Iglesia y Sociedad

Migración y desigualdad

15 Abr , 2013  

Para Alberto Patishtán
Esperando pueda celebrar su próximo cumpleaños en libertad

Con honda preocupación nos llegan noticias de la dolorosa situación de las y los migrantes centroamericanos que intentan cruzar nuestro país rumbo a la frontera con los Estados Unidos. El sufrimiento a manos de la delincuencia organizada y su cómplice, el Instituto Nacional de Migración, convierte el tránsito de los migrantes a través de nuestro país en un verdadero infierno.

Este sufrimiento, sin embargo, al que se une el de los defensores de los derechos de los migrantes, constantemente amenazados de muerte en los diversos albergues del país, puede oscurecer las raíces de la tragedia. El fenómeno migratorio no es una realidad reciente. Ha acompañado la historia de la humanidad desde sus inicios. Los desplazamientos humanos han creado, a través de los siglos, nuevas poblaciones y ciudades y han enriquecido muchas culturas. El actual holocausto migratorio, como lo llama el entrañable Fray Tomás González, es no obstante un fenómeno nuevo. Y esto es así porque el mundo entero vive sometido a un ‘orden’ económico injusto que aumenta las desigualdades y decreta la muerte de los seres humanos sobrantes. El sistema de capitalismo salvaje que vivimos cumple a la perfección aquel adagio bíblico: “Mata a su prójimo quien le arrebata el sustento; vierte sangre el que quita el jornal al jornalero” (Sir 34,22).

Como si fuera una ley inexorable, Adam Smith sostenía en su obra La riqueza de las naciones (1983) que los mercados siempre dejaban morir a quienes en el interior de las leyes del mercado no tiene posibilidad de sobrevivir, y afirmaba que así debía ser. Carlos Marx, mucho más en la línea del libro del Eclesiástico, afirmaba en cambio que una sociedad regida solamente por el mercado desembocaba en el asesinato.

Y es que de eso se trata cuando hablamos de desigualdad: de asesinato, no por silencioso y legitimado menos mortal. Como dice Frank Hinkelammert “el poder económico condena a la muerte por medio del mercado, y ejecuta. Es la ley, la ley del mercado, quien ordena estas condenas. Da el permiso para matar y los portadores del poder económico ejecutan”.

Pueden a algunos parecer duras estas afirmaciones, pero son desgraciadamente ciertas. Cuando todas las relaciones sociales se someten bajo las leyes del mercado y todas las instituciones de la sociedad se privatizan, entonces no hay más remedio que dejar morir a los seres sobrantes. El holocausto migratorio es, desde esta perspectiva, una muestra de lo que puede llegar a convertirse en un verdadero genocidio económico. Ya Shakespeare lo señalaba por boca de Shylock, el personaje del Mercader de Venecia: “Me quitan la vida si me quitan los medios por los cuales vivo”.

Los migrantes que resultan expulsados de sus propios países y que, arrastrados por un espejismo, atraviesan el infierno mexicano, son la muestra patente del fracaso de una economía en la que las leyes del mercado son santa palabra. El panorama de la desigualdad en el mundo no nos deja duda. La Agenda Latinoamericana 2013, empeñada en construir ‘La Otra Economía’ nos ofrece un retrato despiadado de la desigualdad. Les comparto algunos datos escalofriantes:

El 1 % de la población controla aproximadamente el 40% de la riqueza mundial
El 10% de los hogares más ricos concentran el 85% de la riqueza mundial
Mil millones de personas viven con el 4% de la riqueza mundial
En 2008 la ayuda al desarrollo de los países donantes no alcanzó a ser una décima parte de su gasto militar anual
Los ingresos de las 500 personas más ricas del planeta son superiores a los ingresos de los 416 millones de personas más pobres
En un mundo que produce alimentos para cubrir sobradamente las necesidades de toda su población, 1,000 millones de personas se acuestan hambrientas todas las noches
3,500 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, vive con menos de dos dólares al día

Es cierto que este panorama de desigualdad muestra su rostro más feroz cuando hacemos comparaciones con cifras de nivel global. Cualquiera de los porcentajes arriba mencionados, si ocurrieran en un solo país, causarían un verdadero cataclismo social y político. Sin embargo, la situación de algunos países sometidos a esta dictadura del mercado mundial es suficiente para convertirlos en países expulsores de migrantes.

Considero importante no perder esta perspectiva. Hay personas que culpabilizan a los migrantes que son solamente víctimas. Esta óptica también nos ayuda a centrarnos en lo fundamental: la humanización de la vida de los migrantes es solamente una pieza del gran rompecabezas de lo que tenemos que construir para que otra economía sea posible. Una “otra economía” que Monseñor Casaldáliga define espléndidamente:

“Hablamos de Otra Economía, otra de verdad, radicalmente alternativa, no simplemente de ‘reformas económicas’. De reformismos baratos nos libre el Dios de la Vida. La Otra Economía no puede ser sólo económica: ha de ser integral, ecológica, intercultural, al servicio del buen vivir y del buen convivir, en la construcción de la plenitud humana, desmontando la estructura económica actual que está exclusivamente al servicio del mercado total, apátrida, homicida de personas, genocida de pueblos. Soñamos con un cambio sistémico que atienda a las necesidades y aspiraciones de toda la familia humana reunida en esta casa común, el oikos. “Oiko-nomía” es “la administración de la casa”, que tiene como ley la fraternidad/sororidad. Esta Otra Economía sólo puede darse a partir de una conciencia humana y humanizadora que se niegue a la desigualdad escandalosa en la que está estructurada la sociedad actual. Una economía para todas las personas y para todos los pueblos, en comunión de luchas y esperanzas. Como soñaba un campesino para sus nueve hijos: ‘más o menos para todos’. En nivel de familia, de vecindario, de ciudad, de país, de continente, de mundo. Siempre a partir de los pobres y excluidos, construyendo desde la tierra del pueblo, desde su sudor, desde su grito y su canto, desde la sangre derramada por tantas muchedumbres de mártires testigos… Es necesario llegar a la civilización de la sobriedad compartida… el crecimiento capitalista neoliberal sólo puede vencerse con un decrecimiento armónico y mundial…” (Agenda Latinoamericana 2013, pp. 10-11)

Iglesia y Sociedad

Magdalena, la esposa del huerto

10 Abr , 2013  

Para Jorge Muñoz Menéndez, resucitado

La Biblia es un diálogo a muchas voces, semejante a una sinfonía en la que el todo se explica por sus partes. En la tradición judía, de la que procede el Primer Testamento y cuya lógica permea también el Nuevo, uno de los principios básicos de la interpretación midrásica es que la Escritura explica la Escritura, es decir, que un pasaje ilumina al otro. Este principio interpretativo, que se antoja extraño para un lector moderno de las Escrituras, que reconoce los distintos tiempos y autores que dan su pluralidad a los diversos textos, es una constante a lo largo de la construcción del conjunto de libros que judíos y cristianos reconocen como revelados y es una aproximación que permite una lectura actualizada de los textos. Así, muchos pasajes bíblicos aparecen como relecturas de algún otro texto más antiguo, como el relato de la salida del pueblo de Israel de Egipto, casa de la esclavitud (Ex 11-17), se convierte en paradigma del regreso del pueblo de Israel a su territorio después del exilio de Babilonia, en una especie de nuevo éxodo (Is 41.53).

En los relatos de la resurrección podemos encontrar este tipo de lectura midrásica en todos los evangelistas, pero de manera especial en los relatos del cuarto evangelio. En el relato de la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena (Jn 20,1-18), en la conversación que ésta mantiene con el Resucitado, a quien confunde en un principio con el jardinero del cementerio, ella termina reconociendo a Jesús cuando éste menciona su nombre (Jn 20,16). Al interior de la teología del último evangelista parece haber aquí una alusión al texto de Jn 10,3-5 en el que Jesús, hablando de sus discípulos, los compara con ovejas a quienes el pastor conoce ‘y llama por su nombre’. No en balde, al escuchar su nombre y reconocer a Jesús, María clama ‘Rabbuni’, que quiere decir Maestro y que es una expresión técnica en el lenguaje del discipulado. María es, pues, auténtica discípula y apóstol. No nos extraña, por eso, encontrar que algunos de los escritores cristianos más antiguos como Ireneo, Orígenes y san Juan Crisóstomo no tienen ninguna reticencia en llamar a María Magdalena ‘apostola apostolorum’, es decir, la apóstol de los apóstoles.

Quiero, sin embargo, centrarme aquí en las relaciones que podemos encontrar entre el relato de la aparición a María Magdalena y el texto del Cantar de los Cantares. Es sabido que este texto sapiencial ha ejercido una enorme influencia en la construcción de algunos textos del Nuevo Testamento. En el caso de la escena específica en que María Magdalena se encuentra con Jesús Resucitado (Jn 20,11-17), la relación con Cant 3,1-4 parece jugar un papel importante.

En el texto del Cantar la novia busca al esposo en la cama y no lo encuentra, lo busca por las calles y plazas y no lo encuentra, al fin, después de que lo encuentran los guardias, ella también lo encuentra y se abraza a él y no lo suelta hasta que lo lleva a la casa de su madre. María Magdalena va a representar una escena semejante. Según Mt 28,1-10 las mujeres, entre ellas la primera es la Magdalena, buscan a Jesús en el sepulcro y no lo encuentran. Jesús, más tarde, les saldrá al encuentro y ellas se abrazarán a sus pies.

Pero, sin duda, el pasaje más explícito de esta influencia del Cantar de los Cantares es el de Jn 20,11-17. María Magdalena, aislada de las otras mujeres, parece repetir el personaje de la esposa del Cantar. Busca al amado en el sepulcro y no lo encuentra (20,1-2). Le salen al encuentro dos ángeles que le extraen una confesión. Ellos preguntan: ‘¿por qué lloras, mujer?’, a lo que ella contesta: “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (20,11-13). Después tropieza con quien ella cree que es el jardinero y le pide que se lo entregue. Entonces reconoce al Maestro y lo abraza sin querer soltarlo. Es el Maestro quien tiene que pedirle a ella que lo suelte, porque debe irse a la casa del Padre (20,14.17).

María Magdalena parece jugar, además, otro papel además del de la esposa enamorada del Cantar de los Cantares. Es posible que la palabra con que Jesús se dirige a ella, ‘mujer’, esté revelando un papel superpuesto: el de la Eva de una nueva creación (Gn 1-2). Es el primer día después de la resurrección, inicio de un mundo nuevo. Jesús y Magdalena se encuentran en un jardín, son una pareja como la del Génesis. Jesús nombra a María Magdalena y ella lo reconoce y lo abraza. Tantos ecos del relato del Génesis podrían no ser casuales. Aunque no podamos tener la certeza de que estas referencias deban atribuirse al autor del evangelio.

Toda esta riqueza de expresiones simbólicas que rodean al personaje de María Magdalena la convirtieron en alguien de mucha importancia en la reflexión cristiana antigua. Por eso encontramos comentarios de los Santos Padres que mencionan este pasaje llenándolo de alusiones al Cantar de los Cantares y al libro del Génesis. Citaré, para terminar, sólo a manera de ejemplo, al más antiguo de los comentaristas del Cantar de los Cantares, san Hipólito (+ 235):

“Así se cumplió lo dicho: encontré al amor de mi alma… El Redentor contestó: María. Ella dijo Rabbuni, que significa Señor mío. Encontré al amor de mi alma y no lo soltaré. Después de abrazarse a sus pies no lo suelta, y él dice: no me sujetes, que todavía no he subido al Padre. Pero ella lo agarraba diciendo: no te soltaré hasta que te meta en mi corazón; no te soltaré hasta meterte en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en su vientre. Como el amor de Cristo lo siente ella en el cuerpo, no lo suelta. Dichosa mujer que se abrazó a sus pies para poder volar por el aire… Por eso dijo María: No te dejo volar arriba. Sube al Padre a presentarle el nuevo sacrificio. Ofrece como sacrificio a la Eva que no se extravió, sino que se agarró apasionadamente con la mano al árbol de la vida…”

¡Felices Pascua de Resurrección!

Iglesia y Sociedad

Pregón Pascual (femenino y migratorio)

31 Mar , 2013  

¡Ha llegado el día!
La oscuridad se ha roto en medio de la noche.
Del sepulcro vacío dan testimonio las mujeres
Las únicas que permanecieron firmes
Rodeadas de tantas tempestades.

De ellas viene el grito
El anuncio de alegría:
¡Jesús ha resucitado!

Me sacaron a empujones del tren. Uno de ellos tenía el cuerpo todo lleno de tatuajes. Dicen que son salvadoreños pero yo he visto a personas así en todos los países por los que he pasado para llegar hasta aquí. Venir desde Bolivia te da otra manera de ver las cosas. Mi mamá me decía que probablemente no llegaría viva a los Estados Unidos. No me importa. Creo que ahí podré tener todo lo que quiero y hasta podré mandarle dinero a mi mamá. Vivir en mi pueblo llegó a convertirse en un infierno, no solamente por la escasez económica, sino porque nadie entendía que me gustaran las mujeres y no los hombres. En Estados Unidos las cosas son diferentes. Pero no pensé que me doliera tanto enfrentar la violación. Me resistí todo lo que pude, pero eran varios y tenían más fuerzas que yo. No sé qué miraron en mí: sucia, desaliñada, casi masculina –como me decía mi mamá–. A lo mejor era solamente que estuve en el lugar equivocado. Los golpes me dolieron, es cierto, las piernas rasgadas y la ropa, la poca ropa que llevaba, hecha jirones. Pero lo que más me dolió no fue lo físico, sino esa sensación de impotencia, de rabia, cuando uno tras otro entraron en mi cuerpo sin mi permiso, a pesar de mis rasguños y mordidas. Cuando, tendida entre las hierbas, fui encontrada sangrante, tuve suerte de que alguien me mostrara el camino hacia aquí. “Ve a La 72” me decían, “ahí te cuidarán y te curarán.

María Magdalena llora junto al sepulcro.
Se han llevado a su Maestro y no puede encontrar el cadáver.
En la iglesia, como ella, vamos perdidos y llorando.
El Maestro nos habla, pero no lo reconocemos.
“¿A dónde vas María, tan de madrugada?”
En medio del frío de la noche
Se escucha la voz, quebrada por la emoción:
“María”, dice la voz, “María”
Y el invierno se vuelve primavera
Y al solio pontificio va un párroco de clase media
Bonaerense, para mayores señas.
Hemos de hacer el mismo viaje de María, la de Magdala,
Hacia adentro, no hacia afuera,
Para que la iglesia resucite
Y repita con gozo la noticia:
¡Jesús ha resucitado!
Y seamos creíbles.

La primera vez que me invitaron no quise participar. Una cosa es tratar de ser buena cristiana y otra muy distinta ponerse en riesgo en las meras vías del tren. Pero una vez que las visité a la hora del cruce el ferrocarril y pude ver sus caras, las caras de los que van en La Bestia, desde luego, supe que Las Patronas hacían lo que debían. Y me uní a ellas. Juntamos la mercancía en las mañanas, cuando sabemos que el tren va a pasar. Aunque es divertido hacerlo, tenemos que cuidarnos al paso de La Bestia. Por llevarse una bolsa con dos tortas algunos son capaces de todo. Se les ve tan vulnerables… Yo tuve a dos niños y a su madre por dos semanas en mi casa. Alguien les dijo que aquí preparábamos comida para los migrantes. A mis hijos no les gustó mucho tener que compartir su cama ni sus juguetes. Pero aprendieron. Ahora, hasta nos ayudan a preparar las tortas.

Pueden gritarlo mientras corren sobre las vías del tren:
¡No habrá más lugar para La Bestia!
México es una patria nueva
Y todos pueden disfrutar de su dignidad y entereza.
Este país volverá a ser una casa de acogida
Y no un infierno de silencio e indiferencia.
¡Jesús ha resucitado!
Y eso puede hacer cambiar todas las cosas.

Francisca ha dejado ya de buscar el paraíso. Salió de Honduras con la panza gigantesca y dos niños tomados de su mano. Se detuvo en su camino a los Estados Unidos. No porque sus sueños se hubieran detenido, sino porque ha encontrado un mejor lugar para convertirlos en realidad. Otoniel y Christian van a la escuela. Zoé, al fin, comienza a engordar. No se paga en dólares, pero no hay reclamos por la mano amiga que se le tiende. No son los Estados Unidos, pero en la periferia de la ciudad de Mérida se puede vivir bien y de manera modesta. Los niños juegan con otros niños. Están permanentemente rodeados de amor… ¿qué otra cosa se necesita para vivir bien y ser feliz? Francisca cocina pupusas de manera colosal y ya hay mucha gente que le encarga la comida de sus fiestas. No es California, pero en este paraíso posible hay mucho de fraternidad y de resurrección. Por eso Francisca sonríe en esta pascua como nunca antes lo había hecho.

Desde Tenosique, en La 72,
Desde Belén, la posada del migrante,
O desde el lugar en el que Las Patronas reparten tortas,
O en Ixtlán, con los Hermanos en el Camino,
O desde tantas manos y carteras que se ponen en acción
Para ofrecer otro horizonte a los migrantes.
Desde esos lugares de acogida y de martirio,
De llantos secados y vida derramada
Les anuncio hoy una gran alegría:
¡Jesús ha resucitado!
Y eso también, estoy seguro,
Se escucha tras los muros vaticanos.

Primavera 2013

Iglesia y Sociedad

Vaticano II: La disputa hermenéutica

21 Mar , 2013  

La proclamación del Año de la Fe convocado por Benedicto XVI, que abarca desde el 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre de 2013, conmemora el inicio, hace cincuenta años, del Concilio Vaticano II. Paulo Suess, teólogo germano-brasileño y especialista en misionología, se refiere en un reciente artículo a una controversia en relación con el Concilio. La llama “disputa hermenéutica”.

Quien puso sobre la mesa de discusión el tema fue, ni más ni menos, que el mismo Benedicto XVI. En un discurso dirigido a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005, al celebrar los 40 años de la clausura del Concilio, el Papa formuló unas preguntas: “¿Cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien? ¿Qué ha sido insuficiente o equivocado? ¿Qué queda aún por hacer?”.

La recepción del Vaticano II remitió a Benedicto XVI, y así lo mencionó en el discurso al que hacemos alusión, a las palabras que san Basilio pronunciara a propósito del Concilio de Nicea (325). San Basilio dice: “El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe…” (De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524)

Las preguntas planteadas en aquel entonces por el ahora Obispo Emérito de Roma, abrieron una discusión que está lejos de haber terminado. Los llamados a “regresar a la letra del Concilio” que se han oído en los últimos meses se sitúan en medio de esta polémica. En esta discusión, Benedicto XVI parece haber tomado posición cuando sentencia que en la disputa entre la hermenéutica de la reforma o continuidad, y la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, señala que ésta última “corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia postconciliar”. La hermenéutica de la discontinuidad “afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio”.

Hasta aquí la posición de Benedicto XVI. Con acierto y tino, Paulo Suess argumenta que la posición del Obispo Emérito de Roma es razonable en un aspecto: Al producir teología, dice el misionólogo germano brasileño, “se debe apostar pedagógicamente a la ‘reforma’ y no a la ‘ruptura’. Cuanto mejor se consigue mostrar la continuidad de la teología contextualizada con la tradición apostólica, tanto más fácil serán recibidas las ‘profundizaciones’ latinoamericanas. Un ejemplo claro es la ‘opción por los pobres’, que obligó al sector hegemónico a asumirla formalmente, no con referencia a la Teología de la Liberación, sino con referencia a la Biblia y a la patrística”.

Quedarse en esto, sin embargo, haría del Concilio Vaticano II solamente un punto de llegada y no de partida. No hay continuidad auténtica sin discontinuidades. La vida camina también a saltos y no solamente se desliza sobre los rieles. Una muestra bíblica es, para poner un ejemplo, la Carta a los Hebreos. En este sermón sacerdotal contenido en el Nuevo Testamento se establece con claridad el trípode: semejanza – diferencia – superación. Para decirlo en otras palabras: Jesús es sacerdote, pero no lo es a la manera de los sacerdotes levíticos (ni por su origen –Jesús no era de la tribu levítica– ni por su función –Jesús era laico–), sino de una manera nueva, radicalmente distinta y superior. A demostrar cuál es esa manera distinta y superior se dedican los capítulos del 8 al 10 de la carta neotestamentaria.

De la misma manera, como bien señala Suess más adelante en su artículo, “la ‘verdadera reforma’ incluye revisión, cambio y corrección”. El mismo Benedicto XVI, párrafos más adelante de su discurso a la Curia Romana, señalaría que “el Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad”.

Aunque no es fácil zanjar esta discusión, las posiciones de Benedicto XVI y Suess pueden armonizarse como dos matices de una posición que concuerda en lo fundamental. Hay ocasiones, y ése me parece el caso de la recepción del Vaticano II en América Latina y su derivación reflexiva conocida como Teología de la Liberación, en que la “corrección” no tiene que ver con una discontinuidad con el Depositum Fidei, sino con un verdadero retorno a una legítima tradición apostólica o, para decirlo con mayor claridad, la corrección de una tradición desfigurada. Eso me parece que ha sucedido con la opción por los pobres y con la primacía del Jesús histórico en la reflexión teológica latinoamericana.

A contrapelo de las interpretaciones conservadoras de los textos conciliares, las correcciones que se derivan del espíritu del Vaticano II no dejarán de desplegar sus posibilidades en el futuro próximo a menos que, uniéndonos a los lefevrianos, terminemos por declarar como inválido el esfuerzo más serio de renovación que la iglesia católica ha realizado en los últimos tiempos.

Iglesia y Sociedad

Ovejas negras

14 Mar , 2013  

Presentación del libro

“Ovejas Negras. Rebeldes de la iglesia mexicana del siglo XXI”
de Emiliano Ruiz Parra (Océano, México DF, 2012)

Christopher Sykes, en su libro “Black Sheeps” (Viking Press, 1983) señala que en Inglaterra, durante los siglos XVIII y XIX, las ovejas color negro eran consideradas como ovejas marcadas por el diablo. Lo cierto es que la oveja negra, que ocasionalmente nacía en un hato de ovejas blancas por predominio de los llamados genes recesivos, tenía el problema de que su cotización en el mercado era mucho más baja que aquella de las ovejas blancas. La denominación “ovejas negras”, pues, tiene ya desde su origen una cierta connotación negativa. Es a partir de este origen que se ha derivado el modismo que califica con este nombre a miembros de un grupo que se caracterizan por su singularidad o diferencia con el resto. Esta diferencia suele ser vista con recelo, como bien afirma la Wikipedia: “(El término) deriva de la presencia indeseable y poco común de individuos de lana negra en rebaños de ovejas blancas, lo cual no era bueno para el criador ya que la lana de dichas ovejas no era cotizada en el mercado”. Cuando el término se aplica a grupos humanos, regularmente, como es el caso de la obra que ahora comentamos, el modismo “ovejas negras” tiene connotaciones de disidencia, de rebeldía.

Emiliano Ruiz Parra optó por este término para titular el libro en el que nos comparte las semblanzas de algunos de los varones católicos más emblemáticos de nuestros tiempos, sea por su posición disidente frente al tratamiento que la iglesia jerárquica da a algunos temas, sea por el riesgo, para su prestigio y para su vida, que ha conllevado dicha posición disidente.

A mí me gusta la disidencia. Me parece un signo de buena salud. Una de las discusiones más candentes entre las personas que aspiran a construir sociedades más democráticas, es la discusión acerca del pensamiento único o, como es llamado en otras partes, pensamiento fuerte. James Scott define el pensamiento único y su contraparte, la insubordinación o disidencia, cuando afirma: “Las instituciones cuya identidad depende de una doctrina necesitan que la unanimidad se exprese públicamente, aunque la sinceridad de estas expresiones les preocupa poco. La duda personal o el cinismo introvertido son importantes, pero representan algo muy distinto de la duda pública y el rechazo abierto a una institución. La negativa abierta a cumplir con una puesta en escena hegemónica es, por tanto, una forma especialmente peligrosa de insubordinación… y un acto único de insubordinación pública exitosa perfora la superficie uniforme del aparente consenso…”

De ahí que el rescate de las figuras de estos disidentes que pueblan el libro de Emiliano sea tan importante. Se trata, ni más ni menos, de mostrar con estos testimonios que la iglesia católica es una casa muy amplia, donde caben pensamientos muy diversos, y que mal haríamos con identificar a la pluralidad de la iglesia con el modelo de pensamiento único propugnado por algunas de sus autoridades. Se trata de disidentes públicos, de esos que, al decir de James Scott, “perforan la superficie uniforme del aparente consenso”.

La disidencia en la iglesia tiene mucho de amor y de resistencia. Brota, sí, de la constatación cada vez más palpable de un modelo de organización que ha terminado por alejarse de su origen. Jesús de Nazaret, el rabino itinerante de pies descalzos que, en la Palestina del siglo I apareció anunciando la irrupción del Reino de Dios y que construyó un movimiento alternativo que se distinguió por la igualdad y la fraternidad horizontal entre todos sus miembros y miembras, no parece tener gran cosa que ver con una iglesia en la que su autoridad máxima es un Jefe de Estado, los asuntos vitales para todos son decididos por una gerontocracia masculina y célibe y las mujeres son ciudadanas de tercera clase.

Pero la disidencia no se autoexcluye. Se siente parte de una familia de siglos que la sobrepasa. La disidencia de hoy es pariente de aquella del siglo XIII con Francisco de Asís, de la disidencia del siglo XVI con Giordano Bruno, o aquella, por femenina aún más audaz, de Teresa de Jesús. Por eso la disidencia católica se asemeja mucho a una fotografía que, en tiempo de las pasadas elecciones, circuló profusamente por la red: se trata de la foto de una casa de clase media que tiene en su fachada una lona grande de propaganda del PRI. La lona reza: “En esta familia, todos somos del PRI y estamos con Peña Nieto”. Junto a la lona, en una cartulina hecha a mano, aparece la leyenda del disidente de la familia. La cartulina contiene la frase simple, pero revolucionaria: “No todos”. Hay en la frase disidente un reconocimiento implícito: efectivamente, yo también soy parte de esta familia, pero no por ello tengo que pensar todo como lo piensa el resto. Siempre he sostenido que una de las mayores victorias de la civilización puede palparse cuando un ciudadano o ciudadana de a pie, común y corriente, sin pretender representar a ‘las mayorías’ y sin ostentar más autoridad que la de su propia palabra, se levanta y dice la frase clave: ‘no estoy de acuerdo’ y argumenta su disenso.

Son cuatro los capítulos en que Emiliano Ruiz Parra presenta a sus ovejas negras: Los Precursores, que incluye a Don Sergio y a J-Tatic Samuel; Los Dolientes, donde se enlista a Javier Sicilia, el Padre Solalinde y Pedro Pantoja; Los Defensores, capítulo en el que se presenta al obispo Raúl Vera y al cura obrero Carlos Rodríguez, y, finalmente, Los Disidentes Sexuales, que presenta al tenaz Dr. José Barba y una somera recolección de personas y posiciones titulada “Sacerdotes Casados y Mujeres en el Púlpito”, la sección más floja del libro, puesta, me parece, más bajo la presión de no soslayar esta temática en el libro, pero que resulta poco representativa de las discusiones y testimonios que se dan actualmente en la iglesia en este conflictivo ámbito y que tendría que haber contemplado a personajes como James Alison, el teólogo dominico, Roberto Coogan, el capellán de la pastoral de la diversidad sexual saltillense o a las siempre combativas Católicas por el Derecho a Decidir.

El libro me ha gustado. Me ha gustado su incorrección política. En un tiempo en que lo que vende es la descarnada exhibición de las bajezas cometidas por algunos ministros ordenados, un libro que rescata para la memoria colectiva las apasionantes vidas de cristianos y cristianas comprometidos con causas concordantes con el evangelio de Jesús no puede menos que agradecerse. Por muchas razones este libro es una buena noticia. Lo es, sí, por el prisma plural desde el cual se retrata la disidencia (tres obispos, tres presbíteros y dos laicos, de distintas procedencias y ámbitos diversos de testimonio e influencia), pero lo es también porque los personajes retratados aparecen todos como fascinados por la figura de Jesús de Nazaret. Si uno se pregunta si, en el marco de esta iglesia absolutista, desigual y patriarcal en la que vivimos, persiste como realidad viviente la utopía del evangelio, este libro le dará una respuesta positiva. El impacto de Jesús y de su testimonio, dos milenios después, sigue fascinando personas, alimentando vidas e impulsando proyectos de humanización. Y sobrevive a despecho de una institución que, más preocupada por sí misma y por sus privilegios que por el anuncio del Reino de Dios y la consecuente transformación del mundo, se ha convertido para muchos en un obstáculo para la aceptación del evangelio. Es quizá esta oscuridad generalizada la que hace que estos testimonios luminosos brillen de especial manera.

No se piense, sin embargo, que el libro de Ruiz Parra pertenece al género de las hagiografías. No se trata de una edición actualizada de aquella literatura que llenó nuestra infancia y que llevaba el nombre de “Vidas Ejemplares”. Las Ovejas Negras de Emiliano Ruiz Parra no son objeto de culto ni pretende el autor, como sí se hiciera de manera vergonzosa con el pederasta fundador de la Legión de Cristo, proponerlos como “colmados de los dones del Espíritu Santo” o “guías eficaces de la juventud”. No. Los personajes del libro son de carne y hueso, cruzados por un sinnúmero de contradicciones, sumergidos en esta vorágine de acontecimientos que llamamos historia, tan plena de ambigüedades. Las personas retratadas en este ensayo son, desde mi perspectiva, discípulos de Jesús. Hacen honor a una de las relaciones dialécticas que el autor esboza en su introducción: “entre el pasado (la interpretación de los evangelios) y el presente (la militancia por la justicia social y la libertad) de los protagonistas de este libro: el evangelio se lee a la luz de las urgencias políticas y morales de nuestra hora y con las herramientas científicas de nuestro tiempo; la narrativa revisada de ese pasado, a su vez, se convierte en inspiración de la acción militante en el presente concreto”. Es eso lo que los hace religiosa y políticamente peligrosos. Discípulos de Jesús: nada más, pero nada menos.

Alguna vez, el subcomandante Marcos, mientras peregrinaba por la geografía nacional, dijo lo siguiente con su peculiar prosa: “Hay de iglesias a iglesias… Hay, es cierto, la Iglesia que heredó la soberbia, la estupidez y la crueldad del conquistador hispano. El alto clero que elige estar del lado del poderoso y encima de los que abajo son el color de la tierra, sin importar el tiempo que marque el calendario. El Onésimo Cepeda que se reproduce en todo el territorio mexicano, con otros nombres, repartiendo bendiciones en los campos de golf, en los restaurantes de lujo, en las soberbias mesas en las que todo abunda, menos la dignidad y la vergüenza… La Iglesia de la opresión y la soberbia. La que, hereje, adora a los dioses del poder y del dinero. La que ora porque la conquista continúe y no se detenga hasta eliminar a los habitantes más primeros de estos cielos. La que es indulgente con el crimen hecho gobierno y empresa, y condena al fuego infernal y terrestre la rebeldía de quienes piden justicia y paz.
Pero también hay, es cierto, otra Iglesia. La que heredó la humildad, la honestidad y la nobleza. El bajo clero que está en la opción por los pobres. La Iglesia que elige estar del lado de los marginados sin importar la festividad religiosa. Los párrocos, monjas, seglares y creyentes que no imponen ni se imponen, que trabajan abajo, hombro con hombro, con quienes hacen parir la tierra, andar las máquinas, caminar los productos. Esta otra Iglesia la forman los equivocados. Porque donde dice “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, ellos leen “amarás a tu prójimo más que a ti mismo”. Y donde dice “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, ellos leen “bienaventurados los que se acercan a los pobres, porque con ellos será el reino de justicia en la tierra”. Y donde dice “no robarás”, ellos leen eso: “no robarás”. Y donde dice “no mentirás”, ellos leen “no predicarás la resignación y el conformismo”. En Puebla, y en toda la República Mexicana, esta otra Iglesia camina de la mano de los pueblos indios y con ellos resiste y lucha”.

Esa es la iglesia que queda retratada en Ovejas Negras. Con un talante utópico de tal envergadura, no es extraño que los movimientos de resistencia estén plagados de este tipo de discípulos y discípulas. No serán la mayoría ni ocuparán puestos de relumbre o escaños relevantes en la geografía de las jerarquías de arriba. No pidamos peras al olmo. Tampoco se suele encontrar auténticos revolucionarios en las curules de los diputados y senadores. ¿Cuántos cristianos y cristianas, en cambio, encontramos en trabajos que tienen que ver con el respeto a los derechos humanos de diversos grupos sociales en nuestro país? Miles. Sólo en la Red Nacional de Organismos Civiles “Todos los Derechos para Todas y Todos”, que cuenta con cerca de ochenta organizaciones en el territorio nacional, cerca del 70% son organizaciones con raíces cristianas.

Una cosa nada más tendría que reclamarle al autor: la casi total ausencia de mujeres. Puede comprenderse que en la institución occidental más empapada del espíritu patriarcal no sobresalgan per se mujeres. Pero Cristina Auerbach, Jackie Campbell y Janet Collin-Smith, mencionadas en el libro, hubieran merecido cada una su propio capítulo. Si me preguntaran ahora si en Yucatán existen personas que habrían dignamente ocupado las páginas de este libro, como testimonio de resistencia y rebeldía al interior de la iglesia católica, mi boca y mi corazón se llenarían de nombres de mujeres. Ellas lo saben, porque varias de ellas están aquí presentes. Pero nadie sabe si Ruiz Parra nos entregará, en algún futuro posible, algún libro sobre la presencia rebelde de las mujeres católicas en la iglesia mexicana.

Hay algo de lucha contra el olvido en este libro, porque rescata para la historia el testimonio de personas que, de otra manera, sería difícil que conociéramos. Aunque, hay que reconocerlo, la historia parece a veces no ser otra cosa sino el registro de las mayores disidencias. Quizá una de las pocas alegrías de los estudiosos de las disidencias sea precisamente esa: todo mundo sabe quién fue Giordano Bruno. Muy pocos recuerdan quién era el inquisidor que se le acercó al pie de la hoguera para reconvenirlo y llamarlo al arrepentimiento. A los que ejercen de inquisidores la historia los trata como lo que son, marionetas del poder, sucumbidos al olvido, conocidos únicamente gracias a sus víctimas.

A propósito de Giordano Bruno: Cuentan que el anónimo inquisidor le dijo a Giordano, antes de encender la hoguera: ¿reniegas de las proposiciones heréticas que has sostenido? A lo que Bruno respondió: No. Entonces, le dijo el inquisidor, quedas expulsado de la iglesia militante y de la iglesia triunfante. Giordano Bruno lo enfrentó diciéndole: “¡Espera! De la iglesia militante puedes expulsarme, pero no de la triunfante. No tienes en ello competencia”. Como una vez me dijera María Sarquiz, una mujer íntegra, luchadora contra los prejuicios que circundan al VIH/SIDA: “Yo, con Dios, no tengo ningún problema. Mis problemas son con el personal de tierra”.

Quede pues la invitación a la lectura de Ovejas Negras. Un libro que se disfruta. Lean ustedes el testimonio de estos disidentes. Les aseguro que documentarán su esperanza y fortalecerán su espíritu de resistencia.

Iglesia y Sociedad

El Papa y el Papado

5 Mar , 2013  

“El problema no es el Papa, sino el Papado”, titulaba el teólogo español José María Castillo uno de sus más recientes artículos. Creo que es una formulación muy afortunada. Ahora que la Sede está vacante es una buena oportunidad para que todos los bautizados y bautizadas comencemos a conversar sobre los cambios estructurales que nuestra iglesia necesita. No se trata de mirar solamente quién será el nuevo Papa nombrado, sino atrevernos a revisar con ojos de Evangelio la manera como estamos organizados.

En este sentido puede resultar interesante leer el artículo de Eduardo Hoornaert titulado ¿Cómo entender el Papado? Algunos apuntes de orden histórico, que se publica en el portal electrónico de Koinonia. Un repaso histórico de las circunstancias en las que creció el poder el Obispo de Roma son una buena medicina para quienes piensan que el gobierno de la iglesia fue siempre de la misma manera como es hoy y que se imaginan a Jesús casi casi poniéndole la mitra y el báculo a Pedro, el pescador.

Nos recuerda Hoonaert que es hasta el siglo IV cuando el Patriarca de Roma comienza a ostentar títulos que subrayan desigualdad, como Sumo Pontífice, Príncipe de los Apóstoles, etc., y avanza la estrategia romana de buscar el control de los demás obispos. Antes de esta fecha, hasta mediados del siglo IV, el Papa no intervenía en las decisiones tomadas en las reuniones de Obispos, que eran libres y soberanos. El cisma de 1054, que dividió la iglesia entre católicos y ortodoxos, fue justamente la reacción final de los patriarcas de oriente a las tensiones generadas por el intento del Patriarca de Roma de imponerse sobre los otros patriarcados de Oriente.

Esta visión histórica (es un artículo largo el de Hoornaert, que vale la pena leer) nos sirve para que, en palabras del propio autor, sea más fácil “comprender que el papado es una construcción histórica condicionada por el tiempo y por el espacio, como todo lo que el ser humano hace. Y todo lo que el ser humano construye puede ser de-construido, remodelado o substituido por algo que sea más adecuado a las exigencias del momento”. La intención del Concilio Vaticano II fue, entre otras cosas, indicar los caminos para la superación de un papado absolutista con la introducción de la categoría de colegialidad en toda la iglesia. En ese campo, sin embargo, el Concilio es todavía una higuera que no da frutos.

Y sí: una de las tareas más importantes que toca realizar a nuestra generación es la de-construcción de un modelo de relaciones intraeclesiales que, no solamente resultan inviables para responder a la nueva cultura de los derechos humanos, sino que no parecen tener mucho que ver con los principios evangélicos. Construir una iglesia de iguales, respetando el mandato de Jesús (“porque todos ustedes son hermanos…” Mt 23,8), es una de las tareas que podrá contribuir a reconciliar a la iglesia con los hombres y mujeres de hoy, y eso requiere de una profunda reforma que recoloque al Papado en su servicio auténtico y lo aleje de los peligros absolutistas.

Mucha gente se siente inquieta por las críticas que se escuchan en los medios de comunicación. La renuncia de Benedicto XVI ha tenido, entre otras cosas, el efecto de replantear muchas de las asignaturas pendientes para la iglesia y de sacar a la luz pública algunas de las malas decisiones tomadas por autoridades eclesiásticas, sobre todo respecto al doloroso problema del abuso de niños y niñas a manos de ministros religiosos. Esta avalancha de críticas puede causar cierta desazón en las y los creyentes, pero en medio de tanta alharaca podemos escuchar la urgente llamada del Espíritu a una reforma radical de la iglesia. Si, en lugar de solamente defendernos, comenzáramos por aceptar que ha habido debilidades severas en el encaramiento de algunos de los problemas que nos han aquejado en los últimos años, iniciaríamos, sin duda, un camino de conversión.

Un problema, al que sólo me referiré breve y tangencialmente, es el de los comunicadores católicos, presbíteros y laicos/as, que en prensa y radio insisten solamente en el aspecto “espiritual” de la elección del Papa como si la inspiración del Espíritu Santo fuera el único elemento del que dependiera el resultado del proceso electoral, dejando de lado las necesidades de la iglesia, las angustiosas situaciones por las que el mundo pasa (pobreza, desigualdad, desastre ecológico…), y como si la utilización de un discurso teológico medieval pudiera ocultar los graves problemas a los que tiene que enfrentarse la institución debido a sus conflictos internos. Esta es una irresponsabilidad de parte de comunicadores y voceros de la iglesia que dejan a los católicos y católicas de a pie sin argumentaciones serias y razonamientos sólidos frente a la avalancha de severas críticas que se esparcen en los mismos medios en los que ellos hablan. Quedé sorprendido hace algunos días cuando, escuchando una estación local de radio, oí a un comentarista católico decir que la primera decisión fundamental del nuevo Papa era… ¡la elección de su nombre! Como reza el refrán: con amigos así, para qué queremos enemigos. A propósito de este tema puede servir mirar el artículo de la teóloga Ivone Gebara La elección de un nuevo Papa y el Espíritu Santo.

Diré una última palabra sobre el Papado. Muchas personas se preguntan cómo será posible iniciar la reforma que la iglesia católica necesita si toda la maquinaria institucional, incluyendo su normatividad canónica, defienden de hecho el absolutismo papal. El asunto no es simple. Pasa, sí, por la elección como Papa de un hombre abierto al Espíritu y a los desafíos de nuestro tiempo, dialogante y conciliador, que apueste por la colegialidad e inicie el desmantelamiento y renovación de las estructuras que le otorgan el poder absoluto. Pero también, al mismo tiempo, requiere que los católicos y católicas de base comencemos a hablar sin miedo de estos temas, a dejar de considerar cada crítica a la institución como una traición, a empeñarnos en una búsqueda sincera de una convivencia intraeclesial que nos acerque más al mensaje del Evangelio.

Hay formas en las que la iglesia podría comenzar a cambiar sin necesidad de muchas modificaciones legales. Incluso en asuntos tan difíciles como los procesos de elección de un nuevo Papa. Como bien señala Giovanni Franzoni (antiguo Abad benedictino, presente en la última sesión del Concilio) en la revista “Confronti”, en un artículo reproducido en el portal electrónico Redes Cristianas, “…en el pasado también ha habido cardenales laicos. Si se esto pudo hacerse para honrar a las grandes familias de los patricios católicos, también podría hacerse para enriquecer el Colegio con el que el Papa se confronta y se aconseja antes de convocar los Sínodos. Esta ventana abierta en el Colegio de los Cardenales existe. Y a través de las ventanas abiertas pueden entrar moscones molestos pero – ¿por qué no? – también golondrinas. Una vez, en el Concilio Vaticano II, un obispo de la India preguntó si para las tareas de alto nivel que pudieran ser encomendadas a los laicos (tales como la administración o las nunciaturas apostólicas) no podrían ser nombradas también las mujeres. Así, sin pasar por la difícil cuestión de la ordenación sacerdotal de la mujer –vista con recelo por las mismas feministas y detestada por los conservadores– el nuevo Papa fácilmente podría ampliar el Colegio de Cardenales a 50 mujeres. Nada que objetar ni siquiera por el Derecho Canónico actual”. Esta opinión de Franzoni, por audaz que parezca, modificaría sustancialmente el panorama electoral de un nuevo Papa y es una muestra de cómo podemos ir encontrando entre todos un itinerario en el que se aborden los cambios parciales que vayan contribuyendo a la reforma de la iglesia.

Termino estas reflexiones con las palabras de Koldo Aldai, en un artículo ¿Nuevo Papa?, publicado en el portal electrónico de Eclesalia: “No desearíamos un nuevo y pomposo Papa, desearíamos una refundación integral de una institución tan anclada en la Edad Media… La humanidad, en vías de emancipación de tutelas de todo orden, no puede aceptar más sumisión que a los principios y valores universales que pregonó Jesús; no puede asumir más devoción que aquella debida al resto de la humanidad, sobre todo a aquella más sufriente… Lo proclamamos por supuesto con todos los respetos: no desearíamos nuevo Pontífice, preferiríamos un hermano en Roma, falible, de carne y hueso, camisa y pantalón. Si alguien nos preguntara, quisiéramos un conocedor del ser humano y sus desafíos, no de la letra y las formas que caducan; un abridor de nuevos caminos, un abrazador de otros sentires, un ingeniero puenteador con otros credos. Desearíamos un hombre, una mujer en el Vaticano que día a día se preguntara, no cómo defender el imperio de la fe, sino cómo extender el principio de solidaridad universal, de fraterno amor; que en cada momento se interrogara cómo caminaría el Nazareno por las inciertas, convulsas, pero al mismo tiempo esperanzadoras, avenidas de nuestros días”.

Iglesia y Sociedad

Pluralidad Religiosa en México. Cifras y Proyecciones

27 Feb , 2013  

Presentación del libro
Pluralidad Religiosa en México. Cifras y Proyecciones
De Elio Masferrer Kan
(Libros de la Araucaria S.A., Buenos Aires, 2011, pp. 256)

Reza la enciclopedia que la Estadística “es una ciencia formal que estudia la recolección, análisis e interpretación de datos de una muestra representativa, ya sea para ayudar en la toma de decisiones o para explicar condiciones regulares o irregulares de algún fenómeno o estudio aplicado, de ocurrencia en forma aleatoria o condicional. Sin embargo, la estadística es más que eso, es decir, es el vehículo que permite llevar a cabo el proceso relacionado con la investigación científica”.

Hasta aquí la definición. Nadie tendría ningún problema con ella. Pero hay algunos que practicamos la sospecha como si fuera un deporte. Seguramente en gente como nosotros tuvo su origen aquel refrán que aquí en Yucatán escuchamos desde niños (y practicamos con religiosa obediencia): “piensa mal y acertarás”. Así que ante las encuestas y sondeos de opinión, hay gente que dudamos, que preguntamos, que no nos tragamos la píldora.

El problema es que los sospechosistas somos cada vez más. Cunde por todas partes la percepción de que el conocimiento estadístico, las encuestas y su interpretación, pues, son intencionadas y frecuentemente usadas para llevar agua al molino de alguien. Es decir, que los datos brutos que arroja algún sondeo pueden ser interpretados de muchas maneras y hay la posibilidad cierta de favorecer algunos intereses si se opta por una interpretación o por otra. Las encuestas en las campañas políticas son el mejor ejemplo de cómo los datos pueden presentarse para favorecer a un determinado candidato o candidata. El escándalo de las encuestas organizadas y/o financiadas por Milenio en la elección presidencial próxima pasada, por poner solo un ejemplo, muestra cómo se puede hacer campaña con las estadísticas y cómo la confiabilidad de un medio de comunicación se ve seriamente dañada cuando el engaño es puesto al descubierto por la terca realidad.

Quizá es ese creciente escepticismo el que llevó a Benjamín Disraeli a decir que “hay tres tipos de mentiras: mentiras pequeñas, mentiras grandes y estadísticas”. No se trata, muchas veces, del falseamiento de los datos, sino de una presentación con sesgos intencionados de parte de quien realiza las encuestas o de quien las interpreta. En algunos casos, dicho sesgo intencionado puede constituir un verdadero fraude social. Esto ha llevado a muchos especialistas a ser muy cuidadosos en las metodologías que las instituciones encuestadoras utilizan y a no aceptar cheques en blanco en cuestión de estadísticas. Recordamos aquí que ya en 1909 el Decano de la Universidad de Harvard, Lawrence Lowel, escribía que “las estadísticas, como algunos pasteles, son buenas si se sabe quién las hizo y se está seguro de los ingredientes”. Si a esto le aunamos el uso que los medios de comunicación hacen de los resultados estadísticos, simplificando informaciones, ya podemos imaginar el crecimiento de la desconfianza social respecto de estos ejercicios. Y aunque a la mayor parte de la gente las estadísticas las dejen sin cuidado y les hagan lo que el viento a Juárez, a veces –como cuando uno tiene que presentar un comentario sobre un libro que lo que hace es precisamente analizar las estadísticas, como es ahora mi caso– uno tiene que ocuparse de ellas, así sea para volver a enterrarlas, más pronto que tarde, en el cajón de escritorio de algún especialista.

Elio Masferrer Kan, además de un estudioso del fenómeno religioso, es un sospechosista de primera. No he podido averiguar si Santiago Creel inventó el término inspirado justamente en su persona. Y creo que nunca lo averiguaré dado que, con los escandalazos que Carmen Aristegui saca cada día en su noticiero matutino acerca de los casinos en nuestro país, Santiago Creel, católico de nacimiento y educado en su primaria por Hermanos Lasallistas, debe andar escondido porque fue él, que no se nos olvide, el que aprobó en mayo de 2005, en tan solo cinco días, siendo secretario de gobernación del sexenio foxista, 432 centros de apuestas remotas y salas de sorteo a un grupo de acaudalados empresarios mexicanos, entre ellos algunos relacionados con los medios de comunicación como Emilio Azcárraga Jean, de Televisa; Olegario Vázquez Raña del Grupo Imagen, y Carlos Enrique Abraham Mafud, entonces concesionario de TV Azteca en Yucatán.

Pero volvamos a lo nuestro. Elio Masferrer, que estudia el comportamiento religioso en México y América Latina desde hace muchos años, comenzó a sospechar de los censos realizados por el INEGI. Algo parecía no cuadrarle. La diversidad religiosa de nuestro país no le parecía bien reflejada en las cifras de los censos decenales. No solamente porque no percibía en los resultados censales la crisis de disminución que experimentaba la iglesia católica, sino porque la enorme cantidad de entidades religiosas, particularmente de la corriente evangélica pentecostal, no se distinguían en las cifras finales de los censos.

Entonces decidió realizar una investigación sobre las cifras que arrojan los censos del México independiente en torno a la pregunta “Religión”. El resultado es el libro que estamos presentando, fruto del trabajo de varios años de Masferrer y su equipo de colaboradores. Al análisis de los resultados censales, a través de los cuales demuestra la inconsistencia de las distintas metodologías que ha adoptado el INEGI a lo largo de los años y lo incompleto y sesgado de sus resultados, añade algunas hipótesis para explicar el fenómeno de la diversidad religiosa.

En la investigación que este libro reporta, el equipo de estudiosos, dirigido por Elio Masferrer, cuestiona la metodología utilizada en la recolección de datos censales sobre religión, analiza el crecimiento de lo que el libro llama “disidencias” religiosas (sobre todo evangélicos y pentecostales) –y que yo preferiría llamar minorías religiosas– y estudia los datos que quedan clasificados bajo los ambiguas categorías “sin religión” o “religiones no especificadas” ponderando, en base a estos datos, la significación de los errores o inexactitudes censales.

Destaco algunos elementos de la investigación que me parecen útiles e incontrovertibles:
1. La disección de los datos censales realizada por el equipo de Masferrer tiene la virtud de complejizar el panorama religioso. Este resultado me parece oportuno para la sana convivencia en la actual pluralidad religiosa, porque no solamente nos ayuda a no mirar un panorama de blancos y negros, mayorías y minorías, ortodoxos y disidentes, sino que muestra la vigencia de decenas de factores que explican el crecimiento de las religiones minoritarias y las transformaciones que ha venido sufriendo la religión mayoritaria.
2. Las metodologías usadas para la elaboración de los cuestionarios censales en materia de religión son ambiguas, disparejas, no aportan luz sobre la diversidad religiosa en nuestro país y pueden esconder sesgos que desorientan al ciudadano de a pie y favorecen a una religión sobre las otras. Hay un sobredimensionamiento de los católicos romanos en los resultados censales, producto de múltiples factores.
3. La elaboración de las preguntas censales en materia religiosa encuentran una explicación amplia y una clave de interpretación en las relaciones que las distintas iglesias, especialmente la católica romana, tienen o han tenido con el poder político y económico. No tomar esto en consideración es ingenuo.
4. La diversificación religiosa en el campo protestante (iglesias históricas, pentecostales, cristianas o de nuevo cuño) no se refleja convenientemente en los resultados de los censos, aunque no hayamos de atribuir esto solamente a las preguntas que realizan los encuestadores o a la metodología que utilizan los censos, sino también a que, más allá de las macroidentidades, la diversificación evangélica es un maremágnum un tanto caótico para quien la mira de fuera y, me temo, hasta los que lo hacen desde dentro.

Aceptar el sobredimensionamiento de los católicos en los datos censales y la subvaloración de la pluralidad religiosa y del crecimiento de las minorías cristianas y bíblicas no evangélicas, no significa tener que estar de acuerdo en todos los aspectos de las hipótesis que el autor del libro plantea a lo largo de sus páginas. Y como el sospechosismo ha sido altamente valorado a lo largo de esta exposición, me permito también expresar las sospechas que despiertan en mí algunas insistencias del autor que pueden revelar un sesgo en el análisis de los datos.

Me parece respirar a lo largo de toda la investigación algo que puede terminar constituyendo un prejuicio en la valoración de los datos: que el concepto de pluralidad religiosa, para ser tal, exigiera la destrucción de las mayorías y las paridades numéricas. Los católicos, que aun en la más audaz de las consideraciones numéricas, continúan siendo una sólida mayoría religiosa, parecen no entrar en el panorama de la pluralidad sino como un obstáculo. Algo equivalente a decir que la transición democrática requiriera, para ser llamada tal, la desaparición del partido que representa el sistema autoritario que se pretende dejar atrás: No habrá democracia hasta que el PRI desaparezca. Y espero que nadie diga mañana que estoy comparando a la iglesia católica con el PRI (aunque lo esté haciendo… pero esto queda en confianza). Esto se manifiesta también en las numerosas veces que el abandono de la iglesia católica es identificado en el libro como reflejando la incapacidad de dicha institución de dar respuesta “a los desafíos de la postomodernidad”, lo cual puede ser cierto desde muchos puntos de vista, pero las conversiones de una denominación protestante a otra nunca se explican de esa manera. Es decir, para no ahondar más en este sesgo autoral (sobre todo si el autor está presente), considero que no es pecado mortal sospechar que en muchas partes del texto que comentamos, el autor desliza de manera perceptible una valoración siempre negativa de la institución católica romana con la que puede estarse o no de acuerdo, pero que arriesga comprometer la imparcialidad de todo el estudio.

Propongo algunos ejemplos que, me parece, muestran a lo que me refiero. En la página 46 se hace la afirmación: “Muchos disidentes tienen temor a las presiones institucionales y gubernamentales, porque están conscientes de que su preferencia religiosa puede ser causa de agresión y no sólo no será sancionada, sino que contará con el respaldo gubernamental de los grupos de poder local e incluso federal”. Aunque no es esta una experiencia común en nuestro estado uno puede entender que sea una afirmación creíble y comprobable. El problema es cuando, para justificar dicha afirmación, la nota reza: “Sirve para formular esta hipótesis la postura que adoptó la Secretaría de Gobernación cuando declaró que el cardenal Sandoval no había violado la Constitución al afirmar que el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México había maiceado (sobornado) a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, ni que había discriminado a alguien al opinar que a nadie le gustaría ser adoptado por dos maricones”…

Entiéndase lo que digo: a mí también me parece que las opiniones del entonces Cardenal de Guadalajara son patéticas, y que la declaración del Secretario de Gobernación en su favor fue vergonzosa (a pesar de la loable declaración de la CONAPRED que tomó la posición contraria respecto a lo dicho sobre las personas homosexuales, registrada también por la nota). Pero proponer estos ejemplos como corroboración de la hipótesis de que los disidentes religiosos sabrían que las agresiones en su contra por ser minorías religiosas no serán sancionadas me parece cuando menos excesivo. Es una prueba que no prueba nada, salvo que se extienda arbitrariamente. Algo así como lo que a propósito he hecho yo al principio de esta intervención, al recordar que el católico Creel aprobó los casinos que tantos dolores de cabeza nos causan hoy en día, sin que tenga nada que ver con el tema que estamos tratando, sino sólo para explicar el sospechosismo del autor y para concederme el placer, ese sí, casi pecaminoso, de recordar cada vez que puedo esta incongruencia del panista (que podría, desde luego, ser admirado por otras acciones… pero no por ésta).

Lo mismo podría decir sobre algunos otros sesgos, como la desestimación del priismo tradicional de los protestantismos (al menos de los históricos), la subvaloración de la teoría de la conspiración en el caso de los intereses del gobierno de los Estados Unidos en la difusión de las denominaciones de origen norteamericano (que comparto) en la página 40, pero la afirmación, solo una página antes, de que “En 1950… tanto Manuel Ávila Camacho como Miguel Alemán (que) eran católicos estaban interesados en revertir las tensiones con la iglesia católica…” y por eso habrían definido preguntas censales cargadas –como los dados– hacia un solo lado, suena también a teoría conspiratoria.

Lo bueno es que, aun cuando estos sesgos pudieran ser discutidos y hasta comprobados, no hacen menoscabo alguno en las sólidamente probadas inconsistencias de los resultados censales reveladas en el libro y en las consecuencias que esto reporta en la caracterización de la complejidad religiosa del México contemporáneo. El trabajo de Masferrer y su equipo son un aporte insustituible para los especialistas en estudios de la religiosidad en México y para cualquier lector o lectora que quiera acercarse con datos críticamente valorados al fenómeno de la pluralidad religiosa en nuestro país.

No puedo terminar sin una nota regionalista. Los datos sobre Yucatán nos dejan, por así decirlo, bien parados. A la consolidación de la presencia evangélica en el estado (p 49), atestiguada incluso por los resultados censales a pesar de sus insuficiencias metodológicas, se corresponde una disminución del fenómeno de la intolerancia, según las encuestas sobre discriminación realizadas por la CONAPRED (p 66), lo que hace que el autor posicione a Yucatán entre las entidades de “pluralidad consolidada”. Enhorabuena. Lástima que ese respeto de los yucatecos a la pluralidad religiosa no se extienda, por ejemplo, a la diversidad sexual. Yucatán es el tercer estado en crímenes de odio por homofobia. Y a la conservación y perpetuación de esta mentalidad discriminatoria contribuyen a mi parecer, desafortunadamente, tanto mayorías como minorías religiosas. Pero esa es otra discusión.

No me resta sino invitar a la audiencia a echarle una ojeada a la obra que hoy presentamos. Es una temática que interesa sobre todo a quienes se ocupan desde el ámbito de su trabajo de la situación religiosa mexicana pero que, como bien sostiene la presentación, “su estructura ágil permite que sea leído por un público amplio y diverso”.

Iglesia y Sociedad

Sabina Rivas y los Sonderkommandos

21 Feb , 2013  

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de ver la película La vida precoz y breve de Sabina Rivas. Dirigida por Luis Mandoki, el filme es una adaptación de la novela La Mara, de Rafael Heredia. La película retrata, de manera cruda y sin concesiones, la realidad de miles de centroamericanas que, en su afán por llegar a los Estados Unidos, salen de sus países dispuestas a atravesar México y alcanzar la frontera norte. La peligrosidad de ‘La Bestia’, la corrupción de las autoridades migratorias mexicanas, las bandas del crimen organizado que sacan ventaja de la vulnerabilidad de las y los migrantes, los giros negros –escuelas de prostitución– que se ofrecen a las migrantes como oportunidades para aligerar y asegurar su camino hacia el sueño gringo, aparecen en una imagen policromática en la película producida por Abraham Zabludovsky.

Pero no quiero hacer aquí, en esta ocasión, crónica cinematográfica. Tampoco quiero abundar sobre la paradójica asistencia financiera de Televisa y del gobierno de Chiapas a este proyecto fílmico. Quiero solamente hacer alusión, como punto de partida para la reflexión que hoy quiero compartirles, a una escena de la película que me hizo pensar.

La protagonista (una joven que de niña fue violada por su propio padre, que no encontró apoyo ni ayuda en su madre que no hizo nada por evitar las violaciones continuas, que fue testigo presencial de la muerte de sus progenitores a manos de su hermano que, enamorado de ella y por defenderla, terminó ultimando a padre y madre) trabaja en una cantina-prostíbulo en una ciudad fronteriza de Guatemala, a orillas del Suchiate. Es protegida y explotada por una matrona que alimenta el sueño de la muchacha de llegar a los Estados Unidos y se vale de ello para explotarla y sacar provecho. En un momento determinado, cuando un corrupto policía mexicano la persigue y quiere obligarla por la fuerza a mantener relaciones con su jefe, la matrona sale en defensa de la muchacha y aleja, con arma en la mano, al policía abusador.

La relación matrona – pupila no deja de ser ambigua a lo largo del filme: la mujer explota a la joven, sí, pero es también el único afecto cercano que la muchacha experimenta. Por momentos se antoja casi como un sustituto materno. Mientras veía las escenas de ellas dos conversando, en un dejo algo parecido a la ternura, el hígado se me revolvía. ¿Cómo puede aparentar ternura quien vive de la explotación de otras mujeres?

Mis pensamientos se vieron de pronto interrumpidos. Mi compañero de butaca, ignorante de los sentimientos que este tipo de relación despertaba en mí, cuando vio a la matrona defender con el arma en la mano a su pupila en contra del policía corrupto y amenazante, hizo un comentario que me sembró una daga: “seguramente ella también es alguien a quien violaron de niña, o la obligaron a hacer servicios sexuales que rechazaba…”

La diferencia entre víctima y victimario no desaparece. La explotación a la que esa mujer sometía a sus muchachas no queda justificada. Sin embargo, el comentario surgido de la butaca de al lado introdujo un matiz que no es nada despreciable. Algo parecido a la vieja canción italiana que, allá por los años ochenta, entonaba el cantautor Claudio Baglioni y que subrayaba que el terrorista que hizo estallar la bomba también se cayó de un árbol cuando era niño, y lloró, y agradeció a su mamá cuando ella lo abrazó y le curó la herida… O aquella sentencia de mi antiguo párroco, que sostenía que en el cielo habríamos de encontrarnos con grandes sorpresas, como, por ejemplo, tomarnos de la mano de un Hitler o de un Mussolini en la alegría final, gracias al perdón de Dios y a quién sabe cuántos elementos externos que produjeron monstruos como aquellos.

Repito: no se tome esta reflexión como una justificante para los males objetivos que produjeron personas como Hitler o Pinochet. Se trata solamente de introducir un matiz que apunta a que, en cuestión de comportamientos morales, la línea entre víctima y victimario no es siempre tan clara. No todo es blanco y negro: una buena parte de nuestras vidas y actuaciones se ejecutan en una amplia gama de grises. Saber apreciar y valorar esta gama cromática es fuente de sabiduría y equilibrio.

El número 169 de la revista Letras Libres, correspondiente al mes de enero de 2013 y dedicado a reflexionar sobre El Holocausto, hace un guiño a este misma temática en el artículo En el corazón del infierno (pp. 22-27). En la introducción al artículo, transcripción de las notas de Zalmen Gradowski, un Sonderkommando, Ana Nuño nos alerta:

“Los Sonderkommandos eran escuadrones especiales de trabajo, destinados a operar en las cámaras de gas y los crematorios. Todos sus miembros eran deportados judíos. Hubo Sonderkommandos en los seis campos de exterminio para judíos construidos en territorio polaco (Chelmno, Treblinka, Majdanek, Sobibor, Bełżec y Auschwitz-Birkenau). Los de Auschwitz fueron los más numerosos, y uno de ellos protagonizó la única revuelta que se produjo en este campo. Estaban obligados a retirar los cadáveres de las cámaras, limpiarlas y prepararlas para el siguiente gaseamiento, conducir los cuerpos al crematorio anexo y quemarlos. Asimismo, debían dispersar las cenizas en los lugares designados a este efecto. Vivían en régimen de estricto aislamiento respecto de los otros prisioneros del campo. Gozaban del privilegio de una ración extra de comida y, ocasionalmente, bebidas alcohólicas. Periódicamente eran, a su vez, exterminados en las cámaras de gas y reemplazados por otros deportados. En la primavera de 1944, cuando se inició el gaseamiento masivo de los judíos húngaros deportados a Auschwitz, el Sonderkommando de Birkenau estuvo integrado por un millar de hombres que trabajaban en equipos por turnos de doce horas ininterrumpidamente… Los miembros de los Sonderkommandos de Auschwitz han sido objeto de una de las más tenaces leyendas negras divulgadas después de la Segunda Guerra Mundial. Bien por desconocimiento de la lógica del proceso de exterminio de los judíos europeos ejecutado por el régimen nazi, bien por voluntad de borrar lo que durante mucho tiempo los sobrevivientes consideraron episodios especialmente vergonzosos del mismo, la realidad de estos ‘comandos especiales’ se mantuvo discretamente apartada del estudio general del proceso de internamiento, selecciones y asesinato en las cámaras de gas de los seis campos de exterminio levantados por los alemanes en territorio polaco”.

Esa leyenda negra ha cambiado gracias a algunos documentos que han sido descubiertos, enterrados in situ, en los campos de Auschwitz-Birkenau. Se trata de manuscritos de los Sonderkommandos, que sabiéndose ellos mismos condenados a la muerte, tomaron la decisión de compartir el horror del que eran testigos y del que se les obligaba a ser partícipes, con la expresa voluntad de evitar que todo ello pereciera en el olvido. Lo hicieron elaborando los manuscritos que después fueron enterrados y más tarde, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, descubiertos y publicados. Son precisamente las notas de uno de esos manuscritos, las que constituyen el artículo En el corazón del infierno, ya señalado líneas arriba.

Los Sonderkommandos, y la superación de la leyenda negra que los había acompañado durante tantos años, se sitúa en el mismo canal que mis reflexiones sobre la matrona de Sabina Rivas: no todo es lo que parece, y aun las acciones más abyectas tienen causas previas y un pasado que es preciso conocer para tener una visión equilibrada.

Iglesia y Sociedad

La renuncia de Benedicto y la reforma de la iglesia

14 Feb , 2013  

El lunes pasado se hizo pública la decisión de Benedicto XVI de dimitir (¿renunciar? ¿abdicar?) a su función de Obispo de Roma y Papa de la iglesia católica el próximo 28 de febrero, día a partir del cual la sede petrina quedará vacante y comenzarán los preparativos para el cónclave que elegirá al nuevo sucesor de san Pedro.

La decisión del Papa puede leerse desde muchos y diferentes enfoques. Ha habido manifestaciones públicas que saludan el gesto del Papa como “innovador” y subrayan las difíciles situaciones que Benedicto debió enfrentar en su pontificado, como la apertura del caso del pederasta fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, o la más reciente filtración de informaciones privadas en lo que los medios dieron en llamar el “Vati-leaks”. En efecto, las filtraciones en El Vaticano dieron una muestra de la división y las pugnas de poder que rodean al papado. Mostraban al mundo, como en una grieta abierta a una fortaleza antes inexpugnable, los intereses encontrados y las facciones que, dentro de los muros del más pequeño de los Estados, combatían ferozmente –y con medios nada evangélicos– por el control de parcelas de poder. Las palabras con las que Benedicto se refirió al tema en aquel momento estaban llenas de tristeza. No es gratuito sospechar que, detrás de la renuncia del Papa no haya solamente cansancio físico propio de la edad y de la enfermedad, sino también fatiga por este tipo de intrigas intramuros.

La mayor parte de los comunicados oficiales de las jerarquías católicas, sin embargo, prefieren prudentemente manifestar solamente su estupor por lo inédito de la decisión y piden oraciones por el Papa y la iglesia. Algunos colectivos, más osados, han intentado hacer un balance del ejercicio ministerial de Benedicto XVI, subrayando los retos que el próximo Papa tendrá que enfrentar, tal es el caso del Observatorio Eclesial, que acaba de publicar una durísima evaluación del pontificado que se extingue.

La mayor parte de los medios, en cambio, han enfilado ya sus baterías, a la rumorología acerca de los principales aspirantes a ocupar la sede que pronto quedará vacante: que si el cardenal fulanito de tal, que si es hora de que vuelva a ser papa un italiano, y boberas de esas. Siempre me han parecido insustanciales tales discusiones, no sólo porque se basan en puras especulaciones, sino porque evaden, desde mi punto de vista, las cuestiones centrales. A propósito de este tipo de quinielas, Juan Arias, en el periódico español “El País”, revela con cierta sorna lo siguiente:

“En el cónclave en el que sería elegido Papa el polaco Karol Wojtyla, en octubre de 1978, este diario llevaba poco más de dos años en la calle. Yo era su corresponsal en Italia y en el Vaticano. La dirección del periódico me pidió que preparara un reportaje, hablando con algunos cardenales residentes en Roma, para tener una idea acerca del nombre del candidato más barajado para sustituir al Papa relámpago, Juan Pablo I, que solo vivió 30 días de oscuro pontificado. Empecé con un cardenal de la Curia ya anciano. Me recibió en su palacio a dos pasos del Vaticano. Una monjita tímida me sirvió un café. El cardenal se arrellanó en su sillón de terciopelo rojo dispuesto a responder a mis preguntas. Al explicarle el motivo de mi reportaje, me dijo, con esa elegancia que reviste a los cardenales italianos que conservan todos un halo del renacimiento, que desistiera de mi propósito. ‘Tiene que entender una cosa, hijo mío’, me explicó paternalmente, ‘y es que ningún cardenal le va a pronunciar el nombre de otro como posible papable, por la sencilla razón de que cada uno de nosotros piensa en su fuero íntimo que es el mejor candidato. Se llega a cardenal soñando con el papado’. Y siguió en su confesión al joven periodista: ‘Si acaso, nos podemos reunir algunos cardenales más afines, para evitar que alguno que no nos gusta, pueda convertirse en papable, nada más”.

La decisión de Benedicto XVI tiene un sesgo de buena noticia. Independientemente de las razones que lo llevaron a anunciar su retiro, la renuncia del Papa rompe un mito. A partir de ahora ya sabemos que un Papa puede renunciar y que esto no significa ni la ruina de la iglesia, ni el fin del mundo, ni el cumplimiento de ninguna profecía catastrófica producto de alguna aparición mariana. Es simplemente una decisión tomada en conciencia y de acuerdo con la noción, suficientemente clara en nuestros días, de que la edad y las enfermedades suelen disminuir las capacidades de las personas y ponen en riesgo el cumplimiento de responsabilidades importantes. La exhibición del Beato Juan Pablo II en sus últimos años de pontificado no sólo se fue haciendo cada vez más grotesca, sino que alimentó las dudas de muchos fieles sobre quiénes eran los que estuvieron gobernando a la iglesia en esos últimos, dolorosos tiempos del Papa Wojtyla. La renuncia del Papa Benedicto es, en este sentido, una muestra de sensatez.

Por otro lado, la decisión del Papa aparece, a los ojos de algunos, como una decisión incompleta. Tiene la audacia de romper el mito, pero no deja los mecanismos para enfrentar situaciones parecidas en el futuro. Los avances de la ciencia permiten una prolongación cada vez más amplia de la vida, pero no han logrado suprimir las consecuencias del paso de los años en las personas sobrevivientes. Este ángulo no es menor, porque nos enfrenta con los cambios estructurales que la iglesia tendrá que encarar pronto y muestra la mayor de sus debilidades. Me refiero a lo que el teólogo Hans Küng llamara, desde hace muchos años, el ‘absolutismo romano’, una forma de gobierno que ha terminado por concentrar todos los poderes en el Obispo de Roma que, de presidente de la caridad de todas las iglesias, se ha convertido en un monarca absoluto, en una estructura eclesiástica que aparece muy alejada de los ideales evangélicos.

La renuncia del Papa ofrece una oportunidad de mirar de frente los retos a los que la iglesia se presenta, con la humildad de quien intenta interpretar los signos de los tiempos. No hay, al menos no en el Occidente, una institución tan reacia a las prácticas democráticas en su interior como la iglesia católica. Los millones de fieles, mujeres y hombres bautizados, no tienen el más mínimo espacio de participación en la elección de sus dirigentes. La exclusión de las mujeres de todos los ámbitos de decisión dentro de la iglesia es escandalosa, en un tiempo en que la igualdad de género se va convirtiendo en un signo que mide el grado de humanización de una sociedad.

Estos son sólo algunos de los retos a los que la iglesia, tarde o temprano, tendrá que responder en su estructuración interna. No puede la iglesia constituirse en paladín y defensora de los derechos humanos de las personas, si no aplica ese mismo respeto hacia dentro de sus estructuras eclesiales. Y eso, me temo, no se resuelve con el gesto del Papa Benedicto, por muy valiente y audaz que sea. Requiere una auténtica reforma. Y ya es hora de que, sin miedo, vayamos pensándola y conversándola en nuestras comunidades.

Iglesia y Sociedad

El escándalo de la desigualdad

6 Feb , 2013  

Dice Manfred Max-Neef, y dice bien, que hay un escándalo que convierte a este mundo en un polvorín a punto de explotar y a la clase dirigente de casi todos los países del planeta en un grupo de repugnantes irresponsables: la desigualdad.

Este escándalo puede constatarse de manera gráfica a través de la comparación de cifras que están al alcance de todos en los medios de comunicación social. Uno de los más recientes documentos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) informa que la desigualdad ha alcanzado su máximo nivel, de manera que el 10% más rico en Europa tiene un ingreso medio nueve veces mayor que el ingreso del 10% más pobre. Y estamos hablando de países “desarrollados”. En Inglaterra, por ejemplo, campeona de la desigualdad en Europa, la proporción es de 12 a 1 e, incluso en países de tradición igualitaria, como Alemania o Dinamarca, la proporción ha ido en aumento, como sucede en Suecia, donde se ha pasado de 5 a 1 en 1980, a 6 a 1 en nuestros días. En países fuera de Europa las brechas se incrementan considerablemente. Estados Unidos, por ejemplo, tiene una paridad de 14 a 1, Chile y México de 25 a 1, y Brasil, de 50 a 1.

Dice Max-Neef que, el mismo día en que la FAO (organización de la ONU para la agricultura y la alimentación) informó, en octubre de 2012, que el hambre estaba ya afectando a 1,000 millones de personas y anunció que la cifra necesaria para salvar la vida de todas esas personas era de 30,000 millones de dólares al año, ese mismo día, la concertación de 6 bancos centrales (Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza) inyectaban 180,000 millones de dólares para… ¡salvar bancos privados!

No fue, sin embargo, suficiente. El Senado de Estados Unidos aprobó una erogación de 700,000 millones más para ese mismo objetivo y dos semanas más tarde se aprobaban 850,000 millones más. Para no hacer de esto un cuento de nunca acabar, la cantidad destinada al salvamento de los bancos privados, según conservadoras estimaciones, alcanzó en septiembre de 1012 los 17 trillones de dólares (millones de millones). Una cantidad casi imposible de imaginar.

Si uno hace algunos cálculos simples (no se necesita ser Sheldon Cooper para manejar este nivel de matemáticas básicas) y divide los 17 trillones de dólares entre los 30,000 millones anuales que preveía la FAO para solucionar los problemas de hambre en el mundo, el resultado es asombroso: ¡tendríamos 600 años sin hambre en el planeta! Y no se necesitaría para ello más que dar otro destino a los recursos que ya existen, ni siquiera generar nuevos.

Estas cifras convierten a la desigualdad en el espectáculo más obsceno de nuestra época, sobre todo si las colocamos junto a las otras cifras, las de Forbes, que llevan cuenta de lo que sucede en lo que cómicamente se llama “el pent-house de la realidad”, el lugar donde los grandes ricos de este mundo viven sin enterarse de lo que pasa en los pisos de abajo. Las listas de Forbes, en donde aparecen en privilegiado lugar varios mexicanos (Slim, Azcárraga, Salinas Pliego…), registra un aumento de millonarios. Sao Paolo, por ejemplo, (sí, en el país campeón de la desigualdad en América Latina, Brasil) alberga en sus calles a 21 multimillonarios, muchos más que Los Ángeles, California. Y, asómbrese usted, Mumbai, en la India, es la ciudad que ocupa el sexto lugar entre las ciudades con mayor número de multimillonarios. Así de escandalosa y obscena es la realidad que toleramos.

Puede usted decir que impedir la quiebra de una aseguradora o de un banco es más conveniente, necesario y provechoso que dar de comer a niños hambrientos o curar el dengue o enfermedades que ya deberían estar erradicadas… entonces le dirán que es usted realista, sobre todo si sus interlocutores son egresados de Harvard y Yale o, mutatis mutandi, de alguna universidad de los Legionarios.

Si, en cambio, sostiene usted que hay mucha más demanda de tortillas que de operaciones de cirugía estética, o que la lógica le indica que es más importante curar de la malaria a cientos de personas que comprar vestidos de Pierre Cardin o si sugiere usted que se haga un referéndum que obligue a los congresos nacionales a decidir qué es más importante: salvar bancos o salvar vidas… entonces le caerá una serie de epítetos que van desde demagógico hasta las horrendas palabras comunista o revolucionario… o ya para lanzar el más agrio de los epítetos ofensivos, lo calificarán de miembro de La Sexta.

Para estar bien con los “inteligentes” de este mundo, estará usted obligado a tragarse el asco que, a cualquier persona decente, debería causarle las cifras de la desigualdad. Tal vez sea la única manera en que pueda aspirar a tener ese puesto de gerente al que ha aspirado durante tanto tiempo. No lo juzgo.

Yo, sin embargo, prefiero enlistarme con los del otro lado, con los que consideran que una situación así es absolutamente inaceptable y que de tal convicción brota un compromiso ético de no conformarse, para decirlo con palabras paulinas, con “los criterios de este mundo”. Una desigualdad de magnitud tan descomunal, que implica muerte para millones de personas, no es asunto ante el que yo pueda dejar de sentir una profunda repugnancia. Por eso, entre otras muchas cosas, es que soy de La Sexta: porque un mundo así, como en el que vivimos, me produce una profunda vergüenza.