés. Después de su conversión, se unió a un Monasterio Trapense en Ardeche, Francia, y más tarde se cambió a otro situado en Akbes, Siria. Dejó el monasterio en 1897 y se fue a trabajar de jardinero y sacristán para las religiosas Clarisas Pobres, en Nazaret primero y más tarde en Jerusalén. Pasó después 15 años de su vida entre el pueblo tuareg, de religión musulmana, en el Sahara argelino. En 1905 llegó a Tamanrasset, donde vivió una vida pacífica y oculta. No atrajo compañeros. No hubo conversiones. Escribió reglas para unas congregaciones que nunca llegaron a nacer y murió solo en el Sahara, asesinado por rebeldes tuaregs el 1 de diciembre de 1916.

René Voillaume, el sacerdote francés que fundó a los Hermanitos de Jesús en 1933, llevó mi comprensión de Foucauld a un nivel más profundo. Consciente de que las meditaciones de Foucauld sobre el evangelio podían llegar a ser aburridas y repetitivas, sugirió que pusiéramos nuestra atención menos en el contenido y mucho más en la consistencia y celo con que las emprendía. “Constantemente se esforzó por conocer a Jesús mejor, porque no puedes amar aquello que no conoces”. Esta frase arrojó sobre las meditaciones de Foucauld en una luz totalmente diferente.

Después que hice mis últimos votos, fui enviada a Polonia. Me pidieron conducir una serie de sesiones sobre Carlos de Foucauld, y después de unos pocos años llegué a conocer todos los detalles de su vida, pero la pregunta siguiente era siempre: ¿Qué significa esta vida para mí? Encontré respuestas parciales a partir de mis conversaciones con otras personas… mis propias hermanas religiosas, los hermanitos de Jesús, sacerdotes y laicos. Pero aún permanecía sin develarse mi experiencia como Hermanita de Jesús. Las intuiciones de Carlos se fueron haciendo reales en cada casa en la que viví. Es ahí donde terminé de aprender a ser “pequeña”, a ser “hermana” y, la parte más difícil, a ser “de Jesús”.

Hoy vivo en Walsingham, “en Nazaret de Inglaterra”, donde la comunidad ha tenido presencia por cerca de 50 años. Llegué aquí después de pasar 10 años como parte del equipo de formación que se encuentra en Roma. Fue un cambio abrupto encontrarme de vuelta en un pueblo pequeño. Yo había comenzado mi noviciado precisamente aquí en Walsingham 35 años antes, así que fue para mí mucho más un asunto de regresar a mis inicios “y conocer el lugar por primera vez”. Y ahora, en lugar a hablar sobre Foucauld, como había hecho en Roma, me encuentro viviendo su mensaje de nuevo. Foucauld se refería frecuentemente al pasaje de la Visitación de María a su prima Isabel como una especie de icono de su vocación. Fue, antes que nada, una cuestión de “desinstalación”, lo que María experimentó. El Papa Francisco frecuentemente habla de desinstalarnos de nuestras zonas de confort para dirigirnos a las periferias. A la edad de 59 años tuve mucha suerte de encontrar trabajo como mucama en un hotel con vista al mar que está a cinco millas de la casa donde vivo con la comunidad. Esto ha significado para mí una “desinstalación” total en todo el sentido de la palabra: viajo allá en bicicleta bajo todo tipo de climas, pero es también una salida en el sentido de que encuentro muchas personas que son diferentes a mí, con unas vidas marcadas frecuentemente por la pobreza rural.

Hay muchas formas de “estar-con” la gente, pero trabajar con ellos te pone lado a lado de una extraña selección de personas, que tienen diferentes procedencias y maneras de pensar. Todos aquellos con los que trabajo en el hotel saben que soy una religiosa, pero ¿qué es lo que significo para ellos? Foucauld solía decir: “el bien que tú haces no depende de qué es lo que dices o haces, sino de lo que tú eres”. No estoy segura de aparecer ante ellos como un ejemplo luminoso de vida evangélica. Pero mi oración es que a través de mi presencia la gente pueda descubrir el amor y el cuidado que Dios les tiene. Ninguna de las personas con las que trabajo suelen ir a la iglesia y ninguna ha comenzado a hacerlo desde que comencé a trabajar ahí. En esto, no he tenido mayor éxito que el que tuvo Foucauld. Pero me he dado cuenta de que mucha gente tiene un sentido innato de Dios que, aunque a menudo se ve ensombrecido por la sensación de que están viviendo de una manera que no está a la altura de lo que Dios quiere para ellos. Yo creo que compartiendo sus vidas y usando el lenguaje de sus existencias cotidianas, puedo vivir otra imagen de Dios. En la historia de la Visitación, María no dice nada. Ella simplemente lleva a Jesús a la casa de Isabel, y aquel a quien ella carga en su seno le habla a quien la otra lleva dentro del suyo. En la tumba de Foucauld está grabada esta frase: “Quiero gritar el evangelio con mi vida”. Yo creo que algo así acontece. Quizá aquellos que son más conscientes de su condición pecadora tienen mayor oportunidad de descubrir un amor como el de Dios. Ciertamente, esta fue la propia experiencia de Carlos de Foucauld.

Si Foucauld se ha desinstalado hacia el Sahara para llevar el evangelio a la gente de ahí, su primera tarea era aprender su lengua. Él había llegado a Tamanrasset con una traducción del evangelio, pero pronto descubrió qué poco útil era. Un amigo que era especialista en lenguaje bere-bere, le enseñó a comenzar a escuchar. UN lenguaje es mucho más que palabras. Pasaron horas alrededor de la hoguera escuchando a las personas cantar, recitar poesía y narrar sus hazañas valerosas. ¿No es acaso lo que Jesús hizo durante 30 años en Nazaret, donde aquel que es la Palabra de Dios guardó silencio y escuchó? La gente de Nazaret le dio a Jesús un lenguaje en el que pudo hablar de Dios: historias acerca de hijos que huyen a las grandes ciudades, y mujeres que barren sus hogares para encontrar monedas perdidas. Más tarde, la gente quedaría asombrada y cautivada escuchando a Jesús hablar del Reinado de Dios en términos arrancados de su propia vida.

Quizá el regalo especial de ser un contemplativo viviendo entre los pobres, en el bullicio de la vida diaria, es descubrir precisamente cuán abundantemente amó Dios al mundo. Y sentir un amor como el de Dios, bien adentro, y tocar a la gente que nos rodea.

Kathleen McKee es integrante de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús en Walsingham. Es autora de “El Hermano Universal: Carlos de Foucauld nos habla hoy» (ed. New City Press). La traducción es mía. Y, como seguramente tiene muchos errores, les dejo abajo el artículo en inglés, que apareció en la revista The Tablet en su edición del 14 de mayo de 2022.

In the footsteps of a saint

I WAS BORN in France but grew up in the city of London, Ontario. My father was a New Zealander and my mother French. My parents were deeply educated in their faith and religious books and conversations abounded at home. At 16, I was sent to Mexico on a student exchange. It ended rather badly, with me being shipped home nine months later. My parents were at the airport waiting for me. There were no questions, just a sense of gratitude that I was back safe and sound. I didn’t realise it at the time but the experience of the prodigal daughter would be the background on to which a call would be grafted.

During the following weeks, I picked up a copy of Letters from the Desert by Carlo Carretto. Until I began to read it I had vaguely thought of entering a cloistered order. But Carretto spoke of contemplation in the marketplace. It was a shock and a call. Hadn’t Jesus, Mary and Joseph lived in the small town of Nazareth? Could you make a better choice than theirs? The incarnation had made the bustle of everyday life a meeting place with the Father.

I was particularly intrigued and disconcerted by the central character. His name was Charles de Foucauld. This former French cavalry officer seemed oddly out of sync with the rest of an otherwise riveting book. Carretto wrote that Foucauld “was convinced that the most effective method of preaching the Gospel was to live it. Especially today, people no longer want to listen to sermons. They want to see the Gospel in action.”

I decided to seek out the communities inspired by the life of Foucauld. Eventually, in 1981, I joined the Little Sisters of Jesus in Montreal. They lived in a small house in a working-class neighbourhood. One of the sisters worked in the garment industry and another did cleaning jobs. The other two remained at home, so they could be available for neighbours and others who would often drop by. I was enchanted. Noise from the street would pour into the chapel through the window. Far from distracting me, it became part of my prayer, shaping it according to the conditions the Son of God himself had chosen.

During my years of formation, I learnt about our founder, Madeleine Hutin, who had taken the name Little Sister Magdeleine. She was easy to like, but the man whose life had inspired her, Charles de Foucauld, was a harder nut to crack. I only had my first profound encounter with him just before I took my final vows. By then I knew my community and myself much better. But it was a time of crisis. Should I or shouldn’t I go ahead with making this commitment? Chastity had a painful bite to it. I was in Paris, staying with my grandmother for a few days before rejoining the group preparing for this decisive step, when I got up early one morning and walked to the magnificent Church of Saint-Augustin in the 8th arrondissement. This was where Foucauld had had his life-changing encounter with Abbé Henri Huvelin. The same confessional was still there. I sat on the step for a long time, unburdening my heart. And that day a relationship began.

I BEGAN TO UNPACK the man and his message. Born into an aristocratic family in Strasbourg in 1858, Foucauld had turned away from the Church as a teenager and joined the French army. After his conversion, he had joined a Trappist monastery in Ardèche, France, and later transferred to one in Akbes, Syria. Leaving the monastery in 1897, he worked as gardener and sacristan for the Poor Clare nuns in Nazareth and later in Jerusalem. He would spend the last 15 years of his life among the Muslim Tuareg in the Algerian Sahara. In 1905, he came to Tamanrasset, where he lived a peaceful, hidden life. He attracted no companions. There were no conversions. He wrote rules for congregations that never came to birth and he died alone in the Sahara, killed by Tuareg rebels on 1 December 1916.

René Voillaume, the French priest who founded the Little Brothers of Jesus in 1933, took my understanding of Foucauld to a deeper level. He acknowledged that Foucauld’s gospel meditations could be dull and repetitive, but suggested we pay attention less to their content than to the consistency and zeal with which he undertook them. “He constantly strove to know Jesus better because you cannot love what you do not know.” That phrase cast all those meditations in a completely different light.

After I took my final vows, I was sent to Poland. I was asked to lead sessions about Charles de Foucauld, and after a few years I knew the details of his life story inside out. But the next question was: “What did that life mean for me?” I found the answer partly in conversations with other people … my own sisters, the little brothers, priests and laypeople. But it also lay in unpacking my own experience as a Little Sister. Charles’ intuitions were realised in the very house in which I lived. It’s there I was being taught to be “little”, to be a “sister” and, the hardest part, to be “of Jesus”.

Today I live in Walsingham, “England’s Nazareth”, where the community has had a presence for over 50 years. I arrived after more than 10 years as a member of the community’s formation team in Rome. It was an abrupt change to find myself back in a small town. I had begun my novitiate in Walsingham 35 years earlier, so it was very much a question of going back to the beginning “and knowing the place for the first time”. And now, rather than talking about Foucauld as I had done in Rome, I found myself living the message again. He often referred to the Visitation of Mary to her cousin Elizabeth as a kind of icon of his vocation. This was first of all a question of “setting out” as Mary had. Pope Francis often speaks of leaving our comfort zone in order to set out for the “peripheries”. At age 59 I was lucky enough to get a job as a housekeeper in a seaside hotel five miles away from the community’s home. It is a “setting out” in every sense of the word: I travel there by bicycle in all kinds of weather, but it is also a departure in the sense that I meet people who are very different from me, their lives often marked by rural poverty.

THERE ARE many ways of “being with” people, but taking a job puts you side by side with a random selection of people from very different backgrounds. All those I work with in the hotel know that I’m a nun, but what do they make of me? Foucauld liked to say: “The good you do depends not on what you say or do but on what you are.” I’m not sure that I come across as a shining example of an evangelical life. But my prayer is that through my presence people might discover God’s love and care for them. None of the people I work with is a churchgoer, and none has become a churchgoer since I started there. In this, I’m no more successful than Foucauld. But I have noticed that many people have an innate sense of God, though it is often overshadowed by a sense that they are living in a way that falls short of the life God wishes for them. I believe that through sharing their lives and using the language of their daily existence, I can live another image of God. In the story of the Visitation, Mary says nothing. She simply brings Jesus into Elizabeth’s house, and what she carries speaks to what the other carries deep within. Etched on Foucauld’s grave are the words: “I want to cry the Gospel with my life”. I believe that something like that happens. Perhaps those who are more aware of their sinfulness have a better chance at discovering a love of the kind God is. Certainly, that was Charles de Foucauld’s own experience.

If Foucauld had set out for the Sahara to bring the Gospel to the people there, his first task was to learn their language. He had arrived in Tamanrasset with a translation of the Gospel but soon discovered how worthless it was. A friend who was a specialist in Berber dialects taught him to begin by listening. A language is bigger than words. They spent hours around the campfire listening to people sing, recite poetry and narrate their valiant deeds. Isn’t that what Jesus did for 30 years in Nazareth, where the Word of God kept silence and listened? The people of Nazareth gave Jesus a language in which to speak about God: stories about sons that ran away to the big cities, and women who swept their homes to find lost coins. Later, people would be amazed and enthralled to hear Jesus speak of the Kingdom of God in terms of their own lives.

Perhaps the special gift of being a contemplative living among the poor, in the hubbub of the everyday, is to discover just how much God loved the world. And to feel a love of the kind that God is, well up inside, and to touch the people around us.

Iglesia y Sociedad

Pregón Pascual 2022

17 Abr , 2022  

EL PROFÉTICO INTENTO DE ASESINATO (Lc 4,16-30)

Cuando el hermoso Maestro entró a la sinagoga / palideció la cátedra. / De sus labios benditos brotó la sinfonía / del Tercer Isaías. / No sabía el Maestro (¿o sí sabía?) / que su anuncio correría presuroso / al barranco cercano / donde sus enemigos pretenderían / unas horas más tarde/ arrojarlo al abismo.

El anunció voló y sus estentóreas / ráfagas de sonido y de silencio / se colaron en ojos, en oídos, en sedientos cerebros y corazones rancios. / Lo que ocurrió después es que, en la tierra buena, / la semilla se hundió y produjo brotes. / Ya nada pudo ser de la manera en que todo era antes.

Se cumplieron los tiempos y el imperio / y el templo descubrieron / que el hermoso Maestro era peligroso. / Decidieron que aquel grito rebelde debía ser acallado. / Y en una cruz lo clavaron recio, como dijo el poeta.

Ahora entiendo, ahora comprendemos, / que aquel escabullirse junto al despeñadero / en la Nazaret de sus recuerdos infantiles / era una profecía. / “Pasó por en medio de ellos y siguió su camino”, dice el texto. / ¿Eran estas palabras un adelanto límpido? / ¿Eran, acaso, una oblicua insinuación hacia la pascua? / ¿Era hacia allí que ‘siguió su camino’?

EL ANUNCIO DEL TRIUNFO

Hoy les anuncio / y lo hago a voz en cuello / que el hermoso Maestro ha pasado en medio de nosotros, / frente a nuestras narices, / vivo y resucitado. / Que ha emergido del fondo del abismo, donde intentaron / matar su voz y cancelar sus ecos. / Ha roto la rugosa piedra del sepulcro / y ha hecho estallar de luz la cueva oscura.

Pero somos nosotros los que ahora / deberemos seguir con su camino. / Por eso les anuncio que ya pronto / el litio será nuestro / y que los autobuses del futuro, / en los que viajará el pueblo sencillo, / serán eléctricos y confeccionados / por las manos callosas de obreros mexicanos. / Y Violeta y Ledesma se ahogarán de la risa / y el clima será menos (ojalá mucho más que menos) / una puerta al infierno.

Les anuncio que, así como el Maestro, / el hermoso Maestro, / hizo estallar la tumba sellada / con la potencia de su luz y de su gloria, / así también los varios coronavirus, / amenazantes pústulas de un planeta herido / terminarán con las manos atadas / cuando los animales no sean más mercancías / que se hacinan en granjas industriales / y regrese triunfante el equilibrio / entre las diferentes especies del planeta. / La lucha de Homún, de sus niños y niñas, / del pueblo maya entero / no habrá sido en vano.

Les anuncio también que, ayer noche, / la esperanza surgió reflorecida / de una tumba sin cuerpo. / Eso quiere decir, ni más ni menos, / que ningún cuerpo más deberá ver la muerte / ni sufrir el oprobio. / Quiere decir también que no hay pretexto, / después de la sentencia del Maestro allá en mateo cinco veintiocho, / en la blusa apretada o en la falda corta / y que los violadores deberán recordar que el único culpable / es el macho que no supo acertar / a apaciguar la bestia de su alma. / Los jueces fallarán, siempre y sin falla, / a favor de las víctimas.

La puerta abierta del sepulcro y la / sólida piedra que antes la cubría / son una invitación para la gloria. / Atrás queda, como sueño entre brumas, / el borde gris de los despeñaderos. / El hermoso Maestro no cayó en el abismo / y se abrió paso entre sus enemigos. / No es otra nuestra suerte y nuestro reto.

Iglesia y Sociedad

MANIFIESTO SOBRE LA GUERRA ENTRE RUSIA Y UCRANIA

18 Mar , 2022  

Manifestamos nuestra plena solidaridad con el pueblo ucraniano; exigimos a las autoridades rusas que detengan inmediatamente sus ataques y acaben con la invasión de un Estado soberano; y apoyamos las medidas justas que tomen los gobiernos europeos para ayudar con eficacia a ponerle fin. Todo ello, sin perjuicio de recordar que es muy difícil que los conflictos se resuelvan mediante escaladas de violencia y sin ausencia de la mediación adecuada.

Tenemos la firme convicción de que la invasión rusa de Ucrania liderada por Vladimir Putin no tiene justificación y que es moralmente condenable desde cualquier punto de vista. La consideramos un acto criminal porque es cruel, inhumano, contrario a todas las normas del derecho internacional, innecesario y de consecuencias y riesgos extraordinarios y graves, pues puede provocar una guerra mundial que acabaría con nuestra civilización.

Sin embargo, con la misma convicción y firmeza creemos que no se puede condenar este acto criminal sin contextualizarlo; olvidando acciones similares, por no decir idénticas, que se han realizado en el pasado o incluso en estos mismos días, por otros Estados; utilizando la mentira y la manipulación para combatir al contrario; o mientras se sigue haciendo negocios con el patrimonio de los oligarcas rusos.

No lo podemos callar: la acción criminal que está ocurriendo en Ucrania es gravísima pero no un hecho aislado. Estados Unidos y otras potencias han invadido y ocupado también Estados soberanos declarando guerras ilegales en las que han muerto millones de personas; han promovido golpes de Estado contra gobiernos democráticos; han masacrado población civil en diversos países; han consentido y consienten la anexión de territorios por Marruecos o Israel, y la criminal guerra no declarada de este último país contra Palestina.

Casi todos los medios de comunicación occidentales se han convertido en un eficaz instrumento para despertar la solidaridad y difundir el justo clamor global contra el crimen del ejército ruso. Pero también es cierto que se está manipulando la información, que constantemente se vierten mentiras para hacer creer que la comisión de ese tipo de crímenes es solo de ahora y propio tan solo de una de las partes; incluso se ha impuesto la censura de los medios cuya información no cuadra con la oficial.

Condenamos también ese tipo de respuesta y nos oponemos a cualquier límite a la libertad de expresión, aunque sí exigimos rendición de cuentas y castigo a los medios, de cualquier parte, que difundan falsedades para confundir a la población e impedir que decida y actúe con libertad efectiva.

No aceptamos que Rusia ponga como excusa de la invasión los ataques del gobierno ucraniano a la población rusófila de la Ucrania oriental, o las promesas de neutralidad de Ucrania o de no expansión de la OTAN hacia el este que no hayan sido cumplidas. Ni aun cuando fueran ciertas se puede justificar la invasión de un Estado soberano y el sufrimiento y la muerte, por su causa, de millones de personas.

Pero, dicho esto, condenamos también que los gobiernos occidentales hayan alentado y armado a milicias claramente totalitarias e incluso nazis en Ucrania y que hayan callado ante los desmanes allí ocurridos.

Denunciamos que la OTAN ha antepuesto los intereses estratégicos de Estados Unidos a la creación de condiciones proclives al entendimiento y la paz en Europa; y lamentamos que las autoridades europeas no hayan sido capaces de erigirse en un vector de diálogo y arbitrio que frene el afán imperial de las demás potencias.

Condenamos con toda nuestra fuerza y sin fisuras la acción criminal de Putin, pero tenemos la obligación de señalar que no es un acto aislado sino una expresión más del idioma de violencia, guerra, prepotencia e impunidad con que las grandes potencias se han acostumbrado a plantear los conflictos en los que se ven inmersas (casi siempre, por cierto, por una egoísta ambición neocolonial e imperialista).

Condenamos la invasión de Rusia como un acto criminal y creemos que sus responsables deben ser denunciados ante la Corte Penal Internacional cuya misión es juzgar a las personas acusadas de cometer crímenes de genocidio, guerra, agresión y lesa humanidad. Pero ¿cómo y con qué fuerza moral se puede llevar eso a cabo con Putin, si Estados Unidos no reconoce dicha Corte, precisamente porque sabe que algunos de sus máximos dirigentes han sido responsables de acciones tan abyectas como los que ahora se están cometiendo?

Nuestra radical condena de la invasión rusa de Ucrania va unida, finalmente, a un doble y urgente llamamiento.

En primer lugar, contra la ingenuidad de creer que nos encontramos ante un conflicto circunscrito al espacio ucranio-ruso. Se trata, en realidad, del primer episodio de una tensión de mucho mayor alcance y peligro entre Estados Unidos y China. La potencia oriental está decidida a poner fin a la era de Estados Unidos como “la nación indispensable y necesaria”, “ancla de la seguridad global” o “único poder” que domina el planeta. Y Estados Unidos, por su parte, quiere debilitar a China generando en Ucrania una especie de nuevo Vietnam que acabe con el régimen de Putin como su principal aliado. Nuestra posición es clara: no queremos la sustitución de un imperio por otro, sino que llamamos a luchar por un mundo multipolar, libre y comprometido con la práctica efectiva de la cultura de la paz y el desarme, la justicia y el buen gobierno.

En segundo lugar, llamamos a nuestros compatriotas y hermanas y hermanos de todo el mundo a ser conscientes de que es materialmente imposible que nuestra civilización sobreviva si nos seguimos gobernando por el totalitarismo, en cualquiera de sus formas, y por su otra cara, la avaricia y el afán de lucro. Son esos dos monstruos los que obligan a multiplicar constantemente el armamento, incluido el nuclear, y a renunciar a las instancias de acuerdo, consenso y administración de justicia internacionales; los que concentran cada día más la riqueza y el poder y hacen caso omiso de las leyes del cuidado y la naturaleza, destruyendo así las relaciones humanas, el medio ambiente y el futuro de la vida en el planeta.

Grupo promotor

Leonardo Boff, Juan Torres, Benjamín Forcano, Joaquín García Roca, Nidia Arrobo, Víctor Codina, Jaume Patuel, Argentina Méndez, Jonny Pereira, Timoteo Cruces, José Mª Castillo, Avelino Seco… a quienes uno mi firma: Raúl Lugo Rodríguez

Iglesia y Sociedad

CNDH vs FGR: el caso de José Eduardo Ravelo

9 Feb , 2022  

Con el propósito de “probar la existencia de violaciones graves a los derechos humanos a la vida, libertad e integridad personal y seguridad jurídica con motivo de la retención ilegal y tortura derivada del uso excesivo de la fuerza, y como consecuencia la privación de la vida de PV, imputables a autoridades del estado de Yucatán y el municipio de Mérida”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) publicó el pasado 5 de enero –exactamente un mes antes del momento en que estas líneas se escriben– la recomendación CNDH/1/2021/6671/VG, de 104 páginas, en la que describe todos los entresijos del caso de tortura que sacudió a la sociedad yucateca y nacional en julio del año pasado y que culminó con la muerte de José Eduardo Ravelo Echavarría el 3 de agosto de 2021, días después de que fuera detenido, golpeado y abusado sexualmente por policías del Municipio de Mérida.

La recomendación de la CNDH arroja nueva luz sobre la posición que asumió la Fiscalía General de la República, la cual declaró, después de una investigación que descartó tortura por parte de los cuerpos policiacos, que José Eduardo habría muerto de una neumonía atribuible a negligencias del personal médico del hospital en el que fue atendido. La PGR realizó el 4 de octubre una nueva necropsia que contradijo lo asentado por el personal médico en el momento del acontecimiento, y que señalaba “politraumatismo, ruptura de tejidos musculares y choque séptico pulmonar, producto de la supuesta brutalidad policiaca”. La PGR afirmó que en dos meses y medio recabó más de 50 testimonios, así como la realización de 45 diligencias periciales en medicina, forense, química, genética, criminalística, audio, video e informática, entre otros. También dijo haber recibido 35 informes de la Policía Federal Ministerial bajo sus órdenes y haber realizado tres inspecciones.

Pero no paró ahí la PGR. En una posible y oblicua alusión a las diferencias políticas entre los dos niveles de autoridad involucrados, el Gobierno del Estado de Yucatán y el Gobierno del Municipio de Mérida, la dependencia federal señaló en declaraciones que la Fiscalía General del Estado de Yucatán habría ejercido presiones con el fin de que se ejerciera acción penal en contra de policías municipales.

Pero he aquí que ahora contamos con la recomendación de la CNDH, que, a diferencia de las declaraciones de la PGR, sí señala como responsables a las corporaciones policiacas y otras autoridades de los gobiernos estatal y municipal y reconoce el ejercicio de la tortura. La recomendación, como he expresado ya, cuenta con 104 páginas, pero no quisiera hacer esta columna farragosa. Por ello, voy solamente a referirme a algunos elementos que me parecen relevantes, incluyendo algunas de las inconsistencias que se desprenden de los testimonios analizados por la CNDH y haré posteriormente un resumen de las recomendaciones que el organismo público federal encargado de velar por los derechos humanos ha hecho a las autoridades involucradas, para terminar con algunas lecciones que extraigo.

Elementos contenidos en la recomendación de la CNDH que llaman la atención:

  • En el recuento de los hechos se señala que, para que la CODHEY comenzara el proceso por violación a los derechos humanos de la víctima, transcurrió, a partir de la llamada de la madre de la víctima el 3 de agosto, una semana completa hasta el 10 de agosto en que inicia el proceso de la queja.
  • Entre el momento en el que la PGR ejerció su poder de atracción del caso, 18 de agosto, hasta la clasificación del caso como VIOLACIONES GRAVES a los derechos humanos por parte de la CNDH, 7 de enero de 2022, pasaron cinco meses, lo que presume una reclasificación no realizada de prisa, sino después de considerar los elementos probatorios a mano.
  • Que entre la detención de José Eduardo (9.40) y su puesta a disposición ante la autoridad respoonsable en la sede de la Policía Municipal (13.26) pasaron casi cuatro horas y no los once minutos de su traslado, registrado en las grabaciones entregadas por la Policía Municipal.
  • Las autoridades responsables (AR), en entrevistas por separado, arrojan datos disímiles. Según AR4 la detención fue a las 9.40; según la AR2 fue a las 10.00; según AR6 fue a las 10.20. Según AR11, a las 10.45 José Eduardo estaba detenido ya en la celda 8 de la cárcel municipal, mientras que AR7 afirmó que fue a las 13.26 que José Eduardo fue puesto a su disposición y hasta entonces se le impuso un arresto de 24 horas, mientras que AR8 y AR11 señalan la entrada a la celda a las 11.15 del día 21 de julio, permaneciendo en reclusión hasta su salida el 22 de julio a las 11.05.
  • Personal de medicina forense entregó a la CNDH, en octubre de 2021, testimonios de que la muerte de José Eduardo se derivó de un “trauma de tórax cerrado y una contusión pulmonar severa” (y no de una neumonía, como sostiene la PGR), atribuibles a los golpes recibidos en el proceso de su detención.
  • Figura también en la recomendación de la CNDH el acta del médico legal de la Fiscalía del Estado que sostiene que en “la exploración proctológica practicada, se observó la presencia de diversas zonas equimóticas en ambos glúteos, además de huellas de penetración anorrectal reciente”, hecho negado por la PGR. Figura también la necropsia primera, realizada el día mismo de la muerte, y que determina como causa de la muerte “síndrome de disfunción orgánica múltiple, secundaria a politraumatismo”.

La exhaustiva revisión de testimonios y grabaciones realizada por la CNDH concluye con precisas indicaciones para lograr la reparación integral del daño, incluyendo medidas de rehabilitación, de compensación, de satisfacción y de no repetición. Entre las más relevantes podríamos mencionar la obligación de ofrecer a los deudos, de manera relevante a la madre de la víctima, la atención psicológica y tanatológica que requieran, así como un monto económico de resarcimiento por los daños materiales e inmateriales infligidos a la víctima. También se hace referencia a la obligación de las autoridades involucradas de restablecer la dignidad y la reputación de la víctima, y se ofrecen instrucciones precisas para evitar la repetición de este tipo de hechos.

Recomendaciones: La parte final del documento (pp. 97-104) establece las recomendaciones dirigidas a las autoridades responsables. Menciono las más relevantes:

A LA FISCALÍA GENERAL DE JUSTICIA DEL ESTADO DE YUCATÁN se le recomienda continuar con todos los expedientes de investigación abiertos y llevarlos a juicio, así como coadyuvar con la Fiscalía General de la República en la integración del expediente por tortura y llevar adelante el proceso de queja contra las omisiones de la necropsia. Una recomendación de especial relevancia es la que obliga a la FGE a concluir, en un lapso no mayor a seis meses, un diagnóstico completo de todos los procesos de investigación en curso contra agentes de la policía municipal por la comisión de delitos en ejercicio de su función.

AL PRESIDENTE MUNICIPAL DE MÉRIDA se le dirigen doce recomendaciones: deberá ofrecer una disculpa pública institucional a la madre de la víctima y prever para los familiares la compensación económica adecuada y el tratamiento psicológico que necesiten. Le recomienda además coadyuvar con las investigaciones que se realicen en torno a los servidores públicos involucrados en la tortura y muerte de José Eduardo, incluyendo las quejas ante la Comisión de Honor y Justicia de la Policía Municipal y las que se formulen ante la Contraloría del Ayuntamiento por la omisión de servicios médicos a la víctima cuando estuvo a disposición de la Policía Municipal ya con afectaciones graves a su integridad física.

¿Qué lecciones nos deja la Recomendación 1/2021/6671/VG de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos? Apunto seis que alcanzo a notar:

  1. El señalamiento de la CNDH respecto al ejercicio de la tortura por parte de agentes policiacos (aunque, debido al caso analizado, se refiera solamente a los policías del municipio de Mérida) muestra de manera fehaciente un patrón de conducta que no ha logrado desarraigarse de las corporaciones. En Yucatán, la policía tortura. El caso de José Eduardo es un botón de muestra, pero ya organizaciones de la sociedad civil han demostrado que es solamente la punta del iceberg.
  2. En este mismo campo, ha quedado en evidencia también la ineficacia de las modificaciones legales ante la falta de mecanismos de control y de voluntad política. Tenemos Ley contra la Tortura en Yucatán desde 2003. Pregunte usted cuántas demandas ha judicializado la Fiscalía del Estado por este delito: cero. Y esto a pesar de que, según cifras reveladas por Alberto Pradilla (Animal Político, 9 de octubre de 2021), la Fiscalía ha recibido, solo en los últimos cuatro años, 1,025 denuncias por tortura… ¡Una cada dos días!
  3. La recomendación de la CNDH vuelve a poner sobre el tapete de la discusión pública lo que varias organizaciones, entre las que destaca Indignación AC, han puesto de relieve: la cantidad extraordinaria de muertes en las cárceles o bajo custodia policiaca. Sólo entre los años 2018-2020 se registraron 22 casos. Es uno de los grandes pendientes de la procuración y administración de justicia en el Estado de Yucatán, que justifica la acusación que señala a Yucatán como estado torturador. .
  4. La CNDH emite recomendaciones que no son vinculantes, porque es un órgano autónomo de autoridad moral. Sin embargo, la aceptación de las recomendaciones honra a los gobernantes y muestra la voluntad firme de poner fin a la ilegal e inhumana práctica de la tortura. Está aún por verse la respuesta de la Fiscalía del Estado y del Ayuntamiento de Mérida.
  5. La recomendación deja en claro que la detención de José Eduardo puede clasificarse como arbitraria. Una repetida queja contra la policía en Yucatán es que hay un alto contenido de discrecionalidad en las detenciones realizadas, sea por la forma de vestir o, lo que es peor, por el color de piel o el origen étnico de las personas detenidas. Hay una alta carga de racismo.
  6. Finalmente, es inevitable sospechar si tortura y detenciones arbitrarias son medidas toleradas o aún buscadas, con tal de mantener la imagen de Yucatán como estado seguro. Un precio demasiado alto para sostener la vanidad de algunos políticos.

Iglesia y Sociedad

Alison en el debate de la sinodalidad

5 Ene , 2022  

En 2011, hace ya diez años, invitado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, participé en la Semana Cultural de la Diversidad Sexual para ofrecer mi punto de vista en torno a las relaciones entre la religión y la sexualidad, particularmente con la diversidad sexual. Mi intervención, titulada “Entre leyes divinas y prejuicios: la homosexualidad”, fue después incluida en el libro PEÑA – HERNÁNDEZ Coords., Diversidad Sexual, Religión y Salud. La emergencia de las voces denunciantes (Ediciones del INAH, México 2013, pp. 75-104)

En dicha intervención, me preguntaba si los avances de la lucha contra la discriminación y el reconocimiento de los derechos de gays y lesbianas en el mundo no podía tener una lectura distinta de la convencional dentro de la iglesia. Si los datos de la realidad y de la ciencia no nos estaban invitando a abordar este asunto, que impacta la vida de muchas personas ocasionándoles sufrimiento, desde un ángulo distinto. Lo expresaba yo, en aquel entonces, de la siguiente manera:

“En las iglesias, no todos pensamos y sentimos lo mismo respecto a este tema; es necesario promover un diálogo que privilegie la escucha mutua. Hay amplios sectores en la sociedad y en las iglesias que piensan que el avance mundial del reconocimiento de uniones entre personas del mismo sexo y la misma despenalización de la homosexualidad, no son avances sino retrocesos, muestra palpable del nivel de degradación al que ha llegado la humanidad. Muchas iglesias piensan que todos estos cambios en los países se deben exclusivamente a un “lobby” realizado por grupos de homosexuales que, rijosos y manipuladores de los medios de comunicación, van imponiendo sus agendas a una sociedad inerme, que no encuentra políticos capaces de defender las verdades tradicionales. Otras personas pensamos que este cambio de mentalidad es obra del Espíritu, que nos va haciendo entender las cosas cada vez mejor, y que, desafiando barreras culturales, quiere que todas las personas, cada una en su situación específica, respondan de la mejor manera posible al llamado del evangelio. Y pensamos que la orientación sexual no es un obstáculo para esto si se vive en el marco del amor y de la responsabilidad”.

Hubiera querido desarrollar más adelante, de forma más amplia, qué es lo que quería yo decir cuando hablaba de que el actual cambio de mentalidad podría ser leído como “obra del Espíritu”, pero ni mis capacidades argumentativas lo permitieron, ni tampoco la enfermiza cerrazón de ciertos ambientes en los aparatos de conducción en la iglesia.

Por eso ahora me alegro de encontrar la iluminadora palabra de James Alison.

Explicaré un poco el contexto. Como todos sabemos, está en marcha un proceso amplio de consulta a todos los niveles de la iglesia católica. El causante es Francisco, esa buena noticia sentada en la silla del apóstol Pedro, que ha promovido una reflexión a nivel mundial acerca de qué significa hoy, en las actuales circunstancias, caminar juntos en el seguimiento de Jesús. Es lo que en la iglesia se define como sinodalidad.

Pues bien, en el marco de este proceso sinodal –que afortunadamente no tiene que pasar por la convocación de las estructuras diocesanas que están obligadas a promoverlo, puesto que Francisco ha provisto de canales independientes a través de los cuales la opinión de los católicos y católicas puede llegar a Roma sin cortapisas– le fue pedida su palabra al teólogo Alison, que, desde su perspectiva girardiana, borda fino, cuando de hacer teología se trata.

En una intervención amplia, el teólogo inglés pone el dedo en la llaga: una conversación, un diálogo respetuoso en toda forma, en el que gays y lesbianas católicos/as puedan participar, sólo es posible “entre quienes han empezado a cuestionar el esquema sagrado”. ¿Y a qué esquema “sagrado” se refiere con ironía Alison? Pues al hecho de considerar “que la existencia de la homosexualidad es una especie de defecto o falla dentro del orden querido por Dios”.

Alison despliega en su intervención una mirada alternativa que parte de un recorrido histórico. Los hace de manera sencilla, sin apelar a teorías o ideologías, sino describiendo con sencillez lo que históricamente ha ocurrido. Lo dice así: “Varios factores confluyeron finalmente para que, en los años 50, se consolidara un momento auténticamente científico. Entre estos factores se encuentra la desmovilización masiva de cientos de miles de hombres y mujeres jóvenes tras las dos guerras mundiales. Entre ellos, muchos que se encontraron por primera vez con otros como ellos, ya sea bajo las armas o en las fábricas de armamento. Éstos pudieron trasladarse a las grandes ciudades, donde encontrarían aún a otros como ellos, en lugar de volver a sus hogares en pequeñas comunidades rurales. El siglo XX hizo que la vida en pequeños apartamentos, y por tanto la relativa privacidad, fuera cada vez más normal en las grandes ciudades. Así, las personas que no se preocupaban por su “homosexualidad” empezaron a poder decir: “Sí, lo soy, ¿y qué?”. Por primera vez se dispuso de una masa crítica de “sujetos” que no se presentaban como “problemas”, y las nacientes disciplinas de la psicología y la psiquiatría empezaron a reconocer su incapacidad para señalar cualquier patología intrínseca a la orientación hacia el mismo sexo. Resulta que, teniendo en cuenta los factores de estrés normales de las minorías, los gays y las lesbianas están tan jodidos como los demás. No menos, pero tampoco más…”

Con particular destreza, Alison desarrolla después su argumentación teológica desde un lugar epistemológico diferente: el del reconocimiento de que la orientación estable hacia el mismo sexo es una variante minoritaria y no patológica de la condición humana, dato que se ha convertido en algo cada vez más seguro y pacíficamente aceptado tanto por los científicos como por la población en general. El resultado es una nueva mirada al misterio de la salvación desde una perspectiva novedosa: como un camino –largo y sinuoso, diríamos con la metáfora de McCartney– para reconocer, aceptar y amar la verdad que el Espíritu nos revela.

Pero no quiero ‘espoilearles’ más la lectura de año nuevo que a través de estas líneas les recomiendo. Baste decirles que la considero un buen punto de partida para iniciar un diálogo que supere, ya con los datos que la ciencia y la investigación actual nos ofrecen, el impasse en que nos encontramos en este ámbito desde las declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1986.

Para acceder al artículo de James Alison, basta con entrar al siguiente vínculo:

https://www.religiondigital.org/mundo/Verdad-penitencia-evangelio-perdon-iglesia-gays-lesbianas-homosexualidad-james-alison_0_2410258954.html

Iglesia y Sociedad

Flashazos para un cuento de navidad

15 Dic , 2021  

(Inspirados en La Noche de Fuego, de Tatiana Huezo, 2021)

1. Ana Joaquina yace tirada en el suelo. No hay nada que pueda consolarla. Desde que María manchó los pantalones de rojo en la escuela, Ana Joaquina supo que el destino de su hija María estaba sellado. Ahora trae a la memoria, entre sollozos, las largas noches en que la tuvo en sus brazos cuando chiquita. Recuerda sus enfermedades, el llanto por su primer corte de pelo, su gusto por los deportes de varones. Ahora María ya no está. Ana Joaquina siente el dolor de los golpes que le propinaron los malosos para que la soltara. Pero nada es comparable con el dolor de su alma. María tenía apenas 13 años.

2. María fue siempre una niña muy despierta. Pronto se dio cuenta de lo difícil que es ser mujer en la tierra caliente michoacana. “Nomás esperan que tengan la primera regla y, como por arte de magia, como si lo leyeran en las estrellas, esos cabrones llegan y se las llevan… pinches narcos, nos joden la vida…”, escuchó María que su tía Cleofás le decía a su mamá, “…qué bueno que a María le falta todavía harto”. A los seis años, María ya sabía cuál era el futuro que le esperaba. Por eso aprendió de memoria los escondites que Ana Joaquina le preparó: “si estamos en la casa, escóndete en el tapanco que está debajo de la cama, si estamos en el patio, corre al establo y enciérrate en la bodega…”. Cuando María hizo botar la pelota, desoyendo a Ana Joaquina, ésta la jaló del brazo: “deja de jugar, chamaca, y escucha bien a tu madre, que de esto depende tu vida…”

3. Pepe conoció a María cuando entró al quinto año de primaria. Había llegado de su tierra, Badiraguato, para vivir en casa de sus tíos, después que los malosos entraron a la tienda de sus papás allá en su pueblo y los mataron a sangre fría porque no quisieron pagar su derecho de piso. Sólo ver a María hizo que todos sus fantasmas desaparecieran. Entonces, a los 14 años, supo que María era la mujer de su vida. Por eso la invitó cuando terminaron la primaria, para que fuera su pareja en el baile de clausura. Desde entonces comenzaron a verse con frecuencia. Pepe no se enojó cuando María le dijo que no podía aceptarlo de novio, porque ella pensaba crecer así, sin novio, por su cuenta, hasta que terminara una carrera. A María no le importaba que Ana Joaquina le dijera: “estás loca, chamaca, si aquí los maestros apenas si duran un año y salen volando pa’ su casa… les da harto miedo, así que ruégale a Dios que termines la primaria”. María pensaba que quería ser bióloga, no porque entendiera en qué consistía esa profesión, sino porque una vez que andaba jugando con los gusarapos del agua estancada en el patio de la escuela, el profe Juan le dijo: “¿Podrías ser bióloga, sabes…?”. Y es que la María andaba encampanada con el profe Juan, que si estaba chulísimo, que si nunca había visto a alguien con el pelo rizado como el profe Juan, y dale y dale con el profe Juan. Pero cuando el profe Juan, como todos los demás maestros, decidió irse y solicitó su cambio para escapar de la violencia, entonces María permitió que Pepe la abrazara para consolarla y comenzó a fijarse en lo bonita que era la nariz de Pepe…

4. María dice a veces que ya no quiere ser bióloga, como le sugirió el profe Juan. Que lo que ahora quiere ser es maestra. Si algún día logra terminar la secundaria y salir del pueblo, estudiará en la Normal Rural Vasco de Quiroga, en Tiripetio, sí señor. Pepe le conversó de la otra escuela normal, la que está en Guerrero, la de Ayotzinapa: “ahí se estudia para servir a los pobres y yo siempre escucho que tú quieres ayudar a tu gente…” Pero María la ve difícil, no solamente porque Ana Joaquina no la va a dejar ir a donde masacraron a los 43, sino porque le gusta mucho Michoacán y no quisiera dejar su tierra para irse a vivir en otra parte. Su tía Isabel vive en Iguala, pero siempre que llama por teléfono cuenta lo terrible que anda la violencia por esos rumbos. “Aquí tampoco es el paraíso –comenta María a Pepe– pero no se trata de salir de Guatemala para irse a Guatepeor”. María se acuerda entonces de los apuros por los que pasó su tía Chabela. Todavía colgada del brazo de Ana Joaquina, María fue a visitar a su tía para echar la mano en lo que se necesitara cuando Chabela diera a luz. Por poco se le muere el chamaco. Ni en el IMSS ni en el ISSSTE quisieron atenderla. Solamente porque doña Simeona, la partera, se acomidió, el chamaco pudo llegar con bien al mundo. Noooo, le comenta María al Pepe, a Guerrero no voy, aunque tenga que conformarme con Tiripetio.

5. Ana Joaquina no encuentra su esquina. Hace ya cuatro meses que se llevaron a María y no sabe nada de ella. La policía del pueblo solamente le dice que andan investigando. Pero todo el pueblo sabe que, ante las chamacas que desaparecen, la policía no puede hacer nada. Van tres en este año. Y eso que el pueblo es chico. De veras que nomás esperan que les venga la regla para robárselas. El peor miedo de Ana Joaquina, la imagen que no la deja ni dormir, es que le avisen que apareció el cuerpo de María muerto en alguna barranca. Ya pasó con la Magdalena y con la Susana… Por las tardes, Ana Joaquina se sienta un rato en el sillón que tiene en la puerta que da al patio. Desde ahí mira el sol ponerse. A veces se imagina que, con el sol a sus espaldas, María aparece de repente en el horizonte. La mira correr hacia ella, con el pelo suelto al viento. Entonces, cuando María parece estar ya cerquita, la visión desaparece y Ana Joaquina se queda ahí sentada, llorando, hasta que oscurece.

6. La noticia corrió como zarigüeya en estampida: que la María apareció desmayada en las orillas del camino que lleva a Apatzingán. Desmayada, pero viva. Dicen que su mamá, la Ana Joaquina, la recogió y se la llevó a su casa. De eso hace ya dos meses. Todos compadecen a Ana Joaquina porque la alegría de reencontrar a María se empañó luego luego, al saber que estaba embarazada. ¡Qué mala pata! No es la mejor manera de traer un hijo a este mundo. Pero cuando Jezabel se acercó a Ana Joaquina para proponer llevarla con la señora de los menjurjes, Cleofás le asestó un regaño marca diablo: “¡Deja de meterte en lo que no te importa!”, le espetó Cleofás. “Si alguien tiene que decidir aquí es María, ni tú, ni Ana Joaquina. Y la chamaca ya dijo abiertamente que quiere tener al chamaco”. “Es que va a estar viendo siempre la cara de esos hijos de su madre en la cara de su hijo, ¿qué no te das cuenta?”, le reviró Jezabel. “Y eso a ti qué chingados te importa. María ya dijo que va a tener al niño y no está sola. Además, para eso y muchas cosas más le sobran ovarios. Así que lárgate con tus insinuaciones a otra parte”.

7. Pepe siente que nunca, como ahora, había estado en el sitio y el momento adecuados. “Mi lugar es aquí contigo”, le dice a María mientras con su brazo le rodea los hombros. Cuando salen de la clínica, Pepe la invita a un helado. Pepe piensa que María es una mujer gigante. Por eso no hizo caso a sus amigos cuando quisieron disuadirlo de recuperarla para estar a su lado. Ella se merece todo, les dijo, y si quiere tener al niño, yo voy a asegurarme de que la criatura tenga papá.

Pepe mira a María comer su helado y piensa en lo felices que serán cuando tengan al niño en sus brazos. Acerca su rostro al oído de María y le dice quedito: “Estaré a tu lado cuándo y dónde tú quieras, juntos levantaremos al chamaco; si la gente te cansa o el ambiente se hace irrespirable, pues nos vamos un tiempo y nos llevamos a Ana Joaquina a donde tú quieras, al norte o a Yucatán. Es hora de que vivamos sin miedo y sin vergüenza. Y tú cumplirás tu deseo de ser maestra, que para eso voy a rajarme yo el cuero”. María le pide a Pepe que la acompañe a la iglesia, antes de que regresen al rancho. Cuando traspasan el umbral, una bandada de pájaros se levanta del campanario y sus graznidos suenan a anuncio festivo.

Iglesia y Sociedad

El asesinato de Miguel Ángel

20 Oct , 2021  

La noticia, aparecida en el portal electrónico de la revista Proceso el 19 de octubre de 2021, es escueta. Apenas unas cuantas líneas. El título ya es sobrecogedor: “Veracruz: asesinan de 17 puñaladas al chef Miguel Ángel; colectivo denuncia crimen de odio”.

Miguel Ángel Sulvaran, nos cuenta la noticia, era un chef de apenas 25 años. Había dejado su ciudad natal, San Andrés Tuxtla, para venir a trabajar a Xalapa, la capital del estado. Su cadáver fue encontrado en su departamento, situado en el Centro Histórico de Xalapa. Un amigo fue quien descubrió su cuerpo, ya sin signos vitales, y dio aviso a las autoridades. El asesino le enredó la cabeza con una bolsa de plástico y le asestó 17 puñaladas. No sabemos si Miguel Ángel murió asfixiado y fue apuñalado después o viceversa. Probablemente la autopsia revele la causa física de su muerte.

La muerte de Miguel Ángel viene a sumar un nombre más a la larga lista de personas que, en razón de su orientación sexual y/o identidad de género, son salvajemente asesinadas en nuestro país. Una muestra más, profundamente dolorosa, de que la homofobia no es solamente un asunto de declaraciones en tuiter o feisbuk. O una simple discusión de principios morales. O un conflicto de visiones religiosas en pugna. Ojalá así fuera. Pero no es así. La homofobia mata. No solamente en un sentido figurado. Mata de veras. La homofobia secuestra y asesina. José Luis es el más reciente caso que nos recuerda esa verdad que tratamos de barrer, como el polvo, para esconderla debajo de la alfombra. Lo peor es que nunca solemos pensar que las víctimas tenían familias, amigos que los querían, compañeros de trabajo que los extrañan, participaban probablemente de alguna comunidad religiosa… ¡Podrían haber sido hijos o hermanos nuestros, por Dios santo!

En los archivos de la extinta Comisión Ciudadana Contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCCOH) –de la que formaron parte líderes de opinión, algunos ya fallecidos, de la talla de Marta Lamas, Carlos Monsiváis (+), Luis Villoro (+), Teresa del Conde (+), Daniel Cazés (+), Homero Aridjis, Teresa Jardí, Miguel Concha O.P., Cristina Pacheco, por poner sólo algunos ejemplos– se encuentran los primeros datos que ofrecieron un panorama de cuán letal puede terminar siendo el prejuicio de la homofobia. Tan sólo en el último lustro del siglo XX (1995-2000), la CCCCOH documentó 213 ejecuciones contra personas homosexuales. Ahora, asómbrense: según un reporte de la Fundación Arcoiris, en este año 2021, veinte años después de ese primer recuento, contando solo hasta mayo, se habían registrado ya 87 crímenes de odio en la república mexicana, un repunte con respecto a 2020, año en que se registraron 43 asesinatos. En este año los estados mexicanos que encabezan la lista de crímenes de odio son Morelos, Veracruz, Baja California y Chihuahua.

La caracterización de los crímenes de odio tiene que ver con la forma del asesinato, que sigue un patrón bien definido: los cadáveres aparecen desnudos, con manos y/o pies atados, golpeados y con huellas de tortura y casi todos ellos apuñalados y/o estrangulados. Por otro lado, la información de las fuentes policiales suele calificar este tipo de asesinatos como “procedimientos pasionales que se dan en actos de homosexuales”. Y, aún en nuestros días –la nota de Proceso es una excepción a la regla– no son pocas las ocasiones en que la redacción de la nota en los medios suele informar que la persona asesinada es un hombre o mujer homosexual, que vivían solos y eran visitados por personas del mismo sexo, amén del prejuicio convertido en nota periodística: “individuo de costumbres raras”, y otras expresiones infamantes.

Uno se siente en un túnel del tiempo cuando lee noticias como la del asesinato de Miguel Ángel, no solo porque viene a nuestra mente el recuerdo de amigos y conocidos que han sido ultimados de esta manera, sino porque nos confronta, como un ventarrón que nos golpeara de manera súbita la cara, con la persistencia de la discriminación. Metidos a veces en sutiles discusiones, corremos el riesgo de olvidar que para muchas personas homosexuales, la homofobia es cuestión de vida o muerte. Podríamos hacer un resumen de atrocidades si comenzáramos a nombrar aquí a todas las personas homosexuales y transgénero contra los cuales se ha cometido crímenes en nombre del odio a la diversidad sexual. Pero no es éste un museo del horror. Baste decir que la extrema violencia y la saña con que muchas de las víctimas fueron ultimadas reflejan la retorcida lógica de los victimarios que no solamente tienen necesidad de infligir daño a la víctima, sino sienten la urgencia de castigarlas hasta el exterminio. Tal es el resultado de la radicalización patológica de los prejuicios que mantenemos y cultivamos.

Se ha avanzado mucho en las leyes, se me dirá. Pero la erradicación de la discriminación requiere no solamente de leyes. La discriminación es una enfermedad social, un cáncer que corroe nuestra convivencia comunitaria. A veces da la impresión que todos llevamos un discriminador en nuestro interior, que solamente espera la oportunidad para salir de su letargo y envenenar el ambiente social en el que nos desenvolvemos. La discriminación está basada en prejuicios que sostienen un trato de menosprecio a ciertos tipos de personas consideradas no sólo distintas, sino inferiores. Dichos prejuicios, desde luego, no son reconocidos como tales, sino que son adoptados por quien discrimina como si fueran verdades naturales e incuestionables. Esto es lo que se conoce como “falacia discriminatoria”, que induce a concebir las desigualdades como resultado de la naturaleza y no como lo que en realidad son: una construcción cultural. Es ésta la vía por la cual la discriminación encuentra su aceptación y su legitimidad.

La mentalidad discriminatoria no sólo busca aislar o marginar a quien considera diferente, sino que, en la medida en que lo distinto parece representar una amenaza para sus propios valores y certidumbres, puede llegar al deseo de su aniquilamiento. Uno de los siete tipos de discriminación más persistentes en nuestra sociedad mexicana es la discriminación por orientación sexual. No hay práctica discriminatoria que goce de mayor impunidad social que la homofobia.

Cuando escucho a personas afirmar a la ligera que todo lo que tiene que ver con la reivindicación de los derechos de las personas homosexuales se debe a una campaña internacional de oscuras intenciones, pienso en Octavio, en Sam, ahora en Miguel Ángel… y siento que no hay mejor manera de honrar la memoria de los/as asesinados/as en crímenes de odio, que no quitar el dedo del renglón. A pesar de fuerzas –estas sí, oscuras– que quieren perpetuar la discriminación con argumentaciones filosóficas y pseudorreligiosas, no descansar hasta que éste sea un mundo en el que quepan todos los mundos.

Iglesia y Sociedad

Los/as católicos/as y la reforma legal al matrimonio

29 Ago , 2021  

La historia de la aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo tiene ya una larga historia. A partir del año 2000, en que los Países Bajos lo aprobaron en su legislación, cerca de 30 países lo han asumido en sus leyes y otro tanto más lo permite en algunas regiones de su territorio, como es el caso de México.

En nuestro país, son ya 22 de 32 entidades federativas las que lo han incorporado a sus legislaciones. ¿En qué estados de la república pueden contraer matrimonio civil dos personas del mismo sexo? En orden de aprobación son los siguientes: CDMX, Quintana Roo, Coahuila, Nayarit, Campeche, Colima, Michoacán, Morelos, San Luis Potosí, Hidalgo, Baja California Sur, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Sinaloa, Baja California, Chihuahua, Jalisco, Chiapas, Nuevo León y Aguascalientes. Yucatán es el más reciente estado en realizar el cambio legislativo.

¿Cómo interpretar esta realidad? ¿Cuáles son las razones que se esconden detrás de esta aparentemente irrefrenable marcha de las personas de la diversidad sexual hacia la igualdad de derechos y obligaciones con todos los demás ciudadanos y ciudadanas del planeta? ¿Por qué tantos organismos internacionales caminan en esa dirección?

Ante esta situación, se libra una ruidosa batalla entre las posiciones más extremas, tanto a la derecha como a la izquierda. Uno puede encontrarse en la red, opinadores que, sin ofrecer argumento alguno, juzgan las expresiones que provienen de las iglesias que se oponen como trasnochadas, fuera de época, sin sustento. Del lado opuesto están quienes apelan a la teoría del complot, según los cuales todo lo que sucede obedece a un plan detallado que persigue la destrucción de la familia y de los fundamentos de la sociedad occidental. Las acusaciones van y vienen, muchas veces sin argumentación sensata que las sustente, entre el lobby gay, que apostaría, según sus opositores, a la destrucción de la diferenciación sexual y que promovería la promiscuidad, y el lobby pro vida para quienes, también según sus opositores, la misma propuesta del uso del condón como medio de prevención del VIH/SIDA sería suficiente para inscribirse entre los enemigos de la humanidad. Ambas posiciones, por irreconciliables que parezcan, se asemejan en su cerrazón radical y entorpecen el diálogo sensato entre personas que piensan diferente. Lamento decepcionar a los hambrientos de escándalo: yo no voy a montarme en ese chivo.

Tengo que admitir que también dentro de las fronteras eclesiales tenemos nuestros extremos, nuestras posiciones radicales. Por eso pienso que, para promover un sano intercambio entre posiciones diferentes, hay que partir del hecho de que, tanto en la sociedad como en la iglesia, no todos pensamos y sentimos lo mismo respecto a este tema. Y no está mal que así sea. Y creo que las descalificaciones mutuas no sirven de gran cosa: hay que construir un diálogo que privilegie la escucha de la otra parte.

Hay amplios sectores en la sociedad y en las iglesias que piensan que este avance mundial del reconocimiento de uniones entre personas del mismo sexo y la misma despenalización de la homosexualidad, no son avances sino retrocesos, muestra palpable del nivel de degradación al que ha llegado la humanidad. Quizá la muestra más radical de este pensamiento es la que sostenía (ahora, gracias a Dios, lo escuchamos cada vez menos) que el VIH/SIDA no era otra cosa sino un castigo divino destinado a limpiar el mundo de pervertidos. Muchas personas, al interior de las iglesias, piensan que estos cambios en los países se deben exclusivamente a un “lobby” realizado por grupos de homosexuales que, rijosos y manipuladores de los medios de comunicación, van imponiendo sus agendas, aceitadas con inversiones multimillonarias, a una sociedad inerme, que no encuentra políticos capaces de defender las verdades tradicionales. Y seríamos demasiado simplistas si lo único que hiciéramos es decir que todas las personas que así piensan son unas retrógradas, sin tratar de comprender cuál es el punto de vista que los lleva a emitir declaraciones de este tipo.

Pero el mismo tiempo hay que reconocer, sin satanizar, que existen dentro de la iglesia, personas que piensan que la emergencia de la homosexualidad no es solo un dato anecdótico, sino que puede ser un auténtico signo de los tiempos. Muchos cristianos y cristianas van llegando a la conclusión, con el avance de la cultura de los derechos humanos, de que todas las personas, independientemente de cualquier rasgo diferencial, debe ver asegurada su posibilidad de vida plena y que una vida que pueda llamarse digna debe estar ajena a la exclusión, a la marginación y a la desigualdad. Ellos/as piensan, lo que llama más la atención, que ¡esto tiene mucho que ver con su fe religiosa y que bien podría ser calificado como una bendición! Y es que esta nueva manera de ver las cosas, desde la perspectiva de los derechos humanos, no ocurre solamente en el nivel de las leyes internacionales y las decisiones de los países. Es reflejo de un cambio que se está dando en la conciencia de los individuos y las colectividades. Cada vez más personas, creyentes y no creyentes, piensan que las personas homosexuales deben ser vistas, consideradas y tratadas, como personas diferentes, pero sin que esa diferencia marque una desigualdad en su dignidad y sus derechos.

No voy, desde luego, a tratar de resolver en la dimensión de un artículo periodístico, un diferendo tan complejo. Lo que a lo largo de los años he escrito y reflexionado al respecto conformaría ya un volumen de cientos de páginas y no voy a cansarles tratando de resumirlo aquí. Quisiera, en cambio, aprovechar este momento peculiar de la vida pública yucateca, para ofrecer a mis hermanas y hermanos católicos, de un lado y del otro de la discusión, algunos argumentos que ayuden a descubrir que la aceptación legal del matrimonio civil entre personas del mismo sexo no tiene por qué representar una catástrofe. Puede ser, incluso, que descubran elementos de reflexión que no habían considerado antes.

Lo primero que quiero es subrayar el ámbito de la discusión, porque lo que queda claro para quienes participan activamente en la disputa pública no siempre es igualmente claro en la percepción de las personas de a pie. No estamos aquí hablando del sacramento del matrimonio, sino del matrimonio civil. No se trata de una aprobación religiosa de la unión entre personas del mismo sexo, sino de la protección legal a la unión entre dos personas, que incluye la relación sexo afectiva y todos sus derivados: herencia, impuestos, derecho de visita hospitalaria, cobertura de seguridad social, etc. No ofrece la ley ninguna prerrogativa especial al matrimonio que se conformará por dos varones o dos mujeres, sino garantiza solamente que todos los ciudadanos/as tengan acceso a los mismos derechos. Repito: no se trata aquí de una definición religiosa, sino de la posición que la autoridad civil ha de tomar para garantizar la igualdad de todos/as ante la ley. Y todos estamos de acuerdo en que quienes gobiernan han de gobernar para todos/as, no solamente para quienes profesan una fe determinada.

Esto me lleva al segundo punto de mi reflexión. La libertad religiosa que rige en nuestro país es un derivado del respeto al derecho al libre pensamiento y la libre creencia. Después de una cruenta lucha armada en el siglo pasado, los católicos y católicas hemos aprendido a valorar la garantía que nos ofrece un Estado que no se inmiscuye en los asuntos internos de las iglesias. Pero eso tiene también, no lo olvidemos, un viceversa. Espejémonos, si no, en el horror que se vive ahora en Afganistán. Como bien señala el dramaturgo José Ramón Enríquez: ¡Líbrenos Dios Omnipotente de las teocracias!

Otro ámbito de la libertad religiosa resulta aquí importante de subrayar. No todas las iglesias cristianas pensamos lo mismo sobre todos los temas, ni tenemos idénticas prácticas. Se tiene la idea, por ejemplo, de que las iglesias reformadas admiten personas casadas en el ministerio del pastoreo, mientras que la iglesia católica exige la opción del celibato a sus presbíteros. Pero ni siquiera esto es exacto, ya que se universaliza la experiencia de la iglesia católica de rito latino, que es la que mantiene esa práctica, pero se invisibiliza a la tradición católica oriental, no menos católica que la latina, y que mantiene en su reglamentación interna ministros célibes y ministros casados. Pues bien, este arco de diferencias en las iglesias, que no afectan su unidad sustancial de origen (la fe trinitaria, con un solo salvador, Jesucristo) se ha venido manifestando también en el campo del matrimonio. Y es que el matrimonio nunca ha sido una institución estática. Desde sus tempranos comienzos como intercambio de propiedades o como método para garantizar la paz entre naciones, hasta su reconocimiento universal como un sacramento de la iglesia en el siglo XIII y su relación intrínseca con el amor, que le fue adjudicada desde mediados del siglo XIX, la institución matrimonial ha estado siempre en estado de adaptación. Prácticas que alguna vez fueron ilegales y/o inapropiadas, incluso dentro de las iglesias, como la unión entre blancos y negros o el matrimonio de personas con discapacidad mental, ahora se admiten. ¿No será que detener la evolución de la institución matrimonial, podría significar negarle al Espíritu Santo cualquier posibilidad de ejercer influencia sobre nuestro mundo? Considero que es una reflexión que debería plantearse todo creyente. Como refiere Gamaliel en un conocido pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles: “no vaya a resultar que estemos peleando contra Dios…”

Quisiera ofrecer un último comentario, dado que esta entrega se va volviendo demasiado larga. Va éste para aquellas personas que, a pesar de todas las argumentaciones sienten que algo en su interior les impide aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo, sea por una profunda convicción personal o por el bagaje educativo que han recibido. No tienen por qué angustiarse. Los católicos/as defendemos como sagrado el derecho a la libre conciencia. Debemos seguir los dictados de nuestra conciencia, aun cuando esto implique oponerse a la política oficial. Ya lo decía con preclara firmeza Benedicto XVI: “Sólo el carácter absoluto de la conciencia es la antítesis frente a la tiranía”. (Y no quiero meterme en más líos por el momento, pero recuerdo de paso que la libertad de conciencia aplica en relación con todas las autoridades… incluyendo las religiosas).

Pues bien, el creyente no tiene por qué estar de acuerdo con todas las decisiones que se toman en el espacio civil. La ley recientemente aprobada en el congreso yucateco, digámoslo claramente, no obliga a nadie a casarse. Ningún homosexual católico/a, que seguramente los hay, queda obligado por la nueva reforma legal a contraer matrimonio civil. Lo que ni él ni ningún otro creyente puede hacer en un Estado democrático, es pretender que su creencia se vuelva ley para los demás. Invoco de nuevo el recuerdo de Afganistán.

Para un creyente, es Dios siempre quien tiene la última palabra. El Código Penal es una lista de lo que la sociedad considera hoy un delito, no un elenco de pecados. Quienes sientan que no pueden aceptar de ninguna manera el matrimonio entre personas del mismo sexo pueden hallar consuelo en que todos seremos juzgados por Dios y dejarle a Él todos los juicios. Pero incluso en este caso extremo, hay un matiz que dichos creyentes tendrían que considerar: se ha acusado tanto de manera prejuiciosa a las personas homosexuales de promiscuas (como si los antros llamados vulgarmente ‘tumbaderos’, que funcionaban antes de la pandemia en el Anillo Periférico, hubieran sido mayoritariamente homosexuales), que el hecho de que algunas de ellas opten por el matrimonio debería resultarnos significativo. Por tanto, aún alguien que se opone a la homosexualidad en general podría, sin renunciar a su lógica, ver con buenos ojos el matrimonio entre personas del mismo sexo, considerándolo un ‘mal menor’ frente a sus alternativas.

Así, deponiendo posiciones irreductibles, los cristianos/as que asumen distintas concepciones de familia, podrán seguir trabajando en la construcción de una sociedad lo más equitativa posible, como Cristo seguramente querría que hiciéramos, sin tener forzosamente que estar de acuerdo en todo y sin satanizar a quienes piensan distinto.

Nota final a propósito del lobby gay financiado por transnacionales

He sido testigo, desde aquella primera legendaria reunión del 29 de mayo de 2008, hace trece años en el restaurante Amaro, del largo proceso que desarrollaron un conjunto de organizaciones civiles en la búsqueda de una figura que permitiera el reconocimiento legal de las uniones entre personas del mismo sexo. Después de revisar críticamente las distintas figuras que hasta aquel momento habían sido aprobadas en otras entidades del país (las Sociedades de Convivencia, en el Distrito Federal y el Pacto Civil de Solidaridad, en Coahuila) y de algunas disensiones internas, terminaron optando por solicitar el reconocimiento pleno de los derechos de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio y ofrecieron públicamente las razones por las cuales habían llegado a esa decisión. No las repetiré aquí, pero cualquiera puede acceder a ellas en la memoria documental del largo proceso. Solamente menciono esto para desmentir el infundio fácil que sostiene que quienes se dedican a impulsar estos cambios lo hacen financiados por organismos internacionales de oscura intención. Lo que yo percibí es un puñado de gente generosa, que no recibía un quinto por aquel trabajo y que, más bien, ocasionaba gastos al consumir ingentes cantidades de café en sus reuniones, bebida que proveía en Amaro la siempre generosa y participativa Olguita Moguel.

Iglesia y Sociedad

Ciencia y paradigmas sexuales

3 Ago , 2021  

Para José Zi, con afecto solidario

Nota luctuosa

Recuerdo perfectamente el día en que lo conocí. Fue en la casa de las Madres Trinitarias, en Chuburná. Indignación fue invitada a una primera conversación sobre VIH/SIDA. Sin estar seguro, pido piedad para mi maltrecha memoria, calculo que correría el año de 1993. De aquella reunión brotaría la idea del primer taller para despertar el activismo contra aquella pandemia, que se realizaría un tiempo más tarde en el Club de Patos, en el puerto de Sisal. Eran los inicios de la respuesta organizada de la sociedad civil en Yucatán contra el VIH/SIDA.

Yo era entonces un empedernido fumador. Carlos Méndez, también. Así que nos encontramos fumando a las puertas del convento en uno de los descansos. Bastó que supiera que yo era sacerdote para que me narrara toda su historia personal, el apoyo que había encontrado en las religiosas Siervas de María y su idea de conformar un albergue para las personas con VIH/SIDA. Los enfermos seguían siendo echados a la calle de los hospitales públicos y la casa de Carlos ya no era suficiente para poder albergarlos.

Ese fue el inicio de una larga y nunca interrumpida amistad. Ya párroco de Dzemul, en 1995, la vida nos unió mucho más y comencé a visitar semanalmente el albergue Oasis de san Juan de Dios de Conkal. Al lado de Carlos Méndez escuché y asistí espiritualmente a decenas de personas que iban falleciendo sin que pudiéramos evitarlo. Lo hice durante más de diez años. Bebimos muchas lágrimas y despedimos con dolor a quienes se habían convertido en buenos amigos nuestros. En ese largo tramo de tiempo vi cómo se fue convirtiendo el albergue, bajo la dirección de Carlos, siempre sabia y caótica –en inusual oxímoron–, de un lugar para bien morir, a aquello que Carlos terminó denominando elegantemente, un bio-puerto. Para lograrlo, Carlos convocó incansablemente a cuantos pudo, personas y organizaciones, para presionar al gobierno local y nacional por la cobertura de medicamentos para las personas afectadas por el VIH/SIDA y encabezó incontables luchas de las que dan testimonio hoy muchos compañeros y compañeras en sus muros de Facebook o en artículos en línea, en esta hermosa oleada de empatía y solidaridad que ha despertado su inesperada partida.

Recientemente, Carlos estuvo pendiente de mi estancia en el hospital cuando fui tratado de covid. Estábamos preparando el bautismo de su nieta, la hija de Angelito, aquel niño a quien vimos crecer en el Oasis. La inesperada muerte de Carlos me ha dejado un inconmensurable agujero de tristeza en el alma.

Alguna vez conversé con Carlos el tema que abordaré en las líneas que siguen. Le comenté si no le parecía bizarro, a él, que convirtió en realidad tantas ideas bizarras. Me dijo que tenía yo que tratar el tema y me recordó, como siempre hacía, la responsabilidad que tenía debido al peso público de mi palabra: “Lo puedo decir yo y nadie me hace caso, pero lo dices tú, Luguito, y todo mundo lo escucha”. No sé si alcance yo a explicarme del todo en este corto espacio, pero espero que desde el cielo Carlos lea estas insinuaciones y sonría al ver que estoy haciendo caso a su consejo.

Ciencia y paradigma de la sexualidad

El 15 de octubre de 2015 apareció un artículo en la revista digital Aeon, una publicación virtual australiana que comparte ideas provocadoras, venidas de pensadores de todo el mundo, en el ámbito de las ciencias, la filosofía y las artes. Escrito por David Barash, profesor emérito de la Universidad de Washington en Seattle, el artículo fue traducido al castellano por Pablo Duarte y publicado en la edición de abril de 2020 en la revista Letras Libres. El artículo se titula “Paradigmas perdidos: cómo cambia la ciencia”.

El ensayo de Barash no tiene desperdicio. Quien quiera puede disfrutarlo en https://www.letraslibres.com/mexico/revista/mexico-necesita-ciencia-ciencia-y-mas-ciencia Después de ponderar la importancia de la ciencia (“la ciencia es uno de los esfuerzos más nobles y exitosos de la humanidad, y es la mejor manera que tenemos de comprender cómo funciona el mundo…”) se plantea la cuestión que abordará a lo largo de sus páginas: cuál es la causa de la crisis de legitimidad que enfrenta hoy la ciencia y dónde se origina la desconfianza hacia la ciencia y su negación en una buena parte de la gente.

El análisis es luminoso y repasa diversos factores; No se trata sólo de la influencia de los fundamentalismos religiosos o el analfabetismo científico de quienes niegan el cambio climático o simpatizan con los clubes antivacunas. El artículo cava mucho más hondo y enfrenta un factor desatendido; cito: “La capacidad de autocorregirse es la fuente de la inmensa fuerza de la ciencia, pero en cambio al público lo desconcierta que la sabiduría científica no sea inmutable. El conocimiento científico cambia con enorme velocidad y frecuencia –como debe ser–, sin embargo, la opinión pública arrastra los pies y se niega a ser modificada una vez que queda establecida.”

Pienso que esto ocurre con los resultados de las ciencias exactas, como la física o la astronomía, y sucede aún con mayor amplitud en las ciencias sociales. Extrapolando las conclusiones del artículo de Barash, quisiera aplicarlas ahora a la sexualidad y, de manera especial, a la posición de muchas sociedades y religiones, entre ellas las cristianas, con respecto a la diversidad sexual. En el desarrollo de la comprensión científica de las cosas, advierte Barash, “el proceso acumulativo genera no solo algo más, sino también algo completamente nuevo. En ocasiones lo nuevo implica el descubrimiento literal de algo que no se conocía con anterioridad (los electrones, la relatividad, etc.). Por lo menos tan importantes, sin embargo, son las novedades conceptuales; cambios en los modos en que la gente entiende –y con frecuencia malentiende– el mundo material: sus paradigmas operativos.”

La polarización actual entre quienes tienen una visión del afecto humano y la sexualidad, limitada al esquema binario, y quienes se abren a una mayor diversidad, llega a niveles alarmantes, a veces hasta violentos, en la sociedad. En muchas de nuestras iglesias, calificamos de confusión cualquier modificación de los patrones patriarcales y nos cerramos a la posibilidad del surgimiento de un nuevo paradigma de pensamiento y de conducta, porque éste nos priva de ancestrales seguridades. Y cuando los filósofos y científicos sociales enfatizan la relatividad de muchos saberes y apuntan a la necesaria deconstrucción de muchos patrones de pensamiento, calificamos todo de relativismo y nos enconchamos en una atalaya, preparados para una defensa a muerte.

El artículo de Barash es abundante en ejemplos de cómo ideas que se consideraron como científicamente válidas en su momento han sido desde hace tiempo descartadas. No solamente las antiguas creencias de que la Tierra era plana y que el universo entero giraba en torno a ella o el paso de la alquimia a la química, sino también asuntos más recientes, como el mentís de la ciencia a la antigua creencia de que los animales no tenían ningún tipo de conciencia, confrontado con el descubrimiento de que algunos animales son capaces de hazañas intelectuales del nivel de seres humanos normales y sanos. A eso se le llama ahora “etología cognitiva”. Ya en campos más complejos y desafiantes, Barash subraya la manera como la neurobiología ha venido a desafiar la certeza cartesiana de que el ser humano estaba compuesto de dos entidades distintas, alma y cuerpo, y hace que ya no sea sostenible el concepto místico de la conciencia como algo separado de la materialidad de la persona. Lo mismo sucede con el hecho de que, después de siglos de haber considerado a los microbios como organismos esencialmente malos, sepamos ahora que algunos de ellos no solo son benignos, sino esenciales a la salud.

Es en esta misma línea, que los cambios de mentalidad con respecto a la homosexualidad chocan con tanta resistencia. A pesar de que cualquier persona que haya leído un poco sabe que la homosexualidad ha acompañado la historia de la humanidad en todos los tiempos y culturas y que es una conducta sexual que se encuentra incluso en muchas especies animales, la resistencia a dejar ir el paradigma binario puede ser muy fuerte. Por eso no es casual que los grupos que celebran la diversidad sexual como algo positivo y no como el acabóse de la civilización, hayan escogido el 17 de mayo como día de lucha contra la homofobia, justamente la fecha en que la homosexualidad fue retirada de la lista de enfermedades mentales. La patologización de la diversidad sexual terminó revelándose como una máscara de la discriminación.

No se trata, pues, de deshacer todas nuestras costumbres y formas de pensar, sino de revisarlas a partir de una visión nueva de la sexualidad. En este sentido es que se revela el acierto de algunas organizaciones civiles que luchan a favor de la diversidad sexual cuando llaman a defender “a todas las familias”, para desmontar así la falacia de que la diversidad sexual  es una amenaza contra la familia heteronormativa, o cuando abogan por el matrimonio –una institución que desde los años sesentas del siglo pasado había sido calificada como en decadencia– entre personas del mismo sexo.

Termino este ya farragoso y extenso artículo, anotando dos consejos de David Barash. No los ofrece él en relación con la diversidad sexual, que no es el tópico de su espléndido artículo, sino hablando de la ciencia en general. Pero los avezados lectores y lectoras de esta columna podrán descubrir la importancia de estos dos consejos para el tema que he tratado de pergeñar en estas líneas:

  1. Cualquiera que aspire a estar bien informado necesita comprender no solo los hallazgos científicos más importantes, sino también estar al tanto de su naturaleza provisional y de la necesidad de evitar las categorías excesivamente sólidas: estar al tanto de cuándo hay que dejar ir el paradigma existente y reemplazarlo con uno nuevo. Es más: hay que estar al tanto de que estas transiciones son señales de progreso y no de debilidad.
  2. Sin la manta reconfortante de la permanencia ilusoria y la verdad absoluta, tenemos la oportunidad y la obligación de hacer algo extraordinario: ver el mundo como es, y entender y aceptar que nuestras imágenes seguirán cambiando, no porque estén equivocadas, sino porque nos hacemos cada vez más con mejores instrumentos de visión. Nuestra realidad no se vuelve más inestable, lo que pasa es que nuestro entendimiento de la realidad es, por necesidad, un trabajo en proceso… La pérdida de paradigmas puede resultar algo doloroso, pero es testimonio de la condición vibrante de la ciencia y de la imparable mejoría del entendimiento humano conforme nos acercamos a una comprensión cada vez más precisa del modo en que opera el mundo.

Si analizamos bien estas recomendaciones y las aplicamos a la diversidad sexual en específico, como fenómeno emergente, podríamos abrirnos a otro ángulo de comprensión de la realidad y, lo que es más importante, evitaríamos mucho sufrimiento innecesario.

Iglesia y Sociedad

María Magdalena: apóstol de apóstoles

15 Jul , 2021  

Con María Magdalena ocurre una cosa muy curiosa: ya desde sus representaciones más antiguas aparece ante nosotros como la prostituta arrepentida y convertida, modelo de cambio de vida y de penitencia. Sin embargo, esta imagen tiene muy poco qué ver con lo que los evangelios nos dicen de esta mujer que tan importante resulta para la historia de la iglesia primitiva. Vamos a acercarnos a los textos que nos hablan de María Magdalena y a intentar deshacer el equívoco histórico que sobre su persona se ha ceñido.

La liberada de siete demonios

Lucas es el evangelista que nos presenta por primera vez a María Magdalena. En 8,1-3 la menciona entre las mujeres que acompañaban a Jesús en sus viajes misioneros y lo sostenían económicamente con sus propios bienes. Cuando menciona a María Magdalena el autor la identifica como aquella “de la cual habían salido siete demonios” (Lc 8,2). Es seguramente de este texto de Lucas que algún escritor posterior tomó el dato para referirlo en el final artificial con el que termina actualmente el evangelio de Marcos: “Habiendo resucitado temprano por la mañana del primer día de la semana, se le apareció primero a María Magdalena, de la cual habían echado siete demonios” (Mc 16,9).

¿Cómo hay que interpretar esta expulsión de siete demonios? Cuando Jesús libera a personas poseídas por espíritus inmundos quiere, en todos los casos, manifestar que el poder de Dios vence sobre los poderes del mal y que Él, Jesús, viene a inaugurar el Reino de Dios con estas solemnes proclamaciones de derrota del mal. Quienes gustan de desentrañar qué enfermedad se esconde detrás de las distintas posesiones diabólicas narradas en el evangelio, sugieren que detrás de la mayoría de estas posesiones se encuentra alguna de las dolencias que actualmente clasificamos como enfermedades mentales. En varios casos puede apreciarse, por ejemplo, los síntomas de la epilepsia. Hay quienes, por otra parte, insisten en la posibilidad cierta de que espíritus malignos puedan posesionarse de las personas.

Cualquiera que sea la posición que se adopte, lo cierto es que las intervenciones de Jesús tienen que ver con un estado de opresión experimentado por las víctimas. No hay en los evangelios alusión alguna a que los curados de posesión hubieran hecho algo para merecer tal posesión. Los endemoniados son víctimas, no pecadores. Este es el sentido fundamental de la afirmación de que a María Magdalena le habían expulsado siete demonios: María es alguien que experimentó en su vida el poder liberador de Jesucristo. El número siete, que en lenguaje bíblico significa plenitud, puede querer señalar, sea la grandeza de la opresión que sufría la mujer, o el estado de plenitud de salud corporal y espiritual al que fue devuelta por la acción de Jesús. La curación dejó a María Magdalena totalmente sana e integrada a la sociedad.

En efecto, una de las consecuencias más dolorosas de las enfermedades mentales o estados de posesión demoníaca en Israel, era que la persona quedaba totalmente aislada de su entorno vital. El relato de la liberación del endemoniado geraseno es muy aleccionador en este campo. El muchacho es descrito en Mc 5, 1-20 como ‘viviendo entre los sepulcros’, es decir en el lugar de los muertos a donde los judíos piadosos no se acercaban para no quedar impuros. Después de la expulsión del demonio, el pasaje nos presenta al muchacho ‘sentado, vestido y en su sano juicio’. El endemoniado no tenía voz propia: a la pregunta de Jesús ‘¿cómo te llamas?’, el endemoniado no responde, responde el demonio: ‘Me llamo Legión, porque somos muchos’. Al final del relato el muchacho aparece conversando amigablemente con Jesús. La acción poderosa de Jesús no consistió simplemente en la expulsión del espíritu o la curación de la enfermedad, sino en la restauración de la convivencia fraterna, en la reinserción de alguien que estaba excluido o marginado. Esa realidad también debemos suponerla en el caso de María Magdalena.

Pero, curiosamente, en el relato del geraseno, Jesús no permite al recién liberado que se haga su acompañante (Mc 5,18-20). María Magdalena, en cambio, es descrita como encabezando un grupo de mujeres que acompañaban a Jesús mientras él iba predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios (Lc 8,1-3). Las otras mujeres, nos refiere el texto de Lucas, también habían sido curadas de diversas enfermedades, es decir, eran beneficiarias de la acción salvadora de Jesús. Es el trato igualitario que Jesús les ofrece, el don que Él les ofrece, la posibilidad concreta de participación en la construcción del Reino, lo que las convierte en auténticas discípulas.

María Magdalena, verdadera discípula y apóstol

Pero sin duda los textos que más exaltan el papel de María Magdalena son aquellos pasajes en que aparece acompañando a Jesús en su muerte, cuando todos los discípulos varones lo han abandonado (Mt 27,55-56; Mc 15,40-41; Jn 19,25-26), y el privilegio que recibe de ser la primera en ver a Jesús resucitado (Mt 28,1-10; Mc 16,9-11; Lc 24,10-11; Jn 20,14-18).

Todos los evangelios son unánimes en decir que María Magdalena fue ‘enviada’ a anunciar a sus hermanos la resurrección de Cristo, sea que la orden la reciba de los ángeles que están sentados a la puerta del sepulcro (Mt 28,1-8 y par.), o del mismo Resucitado (Jn 20,17-18). Y ya sabemos que el verbo griego que significa ‘enviar’ es, precisamente ‘apostelo’, de donde viene la palabra apóstol. Esta palabra aparece como una expresión técnica de la misión apostólica. Siempre se usa cuando Jesús envía a sus apóstoles (Jn 4,38; 17,18). Así que puede decirse con toda legitimidad que Jesús le confía a María Magdalena una misión apostólica. Cualquier diccionario de teología bíblica puede dar testimonio de que el enviado se convierte en representante de quien lo envía y que tiene plenos poderes para tratar en nombre de otro. Esto que se dice del grupo de los Doce, debe decirse también de María Magdalena.

Por si esto no fuera suficiente, otros elementos nos permiten situar mejor la condición de María Magdalena como discípula y apóstol. Magdalena es nombrada en el grupo de mujeres que ‘servían’ a Jesús. Pues bien, Jesús mismo, en Mt 20,26-28, se define a sí mismo diciendo: “El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos”. Es notable que los evangelios no mencionen nunca que algún discípulo varón ‘sirviera’ a Jesús.

Además, en su conversación con el Resucitado, a quien confunde en un principio con el jardinero del cementerio, Magdalena termina reconociendo a Jesús cuando éste menciona su nombre (Jn 20,16). La teología del último evangelista parece hacer alusión al texto de Jn 10,3-5 en el que Jesús, hablando de sus discípulos, los compara con ovejas a quienes el pastor conoce ‘y llama por su nombre’. No en balde, al escuchar su nombre y reconocer a Jesús, María clama ‘Rabbuni’, que quiere decir Maestro y que es una expresión técnica en el lenguaje del discipulado. María es, pues, auténtica discípula y apóstol. No nos extraña, por eso, encontrar que algunos de los escritores cristianos más antiguos como Ireneo, Orígenes y san Juan Crisóstomo no tengan ninguna reticencia en llamar a María Magdalena ‘apostola apostolorum’, es decir, la apóstol de los apóstoles.

María Magdalena, la esposa del huerto

El texto del Cantar de los Cantares ha ejercido una enorme influencia en la construcción de algunos textos del Nuevo Testamento. En el caso de la escena en que María Magdalena se encuentra con Jesús Resucitado (Jn 20,11-17), la relación con Cant 3,1-4 parece jugar un papel importante.

En el texto del Cantar la novia busca al esposo en la cama y no lo encuentra, lo busca por las calles y plazas y no lo encuentra, al fin, después de que lo encuentran los guardias, ella también lo encuentra y se abraza a él y no lo suelta hasta que lo lleva a la casa de su madre. María Magdalena va a representar una escena semejante. Según Mt 28,1-10 las mujeres, entre ellas la primera es María Magdalena, buscan a Jesús en el sepulcro y no lo encuentran. Jesús, más tarde, les saldrá al encuentro y ellas se abrazarán a sus pies.

Pero, sin duda, el pasaje más explícito es el de Jn 20,11-17. María Magdalena, aislada de las otras mujeres, parece repetir el personaje de la esposa del Cantar de los Cantares. Busca al amado en el sepulcro y no lo encuentra (20,1-2). Le salen al encuentro dos ángeles que le extraen una confesión. Ellos preguntan: ‘¿por qué lloras, mujer?’, a lo que ella contesta: “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (20,11-13). Después tropieza con quien ella cree que es el jardinero y le pide que se lo entregue. Entonces reconoce al Maestro y lo abraza sin querer soltarlo. Es el Maestro quien tiene que pedirle a ella que lo suelte, porque debe irse a la casa del Padre (20,14.17).

María Magdalena parece jugar, además, otro papel además del de la esposa enamorada del Cantar de los Cantares. Es posible que la palabra con que Jesús se dirige a ella, ‘mujer’, esté revelando un papel superpuesto: el de la Eva de una nueva creación. Es el primer día después de la resurrección, inicio de un mundo nuevo. Jesús y Magdalena se encuentran en un jardín, son una pareja como la del Génesis. Jesús nombra a María Magdalena y ella lo reconoce y lo abraza. Tantos ecos del relato del Génesis podrían no ser casuales. Aunque no podamos tener la certeza de que estas referencias deban atribuirse al autor del evangelio.

Toda esta riqueza de expresiones simbólicas que rodean al personaje de María Magdalena la convirtieron en alguien de mucha importancia en la reflexión cristiana antigua. Por eso encontramos comentarios de los Santos Padres que mencionan este pasaje llenándolo de alusiones al Cantar de los Cantares y al libro del Génesis. Citaré, solo a manera de ejemplo, al más antiguo de los comentaristas cristianos del Cantar de los Cantares, san Hipólito (+ 235):

“Así se cumplió lo dicho: encontré al amor de mi alma… El Redentor contestó: María. Ella dijo Rabbuni, que significa Señor mío. Encontré al amor de mi alma y no lo soltaré. Después de abrazarse a sus pies no lo suelta, y él dice: no me sujetes, que todavía no he subido al Padre. Pero ella lo agarraba diciendo: no te soltaré hasta que te meta en mi corazón; no te soltaré hasta meterte en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en su vientre. Como el amor de Cristo lo siente ella en el cuerpo, no lo suelta. Dichosa mujer que se abrazó a sus pies para poder volar por el aire… Por eso dijo María: No te dejo volar arriba. Sube al Padre a presentarle el nuevo sacrificio. Ofrece como sacrificio a la Eva que no se extravió, sino que se agarró apasionadamente con la mano al árbol de la vida…”

Entonces, ¿no era prostituta?

¿Qué pasó entonces, que la imagen más popular de María Magdalena es la de una prostituta convertida? ¿Por qué no se exalta su papel de discípula y apóstol y, en cambio sí, la imagen de una pecadora arrepentida? Creo que hay más de una razón para explicar que quien fuera en el evangelio modelo de apóstol se convirtiera en paradigma de penitencia.

La primera razón es tan antigua como los mismos evangelios. El hecho de que María Magdalena, curada y convertida en un ser humano de dignidad completa, se convirtiera en seguidora y servidora de Jesús, que lo acompañara en sus correrías y que haya sido citada por los cuatro evangelistas como la primera testigo de la resurrección y la que recibió el mandato apostólico de anunciar a los otros discípulos que Jesús estaba vivo, no es más que una prueba clara del papel privilegiado de liderazgo que María Magdalena debió jugar en la iglesia primitiva. Hay quien sostiene que Magdalena habría sido la apóstol encargada de la comunidad de Galilea, a donde los discípulos se habrían dirigido después de la resurrección, según el mandato de Jesús. Esa sería la razón, según esta teoría, de que la vitalidad de la iglesia de Cafarnaúm, comprobada por los hallazgos arqueológicos modernos que maravillaron al mundo a finales del siglo pasado, no aparezca registrada en el libro de los Hechos de los Apóstoles ni en ninguna otra parte del Nuevo Testamento.

En efecto, para la mentalidad patriarcal vigente debió haber sido muy difícil reconocer el lugar privilegiado que la revelación evangélica primitiva concedió a María Magdalena. Una cultura que centraba todas las cosas positivas y todo el poder en los varones, debió haber recibido como un desafío inaudito el hecho de que una mujer hubiera sido la primera testigo del sepulcro vacío, de la resurrección y la primera enviada del resucitado. No nos explicamos de otra manera que, a pesar de tantos testimonios unánimes de los cuatro evangelios, san Pablo, en su lista de personas a quienes Jesús resucitado se apareció, no coloque a María Magdalena ni a ninguna mujer (1Cor 15,3-8). Algunos de los evangelios apócrifos nos dan testimonio del conflicto tan grave que esta realidad provocó en la iglesia primitiva. Entre los textos encontrados en Nag Hammadi en 1945 se halla un evangelio apócrifo de los primeros siglos, conocido como el Evangelio de María Magdalena, que expone esta escena. Después de que María explica a los apóstoles algunas cosas que no están conservadas por escrito, Pedro pregunta cómo puede Dios haberle confiado a María cosas que no les había dicho a ellos. ‘¿Qué os parece, hermanos? ¿Acaso el Señor, preguntado sobre estas cuestiones, hablaría a una mujer de forma oculta y en secreto, para que todos lo escuchásemos? ¿La presentaría, quizá, como más digna que nosotros?’ El pasaje continúa con la intervención de Leví: ‘Si el Señor la juzgó digna, ¿quién eres tú para despreciarla? Necesitamos revestirnos del hombre nuevo para aceptar que el Señor le haya revelado cosas que no nos dijo a nosotros’.

Una segunda razón puede ser la confusión que se creó entre tres mujeres distintas de las que nos hablan los evangelios. Por un lado está María Magdalena (Lc 8,2), descrita ampliamente en todos los textos a los que nos hemos acercado en este artículo. Por otro lado está la anónima pecadora perdonada de la que nos habla Lc 7,36-50 y que, muy probablemente era prostituta. Por último, está María de Betania, la hermana de Marta y de Lázaro, que derrama a los pies de Jesús aceite perfumado como adelanto de su sepultura (Jn 12,1-10).

La confusión de estas tres mujeres se remonta hasta san Agustín, en el siglo V, pero queda fija en la memoria popular cristiana a partir de unas famosas homilías pronunciadas por el Papa Gregorio Magno alrededor del año 600. En estas homilías quedan asociadas, como si fueran un mismo y solo personaje, la pecadora arrepentida, María de Betania y María Magdalena. La tradición ortodoxa griega es la que conservó la nítida distinción entre estas tres mujeres. Lo cierto es que esta confusión, producto de la ignorancia o de la mala fe, deformó la imagen de María Magdalena hasta convertirla en la manera como hasta hace poco tiempo la veíamos: una pecadora convertida cuyo mensaje principal es el arrepentimiento al que deben aspirar los pecadores. Nada de la mujer apóstol, de la valiente testigo de la muerte y resurrección de Cristo. Confusión, hay que decirlo con claridad, bastante conveniente para quienes querían seguir manteniendo a las mujeres fuera del ámbito de las decisiones en la iglesia.

Hoy, cada vez más, la imagen de María Magdalena vuelve a recuperar su auténtica dimensión, aunque las imágenes que de la santa vemos en las iglesias de nuestros pueblos nos la muestren con un frasco de perfume fino en su mano derecha y una corona de espinas en su frente en señal de penitencia. Los esfuerzos seculares por minimizar el destacado papel apostólico de María Magdalena van quedando atrás gracias a muchas mujeres, teólogas y estudiosas de la Biblia, que aplicando una hermenéutica feminista, han rescatado la más genuina tradición de esta apóstol de los apóstoles.